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Geogratia politica fruto de otro impulso basico en el Romanticismo, el de la hufda de una realidad sérdida, de un Occidente donde la industrializacién estaba en la base de la pujanza econémica y del poderio militar. Este escapismo empujé a tierras orientales, sobre todo al Oriente islamico, a un bt llante elenco de viajeros y viajeras, pero «el Oriente que buscaban era una invencién europe: un refugio contra la mezquina fealdad del Occidente industrial que habian elaborado ellos mismos en sus suefios, adorndndolo con todo lo que echaban a faltar en su entorno .[...] Lo que de verdad habia y ocurria en estas tierras les importaba poco» (Fontana, 1994: 130). El esquema de Said es especialmente sugerente para la geograffa en general y para la geografia politica en particular porque, en la construccién de la alteridad, la espacialidad tiene un pape! muy importante. El Otro es concebido como una entidad externa contra la que nosotros y nuestra identidad se moviliza, reacciona; ademis, en el encuentro colonial (no seria exactamente lo mismo en las sociedades occidentales contemporineas que han recibido una fuerte inmigracién procedente de las antiguas colonias), el Otro vive mas all, en otro lugar suficientemente lejano: contiene, por tanto, una dimensién espacial inherente. De alguna forma, estamos ante construcciones sociales de demarcaciones espaciales. Los espacios coloniales, en tanto que unidades territoriales, son productos histéricos, no slo por su estricta materialidad histérica, sino también por su significacién sociocultural. En este sentido, la idea de espacializacion social es sin duda importante, pero también lo es la idea de socializacién espacial, esto es, el proceso a través del cual, por una parte, colectivid: des y actores individuales son socializados como miembros de especificas entidades espaci les delimitadas territorialmente y, por otra, se internalizan més 0 menos activamente las identidades territoriales colectivas y las tradiciones compartidas. Se trata, en definitiva, de llegar a ofrecer una vision dela cultura y de la sociedad, en todas sus vertientes, no sometida (al menos tedricamente) a ningun discurso oficial ni a los dogmas de los grandes paradigmas. La nueva geograffa politica aspira a analizar criticamente estas estructuras aparentemente sélidas ¢ indiscutibles con el fin de ofrecer perspectivas alternati- vas y de desenmascarar los mecanismos discursivos del poder establecido. En un primer mo- mento fue el estructuralismo quien aporté las bases a esta critica; posteriormente, una vez que el marxismo cayé en el naufragio de las metanarrativas, han sido el posmodernismo o las visiones neoestructuralistas. E] resultado ha sido la geografia politica critica que, como meto- dologia, implica un analisis de los fenomenos y hechos geopoliticos hasta cierto puntoheterodoxa en relacién con otras perspectivas. Heterodoxa en sus contenidos, puesto que amplia el interés hacia temas tradicionalmente alejados —como el medio ambiente, la cultura o el género—, y en sus formas, al renunciar a las rigideces paradigmaticas. Ambos aspectos permiten unas visiones mas complejas de la realidad, y por lo tanto «mas reales», y més criticas respecto a los discursos institucionalizados que intentan explicarlas (O Tuathail, 1996). Esta geografia politica critica intenta deconstruir los discursos de poder institu- cionalizados y, por lo tanto, construir nuevas visiones politicas de las relaciones socivespaciales. ‘La geografia critica aporta, en este contexto, un interesante intento de «descolonizarla men- te». Se trata, en palabras de O Tuathail (1996), de «ima pequefia parte de la lucha para descolonizar nuestra imaginacién geografica, para demostrar que otras geografias y otros mundos son posibles» (0 Tuathail, 1996: 256). Se persigue replantear la realidad académica através de una historiografia que recupere alas clases subalternas como agentes de la histo- ria; de ser capaces de deconstruir el pensamiento sobre el Otro, explorando las espacialida- des y sociabilidades de un amplisimo abanico de grupos minoritarios y/o subalternos que tienen como tinico elemento en comtin, precisamente, su cardcter de minoria, bien sea de tipo étnico 0 religioso (gitanos, negros, judfos, pueblos indigenas), por raz6n de edad (ado- lescentes, ancianos), orientacién sexual (gays, lesbianas), condicién fisica (discapacitados), comunidades salidas de la inmigracién yla minoria (que numéricamente es mayoritaria) de Jas mujeres (Shields, 1991). ‘TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA 213 Joan Nogué En relacién con el tiltimo ejemplo, de todos es sabido que la geografia del género con- centra su atenci6n en las maneras en las que las relaciones jerarquicas entre los géneros son ala vez afectadas por y marcadas en las estructuras espaciales de las sociedades, al igual que sobre las teorias que pretenden explicar dichas relaciones. El objetivo ultimo es rectificar el androcentrismo que ha caracterizado el pensamiento cientifico hasta el presente y denun- su «falocentrismo» (en el sentido de ser un posicionamiento autogenerado, masculino y singular que produce su propia forma de poder y de pensamiento sin preocuparse de nada ni de nadie mas). La propuesta busca deconstruir una concepcion dual del mundo basada tnicamente en el enfrentamiento entre lo masculino y lo femenino, la cultura y la naturale- za, lo intelectual y lo emocional, lo racional y lo magico, para asi plantear una relectura de las conceptualizaciones todavia vigentes sobre el espacio (Rose, 1993). El método posmoderno, inspirado, entre muchos otros, en la obra de los pensadores Michel Foucault (1969), Henri Lefebvre (1974), Jacques Derrida (1972) y Jean-Francois Lyotard (1979) implica la resistencia a la cerraz6n paradigmitica y a las formulaciones rigi- das y categéricas, la busqueda de nuevas formas de interpretar el mundo empiricoy el recha- zoa la mistificacin ideoldgica. Se desconfia, en efecto, de las «metanarrativas», esto es, de las grandes interpretaciones tedricas y de las explicaciones ideolégicas hegemonicas. El posmodernismo se rebela contra el fetichismo de los discursos totales, globalizadores y su- puestamente universales y propugna un nuevo discurso, un nuevo lenguaje de la representa- cién que, en el caso de Lyotard, afecta incluso a la ciencia, que a partir de ahora serd consi- derada un juego de lenguaje entre otros, quedando despojada por tanto de su situacién pri- vilegiada en relacién con otras formas de conocimiento. Si la modernidad se asociaba al progreso lineal, al optimismo hist6rico, a las verdades absolutas, a la supuesta existencia de unas categorias sociales ideales ya la estandarizacion y uniformizacion del conocimiento, la posmodernidad, contrariamente, pondra el énfasis en la heterogencidad y en la diferencia, en la fragmentacién, en la indeterminacién, en el escepticismo, en la mezcolanza, en el entrecruzamiento, en la redefinicion del discurso cultural, en el redescubrimiento del «Otro», delo marginal, de lo alternativo, de lo hibrido. Asi pues, laposmodernidad no es solo una ruptura estética oun cambio epistemol6gico, sino que expresa una nueva dimensién cultural, la propia del estadio del modo de produc- cién dominante. En ésta, algunas disciplinas del campo de las humanidades y de las ciencias sociales, antes bien delimitadas, empiezan ahora a perder sus nitidos limites y a cruzarse unas con otras en unos estudios hibridos y transversales que dificilmente pueden asignarse aun dominio u otro, como sefiala oportunamente Perry Anderson (1998) y como plasma de una manera magistral Fredric Jameson en una de sus ultimas obras (1995). Es entonces cuando aparecen los denominados estudios culturales (productos de un «giro cultural» o cultural turn, sirviéndonos de la expresién ya consagrada en el mundo anglosaién) y poscoloniales, que en geografia humana han dado lugar a nuevas geografias, tanto politicas como culturales (Albet y Nogué, 1999). En el campo de la geografia, los dos libros que mas han influido en el debate sobre la posmodernidad, son, sin duda, Postmodern Geographies: The Reassertion of Space in Critical Social Theory, de Edward Soja (1989), y The Condition of Postmodenity: An Enquiry into the Origins of Cultural Change, de David Harvey (1989). Aunque ambos libros comparten una base comun estructuralista y postestructuralista, lo cierto es que el enfoque final difiere bastante. Asi, mientras Soja aspira a una confluencia de las perspectivas marxista y posmoderna, Harvey no traspasa los parametros metodolégicos marxistas ni renuncia al proyecto modernista, aunque asume la necesidad de corregir sus déficit y sus excesos. En lo que si coinciden amboses en la utilidad del posmodernismo para entender, tanto en la teoria como en la practica, la reestructuracién contempordnea de la espacialidad capitalista, lo cual implica el restablecimiento de una perspectiva critica espacial en la teoria social con- 214 ‘TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA Joan Nogué Hay quien teme que esta multiplicidad de identidades le lleve a uno a una cierta esquizofrenia. Utilizandosu propiocaso como ejemplo, Todorov (1994) reconoce experimentar una especie de tensién entre sus dos idiomas, el francés y el bulgaro, una tensién que también estd presente en su propia concepcién del espacio: «Aunque me considero francés y bilgaro por igual, no puedo estar a la vez en Paris 0 en Sofia. Laubicuidad no se halla ain a mialcance. Mis pensamientos dependen demasiado del lugar donde son emitidos para que mi paradero sea irrelevantes (Todorov, 1994: 211). Como diria Elias Canetti, mi patria es mi lengua. ‘As{ pues, segtin Todorov, dos elementos claves de la identidad, el idioma (la cultura) y el lugar (la geografia), multiplican y magnifican el conflictoy llevan al autor a reconocer que, si bien esabsurdo pensar que quien pertenece a dos culturas pierde su razén deser, también es Kicito dudar de que el simple hecho de poser dos voces, dos idiomas, sea un privilegio que garantice el acceso a la modernidad. Todorov opta finalmente por un yo bilingue equilibra- do, por una clara articulacién entre sus dos identidades linguisticas y culturales. Es una ‘opci6n parecida a la escogida por Amin Maalouf (1999: 11-12) cuando afirma: «Lo que hace que yo sea yo, y no otro, es ese estar en las lindes de dos paises, de dos o tres idiomas, de varias tradiciones culturales. Es eso justamente lo que define mi identidad. ¢Seria acaso mas sincero si amputara de mi una parte de lo que soy? [...] La identidad no esta hecha de compartimentos, no se divide en mitades, ni en tercios 0 zonas estancas. Y no es que tenga varias identidades: tengo solamente una, producto de todas los elementos que la han confi- gurado mediante una “dosificacin” singular que nunca es la misma en dos personas». Estamos asistiendo al surgimiento de nuevas «comunidades imaginadas, basadas en nuevas identidades creadas por grupos que, de forma directa o virtual, comparten unos mismos gustos, tendencias 0 intenciones, credndose una especie de «comunidad de intere- ses» o «de vision». Muchas de estas nuevas comunidades de identidad son efectivamente virtuales, sin contacto directo entre sus miembros ni contigiidad espacial de sus lugares. Se trata, de hecho, de las comunidades de lugares localizadas en el limbo del lamadociberespacio y propiciadas por la «destemporalizacién» del espacio, que permite que todo pueda suceder simultdneamente (Crang y May, 1999). Esta eclosién de lugares e identidades tiene mucho que vercon el reconocimiento aca- démico e intelectual del «Otro», de la alteridad, como categoria de andlisis. En este punto han jugado un gran papel las nuevas aportaciones criticas sobre orientalismo y posco- lonialismo. La obra de Edward W. Said, Orientalism, publicada en 1978, fue clave en este proceso de renovacién. En esencia —e inspirandose en Foucault y Gramsci—, lo que Said plantea es que «Oriente» no existe realmente: es una construccién europea, un producto intelectual europeo, una imagen del Otro que permite, al definir al Otro, identificarse a uno mismo como europeo, como occidental. ¢Por qué no existe un campo de estudio simétrico, equivalente, denominado «Occidentalismo»? Esta pregunta, afirma el autor, deberia hacer- nos reflexionar. En Espana, el historiador Josep Fontana (1994) ha incidido de nuevo en la misma idea, en un libro cuyo titulo es ya de por sf significative: Europa ante el espejo. Sus argumentaciones son tan claras que no precisan comentario alguno: Para constmuir el concepto de europeo a la luz de la diversidad de los hombres y las cultu- ras, «inventamos» a los asiaticos, los africanos y los americanos, atribuyéndoles una iden- tidad colectiva que no tenian.[...] La mas sutil de estas invenciones ha sido precisamente la de Asia, que pas6 de ser un mero concepto geografico a convertirse en una entidad historica y cultural, el «Oriente», que nos permitia resolver el problema de ubicar en nues- tro esquema lineal a unas sociedades de cultura avanzada que no podiamos arrojar a la prehistoria, como las de Africa, América y Oceania (Fontana, 1994: 127-128). Para Fontana, esa «invencién» de Oriente no servia tinicamente para definirla superiori- dad de Occidente dentro de una concepcién lineal del progreso en la historia. Era también 212 ‘TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA Geogratia politica tempordnea. En esta misma linea inciden nuevas e interesantes aportaciones, como The Postmodem urban condition, de Michael J. Dear (2000). Paradéjicamente, a pesar de la apertura intelectual que, en principio, permite la posmodernidad, el presente esta marcado por otra perspectiva mucho mas potente y eficaz: la del denominado pensamiento nico, En efecto, la crisis de los grandes paradigmas, ade- més de abrir ventanas, ha dejado via libre a visiones de la realidad tiranizadas por el pragmatismo, la competitividad y la homogenizaci6n cultural. El reto de la nueva geografia politica —una geografia politica que ha recuperado y reconsiderado a fondo el papel de la identidad, de la cultura y del lugar en laconstruccién del espacio social—consiste en ofrecer visiones de la realidad alternativas a las del pensamiento tinico dominante. Bibliografia AGNEW, John A. (1984), «Place and Political Behaviour. 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Para ello se ha divido el capitulo en cuatro subapartados: en el primero se esboza una pequefia historia de la geografia politica contemporanea; en el segundo se incide en la dimen- si6n territorial de los nacionalismos y en la aportacién de la geografia politica al estudio de los mismos; en el tercer subapartado se analiza la tensién dialéctica entre lo local y lo global desen- cadenada por los actuales procesos de globalizacién y en cémo el enfoque geogréfico aporta novedosas interpretaciones del mismo; finalmente, en el cuarto y tiltimo subapartado se co- mentan las nuevas perspectivas en geografia politica a raiz de sus mas recientes aportaciones. 1. Evolucion de la geogratia politica A pesar de que a lo largo del texto se concebiré la geografia politica de una manera mucho mas amplia y rica, tradicionalmente ésta ha sido definida como el estudio de las relaciones entre los factores geograficos (fisicos y humanos) y los fenémenos y las entidades politicas (Sanguin, 1981). La geograffa politica convencional se ha interesado siempre por la distribu- cidn y las consecuencias espaciales de los procesos y de los fenémenos politicos. La sociolo- gia y las ciencias politicas se interesan también por los procesos y las entidades politicas, pero lo que caracteriza a la geografia y la distingue de las demds ciencias sociales es precisa- mente su perspectiva espacial, con todo lo que la adopcién de ésta conlleva. Hasta hace poco, la geografia politica se habia centrado casi exclusivamente en la figu- ra del Estado, Se trata de una lejana tradicién iniciada en el siglo pasado por Friedrich Ratzel, un gedgrafo considerado por lo general como el padre de la geografia politica. En efecto, en su Geografia politica, Ratzel (1897) identifica la geograffa politica con el estudio de Ja estructura territorial del Estado. La obra de Ratzel es indisociable de su contexto desde muchos puntos de vista, empe- zando por el entorno intelectual. En él influyen Humboldt y Ritter y sus mds directos maes- tros Oskar Peschel y Ernst Haeckel (Capel, 1981; Raffestin, 1995), quienes le aportan inter- 202 TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA Joan Nogué amplia. No hay que olvidar, por otro lado, que esta renovacién ha sido posible gracias a la integraci6n de gran parte de las innovaciones conceptuales y metodolégicas que ha conoci- do la ciencia madre, la geografia, en los uiltimos decenios, concretamente en las décadas de los sesenta y setenta, procedentes sobre todo de los enfoques radical-marxista y behaviorista ‘Asimismo, la geografia politica de los ochenta y de los noventa se ha visto afectada por las innovaciones propias de la época. Durante estos afios hemos asistido en geografia a una reconsideracién del papel de la cultura (Cosgrove, 1983, 1985; Mitchell, 2000; Thrift, 19832), a una revalorizacién del papel del «lugar» (Agnew, 1987) —la aportacién principal y mas tras- cendental de la perspectiva humanistica (Tuan, 1977)— ya un renovado interés por una nueva geografia regional que fuera capaz de conectar lo particular (los locality studies, por ejemplo) con lo general (Cooke, 1990; Massey, 1984, 1994; Taylor, 1988). Incluso fuera de la geografia se ha ido destacando cada vez mis el papel del espacio en la construccién de una teoria social. Anthony Giddens (1979, 1981), entre otros socidlogos, insiste en la urgente necesidad de reco- nocer que el espacio y el tiempo son basics en la formulacién de la teoria social. Desde la historia —y no es la primera vez— se reconoce ahora con cierta insistencia la absoluta necesi- dad de contemplar seriamente la dimensién espacial del hecho histérico, con arreglo a una metodologia en la que son evidentes «los préstamos yas conexiones con la geografia (sensibi- lidad hacia el hecho geogréfico, localizacién espacial y andlisis regional)» (Iradiel, 1989: 65). Se trata, seguin este autor, de «hablarno tanto de historia local como de historia territorial o de historia de los espacios —de historia espacial término no sonara tan extratelurico—, entre los cuales cabe incluir naturalmente “el espacio vivido”, pero también el espacio material so- portado, vigilado, proyectado e incluso imaginado» (Iradiel, 1989: 64; la cursiva es del autor). Como deciamos, la geografia de los tiltimos afios ha entrado en un interesante de reconsideracion y de revalorizacién del papel del «lugar» en la explicacién de los fenéme- nos sociales (Soja, 1980; Gregory, 1982; Massey, 1984; Smith, 1984; Entrikin, 1990; Hiernaux- Nicolas, 1999). El «lugar» como categoria de analisis ha dejado de ser patrimonio exclusivo de la geografia humanistica. Hoy los geografos de inspiracion marxista, estructuralista y sobre todo posmodernista (Soja, 1989, 1996, 2000; Harvey, 2000; Short, 2000) se sirven tam- bien de él. Todo ello esta originando una geografia politica mucho mas abierta y sugerente que conduce ademas a una reconsideracion de la geograffa regional, naturalmente desde una perspectiva muy alejada de la que le es propiaa la geografia regional tradicional. En esta linea, Allan Pred (1984) parte del concepto de lugar entendido como «proceso histéricamen- te contingente» y John Agnew (1987) muestra que fenémenos sociales engendrados a macroescala estan mediatizados por las condiciones locales, de manera similar a como lo hacen Harloe, Pickvance y Urry (1990). Nigel Thrift (19834), por su parte, expone, en un articulo que tuvo amplia resonancia, la enorme importancia que posce el hecho de situar la prictica humana en un espacio y en un tiempo concretos. Otro ejemplo muy interesante fue el de Sallie A. Marston (1988) quien, partiendo de la base de que la conducta politica esta geogréficamente arraigada, se propuso investigar cémo el contexto espacial influfa en la constitucién de una identidad y una solidaridad politicas y de grupo. Marston tomé como objeto de estudio la comunidad irlandesa de Lowell (Massachusetts) del siglo xxx y explicé que, en esos momentos de rpida industrializacién y fuerte tensién social, la pertenencia a una etnia concreta —la irlandesa en este caso— se definia espacialmente, siendo ademas el elemento de identidad mas influyente, incluso mds que la pertenencia a una clase social. Marston concluia que «la estructura espacial de la comunidad inmigrante contribuyé a acti- var la etnicidad més que la clase como medio para hacer frente a las relaciones estructurales sociales més amplias» (Marston, 1988: 428). La misma autora ha examinado otro caso pare- cido —centrado también en el ambito urbano decimonénico—, aunque incorporando la lengua y la relacion entre este elemento y la conciencia politica (Marston, 1989). Es un proyecto muy interesante que comparte ciertas afinidades con la obra de Allan Pred (1990). 204 TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA Geogratia politica Estamos asistiendo, como se ve, a la configuracién de una geografia politica que parte de una concepcién distinta de la nocién de espacio politico, entendido a partir de ahora como una acci6n colectiva localizada en un lugar concreto, como un conjunto de relaciones entre individuos, grupos familiares e instituciones, las cuales constituyen una verdadera interaccién politica; un espacio politico concebido como un conjunto dindmico de relacio- nes fundadas en lejanas afinidades y traducidas en interacciones a corto plazo (Kirby, 1989; Lindén, 2000). Se trata, en definitiva, de llegar a concebir un mapa politico del mundo que no se centre exclusivamente en los Estados-nacién como si fueran las tinicas unidades poli- ticas posibles, sino que lo conciba como un gran abanico de espacios politicos que van desde las naciones sin Estado hasta los espacios ms difusos de cardcter religioso, tribal 0 étnico, pasando por los diferentes barrios de una ciudad, los grandes espacios metropolitanos y las entidades regionales de caracter supraestatal. Es precisamente dentro de este marco de re- novacién tematica, teérica y metodolégica donde hay que encuadrar el interés actual por el fenémeno nacionalista, como veremos en el préximo apartado, La heterogeneidad, el contraste y la simultaneidad de escalas, la alternancia entre unos espacios perfectamente delimitados sobre el territorio y otros de caracter mas difuso y de limites imprecisos son los rasgos esenciales de la geografia politica de nuestra época. Han empezado a reaparecer atierras incégnitas» en nuestros mapas, que poco o nada tienen que ver con aquellas terrae incognitae de los mapas medievales 0 con aquellos espacios en blanco en el mapa de Africa que tanto despertaron la imaginaci6n y el interés de las sociedades geograficas decimonénicas. Marlow, el principal protagonista de la novela El corazon de las tinieblas, escrita por Joseph Conrad entre 1898 y 1899, en pleno apogeo de la expansion colonial europea, afirma en un momento determinado de la obra: Cuando era pequefo tenia pasién por los mapas. Me pasaba horas y horas mirando Sudamérica, o Africa, o Australia, y me perdia en todo el esplendor de la exploracién. En aquellos tiempos habia muchos espacios en blanco en la Tierra, y cuando vefa uno que parecia particularmente tentador en el mapa (y cual no lo parece), ponfa mi dedo sobre él y decia: «Cuando sea mayor iré alli» (Conrad, 1986: 24). Un siglo més tarde han aparecido de nuevo espacios en blanco en nuestros mapas. La geografia politica posmodemna se caracteriza por una cadtica coexistencia de espacios abso- lutamente controlados y de territorios planificados, al lado de nuevas tierras incégnitas que funcionan con una l6gica interna propia, al margen del sistema al que tedricamente pertene- cen. Estén apareciendo nuevos agentes sociales creadores de nuevas regiones, con unos limites imprecisos y cambiantes, dificiles de percibir y atin mas de cartografiar. Uno de estos agentes es el nacionalista. 2. Nacionalismo y geografia Hace unas cuantas décadas, las ciencias sociales en general estaban firmemente convenci- das de que la integracién mundial de la economia (que, por aquellos afios, empezaba ya a perfilarse con nitidez) traeria consigo, al cabo de unos afios (es decir, hoy dia), una progresi- va disolucién de los fenémenos nacionalista y regionalista. Crefan (y se aventuraban a profe- tizarlo) que ladifusi6n a través de los medios de comunicacién de masas de elementos cultu- rales y socioestructurales de Ambito mundial, la modernizacién general de la economia y de la sociedad y el imparable desarrollo econémico comportarian una creciente integracién cultural, politica y econémica, que llevaria, a su vez, a una progresiva substitucién de los conflictos territoriales de base cultural/identitaria por conflictos de base social y econémica, ‘TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA 205 Geogratia politica pretaciones de la relaci6n entre el territorio y el Estado y, principalmente, de las teorias de Charles Darwin aplicadas a la sociedad (el «darwinismo social» en la Iinea de Lamarck y Spencer). De estas influencias, que Ratzel profundiza, resultan conceptos basicos de su geo- grafia politica, empezando por el Lebensraum (el espacio vital), que sera uno de sus principa- les legados. Estos referentes sitian a Ratzel dentro del positivismo; de hecho, su obra es basicamente un intento de dotar de base cientffica —teoria, leyes, previsibilidad— al com- portamiento espacial de las sociedades y de los cuerpos politicos. Son también evidentes en el pensamiento ratzeliano las influencias de la filosoffa alemana, en especial el idealismo de Hegel y la interpretacién histérica del pueblo alemén de Herder. La obra de Ratzel se puede sintetizar en el trinomio Estado-posici6n-dindmica. Toda la teoria ratzeliana parte y desemboca en el Estado, un Estado sintesis y producto de la socie- dad, de cardcter hegeliano, que trasciende sus aspectos meramente legales. Pero un Estado que tiene como componente fundamental el suelo 0, si se quiere, el espacio. Ello no significa tnicamente extensién espacial, sino también, y sobre todo, la relacion entre el espacio y la sociedad que alberga. Desde Ratzel y casi hasta la actualidad, el Estado ha constituido el principal objeto de estudio de la geografia politica. De hecho, el asunto no se ha agotado y todavia siguen apareciendo muchos tratados de geografia politica —algunos bastante innovadores— cen- trados directa o indirectamente en el Estado (Anderson, 1986; Bidart, 1991; Dommen y Hein, 1986; Foucher, 1988; Hoerner, 1996; Nogué y Vicente, 2001; Williams, 1993; Wilson y Donnan, 1998). Estrechamente vinculados con el Estado encontramos los grandes temas que hasta hace poco estructuraban la mayoria de manuales de geografia politica y, tam- bién, la investigacién en este campo: la evolucién y modificacién del mapa politico del mundo, procesos de integracién y desintegracién, el papel de las fronteras estatales, la geografia de las relaciones internacionales, la estructura interna del Estado a partir de su organizacién en diferentes unidades politico-territoriales, la dimensién territorial de la administraci6n piblica, politicas de planificacién territorial y de desarrollo regional y el amplio campo de la geografia electoral (los procesos electorales, factores espaciales que influyen en el comportamiento electoral, andlisis espacial de los resultados electorales, delimitacién de las circunscripciones electorales y su efecto sobre los resultados). La geografia politica no ha abandonado, ni mucho menos, los andlisis de diferentes as- pectos de las relaciones internacionales contemporaneas, basados atin en el Estado. El propio Peter Taylor (1994) titula explicitamente uno de sus principales libros Geografia politica. Eco- nomia-mundo, Estado-nacion y localidad, aunque en él se supera la limitacién de la centralidad del Estado hasta llegar a una definicion de la disciplina mas amplia, cuyo objeto seria el estu- dio de «la divisién del espacio global por las instituciones» (Agnew y Corbridge, 1995: 4). Asi pues, nadie puede negar que el Estado es uno de los espacios politicamente organi zados més interesantes y mds influyentes de los dos ultimos siglos. Pero no es el unico, ni tampoco es la tinica expresi6n territorial de los fenémenos politicos. Consciente de ello, la geografia politica de las dos tltimas décadas ha ensanchado considerablemente su radio de acci6n, interesandose no sélo por el Estado, sino también por toda organizacién dotada de poder politico capaz de inscribirse en el espacio (Méndez, 1986). Se ha llegado, en definitiva, a una geografia politica concebida como una geografia del poder (Claval, 1978; Sanchez, 1981), de un poder econémico, ideolégico y politico capaz de organizar y de transformar el territorio —a todos los niveles— en funcién de unos intereses concretos y siguiendo unas estrategias de actuacién dificiles a veces de entrever. Puesto que, tal como nos recuerda Norberto Bobbio (1987), no hay teoria politica que no parta, de forma directa o indirecta, de un andlisis del fenémeno del poder, tampoco hay una verdadera geografia politica que no considere dicho fenémeno. Si la teorfa politica puede considerarse como parte de la teorfa del poder, la geografia politica, a su vez, puede integrarse en una geografia del poder mas TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA 203 Geogratia politica Seguramente el Ambito en el que identidad, territorio y politica se funden de una mane- ra més clara es el nacionalista. En efecto, los nacionalismos son una suerte de movimientos sociales y politicos muy arraigados en el territorio, en el lugar, en el espacio; son, en gran medida, una forma territorial de ideologiao, si se quiere, una ideologia territorial. Los nacio- nalismos se muestran hoy dia como una de las respuestas ideolégicas mejor adaptadas al proceso de fragmentacién territorial generado por la globalizacién. Es por todo ello por lo que la perspectiva geografica reviste un enorme interés a la hora de entender los nacionalismos, porque éstos est4n estructurados por el contexto, el medio y el lugar. Es en el «lugar» donde se materializan las grandes categorias sociales (sexo, clase, edad), donde tienen lugar las interacciones sociales que provocarén una respuesta u otra a este fenémeno social. El papel desempefiado por el lugar es esencial en la estructuracion de la expresi6n nacionalista, porque la fuerza y la capacidad de atraccién del nacionalismo, en tanto que una forma de practica politica, varia precisamente en funcién de su capacidad de respuesta a las necesidades del lugar. En este sentido, los nacionalismos podrian llegar a interpretarse como una respuesta politica condicionada por el entorno local. E] paisaje ilustra como pocos conceptos geogrdficos esta dimensién territorial de los nacionalismos. E] paisaje, un concepto de larga tradicién en geografia (Cosgrove, 1985; Olwig, 1996), podria definirse simplemente como el aspecto visible y perceptible del espacio geo- grafico. Sin embargo, considerando que vivimos en un mundo extremadamente humaniza- do, deberia concebirse como el resultado final y perceptivo de la combinacién dinamica de elementos abidticos (substrato geol6gico), biéticos (flora y fauna) y antrépicos (accién hu- mana), combinacion que convierte al conjunto en una entidad singular en continua evolu- cién. El paisaje es el resultado de una transformacién colectiva de la naturaleza, un producto cultural, la proyecci6n cultural de una sociedad en un espacio determinado, Esta definicion no se refiere sdlo a la dimensi6n material del paisaje, sino tambiéna sus dimensiones espiritual, ideolégica y simbélica (Turri, 1998). Las sociedades humanas han transformado a lo largo de la historia los originales paisajes naturales en paisajes culturales, caracterizados no sélo por una determinada materialidad (formas de construccién, tipos de cultivos), sino también por los valores y sentimientos plasmados en el mismo. En este senti- do los paisajes estén Ilenos de lugares que encarnan la experiencia y las aspiraciones de los seres humanos. Estos lugares se transforman en centros de significados y en simbolos que expresan pensamientos, ideas y emociones de muy diversos tipos. El paisaje no sélo nos muestra como es el mundo, sino que es también una construcci6n, una composicion de este mundo, una forma de verlo. Los paisajes evocan un marcado sentido de pertenencia a un espacio cultural determinado (Clifford y King, 1993; Hakli, 1999; Williams, 1999) y crean, en efecto, una suerte de identidad territorial (Agnew, 1998). Asf pues, el paisaje es un concepto fuertemente impregnado de connotaciones cultura- les e, incluso, ideolégicas (Peet, 1996). El paisaje puede ser interpretado como un dindmico cédigo de simbolos que nos habla de la cultura de su pasado, de su presente y tal vez también de su futuro (Cosgrove, 1989; McDowell, 1994). La legibilidad semidtica de un paisaje, esto ¢s, el grado de decodificacién de sus simbolos, puede tener mayor o menor dificultad, pero estd siempre unida a la cultura que los produce (Duncan y Duncan, 1988). Los nacionalismos se sirven deungran numero de simbolos, entre ellos los paisajisticos, para conseguir que la poblacién se identifique a si misma como pueblo, como comunidad. La mitologia nacionalista ha creado una amplia gama de lugares de identificaci6n colecti entendiendo por lugar un 4rea limitada, una porcién especifica de la superficie terrestre lena de simbolos que actuia como centro transmisor de mensajes culturales. Podemos ha- blar, sin duda, de la existencia de un paisaje simbolico nacionalista (Gruffudd, 1995). Estos paisajes,estos lugares de identificacién colectiva decaricternacionalista no son ni inmanentes ni inmutables. Aparecen y desaparecen, como las naciones y los nacionalismos, y varian en el tiempo y en el espacio (Hobsbawm y Ranger, 1983). TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA 207 Joan Nogué Tenemos, pues, que determinados paisajes —o elementos de los mismos— se convier- tenen verdaderes simbolos de una ideologia nacionalista que evoca un pasado nacional mas ‘© menos lejano. El sentimiento nacionalista se expresa a menudo a través de la veneracion de este pasado, un pasado impregnado en el paisaje. Para el nacionalismo, mas que para cualquier otro fenémeno social, el paisaje es un receptaculo del pasado inscrito en el presen- te (Jenkins y Sofos, 1996; Heffernan, 1995; Nogué, 1998). Este hecho, inherente a toda ideo- logfa nacionalista, se percibe de manera clara y diafana en determinados contextos naciona- les, como el inglés (Matless, 1998). Lowenthal y Prince (1965) van un poco mas alla y Hegan a considerar como una caracteristica inherente a la propia cultura inglesa su especial habi- lidad para saber mirar el paisaje estableciendo de forma inmediata estrechas asociaciones con el pasado. He ahi el paisaje nacional entendido como un paisaje 0 conjunto de paisajes que representa e identifica los valores y la esencia de la nacién en el imaginario colectivo; he ahi, en definitiva, el paisaje entendido como «alma» del territorio, como receptaculo de la consciencia colectiva (Branch, 1999). 3. De lo global alo local Los diversos procesos de globalizacion hoy existentes han desencadenado una interesante e inesperada tensi6n dialéctica entre lo global y lo local, que esté en la base de este retorno al lugar que estamos comentando. Lo realmente paradéjico de todo este proceso es que, aun- que el espacio y el tiempo se hayan comprimido, las distancias se hayan relativizado y las barreras espaciales se hayan suavizado, el espacio no sélo no ha perdido importancia, sino que ha aumentado su influencia y su peso especifico en los ambitos econémico, politico, social y cultural. Esto es, bajo unas condiciones de maxima flexibilidad general y de incre- mento de la capacidad de movilidad por el territorio, la competencia se convierte en extre- madamente dura y, por lo tanto, el capital, en su acepcién mds amplia, ha de prestar mas atencién que nunca a las ventajas del lugar. Dicho en otras palabras: la disminuci6n de las espaciales fuerza al capital a aprovechar al maximo las més minimas diferenciacio- nes espaciales, con el fin de optimizar los beneficios y competir mejor: En este sentido, las pequefias —o no tan pequefias— diferencias que puedan presentar dos espacios, dos lugares, dos ciudades, en lo referente a recursos, a infraestructuras, a mercado laboral, a paisaje, a patrimonio cultural o a cualquier otro aspecto, se convierten ahora en muy significativas. Precisamente cuando pareciamos abocados a todo lo contrario, estamos asistiendo a un ‘excepcional proceso de revalorizacién de los lugares que, a su vez, genera una competencia entre ellos inédita hasta el momento. Una competencia, en unos casos, basada en la explotacion de precarias ventajas comparativas, como las que buscan —y encuentran— en lugares como Marruecos, ‘© México (las conocidas «maquiladoras») empresas transnacionales. En otros casos, basada en factores més cualitativos y de prestigio, en lugares ubicadosen paises centrales. De ahi la necesidad de singularizarse, de exhibir y resaltar todos aquellos elementos significativos que diferencian un lugar respecto a los demas, de «salir en el mapa», en definitiva. 4Cuales, si no, el sentido y el objetivo tiltimo de los planes estratégicos que se estin elaborando actualmente en tantas y tan diversas ciudades? Con el abierto apoyo en la mayoria de los casos de los sectores empresariales, de movimientos sociales varios ¢ incluso de los sindicatos, los ‘gobiernos regionales y locales compiten encamizadamente a todos los niveles, incluso a nivel mundial, por atraer magnos acontecimientos deportivos (los Juegos Olimpicos. por ejemplo), inversiones, capitales y equipamientos tales como grandes centros culturales, sedes de entida- des politicas supraestatales, institutos de investigacién y universidades. «Pensar globalmente y actuar localmente» se ha convertido en una consigna fundamental que ya no sélo satisface a los grupos ecologistas, sino también a las empresas multinacionales, 208 TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA Joan Nogué es decir, por conflictos entre clases sociales, en la terminologia marxista del momento. Pues bien. aquellas previsiones s6lo se han cumplido en parte, puesto que es verdad, por poner un caso, que se ha producido a lo largo de estos aiios una pérdida de la diversidad cultural. Ahora bien, para sorpresa general de todo el colectivo académico, la realidad contempora- nea nos muestra una exuberante y prolifica manifestacién de nacionalismos estatales y subestatales, de regionalismos y localismos, precisamente en unos momentos de maxima integracién mundial en todos los sentidos. Sin duda alguna, las identidades territoriales caracterizaran en buena parte este inicio de siglo y de milenio. ‘Asi pues, la aportacién que la geografia politica puede hacer al estudio del nacionalismo es crucial. Existen un sinfin de temas en los que es fundamental la perspectiva de los geografos como, entre otros, el proceso de construcci6n nacional del espacio social, la dialéctica local! global, el nacionalismo y el desarrollo desigual en relacién con los recursos naturales y los problemas ecologicos, la localizacion geopolitica en relacion con otres territorios y Estados, el estudio de la trilogia cultura/naciéniterzitorio y, en definitiva, todo lo que conlleva la consi racién del territorio como base y recurso politico del proceso de construccién nacional en un mundo constituido por Estados. Algunos de estos temas se apuntan ya en cierta literatura geografica, concretamente —y sélo a modo de ejemploy por orden alfabético— en las obras de Agnew (1984, 1987), Anderson (1986), Blaut (1986), Boal y Douglas (1982), Bureau (1984), Dijkink (1986), Escobar (2001), Folch-Serra y Nogué (2001), Girodano (2000), Johnston, Knight y Kofman (1988), Knight (1982, 1984), Lacoste (1997), McLaughlin (1986), McNeill (2000), Mlinar (1992), Nogué (1998), Nogué y Vicente (2001), Orridge y Williams (1982), Sack (1986), Williams (1982, 1985), Williams y Kofman (1989) y Zelinsky (1984, 1988). La geografia politi- ca contempordnea empieza, pues, a ofrecer interesantes lecturas del fenémeno nacionalista. Todas ellas tienden a poner el énfasis en su perspectiva territorial, una perspectiva poco o nada contemplada en los andlisis realizados desde otras disciplinas. Es desde este nuevo contexto académico e intelectual que se interpreta a los nacionalis- mos como una forma territorial de ideologia. Las naciones reivindicadas por los nacionalistas no sélo estén «localizadas» en el espacio y hasta cierto punto influidas por esta localizacion geogréfica —rasgos comunes, por otra parte, a toda organizacin social—, sino que, a diferen- cia de otros fenémenos sociales, los nacionalismos reclaman explicitamente determinados territorios que pasan a formar parte de la propia identidad y cuya supuesta particularidad, excepcionalidad e historicidad enfatizan. Uno de los rasgos mas caracteristicos de la ideologia y del movimiento nacionalista es su habilidad para redefinir el espacio, politizandolo y tratan- dolo como un territorio histérico y distintivo. Los movimientos nacionalistas interpretan y se apropian del espacio, del lugar y del tiempo, a partir de los cuales construyen una geografia y una historia alternativas. En este sentido, la nocion de «territorio nacional» se hallaen la base de todo nacionalismo y de ahi que la autodenominacién de muchos movimientos nacionalis- tas lleve implicita esta enorme carga de ideologia territorial. En efecto, los movimientos nacio- nalistas expresan sus reivindicaciones en términos territoriales. Alser ideologias territoriales, los nacionalismos poseen un cardcter internamente uni- ficador en el sentido de que definen y clasifican a la gente en funcién, sobre todo, de su pertenencia o no a un territorio, a una cultura (a una «nacién»), mas que en términos de clase ode status social. La estrategia de los movimientos nacionalistas para conseguir reunir bajo el mismo paraguas a personas con intereses de clase opuestos es en gran medida una estrategia geogrdfica, tan basica, simple y meridiana como se quiera, pero ante todo geogra- fica. Se parte de la base de que las personas que comparten un mismo territorio deben tener a la fuerza algin interés en comin, simplemente por proximidad espacial. Este grado de comuni6n puede ser en realidad todo lo débil y parcial que se quiera, pero es facilmente exagerado por los grupos dominantes con el objeto de oscurecer y disimular otros conflictos de intereses. 206 TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA oan Nogué Asi pues, sea cual sea el punto de vista escogido, lo cierto es que el lugar reaparece con fuerza y vigor. La gente afirma, cada vez con mAs insistencia y de forma més organizada, sus raices hist6ricas, culturales, religiosas, étnicas y territoriales. Se reafirma, en otras palabras, en sus identidades singulares. Como indica Manuel Castells (1998), los movimientos sociales que se oponen a la globalizacién capitalista son, fundamentalmente, movimientos basados en la identidad, que defienden sus lugares ante la nueva légica de los espacios sin lugares, de Jes espacios de flujos propios de la era informacional en la que ya nos hallamos inmersos. Reclaman su memoria histérica, la pervivencia de sus valores y el derecho a preservar su propia concepcién del espacioy del tiempo. He ahi la gran paradoja: el resurgimiento de las, identidades colectivas en un mundo globalizado, identidades que, por otra parte, noson fijas e inmutables, sino que se hallan sometidas a un continuado proceso de reformulacién. Nos encontramos, en definitiva, ante una excepcional revalorizacién de los lugares en un contexto de maxima globalizacién, proceso que favorece claramente la expansién de determinadas actitudes e ideologias, como los nacionalismos, ya analizados en el apartado anterior. La sensacién de indefensién, de impotencia, de inseguridad ante este nuevo contex- to de globalizacién e internacionalizacién de los fenémenos sociales, culturales, politicos y econdmicos provoca un retorno a los microterritorios, a las microsociedades, al lugar en definitiva, La necesidad de sentirse identificado con un espacio determinado es ahora, de nuevo, sentida vivamente, sin que ello signifique volver inevitablemente a formas premodernas de identidad territorial. Sobre el diagnéstico realizado hay relativamente poca controversia. Donde si hay dis- paridad de opiniones es en su valoracién. Por un lado, nos encontramos con los que valoran dicho proceso de una forma més bien negativa, pesi repliegue por impotencia ante un mundo inseguro e i ocupado en este sentido porque, segun él, «la disminucién de las barreras espaciales crea un sentimiento de inseguridad y de amenaza que, combinado con la intensificacién de la competitividad entre paises, regiones y ciudades, produce un repliegue en la geopolitica local, el proteccionismo, la xenofobia y el “espacio defendible”» (1988: 25); es a esoa lo que el propio Harvey (1998) denomina «trampa comunitaria». Desde esta perspectiva, el retorno a lo local conllevaria, en tiltima instancia y en sus posiciones mas extremas, el cultivo de actitudes retrogradas, conservadoras e incluso antiurbanas y antimetropolitanas. He ahi la cultura de la desesperanza que, ante un futuro incierto, invoca un pasado mitico, idealizado y,en definitiva, tergiversado. En un vano intento por recuperar una territorialidad existencial hoy perdida, esta especie de localismo neorromantico reivindicaria costumbres, habitos, disefios urbanos y formas arquitecténicas propias del pasado, olvidando —siempre segin sus criticos— que las pequefias comunidades locales han sido siempre los espacios por exce- lencia de la jerarquia, de la sumisién del individuo al grupo y del grupo a la tradicién, del control social y del conformismo asfixiante. De ahi que, de una forma tajante, algunos auto- res nos pongan en guardia ante el peligro de volver a espacios microsociales, después de tantos esfuerzos realizados en los tiltimos siglos por intentar escapar precisamente a las logicas tribales y corporativas: «Hay mucha nostalgia restauradora en tantas reivindicacio- nes locales... una nostalgia andloga a las tentativas de encerrarse entre murallas medievales en un mundo que cambia en direccién opuesta» (Sernini, 1989: 38). ‘Como era de esperar, existen, por otro lado, valoraciones totalmente opuestas a las anteriores, de caracter positivo y optimista (Frampton, 1985; Cooke, 1990). Estas interpre- tan el fenémeno en términos progresistas y de resistencia cultural. El retorno a lo local seria un excelente antidoto contra la imposicion de valores supuestamente universales, dictados por los grandes poderes econémicos y transmitidos por los mass-media. Es en los lugares concretos, en los microespacios (pueblos, barrios, ciudades pequefias y medianas) donde, gracias a su peculiar quimica social, se crea y recrea la diversidad, y no en los grandes 210 ‘TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA Geografia politica alos planificadores de las ciudades y de las regiones... ¢ incluso a los lideres nacionalistas. En efecto, «lo local y lo global se entrecruzan y forman una red en la que ambos elementos se transforman como resultado de sus mismas interconexiones. La globalizacién se expresa a través de la tensién entre las fuerzas de la comunidad global y las de la particularidad cultural, la fragmentacién étnica, y la homogeneizacién» (Guibernau, 1996: 146). Mas atin: el lugar actiia a modo de vinculo, de punto de contacto e interaccién entre los fendmenos mundiales y la experiencia individual. En efecto, «glocal» se ha convertido en un neologismo de moda. Es sorprendente, pero lo cierto es que, en vez de disminuir el papel del territorio, la internacionalizacién y la integracion mundial han aumentado su peso especifico; no sélo no han eclipsado al territorio, sino que han aumentado su importancia. Estamos, pues, ante una revalorizacién econémica del lugar, sin duda, pero no sélo econémica. Este reaparece también en sus dimensiones culturales, sociales y politicas. Ante la crisis del Estado-nacién y los procesos de homogeneizacién cultural, las lenguas y las culturas minoritarias reafirman su identidad y reinventan el territorio, puesto que es innega- ble que una cultura con base territorial resiste mucho mejor los embates de la cultura de masas mundializada. Por otra parte, muchos movimientos sociales de nuevo y viejo cufio se organizan —yen algunos casos se definen—territorialmente. Los grupos ecologistas, por ejemplo, no sélo se organizan localmente, sino que su propia filosofia es descentralizadora y territorializada, en el sentido de que actuan en primera instancia para resolver los problemas mas inmediatos y més locales de degradacién ambiental, sin dejar por ello de preocuparse, obviamente, por temas de Ambito mundial, como el cambio climatico o la disminucién de la biodiversidad. Otro ejemplo seria el de las denominadas tribus urbanas, complejo fenémeno social de gran trascendencia y enormemente territorializado. En efecto, de nuevo nos encontramos aqui ante una suerte de paradoja espacial. El lugar (lo propio, lo cercano) se ve invadide por lo externo, por lo universal, por la globalizacién, en definitiva, y, por lo tanto, se convierte en un espacio abstracto, neutro, homogéneo. Asi pues, aparentemente, estos jévenes habitantes urbanos son cada vez menos de un lugar concreto, puesto que éste, como la cultura, la politica o la economia, se ha globalizado. Sin embargo, «lo que se intenta arrojar por la puerta, entra por la ventana. El debilitamiento de la identidad tradicional fundada en el espacio propio provoca una sensacién de vacio psicolégico que propicia un movimiento de reacci6n, de vuelta atrés: perdida la seguridad que ofrecian las antiguas fronteras, se i entonces, nuevas barreras, nuevas divisiones...» (Pere-Oriol Costa, José Manuel Pérez Torne- roy Fabio Tropea, 1996: 29-30). En los movimientos neotribales urbanos tipicos de las socie- dades postindustriales se observa con sorpresa que, cuanto mas cosmopolita es una ciudad, més deseos de enraizamiento localista se detectan. Se produce asi una especie de apropia- cin y delimitaci6n del territorio guiada por un fuerte sentimiento de pertenencia al mismo. Finalmente, en lo referente a la dimension politica, hay que reconocer que el territo- rio tiene un peso especifico cada vez mayor en el Ambito politico, no sélo porque la poli- tica absorbe problemiticas sociales de cardcter territorial, como las ambientales, sino porque las propias organizaciones politicas, incluidos los partidos, no tienen mas reme- dio que descentralizarse para acercarse mas y mejor al ciudadano. Lo més curioso del ‘caso es que algunas experiencias politicas supraestatales, fundadas y constituidas formal- mente por Estados-nacién, han desarrollado intensas politicas regionales e incluso loca- les. El ejemplo mis ilustrativo es sin duda el de la Union Europea, un complicado entra- mado de foros y de iniciativas politicas en el que los Estados-nacién tienen sin duda primacfa, pero de una forma cada vez mis difusa y condicionada por las estrategias regio- nales y locales. El resultado de todo ello es «un complejo orden politico en el cual la politica europea se regionaliza, la politica regional se europeiza y la politica nacional se europeiza a la vez que se regionaliza» (Keating, 1996: 68). ‘TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA 209 Geogratia politica espacios abstractos, incluyendo también en esta categoria a las grandes metropolis contem- pordineas. En las megalopolis, segiin estas versiones, la ciudad tradicional ha dejado de exis- tir: ha explotado en mil fragmentos, se ha balcanizado y descontextualizado, ha perdido sus contornos y su cohesién y su estructura ya no es comprensible; en definitiva, ha dejado de ser humana, ha perdido su identidad. Contra todo ello se alzaria el redescubrimiento del lugar y de la dimensién local. Las comunidades locales serian la base fundamental de la nueva movilizacién social, al canalizar las reivindicaciones por conseguir una mayor des- centralizacion del poder y de la toma de decisiones. ‘Como ocurre a menudo, es probable que las dos interpretaciones tengan algode razon, por lo que cabria pensar en la posibilidad de una tercera via que profundizara en aquellos elementos no incompatibles de las mismas. Sea como fuere, lo cierto es que estamos asis- tiendo a una revalorizacién del papel del «lugar» y a un renovado interés por una nueva forma de entender el territorio que sea capaz de conectar lo particular con lo general, uno de los rasgos esenciales de la nueva geografia politica. 4. Nuevas perspectivas en geogratia politica Como veiamos al principio de este capitulo, la geografia politica esta experimentando en afios recientes una notable vivificacién, hasta el punto de que ha Ilegado a considerarse como una de las especialidades mas dinamicas de la geografia contemporanea (Garcia Ba- llesteros, Bosque Sendra, 1985; Pacione, 1985; Lévy, 1988). La publicacién de libros y de manuales sobre el tema es continua y existen varias revistas especializadas como Hérodote y Political Geography. En otras revistas de temas mas variados, como Documents d’Andlisi Geografica, Society and Space, Gender, Place and Culture 0 Antipode, también se observa una atencién especial al estudio de la dimensién espacial de los fenémenos politicos. Acllo ha contribuido la reintroduccién de la dimensién espacial en las preocupaciones propias de la teoria social, lo que ha resituado el papel de la geografia como saber clave para interpretar la cambiante realidad social de nuestro mundo. A su vez, la cultura ha dejado de ser una categoria residual, una variacion superficial no explicada por los andllisis econémi- cos: la cultura es ahora vista como el medioa través del cual las transformaciones se experi- mentan, contestan y constituyen. Hoy en dia lo cultural se halla inscrito en todos los espacios (también los politicos y los econémicos) y en todos los ambitos de la sociedad, de manera que este énfasis en Jo cultural —en los procesos culturales— conlleva el replanteamiento de los principios y los objetivos de la propia geografia. En esta nueva geografia politica de elevado componente critico las conexiones con la geografia social y cultural son evidentes y se establecen en buena medida a través de un concepto clave, el de identidad, que a partir de ahora ya no ser4 concebido como algo monolitico, sino mas bien como un fenémeno miltiple, heterogéneo, multifacial y hasta cierto punto imprevisible que problematiza y recompone tradiciones. La identidad es algo que, en gran medida, se construye. El tema de las identidades culturales colectivas es fundamental en el contexto de la globalizacion. La circulacion de las personas, bien de forma voluntaria (viajes de turismo y ocio), bien por necesidad (migraciones por motivos laborales o éxodos debidos a conflictos armados), confronta al autéctono, al ciudadano que no se ha trasladado, con su propia identidad. Al con- templar y convivir con otras identidades culturales, este ciudadano se ve inevitablemente aboca- doa plantearse su propia identidad, a compararla con lade los demas. Es entonces cuando surge el conflicto, que puede resolverse satisfactoriamente —o no— en funcién de miiltiples y diversas variables, porque hay que reconocer que la diversidad identitaria en la que nos movemos noest4 exenta de tensiones y contradicciones, no solo de grupo, sino también individuales. TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA 2

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