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EL MUNDO EGEO

Introducción
El mundo Egeo o Civilizaciones Egeas, son denominaciones historiográficas
para la designación de un grupo de civilizaciones prehelénicas (anteriores a la
civilización griega) que se desarrollaron en un territorio en torno al mar Egeo.
Están conformadas por las civilizaciones cicladas (en torno a las Cícladas),
minoica (en la isla de Creta) y micénica (comprendida por la Grecia
continental europea). Con el surgimiento de las culturas griegas y del Oriente
Próximo, las tierras que rodeaban este mar fueron la sede de civilizaciones
muy distintas y la cultura de las islas del Egeo se identificó con la de toda
Grecia.

El mundo Egeo presentaba en general un aspecto de unidad y el mar que lleva


el mismo nombre era el camino por el cual transitaban los hombres desde
tiempos neolíticos; hecho que se intensificó durante la Edad del Bronce y
luego en los períodos históricos antiguos. Toda la zona comprendida por la
tierra firme griega, las islas (Creta y Chipre incluidas) y la costa occidental de
Anatolia, adoptó la cultura griega, comenzando un período de unificación
política que llegaría a término bajo el Imperio Romano. Esta zona presentaba
un terreno, recursos y clima similares, lo que significó una cultura material
similar. Sin embargo existían diferencias, por ejemplo ente Creta y Grecia, las
cuales presentaban historias distintas, lo cual se modificó cuando ambas
culturas tuvieron un contacto activo hacia el año 1600 a.C.

En Grecia, la Edad del Bronce se inició hacia el 3000 a.C., como consecuencia
de los progresos técnicos producidos al Este del Egeo y no de hallazgos
independientes. A partir de la llegada de los metales se producen más de tres
mil años de poblamiento y de crecimiento; los milenios que medían entre
Nueva Nicomedia y la primera Edad del Bronce fueron años de crecimiento y
de desarrollo en muchos aspectos: la proliferación de variedades de alimentos,
el perfeccionamiento y la especialización de utensilios y armas, cerámica,
medios de transporte y arquitectura. Se produce, también aparentemente, un
considerable aumento de la población hacia el final de este período. Durante
un tiempo prolongado los utensilios y armas metálicos fueron escasos, por lo
cual los materiales más usados continuaron siendo la piedra, el hueso y la
madera. Con las importantes consecuencias sociales y políticas, producto de la
aparición de los metales, parece surgir en Grecia un nuevo género de
asentamiento, al menos en “ciudades”, construidas en bloque, preferentemente
en las colinas próximas al mar o a lagos del interior. Los progresos existentes
en Egipto y Mesopotamia no fueron contemporáneos al mundo Egeo, hecho
demostrado por la aparición de los testimonios arqueológicos, los cuales
demostraron un grado de superioridad de las civilizaciones del Próximo
Oriente por sobre las del Egeo; tanto en lo que se refiere a comunidades
individuales (y a lo que estas construyeron) como así también a comunidades
determinadas. Habrá que esperar a la aparición de los grandes palacios
cretenses, posteriores al 2000 a.C., para encontrar algo de gran envergadura en
el mundo Egeo. Otro de los factores que produjeron este “retraso” en
comparación al Próximo Oriente, fue la ausencia de cualquier forma de
escritura. Incluso cuando finalmente aparece, tal vez unos mil años después
del hallazgo de la cuneiforme y de los jeroglíficos egipcios, su extensión fue
lenta, incompleta y su uso sumamente limitado. Los “acontecimientos”
producidos en la prehistoria Egea tienen registros escasos y sólo se conocen
por mitos y tradiciones muy posteriores. La arqueología revela la aparición de
cataclismos pero sin mayores detalles sobre ellos, así como también de los
personajes de esta civilización, no solo por la falta de textos escritos, sino
también por la ausencia de documentación monumental. No hay estatuas ni
pinturas murales, individualizadas en palacios o tumbas comparables a la de
los omnipresentes gobernantes, nobles, guerreros, escribas y dioses del
Próximo Oriente. Los gobernantes de Cnosos, Micenas y Troya rehusaron
pasar a la posteridad, por lo cual no existe un registro de ellos, ni siquiera la de
su nombre, en una losa o un sello. Todos los registros de fechas del Egeo son
de carácter arqueológico y se han calculado en función de las secuencias de
estilos cerámicos y de capas de depósitos de las ruinas en yacimientos
individuales.
La llegada de los griegos
La llegada de los griegos al Egeo fue un acontecimiento que se produjo en dos
oleadas, separadas entre ellas por más de un milenio, que dieron lugar a la
configuración de la Antigua Grecia clásica. A finales del tercer milenio a.C,
un grupo de tribus de origen indoeuropeo autodenominados helenos, llegaron
a las costas del mar Egeo y comenzaron a desplazar y absorber a los nativos
que hasta ese momento habitaban en Grecia. Estos invasores se dividieron en
tres grupos: aqueos, jonios y eolios. Los aqueos, los más destacados,
invadieron el sur de Grecia y se establecieron en la península del Peloponeso y
Tesalia, teniendo como centro la ciudad de Micenas, desde donde se
expandieron por toda la costa del mar Egeo. Dominaron a los cretenses y
formaron la cultura micénica, los jonios se asentaron principalmente en el
Ática y en la isla de Eubea a la vez que los eolios se asentaron en la región de
Beocia.

Cerca del año 1200 a.C. tuvo lugar la segunda oleada griega, conformada por
los dorios quienes provocaron la destrucción de la cultura micénica, a
excepción de algunas ciudades como Atenas. Todas las demás ciudades fueron
también conquistadas por ellos, debido a su mayor poder militar, reforzado por
el uso de armas de hierro. Se denomina a este período como “Edad Oscura”,
debido a la falta de testimonios escritos de los siglos siguientes a la
dominación doria. Este período corresponde a los cuatro siglos que separan la
caída de los reinos micénicos del surgimiento de la “polis”, ciudades-estado
independientes de la antigua Grecia, surgidas mediante un proceso de
agregación de núcleos y grupos de población. La polis fue el marco esencial
dónde se desarrolló y expandió la civilización griega hasta la época helenística
y la dominación romana. Los dorios fueron también fundadores de la ciudad
de Esparta, una de las más importantes del período clásico en el Hèlade,
nombre con el que se conocía antiguamente al territorio griego. Este es un
período caracterizado por la virtual ausencia de testimonios históricos, lo que
sin embargo, lejos de constituir una época de vacío, dio lugar a la formación
de muchos de los elementos que configuraron la identidad del pueblo heleno
de la época clásica. Con las grandes fortalezas micénicas destruidas, no se
volvió a ver en el territorio griego ninguna construcción monumental
levantada en piedra hasta pasados más de cuatrocientos años. Durante este
período la cultura material quedó reducida a una mínima expresión, lo
suficiente en todo caso, para constatar que Grecia fue víctima de incursiones y
de movimientos de población, que se tradujeron en una forma de vida
altamente inestable y semi-sedentaria. El síntoma más característico de estos
tiempos turbulentos estuvo signado por los grandes movimientos migratorios
de personas empujadas por la necesidad. Estos flujos migratorios llevaron a
los griegos a dispersarse, lo que produjo una descentralización del poder, lo
cual los incapacitó para realizar grandes obras arquitectónicas en conjunto y
de forma coordinada. Esta situación explica la pobreza de sus manifestaciones
materiales, que, en arqueología, son un claro referente del nivel de
prosperidad. La despoblación de las diversas regiones de Grecia superó el 50%
en la mayoría de los casos, llegando en algunos territorios a un 90% inclusive,
hecho al que hace mención el historiador Tuccidides, en su “Historia de la
guerra del Peloponeso”: “Es evidente que lo que actualmente se denomina
Grecia no estaba habitada de forma estable antiguamente, sino que al principio
había migraciones, y todos abandonaban fácilmente sus asentamientos,
forzados por otros pueblos cada vez más numerosos (…). En cambio el Ática,
que desde los tiempos más remotos permaneció sin revueltas a causa de la
aridez de su tierra, la habitaron desde siempre los hombres de un mismo
pueblo”. Los estudios realizados sobre el terreno apoyan las apreciaciones del
historiador ateniense, confirmando la idea de que el Ática permaneció al
margen de la oleada de sistemática destrucción, por lo cual no se produjo la
dramática ruptura que se produjo en las demás regiones. Manteniendo los
lazos con el exterior, gracias a su apertura física al mar, el Ática fue el foco de
un fenómeno que tendría una gran repercusión en el mundo griego que vendría
después: la llamada “primera colonización”, que consistió en el asentamiento
por primera vez del pueblo heleno, hacia el 1050 a.C., en las islas del Egeo y
la costa occidental de Asia Menor. Este territorio corresponde a la Jonia
mencionada por Tuccidides, una de las regiones más trascendentales en las
distintas etapas de la historia del pueblo griego.

El signo de una cierta recuperación se observa, asimismo, en la adopción de la


tecnología del “tan fatigoso hierro”, según expresión del poeta Homero. El
dominio del proceso de elaboración del hierro puso a disposición de los
griegos armas y herramientas de todo tipo, y este metal se convirtió en el
material básico de una nueva edad: la “Edad del hierro”. Este desarrollo
tecnológico dio lugar a una evolución que dejó sus marcas en la calidad de su
producción artística. Si la tosca cerámica submicénica mostraba el nivel de
decadencia que se había alcanzado en el siglo XI a.C., la finura, simetría y
proporción de las vasijas fabricadas en torno a los años 1050-900 a.C.,
demuestran una mayor riqueza cultural y material, período denominado
“protogeométrico”, nombre que deriva de la decoración de tipo abstracto de
estas vasijas. Para entonces, ciudades como Corinto o Atenas sobrepasaban el
millar de habitantes y es en este último enclave dónde tendrá lugar el último
impulso hacia la recuperación.

Bajo la virtual ausencia de datos históricos, la vida continuó, no obstante, su


desarrollo durante la Edad Oscura. De alguna manera, este período de la
historia griega constituye para su civilización un instante confuso e incierto
que precede a su posterior resurgimiento.

Las lenguas del mundo egeo


Existió un período en que Grecia y las islas estaban completamente unificadas
lingüísticamente, con diferencias meramente dialectales que se desarrollaron
relativamente tarde. La lengua griega perteneciente a la familia indoeuropea,
ya en la antigüedad se hablaba desde las orillas del Atlántico hasta Armenia y
el norte de la India. Existen testimonios convincentes de que estas lenguas no
eran originarias de ese territorio desde tiempos inmemoriales, o al menos de
que tenían rivales dentro de sus propios territorios durante toda la Edad del
Bronce, y en algunos casos hasta bien entrados los tiempos históricos. Una de
las teorías acerca de este hecho se basa en los movimientos de población,
hacia diferentes centros y direcciones, lo que explicaría la afinidad existente
entre los distintos tipos de lenguaje. Esta hipótesis sugiere que este
movimiento se refleja en las grandes destrucciones de Grecia, Troya y
posiblemente todas las regiones anatolias anteriores al comienzo del segundo
milenio a.C.
Sin embargo, no hay manera de demostrar esta hipótesis, ya que los
testimonios arqueológicos a menudo no arrojan luz directamente sobre la
historia de las lenguas y los dialectos; ni siquiera sobre migraciones que
se .conocen merced a otras fuentes o por deducciones seguras. Por ejemplo, no
se conserva ninguna huella arqueológica indiscutible de los dorios, bien
durante su emigración o después de su llegada a la Grecia propiamente dicha.

Es probable que lo que se conoce como “griego”, haya tomado forma


definitiva en la propia Grecia, luego de que el habla de los antiguos
pobladores de la península influyera en la de los recién llegados. Apareció
como muy tarde en el período Micénico (según muestran las tablillas del
Lineal B), cuando dos, o quizás tres, dialectos griegos estrechamente
emparentados parecen haberse difundido por toda la zona, excepto por las
regiones montañosas aisladas del noroeste en las cuales se desarrollo el
dialecto dorio. La clásica estructura dialectal perfectamente definida (jónico,
aqueo y dorio, con sus variantes y subcategorías, como el ático) debe
atribuirse al período que siguió al hundimiento del mundo micénico, pasado el
1200 a.C.

Semejante cuadro del desarrollo lingüístico

elimina la necesidad de oleadas sucesivas de inmigrantes de lengua griega,


cada una con su dialecto propio, lo que no excluye la posibilidad de que
hubiera más migraciones después del 2200 o 2100 a.C., procedentes del otro
lado del Egeo, por ejemplo, pero al menos para la historia del lenguaje
muestra que nos son precisas.

los caminos del mundo egeo


El Egeo siempre fue un vehículo de ideas, técnicas e instituciones, tanto a
principios del segundo milenio como en otras épocas. Suponiendo que fue la
fértil región de la Argólida el centro de la destrucción que los intrusos trajeron
consigo hacia el 2200 a.C., ello implica también que fue en esta región dónde
se extendió la cultura de los diferentes períodos, de los cuales surgió la
civilización micénica. La “llegada de los griegos”, significó en otras palabras,
la llegada de un elemento nuevo que se mezcló con sus predecesores para
crear lentamente una nueva civilización y extenderla como y por donde
pudieron. La destrucción de los centros de poder, como en el caso de la muy
fortificada Lerna, región cercana a la costa oriental del Peloponeso, al sur de
Argos, no supone el exterminio de sus habitantes ni destrucciones semejantes
en el interior. Durante períodos más o menos largos, algunas poblaciones
fueron abandonadas y otras no lo fueron. Estos y otros datos reflejan a la vez
la “colonización interna” de Grecia a partir de varios centros y un rápido
incremento de la población en cifras absolutas. Tratar de separar a los recién
llegados de sus predecesores en semejante desarrollo carecería de sentido si
fuera posible, pero no lo es. Y lo mismo cabe decir de sus contribuciones
respectivas a la cultura que comenzaba a desarrollarse. En suma, todos
contribuyeron de un modo u otro, incluso gentes de fuera de Grecia: de Creta,
las Cícladas y Anatolia. Sin embargo es poco lo que puede decirse de la
nueva cultura hasta el repentino estallido de poder y lujosa opulencia que
revelan los sepulcros del corredor de Micenas, los cuales aparecen después del
1600 a.C.

Durante quinientos o seiscientos años, los restos materiales hallados por los
arqueólogos mostraron un alto grado de pobreza, anterior a la etapa de
esplendor que vendría después de ellos. La arqueología, ante la falta de
escritura, es incapaz de indicar el desarrollo de la organización social y de las
ideas que han de servir de base a la organización micénica posterior. Sólo la
difusión de los acontecimientos y el aumento de población que ello supone
dan una idea de que estaba sucediendo algo significativo. Las aldeas tenían un
aspecto general uniforme: no estaban fortificadas y permanecían
desordenadas, situadas normalmente en montículos o colinas bajas; carecían
de grandes edificaciones y de elementos de arquitectura monumental. Estos
lugares, se convertirían posteriormente, en las sedes de un poder que llegaría
más allá de las tierras de cultivo inmediatas

CRETA Y MICENAS:
La Edad del Bronce griega comenzó con la introducción del metal, lo que
favoreció el comercio y la riqueza del país. Es durante este período cuando
florecieron en el Egeo oriental las dos civilizaciones en la que hunde sus raíces
la cultura europea. Transmisora de los saberes técnicos, comerciales y
culturales de las civilizaciones del Próximo Oriente, Creta se adueñó del
Mediterráneo, hasta que los reinos micénicos estuvieron preparados para
tomar el relevo y mirar en pie de igualdad a potencias como el Imperio hitita o
el Egipto de los faraones. Su rápida inclusión en el concierto internacional
hizo que sus palacios, como los de Cnosos y Festos, se convirtieran desde
comienzos del II milenio a.C., en el centro de un imperio comercial que se
extendía por las islas del Egeo y alcanzaba la Grecia continental.

Los griegos de la Edad del Bronce, cuya fortaleza principal se hallaba en


Micenas, adoptaron el estilo, la cultura y el modelo de administración minoica
(en la que el arte de la escritura era fundamental), y hacia 1450 a.C., los
belicosos señores de la guerra micénicos ya los habían reemplazado en los
centros de poder minoicos, y por ende, en el Mediterráneo. De este modo,
fueron los reinos de la Grecia continental los que ocuparon las rutas del
Mediterráneo, siendo reconocidos como potencia extranjera por los reyes del
País de Hatti (el Imperio hitita).

De esta relación puede que surgiera el enfrentamiento que dio pie a la historia
de la guerra de Troya, una ciudad que se halla en el territorio fronterizo de la
historia y el mito y que propone diversas cuestiones arqueológicas, como la de
su enigmático final, el cual coincide con el de los reinos micénicos y el del
resto de las civilizaciones egeas de la Edad del Bronce. Para los inicios de la
sociedad micénica, la civilización minoica ya llevaba tiempo constituido como
el enclave de referencia en las rutas comerciales que atravesaban el
Mediterráneo, lo que la había llevado a un nivel de progreso y refinamiento
mayor a los de la pujante sociedad que iba cobrando forma en el continente. El
grado de desarrollo que los micénicos llegaron a alcanzar se debió en parte a la
asimilación de los modelos de organización minoicos, y es asimismo evidente
la influencia que los cretenses ejercieron en todos los ámbitos, de manera
excepcional en el terreno cultural, sobre los griegos continentales.

Sin embargo, la sociedad micénica no fue una mera provincia de inspiración


cretense, sino una sociedad con su particular idiosincrasia, la primera que se
puede considerar propiamente griega y que hacia el año 1400 a.C., había
alcanzado sus más altos niveles de influencia en el mar Egeo. Así pues, entre
los años 1500 y 1150 a.C., Grecia vivió un período de esplendor, que en
términos arqueológicos, ha quedado reflejado en las enormes fortalezas de
Pilos, Tirinto, Orcómeno y sobre todo Micenas, cuyos señores habitaron
magníficos palacios de múltiples columnas , rodeados de oro, bronce y marfil
finamente trabajados por expertos artesanos.

Se trataba de una prestigiosa sociedad que en la última fase de la Edad del


Bronce tardío había dejado una honda impronta en el Mediterráneo, aunque
con el paso de los siglos ésta se había ido desvaneciendo. Tal vez sus únicas
huellas se limitaran a los versos del monumental poema épico, que Homero
había compuesto bajo el título de la Ilíada, para celebrar las hazañas de
aquellos griegos del pasado que, según el mito, habían reducido a cenizas la
legendaria ciudad de Troya.

Entre los siglos XIII al XII a.C., la sociedad micénica padeció el colapso total
de sus estructuras sin que se haya sabido determinar con exactitud las causas
que lo provocaron. Existen indicios que la amenazante sombra de terror que se
cernía sobre los reinos micénicos había sido de alguna manera prevista, puesto
que hacia la segunda mitad del siglo XIII a.C., los muros de Micenas y Tirinto
fueron ampliados y reforzados, además de que se adoptaron medidas para
asegurar el suministro de agua mediante la construcción de pasadizos que
conducían a cisternas subterráneas. El muro que se levantó a través del istmo
de Corinto evidencian el temor a un ataque proveniente del norte, y algunas
tablillas encontradas en Pilos hacen referencia a un contingente de centinelas y
remeros dispuesto para eventuales emergencias.

Son muchas las hipótesis construidas acerca del final de los reinos micénicos,
como las relacionadas con terremotos o cambios climáticos combinados con
hambrunas, pero esto es improbable, ya que una hambruna habría significado
un descenso en la población y no el abandono masivo de los distintos centros
de poder. Por este motivo, junto a estas teorías se han examinado otras
posibilidades, como los enfrentamientos entre centros de poder rivales o un
levantamiento de los sectores sociales sometidos. En términos históricos se
habla de la “invasión doria” debido a que quienes tomaron el control en las
principales zonas de influencia micénica tras el derrumbe de sus sociedades,
los espartanos por ejemplo, eran de esa estirpe. Así pues, mientras el bronce
relucía en las armaduras de los príncipes micénicos, nadie parecía pensar que
había llegado la hora de un nuevo material, que daría nombre a una nueva era.

Grupos de dorios venidos del norte habrían caído sobre las fortalezas de
Grecia a golpes de un metal que comenzaba a imponerse como un poderoso
instrumento bélico. Aquellas hordas enseguida se habrían hecho con el
dominio de los principales centros de poder, apagando para siempre una era
que los griegos posteriores recordarían como “Edad de los héroes” y dando
lugar a otra, más peligrosa y oscura, a la que denominaron significativamente
“Edad del Hierro”.

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