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Una mirada critica desde el Trabajo Social

Reflexiones en torno a la "cuestión social"

Desgrabación de la conferencia del Dr. José Paulo Netito dictada el 25 de octubre de 2000 en la Carrera de
Trabajo Social de la UBA

Estar hoy acá me trae mucha alegría porque me reencuentro con viejos amigos.

La idea de la charla es algo en lo cual estoy trabajando hace un tiempo. No sé cómo está el debate profe-
sional en la Argentina, pero en Brasil, Chile y Europa hay una discusión muy fuerte en torno a la “cuestión
social". Se trata de una discusión que no es casual. En los últimos veinte años en todo el mundo, sobre todo
bajo orientaciones políticas económicas del llamado “ajuste", se han incrementado, agudizado, procesos
sociales de pauperización frente a los cuales se han establecido nuevos patrones de análisis que recuperan las
viejas nociones de marginalidad, o plantean nociones que parecen nuevas, como la exclusión social.
En el marco de eso se discute: ¿Hay una nueva "cuestión social", o hay nuevas expresiones de la vieja
“cuestión social"? Esta discusión es extremadamente importante para los trabajadores sociales. Me gustaría
entonces, a modo de charla, intercambiar ideas sobre esto.
Intentaré distinguir tres momentos en mi exposición.
Primero hablaré sobre la "cuestión social" tal como ha sido pensada en el siglo XIX, y hasta mediados de
nuestro siglo. Segundo, me gustaría subrayar algunas de las relaciones y conexiones del Trabajo Social con
esta temática. Tercero, discutir un poco con ustedes si hay o no una "nueva cuestión social", o si tenemos
por delante nuevas expresiones de la causalidad histórica de la "cuestión social'', qué hacemos como trabaja-
dores sociales frente a eso.
Mi hipótesis es la siguiente: no hay ninguna situación histórica que ponga límites a las acciones profe-
sionales y que no ofrezca, además, posibilidades y alternativas.
El primer punto parece una cuestión filosófica, pero no lo es. Hoy está muy fuerte en el imaginario, y en
el discurso de distintas profesiones, la idea de lo “social". Si hay una palabra cuyo contenido preciso, riguro-
so, es muy difícil de establecer, es ésta: “social". Lo "social” sirve para todo. Pero, curiosamente, esta es una
palabra muy moderna; con la carga semántica que tiene hoy, no tiene más de 200 años. Todas las indicacio-
nes documentales accesibles a la investigación apuntan que lo "social” emerge, surge sobre todo en el pen-
samiento francés en los años '30 del siglo pasado, y gana una densidad muy fuerte en la transición de los
años '40 a los '50.
Y si en un primer momento la palabra era casi exclusivamente francesa, en el paso de los años '40 y’50
se vuelve universal. Hay una razón histórica para eso. Es la revolución del '48, ustedes saben que la revolu-
ción del '48; es divisoria de aguas, una frontera muy clara en e1 siglo XIX. Esta revolución que empezó en
febrero en Francia, como un rastrillo de pólvora cubrió toda Europa occidental, incluso su parte medi-
terránea, y también Europa Central y Asia Oriental, donde toma un rumbo que es de liberación nacional.
Pero la gran reivindicación de los revolucionarios del '48, no por azar, era la República Social.
Es la primera vez que con fuerza trasciende el léxico teórico y el léxico de los políticos. Les recuerdo
que el espacio de la política era todavía muy restrictivo, el voto universal era todavía una demanda; pero esta
palabra emerge de grupos pequeños para saturar, llenar la sociedad. Pero la palabra va a ganar dos sentidos
distintos. En los medios revolucionarios y reformistas, entendiéndose por ello, de una parte, el proletariado,
que surge como sujeto histórico en las jornadas, del ’48; y como reformistas los sectores radicalizados (la
pequeña burguesía). En este marco, lo “social" denotaba un universo que involucraba lo político y lo eco-
nómico, donde la idea de República Social era casi una reivindicación revolucionaria.
Pero el pensamiento conservador se ha apropiado de la expresión, y es cuándo surge -en los ’40-, pero
con mucho más fuerza después de la revolución del ’48, la idea dé “cuestión social". Se puede afirmar que la
expresión “cuestión social" aparece en el vocabulario político del siglo XIX después de la revolución del '48,
y con un significado que es distinto del que tiene entre los revolucionarios y los reformistas. Esto me parece
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un punto muy importante. Incluso para que nosotros podamos pensar el Trabajo Social en sus orígenes. Mi-
ren, tanto los reformistas pequeños burgueses como la pequeña burguesía radicalizada, que tiene un papel
muy importante en las jornadas del ’48, pensaban que la problemática social del orden burgués -les recuerdo
que el orden burgués gana su institucionalización hace poco tiempo; el Código Napoleónico, que es la gran
estructura del Estado burgués, es de 1808, o sea que las cosas estaban muy frescas en la memoria social-
sólo sería solucionada con una revolución política que marcase el tránsito hacia un orden pos-burgués, o sea
socialista. Entonces, para la izquierda en la segunda mitad del siglo XIX no había solución técnica ni social
a los problemas sociales sin cambios políticos fundamentales.
Había como una hipoteca. La solución de las cuestiones que marcaban el orden burgués -cuestiones de
desempleo, bajos salarios, pésimas condiciones de trabajo, de habitación, acceso a la educación, a servicios
de salud- sólo podría darse con un profundo cambio político que tuviera incidencias, económicas. Fuera de
eso, ni revolucionarios ni reformistas pensaban en la posibilidad de solucionar los problemas sociales. ¿Có-
mo reacciona frente a estas proposiciones el pensamiento conservador?
Acá hay que abrir un pequeño paréntesis: es importante no confundir el pensamiento conservador con el
pensamiento reaccionario, aunque en nuestro lenguaje cotidiano asociemos lo reaccionario con lo conserva-
dor. El pensamiento reaccionario es un pensamiento restaurador, o sea, él pretende la restauración de las
instituciones socio-políticas del antiguo régimen. Esta no es la posición de los conservadores. Los conserva-
dores se distinguen de los reaccionarios, desde el punto de vista teórico-político, por el hecho fundamental
de suponer que no se hace girar hacia atrás la rueda de la historia.
Para los conservadores, a lo largo del siglo XIX, el fin del antiguo régimen era algo establecido. O sea,
la unidad de la iglesia con el Estado, las órdenes o Estados feudales, nada de eso era restaurable. Para los
conservadores la revolución burguesa -el orden burgués- ya estaba establecida y no había cómo volver al
estado anterior.
¿Qué caracteriza al pensamiento conservador? De una parte, la idea de que el orden burgués es el orden
final de la historia; o sea, después de la Revolución Francesa, toda revolución no es más un caso de política,
es un caso de policía; luego, hay que reprimir los movimientos revolucionarios. Pero al mismo tiempo, y en
eso los conservadores se distinguen netamente de los reaccionarios, ellos entienden que esta sociedad no es
perfecta, que tiene problemas, y es necesario reformarla. ¿Ven lo que parece paradójico?: los conservadores
son reformistas. Es propio del pensamiento conservador, y es necesario subrayar esto especialmente cuando
estamos conversando con trabajadores sociales más progresistas, porque ellos tienden a identificar a conser-
vadores y reaccionarios en una misma cuna. Pero, son diferentes.
Es propio del conservadurismo proponer reformas. Todo conservadores reformista, pero no todo refor-
mismo es conservador. Lo que caracteriza al reformismo conservador es que éste piensa todas las reformas
bajo una doble luz: 1) sus límites, son los límites del orden burgués, se trata de un reformismo para mante-
nerlo; 2) la despolitización de la reforma; es un reformismo que despolitiza la naturaleza de la reforma. La
reforma propuesta por los conservadores incide siempre sobre aspectos técnicos, administrativos y procesua-
les. Cierro este tema y después lo retomamos en el debate.
¿Qué hace el pensamiento conservador después del ’48? Propone reformas sociales, reconociendo -así
como los revolucionarios y los reformistas- que el orden burgués tiene problemas. Pero, el pensamiento con-
servador crea la expresión “cuestión social" para decir lo siguiente: Hay problemas en el orden burgués que
pueden ser solucionados en el marco de este orden. Y esos problemas son los que se conocen bajo la expre-
sión “cuestión social”.
Voy a repetir para que quede claro. Para los socialistas y para los revolucionarios comunistas la proble-
mática social del orden burgués en el siglo XIX podría ser solucionada con cambios estructurales -políticos-
cuyas derivaciones económicas vulnerabilizaran el orden burgués. Para ellos, por lo tanto, la, problemática
social propia de la sociedad burguesa no era solucionable en el marco de esta sociedad. El pensamiento con-
servador, que no es reaccionario, acepta que hay problemas sociales, pero propone para solucionarlos refor-
mas en el marco de este orden; y llama a estos problemas “cuestión social”. Y propone intervenir sobre la
“cuestión social" bajo las dos luces que he subrayado antes. La primera: es posible intervenir sobre la “cues-
tión social” en el marco de este orden, o sea que no es necesaria otra estructura societal. La segunda luz:
haciendo intervenciones técnico-manipulativas. Para decirlo más sencillo: hay problemas sociales, con bue-
na administración y buenos técnicos podemos solucionarlos; el problema es de planeamiento, de estrategia,
de operacionalidad, del buen uso de los recursos.
Con esto quiero enfatizar algo: en sí misma la expresión “cuestión social" es una expresión conservado-
ra. Esta expresión es una objetivación del pensamiento conservador, el cual reduce lo que son problemas,
estructurales del orden burgués a su expresión despolitizada, que es “cuestión social".
Es evidente que estoy hablando de la génesis, esto cambia con los años. Sólo un detalle: jamás he escrito
la expresión "cuestión social" sin comillas, porque ésta es una perla del pensamiento conservador, la hipóte-
sis interventiva del pensamiento conservador de que es posible enfrentar la ‘‘cuestión social” sin enfrentar
los rasgos estructurales del orden burgués.
Bueno, ¿quién ha incorporado primero la idea de la “cuestión social”? Han sido los prusianos. Ustedes
saben que la unidad nacional alemana es la penúltima unidad nacional europea. Esta se obtiene en 1869 bajo
el control prusiano. En los últimos 30 años del siglo pasado, uno de los últimos países a constituir su Estado
nacional, Alemania, experimentó un brutal desarrollo capitalista. Pero, curiosamente, sin haber pasado por
una revolución democrática burguesa. La revolución burguesa tal como se ha operado en Inglaterra, en
Francia, en Bélgica, no ha ocurrido en Alemania. En Alemania el desarrollo capitalista se hace con una bur-
guesía muy débil, y para el control de la nobleza prusiana. Su máximo representante es Bismark. El período
bismarkiano marca el ingreso del proletariado en Alemania, es entonces que ocurre la tardía revolución in-
dustrial en este país. Entre 1870 y 1900, Alemania se vuelve una potencia capitalista. Su industrialización es
tardía pero muy intensa; lo que significa decir que con una burguesía débil hay un proletariado muy vigoro-
so, muy combatiente, y sobre el cual las reivindicaciones revolucionarias y reformistas encuentran larga re-
sonancia. No es casual que el primer partido socialista de masas haya sido el Partido Social Demócrata Ale-
mán.
Bueno, ¿qué hace la elite prusiana? Incorpora el problema de la "cuestión social'.
Bismark es un anticipador, promueve las primeras protoformas de políticas sociales. Las políticas socia-
les surgen entonces como una anticipación a las demandas obreras; y con la clarísima idea de que a través de
estos instrumentos institucionales se pueden reducir los impactos de los problemas propios de la industriali-
zación.
Entonces, los primeros en trabajar, en el sentido de una intervención, sobre la “cuestión social”, son los
prusianos; que como ustedes saben han sido siempre muy prácticos desde el punto de vista político. No es
casual que la idea de una vía prusiana, o sea un desarrollo capitalista sin reformas estructurales, se haya
vuelto una llave holística muy importante. Gramsci va a llamar a esto "revolución pasiva".
Los prusianos han sido muy prácticos; en estos procesos dejaron de lado las cuestiones religiosas de sus
tiempos. Pero no olviden que la Iglesia Católica venía de una pérdida enorme de influencias, y sobre todo de
recursos, desde la Revolución Francesa. La Revolución Francesa marca la laicización del Estado moderno.
Y hasta la década del '80 la Iglesia Católica estaba perdiendo rápidamente sus soportes de legitimación en el
medio de los trabajadores, una vez que se ponía abiertamente en el campo reaccionario. Hasta la década del
‘70/’80 del siglo XIX el Vaticano promueve la restauración. En la segunda mitad del siglo XIX el Papa re-
clama por las instituciones medievales, la cual es el ejemplo del reaccionarismo extremo de la Iglesia Cató-
lica. En las décadas ‘80/ ’90 queda muy claro que con esta orientación la Iglesia perdería sus feligreses entre
los trabajadores. Hay una clara inflexión, un claro giro en la orientación de la Iglesia. Esto comparece en la
encíclica de León XIII, que es cuando la Iglesia por primera vez deja de proponer una programática reaccio-
naria y asume una clara perspectiva reformista, pero del reformismo conservador. El eje de esta encíclica es
la “cuestión social". El Papa, el Santo Padre, incorpora la “cuestión social". Esto es el fundamento de la doc-
trina social de la iglesia en la modernidad. Es un esfuerzo de la iglesia para abrir su camino en el marco de la
modernidad. Lo cual desarrollará intentando confluir con las prácticas anticipatorias de sistemas de protopo-
líticas sociales que han sido utilizadas inicialmente por los prusianos. Y bajo está orientación ideológica de
la Iglesia, es que el conservadurismo trae para sí el trato de la "cuestión social". O sea, aquél enunciado que
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es propio del conservadurismo, gana ahora más que el simple reconocimiento de los problemas del orden
burgués. Y con este reconocimiento va a ir toda una programática socio-política. Yo diría que con todas las
modificaciones y con todos los cambios; es esta línea interpretativa de la "cuestión social" la que hasta hoy,
más de cien años después, continúa de alguna manera amparando las formas de intervención del pensa-
miento conservador.
¿Cuáles son las características de este encuadre de los problemas sociales bajo la óptica de la "cuestión
social"? El primer rasgo es una clarísima moralización de la "cuestión social”. ¿Cómo se percibe esto? Se
percibe en una argumentación que no es exclusiva del Papa. Valdría la pena hacer un estudio de cómo el
conservadorismo reformista de León XIII no sólo recoge algunos de los elementos de la experiencia prusia-
na, sino también, curiosamente, elementos de la tradición positivista. Ustedes dirán: ¿cómo puede ser que el
Papa tome las ideas de alguien que ha sido radicalmente protestante como Bismark? Bismark incluso había
perseguido a los católicos alemanes... Es una mezcla inusitada. Pero más inusitada todavía es la relación de
la Iglesia con el positivismo. Ustedes saben que la iglesia tiene distancias muy claras con el positivismo. Sea
desde el punto de vista ideológico, o desde el punto de vista epistemológico, ustedes saben que las bases de
la doctrina social es el newtonismo, y el newtonismo no es fácilmente conciliable con el positivismo. La
expresión entonces de la encíclica del ’91 es una síntesis del pensamiento conservador no sólo católico, yo
diría que la habilidad de esta encíclica es que recoge para el encuadre de la Iglesia toda una serie de ideas, de
proyectos, que estaban como flotando en el pensamiento conservador de la segunda mitad del siglo XIX.
Si leen las obras de Comte., encontrarán un proyecto de reforma social que no es muy distinto al del Pa-
pa. ¿Cuál es el eje del proyecto? La moralización de la "cuestión social”. Ello consiste en la suposición de
que hay un orden natural en la sociedad. En la sociedad hay una jerarquía social que es natural. Entonces, es
natural que haya quienes mandan y quienes obedecen; que haya ricos y pobres. Y el Papa dice: así como en
el cuerpo hay manos, pies y cerebro; en la sociedad están los de arriba y los de abajo, esto es natural. Enton-
ces, el primer movimiento es de una naturalización de la sociedad, hay pobres, hay ricos; no hay que tocar
eso porque es natural. Pero, al mismo tiempo que dice esto, ¿a qué recurre el Santo Padre para decir que esto
no puede ser motivo de discordia, de conflictos? El dice: “Hay una chispa divina en todos los hombres que
los unifica por la gracia de Dios a través de la noción de la 'solidaridad', de la fraternidad; que se traducen en
la caridad". Entonces, ¿qué propone el Santo Padre? Primero, que los obreros no oigan las palabras de los
falsos profetas, que no se articulen para hacer huelgas, sabotajes. El mensaje del Papa es clarísimo: "Seño-
res, cierren los oídos a los anarquistas, a los sindicalistas, a los socialistas, que son falsos profetas. No se
debe conspirar contra los patrones". Pero al mismo tiempo el Papa se dirige a los empresarios y les dice que
es necesario contener sus ansias de ganancias, es necesario pagar sueldos decentes. Es esta dirección moral
la que fundamenta la caridad y la filantropía que puede unificar a la sociedad.
Vean este doble movimiento: de una parte, la naturalización, y de otra parte, la moralización. Es una
exigencia moral trabajar para que este orden natural no cree condiciones de conflictividad. Es el primer ras-
go de la proposición interventiva que hacen los conservadores, y que se encuentra muy claro en la encíclica
del '91. Pero, en segundo término, no basta tenar esta conciencia, no basta que los obreros de una parte y los
empresarios de la otra aúnen sus esfuerzos; no basta con afirmar que trabajo y capital son complementarlos
y armónicos. Este es el eje del mensaje. Pero no basta.
Es necesaria una acción intencional sobre la "cuestión social" para solucionarla. La propuesta de una ac-
ción social intencional no es exclusiva de la encíclica. En la encíclica esta propuesta es dirigida a los legos
de la Iglesia. Pero llama la atención, que casi contemporáneamente, Durkheim hiciera la misma convocato-
ria desde un punto de vista laico. Ven que hay una perfecta integración de los varios conservadorismos: el
conservadurismo confesional de la Iglesia Católica, el conservadurismo laico de Durkheim, el con-
servadurismo protestante de Bismark. La idea es que no basta con tener una concepción ideológico-teórica
de que esta sociedad es viable, de que ella no es necesariamente conflictiva, que puede tender a una armonía,
que es necesario que exista un grupo de personas que intervengan a través de una acción intencional para
eso. Es evidente que en el conservadurismo laico esto remitía a las políticas sociales. En el conservadorismo
confesional esto remitía a la organización de los feligreses laicos, para que ellos se organicen, se movilicen,
y hagan acciones de naturaleza filantrópica o no, pero que intencionalmente implementen la conciencia de
que esta sociedad es viable.
El Trabajo Social tiene sus fuentes inspiradoras en estos movimientos, especialmente en nuestros países,
donde ha existido una fuerte influencia de la Iglesia Católica. Yo sé que en la Argentina es distinto, pero el
Trabajo Social ha sido introducido por la Iglesia en Brasil, Chile, Perú; no así en Uruguay, Solivia y Argen-
tina. En estos últimos, el papel del Estado ha sido más sobresaliente en la institucionalización del Trabajo
Social. Pero, igualmente, en todos estos países la cultura católica es la predominante.
Es necesario distinguir el Trabajo Social inspirado en la cultura católica, del Trabajo Social que viene in-
fluenciado por la línea protestante. Hago esta distinción porque quiero aclarar que cuando hablamos de la
influencia del Trabajo Social norteamericano, vemos que Mary Richmond no tenía una postura católica,
tenía una concepción de filantropía y de caridad distinta de la tradicional católica. Ella era de una confesión
de la reforma protestante muy peculiar, con poca presencia en América Latina.
En el Trabajo Social hay dos matrices: una matriz propia de la cultura protestante, y otra marcada por la
Iglesia Católica. En esta cultura que es la nuestra, la noción de la “cuestión social”, es constitutiva del Tra-
bajo Social. Hasta el punto que en la bibliografía histórica del Trabajo Social siempre se hace una relación
directa entre “cuestión social’’ y Trabajo Social.
Los trabajos de historia del Trabajo Social son muy pocos. Y en casi todos ellos se establece una rela-
ción directa entre "cuestión social “y Trabajo Social. Yo estoy convencido de que esto es falso. No hay una
relación directa entre reconocimiento de la “cuestión social" y profesionalización del Trabajo Social. Este es
el punto sobre el cual quiero detenerme, porque hoy tiene las mayores implicaciones. Yo sostengo la tesis -
que es polémica- de que no es la "cuestión social" el motivador de la institucionalización del Trabajo Social.
En este sentido, pensar en el Trabajo Social en cuanto profesión, me lleva a reflexionar qué entiendo por
profesión: una institución que supone una formación reconocida como tal, ritos de pasaje, una legislación y
una remuneración mercantil claramente puesta como vínculo de trabajo.
Yo considero que el Trabajo Social como profesión, solamente se pone en nuestras sociedades cuando la
“cuestión social”, además de reconocida como tal, es objeto de un trato específico del Estado. Sólo cuando
el Estado se propone Intervenir con formas institucionales, se crea el espacio para la profesionalización del
Trabajo Social. Para decirlo sintéticamente: se puede reconocer la “cuestión social en la Inglaterra de los
años 20 del siglo pasado, y no existía el Trabajo Social. Se puede reconocer, incluso bajo la expresión con-
servadora "cuestión social", su problemática en la Francia de los años 70; y no existía el Trabajo Social en
cuanto profesión.
El Trabajo Social se institucionaliza en Europa y en América; en África y en Asia llega bajo las adminis-
traciones coloniales. En nuestros espacios la institucionalización del Trabajo Social empieza a fines del siglo
XIX y está casi realizada en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Va a ser así como, ya bajo el control
del capital monopólico, el orden burgués pasa a intervenir sistemáticamente sobre la “cuestión social”. Y
pasa a intervenir con una forma nueva. El Estado burgués no interviene sistemáticamente sobre la "cuestión
social” sino después de los años 90 del siglo pasado. Lo ha hecho siempre, pero de una forma represiva. A
partir de allí la represión tiende a ser reemplazada por mecanismos integradores. Es cuando estos mecanis-
mos integradores toman la forma sistemática de políticas sociales. Es sólo a partir de ahí que se percibe la
institucionalización del Trabajo Social.
Recientemente se han realizado dos contribuciones a los trabajos sobre la historia del Trabajo Social que
realizaron Ezequiel Ander Egg y Norberto Alayón. Me refiero a lo producido por Gustavo Parra, quien es
uno de los pioneros al trabajar el carácter antimoderno del Trabajo Social; y otro trabajo de un nivel más
concentrado es el de Alfredo Carballeda; él va por otro camino, otra concepción teórica, pero que también
aporta elementos muy interesantes sobre la historia del Trabajo Social en la Argentina.
Entre los años ’90 y ’40 lo que marca la posibilidad de institucionalización del Trabajo Social es el reco-
nocimiento de que la “cuestión social" no es solucionable por medio de la represión contra aquellos que la
denuncian, y que, por el contrario, es necesario encontrar formas integradoras para aquellos que sufren las
expresiones de la “cuestión social”. Y de ahí la institucionalización de las políticas sociales, que dejan de ser
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episódicas y pasan a constituir instrumentos de regulación social que en el límite va a dar en la constitución
del llamado Estado de Bienestar. Pero ¿Por qué? se puede ubicarla institucionalización del Trabajo Social en
este período? Porque ustedes saben- desde la conceptualización clásica liberal de Marshall, lo que es carac-
terístico en la constitución de la ciudadanía moderna es que el último de sus componentes, los derechos so-
ciales, son reconocidos en el siglo XX. Los derechos políticos son propios del siglo XIX y de la primera
mitad del siglo XX. Entonces, es precisamente en este cruce entre políticas sociales, derechos sociales y
reconocimiento de la “cuestión social" que emerge el Trabajo Social. Y lo hace bajo la idea claramente con-
servadora de que una intervención técnicamente adecuada, ideológicamente coherente con ésta (este es un
valor clásico del rasgo de la moralidad que he mencionado) y claramente despolitizada, es la vía para el en-
frentamiento de la “cuestión social".
Es en este marco que nuestra profesión se institucionaliza. O sea, su relación con la “cuestión social" es
mediada por dos ángulos: por los instrumentos estatales de regulación social y, por otra parte, por una visión
ideológica y despolitizada que es patrocinada por la Iglesia. Antes que ustedes me cuestionen, debo aclarar
que yo no estoy atribuyendo a la iglesia una acción sin dirección política. Es evidente que la tiene. Pero lo
característico de esta acción política es no presentarse como tal; lo que no es un privilegio de la iglesia pues
la mejor manera de hacer política conservadora, es decir “No me gusta la política”. Todos los que dicen “la
política me enoja", seguramente adoran la política conservadora. Entonces hay una dirección política clara
en la propuesta de la Iglesia, pero esta dimensión se pone como una dimensión “a-política”: la idea de una
tercena vía, ni capitalismo ni comunismo, la actitud frente a los cambios de poder. Esta es una acotación.
La segunda es claramente visible para nosotros porque el Estado ha sido y continúa siendo el principal
empleador de Trabajadores sociales. Y no sé cómo está este cuadro en la Argentina frente a los cambios de
los últimos 15 años, pero supongo que el Estado constituye el gran empleador de trabajadores sociales. Esto
no es una peculiaridad.de nuestros países; incluso en EE.UU., donde hay una gran tradición de ONGs y de
voluntariado, el Estado es un fuerte empleador-de trabajadores sociales.
Se entiende entonces porqué el instrumento de regulación que han sido las políticas sociales demandaban
ejecutores, demandaban operadores, y el Trabajador Social ha sido históricamente ej. operador de las políti-
cas sociales.
Deseo puntualizar una cosa. Esto tiene que ver con nuestra ubicación subalterna hasta muy recientemen-
te en las estructuras profesionales. Yo tengo una actividad investigativa que no es exclusivamente en el ám-
bito del Trabajo Social, y en este sentido tengo publicaciones. Cuando estaba en un seminario o conferencia
y me preguntaban cuál era mi formación de base, incluso provocativamente yo decía: “Soy trabajador so-
cial", y la gente se quedaba: “¡Ah, trabajador social!", como queriendo decir:”Un hombre tan inteligente...
¿qué hace en el Trabajo Social?, el Trabajo Social es para muchachas poco dotadas intelectualmente". Fe-
lizmente, en los últimos 30 años esto ha cambiado sustantivamente, pero ¿por qué nuestra ubicación subal-
terna, o en el ámbito paramèdico, o en el ámbito parajurídico? Es porque la ejecución terminal de las políti-
cas sociales ha sido el punto donde nosotros nos. inscribimos en la división socio-técnica del trabajo. De ahí
que a los sociólogos, a los antropólogos, a los psicólogos sociales, a los cientistas sociales, a ellos les cabía
estudiar, pensar; y a nosotros la sucia tarea de meter la mano en la basura de la práctica. Esto quedó como
una clara distinción entre nosotros y ellos. Pero esto cambia a partir de los años ‘65/’70, y no solamente en
América Latina con la reconceptualización; también en parte de Canadá, en algunas áreas de Inglaterra y
Europa occidental.
Si mis consideraciones son correctas, pasando al tercer paso, si la "cuestión social", se expresa hoy con
nuevas caras, o si hay una “nueva cuestión social" no es algo que nos sea indiferente. Les recuerdo que hay
pensadores muy influyentes, por ejemplo Pierre Rosanvallon, que sostienen lo siguiente: con la crisis termi-
nal del Estado de Bienestar, el pacto social que éste expresara deja de tener vigencia. Y ahora lo que tene-
mos que hacer no es rescatar aquel Estado de Bienestar sino, por el contrario, encontrar nuevas formas de
regulación social que tienen que ser nuevas porque hay una “nueva cuestión social". La vieja “cuestión so-
cial”, que estaba enclavada en la relación capital-trabajo, deja de tener vigencia.
Ahora hay una “nueva cuestión social’’ que se va a expresar también bajo formas nuevas; las cuales son
analizadas por Rosanvallon. El representa a una corriente de pensadores europeos que dicen lo siguiente: “El
tiempo del Estado de Bienestar ha terminado y hay que encontrar un nuevo (y observen la palabra) pacto de
solidaridad. Es necesaria una nueva forma de solidaridad. Todos aquellos que imaginan que tenemos una
“nueva cuestión social" que no puede más ser tratada con el cuadro analítico que ha respondido a los pro-
blemas de la “vieja cuestión social'', todos-ellos encuentran en esta palabrita, la palabra mágica de tratamien-
to de la cuestión: solidaridad.
La solidaridad, los vínculos solidarios, las nuevas solidaridades; esto es una constante, un núcleo temáti-
co que encontramos en todos los pensadores que recomiendan la discusión de la “nueva cuestión social”.
Hay otros pensadores que plantean en forma distinta la cuestión. Creo Que también es conocido acá Robert
Castell, con su tesis sobre la metamorfosis de la “cuestión social”. Porque incluso él supone que la expresión
“cuestión social" tiene un alcance mucho mayor de aquel que yo le estoy atribuyendo. Para mí la “cuestión
social” es específica del orden burgués. Castell tiene un abordaje distinto. Para él la “cuestión social" es una
cuestión fundamental que interpela la posibilidad de integración de cualquier orden social. El vincula esto a
la emergencia del salariado moderno. Entonces, cubre un período histórico mucho más amplio que el encua-
dre específico de la sociedad burguesa. Pero lo que es importante es que Castell no dice "tenemos una nueva
cuestión social", sino que insiste en la metamorfosis de ella, llegando al punto de decir que lo que hoy se
llama "exclusión social" es una equivocación. Para Castell esta expresión de "exclusión social" es ambigua,
y él busca llamar a los fenómenos así denominados con el término '‘desafiliación".
Yo sostengo que no hay ninguna "cuestión social" nueva. Lo que hay es que la vieja causalidad -o sea, el
antagonismo insuperable entre capital-trabajo- encuentra hoy una sociedad donde el trabajo es cada vez me-
nos necesario para la reproducción del capital. O sea, hace 30 años, procesos de Industrialización intensivos
abrían posibilidades de empleo; hoy puede haber procesos de industrialización intensivos sin que ello impli-
que el crecimiento de .la oferta de empleo. En una sociedad caracterizada por esto, que no dejó de ser capita-
lista ni industrial, las expresiones de la "cuestión social" son mucho más difusas, amplias e involucradoras
que las expresiones antiguas. El sistema de las conexiones causales es lo mismo, o sea, es una producción
cada vez más socializada y una apropiación cada vez más privatizada. En este sentido es increíble el proceso
de lo que algunos llaman "globalización", que se dio en los últimos 15 años. Lo que se está globalizando no
es el mate ni la parrilla; es el Me Donald. Globalización selectiva, unilineal, unidimensional; de hecho, lo
que hay no es una globalización sino una planetarización de la América del Norte. Yo viajo mucho por tra-
bajo, y hoy puedo afirmar que nada se parece más a una gran ciudad que otra gran ciudad. Tú llegas a un
aeropuerto y el free shop es rigurosamente igual que los de todos los aeropuertos. Sales de ahí y por la carre-
tera ves los mismos afiches en Buenos Aires, Lima, Río de Janeiro, Nueva York, París. En este proceso, de
la impropiamente llamada "globalización", en los últimos 12 años se dio una brutal concentración del capi-
tal, de propiedad y de ingreso. Este es un movimiento que cualitativamente no es nuevo, pero cuantitativa-
mente tiene una escala que es desconocida en toda la historia anterior de nuestra sociedad burguesa.
La consecuencia de esto sería que, al mismo tiempo que se desestructura el tradicional mundo del trabajo
-que tenía sus expresiones muy conocidas: sindicatos, partidos obreros, que están hoy desestructurados-;
también es en este movimiento cuando el trabajo vivo es -en términos cuantitativos- menos necesario para la
reproducción del capital. En este cuadro el viejo antagonismo capital/trabajo implica expresiones nuevas de
lo que llamábamos "cuestión social”.
Yo sostengo, por lo tanto, que no hay una nueva "cuestión social”, porque su sistema de causalidad es el
mismo que hace 100 años atrás. Pero lo que hay es una serie de nuevas expresiones de la "cuestión social".
Ahora bien, ¿por qué eso nos interesa? Porque cuando las expresiones tradicionales de la "cuestión social"
son reconocidas como tales, se articulan modelos de regulación social fundados en el reconocimiento de los
derechos sociales, y por esto nosotros nos institucionalizamos como profesión. Lo que pasa ahora es com-
pletamente distinto ya que hay nuevas expresiones intensificadas y más ampliadas de la "cuestión social" en
un cuadro societal donde los derechos sociales sufren una clara atrofia.
Los mecanismos de regulación social han sido en el pasado políticas sociales que tenían pretensiones
universalistas, mientras que hoy la mediación societal es operada por el mercado. Nada de interferencias
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perturbadoras en el mercado, él se rige de una forma "natural" que debe ser resguardada.
En la medida en que la "cuestión social" es reconocida y el Estado interviene sistemáticamente, no con
mecanismos represivos sino integradores que buscan el reconocimiento de los derechos sociales, se crean los
espacios profesionales para los trabajadores sociales; es ahí que nosotros nos institucionalizamos.
Esto puede ser dotado en los últimos 20 años, cuando las formas tradicionales de regulación (políticas
sociales y el Estado de Bienestar) comienzan a entrar en crisis, cuando la "cuestión social" gana nuevas ex-
presiones más amplias. Es en este movimiento que los derechos sociales sufren una atrofia.
Las políticas de ajuste, las políticas neoliberales, inciden en los focos públicos para las políticas sociales
reguladoras. Hay un contenido específico de las políticas sociales del ciclo neoliberal que cambia la política
social, que cambia su función y la Intencionalidad. Pero lo que es importante también es el acortamiento de
los derechos sociales, pues inmediatamente provoca cambios funcionales en el Trabajo Social.
Existe un componente muy fuerte en todo este proceso: el rescate de la solidaridad. Lo que era claramen-
te un componente del conservadurismo del siglo XIX. Ustedes seguramente habrán estudiado a Durkheim;
la noción de solidaridad es fundamental en Durkheim y en todas las concepciones conservadoras del mundo;
laicas o no.
Ahora a lo que se asiste es al deslizamiento de las políticas sociales universalistas hacia políticas sociales
focales, emergenciales. Pero hay algo que sustituye a este universalismo: es la evocación de una solidaridad
transclasista. Porque la solidaridad no sólo ha sido un valor del pensamiento conservador, ha sido también
un valor del pensamiento revolucionario, solamente que en este último la solidaridad era una "solidaridad de
clase". Ahora se invoca una solidaridad transclasista; una solidaridad que recorrerla sin conflictos la totali-
dad social.
Pero ¿qué problema trae esto para nosotros? Es que la solidaridad no es profesional. La solidaridad no es
profesionalizante. La solidaridad repite la idea de voluntariado. Estamos encontrándonos con alguien que
creíamos superado: el señor León XIII, que es más actual que nunca. Aunque es claro que la solidaridad de
ahora tiene un sentido distinto que la que León XIII proponía. Esta solidaridad ahora está regulada por los
Intereses antisociales del gran capital monopolista. El Papa León XIII no estaba al servicio de esta gente, era
otra cosa. Ahora se trata de una solidaridad transclasista que pasa por la re-filantropización de la asistencia
social. Esta última idea de re-filantropización de la asistencia no es m(a, sino de una colega brasilera.
¿Qué pasó entonces con la institucionalización del Trabajo Social?
La asistencia social es muy anterior al Trabajo Social, es una práctica que no es exclusiva del Trabajo
Social. La asistencia social no ha sido tomada más como elemento de solidaridad, de benevolencia; ha sido
incorporada como un derecho social y por lo tanto ha tenido una orientación técnico- política. Ahora se trata
de invocar una solidaridad transclasista para sacar de la acción que organiza la asistencia sus componentes
técnico-políticos. Se trata ahora de vincular esta solidaridad a las acciones ciudadanas. Con esto se re- filan-
tropiza la asistencia. Y de ahí -lo que voy a decir ahora es una opinión personal- el papel del 99% de las
ONGs. Digo el 99% porque hay ONGs serias y responsables, que tienen un papel Importante, por lo cual es
necesario discriminar entre ellas. Pero la mayoría de las otras tiende a una demonización del Estado: “el Es-
tado es algo malo", “el poder es peligroso, corrompe”, "nosotros somos purísimos", "no queremos vivir del
Estado"; todo esto es una talada. Y se transfieren a la sociedad obligaciones y atribuciones estatales. Es la
clarísima re-filantropización de la asistencia.
Bueno, estamos frente a un movimiento que es contradictorio si nosotros consideramos nuestra profe-
sión. Podemos tomar dos posiciones: la primera es do una defensa corporativa de la profesión, que me pare-
ce muy mala; apunta a resguardar nuestros empleos y nuestros sueldos que casi siempre son muy bajos. Se
trata de decir: "Hay que garantizar nuestro feudo". Creo que esta es una posición muy equivocada. Pienso
que en este escenario, que es tan complejo, se trata de investigar a fondo las posibilidades de hacer que nues-
tra calificación profesional sea construida en tres niveles que nos permitan enfrentar los impases y los retos
con temporáneos.
Para reflexionar sobre esto voy a traer una vieja tesis que merece que la pensemos: si el Trabajo Social
quiere enfrentar exitosamente los retos contemporáneos, tiene que tener densidad teórica; no puede ser so-
lamente un buen operador. Tiene que poseer cuadros de referencia que le permitan comprender la dinámica
de lo que sucede. Sumar calificación teórica a una profesión donde la dimensión interventiva es constitutiva.
Hay una diferencia, entre otras, entre nosotros y los sociólogos: la Intervención es parte constitutiva de nues-
tro rol profesional, y no lo es del sociólogo. En una profesión como la nuestra no basta tener un cuadro de
referencia teórica que me permita comprender el ahora; es necesario tener competencia interventiva, opera-
tiva; competencia técnica. Es necesario no sólo comprender la necesidad de la acción, sino saber cómo im-
plementar la acción. Pero esto tampoco es suficiente. En este momento tan rico, tan instigante, hay gente que
anuncia el fin del Trabajo Social; y yo creo que este es un momento de renovación del Trabajo Social que
sólo se concretará si actuamos. Pero, en este cuadro, no basta saber cómo hago, y además comprender teóri-
camente por qué yo actúo. Es necesaria también una competencia política, que me permita discriminar fines
y elegir entre fines. No operar solamente con una racionalidad de medios, usar más una racionalidad de los
fines.
Quiero terminar diciendo lo siguiente: yo hablé antes de que la mejor manera de darse cuenta si alguien
es conservador, es saber si le gusta o no la política. No hay nada malo en ser conservador. Lo que es impor-
tante es saber dónde se inscribe cada uno, desde qué posición. Hoy hablar de política es casi hablar de len-
guaje del siglo pasado. "La política es sucia. Los políticos son todos corruptos. No hay que creer en la políti-
ca.” Esta posición es sobre todo de los jóvenes, y no solamente en nuestros países. Yo los comprendo. El
abstencionismo es hoy moneda corriente en todos los procesos electorales. Les recuerdo por ejemplo que
Clinton llegó a su segundo mandato con el voto del 42 % de los americanos, menos de la mitad. Entonces,
hay un movimiento de despolitización que recorre todas las latitudes; y me parece que más que nunca mere-
ce ser recuperada la dimensión política. Lo que no quiere decir una dimensión partidaria, esto es otra cosa.
Es necesario decir claramente -por eso yo hable de una competencia teórica, de otra técnica, y de otra
política- que es impensable hoy que un trabajador social no tenga competencia política, que no sepa evaluar
relaciones de fuerza, Identificar adversarios, que no esté capacitado para establecer alianzas profesionales,
que no pueda comprender el impacto de sus programas. En este marco es necesario reivindicar vigorosamen-
te la dimensión política. Decir que la política es algo detestable, sucio, es la mejor manera de entregar a los
representantes del gran capital el hacer política. En la medida en que nosotros nos replegamos, en que noso-
tros queremos conservar nuestras manos limpias, entregamos a ellos la oportunidad de planificar nuestro
futuro. Esto es lo que está en cuestión.

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