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Política Social en España

Chapter · January 2005

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Fernando De Lucas y Murillo de la Cueva


Complutense University of Madrid
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1

POLÍTICA SOCIAL EN ESPAÑA.

Fernando de Lucas y Murillo de la Cueva (UCM).


Luis Vila López (UCM).

1. Introducción.

Tras el capítulo dedicado a la política social de la profesora de la Fuente,

pretendemos entrar de nuevo sobre esta materia, pero desde una perspectiva

más específica y no suficientemente tratada: la política social en España. Esto

hace, que, debido a los límites que obligatoriamente se asignan a cada

capítulo, así como por las dimensiones del campo que pretende recoger, los

documentos seleccionados son una muestra incompleta de una manera de

entender la política social, que no se ubica, ad hoc, en lo que usualmente se

entiende como tal.

En este sentido, la antología se presenta como una serie de diversas formas en

las que la política social (incluso en sus rasgos más incipientes) transmite

maneras de interpretar, ver y procurar, de forma más o menos sincera, cambios

en la sociedad. Esto significa que todas estas formas contienen su substrato

ideológico, claro está, pero al menos es evidente, declarado incluso, frente a la

común cotidianeidad en la que la la provisión de bienestar queda reducida a un

mero funcionamiento automático, que olvida que la relación entre necesidades

y derechos debe vernir orientada por una serie de valores, principios que, sin

buscar el enfrentamiento atroz, reclaman la justicia social, es decir,

combinación de las fuerzas, muchas veces antagónicas, entre libertad e

igualdad y, por ende, la remoción de los principios de la desiguadad.


2

Comenzamos con textos de finales del XIX, momento de consolidadación del

reformismo social, precedente de las leyes sociales y que tiene el referente

institucional de la Comisión de Reformas Sociales (textos de Gumersindo de

Azcárate).

Seguimos con el Estado corporativo, basado en el trabajo como cemento

cohesionador de la solidaridad nacional. Estamos en la Dictadura de Primo de

Rivera, de la que extraemos la exposición de motivos del Real Decreto Ley de

sobre la Organización Corporativa Nacional, firmado por Eduardo Aunós,

Ministro y factor del Estado corporativo, que dejó su recuerdo político en su

“Política social de la Dictadura”.

A continuación, recogemos las Constituyentes de 1931, parando en Luis

Jiménez de Asúa y Francisco Ayala. El primero, miembro del partido socialista

que, a la sazón, presidió la comisión parlamentaria encargada de elaborar la

Constitución republicana y, el segundo; tradición no sólo de las letras

españolas, sino también de las ciencias sociales (menos conocida esta faceta)

y de su relación y protagonismo político durante la II Rebública. Nos servirá, al

igual que haremos con la Constitución de 1978 con Tierno Galván, para

reflexionar sobre la Carta Magna Republicana.

Como vemos, tanto el texto de Jiménez de Asúa como el de Ayala son un

pequeño paréntesis entre la referencia, más que conservadora, de Aunós y la

retórica falangista de Girón, Ministro del Trabajo en los gobiernos franquistas

previos a la reforma administrativa. Así, pues, paramos en Girón, como

expresión meridiana de las líneas de la política franquista en la protección de

los ciudadanos, encuadradas en el paternalismo y los principios autoritarios.

Este texto contrasta de manera clara con el estracto de la Ley de Bases de la


3

Seguridad Social de 1963 que, si bien pertenece al mismo régimen, establece

distancias con el discurso falangista extremo, que ya era claramente

anacrónico en la época del desarrollismo y a doce años vista del fin del

dictador.

Por último, recogeremos las aportaciones de los constituyentes, bien sea a

través de la acción política o de la doctrinal. Es el caso de Enrique Tierno

Galván y de uno de sus discípulos, el profesor Pablo Lucas Verdú, a través de

los cuáles podremos comprender el sentido y la lógica histórica del Preámbulo

de la Constitución de 1978, así como de la defensa de los derechos civiles y

políticos, pero también sociales, emanados del pueblo y que son orientados por

el techo axiológico constitucional: la dignidad humana.

Cabe decir que, por el carácter de este capítulo, dar hilazón a los textos

tratados supone un problema evidente, pues comprenden una porción de

tiempo amplia y preñada de sucesos graves e importantes.

Aún así, tendremos que introducir un hilo argumental que enlace autores,

doctrina, textos e historia en pocas páginas. Es necesario recordar que, al

menos en este capítulo, los textos son tan protagonistas como expresión de la

historia (más aún cuando se recogen referencias legales), como los autores,

sobre todo cuando alguno de ellos no cabría quizás dentro de los clásicos de la

política social (caso de Girón y Ansúa, por ejemplo). Advertimos, pues, que

obligatoriamente introducimos referencias históricas que podrán orientar y

ubicar al lector en la sucesión de acontecimientos que tratamos. No

pretendemos hacer un capítulo sobre la historia de España, claro está, pero

será necesario reclamarla en ciertos pasajes.


4

Es verdad, también, que introducimos textos a lo largo del transcurso del

capítulo, como luego al final, como en la mayoría de las secciones de este libro.

Inevitablemente esta solucion nos sirve para poder ilustrar, de mejor manera,

las cuestiones que pretendemos tratar.

Por último, recordar, como parece sospecharse y declaramos también al final

del texto aquí presente, que somos de la idea que la política social no es

procedimiento, sino fin. Transmite sentido y formas de comprender el mundo y

al hombre -en su dimesión antropológica-. Más aún cuando tratamos el caso de

España, especialmente sensible a estas cuestiones ya que, como sabemos, el

desarrollo de la política social en nuestro país es bien reciente y, por supuesto,

inconcluso.

Esta política social no puede olvidar que si transmite sentido, estará también

teñida de orientaciones ideológicas que, en suma, suponen formas de ver el

mundo. Aquí se recogen varias, desde la izquierda a la derecha, incluso

tocando algún extremo de las mismas pero, sobre todo, no podemos caer en la

equivocación de que si decimos que la política social no es un procedimiento,

sino un fin, la misma se convierta en una serie de reflexiones intelectuales más

o menos felices. En absoluto, tales reflexiones deben ser, invariablemente,

esfuerzos que transmitan una serie de valores que orienten al Derecho, para

hacer efectivas, a través de normas jurídicas, las aspiraciones sociales y

promover el bien común: la Constitución.

Esto no significa que toda la relación o antología de textos que recogemos

sean expresión de una política social unitaria y que, por el mero hecho de

hablar de política social, sea buena. En primer lugar sería necesario regresar a

la definición de tal concepto, que nos llevaría a discutir si unas aportaciones


5

son realmente política social y en segundo lugar, que la misma, por el mero

hecho de ser enunciada, ya es efectiva. Una de las críticas al Estado de

bienestar ha sido la de su ineficacia. Pues bien, vemos aquí una relación de

aportaciones que describen avances y retrocesos que, al llegar a la

democracia, parecen madurar. Esto nos lleva a defender el contenido social de

nuestra Constitución, pero no de forma ciega. Somos conscientes de que la

profusión de normas programáticas y/o promotoras de nuestra norma común

son más promesas que realidades plenas, y que el Estado de bienestar

español es más bien precario (mediterráneo o familiarista según autores). Pero

no es menos verdad que, los derechos que se enuncian en nuestra Carta

Magna, aún a falta de desarrollo pleno, vienen inspirados por una axiología

clara y que coloca a la persona y su desarrollo libre y pleno, en primer lugar.

Este es el discurso que sin duda defendemos y, por consiguiente, reclamamos.

2. Transición entre el siglo XIX y el siglo XX, los acontecimientos se

agolpan.

Será necesario, para ubicar a los autores y su doctrina en el tiempo, intentar

hacer un cierto esfuerzo, pues tendremos que concentrar en pocas líneas una

serie de sucesos (sin poder citar todos ellos) que perfilaron, no pocas veces a

golpes, el fin del siglo romántico y el comienzo del siglo XX, en el que nació la

postmodernidad. Será difícil, pues cualquiera que tenga unos mínimos

conocimientos de la historia universal y, sobre todo, la de España, sabe que

hablamos de un tiempo en que, de nuevo, se aceleran las agujas del reloj de la

Historia.

Recordemos que, nada menos, hablamos de un curso de tiempo que transita

del régimen monárquico liberal, al republicano, y de éste, apenas en un año, a


6

la restauración monárquica borbónica. Ésta, en su crisis, abrió paso a la

dictadura de Primo de Rivera que, tras su agotamiento, provocó el amanecer

de la Segunda República. Después, la confrontación civil (no tan ajena a

nuestro país, pues las guerras carlistas ya recibían numeración propia), y la

dictadura franquista, bien prolongada que, en sus contradicciones y por el peso

de la propia historia, tuvo que dejar paso a la democracia.

De esta forma, recorremos un lapso de tiempo que parte del las aportaciones

de Gumersindo de Azcárate y la Comisión de Reformas Sociales, hasta la

promulgación de la Constitución Española de 1978, construcción colectiva,

consenso que expresa el contrato que los españoles decidieron establecer para

convivir.

2.1. Fin de siglo, incio del nuevo.

El tiempo que transcurre entre el triunfo de la "Gloriosa" de 1868 y las primeras

décadas del siglo XX puede ser definido como una de las etapas de mayores

cambios sufridos en nuestro país.

La revolución, encabezada por el general Prim, no es la victoria de un sólo

militar; tras él se encunetra un país mediatizado por la oligarquía y el

caciquismo1, junto a una incipiente industrialización que empujaba los flujos

migratorios del campo hacia los núcleos urbanos más significativos y en

continuo crecimiento.

1
La oligarquía estaba compuesta por ministros, senadores, diputados, gobernadores civiles y
propietarios de periódicos estrechamente conectados con terratenientes, nobleza, burguesía
mercantil, etc; El caciquismo, especie de supervivencia señorial en los medios rurales mediante
la cuál, algunas personas poderosas del pueblo (por su papel administrativo o por su cercanía
a la oligarquía) controlaban de manera directa a los vecinos en la cotidianeidad y en las
elecciones.
7

La clase obrera (no tan importante como en Francia o Alemania, pero real) es

ya un hecho que comienza a aglutinarse, de forma genérica, sobre el

socialismo o anarquismo frente a los monárquicos, liberales y carlistas.

Tras el asesinato de Prim y la subsiguiente dimisión del Rey Amadeo I de

Saboya2, la I República ocupó el puesto de la monarquía ante lo absurdo de

buscar otro nuevo Rey, algo a lo que incluso se resignaron los propios

monárquicos, dejando el poder en manos de los republicanos. Tal experiencia

poco duró, más intelectual que real, no caló en el pueblo y no acordó dentro de

ella misma, fijémonos que en once meses tuvo cuatro residentes.

Tal desequilibrio fue aprovechado una vez más por el ejército, liquidando el

General Pavía, a comienzos de 1874, las Cortes republicanas. Aún así, sería

injusto hacer recaer sobre Pavía toda la responsabilidad, pues su interés más

parecía ser el de la conservación del orden público. Verdad es, también, que

las clases dominantes dejaron de apoyar a la República3, abriendo el paso a un

régimen sin definición política alguna que se mantenía, a duras penas, por los

partidos de Sagasta y Cánovas, con el General Serrano como jefe del Estado.

La necesidad de acabar con la guerra civil (carlismo) y los temores por los

paralelismos con la situación francesa (en esos mismos años París vio

amanecer la invasión alemana, su famosa Comuna4 y al Mariscal MacMahon)

eran los únicos motivos que sustentaban tal régimen.

2
Debida, entre otras cuestiones, al fraccionamiento de los partidos que apoyaron La Gloriosa,
progresistas, unionistas y demócratas.
3
Reunidos por el mismo general golpista los políticos más notables, ninguno aceptó el poder.
4
Tras las elecciones de febrero, favorables a los conservadores partidarios de la paz –Thiers- y
la entrada de los alemanes en París (1 de marzo de 1871), se tomaron una serie de medidas
antipopulares que acabaron por provocar la insurrección proletario-socialista en París. El
gobierno de Thiers huyó a Versalles el 28 de marzo y, en abril, se hizo público el manifiesto de
la Comuna, en el que se anunciaba un Estado separado de la Iglesia y formado por una
federación de comunas libres y autónomas. En el mayo siguente, los desmanes de los
8

El cantonalismo (sublevación en el Departamento de Cartagena de la Flota

proclamando el cantonalismo), las guerras cubana, filipina y carlista, los

problemas socioeconómicos y, en general, la debilidad política del régimen

republicano, muestran las contradicciones de las fuerzas que iniciaron la

revolución en 1868 y su incapacidad para consolidar un régimen democrático.

Como vemos, su inestabilidad no era más que fiel reflejo de la situación de un

país enfrentado en guerras intestinas, endeudado con el exterior y perdiendo

hombres en las guerras coloniales.

La desamortización eclesiástica transfirió los bienes de la Iglesia a las clases

económicas fuertes (grandes propietarios, aristócratas) consolidando el

régimen liberal (aunque estos compradores se vinculasen al él por

conveniencia). Por otro lado, las leyes de 1858 y 1865 daban el derecho de

voto sólo a quienes pagasen de 200 a 400 reales de contribución directa. Esto

significaba que, a mediados del siglo XIX, sólo un 3% de votantes (nobleza,

empresarios, propietarios y funcionarios) se imponía al 97% restante, sin

derecho a voto.

El 29 de diciembre de 1874, el General Martínez Campos, tras sublevarse,

proclama la restauración de la monarquía en la persona de Alfonso XII,

cerrando lo que no fue más que un breve paréntesis previo a la vuelta de la

opción de las clases dominantes: la monarquía borbónica. Esta restauración

devolvió al poder a la misma burguesía de base agraria que había dirigido al

país antes del 68. Para ello se dotaron de una nueva Constitución, afín a sus

comunards precipitan una fortísima represión (la “semana sangrienta”, en la que se ejecutaron
a unas 20.000 pesonas) que finiquitó el proyecto revolucionario.
9

intereses, en el que la que el Rey podía intervenir mediante el veto a leyes y la

designación de senadores y presidentes.

El sistema parlamentario continuaba, aunque no tanto la democracia ni mucho

menos aún el pluralismo político, aún desconocido. Eran los partidos

Conservador de Cánovas del Castillo (apoyado en la aristocracia madrileña y la

rural, terratenientes y personas “de orden”) y el Liberal de Sagasta (sustentado

por comerciantes, industriales y profesiones libres), los que formalmente

representaban la realidad gubernativa, apoyada en aquello que definió Joaquín

Costa como “Oligarquía y caciquismo”. Así pues, se trataba de una nueva

vuelta al orden, apoyado en el ejército y la figura paternalista de la Monarquía,

del Estado y de su preocupación por la pobreza reducida a la asistencia a

través de pósitos y artículos de primera necesidad durante las numerosas crisis

de subsistencia.

Gumersindo de Azcárate (1840-1917) vivió este ambiente, preocupado, como

es lógico, por el transcurso de los acontecimientos, más aún conociendo sus

relaciones y fidelidades intelectuales y filosóficas. Éstas no se quedan sólo en

Nicolás de Salmerón y su influencia sobre el partido republicano, sino también

con Francisco Giner de los Ríos, introductor del krausismo en España.

También Sanz del Río y Fernando de Castro, que sufrieron, junto con

Salmerón, la separación de sus cátedras.5 A ellos debemos la creación de la

Institución Libre de Enseñanza (ILE), que recibió tal nombre y no el de Instituto

ni Universidad, pues la Constitución de 1876 obligaba a que la enseñanza fuera

católica (la ILE, si se caracterizaba por algo, era por ser ajena a la ortodoxia de

5
Cosa que ocurrió de nuevo tras la I República, siendo esta vez desterrados (Sanz del Río y
Castro ya habían muerto) a Lugo, Cádiz y Cáceres, Giner de los Ríos, Azcárate y Salmerón
respectivamente.
10

entonces), pero sí se permitía la creación de centros privados. De ahí su

denominación.

Dentro de este reformador krausista late el espíritu organicista heredado de

Spencer (recordemos que Spencer tuvo una importante influencia en España,

no así en su país), pero sin sus contenidos racistas y ultraconservadores.

Asimismo, encontramos la influencia positivista, procedente de Comte.

Por lo tanto, en Azcárate late el interés por reformar, sí, pero ordenando un

organismo que, así comprendido, quedaría facultado para un funcionamiento

lógico, racional y feliz. Estas cuestiones podemos verlas en el texto que más

adelante acompaña a su perfil, así como su cierta simpatía hacia un tenue

intervencionismo social, que le llevaba a afirmar que la riqueza debería ser lo

suficientemente racionalizada para evitar que los intereses particulares

ahogasen los públicos.

Realmente, Azcárate es moderado en sus posiciones, sin decantarse en

demasía y aproximándose a ellas, en todo caso, a vista de pájaro (caso del

socialismo). Sí es cierto que critica de forma clara el individualismo extremo,

pero no niega el capitalismo, aunque lo convierta en un capitalismo de ancha

base, modernizador, en el que la propiedad no puede ser garante del

parasitismo (evidente en los nuevos propietarios, que se enriquecieron con las

desamortizaciones) y en el que los individuos son educados como, en cierta

medida, se desprendía de la Comisión de Reformas Sociales, organismo del

que es uno de sus padres.

La cuestión es que la realidad acaba por imponerse pues, acercándonos al

siglo XX y, ya iniciado el mismo, el papel del Estado varía. Pero no será sin

dificultades, el liberalismo más extremo, que había desactivado buena parte de


11

las funciones asistenciales de la Iglesia y de los propios gremios (sin lógica

dentro de las nuevas relaciones de producción) dejándolas inermes, conspiraba

contra sí mismo exacerbando las desigualdades.

En este orden de cosas, el problema, la “cuestión social”, recorría toda Europa.

No podían hacerse oídos sordos al mismo por siempre. De hecho, el kaiser

Guillermo II propugnó una conferencia internacional en Berlín al hilo de los

avances en lo que se ha denominado “sistema continental de seguridad social”

puesto en marcha en Alemania, en 1881, que recibía la influencia del

representante del socialismo alemán, Fernando Lasalle y la del Canciller Otto

Von Bismark.

No pocos fueron los detractores en nuestro país a tales medidas, pero se podía

argüir sobre las diferencias y lejanías con el país germano. Mas no podían

hacer oídos sordos a la encíclica papal de León XIII, Rerum Novarum (De las

cosas nuevas)6.

El intervencionismo estatal, como hemos indicado, era una cuestión inevitable,

presente en la doctrina y literatura sobre la cuestión (como podemos ver en

Azcárate y, claramente, en todo el reformismo de raíz krausista) y, también en

la praxis. Ya habíamos visto surgir en España la Asociación Internacional de

Trabajadores (AIT), precursora de la I Internacional española, incentivada por

6
Tales hechos, chocaban frontalmente con los intereses de los terratenientes y la burguesía,
pero la encíclica papal, sin ser el elemento de cambio que han querido ver algunos en la forma
de tratar la acción social, tuvo una importante repercusión dentro de la comunidad cristiana,
influyendo positivamente en el sindicalismo cristiano, aunque no así en los sectores más
conservadores, llegándose al caso extremo de que en algunos conventos se llegó a rezar por
la conversión del papa.
12

la llegada del yerno de Marx, Paul Lafargue7, lo que supone la puesta en

marcha efectiva del asociacionismo y del movimiento obrero español.

No hacemos esta observación por cuestión ideológica alguna, sino puramente

descriptiva: por primera vez, trabajador (obrero) y pobre significan lo mismo,

más para la mentalidad burguesa de la época. En tal clima, los esfuerzos se

encaminarián hacia esta nueva clase combatiente: el proletariado (algunos

presindicalistas ya residián en las cárceles, o bien habían sido condenados

directamente a muerte), desde la idea paternalista de educación del mismo

arrancándolo de sus vicios8, así como la protección y previsión en los riesgos

laborales, de retiro obrero, vida y, también, maternidad. Al final, en la lucha

entre intervencionismo y no intervencionismo ganó la primera opción, como una

expresión del pragmatismo hijo del miedo ante las masas que, en 1871, tuvo a

París entre sus manos durante todo un año.

Hubo que esperar que la vía reformista hicese pie, a través del gabinete liberal

de coalición que presidía Posada Herrera, para que cristalizasen las primeras

instituciones dedicadas a la protección de los trabajadores, es decir, a la

legislación laboral y, por ende, al intervencionismo estatal. Fue Segismundo

Moret el protagonista de los nuevos avances dentro del gabinete de Posada

que, impulsando la creación de la Comisión de Reformas Sociales (CRS) en

7
Es interesante su libro titulado El derecho a la pereza, donde elabora, entre otras cuestiones,
una reflexión, desde diversos mitos (Prometeo, caja de Pandora) de la aparación de lo que él
llamaba familia nuclear burguesa.
8
No olvidemos que la resistencia de ciertos grupos sociales a estos cambios no fue
anecdótica. El Derecho del trabajo era una cuestión no asumida por los grupos católicos más
conservadores, caso de Concepción Arenal en sus Cartas a un obrero de 1871, defendiendo el
más puro Estado liberal no intervencionista. La respuesta tendrá que ser la limosna privada (en
trabajo o dinero). La caridad privada, rescatada del pasado medieval, contribuye para Arenal a
la salvación de los ricos a ejercer esa virtud y mantener sumisos y agradecidos a los pobres.
Todo lo demás será un atentado contra la propiedad. Quedan así fundidos de forma ecléctica y
paradójica, los postulados secularizadores del Estado liberal y la más pura ética cristiana.
13

1883 (dos años después del primer seguro de retiro obrero en Alemania); abrió

paso al Instituto de Reformas Sociales (IRS) en 1903, y al Instituto Nacional de

Previsión (INP) que, a su vez, fue transformado en la democracia por el

Instituto Nacional de la Seguridad Social.

Dicha comisión fue creada "...con objeto de estudiar todas las cuestiones que

directamente interesan a la mejora o bienestar de las clases obreras, tanto

agrícolas como industriales y que afectan a las relaciones ente el capital y el

trabajo":

-Real Decreto por el que se crea la Comisión de Reformas Sociales.


[...] “Solicitada por estas circunstancias la atención de los poderes públicos, el
obstinarse en resistir ciegamente sería preparar sangrientas represalias, y el
afectar indiferencia respecto de estos problemas no podría menos de exponer
la sociedad a dolorosas sorpresas... Ni sobre la oportunidad misma cabe hoy
duda alguna; porque si fue siempre misión del gobierno prever y anticiparse a
las consecuencias por el estudio de las necesidades sociales; si corresponde a
él abrir en todo tiempo ancho cauce a la corriente de las aspiraciones públicas,
y dirigir estas por caminos por donde pacíficamente se depuren y satisfagan; si
en cualquier obra es grato realizar obras de paz y concordia, a la vez que de
ventura y mejoramiento para las clases menesterosas, más estrechas parecen
todavía las obligaciones del Gobierno y con prontitud mayor debe atender a
ellas , cuando –dicho sea en honra de nuestro país- una gran parte, acaso la
más considerable de la clase obrera, reunida en el Congreso sociológico de
Valencia, ha dado recientes y magníficas pruebas de amor a la legalidad y de
confianza en los medios de la libre asociación individual, reclamando la
intervención del Gobierno tan sólo para remover los obstáculos que a su acción
se oponen y para alcanzar aquellas facilidades que todo ciudadano tiene
derecho a exigir y todo el que gobierna está obligado a otorgar siempre, pero
mucho más cuando las piden los menos favorecidos en el goce de las ventajas
sociales.
Estas ideas, por largo tiempo reducidas a vagas aspiraciones, tienen hoy
fórmulas definidas y claras que pueden guiar a los poderes públicos y a los
Gobiernos en el desempeño de su misión.
Lo mismo las cuestiones que atañen a la propiedad territorial que las relativas
al mundo de la industria, todas se van diseñando y dibujando, por decirlo así,
en el horizonte hasta ahora confuso de las necesidades del pueblo español
[...] De todo lo dicho y de cuanto sobre el particular pudiera decirse aún, resulta
como un programa de cuestiones, como una serie de problemas planteados
ante la opinión y ante los Gobiernos. A éstos toca preparar su discusión de
modo que los mismos interesados reconozcan qué es lo que pueden pedir a los
poderes públicos y qué lo que exclusivamente corresponde a su propia
14

iniciativa; de modo también que todo el mundo vea cómo aproximándose el


capital y el trabajo, cómo estudiando las complicadas cuestiones de la
propiedad territorial, hasta del fondo de las mayores dificultades surgen medios
para satisfacer sus quejas, para aplacar los odios, para cerrar heridas abiertas
por los acontecimientos y no por la voluntad de los hombres, y concertar, en fin,
esos vitales elementos a cuya armonía son debidas todas las mejoras que de
cada tiempo y de cada sociedad alcanzan los que en ella viven.
Con sólo enumerar así los problemas y plantear las cuestiones, está ya
autorizado el ministro que suscribe para representar a V.M. Cuánto no habrá
meditado antes de elegir el medio de que el Gobierno intervenga en esta
complicada agitación social. Parecerá tal vez a primera vista que lo más
sencillo era legislar sobre la materia, sometiendo a las Cortes proyectos y
formulas que de alguna suerte saliesen al encuentro de los males conocidos;
no lo entiende así el ministro que suscribe, sino que cree que el mejor medio es
abrir campo al trabajo social que ha de preceder a la obra de los legisladores.
Serían aquellos proyectos expresión de las ideas del Gobierno; adopta ríanse o
no; satisfarían o dejarían de satisfacer todos los intereses a ellos sometido;
mas por tener este solo origen y obedecer únicamente al pensamiento de sus
iniciadores, es casi seguro que carecerían de la elaboración y de la autoridad
que las reformas sociales sólo pueden reunir cuando se discuten y preparan
con el concurso de los mismos elementos para quienes va a legislar.

El problema fue que esta Comisión no fue creada en el mejor de los ambientes,

ni tampoco su formación (acusada por los socialistas como burguesa9), así

como sus corrientes internas (polarizada entre los defensores de la caridad y

los puramente intervencionistas). De esta forma, su utilidad y operatividad

fueron casi nulas, aunque paradójicamente y, después de una existencia más

bien lánguida, fue disuelta en el momento en el que realmente comenzó a

funcionar, tomando su papel el IRS y posteriormente el INP. Al menos, no dejó

de convertirse en una forma de reconocimiento institucional de la llamada

“cuestión social”, así como la puesta en marcha de una serie de proyectos

legislativos, base de las primeras leyes de carácter laboral.

9
De hecho, si observamos la composición del IRS, comprobamos cómo se había tomado nota
de los problemas previos. Así rezaba el artículo segundo del Real Decreto por el que se creaba
el Instituto: “El Instituto se compondrá de 30 individuos, 18 de libre elección del Gobierno; de
los 12 restantes serán elegidos, en la forma que preceptúe el Reglamento, seis por el elemento
patronal y seis por la clase obrera, ambos en la proporción de dos representantes de la gran
industria, dos de la pequeña industria y dos de la clase agrícola”.
15

Los siguientes años no fueron menos convulsos, salpicados de conflictos

obreros entre los años 1909 y 192210, pero también se disfrutó de una cierta

expansión económica debida a la no beligerancia en la Primera Guerra

Mundial. Finalmente, la política gubernamental acabó decidiéndose por el

intervencionismo. Baste citar las tres leyes que sorprendieron al país en 1909:

seguro de retiro obrero, paro forzoso y jornada de ocho horas.

El colapso del régimen liberal, explícito por su incapacidad para solventar las

graves desigualdades internas, así como la política exterior (guerra de África),

quedó aparcado con la emergencia de la dictadura de Primo de Rivera,

sancionada por el rey Alfonso XIII.

De hecho,la restauración borbónica no había sabido solucionar los problemas

del país, incluso los había creado y aumentado. Apartó a republicanos y

carlistas, sufrío la pérdida de Cuba, Filipinas y guerra de África, restringió el

Parlamento a un bipartidismo dirigido por los intereses de orligarcas y caciques

que, inevitablemente, abrieron paso al conflicto obrero, terrorismo y

anticlericalismo y, en absoluto redujeron el republicanismo.

Expresión de los límites, contradicciones y torpezas de la monarquía fue la

dictadura de Primo de Rivera. En un clima11 en el que se temía una casi segura

10
De modo telegráfico recordemos: en 1909, la semana trágica, sobre todo en Barcelona.
Desencadenada por la guerra de África (la hecatombe del Barranco del Lobo). Sindicatos,
socialistas y anarquistas se unieron en una huelga general de carácter anticlerical y con tintes
sangrientos. En los años 1916 y 1917, UGT y CNT establecen una alianza que cristalizó en una
“huelga general revolucionaria”, sofocada por el Gobierno tras declarar el estado de guerra. Y,
ya entre los años 1919 y 1921, se produjo la huelga de "La Canadiense", rompiéndose
posteriormente la alianza CNT-UGT e iniciándose el terrorismo del "sindicato libre" fuertemente
reprimido por el General Martínez Anido.

11
Unidos a los hechos anteriores, cabe recordar, como otros tantos problemas importantes del
momento, el desastre de la derrota en Annual de 1921, la emergencia de los nacionalismos, la
presión de republicanos y socialistas, las reivindicaciones obreras y los atentados y sabotajes
continuos.
16

revolución social, el 13 de septiembre de 1923 Primo de Rivera se pronunció

contra la legalidad vigente a través de un golpe de Estado. Declaró el estado

de guerra, suspendió la Constitución canovista, disolvió las cortes e inició la

dictadura militar que tuvo dos períodos, uno denominado directorio militar de

1923 a 1925 y otro, cívico, hasta el fin de la dictadura.

Primo de Rivera reprimió con fuerza todas las alteraciones del orden y procuró

regenerar la vida política. Es cierto que fue época de grandes obras públicas y

de una menor conflictividad, sobre todo cuando, tras el desembarco de

Alhucemas, primera operación de marines del mundo, logró finalizar la guerra

de África, lo que le otorgó una gran popularidad (sirviendo de lanzadera para

otros muchos militares como el propio Franco).

A esta época debemos el texto de Eduardo Aunós (1894-1967), entonces

Ministro de trabajo, comercio e industria del segundo directorio. Este político

catalán, desempeñó una prolongada carrera política, heredada de su familia.

Fue elegido diputado a Cortes en 1915, pasando a ser titular de la secretaría

política de Francisco Cambó en el Ministerio de Fomento. Regresó como

representante en cortes en 1921 para, poco después, ser nombrado

subsecretario del Ministerio de Trabajo Comercio e Industria y, como hemos

indicado ser titular del mismo en el segundo gobierno de la dictadura. Llegada

la II República, se exilió de forma voluntaria a Francia, para regresar con la

dictadura franquista. Recordemos que apoyó a los generales sublevados y

pasó a ser nombrado consejero nacional en 1937, al abrazo del futuro Estado

franquista. Tras la guerra despempeñó labores diplomáticas, siendo también

consejero nacional de la Falange Tradicionalista y de las JONS, miembro de la


17

Junta Política, vocal del Tribunal de Responsabilidades Políticas, procurador en

Cortes y Ministro de Justicia de 1943 a 1945.

Su labor, durante la dictadura del 23 se concentró en una serie de medidas

sobre condiciones laborales que cristalizaron en el Código del Trabajo y la

puesta en marcha de la Organización Corporativa Nacional (recogemos aquí el

Real Decreto Ley que estableció tal organización). No es menester indicar que

sus orientaciones ideológicas y filosóficas no son parejas a las de Azcárate y

mucho menos su nivel intelectual, como tampoco alcanza al de Ayala, los dos

autores entre los que se ubica en el tiempo, pero es interesante comprobar las

distintas orientaciones que, sobre política social aún embrionaria, planteaban

los dos primeros y que, en Ayala, ya aparece lo relativo al reconocimiento de

los derechos sociales. En Aunós se contemplan los perfiles conservadores,

inspirados también en el organicismo y evolucionismo adaptados a su

pensamiento. Hablamos de un personaje que recoge la tradición conservadora

católica, de tintes reaccionarios, que comprendían la “cuestión social” desde la

idea que, atajar los problemas de la pobreza no era tan importante como evitar

el abandono de la religión por parte de aquéllos que padecían la desigualdad.

Pero la dictadura tuvo su fin. Primo de Rivera, que prometió solamente

“noventa días”, intentó institucionalizarse en el poder, como pudo verse de

forma meridiana en su segundo directorio. Además, el régimen pretendía

mimetizarse con buena parte de los aspectos del fascismo triunfante en Italia.

Las críticas y resistencias se reproducían, incluso dentro del mismo ejército y,

por si no fuera poco, la monarquía, temerosa, retiró su apoyo al general que

dimitió en 1930. Tal dimisión, en cierta medida, fue la expresión de un fracaso


18

que no pudo resolver el proceso que llevaría casi siete años depués a la

Guerra Civil.

La dura represión del movimiento anarcosindicalista, el inmovilismo a la hora

de afrontrar la reforma agraria, la negativa al regionalismo (sobre todo con la

disolución de la mancomunidad de Catalana) y el reforzamiento del

nacionalismo separatista a partir de su persecución, no promovieron la paz y la

concordia. Inevitablemente, tal fracaso arrastró también a la monarquía, a

pesar del intento de última hora por desligarse de quien antes había apoyado.

La lentitud del retorno a la senda constitucional reclamado por el país, abrió las

puertas a la II República: el 12 de abril de 1931 triunfaron en las elecciones

generales la coalición de republicanos y socialistas en todas las grandes

ciudades. Así, pues, la monarquía no podía mantenerse, y menos por la fuerza,

lo que obligó a Alfonso XIII a abandonar el país, proclamándose la II República

a través del Comité Revolucionario constituído en gobierno provisional.

2.2. Constitución Republicana, derechos sociales y Dictadura.

Establecemos este epígrafe por una razón bien clara, esta Constitución es la

primera que puede considerarse como verdaderamente democrática y, a su

vez, con un contenido social inédito hasta la fecha, de la que es deudora la de

1978. Pero no es menos cierto que, en su fin, amaneció la Dictadura franquista.

Repasaremos, brevemente, estas cuestiones, referidas, principalmente y como

es obvio, a los contenidos de la política social.

El clamor popular, al menos en el inicio de la II República, ansiaba un Estado

en el que la democracia, el regionalismo, laicismo y las reformas sociales,

todas ellas asignaturas pendientes, fuesen codificadas en un texto para todos,

la Constitución de 1931.
19

Este texto fue, en su momento, un compendio de las Constituciones más

avanzadas de su tiempo, sobre todo la alemana12, austríaca, mejicana y otras

que gozaban de gran prestigio.

La principal preocupación de los padres de esta Carta de 1931 fué la

ampliación de los derechos ciudadanos, haciéndose eco de las aspiraciones

sociales (lo que no se había hecho en los textos constitucionales anteriores) y

de la necesidad de asegurar el cumplimiento de la declaración de derechos

bajo el amparo de un Estado de derecho (cfr. art. 2). Para ello, se intentó

garantizar una real separación de poderes, sobre todo en lo que respecta al

poder judicial.

Por otra parte, el substrato ideológico, que en un primer momento se inclinaba

hacia el socialismo, acabó equilibrándose. No sólo se reconocía el derecho a la

propiedad privada13, sino que, en un primer momento, la Constitución se

autodenominó como “República de los trabajadores”, lo que, hábilmente fue

modificado por Niceto Alcalá Zamora, en el artículo primero, desactivando tales

pretensiones al denominarla como ”República de los trabajadores de toda

clase” (cuestión que trata Ayala en su texto).

Sin ánimo de ser exahustivos en nuestras afirmaciones, los derechos de los

ciudadanos gozaban de una protección evidente pues, toda persona que no

hubiese obtenido de las autoridades la garantía de algún derecho; podía

12
O de Weimar, de la que fueron testigos varios autores españoles estudiantes en Alemania,
trasladando así su influencia a nuestro país.
13
En efecto, no sólo es así, sino que también reconocía la propiedad de los medios de
producción pero sujeta a ciertos límites, como la subordinación a los intereses de la economía
nacional, posibilidad de nacionalización y socialización, etc. Defintivamente, quedaba la puerta
abierta a la intervención del Estado en la explotación y coordinación de industrias cuando así lo
exigiese la racionalización de la producción.
20

reclamar amparo bajo el Tribunal de Garantías Constitucionales, antecedente

del actual Tribunal Constitucional.

Hemos hablado también de derechos sociales, motor de la política social. Estos

ya aparecen dentro de la Constitución republicana, paralelos a la elaboración

doctrinal de Herman Heller (que poco después se exilió a España) del término

Sozialreechsttaat. De hecho, la Constitución clasificaba los derechos

ciudadanos bajo las dos rúbricas clásicas: individuales y políticos, pero

tampoco olvidaba los relativos a la familia, economía y cultura, recogiendo los

derechos económicos y sociales como el trabajo y la seguridad social. De

hecho, la iniciativa individual quedaba limitada por el interés general,

protegiéndose el trabajo y convirtiéndolo en una obligación social amparada por

la ley.

También comprende el sufragio universal femenino (tras la pugna entre Victoria

Kent y Margarita Nelken14), libertades de asociación política y sindical y

mayoría de edad a los 23 años.

Francisco Ayala (1906), que bien podríamos haber utilizado en el capítulo

relativo a la sociología si hubiésemos dedicado un apartado a esta disciplina en

España, no fue en absoluto creador o precursor de la Constitución republicana,

pero el texto que aquí recogemos es bien interesante y esclarecedor sobre la

misma.

Aparte de su profusa creación literaria, también econtramos en él una relación

de trabajos científicos bien importantes (no nos resistimos a citar un párrafo de

su la introducción a la Teoría del Estado de Carl Schmitt, que tradujo al


14
Es cierto de que hablamos de una de las primeras Constituciones en reconocer tal sufragio,
pero no olvidemos que la polémica entre las dos líderes socialistas tenía su lógica: pues el voto
de la mujer, sobre todo en el ámbito rural, era mayoritariamente conservador.
21

español15), así como tareas desempeñadas en la II República, pues ingresó en

el cuerpo de Oficiales Letrados del Congreso republicano antes de obtener su

cátedra en Derecho político16. Ya durante la Guerra Civil, ocupó diferentes

cargos de responsabilidad dentro del bando republicano, exiliándose tras la

victoria franquista. No podemos decir que fuera socialista, y mucho menos

marxista, en todo caso fue un republicano convencido. Su exilo finalizó en

1960, llegando, tras infinidad de galardones, a obtener el premio Cervantes de

literatura en 1991. Volviendo al texto que nos ocupa, recordemos que

pertenece a una conferencia impartida en 1932 en Madrid y que atiende,

precisamente, el Derecho social dentro de la Carta Magna republicana. Más

aún, refiere la historia de la primitiva política social española, los contextos

nuevos y el reconocimiento internacional. Rasgos que anticipan los

fundamentos constitucionales contemporáneos.

No obstante, en las páginas siguientes también recogeremos la intervención,

claramente divergente de la de Aunós, de Jiménez de Asúa (1889-1970),

presidente de la Comisión Parlamentaria del Proyecto de Constitución y

redactor básico de la Constitución. Recordemos que Luis Jiménez de Asúa era

miembro del PSOE y representaba el tipo de docente (catedrático exigente,

pero muy respetado) y político engarzado con el racionalismo institucionalista

heredado del krausismo, profesando una especie de marxismo de corte

intelectual, pero no militante. Realmente, sus trabajos tienen más que ver con

15
Dice así sobre la obra de Schmitt: “En cuanto al fondo ideológico subyacente, pertenece,
como queda dicho, a la esfera de la convicción política, anterior a toda operación mental y, por
lo tanto, a toda articulación cientítica; habría que discutirlo en otro terreno. A mi entender –o si
se prefiere en mi sentir-, induce hacia una vía muerta”. En Schmitt, C. (s.f.): Teoría de la
Constitución. Madrid: Revista de Derecho privado.
16
Que se dividió, ya en nuestros días, en dos áreas diferentes: derecho constitucional y ciencia
política.
22

el Derecho penal, siendo director del Instituto de Estudios Penales y uno de los

redactores del Código Penal de 1932. Su peso en la República fue importante,

convirtiéndose en 1962 presidente de la República en el exilio (se exilió a

Argentina en el año 1939). En el texto que podemos leer más adelante

podemos contemplar una nueva articulación de una España tendente a la

descentralización, y los matices, bien importantes que, como indicamos más

adelante, descargaban de parte de ciertas derivas ideológicas.

Pero regresando a Ayala, genio aún vivo y del que poco podemos decir que no

se conozca ya (incluídas sus dos candidaturas sucesivas al premio Nobel en

1996 y 1997 que hubiesen hecho justicia y reconocimiento internacional que le

puede faltar), vemos cómo retoma las cuestiones antes planteadas, incidiendo

sobre el campo de los derechos sociales que trasncribimos en el texto

siguiente, extraído de la propia Constitución de 1931:

-El Derecho social en la Constitución de la República Española17.


“Una de las más destacadas innovaciones que la vigente Constitución de la
República española (9 de diciembre de 1931) aporta a la historia del Derecho
constitucional español es la inclusión en su seno de un cierto número de
fórmulas básicas, correspondientes al que puede ser denominado , en términos
amplios, Derecho social, así como también, en alguno de sus aspectos,
Derecho económico, que en la sistemática del texto se agrupan bajo el epígrafe
“Familia, Economía y Cultura”, dentro del capítulo II del título III, relativo a
“Derechos y deberes de los españoles”.
Antes de que la Constitución fuese aprobada existía ya, en el cuerpo del
Derecho positivo español, un sector, no demasiado reducido, de Derecho
social, o, más en concreto, de derecho del trabajo. La política social no era, en
modo alguno, desconocida en España. Pero las normas a ella
correspondientes se habían desarrollado a impulsos de la necesidad, sin
sistema y un poco en precario, por vía legislativa ordinaria y, en gran volumen,
por virtud de disposiciones o regulaciones dictatoriales. El texto jurídico, clave
de todo el sistema entonces vigente, la Constitución de 1876, respondía por
completo en su concepción –y dada su fecha y circunstancias no podía ser de
otro modo- al pensamiento político social del liberalismo clásico, y, por lo tanto,

17
Conferencia leída en el Centro Germano-Español de Madrid. 10 de marzo de 1932. Madrid:
Sobrinos de Suc. De M. Minuesa de los Ríos, 1932.
23

no había en ella previsión –tampoco, claro está, prohibición- de una actividad


legislativa en el sentido aludido. La transformación social experimentada aquí,
como en todo el mundo, de entonces a la fecha, el estímulo del ejemplo
extranjero y la necesidad de aceptar normas internacionales, dieron lugar,
entre nosotros, al desenvolvimiento de una legislación social, respecto a la cual
hubo de hacerse sentir incluso, aunque con pobres resultados, la tendencia
codificadora (Código del Trabajo de 1926).
La nueva Constitución española, al acoger determinado conjunto de formulas
relativas a la materia, viene a prestar un punto de apoyo lógico jurídico al
derecho positivo preexistente, al mismo tiempo que traza las grandes líneas
directrices a que éste habrá de acomodarse y con arreglo a las cuales deberán
ser desarrolladas las normas futuras.
[...]
El hecho de que el conjunto de preceptos y declaraciones contenido en el
capítulo II del título III represente una innovación para nuestro Derecho
Constitucional es explicable con sólo representarse la fecha y circunstancias
de la anterior Constitución, donde una regulación semejante no era presumible,
y recordar las condiciones, universales y nacionales en que ha advenido el
texto de 1931. Por lo demás, dicha constitucionalización supone, en primer
término, la colocación de los principios de la ordenación pretendida bajo la
salvaguardia de las protecciones jurídicas especiales que defienden a la
Constitución (reforma y jurisdicción constitucionales).
(organiza los contenidos del capítulo citado, separando los que serían derecho
del trabajo y derecho económico, para dejar sin confusión el derecho de familia,
el servicio público de enseñanza y la política cultural. Sigue:)
Tanto por lo que alude al derecho de familia como por lo que se refiere a la
enseñanza –o, según el texto pretende, “cultura”- nos hallamos en el caso de
constitucionalización de materias hasta ahora confiadas a la legislación
ordinaria (Código civil y Leyes de Instrucción pública) que el legislador
soberano ha creído oportuno revestir, en ciertos principios, con la categoría y
consiguiente fijeza de la norma constitucional, por efecto de la común
disposición a llevar al texto político fundamental los asuntos o soluciones que
en el correspondiente momento histórico requieren ser afirmados con vigor
contra posible contradicción, del mismo modo que pueden apartarse y ser
desplazados aquellos otros que han llegado, mediante la aceptación general a
convertirse en postulados indiscutibles de la vida pública del país.
La caracterización jurídica de una y otras fórmulas se hace aquí, por su parte,
en extremo difícil, a causa del deficiente “estilo legislativo” de los artículos
citados. La técnica es en ellos tan lamentable que apenas si cabe extraer un
solo “precepto” del abigarrado conjunto, donde hasta algunas muestras de
charlatanería se ofrecen, en cambio, al lector.
[...]
Antes de ingresar en el terreno del derecho económico-social propiamente
dicho (derechos del trabajo y económico) de la Constitución, conviene
detenerse en la declaración de su artículo 1º, según el cual España es una
República democrática de trabajadores de toda clase. Si prescindimos del
examen de las motivaciones reales que en su día tuvieron como consecuencia
24

la elaboración de la fórmula, y, como es correcto, renunciamos a una


interpretación basada tan sólo en los factores de voluntad psicológica allí
concurrentes, para buscar el absoluto valor jurídico –político de la misma, la
definición del artículo 1º, puesta en conexión con el conjunto del texto, o no
significa nada , o supone una supervaloración jurídica del trabajo...al mismo
tiempo que una negación –encerrada en el complemento “de toda clase”, pero
también en el adjetivo “democrática”- de cualquier interpretación (tanto más
fácil si se atiende a la desvirtuada , pero efectiva, raigambre marxista de
aquella declaración) que quisiera caracterizar la República española como un
supuesto Estado clasista al modo soviético; nada pues, a manera de exclusión
de la vida pública fulminada contra los no trabajadores, sino tan sólo la indicada
supervaloración, en contraste con el régimen político anterior, donde
predominaban elementos de cualificación social distinta.
Por lo demás, la amplitud del concepto de trabajador en nuestro Derecho
vigente es grande (Vid. Artículo 6º de la Ley de 21 de noviembre de 1931,
relativa al contrato de trabajo:
“Trabajadores son:
Los aprendices, reciban o no un salario, o paguen ellos al patrono algún
suplemento, en cuanto no se derive otra relación de su contrato particular,
conforme a la regulación especial del contrato de aprendizaje;
Los ocupados en servicios domésticos; Los llamados obreros a domicilio; Los
obreros y operarios especializados o no en oficio, profesiones manuales o
mecánicas, y los que ejerzan trabajos triviales ordinarios; Los encargados de
empresas, los contramaestres y los jefes de talleres; Los empleados ocupados
en comercios, Bancos, oficinas, contabilidad y gestión; Los llamados
trabajadores intelectuales, y Cualesquiera otros semejantes.”

-Constitución de 1931.
(Recogemos el artículo primero, segundo y tercero, además, de los artículos
44, 46, 47 y 48 del Capítulo II del Título I: Familia, economía y cultura).
Artículo 1.
“España es una República democrática de trabajadores de toda clase, que se
organiza en régimen de Libertad y de Justici. Los poderes e todos sus
órganos emanan del pueblo. La República constituye un Estado integral,
compatible con la autonomía de los Municipios y las Regiones. La bandera de
la República española es roja, amarilla y morada.
Artículo 2.
Todos los españoles son iguales ante la ley.
Artículo 3.
El Estado español no tiene religión oficial18.

18
Entre la diversidad de motivos que provocaron la caída de la República, este no dejó de ser
importante. Al igual que el régimen liberal de 1820, el enfrentamiento con la Iglesia
(recordemos que la República expulsó a la Compañía de Jesús) supuso un serio obstáculo que
no sólo no pudo ser arrostrado, sino que se volvió en su propia contra.
25

Artículo 44.
Toda la riqueza del país, sea quien fuere su dueño, está subordinada a los
intereses de la economía nacional y afecta al sostenimiento de las cargas
públicas, con arreglo a la Constitución y a las leyes.
La propiedad de toda clase de bienes podrá ser objeto de expropiación
forzosa por causa de utilidad social mediante adecuada indemnización, a
menos que disponga otra cosa una ley aprobada por los votos de la mayoría
absoluta de las Cortes.
Con los mismos requisitos la propiedad podrá ser socializada.
Los servicios públicos y las explotaciones que afecten al interés común
pueden ser nacionalizados en los casos en que la necesidad social así lo
exija.
El Estado podrá intervenir por ley la explotación y coordinación de industrias
y empresas cuando así lo exigieran la racionalización de la producción y los
intereses de la economía nacional.
En ningún caso se impondrá la pena de confiscación de bienes.
Artículo 46.
El trabajo, en sus diversas formas, es una obligación social, y gozará de la
protección de las leyes.
La República asegurará a todo trabajador las condiciones necesarias de una
existencia digna. Su legislación social regulará: los casos de seguro de
enfermedad, accidentes, paro forzoso, vejez, invalidez y muerte; el trabajo
de las mujeres y de los jóvenes y especialmente la protección a la
maternidad; la jornada de trabajo y el salario mínimo y familiar; las
vacaciones anuales remuneradas: las condiciones del obrero español en el
extranjero; las instituciones de cooperación, la relación económico-jurídica
de los factores que integran la producción; la participación de los obreros en
la dirección, la administración y los beneficios de las empresas, y todo
cuanto afecte a la defensa de los trabajadores.
Artículo 47.
La República protegerá al campesino y a este fin legislará, entre otras
materias, sobre el patrimonio familiar inembargable y exento de toda clase
de impuestos, crédito agrícola, indemnización por pérdida de las cosechas,
cooperativas de producción y consumo, cajas de previsión, escuelas
prácticas de agricultura y granjas de experimentación agropecuarias, obras
para riego y vías rurales de comunicación. La República protegerá en
términos equivalentes a los pescadores.
Artículo 48.
El servicio de la cultura es atribución esencial del Estado, y lo prestará
mediante instituciones educativas enlazadas por el sistema de la escuela
unificada.
La enseñanza primaria será gratuita y obligatoria.
26

Los maestros, profesores y catedráticos de la enseñanza oficial son


funcionarios públicos. La libertad de cátedra queda reconocida y
garantizada.
La República legislará en el sentido de facilitar a los españoles
económicamente necesitados el acceso a todos los grados de enseñanza, a
fin de que no se halle condicionado más que por la aptitud y la vocación.
La enseñanza será laica, hará del trabajo el eje de su actividad metodológica
y se inspirará en ideales de solidaridad humana.
Se reconoce a las Iglesias el derecho, sujeto a inspección del Estado, de
enseñar sus respectivas doctrinas en sus propios establecimientos”.

Pero el enfrentamiento civil era inevitable, no entraremos en él, pues no es este

un capítulo sobre la historia de la España contemporánea, como hemos

indicado en la introducción a este capítulo, pero lo que si podemos indicar es

que, tras el conflicto armado, amanece una España como país roto,

empobrecido, aislado de su entorno y con numerosas heridas abiertas.

Durante los primeros años de la Dictadura, como sabemos, triunfó la delirante

idea de establecer un Estado autárquico, basado en la ideología social de la

falange e, inevitablemente, en el aislamiento posterior que sufrío por parte de

las potencias aliadas como país fundado en el fascismo.

Tal opción no hizo más que empeorar la situación, si esto era posible: cartillas

de racionamiento, estraperlo, falta de artículos de primera necesidad,

medicamentos, mendicidad, restricciones de agua, electricidad, etc., son

realidades pasadas padecidas por nuestros mayores que se unieron al exilio,

prisión y condena a muerte que tantos sufrieron.

Aún así, los primeros años de la Dictadura recogieron precariamente aspectos

sociales, más nominales que reales, y que podían verse en el Fuero de los

Españoles de 1945 a través de un cuadro referido a la previsión social: vejez,


27

muerte, enfermedad, maternidad, accidentes de trabajo, invalidez, paro forzoso

y demás riesgos.

Relación con estas materias tenía José Antonio Girón (1911-1995), falangista

convencido, joseantoniano ferviente y Ministro de Trabajo entre los años 1941 y

1957, es decir, del tercer al séptimo gobierno de Franco. De hecho a él se

deben las leyes relativas a los seguros de enfermedad, higiene y seguridad del

trabajo, gratificación navideña y subsidio de invalidez. En él se funden las ideas

propias del nacional-sindicalismo que supuestamente supondrían una solución

a los problemas que no habían sabido ni podido afrontar liberalismo,

socialismo, comunismo ni libertarismo. Tal discurso, que reclamaba justicia

social, resultaba distante de la realidad social de forma sideral de la misma. El

autoritarismo, la prepotencia y pseudomilitarismo eran rasgos propios de la

patronal, en un ambiente de bajos salarios, precios elevados (más aún en el

mercado negro) y escasez generalizada. En el siguiente texto, observamos los

rasgos prototípicos, más bien los dogmas, estereotipos y retórica de aquélla

época de cristianización y hermandad en la fe anclada en supuestos valores

eternos e instituciones apolilladas.

-Quince años de Política Social dirigida por Franco.19


La previsión ofensiva.
“...Pero es que además, en orden a la productividad... estas instituciones
[Montepíos y Mutualidades Laborales] han dado en España una sorpresa...y
con esta sorpresa han dado un paso en el camino de la evolución social que
conduce a la paz entre las clases económicas.
En el año 1944, dirigiéndome a las Cortes españolas cuando les hacía una
exposición de los planes político sociales, me permití decir estas palabras: “el
encauzamiento del tesoro financiero de las obras sociales y de previsión hace

19
Discurso de apertura del I Congreso Iberoamericano de Seguridad Social en Madrid, 22 de
mayo de 1951. Madrid: Ediciones O.I.D.
28

posible iniciar las primeras escaramuzas en un campo nuevo de protección que


rebasa las concepciones actuales y que pudiera denominarse previsión
ofensiva , porque la previsión actual se construye sobre la base de un criterio y
de una concepción defensivos. Es solamente un amparo contra los riesgos
posibles que amenazan el provenir del trabajador, contra la enfermedad, contra
el accidente, etc. Pero en un sentido superior la previsión debe contar con otra
rama de instituciones ofensivas que también a todo lo largo de las vidas
obreras constituya< no ya garantía contra la baja de un nivel normal, sino
elemento aprovechable para su mejoramiento. Instituciones necesarias para
ascender con su ayuda y el propio esfuerzo en la escala social y en la escala
económica. Al lado de la previsión que garantiza contra el descenso hay que
crear la previsión que garantiza las elevaciones”.
Nuestro Humanismo.
La Revolución española ha entendido que la formación del hombre no es sólo
una formación espiritual ni una formación técnica...
Nuestro humanismo no es el humanismo nórdico montado sobre la soberbia
del saber humano, del culto a la inteligencia, de la adquisición de
conocimientos y del hurgar como simios en los secretos inescrutables de Dios;
no es tampoco el humanismo esteticista, paradójico, pícaro, juguetón y hábil de
la cultura renacentista; ni es el humanismo que conduce al robot, que es la
última fórmula del homo faber y en la que ha estado a punto de caer el mundo
occidental fascinado por la sirena de Oriente...
[...]De esta manera el Estado Nuevo en España interpreta el destino del
hombre conforme a la doctrina cristiana y a la doctrina política que informó el
Alzamiento: el hombre portador de valores eternos , feliz expresión que jamás
caerá en desuso y que expresa como ninguna otra que los bienes materiales,
la adquisición del bienestar , no son un fin en sí mismos, sino una baliza para
encaminarse hacia el fin para el que todos hemos sido creado.
Esa carga de valores eternos se hace mas ligera, más alegre, cuando la
soporta, con nuestro ser físico nuestro ser intelectual ennoblecido por el
conocimiento fascinante del mundo en torno mediante una cultura.
Los trabajadores españoles han entendido esto con entusiasmo y es necesario
recomendarles calma para su natural impaciencia.
De pronto han visto un rayo de luz, han comprendido que con el dinero de las
clases poderosas se ha comprado la verdadera arma de dominio; esto es, la
cultura, y cuando se encuentran en posesión de un tesoro financiero colectivo
de la importancia del estilo del de los Montepíos se apresuran a armarse para
un estilo nuevo de combate, al final del cual ellos entrevés la paz definitiva y
justa.
[...]He querido fijar que cuando nosotros hablamos del progreso, del aumento
de la producción y de la productividad de los tesoros materiales no miramos por
el agujero de la cerradura de una estadística, sino que contemplamos el
horizonte completo en el que el hombre, criatura lanzado por Dios al trabajo, sí,
al sufrimiento, sí, pero también a gloria y a la Patria universal, se mueve y
anda. (páginas 33-38).
29

Nos tachan de totalitarios o de dictadores en nombre del Estado porque hemos


exigido para el Estado la rectoría de la administración de la justicia social. Se
nos dice ahora y se les dice a los trabajadores que las reformas que nosotros
hemos implantado por voluntad de Franco y mandato de la Revolución pueden
ser regidas por el capitalismo a través de las Empresas, y se argumenta con el
hecho de que una parte , ya hemos visto que pequeña, del salario del
trabajador queda diferida para entregársela en prestaciones que él nunca
hubiera podido procurarse: asistencia médica, jubilaciones, orfandad, etc.
Mis últimas palabras van a ser dedicadas a deshacer este argumento cínico.
En efecto, desde la Empresa han podido realizarse todas estas cosas. Es más:
han debido realizarse. En efecto, desde la Empresa ha debido atenderse no
solamente a dar al obrero el salario justo para sí y su familia, sino a dotarle de
instrumentos de previsión y de defensa. Y no solamente de defensa contra la
adversidad material y económica, sino contra la adversidad de la ignorancia y
de la indefensión intelectual. En efecto, sería mucho más humano y más
perfecto y más de acuerdo con la ley de Dios que cada empresario fuera un
padre para sus trabajadores y como a hijos verdaderos les procurara todo el
bienestar compatible con la continuidad de la familia. En efecto, sería hasta
más barato que las Empresas se encargaran de haber canalizado la realización
material de las normas de justicia social. En efecto, esa realización tendría un
carácter más personal, menos uniforme, en manos de la empresa.
Pero a quienes nos oponen estos argumentos yo les arrojaría este apóstrofe:
¿Qué hicisteis? ¿Qué hicisteis desde que sois la clase dominante del mundo?
¿Qué seguridad social habéis implantado, que generosidad habéis practicado,
que transformación del concepto de Empresa habéis iniciado, si no ha sido
forzados por un acto de Poder, por un precepto, siempre a regañadientes? Y
no vale el argumento de que ha habido empresas beneméritas. Las ha habido
precisamente para probar que por cada una que estaba dispuesta a realizar un
programa justo había mil dispuestas a escamotearlo y a instaurar un régimen lo
más parecido a la esclavitud. Es evidente que al cabo de siglos de irse
perfeccionando la Humanidad, nuestro concepto general del Hombre nos
permite esperar que un día se instaurará el reinado de la justicia.
Entre tanto, y durante siglos por tanto, es el Poder Público quien tiene el deber-
no solamente el derecho- de dirigir la política social. Y mientras llega ese grado
de perfección al hombre y a la sociedad, un Estado cristiano, como el Estado
español, que a sí mismo se define como “católico y social” tiene la obligación
de velar, sin fatiga y sin miedo, precisamente el desarrollo de esa perfección de
la que son anuncio y esperanza las Empresas que todos los años declaramos
ejemplares.
Excusadme nuevamente si he puesto pasión en mis palabras...Me permito
volveros a recordar que nosotros hemos llegado al Poder desde el
campamento militar, que nosotros hemos conquistado el poder al mando de un
soldado y con las armas en la mano”.

Pero la historia aún parecía empeñarse de nuevo en ralentizar su curso en el

caso de España (como fue el reinado de Fernando VII) acababa por imponerse,
30

aunque con lentitud. Así, pues, en la década de los 50, la autarquía cae por su

propio peso y abre camino a la aparición de un grupo de presión, concretado

en los tecnócratas del Opus Dei. Aquéllos falangistas visionarios e imbuídos de

ciertos tintes sociales, los mismos que se atrevieron a desafiar la ideología

ultraliberal y neoconservadora renaciente pidiendo nacionalizaciones

pendientes, quedaron como figuras de museo. Además, los tiempos cambiaban

y el franquismo tuvo que preocuparse en la política interior, sin tener que apelar

a la simple y feroz represión policial, y reorganizar y racionalizar el régimen,

cosa que ocurrió con la Ley para la Reforma Administrativa de 1957, es decir,

la consolidación de la tecnocracia opusina en el poder.

Aún así, el panorama no pasó a ser idílico pero, al menos, a través de una

Administración mejor regulada, la entrada en diferentes Organismos

Internacionales, la ayuda norteamericana para el amigo geopolítico, y la masa

ingente de emigrantes en busca de trabajo hacia la Europa desarrollada,

alivirarían la situación socioeconómica del país.

Era necesaria la unificación legislativa, ante el desorden previo y, sin duda, la

efectiva aparición del plan de la seguridad social, herramienta paradigmática

del carácter paternalista del autoritarismo franquista. Hasta ese momento, los

intereses de grupo, la multitud de instituciones existentes y una burocracia

lenta y agigantada reflejaban una situación no de planificación, sino de

presunta adaptación a los acontecimientos.

Independientemente de estas cuestiones, la mejor coyuntura económica, la

situación nueva de España, totalmente transformada en los aspectos sociales,

económicos y urbanos (el pluralismo político recordemos que era ilegal aunque

los partidos funcionaban cladestinamente) posibilitaron diversos cambios,


31

empezando por la Cartera de Trabajo, junto con una voluntad política de

reformar y reorganizar la previsión social española.

Resultado de tales cambios fue la aparición de la ley de bases de la

seguridad social de 1963 . Cierto que sufrió una buena cantidad de problemas

(entre ellos de la oposición de parte del cuerpo médico, aseguradoras y banca).

De hecho, buscó la creación de un sistema unitario, cosa que no pudo lleverse

a cabo, perpetuándose la profusión de regímenes, derechos adquiridos y

seguros diversos. No fue un sistema modélico, sino más bien desordenado,

pero sí podíamos identifcar en el mismo los rasgos continentales (contributivos)

y, también, como hemos dicho, el paternalismo del régimen. Si comparamos el

texto siguiente con las proclamas fascistas del discurso de Girón, podemos

comprobar que, en efecto, la España de 1967 (que es cuando comenzó a regir

tal sistema) poco tenía que ver con la anterior:

-Ley 193/1963 de 28 de diciembre de bases de la seguridad social.


BOE, nº 312, de 30 de diciembre de 1963.
I. Justificación y directrices de la Ley
“1. El Fuero del Trabajo, al otorgar un nuevo rango al régimen protector de los
trabajadores en sus estados de infortunio y rodearle de un profundo sentido
humano, coincidente con el que más tarde habría de informar a los modernos
sistemas de Seguridad Social, le imprimió un carácter esencialmente dinámico,
por sí solo más que suficiente para explicar los dilatados e intensos avances
que se registran en este orden de realizaciones durante los últimos veinticinco
años
Atribuida al Estado en el Fuero de los Españoles la función de garantizar dicho
amparo o protección; consagrados los derechos a los beneficios de la
Seguridad Social en la ley de Principios del Movimiento Nacional y conseguida
ya la cobertura de los riesgos básicos, comunes y profesionales –respecto de
los trabajadores por cuenta ajena especialmente- parece llegado el momento
de operar el tránsito de un conjunto de seguros sociales a un sistema de
Seguridad Social. Con ello se va más allá de la simple sistematización y ajuste
de los regímenes ya establecidos. Al generalizar la protección a la población
activa en su conjunto y al contemplar armónicamente las situaciones de
necesidad social que la experiencia ha demostrado que son capaces de
cobertura se reacciona contra la insuficiencia de nuestro sistema actual, en
parte nacida del largo y complejo proceso de expansión operado y muy
32

particularmente de la aparición sucesiva y no coordinada de los sistemas


parciales de aseguramiento.
Conscientes de que, sin acudir a la solidaridad nacional ante las situaciones o
contingencias protegidas, la Seguridad Social no pasa de ser un artificio
técnico sin verdadera raíz comunitaria, la ley concibe a ésta como una tarea
nacional que impone sacrificio a los jóvenes respecto de los viejos; a los sanos
respecto de los enfermos; a los ocupados respecto de los que se hallan en
situación de desempleo; a los vivos respecto de las familias de los fallecidos; a
los de actividades económicas en auge y prosperidad , en fin, respecto de los
sectores deprimidos.
2. La ley está presidida por ciertas directrices las cuales, además de conferirle
su más alto valor, resumen el alcance de la reforma. Principales directrices son
la tendencia a la unidad, la participación de los interesados en el gobierno de
los órganos gestores, la supresión del posible animo de lucro de estos
últimos, la conjunta situación de las situaciones o contingencias protegidas, la
transformación del régimen financiero, la acentuación de la participación del
Estado en el sostenimiento del sistema y la preocupación preferente sobre los
servicios de recuperación y rehabilitación.
[...]
8. La evidencia de que en el presente no cabe Seguridad Social sin la
aportación del Estado, ha determinado que la Ley consagre este principio con
carácter general, previendo la consignación permanente en sus Presupuestos
Generales de subvenciones destinadas a tal fin, con miras a conseguir la
redistribución de la renta nacional. Sabido es que la Seguridad Social puede
contribuir eficazmente a una redistribución de la renta total de la comunidad
política, según criterios de justicia y de equidad, y puede, por tanto,
considerarse uno de los instrumentos para reducir los desequilibrios en el tenor
de vida entre los ciudadanos”.

2.3. Transición, Democracia y Constitución.

Los cambios llegaron, era inevitable, incluso antes de la muerte del general. Y

esto fue así porque la España de 1975 nada tenía que ver con la del 36.

El flujo de divisas que entraban a través del turismo y las aportaciones de los

trabajadores emigrantes (más de un millón), el precioso contacto con los

turistas, la incorporación de más y más jóvenes a los estudios y a la

Universidad, la consolidación de la clase obrera y la cada vez mayor clase

media, junto la implantación del consumo e, incluso un cierto relajo del

régimen, hicieron que la base social del mismo, la sociedad española, distase
33

años luz de su gobierno. La dictadura no pervivió no sólo por la muerte de su

titular, sino por extinción y anacronismo.

Las raíces de este cambio podemos encontrarlas, con facilidad y

urgentemente, en la década de los sesenta, calificada como desarrollismo.

Período muy breve de tiempo en el que España transita de una sociedad rural,

donde había fracasado la Revolución Industrial y sin una estructura de clases

definida, a un país donde concluye un peculiar proceso industrializador entre

los años 50 y 60. La fuerte emigración campo-ciudad concentra a la población

en los ámbitos urbanos ante la desolación del campo, consolidándose una

estructura de clases más equilibrada que accede a la sanidad, seguridad,

educación y consumo.

Tanto en los años sesenta como en los setenta, a pesar de la clandestinidad de

los partidos políticos y la existencia de un solo sindicato (denominado

“vertical”), la conflictividad laboral es un hecho. Si bien el Régimen controla los

media y filtra los estallidos de conflictividad, las reivindicaciones, huelgas

obreras y manifestaciones estudiantiles (fuertemente reprimidas) se suceden.

Más aún cuando los años de “vacas gordas” acabaron para todos. Con la crisis

energética y el colapso de Bretton Woods la economía española quedaba

exangüe y en evidencia sus responsables.

A pesar del desarrollo vivido, las desigualdades regionales se mantuvieron o

acrecentaron. A partir de 1973 el crecimiento se detuvo casi por completo. La

dependencia española de las importaciones primarias, sobre todo la energía,

era mucho mayor que la de los países de la entonces CEE, y lo que es más

grave, el Gobierno no hizo nada para reducir el consumo energético tras la

crisis del petróleo de 1973. La inflación superaba sustancialmente a la de los


34

países de la OCDE y el desempleo creció sin parar, dejando estos problemas a

los Gobiernos democráticos posteriores (más del 20% de paro en 1987. Más de

tres millones desempleados, 875.000 de ellos jóvenes).

Los últimos coletazos del Franquismo fueron especialmente duros. Juicios,

represión, torturas, y Franco, un anciano enfermo terminal, que fue mantenido

en una agonía absurda confiando que la supervivencia del dictador sería la

supervivencia del régimen, muere el 20 de noviembre de 1975.

Así, pues, tras el asesinato de Carrero, la muerte de Franco, coronamiento de

Don Juan Carlos I y nombramiento de Suárez, el siguiente paso era

necesariamente la Democracia. Y todo ello a pesar del temor general

(combinado con una esperanza sin límites), fundamentado en un pasado de

más de siglo y medio de confrontaciones civiles y pronunciamientos militares.

Una vez cambiadas las personas, ahora debería sustituirse el régimen. Para

ello se redactó la que se llamó “Ley para la Reforma Política” que, el

constitucionalista Lucas Verdú denominó “Octava Ley Fundamental”, pues siete

eran las anteriores Leyes Fundamentales del Régimen y, esta última, nacida en

la legalidad franquista, acababa con todas ellas y, por lo tanto, con la dictadura.

Esta Ley, aprobada por las Cortes franquistas (en lo que fue el seppuku del

régimen) abría paso a la Democracia, pues proclamaba como fundamento

político unos principios antagónicos con el franquismo, como su artículo 1.2,

que afirmaba la supremacía de la Ley como expresión de la voluntad popular.

El mensaje de esta Ley no se dirigía hacia el legislador de las Cortes

orgánicas, sino al legislador de las próximas Cortes democráticas.


35

Independientemente de que la Ley se diseñó sin contar con la oposición

democrática (se negoció entre el nuevo gobierno y las cortes franquistas), se

allanó el camino a la democracia. Fue finalmente votada favorablemente por la

gran mayoría de los españoles llamados a las urnas.20

Se desmantelaron las instituciones del régimen y se legalizó el partido

comunista, primer contrincante y enemigo del franquismo desde la Guerra Civil

Española. Así, pues, fueron convocadas las primeras Elecciones Generales

que conocían los españoles desde hacía más de cuarenta años (15 de junio de

1977), en la que participaba toda una clase política novel en estas lides y que

posibilitó el triunfo de la Unión de Centro Democrático, partido liderado por

Suárez, que concentraba una buena cantidad de opciones políticas. Este

partido, experimental, fue transbordador que, desde la reforma, rompía con el

pasado autoritario.

Pero un régimen democrático, como bien saben los franceses, no puede

llamarse tal si carece de Constitución. Es decir, de la Carta donde se recojan

y garanticen, frente al arbitrio de uno o de unos pocos, los derechos

ciudadanos. La última Constitución elaborada fue la de la II República que

hemos comentado, suspendida por el régimen franquista y sustituida por las

Leyes Fundamentales.

Vistos los resultados electorales y que el voto de centro-izquierda se

aproximaba al 70%, las fuerzas políticas quedaron persuadidas de la

conveniencia de un proceso constituyente consensuado, política que contaba,

además, con el apoyo del PCE.

20
77,7% de participación y 94,16% de votos afirmativos.
36

Los Pactos de la Moncloa (recordamos que así se denominaron pues las

reuniones se llevaron a cabo en la residencia del Presidente del Gobierno, es

decir, en el palacio de la Moncloa) fueron el prólogo decisivo para el diseño de

una Constitución PARA los españoles, basada en una política multilateral, de

compromisos, dictada por la fragilidad de la recién nacida democracia. No

debemos olvidar que para entonces la crisis económica heredada del régimen

franquista era preocupante, aumentada por el regreso de los trabajadores

españoles en el extranjero, la incorporación de la mujer al mercado de trabajo y

el subsiguiente incremento explosivo del paro, que ya había alcanzado

dimensiones estructurales21. Estos pactos, y la redacción subsiguiente del 78,

fueron el primer y último acto consensuado de la clase política española hasta

la fecha. De esta manera podemos apreciar el compromiso democrático y la

puntería que entonces tuvieron los partidos políticos implicados en el proceso.

La Constitución, votada favorablemente el 6 de diciembre de 1978, recogía la

voluntad de reunión y consenso que la inspiró y, socialmente, podemos

considerarla como una de las Constituciones más avanzadas del mundo,

aunque pueden hacérsele reproches. ¿Por qué?, porque si bien es cierto que

esta Carta de Derechos propugna un abanico amplísimo de los mismos, su

funcionamiento efectivo no fue redactado. Preñada de normas programáticas,

es decir, éstas que serán realidad cuando el legislador las haga efectivas

(aunque no se dice cuándo), muchas de sus aspiraciones quedan en el vacío.

Además, la elaboración del Texto por la comisión encargada de hacerlo tardó

ocho meses frente a los veinte días en los que la Segunda República redactó el

21
Tampoco el terrorismo de la ETA, el GRAPO y la violencia de la extrema derecha colaboraron
para evitar el miedo continuo a la involución.
37

suyo. Por otro lado, la Comisión estuvo compuesta por miembros de la UCD

(partido del Gobierno), PSOE, PCE, Minoría Catalana y AP (precursor del

actual PP), pero ningún diputado del PNV. De hecho, los vascos nacionalistas

no apoyaron la Constitución, algo que posiblemente se habría evitado

incluyendo a un miembro de su partido. También, la confidencialidad de las

reuniones, cerrando el acceso a los medios de comunicación, supuso, por

extensión, dejar al margen a la sociedad española. A pesar de todo, y de una

abstención del 32,88% (la suma de votos negativos, abstención y votos en

blanco, alcanzó 62% en el País Vasco y Navarra -un 72% en Guipúzcoa-), el

porcentaje de los que votaron “sí” llegó al 87,87% frente al 7,83% de negativos.

Por lo tanto, España ya tenía Constitución.

Y uno de sus padres fue Enrique Tierno Galván (1918-1986), que ya siendo

aún joven, era llamado “el viejo profesor”. Este intelectual, profesor y político

socialista (de cátedra) con ciertas raíces anarquistas que arrancan de su

personalidad, fue la clara expresión de la idea del consenso y la voluntad de

cerrar heridas mediante un olvido consciente de los daños infringidos los unos

a los otros. De hecho, Tierno no era persona que amase el desorden, fruto no

sólo de su personalidad, sino también de la historia vivida, la de todos los

españoles. Entre el común de los ciudadnos es más recordado como alcalde

de Madrid, incluídos sus famosos bandos, pero la realidad es que la

contribución intelectual, doctrinal y política de Tierno es bien importante.

Pero más aún, su labor se describe también a través del compromiso con sus

certezas. Este madrileño, catedrático de Derecho político desde 1953, fue

expusado de la Universidad Complutense de Madrid por su apoyo a las

asambleas libres de estudiantes en 1965, junto con García Conde y López


38

Aranguren. Incluso, antes, fue encarcelado durante breve tiempo en el año

1957 por su desafección al régimen22. La conclusión inevitable de su activismo

y liderazgo político la encontramos en que fue fundador, en el año 1968, del

Partido Socialista del Interior, transformado en 1974 en el Partido Socialista

Popular, del que salió elegido como diputado por Madrid en las primeras

legislativas. El partido aglutinaba una buena parte de lo que se ha llamado

“socialismo de cátedra” y fue cantera de una importante de actores políticos.

Poco después, al PSP se sumó al partido socialista obrero español, y con él, el

propio Tierno, que acabó convertiéndose en alcalde de Madrid durante siete

años hasta su muerte.

Pero el Preámbulo que recogemos, es decir, la enmienda presentada por el

PSP, no se debe a la pluma de Tierno, ni siquiera a la de Raúl Morodo. Fue el

profesor y constitucionalista de talla internacional, Pablo Lucas Verdú (1923),

quien redactó tal enmienda. El profesor emérito, de la Real Academia de

Ciencias Morales y Políticas, además de tantos otros méritos que recogen

doctorados propios y honoris causa, premios, medalla de Alfonso X el Sabio,

etc., fue discípulo en Salamanca de Tierno Galván23 y adjunto a su cátedra. En

aquéllos años de 1978 ya llevaba tiempo en la arena política, bien de forma

expresa, presentando su candidatura al Senado por el PSP de Vizcaya, o en la

tarea intelectual, a la que se dedicó ya desde entonces, como fue su

contribución al texto constitucional.

22
La anédocta de aquél encarcelamiento de varios días tiene que ver con que Tierno estaba
muy preocupado porque formaba parte del tribunal de oposición a cátedra de su entonces
adjunto, Pablo Lucas Verdú. El mismo día que salió de la cárcel, pudo acudir a la oposición y
comer con el nuevo catedrático de Derecho político.
23
Anteriormente del Catedrático de Filosofía del Derecho, Elías de Tejada y también de los
catedráticos del Colegio Español en Bolonia, Ferrucio Pergolesi (de constitucional) y Felice
Battaglia (de Filosofía del Derecho).
39

Será pues menester explicar cómo se formó tal Preámbulo sin menoscabo,

cómo no, del trabajo de los profesores Morodo y Lucas Murillo (1996), que

entran en profundidad sobre el mismo en sus connotaciones ideológicas,

políticas, doctrinales y, claro está, histórico-constitucionales.

En el proceso de redacción de la Constitución Española de 1978 fue nombrada

una Comisión constituyente, en la que participaban los partidos políticos antes

indicados. Éstos, una vez leído el borrador de la Constitución, redactaron sus

respectivas enmiendas. Reunidos en la comisión interna del PSP el profesor

Lucas Verdú, junto con Raúl Morodo (en quien había delegado Tierno Galván),

el médico de Tierno y un catedrático de administrativo, Lucas Verdú hizo ver

que la Constitución carecía de Preámbulo.

En un primer momento tal afirmación podría parecer poco importante, pues no

todas las Constituciones contemporáneas vienen precedidas de preámbulo,

pero no es menos cierto que otras sí, sobre todo cuando aparecieron tras

cambios profundos. Para Lucas Verdú, el cambio radical de un régimen

autoritario a otro constitucional, exigía una explicación de la ruptura con el

régimen anterior, sin que esto fuese una simple cuestión pedagógica.

Se arguyó en la comisión que tal Preámbulo no era estrictamente necesario,

sino más bien prescindible, redundando en la idea de que, en todo caso, sería

más una aportación retórica y/o estética de poca aplicabilidad y contenido o

valor constitucional. El profesor Lucas Verdú defendió la necesidad del

Preámbulo, desde la idea que no era una cuestión retórica y carente de valor

constitucional, pues el mismo serviría para abrir el paso a la interpretación de

todo el texto posterior y, también, para exponer y defender los valores

(axiología) que inspiran todo el articulado (como puede verse en el art. 1.1.).
40

Raúl Morodo, que apoyaba las tesis de Lucas Verdú, optó por la vía

diplomática y dijo que sería interesante incluirla, pues esto permitiría a Tierno

“lucirse” en su defensa de la misma en la Comisión constituyente, cosa que así

ocurrió, tras la redacción de la enmienda por el profesor Lucas Verdú,

posibilitado que nuestra Constitución tenga Preámbulo.

En las páginas siguientes recogemos parte de su última contribución,

interesante en cuanto no solamente es bien actual, sino que cierra lo que

hemos querido contar: la política social, como agente de la reivindicación de

derechos sociales, libertades positivas, es un discurso, no un mero

procedimiento y que, en su construcción y desarrollo, debe pretender no

simplemente asistir, sino ser garante de derechos, es decir, de valores que son

los que inspiran el texto constitucional: la dignidad de la persona. Otra cosa

será la tarea pendiente de acometer, compleja y no exenta de peligros (el

útltimo texto de Lucas Verdú trata sobre este asunto), que es la de convertir las

bellas palabras, de las cuáles hemos leído algunas en este capítulo, en hechos.

3. Autores y Política social en sus textos.

• Gumersindo de Azcárate:

Dejamos dos textos de este autor, sobre todo porque nos sirven para

comprobar las líneas de su pensamiento, anteriormente apenas apuntadas y, a

su vez, para explicar la transición de la Comisión de Reformas Sociales al

Instituto de Reformas Sociales. En el primero observamos aspectos referidos a

su herencia científica comentada (poco ordenada), pero también al reformismo,

así como la preocupación sobre los conflictos de su tiempo. Cuestión que


41

puede contemplarse también en el siguiente texto, sobre la creación de la

Comisión y su interés sobre una necesaria colaboración en busca de la

eliminación del conflicto:

-El problema social y las leyes del trabajo (1883)24.


“Pero ciego está quien no vea lo universal de la agitación obrera, la tendencia
manifiesta del proletariado a organizarse, la neuropatía social que conduce a
arrostrar tranquilamente la muerte después del crimen, lamentando no tener
diez cabezas para sacrificarlas en aras de la buena causa, y el poder
formidable que ostentan: el nihilismo en Rusia; las Trade Unions en Inglaterra;
la democracia socialista en Alemania, y el partido obrero en los Estados
Unidos.
¿Es todo ello fruto del error y de la pasión? Pues entonces consistirá el
problema en curar esas enfermedades del espíritu. ¿Es, por el contrario, que el
proletariado pide con razón y con derecho? Pues hay que pensar en el modo
de otorgarle de buena voluntad lo que pretende recabar por la fuerza y por su
propio esfuerzo. ¿Es una mezcla de error y de verdad, de justicia y de
injusticia? Pues reconózcase lo que la justicia y la verdad demandan y
muéstrese la injusticia y el error del resto. De todos modos, importa pensar y
obrar y sacudir el lamentable prejuicio de reducir la cuestión a una de Derecho
Penal.
Hasta la saciedad se ha repetido que es tal problema una manifestación y una
consecuencia de la antítesis entre la realidad y la idea, entre el presente y las
aspiraciones nuevas, entre la tradición y el progreso, a tal punto que, por
hallarse todos conformes en esto, convienen asimismo en considerar como
característica de la época moderna la crisis total que la lucha entre estos
elementos implica, y de ahí que, en medio de tantas soluciones como se
proponen para resolver la cuestión, quepa clasificarlas en tres grupos, según
que se propongan la vuelta al pasado o el mantenimiento, en su integridad, de
lo presente; la instauración de nuevos principios y nuevas instituciones, o una,
ya ecléctica, ya armónica, en que se compongan y compenetren uno y otro
elemento.
He dicho al comenzar que el problema social era una consecuencia y
manifestación de la crisis total característica de los tiempos presentes, porque
él es tan sólo una parte del que abarca la vida toda. Ciertamente tiene aquél
tantos aspectos como ésta; por eso, bajo el punto de vista económico, es el de
la miseria; bajo el científico, el de la ignorancia; bajo el moral, el del vicio; bajo
el religiosos, el de la impiedad o el fanatismo, etc.; y por eso, con motivo de
esta cuestión se habla de las relaciones del capital con el trabajo, de
sociedades cooperativas, de crédito popular; se habla de la enseñanza primaria
gratuita, de la profesional y de la instrucción integral; se habla de las
concupiscencias de estas o aquellas clases sociales, de los deberes de la
riqueza, de los efectos del ahorro, de la laboriosidad, de las virtudes todas; se
24
En (1993): Estudios Sociales , Madrid: Sucesores de M. Minuesa.
42

habla de la restauración de la antigua fe, de una renovación religiosa o de la


renuncia a toda creencia en este orden; se habla de libertad, personalidad,
igualdad, asociación, propiedad, arrendamiento, herencia, libre contratación,
usura, y se habla, en fin, de sociedades corales, de círculos de recreo, del
poder educador del arte, de la necesidad de facilitar a los obreros el acceso a
las galerías y museos públicos.
Pero que éste (el problema social) tenga tantos aspectos como la vida no
quiere decir que consista en la suma de todos los planteados en los momentos
presentes.
El predominio de lo trascendental condujo en la primera época: en el orden
jurídico, a la exaltación del principio de autoridad y a la directa intervención del
Estado en la vida toda; en el sociológico, a la supeditación del elemento
individual al social; en el biológico, al respeto ciego de la tradición con
menoscabo del espíritu reformista y progresivo. El predominio de lo inmanente,
en la segunda, a llevado a preconizar los conceptos oscurecidos en la anterior:
la libertad, el individualismo, el progreso. Y en la tercera, que comienza en
nuestros días, pugna el espíritu por hallar la armonía entre esos opuestos
principios, presintiendo que cabe entre lo trascendental y lo inmanente, entre la
autoridad y la libertad, entre el individuo y la sociedad, entre la tradición y el
progreso.
El modo de concebir el mundo tiene, por fuerza, que reflejarse en el de
concebir la sociedad. Según que se considere aquél como un todo simple,
como una suma de partes, como un mecanismo o como un organismo, así
resultará ésta como el único ser sustantivo, respecto del cual es el hombre un
mero accidente, o como un agregado de individuos yuxtapuestos, o como un
dualismo insoluble e irreducible, en el que quedan frente a frente la sociedad y
el individuo, o como un ser orgánico, en el que aquélla y éste se componen,
mostrándose a la vez la unidad en el todo y la variedad en las partes. En el
Antiguo Régimen imperó el primer sentido, y de ahí la confusión del Estado con
la sociedad, el poder absoluto de aquél, la preocupación por el interés general,
el de la nación en su totalidad. Con la revolución triunfó el segundo, y de ahí la
emancipación del individuo, la exaltación de la personalidad, la disgregación y
el atomismo en la vida social. Y hoy, si por un lado subsiste en los hechos la
solución ecléctica inspirada por el doctrinarismo, y que, respondiendo al tercer
sentido dicho, busca, en una especie de arbitraria transacción, el modo de
resolver el dualismo entre la sociedad y el Estado y entre aquélla y el individuo,
por todas partes se abre paso la concepción orgánica, con todas sus naturales
consecuencias y con la pretensión de hallar una solución que, sobre serlo de
armonía entre el socialismo y el individualismo, corolarios, respectivamente del
sentido unitario y del empírico, supla, de un modo real y positivo, la artificial,
limitada y relativa mantenida por el doctrinarismo ecléctico.
[...] Por último, el sentido orgánico mirará la relación entre individuo y sociedad
como una relación intrínseca y estimará la vida de aquel como propia y, a la
vez, dependiente de la de ésta, y, por tanto, que no es posible el cambio ni
puede injerirse lo nuevo sino mediante una gradual transformación y de un
proceso, por virtud del cual nazca y se desenvuelva la nueva relación, siendo
íntima e interna, como todas las que se dan en las partes de un organismo.
43

Y el modo de concebir la sociedad tiene asimismo que reflejarse en el modo de


concebir el Derecho y el Estado...
[...] Y el modo de concebir el mundo y la sociedad tenía que influir, por
necesidad, en el modo de entender la vida y las leyes que la rigen...
IV.
Pero, se dirá, el problema que tenemos delante de nuestros ojos no es eso. LO
que preocupa a las sociedades modernas es el de la distribución de la riqueza,
es la agitación producida pro las pretensiones del proletariado, es la lucha entre
capitalistas y obreros. Cierto; y por eso así como antes os decía que, del
problema todo de la vida hoy planteado es tan sólo una parte el problema
social, digo ahora que de éste es únicamente una parte la cuestión obrera.; es
aquél , contemplado desde dos puntos de vista: el económico y el del interés
de las clases trabajadoras.
[Se emplean ordinariamente, como sinónimos, problema social y cuestión
obrera. Describe la evolución de las formas de producción según Marx; y
concluye:]
De cualquier modo resulta que, en la constitución de la gran industria, el capital
y el trabajo, considerados como dos entidades abstractas, continúan unidos en
aquella inevitable relación sin la cual no se produce la riqueza, pero capitalistas
y obreros viven cada día más separados; y como en el fruto manifiesto de esa
revolución industrial tienen los primeros una participación, perceptible a la
simple vista, mientras que a los segundos no alcanza otra que la indirecta que
se deriva del aumento en el bienestar general, el contraste entre los millonarios
y el proletariado y la separación de clases se hacen cada vez más visibles.
[Después de explicar el alcance y la oportunidad que tienen las recientes leyes
sociales, diferenciando las responsabilidades del individuo, del Estado y de la
sociedad, concluye:]
[...] Nos encontramos con una rectificación saludable del antiguo concepto
empírico y atomista de la sociedad, a la cual ha contribuido en no poco la
doctrina según la que aquélla es un organismo , por fortuna profesada y
propagada , a la par, por el idealismo y por el positivismo naturalista, de otra
resulta también rectificado el sentido del liberalismo abstracto en cuanto , en
vez de considerar la libertad como fin, se la estima como medio, y, en vez de
confundirla con la arbitrariedad, se afirma como libertad racional; de donde se
deduzcan como consecuencias aquellas reglas de conducta, aquella reforma
del hombre, aquellos deberes de los ricos de que os hablé hace una año
examinando lo que sobre extremo tan interesante han escrito representantes
de varias sectas, escuelas y partidos.
¿Se ha ganado de igual modo por lo que hace al concepto del Estado y de su
misión en la sociedad? Entiendo que sí. Por una parte, se reconoce que el
contenido del derecho no es únicamente la libertad, sino que ésta condicional a
vida toda; de donde se deduce la necesidad de que, al compás de ésta, se
desenvuelva aquél de un modo positivo y constante. Y de otra, si bien es
verdad que el socialismo de Estado y el radical pretenden volver, en menor o
mayor grado, a reintegrar a aquél en la posición que ocupaba en el antiguo
régimen, aun cuando con un muy otro objetivo, también lo es que, comparando
44

el nuevo socialismo con el antiguo, resulta que aquél deja al individuo una
esfera de acción más amplia que la que éste le reconocía.
En suma: podría decirse que, atendiendo al conjunto de lo que pasa, así en la
realidad como en la esfera del pensamiento, resulta menos atomismo
inorgánico, menos liberalismo abstracto, menos individualismo exclusivo,
menos socialismo extremado, y como una tendencia general a reorganizar la
sociedad sin mengua de la libertad, para que “el individuo encuentre en su
seno nuevas razones de dignidad y nuevos motivos para el incremento de la
propia espontaneidad, no el sepulcro de su nativa autonomía” (Sbarbaro); a
hacer efectivos aquellos deberes que los moralistas ingleses incluyen bajo la
denominación de piedad social y a reclamar del Estado todo aquello sin lo cual
no es posible el cumplimiento de los fines individuales y sociales, pero dejando
que el individuo y la sociedad rijan su propia vida y sean dueños de su destino.
X.
En conclusión: el problema todo de la vida moderna, el problema social y el
problema obrero se reflejan, quizá con más claridad que en ninguna otra
esfera, en la del Derecho.
Origínase el primero en la lucha entre la tradición y el progreso, en cuanto
pugna aquélla por mantener su imperio en el mundo, y éste por arrebatárselo.
Pues en el orden jurídico se hace patente la crisis en el hecho de coexistir un
derecho privado o sustantivo, informado por el elemento histórico, y un derecho
público o adjetivo, que es fruto del espíritu reformista, obra de la civilización
moderna.
Origínase el problema social en el atomismo hoy predominante, en la falta de
núcleos de reorganización social. Pues en nuestros Códigos civiles, por lo
general, falta el Derecho corporativo y por eso se ha dicho que son los Códigos
del individuo, y, según Renán, del individuo que es expósito al nacer y célibe al
morir.
Origínase la cuestión obrera en la sustitución de la pequeña industria por la
industria en grande, en el extraordinario desarrollo de la propiedad mobiliaria,
en las nuevas circunstancias del mundo económico. Pues nuestros Códigos
civiles son los Códigos del antiguo régimen, los códigos de la propiedad
inmueble.
Las leyes llamadas obreras o sociales son expresión, más o menos afortunada,
de la aspiración, del deseo de resolver la antítesis existente entre el derecho
privado y el público; de concertar las manifestaciones d de estos dos elementos
esenciales de nuestra naturaleza: el individual o autónomo, y el social o de
subordinación; de restablecer la armonía entre el derecho sustantivo y las
condiciones de la vida económica moderna; de emprender, en fin, el lento
camino de las reformas para evitar el violento de las revoluciones”.

Pues bien, como hemos comentado, la Comisión acabó siendo eliminada en

favor del Instituto de Reformas Sociales. La creación de éste o, al menos su


45

idea, la debemos a Canalejas, ministro de varias carteras, entre ellas la de

Agricultura. Fue él quien advirtió de la necesidad de reforma de la CRS. Para

evitar conflictos y suspicacias, pretendió transformarla en un "Instituto del

Trabajo", idea apoyada con fuerza por los krausistas, pues se enmarcaba

perfectamente en sus ideas reformistas, pero no tuvo el respaldo del

Parlamento. Tuvo que ser el conservador Silvela, distante políticamente de

Canalejas, quien acabó suspendiendo la CRS a través de la vía de Real

Decreto, haciendo real la idea que Canalejas no pudo llevar a cabo (un IRS

más gobernable, dotado y con la colaboracion de trabajadores y empresarios).

Tenemos un extracto de aquélla primera idea del ministro liberal:

-Proyecto de Ley presentado por el Sr. Ministro de Agricultura, Don José


Canalejas, estableciendo un Institudo del Trabajo en el Ministerio de
Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas25.
A LAS CORTES
“No se impone a los gobiernos de los pueblos cultos, en estos tiempos de
incesante progreso, ninguna preocupación más honda y justificada, que la que
entraña el llamado problema social, o, más concreta y propiamente obrero, por
cuanto en él se ventilan las relaciones entre capitalistas y trabajadores, en su
doble aspecto jurídico y económico. Si no se revelara su gravedad a través de
complejos fenómenos fácilmente observables, le denunciarían de vez en
cuando el estallido frecuentísimo en el mundo industrial de numerosas huelgas,
y constantemente el cuadro de síntomas no menos alarmante de la pavorosa
agitación agraria. Ya nadie, cualquiera que sea su criterio, niega la realidad
candente de esta cuestión, que si ha venido incubándose desde largo tiempo
atrás, a medida que la industria adelanta y que el obrero se eleva,
despertándose en el legítimo deseo de mejora, adquiere caracteres más
acentuados y reclama solución, o por mejor decir, soluciones inmediatas.
Pero aunque no fuera así, y cesaran en sus demandas los que muéstranse
desazonados e iracundos, en la ciudad y en el campo, al Estado se le
impondría, con toda la fuerza de su deber ético, la necesidad de intervenir.
[...] Todos los Gobiernos de los países cultos parecen apoderados de la
emulación nobilísima de concurrir a esa obra pacificadora. Unos en nombre de
la justicia que entraña la protección legal del proletariado, otros invocando las
exigencias de la equidad o de los eternos principios de la moral cristiana, y en
fin, no faltan quienes sólo piensen en la mayor estabilidad y sosiego del Estado
25
Congreso de los Diputados, Diario de sesiones, nº 9, 12 de abril de 1902, apéndice 1º.
46

al prevenir los movimientos violentos de las clases obreras, potentes como


nunca, en todas partes. Sean los que fueren los móviles de su intervención, es
evidente que el Poder público, en ningún Estado moderno deja ya de romper
los estrechos moldes del derecho tradicional de los códigos civiles, ni esa en la
tarea de elaborar una legislación del trabajo encaminada a hacer efectivas las
condiciones esenciales de una vida verdaderamente humana, para aquellos
que a causa de las desigualdades económicas y sociales se pueden ver
arrollados bajo la acción de la dura ley de la competencia”.

• El siguiente texto, del Ministro de Trabajo de la dictadura de Primo de

Rivera, es claro ejemplo de las tendencias más conservadoras del

organicismo, es decir, del afán de orden y conservación del status quo,

mediante formas de intervención paliativas. Claramente se ubica en su tiempo

y forma, reclamando una especie de consenso entre las partes que generaría

un sistema corporativo, claramente jerarquizado.

-Eduardo Aunós Pérez.


Ministro de Trabajo, Comercio e Industria
Exposición de motivos del R.D.L. de 26 de noviembre de 1926, sobre la
Organización Corporativa Nacional26.
“SEÑOR:
Quien desde alturas semejantes a las de la Historia alcanzase a contemplar el
universal conjunto de los acontecimientos actuales, advertiría, en lo social y en
lo político, a las fuerzas mejores y más generosas del mundo consagradas a la
obra común del restablecimiento del orden.
Orden no quiere decir aquí simple apaciguamiento, tranquilidad exterior. Dentro
de una labor nacional eficaz y sin cera, esto sería solamente la previa
condición, el prólogo. El orden al que nos referimos comienza en realidad
cuando no se trata ya de que los distintos elementos sociales no luchen ni
contiendan, sino de que se articulen y colaboren, y no de evitar su disgregación
atomística, sino de conseguir su concentración y convergencia en un esfuerzo
general para el progreso, para la justicia, para el bien. En esta nueva etapa de
intervención, la palabra orden significa, pues, plan orgánico, arquitectura,
construcción. Alude a la sistematización y coordinación de anhelos y de
intereses, fluyendo de un centro común que entonces, y sólo entonces,
merecerá llamarse ideal social.

26
Gaceta de Madrid, núm. 331, 27 de noviembre de 1926.
47

Sin un centro de espiritualidad auténtica, a la vez conceptual y emotivo, que


constituya como el ara, donde los intereses particulares sepan inmolarse al
interés colectivo, no puede crearse el orden en el sentido trascendental que
acabamos de reconocer en la palabra. Así, la Humanidad ha vivido
sucesivamente distintas ideas sociales. Cada una de ellas expresa el sentido
de una época de civilización. Sabido es que la idea social que servía de quicio
a la civilización del mundo antiguo era la guerra. La guerra, en función de
defensa o de conquista; siempre de profesión y de educación. Esta idea social
se traducía, dentro de aquél, por la existencia de una civilidad heroica,
salvaguardada por las virtudes de la virilidad, del heroísmo, del honor y por los
hábitos de abnegación y de leal compañía, adquiridos en los campos de
batalla. Todavía la actitud guerrera resulta salvadora en las supremas
ocasiones de la vida de los pueblos. Pero en su existir cotidiano y normal, la
idea social no se articula ya en torno a la vocación por la guerra, sino en torno
a la vocación por el trabajo.
Un nuevo hogar de emoción humana, un principio plasmador de civilización
futura ha nacido del ideal del trabajo. También aquí la generosidad puede
florecer; también aquí puede producirse el sacrificio de lo individual a lo
colectivo. El trabajo tiene igualmente su compañerismo fraterno y conoce el
sentido de la virilidad, del heroísmo, del honor. En torno al culto al trabajo y de
las leyes profesionales va apareciendo ante nuestros ojos maravillados un
orden nuevo; un orden nuevo que no es otra cosa, en definitiva, sino el orden
eterno aplicado a distinto fin; pero ello exige que un esfuerzo lúcido y previsor
tienda a sacar, dentro de cada país, la vida del trabajo de las anarquías de lo
amorfo, donde la sumieran los tristes errores sufridos por la Humanidad en la
etapa de civilización dominada por el individualismo. La idea social forma en
todo caso un núcleo. Pero todo orden, además de un núcleo, necesita un
cuerpo...
No corresponde esta iniciativa solamente a una obediencia a los imperativos de
la hora, sino a la vocación paladina de un pasado español tan lleno de
grandezas como de enseñanzas. La obra de las agrupaciones profesionales, la
estructuración del trabajo en cuerpos orgánicos ostenta gran riqueza y
constancia de precedentes en nuestra tradición. Los colegios profesionales
romanos arraigaron aquí; el espíritu de las Gildas germánicas se introdujo
también; pero fue todavía más decisiva la función espontánea que creó los
gremios y los hizo florecer en toda la edad media como entidades a la vez
profesionales y jerárquicas, benéficas y religiosas. Esta actividad gremial llegó
a su momento culminante en el siglo XV; se complica con la introducción de
nuevas formas de artesanía lindante ya con lo nobiliario, como las traducidas
en las corporaciones de impresores y de libreros. La Edad Moderna no terminó
con esta autóctona floración corporativa. La respetó el mismo siglo XVIII.
Apenas el individualismo la ataca, la debilita y logra sumergirla por algún
tiempo en la agitación política del XIX, cuando en forma ya desgraciadamente
parcial la vemos reaparecer y reunir en sí , desde hace cincuenta años, toda la
intervención de las clases sociales.
Las realidades que se mueven en torno nuestro y que brotan de las remotas
fuentes del pasado, hay que recogerlas y encauzarlas. Sería pecado secarlas.
Si dejábamos de nutrir con su sentido la vida española de mañana, ésta se
48

encontraría apartada de la idea social que ha de regir el destino futuro de los


pueblos.
Como primer paso para la organización corporativa nacional se presenta a
vuestra Regia sanción este Decreto-ley en que se establece una articulación
del trabajo, inspirada en las realidades vivas de nuestro pueblo. La hora
presente de pacificación interior, de despertar ciudadano y patriótico, invitaba a
aprovechar las experiencias realizadas con éxito en distintas localidades de
España ,para instaurar con carácter general y enlazar en una gradación
jerárquica esos Comités paritarios y Comisiones mixtas del Trabajo, que han
demostrado ser piezas necesarias de una organización social en que la
ponderación de intereses y el espíritu de concordia son los ejes directores y la
más firma base de su acierto.
El sistema corporativo que por el adjunto Decreto-ley va a entrar en vigor,
descansa en el Comité paritario de oficio y en la Comisión Mixta del Trabajo,
organismo el último de enlace de Comités paritarios, cuyos elementos
profesionales vierten su actividad en una misma área de la producción. Uno y
otro elaboran normas obligatorias en los oficios de su competencia; normas
que tienen su vértice común en el contrato de trabajo y que alcanzan con un
carácter tutelar hasta la realización de obras de asistencia social, consagradas
en instituciones de tal relevante utilidad como las Bolsas de Trabajo.
La obligatoriedad del Comité paritario producirá como consecuencia que todas
las ramas del trabajo nacionales estén representadas en ellos con la profusa
rama de matices con que se traducen en el vivir cotidiano. La agrupación
sintética de estos comités, clasificados por oficios, dará como resultado la
Corporación profesional. Al frente de ella, un Consejo paritario regirá su marcha
y ordenará su desarrollo. Su obra ponderada, su actividad rectora, harán surgir
un sentido de unidad entre las manifestaciones locales del oficio y las que
constituyen el conjunto de la economía. El sentido de responsabilidad
profesional se fundirá con el sentido de la solidaridad nacional. Las zonas
geográficas de la producción se enlazarán íntimamente y de este enlace se
producirán nobles emulaciones.
Articuladas todas las fuentes de riqueza, afirmada la disciplina interna de los
oficios, reguladas las relaciones del capital y del trabajo por virtud de mutuos
acuerdos, con fuerza de obligar, la vida española entrará por cauces dilatados
de prosperidad, de paz, de orden interior.
Tales razones mueven al ministro que suscribe, de acuerdo con el Consejo de
Ministros, a someter a V.M. el adjunto proyecto de Decreto-ley”.
Madrid, 26 de noviembre de 1926
SEÑOR:
A L.R.P. de V. M.,
Eduardo Aunós Pérez.

• A continuación, cambiando radicalmente de orientación política,

aportamos el texto del penalista Jiménez de Asúa y factotum de la Constitución


49

republicana. Vemos referencias a la cuestión territorial y, asimismo, a los

rasgos ideológicos atemperados que en ella se encuentran:

-Sr. Jiménez de Asúa, presidente de la Comisión parlamentaria del


Proyecto de Constitución, de la presentación a las Cortes del Proyecto.27
“Esto es lo que hoy viene haciéndose y esto es lo que ha querido hacer la
Comisión: un Estado integral. Después del férreo, del inútil Estado unitarista
español, queremos establecer un gran Estado integral en el que son
compatibles, junto a la gran España, las regiones, y haciendo posible, en ese
sistema integral, que cada una de las regiones reciba la autonomía que merece
por su grado de cultura y de progreso. Unas querrán quedar unidas, otras
tendrán su autodeterminación en mayor o menor grado. Eso es lo que en la
Constitución ofrecemos y queremos hacer, y así vemos claramente atacado el
unitarismo en los arts. 15 y 19, no admisión del federalismo en los arts. 14 y 17
y, en cambio, proclamado el integralismo absoluto en los arts. 16, 18 y 20.
Yo quisiera ahora, y perdonadme, hacer un ligero inciso, fijar la posición de
nosotros, socialistas. El socialismo tiende a grandes síntesis, el socialismo
quisiera hacer del mundo entero un Estado de proporciones mayúsculas; la
federación de Europa y aún del mundo sería su aspiración más legítima.
Somos nosotros, los socialistas, no un partido político, sino una civilización
(Muy bien) y precisamente eso es lo que nos ha hecho pensar en el Estado
integral y no en el Estado federal; y por lo mismo que somos una civilización,
no podemos desconocer que las regiones tienen su derecho a vivir autónomas
cuando así lo quieran. No encontrará jamás una región española, que tenga su
civilización y su cultura propias, sus perfiles y sus características definidas, un
obstáculo en el partido socialista. El ve los hechos reales y comprende
precisamente esas disidencias, las respeta y las acata.
[...] Y ahora permitidme unas palabras de epílogo. Esta Comisión ha
compuesto la ley fundamental para la República española en veinte días.
Pensad la premura con la que ha tenido que ser hecha...
[...]La rapidez con que se ha compuesto la Constitución es insólita en las
Comisiones parlamentarias europeas...
Pues bien, nosotros, con premura inusitada, hemos compuesto esa
Constitución que aquí ofrecemos. Quiero ahora, sin enmascarar nuestro
pensamiento, decir que es una Constitución avanzada; deliberadamente lo ha
decidido así la mayoría de los Comisionados. Una Constitución avanzada, no
socialista (el reconocimiento de la propiedad privada le hurta ese carácter),
pero es una Constitución de izquierda. Esta Constitución quiere ser así para
que no nos digan que hemos defraudado las ansias del pueblo. Los que
quieren, a pretexto del orden, transformar a España en una Monarquía sin rey,
encontrarán siempre en esta Comisión la lucha más decidida y la más absoluta
negación a ceder.

27
Diario de sesiones, nº 28 (27 de agosto de 1931), pp. 642-648.
50

Hacemos una Constitución de izquierdas, y esta Constitución va directa al alma


popular. No quiere la Comisión que la compuso que el pueblo español, que
salió a la calle a ganar la República, tenga que salir un día a ganar su
contenido. Por eso, porque es una Constitución democrática, liberal, de un gran
contenido social, la Constitución que os ofrecemos es conservadora, porque los
elementos que pueden alterar el orden con tal pretexto , no es preciso que en
estos instantes, que no son de polémica, sino de exposición de nuestra obra,
sean mencionados por mí. Lo dice la pastoral de los prelados del 17 de este
mes.
Nuestro proyecto de Constitución es una obra conservadora, conservadora de
la República. (Grandes y prolongados aplausos)”.

• Seguidamente, saltamos directamente a la Constitución Española de

1978, será importante, antes de abordar la cuestión de su Preámbulo, recordar

la estrecha relación de éste con el resto del articulado. Y para ello, valga, para

reforzar la idea de la necesidad del mismo, apoyarnos en el art. 1.1. que reza

así:

“España se constituye en un Estado social y democrático de derecho, que


propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico, la libertad, la
justicia, la igualdad y el pluralismo político”.

El orden que establece el legislador no es caprichoso, observemos que cita en

primer lugar la libertad y en tercer lugar la igualdad. Es fácil explicarlo y, a su

vez, hace comprender la utilidad y fin del Preámbulo. La libertad aparece en

primer lugar recordando la falta de ella en el régimen anterior, pero se apoya

por la justicia, que supondrá la garantía de que esta libertad sea para todos.

Así pues, la igualdad, ubicada a continuación y enlazada con los dos valores

previos, evitará la demagogia y una igualdad mostrenca. Por último, el

pluralismo político, inexistente e ilegal en el régimen previo, es uno de los

rasgos esenciales de la democracia y nos explica su función como elemento

mediador entre el Estado y los ciudadanos.


51

De esta manera, el constituyente explicaba, gracias al hilo conductor que

promueve el Preámbulo, los fundamentos de la convivencia que los españoles

se daban, libremente y por vez primera, en casi cuarenta años y que, hoy día

perdura.

A continuación transcribimos el Preámbulo citado y la enmienda, o propuesta

de Preámbulo presentada por el PSP a través de Tierno Galván y Raúl Morodo

y redactada por Pablo Lucas Verdú. En el texto siguiente, Tierno explica el

Preámbulo, e introduce, de su propia cosecha, cuestiones bien importantes

entonces y que siempre hay que recordar, como la famosa reconciliación

nacional.

-Constitución Española, 1978.


Preámbulo.
“La Nación española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad
y promover el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía, proclama su
voluntad de:
-Garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las leyes
conforme a un orden económico y social justo.
-Consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la ley como
suprema expresión de la voluntad popular.
-Proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los
derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones.
-Promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos
una digna calidad de vida.
-Establecer una sociedad democráticamente avanzada, y
-Colaborar en el fortalecimiento de unas relaciones pacíficas y de eficaz
cooperación entre todos los pueblos de la tierra.
En consecuencia, las Cortes aprueban y el pueblo español la siguiente...”.

-Enmienda número 452, firmada por dos miembros del grupo mixto, Sres.
Tierno Galván y Morodo.
“El pueblo español, después de un largo período sin régimen constitucional, de
negación de las libertades públicas y de desconocimiento de los derechos de
las nacionalidades y regiones que configuran la unidad de España, proclama,
en uso de su soberanía, la voluntad de,
52

-Garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y las leyes,


conforme a un orden económico justo.
-Consolidar un Estado de Derecho que asegure la independencia y relaciones
entre los poderes del Estado
-Proteger a todos los ciudadanos y pueblos de España en el ejercicio de los
derechos humanos, de sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones.
-Establecer una sociedad democrática avanzada, y
-Colaborar en el establecimiento de unas relaciones pacíficas con todos los
pueblos de la tierra.
Por consiguiente, los representantes del pueblo español, ateniéndose al
principio de la reconciliación nacional, reunidos en Cortes, aprueban la
siguiente Constitución.” (Morodo y Lucas Murillo, 1996).

-Comentarios de Tierno Galván al sentido del Preámbulo anterior


presentado como enmienda.
“Ahora bien, el problema se concretaba, sobre todo, en la referencia histórica.
¿Qué hacer? ¿Hacer un preámbulo en el que se practicase el punto y aparte,
en el que se cortase el hilo de la Historia, en el que nos refiriésemos al futuro y
al presente como algo absolutamente desligado del pasado, o hacer un
preámbulo en el que nos apoyásemos en. el criterio del punto y seguido, de la
continuidad, de tal manera que creásemos, de un modo u otro, una polémica,
incluso quizá una querella, acerca de si se había roto de modo impropio con el
pasado, o estábamos actualizándolo y llevándolo al futuro?Era el problema.
Yo creo que éste es el problema más grave del preámbulo, el problema grave
que se ha presentado siempre que se ha hecho un preámbulo, que
evidentemente no estaba definido por una revolución. No estamos ante una
revolución, ni se trata de definir la concepción del mundo y, al mismo tiempo,
precisar y decir que estamos avanzando un paso en el camino de la Historia y
que hemos roto por completo con el pasado, como ocurre en el famosísimo
preámbulo de la Constitución norteamericana en su tiempo. No ha habido una
revolución que apoye esta ruptura y, por consiguiente, éste era un tema que
había que cuidar con suma precisión, intentando buscar un término medio en lo
que se refiere al punto y aparte y al punto y seguido, aplicando, quizá, lo que
muchos españoles hemos hecho. Individualmente somos bastantes los
españoles por lo menos es mi caso- que, teniendo buena memoria, hemos
olvidado casi todo. Pues bien, también cabría aplicar a la Constitución el
principio de la buena memoria y olvidar casi todo. Por eso, el primer párrafo del
preámbulo dice que “El pueblo español, después de un .largo periodo sin
régimen constitucional.:.”, puesto que se admite que el régimen. constitucional
se refiere a la connotación de que la Constitución es siempre la Constitución
del Estado de derecho y no al sentido puramente material de Constitución, y,
además, vinculada a la expresión “régimen” tiene más sentido. “El pueblo
español; después de un largo periodo sin régimen constitucional, de negación
de las libertades públicas y desconocimiento de los derechos de las
nacionalidades. y regiones que configuran la unidad de España...”
53

El preámbulo hace una referencia, es cierto, a un periodo en el que no había


régimen constitucional, en que se negaban las libertades públicas y que se
desconocían los derechos de las nacionalidades y regiones, o quizá otra
fórmula que pudiere plantearse. Yo sé que esto pudiera haber creado algún
problema y que ya los ha creado en algún caso histórico semejante. Esto se
.planteó nada menos que en Italia en el año 48, con referencia también a una
Constitución que, par un exceso retórico, también se llamaba revolucionaria.
Lo cierto es que, desde mi punto de vista, la omisión total al largo periodo
anterior dejaría insatisfecha a una gran parte de la opinión pública. En cierto
modo, me parece que dejaría insatisfecho el. espíritu de esta Comisión, que
por ser concurrente, conciliador, por haber sido efectivamente un esfuerzo
hecho por todos para ponerse de acuerdo, ha definido un criterio (que no es el
criterio antiguo), un criterio de concordia y, además, lo que se ha legislado y lo
que se está haciendo es, evidentemente, una reparación frente a las libertades
públicas y una reparación respecto de los derechos de las regiones y
nacionalidades. Decir que estos derechos y nacionalidades configuran la
unidad de España (sin hacer ninguna afirmación comprometida dogmática para
ninguno de los partidos o grupos que han intervenido en el debate y que
expresan parte de la opinión pública), significa, con toda claridad, que la unidad
de España está presente en la conciencia de todos, aunque configurada con un
criterio que no es el antiguo.
[...] Evidentemente, por muchos cambios que se pretendan hacer, por mucho
que intentemos dar un salto en el proceso histórico, tenemos ya Una larga
experiencia de lo que significan las revoluciones, las pseudo revoluciones o las
pretensiones de revolución, para saber que la tradición reaparece siempre. La
Historia no se hace a saltos, .la Historia se hace sin perder nada; el contenido
histórico se subsume, se transforma, pero no se puede saltar sobre ella o dejar
algún espacio sin cubrir. Así-como la naturaleza odia el. vacío, en la expresión
de Aristóteles, podíamos decir que la Historia odia el vacío. En este sentido, lo
que me parecía más propio era afirmar que las tradiciones siguen vigentes, que
no se trata de olvidar ninguna tradición y que estas tradiciones están incluidas
en los diversos pueblos españoles, y su suma evidentemente constituye la
tradición que sirve de base al conjunto de las tradiciones que aun nos permiten
a los españoles tener clara conciencia de que estamos vinculados no sólo al
presente y sus necesidades, sino también al pasado.
[...] “Ateniéndose al principio de la reconciliación nacional” significa, de una
manera a otra, aclarar el hecho de que los españoles han pasado de un
periodo de discordia (en el que existía una legalidad y una clandestinidad, y
existía una protección de la legalidad y, como es natural dentro de un sistema
de normas, una persecución de la clandestinidad) a un periodo de
reconciliación. Me parece que la Cámara de los Diputados, el Senado y esta
misma Comisión es un magnifico ejemplo de que existe la reconciliación
nacional.
Es cierto que esto podrá ser sometido a una u otra expresión, que es
susceptible de aceptar una a otra fórmula, pero no es menos cierto que la
reconciliación nacional es un hecho y que hemos tenido muchos años en los
que la reconciliación nacional se pedía porque no existía. Tenemos tantos
ejemplos cotidianos que me parece que es inútil repetirlos. Ahora bien, es
menester citarlos.
54

Mi opinión personal es; que es necesario que este preámbulo quede claro
como preámbulo de unas Cortes que son algo mas que constituyentes de un
texto jurídico; que son Cortes constituyentes de. un nuevo modo de
convivencia, de una nueva posición psicológica y de una nueva actitud mental.
Por consiguiente, hay que subrayar la diferencia mere el pasado y el presente,
y no hay que subrayarla por diferencias, sino por connotaciones de superación,
y la fórmula de superarlo es admitir que la reconciliación es un hecho”28.

• Pablo Lucas Verdú.

Por último, recogemos dos textos del Académico de la Real Academia de

Ciencias Morales y Políticas. El primero remite al espíritu de todo este capítulo,

a que cuando hablamos del reconocimiento y respeto de los derechos sociales,

esto es posible cuando se reconocen en sus tres dimensiones: políticos, civiles

y sociales y porque los mismos vienen fundamentados, como toda política

social que así quiera llamarse, por valores que expresan una racionalidad de la

convivencia humana: distinguir entre lo bueno y lo malo, lo justo e injusto,

acordado en público a través de la libre expresión de todas las opciones, para

conseguir el bien común o la vida buena.

El título de este texto puede llevar a engaño, pero no habla de hacer una

religión de los derechos, pero sí es la creencia, certeza, en los principios que

deben regir la humana convivencia y que, con la ayuda de la política social,

quizás puedan ser posibles.

-La “religión” de los derechos humanos (Lucas Verdú: 1997; pp. 291-292):
“La cultura político-constitucional occidental, aparte del esfuerzo imaginativo de
sus creadores (pensadores, juristas y políticos), es, en alguna medida, una
secularización de principios cristianos (iusnaturalismo cristiano, católico y
protestante; secularización acentuada por el iusnaturalismo racionalista y, aún
más, por la Ilustración). La ética cristiana inspira, a través de movimientos
políticos de raíz cristiana, a determinados preceptos constitucionales: dignidad
de la persona, matrimonio, familia, etc.

28
Extraído de, Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados, Comisión de Asuntos
Constitucionales y Libertades Públicas, nº 93, sesión del 20 de junio de 1978, pp. 3480 y ss.
55

Aquí nos interesa decir algo sobre la “religión” de los derechos humanos.
Veamos. Como es sabido, J. J. Rousseau dedicó el capítulo VIII, libro IV, al
final, de su Du contrat social, a la religión civil, donde expuso su concepto de la
profesión de fe permanentemente civil, cuyos artículos fija el soberano no como
dogmas religiosos, sino como sociabilidad, sin los cuales es imposible ser buen
ciudadano y súbdito fiel. Distinguió entre la religión del hombre y la del
ciudadano al examinar la religión cristiana desde un enfoque crítico en cuanto
inconveniente para la convivencia civil y política. Ahora bien, en sus Lettres
écrites de la montgane sostuvo que, lejos de ser el Evangelio puro pernicioso
para la sociedad, lo encuentra, en algun medida, demasiado sociable, abraza
demasiado a todo el género humano, contrasta con una legislación que debe
ser exclusiva, inspira a la humanidad más que al patriotismo y tiende a formar
hombres más que ciudadanos. No voy a insistir en los precedentes de
Rousseau (Hobbes, por ejemplo). Prefiero recordar la dimensión religadora y
universalizante de los derechos humanos, que cumplirá un papel significativo
en el ámbito extra-estatal.
Aquí, la función religiosa-civil no se supedita al Estado como en el ginebrino,
sino que rebasa sus límites y se expande en un ámbito universal; tal es el
alcance simbólico de la famosa Declaración de 1789, que se expresa,
declamatoriamente, en su Preámbulo. Aquí, los derechos humanos parecen
convertirse en los artículos de una profesión de fe cívica universal, que recoge,
a través de la Ilustración, postulados cristianos secularizados.
Lo mismo ocurre en el Preámbulo de la Declaración Universal de Derechos
Humanos (París, 10 de diciembre de 1948): “Considerando que la libertad, la
justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad
intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la
familia humana”, etc.
La consideración de los derechos humanos como religión civil no sólo se infiere
de su potencial y efectiva universalización, además estriba en su propia
sustancia. Quiero decir que estos derechos expresan, significativamente, lo que
los anglosajones denominan desde Austin (aunque éste le dio sentido
diferente) moral constitutionality, o sea, unos contenidos éticos que se imponen
a las normas e instituciones fundamentales como algo previo y digno de
respetarse. Sea en la tradición judeo-cristiana: el hombre creado a imagen y
semejanza de su Creador; sea en la secularización operada por la Ilustración,
dimensión humana de la civilización, o en la afirmación kantiana, que exige
considerar al hombre como autofin y prohibiendo su instrumentalización como
medio; en la corriente hegeliana de izquierda, que deifica, con Feuerbach, al
hombre (homo, homini deus), o en el humanismo marxista, que arranca de sus
manuscritos filosóficos juveniles, el carácter religante del hombre y sus
derechos parece claro” (Lucas Verdú: 1997, pp.291-292).

En este segundo caso, nos permitimos recoger otro estracto que, para el lector

comprometido anuncia que, en efecto, la realidades son resultado del

dinamismo político, el mismo que quizás sufre de cierto adormecimiento por


56

parte de la comunidad política que somos los ciudadanos. Dinamismo que se

activa, refuerza y mejora con la participación política, orientada por ideologías,

aunque la misma puede ser entendida de varias formas y también cobra sus

peajes:

-“Algunos subrayan la ingenuidad del derecho de resistencia. En el fondo la


entienden como simpleza o debilidad, pero hay que entenderlo en el sentido de
nobleza, de hombres libres que han sido subyugados por la opresión.
Asimismo, apuntan la dificultad, a veces la imposibilidad, que la resistencia
tenga éxito, aunque si la tuviera, los resistentes se deslegitimarían ocasionando
más víctimas y extremando la crueldad como ha sucedido y ocurre, como es
sabido, en nuestros días.
Sin duda estas observaciones son ciertas aunque también los casos de
resistencias en Francia e Italia durante la Segunda Guerra Mundial, lograron
establecer los regímenes democráticos suprimidos por el invasor.
Una meditación sosegada y ponderada de estos y otros casos reconoce que en
la lucha entre resistentes y opresores se producen sangrientas luchas y
atrocidades por ambas partes. Ahora bien, ¿hasta qué punto los oprimidos
tendrán suficiente paciencia para aguantar vejámenes, injusticias, etc. infligidas
por los opresores?. ¿El fin por la lucha para recobrar la libertad, por librar a la
patria de los invasores, etc. empleando métodos violentos es admisible?
La decisión en tales situaciones es angustiosa, sobre todo cuando se decide,
convencidos, honestamente, que es la única solución. Entonces el positivismo
jurídico, la idea que colaborando con los opresores es posible atenuar e incluso
pueden evitarse las atrocidades, no deja de ser también ingenua en el sentido
menos noble del término.
Entre la dura afirmación: Vae victis! y la opción de luchar por la libertad, por los
derechos humanos y por la patria, se sitúa la actitud heroica y sacrificada de
quienes luchan por aquellos ideales. Serán los mártires que se inmolan en
defensa de sus compatriotas” (Lucas Verdú: 2000; pp. 168-169).

4. Preguntas.
• ¿Cuál es la postura de Azcárate respecto a las reivindicaciones sociales

y cómo es su visión de la sociedad?.

• ¿Qué diferencias ve en la forma de comprender la sociedad entre

Azcártate y Aunós?.

• Papel del Estado en los autores anteriores.


57

• Describa el Reformismo según el texto de la Comisión de Reformas

Sociales.

• Compare el texto anterior con el del Instituto de Reformas Sociales.

• ¿Qué valores sobre Estado, sociedad e individuo transmiten a Aunós y

Girón?.

• ¿Qué es el sistema corporativo para Aunós?.

• Reflexione sobre los fundamentos ideológicos del texto de Jimenez de

Asúa.

• Describa la política social y el derecho social en la Constitución de 1931

según los artículos citados y la conferencia de Ayala.

• Hable sobre los principios sobre la Ley de Bases de la Seguridad Social

de 1963 y compárelos con los textos de Aunós y Girón.

• Explique el Preámbulo de la Constitución de 1978 desde su justificación

como paso de la Dictadura a la Democracia. Cite una de las ideas

principales que transmite a través de los textos referidos al propio

Preámbulo, a la enmienda presentada por el PSP y al texto de Tierno

Galván.

• ¿Qué papel puede tener, dentro de la religión de los derechos humanos,

la política social. ¿Cuál puede ser su función religadora? ¿Qué valores

transmite, asociados a la Constitución a partir de la que mana? ¿Qué le

falta?
58

• Enlace las reflexiones del último texto de Pablo Lucas Verdú con las

reivindicaciones sociales, relacionándolas desde la ideología en los S

XIX y XX. Reflexione sobre esta cuestión en la actualidad.

5. Bibliografía.

• Algunos de los textos recogidos pueden encontrarse en internet. Por

esta razón, para facilitar su acceso, indicamos los enlaces web donde se

hallan:

-Azcárate, G:

-Azcárate, G. (1978): El régimen parlamentario en la práctica /. Madrid : Tecnos.

Y también:

http://www.ateneodemadrid.com/biblioteca_digital/folletos/Folletos-0182.pdf

[con acceso el 17/06/2005].

-Jiménez de Asúa, L:

http://www.eroj.org/biblio/consrepu/jzasua.htm [con acceso del 17/06/2005].

-Ayala, F. (1932): El Derecho social en la Constitución de la Repúbica

española. Madrid: Sobrinos de Suc. De M. Minuesa de los Ríos.

-Girón, J. A. (1951): Quince años de política social dirigida por Franco. Madrid:

Ediciones O.I.D.

• Los textos del Real Decreto por el que se crea la Comisión de Reformas

Sociales, así como el Proyecto de Ley para establecer un Instituto del Trabajo

en 1902 y el Real Decreto por el que se creó el Instituto de Reformas Sociales

se pueden encontrar en:


59

-Palacio Morena, J.L. (1988): La institucionalización de la reforma social en

España. 1883-1925. Madrid: Ministerio del Trabajo y de la Seguridad Social.

• Sabemos que este capítulo no trata sobre el reformismo español, por

supuesto, ni tampoco del krausismo, pero entendemos que es posible que el

lector no conozca las bases de este pensamiento, que tanto influyó en el

pensamiento español desde el siglo XIX. El libro que citamos es una buena

opción para aproximarse, con facilidad, al tema que comentamos:

-Gil Cremades, J. J. (1969): El reformismo español. Krausismo, escuela

histórica, neotomismo. Barcelona: Horas de España.

• Inevitablemente hemos hablado de historia y Constituciones de España.

Siguiendo con la idea de sugerir textos fáciles de manejar, el pequeño libro de

Solé Tura (uno de los padres de la Constitución del 78) y Eliseo Aja combina

historia y constitucionalismo de España de una manera clara y amena:

-Solé Tura, J. y Aja, E. (1984): Constituciones y períodos constituyentes en

España (1808-1936). Madrid: Siglo XXI.

• Si seguimos con cuestiones históricas, será menester recordar a los

alumnos y lectores (como también puede hacerse en el capítulo de servicios

sociales) la utilidad de dos trabajos, casi miméticos, que tratan la historia de la

acción social en España de forma bastante exhaustiva. Son dos libros

ampliamente utilizados desde hace tiempo y de gran utilidad.

-VV.AA. (1986): De la beneficencia al bienestar social. Madrid: Siglo XXI.

-VV. AA. (1990). Historia de la Acción Social Pública en España. Cuatro siglos

de Acción Social. Madrid: Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.


60

• Respecto al Preámbulo de la Constitución de 1978 y la intervención de

Tierno, sería conveniente que el lector se aproximase a la obra de referencia

de donde hemos extraído los textos. Es interesante porque los profesores

Morodo y Lucas Murillo repasan los fundamentos del mismo en su biografía y

contenido doctrinal. También sería menester repasar el capítulo siguiente, del

profesor Lucas Verdú, sobre el Título Preliminar.:

-Morodo, R. y Lucas Murillo, P. (1996): “Preámbulo” en Alzaga, O. (dir):

Comentarios a la Constitución Española de 1978. Madrid: Edersa. Tomo I, pp.

43 a 77.

• También será menester recoger los libros citados del profesor Lucas

Verdú, en los que explica que la Constitución, es algo más que una sucesión

de artículos, sino que contiene un sentido, una serie de valores y, por lo tanto,

transmite una forma de ver el mundo y convivir. Es decir, el antiguo anhelo

clásico griego, recogido más tarde en la tradición escolástica y que llega a

nuestros días en el pensamiento alemán: el bonus commune. También

incluimos, por su interés y radicalidad añadida, el pequeño libro sobre el

cambio de régimen, a través de la llamada por él Octava Ley Fundamental. Por

último, incluímos un extracto de uno de sus últimos trabajos.

-Lucas Verdú, P. (1976): La octava Ley Fundamental. Crítica jurídico-política de

la reforma Suárez. (Prólogo de Enrique Tierno Galván). Madrid: Tecnos.

-Lucas Verdú, P. (1997): Teoría de la Constitución como ciencia cultural.

Madrid: Dikinson.

-Lucas Verdú, P, (2000): Teoría general de las relaciones constitucionales.

Madrid: Tecnos.

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