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Demuestra la necesidad que tuvo el sujeto de reconocerse como fruto del odio, de
plantear una identidad entre, estado de pareja y estado de odio, y crear, a partir de allí,
una historia, la propia, que conservara algún sentido.
Definimos como idea delirante todo enunciado que prueba que el Y o relaciona la
presencia de una “cosa” (cualquiera que sea) con un orden causal que contradice la
lógica de acuerdo con la cual funciona el discurso del conjunto; por ello mismo, esa
relación es ininteligible para dicho discurso.
Un lugar aparte debe ser atribuido a] autismo infantil precoz, en el que lo que no ha
podido elaborarse es el propio pensamiento delirante primario. Esta primera elaboración
del concepto de pensamiento delirante primario sería suficiente para mostrar la
importancia que atribuimos a la función del Yo en la psicosis: lejos de ser e] gran ausente,
es el artesano de una reorganización de la relación que deberá mantener con los otros
dos procesos copresentes en su propio espacio psíquico y con el discurso del
representante del Otro y del representante de los otros.
Puede esperar así hacer coincidir, de un modo más o menos defectuoso o forzado, el
desarrollo de su historia con un primer párrafo escrito por el pensamiento delirante
primario. Construcción de un Y o. que pretende preservar su relación con el discurso pero
que, al hacerlo inventa, como el aprendiz de brujo de la historia, una fórmula mágica que
conserva indefinidamente su poder de autonomizarse y de imponerle una derrota radical.
De este modo, la tarea del discurso del portavoz es ofrecerle al niño un primer enunciado
referente ·a ese origen de la historia: ello bastaría para demostrar el peligro que le hace
correr al Yo una falta de respuesta a este interrogante, o una respuesta inaceptable. Pero
para el Yo es igualmente determinante el poder de extrapolación que él proporcionará a
esta respuesta. La pregunta demuestra la relación que existe entre la interrogación que se
plantea el Yo acerca de la significación de su propia existencia y su intuición de que, de
ese modo, interroga al deseo y al placer de la pareja.
El primer factor es el que puede inducir el destino esquizofrénico: aquel cuyo nacimiento
hubiese debido testimoniar normalmente la realización de un anhelo no encuentra ningún
deseo que le concierna como ser singular. El sujeto nace en un medio psíquico en el que
su deseo, que muy precozmente se constituye como deseo de ser deseado.
Lo que ella desea sigue siendo «el hijo de la madre», ella espera el retorno de sí misma
en cuanto fuente del placer materno. En este caso, el niño sólo puede seguir siendo
objeto de su deseo si puede mantenerlo en esa posición insostenible en la que él
representa .al que vuelve a dar cuerpo a una posición fantaseada que le concierna a ella;
de este modo, ella puede identificarlo con una imagen reencontrada de sí misma que le
permite vivir en forma invertida una relación incestuosa y arcaica que dirige a su propia
madre. Por la misma causa, no solo ese discurso nunca podrá designar al deseo de la
pareja como causa originaria del niño, sino que, más radical y dramáticamente, el
discurso materno se negará a reconocer la existencia de un momento en que llegó al
mundo algo original.
Ese «no deseo de un deseo» que se manifiesta a través del rechazo de obtener placer
alguno en todo lo que atestigua la singularidad del niño se expresará en el registro del Y
o: aunque el Yo materno ignora lo que se juega en su subconsciente, ese mismo Yo sabe
y enuncia que el acto procreador, o bien no estaba sostenido por el deseo o bien se
negaba a reconocer en el padre un deseo de hijo legítimo que se tendría derecho de
satisfacer. Esta «conciencia» se manifestará en una conducta de captación del hijo y de
negación del tercero, y en un discurso que no puede proporcionar al sujeto un enunciado
acerca del origen.
El placer de oír puede intentar diferir el momento en que será necesario aprehender; pero
para que haya placer se requerirá de todas formas, que existan sonoridades, que la
excitación del infans no sea, en cada oportunidad en que se produce, una fuente de
sufrimiento y que el nervio auditivo pueda funcionar sin obstáculo.
Como hijo o hija del «atributo» se Je solicitará que se defina a su vez a través de una
relación con ese mismo y único atributo. Esta reducción de la significación del concepto
que, en realidad, es su negación puede imposibilitar al niño el encuentro de un lugar en un
sistema de parentesco que le dé acceso a lo simbólico. El poder de atiborrar, frustrar,
rechazar, al igual que cualquier otro poder, remitirá siempre a un «poder ser» y a un
«poder hacer» exclusivos de la madre; este poder nada dice acerca de lo que esta función
solo puede operar gracias a la participación de los otros, y en el primer lugar, del padre.