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El Rey de los Araguatos

Néstor Caballero-1968

©El Rey de los Araguatos. Néstor Caballero. 1968. Todos los Derechos Reservados según la Ley.
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PERSONAJES

ELEUTERIO CAMPOS: 65 años, usa bastón por parálisis en una pierna a


causa de viejas heridas recibidas en batalla. Pantalón blanco de kaky, franela
blanca. Veterano de la guerra de independencia de Venezuela.

MARGARITA CAMPOS: 45 Años. Falda larga lisa, marrón, usada pero


impecable. Blusa blanca. Enérgica. Fuerte.

ELEUTERIO SEGUNDO: Hijo. 30 años. Botas de Guerra, gastadas. Pantalón


beige, sucio, manchado de sangre vieja y barro. Paltó de liquiliqui, gris, abierto.
Pistola de la época terciada en una fornitura de cuero negra, de las que se usa
para cargar dinero y balas. Pañuelo amarillo al cuello, muy sudado. Recio,
huesudo, viene de combatir.

SOLDADO 1: 16 años, descalzo, sin camisa. Pantalón kaky beige,


trillado por el uso. Trapo amarillo atado al mango del machete.

TENIENTE: 25 años. Casaca azul, abierta, pantalón crema.


Ambas prendas tienen la marca de innumerables batallas. Pañuelo amarillo
atado al brazo derecho.

SOLDADO 2: 14 años. Trapo amarillo amarrado al “Chopo”.


Descalzo.

PRESO: 22 años. Pantalón de kaky azul marino, ancho, raído.


Sin camisa. El Preso, en la escena respectiva, hará transición como Francisco
Campos, el hijo de Eleuterio Campos y Margarita. .

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ESCENOGRAFIA

Interior de una paupérrima casa de bahareque.


Lateral derecho: Una mecedora. Adelante, en diagonal, fogón y pilón.
Lateral izquierdo: Al fondo, un catre. Delante, en diagonal, pimpina. Tras de
ésta, esteras.
Centro: Mesa pequeña, muy rústica. Tres sillas de cuero de chivo, muy
deteriorada.

ÉPOCA
Venezuela. En plena Guerra Federal y antes de la Batalla de Santa Inés.

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ELEUTERIO CAMPOS DORMITA EN LA MECEDORA. SE OYEN DISPAROS


LEJANOS Y AISLADOS. CABALLOS QUE PASAN A GALOPE. VIVAS A
EZEQUIEL ZAMORA Y A LA FEDERACIÓN. GRITOS DE: “TIERRA Y
HOMBRES LIBRES”.

MARGARITA: (Entrando presurosa) ¡Eleuterio, despierte!

ELEUTERIO: (Desde la misma posición y sin abrir los ojos) Estoy


despierto, Margarita, muy despierto.

MARGARITA: (Emocionada) ¡Llegó! ¡Está aquí!

ELEUTERIO: (Igual) Ajá. (Indiferente) Entonces llegó.

MARGARITA AGARRA UNA ESCOBA, HECHA DE RAMAS SECAS, Y


COMIENZA A BARRER CON AFÁN. CONTENTA. ELEUTERIO SIGUE
IMPERTURBABLE EN SU SITIO.

MARGARTA: Yo sabía que volvería. Bueno, volverían. Por ello


recé todas las noches desde que se fueron. Gracias Virgencita de Coromoto.

ELEUTERIO: Cuele café, Margarita.

MARGARITA: Así que para eso guardaba el poquito de café. Para


él.

ELEUTERIO: ¡No! (Enfadado) Es que tengo ganas de beber café,


eso es todo. ¿No puedo beber café cuando quiera? (Sobándose la pierna) Esta
maldita pierna. (Pausa larga) Anoche tuve otro sueño, Margarita. (Pausa) Era
mi general Alejandro Martínez. Venía del Paso de las Cruces, donde lo
mataron. (Pausa corta) Arrastraba sus pies, sosteniéndose con la misma
espada con que le atravesaron el pecho. (Pausa) Lloraba. (Pausa) Si supiera
usted, Margarita, cómo lloraba mi compadre. Ojalá usted se hubiera metido en
mi sueño, aunque sea un ratico, para que pudiese ver cómo lloraba. Y yo que
creí que los muertos no sufrían, que no tenían lágrimas. (Pausa) Coronel
Eleuterio Campos… me dijo. Usted me tiene triste, coronel Campos. ¿Qué
espera allá? Allá no hay ya nada, todo se lo han llevado. ¿Por qué no se viene?
Aquí está el capitán Zorro Viejo… está ese negro faramallero del sargento
Espíritu Santos Aponte… y también es bueno que lo sepa, aquí está su caballo
Cotoperí, coronel Campos. Es así. Fíjese que su caballo Cotoperí, relincha y
corcovea cada vez que lo recuerda a usted. Véngase, compadre, a ver si no
lloro más por usted. (Pausa) Y se fue llorando… llorando… usando esa espada
asesina como bastón… y… y, enseguida, apareció por entre las nieves de los
Andes, mi caballo Cotoperí. Creo que no se imaginaba que yo iba a estar en
ese sueño pues cuando me vio, hizo un respingo y se quedó quieto,
mirándome fijo y con las orejas hacia atrás. Me miró y me miró, sin parpadear,
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pero triste. Sé que estaba triste, yo conozco ese caballo y él me conoce a mí.
Mucho fue lo que batallamos juntos, ¿no nos vamos a conocer? En las batallas
no necesitaba bridas y yo iba con una lanza en cada mano. Se iba directico
contra los oficiales realistas, con fuerza, como si él también fuera una lanza
que luchaba por la independencia de Venezuela. Jamás, Cotoperí, arremetió
contra los simples soldados pata en el suelo como nosotros y que estaban a
favor de los realistas. ¡Jamás! Él reconocía a los oficiales del Rey de España, y
galopaba casi en el aire para que yo los lancease sin dificultad. (Pausa)
Cotoperí me miró tanto en ese sueño, que entendí muy claro lo qué me decía
con sus ojos. Me decía: Vente, vente conmigo mi Coronel. (Pausa larga) Me
voy a morir, Margarita.

MARGARITA: No diga eso, viejo. (Advierte el sudor en Eleuterio,


síntomas de fiebre y delirios que lo acosan) Cálmese, Eleuterio, ya está con
esa sudadera otra vez. Sabe que le hace mal fatigarse. No esté creyendo en
todo lo que sueña. Los sueños no son de esta vida. Los sueños son de la vida
de otros que no somos nosotros, pero viven por ahí, por allá afuera. Esa gente
de los sueños, viven despiertos en la sabana. Entonces, cuando uno se
duerme, se le aparecen a uno en la cabeza, porque están muy solos. No le
haga caso, ¿no ve que los sueños viven íngrimos y solos? Los sueños son
puro miedo. Alégrese más bien, no ve que le dije que sus hijos han vuelto, que
ya están aquí. La guerra es así, se lleva a la gente y la regresa, si lo sabré yo
que siempre lo esperaba cuando regresaba de hacer su guerra. Algunos no
vuelven, es verdad, los entierran en la guerra misma. ¡Pero sus hijos
regresaron, están vivos!

ELEUTERIO: (Delira) No están vivos. Se murieron… se murieron


como todos los demás. Se murieron… se murieron como Cotoperí…

MARGARITA: Cálmese.

ELEUTERIO: (Delirando) Muertos, como Cotoperí que me


acompañó hasta la Batalla de Carabobo. Se murió, se quedó quieto, en el
barro, con el cuello borboteando sangre por el balazo. Se… murieron… se
quedaron quietos en el campo de…

MARGARITA: No, viejo... no, diga eso. Aquiétese, que sí se


zarandea le hace mal.

ELEUTERIO: (Delirando) Mire… mire… ahí va el capitán Zorro


Viejo, persiguiendo angelitos… (Ríe corto) Capitán Zorro Viejo… épale,
compadre, no se equivoque, deje esos angelitos quietos, que no son gallinas…
¡Los angelitos no se comen, compadre! (Ríe a carcajadas)

MARGARITA: Serénese, viejo, por amor de Dios.

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ELEUTERIO: (Delirando) Mire, mire, ahí está el Negro, sí, ahí está
el sargento Espíritu Santos Aponte… allí está… Brilla de lo negro que es y ríe
sin dientes, ríe sí, pero bailadito y afilando el machete sobre la misma roca
donde cayó muerto por un fusilazo que le pegó un español. ¡Y lo afila porque
está esperando al general Páez! Lo afila porque está esperando al catire José
Antonio Páez, para arreglar cuentas con él. Sabe que el general José Antonio
Páez, le hizo una perrada a su familia. Él lo sabe. Se lo contó otro muerto que
se fue después que él. Sí, allí está… lo espera, acaricia su venganza en el filo
del machete. (Ríe) Ay, Taita, ay, Catire, ay, general José Antonio Páez, no sé
qué va a hacer cuando usted se muera, porque ahí le están esperando
muchos, por sus asesinatos, robos y traiciones. Ahí le está esperando el
sargento Espíritu Santos Aponte, porque muerto y todo, supo que la parcela de
tierra para que viviera su viuda y sus muchachos, la que le dio mi general
Simón Bolívar por su heroica muerte, usted, cuando fue Presidente de
Venezuela, se la quitó a su viuda, y ella tuvo que salir a mendigar de pueblo en
pueblo con sus tripones. La robó usted mismo, general Páez. Ay, Páez, los
muertos… (Pausa corta) Margarita, los muertos tienen memoria, así mismo me
lo dijo mi general Alejandro Martínez, mi compadre. Me lo dijo… Muertos…
Epa, muertos… muertos… ya… ya… descansen… descansen… muertos…
muertos. Cotoperí… Cotoperí… corre… corre… Cotoperí…

MARGARITA: (Dándole de beber agua en una totuma) Ya está…


ya está bien, Eleuterio, ya se fueron… vamos, beba un poco de agua con
yerbas, que esto lo cura… así… así… ya se fueron… ya… olvídese de esos
sueños, por Dios.

ELEUTERIO: (Más calmado) Yo no tengo hijos, Margarita. Para


mí, se murieron cuando me dejaron solo con este conuco… con usted,
solamente con usted para ayudarme. Con esta casa vieja y acabada como
nosotros. (Pausa) Si volvieron fue porque los trajo la guerra, no por nosotros.

MARGARITA: Volvieron porque nos quieren.

ELEUTERIO: Si nos quisieran no se hubieran ido. (Pausa)


Francisquito. Ahora ese muchacho por ahí. Guerreando. Pasando peligros. Él
no nació para esos trotes. (Pausa corta) Con Eleuterio Segundo la cosa fue
distinta. Él estaba acostumbrado. Creció entre pólvora y cañonazos. Era un
cazador de pájaros, ¿se acuerda? (Con orgullo) Siempre quiso ser soldado,
como yo. A veces no encontraba mi espada y la tenía él, batiéndose contra los
árboles. Francisquito, era más retraído. Yo deseaba que fuese sacerdote, como
su padrino Juan José, compadre mío, para mi desgracia. Que fuese sacerdote,
pero no un sinvergüenza como Juan José.

MARGARITA: Ave María Purísima, Eleuterio, no diga eso de un


sacerdote que también es su compadre.

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ELEUTERIO: Qué sacerdote va a ser ese, fue un sacerdote y


terminó siendo un bribón, un rufián. Para eso fue que quedó. Yo quería que
Francisquito fuera un sacerdote… un buen sacerdote. Y me sale con lo de irse
a la guerra Federal, como su hermano. No juegue, si es para decepcionar a
cualquiera.

MARGARITA: Son jóvenes. Tienen sus ideales.

ELEUTERIO: ¡Ideales! Por esos ideales mira lo que tenemos. Una


casa que se está cayendo y una pierna que no sirve para nada. Bonitos
ideales.

MARGARITA: Antes no hablaba usted así.

ELEUTERIO: Antes… antes. Poco a poco se ve claro. No se


puede ser pendejo toda la vida. Uno va cambiando.

RELINCHOS Y GALOPES DE CABALLOS QUE SE ACERCAN Y SE


DETIENEN. VOCES. MARGARITA SE ASOMA POR UN LATERAL.

MARGARITA: Allí están. Llegaron. Vienen para acá. (Pausa) Virgen


Santa… es… es… Eleuterio Segundo. (Corriendo a guardar la escoba y la
totuma) Ahí viene, ya está en el patio.

ELEUTERIO: Bueno que venga, que venga, ¿Qué quiere usted,


que salga a recibirlo tocando una corneta y tambores por él?

ENTRA ELEUTERIO SEGUNDO.

ELEUTERIO SEGUNDO: (Se detiene y ve a sus padres que lo contemplan


extáticos) Buenas. (Pausa) Bendición, mamá.

MARGARITA CORRE HACIA ÉL Y LO ABRAZA. ELEUTERIO, INDIFERENTE,


SE SIENTA EN UNA DE LAS SILLAS.

MARGARITA: (Llorando) Muchacho, sí que estás cambiado. Te


pareces a tu papá, eres la viva imagen de él… la mismísima imagen de él
cuando era joven. ¿Verdad Eleuterio?

ELEUTERIO PERMANECE INDIFERENTE. ELEUTERIO SEGUNDO SE


DESPRENDE AFECTUOSAMENTE DE SU MADRE PARA IR HACIA
ELEUTERIO.

ELEUTERIO SEGUNDO: ¿No me da su bendición, papá?

ELEUTERIO: ¿Bendición? Las bendiciones se acabaron hace dos


años, cuando salieron por esa puerta.
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MARGARITA: ¿Y Francisquito? ¿No viene contigo?

ELEUTERIO SEGUNDO: Tuvo que quedarse en la retaguardia. (Pausa) Él


manda a otro grupo de hombres. (Pausa corta) Es para evitar que los Godos
nos ataquen por sorpresa. (Mirando a su alrededor) Todo está igual.

ELEUTERIO: ¿Y usted qué esperaba, la casa del Márquez del


Toro?

MARGARITA: ¿Entonces? ¿Francisquito no vendrá?

ELEUTERIO SEGUNDO: No puede, mamá.

MARGARTA: (Llora) Nunca la dicha es completa para una madre.

ELEUTERIO SEGUNDO: Mamá, no llore. Mire…yo… yo, al no más verlo, le


diré que usted lo extraña, que quiere verlo.

ELEUTERIO: Sí, Margarita, séquese ya esas lágrimas, ni que


estuviera muerto. Póngase a colar el café, que hace rato que se lo dije. (A
Eleuterio Segundo) ¿Y qué grado militar tiene Francisco?

ELEUTERIO SEGUNDO: Coronel, como yo y como tú.

ELEUTERIO: (Corrigiéndolo) Como usted, carajo. Se dice como


usted. Todavía soy usted.

ELEUTERIO SEGUNDO: Sí, como usted.

ELEUTERIO: Así está mejor. Así está bien dicho. Tarda más,
pero peligras menos. (A Margarita) Margarita, y usted se va a quedar ahí
plantada mirándonos. Cuele el café.

MARGARITA: Es que me quedé alelada mirándolos porque es


como verlo a usted joven y viejo al mismo tiempo.

ELEUTERIO: Margarita.

MARGARITA: Sí, sí, el café.

MARGARITA HACE CAFÉ.

ELEUTERIO SEGUNDO: Perdóname papá, no quise faltarle el respeto es


que…

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ELEUTERIO: Está bien… está bien. Ya pasó. No es nada. (Pausa


corta) Sí. (Pausa corta) Coronel… Coronel como yo. Un coronel que no tiene
dónde caerse muerto.

ELEUTERIO SEGUNDO: Eso es por ahora, papá. Estamos luchando para que
todos tengan donde vivir. Cuando triunfe la Revolución Federal, todo va a
cambiar para los pobres, ya lo verá.

ELEUTERIO: Lo mismito se decía cuando luchábamos por la


independencia de Venezuela. Y ya lo ve. Hacia abajo, no pasó nada. Y hacia
arriba, siguen los de siempre y más ricos todavía, aunque los pobres pusimos
los muertos.

MARGARITA: (Acercándose desde el fogón) Ya se está haciendo


el café. (Pausa corta) Así que usted también es Coronel.

ELEUTERIO SEGUNDO: Coronel del Ejército Federal. (Pausa corta) ¿Y cómo


han estado ustedes?

ELEUTERIO: Jodidos. ¿Cómo vamos a estar? Peor que antes. No


puedo trabajar con esta pierna magullada por los balazos que me dieron en la
Batalla de Carabobo. Y para colmo, los años, en este carapacho de cuerpo que
voy siendo, me pesan como balas de cañón en todos los huesos. (Pausa corta)
Su mamá es la que hace milagros. Atiende el conuquito, cambia las pocas
verduras que da, o las que no nos quitan los soldados, federales o godos, es lo
mismo. Caen como langostas y se llevan todo. (Pausa corta) Bueno, cambia
las pocas cosas que da el conuco por huevos y de vez en vez se aparece con
café y algo de tabaco. No sé cómo hace.

MARGARITA: A nadie le falta Dios.

ELEUTERIO: ¿Dios? Ese es otro que anda sinvergüenseando y no


se ocupa de la gente pobre.

MARGARITA: Ave María Purísima, Eleuterio, hoy está peor que


nunca. No hable así de Dios delante de mí. No me gusta. Eso es pecado.

ELEUTERIO SEGUNDO: Cuando ganemos esta Guerra, el Gobierno Federal


cuidará a todos los soldados que como usted, papá, que luego de luchar por la
independencia de Venezuela, se quedaron sin nada.

ELEUTERIO: Ya se lo dije, ese fue el mismo cuento que nos


echaron cuando ganamos la Batalla de Carabobo. (Pausa corta) Déjeme
decirle algo, no se esté creyendo eso, Coronel, que los ricos están completos y
no miran para abajo.

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ELEUTERIO SEGUNDO: Eso fue antes, papá. Ahora sabemos quiénes son
nuestros verdaderos enemigos. Mi general Ezequiel Zamora nos abrió los ojos.

ELEUTERIO: Me parece como si todo marchara hacia atrás. Le


oigo, y es como si hablara yo. Le veo, y es como si me viera a mí mismo,
orgulloso, creyendo, creyendo.

MARGARITA: Pues yo, al no más entrar Eleuterio Segundo, sí me


di cuenta que son igualitos. Por eso es que me quedé pasmada mirándolos.

ELEUTERIO: No, no, Margarita, no. No hablo de la cara… o del


uniforme. Sino de algo de adentro. De bien adentro. Igual era yo. Repitiendo lo
que nos enseñó mi general Simón Bolívar. Y creí. Y los llaneros seguimos
ciegamente a mi general José Antonio Páez, que repetía todo lo que decía mi
general Bolívar. Todo, con pelos y señales, lo repetía y lo repetía y nosotros
embraguetados, siguiéndolo, creyendo en todo eso que sonaba más bonito que
un joropo hasta la madrugada. (Pausa) Pero fíjese, hijo, mi general Bolívar
murió, y con él murieron sus palabras… y murió lo que nos prometieron, y
murió eso de ser igualitos. Murió eso que llamábamos patria. Ahora yo digo
patria, y no me dice nada, sólo un retortijón de hambre en las tripas, y una
tristeza más grande que todo el Llano. Que todo el llano, no, qué va, una
tristeza tan inmensa como todos esos pueblos que recorrimos y liberamos
desde acá hasta el Perú. Yo estuve ahí, y me imagino que también allá hay la
misma tristeza hacia acá, pero que no la oímos. (Pausa corta) Aquí supimos
que cuando se murió mi general Simón Bolívar, lo hizo con una mano adelante
y otra atrás. ¿Sabe que aquí, muchos de esos patiquines que se acercaron a,
que lo rodearon haciéndole pleitesía y jurándolo fidelidad, pues mataron
novillas, repartieron aguardiente y hasta levantaron una fiesta que duró tres
días con sus noches cuando supieron que había muerto mi general Bolívar? Yo
ahí, viéndolos, lo sentí. Me dije: Se jodió todo. (Pausa) Pensé, también, que si
mi general Simón Bolívar murió hasta con una camisa prestada, que él, que era
como… como, el mejor café, el café más tinto y fuerte de la guerra
independencia murió así, no voy acaso a morir peor yo, que sólo fui un triste
guarapo mal colado. Mi general Bolívar creyó, es verdad, igual que nosotros.
Creyó y murió, como nosotros. Porque esto es como estar muerto. (Pausa)
Murió, eso fue lo malo. Muchos nos morimos con él. (Pausa corta) Él sí nos
entendió.

ELEUTERIO SEGUNDO: Mi general Ezequiel Zamora también nos entiende.


Es uno de nosotros. Es que si lo viera, papá, si lo viera. Es como cada uno de
nosotros, de verdad. Ha padecido las mismas injusticias, ha…

ELEUTERIO: (Interrumpiéndolo) ¿Y mi general Páez? ¿No sufrió


acaso las mismas injusticias? ¿De dónde viene mi general Páez? ¿No peleó
acaso al lado de nosotros?

MARGARITA: Ya, Eleuterio, ya, acuérdate que te hace daño y…


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ELEUTERIO: ¿No fue maltratado y pasó hambre… y necesidad?


¿No hablaba acaso como nosotros? ¿Y qué importó eso? ¿Dónde, dónde está
ahora mi general Páez?
MARGARITA: Por el amor de Dios. Eleuterio Segundo, tu padre no
puede…

ELEUTERIO: ¡Nos traicionó… nos traicionó! Nos engañó, nos


robó. Se cogió los bonos de guerra que nos había dado mi general Simón
Bolívar y nos quitó las tierras. ¡Nos desconoció! Ahora se ha convertido en un
gran señor y sus hermanos son los que antes eran sus enemigos. Ahora, ahora
violín, toca violín y hasta actor morisquetero es. Nosotros ya no somos su
gente. Y aún se sorprende mi general Páez de que la gente de este pueblo y
de los demás pueblos se burlara de él. Se sorprende, se siente traicionado
cuando la gente salió a las calles a gritarle “Rey de los Araguatos”… “Rey de
los Araguatos”… el día en que el general Zamora lo trajo como prisionero. Si él
se burló de nosotros, qué esperaba. Yo, siendo el general Zamora, lo hubiese
fusilado. O mejor aún, lo hubiese atravesado de banda a banda con una
espada, cómo hizo él con mi general Alejandro Martínez, porque este le cantó
las cuarenta y se le enfrentó y se opuso a que le quitara a los soldados de la
Independencia, las tierras que por justicia le tocaron. Eso fue ahí mismito, en la
plaza, yo lo vi. Mi general Páez no dijo nada, sino que se puso colorado como
crespúsculo y lo invito a que se reunieran allá en Valencia, donde él vivía
dándose la gran vida. Lo… lo… llamó a una reunión en Valencia y… y era una
trampa y… aunque dijeron que fue una emboscada hecha por bandidos, todos
supimos que fue el general Páez quien le puso la celada. Todos lo supimos, fue
él, fue el general Páez… sí… sí… sino que se lo cuente el mismísimo general
Alejandro Martínez… él… él… siempre me lo cuenta él….

MARGARITA: ¡Cálmate, viejo, cálmate!

ELEUTERIO SEGUNDO: ¿De qué hablas, papá? ¿Cuál general Alejandro


Martínez?

ELEUTERIO: Él… él me lo contó… él siempre me lo cuenta y…


me llama… y…me dice que me vaya con él…

ELEUTERIO SE SIENTA EN EL CATRE, AGOTADO. MIENTRAS


MARGARITA LE ACERCA UNA TOTUMA.

ELEUTERIO SEGUNDO: ¿De qué está hablando, mamá?

MARGARITA: (Le da de beber de una totuma) Toma, Eleuterio,


bebe, bebe tu agüita con ramas que eso te calma.

ELEUTERIO SEGUNDO: No entiendo de qué me está hablando, mamá.

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MARGARITA: (A Eleuterio Segundo) Déjalo que descanse. Son las


fiebres esas que agarró por los montes de allá lejos, de lo que llaman la Bolivia.
Ahorita se le pasa. Ahorita se le pasa.

SILENCIO.
ELEUTERIO SE VA CALMANDO.

ELEUTERIO: Ya, Margarita, ya. Estoy bien. (Pausa) Bien hecho


que mi general Páez perdió la batalla en Araguatos.

ELEUTERIO SEGUNDO: El General Páez, pagará.

MARGARITA: No siga con el tema, Eleuterio Segundo que después


su papá se me descompones todo. (A Eleuterio) Cálmese, no le hace bien
ponerse bravo, viejo.

ELEUTERIO SEGUNDO: Será juzgado por sus crímenes.

ELEUTERIO: Tranquilícese, vieja, ya estoy bien. Es que si no digo


estas cosas me ahogo. Ande, vaya y tráigame café. No se preocupe más.

MARGARITA LO DEJA Y VA HACIA DONDE HIERVE EL AGUA Y COMIENZA


A COLAR EL CAFÉ.
SILENCIO.

ELEUTERIO SEGUNDO: Lo juzgarán, ya verás.

ELEUTERIO: Ojalá sea así. Que no pase lo de siempre.

ELEUTERIO SEGUNDO: No pasará.

MARGARITA: (Dándole café a Eleuterio y a su hijo) Tome, viejo.


Bébaselo poco a poco.

ELEUTERIO: Sí, me lo tomaré poco a poco, para que rinda. (Ríe)

MARGARITA: Usted es un chocante, Eleuterio, no lo dije por eso.

ELEUTERIO SEGUNDO: (Tomando) Esta bueno, cerrero, sabroso.

ELEUTERIO: Yo… yo batallé en todas partes, en todo el país… en


la Nueva Granada… hasta el Perú fui, y le juro, hijo, que jamás probé café más
sabroso que el de tu mamá.

MARGARITA: (Con cariño) Viejo, zalamero, eso no es verdad.

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ELEUTERIO: ¿No es verdad? Pues ande y vaya y pregúntale a mi


general Simón Bolívar si acaso estoy mintiendo. Mi general Simón Bolívar, aquí
mismo, sentado en esa mecedora, se tomó una totuma de café sin respirar. Y
después dijo: “Qué café tan bueno, regáleme otra totuma doña Margarita, pero
esta vez me la llena hasta el copito.” ¿Verdad, vieja? (Pausa) Lo olvidé… a
veces olvido que… que no pudo venir… no lo dejaron venir más a Venezuela
pero… es que…es que mi general Simón Bolívar se me aparece tanto en los
sueños que me confundo.

SILENCIO. TOMAN CAFÉ.

ELEUTERIO: (Pausa) ¿Y cómo se porta su hermano Francisco?

ELEUTERIO SEGUNDO: Bien… bien… es un buen soldado.

ELEUTERIO: Me alegra. (Bebe) Cuando me dijo que se iba para la


guerra, me opuse. (Bebe y sostiene un buche en la boca. Traga) Igual me pasó
contigo. (Sonríe) Uno pone y… y… la guerra dispone. Con él, con él era
distinto.

MARGARITA: Uno pone y Dios dispone es como se dice, Eleuterio.


Sabe que no me gusta que tampoco se meta con la Iglesia.

ELEUTERIO: Está bien vieja, está bien. No son más que decires,
resabios y frases de soldado que me quedan. (Pausa) No es que lo quiera a él
más que a usted. Sino que ha sido más sufrido. ¿Comprende?

MARGARITA: Sí, Francisquito siempre con esas asfixias que le


daban en la madrugada. Por esas asfixias no podía salir a ayudarlos con el
conuco.

ELEUTERIO SEGUNDO: (Sincero) Sí… sí, claro.

ELEUTERIO: Cuando nació, estábamos en pleno ajetreo. De un


lado a otro, como los Tuminicos, los pajaritos esos que tú cazabas.

ELEUTERIO SEGUNDO: Sí, sí.

ELEUTERIO: Fue difícil. Después de la guerra de independencia,


todo empeoró. Casi nunca comió bien. Usted, por lo menos, ya estaba
grandecito y se había acostumbrado que un cambur, un pedazo de ocumo
hervido y un café, se llenaba la panza del día.

MARGARITA: Después le dio eso de que se ahogaba por nada. La


señora Luisa me dijo que tal vez era porque no le había dado bastante pecho.
Pero qué iba a hacer, con tanta guerra se me secó la leche. Nunca me lo he
perdonado.
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ELEUTERIO: No le hagas caso a mujer que se la pasa con un


bochincheo y amancebándose con el cura sinvergüenza ese.

MARGARITA: Eleuterio, va a tener que confesarse y bien largo,


está levantando falso testimonio y hablando mal de un sacerdote. Eso lo
castiga Dios.
ELEUTERIO: Ya Dios no tiene nada qué quitarme. No se ocupe,
Margarita, rece usted. (Pausa larga) Así que su hermano también es Oficial.

ELEUTERIO SEGUNDO: Si, Oficial, como nosotros.

ELEUTERIO: ¿Lo oye, Margarita? Eso quiere decir que ha luchado


bien, como los buenos.

ELEUTERIO SEGUNDO: Sí, papá, ha luchado como los buenos.

ELEUTERIO: Cuando lo veas, dile que me siento orgulloso de él.

MARGARITA: Y yo que le mando la bendición.

ELEUTERIO SEGUNDO: Sí, sí, se lo diré.

ENTRA SOLDADO 1.

SOLDADO 1: ¡Mi Coronel!

ELEUTERIO SEGUNDO: Dígame.

SOLDADO 1 LE ENTREGA UNA CARTA Y ESPERA. ELEUTERIO


SEGUNDO, LEE.

ELEUTERIO SEGUNDO: Dígale al Teniente que encuentre a los


responsables.

SOLDADO 1: Sí, mi Coronel. (Sale)

MARGARITA: ¿Aprendiste a leer?

ELEUTERIO SEGUNDO: Muchos estamos aprendiendo. Cuando no estamos


en batalla, los que saben van enseñando a los que no. No sólo a leer, sino a
sumar… a restar. A saber lo que en realidad está pasando. Mi general Ezequiel
Zamora ha pedido que esto sea obligatorio en todo el Ejército Federal. (Como
si repitiera de memoria) “Debemos aprender a leer, a escribir, a sumar y restar,
es la mejor forma de combatir a los godos. Podemos ganarle todas las batallas,
pero si no nos educamos, nos vuelven a montar la pata en el cuello”.

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ELEUTERIO: ¿Y Francisco, sabe leer?

ELEUTERIO SEGUNDO: Sí, también.

MARGARITA: ¿Ves, viejo? Son iguales a ti. Luchadores. Lo único


que siento es que Francisquito no esté aquí.

ELEUTERIO SEGUNDO: Tiene que cumplir con su deber.


ELEUTERIO: Por supuesto. Ya se lo he dicho, Margarita, la patria
siempre está primero que todo. (Pausa corta) Cuando se es un buen soldado,
se debe obedecer, pero usted no sabes de esas cosas del ejército. Vamos,
ayúdame a levantarme que voy afuera para arrecostarme un poco en el
chinchorro a coger sol.

ELEUTERIO SEGUNDO: Esa pierna, papá, todavía enferma.

ELEUTERIO: Y ahora es peor, porque está más vieja. Se puso


más mala mañosa. (Ríe)

MARGARITA: Es que tu padre es muy porfiado, no se toma los


guarapos que le hago.

ELEUTERIO SEGUNDO: Mejor sería que lo viera un doctor.

MARGARITA: ¿Por qué? ¿Acaso no los levante a ustedes a fuerza


de guarapos cada vez que estaban enfermos?

ELEUTERIO: Eso es verdad, los guarapos son malucos pero


curan. Los guarapos mientras más amargos son, más curan.

MARGARITA: Además el médico se fue.

ELEUTERIO: Medicina sabrosa, no cura.

MARGARITA: Huyó cuando supo que venían los federales.

ELEUTERIO: (Desprendiéndose de ellos) Ahora déjenme a mí


solo. (Caminando hacia el lateral derecho) Un poco de ejercicio me hará bien.
Vieja, voy a dormir un rato y después saldré para la casa de Hilario que me
debe una gallina. (Pausa corta) Hoy es un buen día para comerse esa gallina
en un sancocho.

ELEUTERIO SEGUNDO: Por mí no se preocupe, papá. Es mejor que la


guarden para ustedes.

ELEUTERIO: Pues me da la gana de hacer un sancocho, y nadie


va a llevarme la contraria, por más Federal que sea.
©El Rey de los Araguatos. Néstor Caballero. 1968. Todos los Derechos Reservados según la Ley.
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ELEUTERIO SEGUNDO: Está bien, está bien, será como usted diga.

ELEUTERIO: (Saliendo) ¡Que vaina con estos muchachos! (Sale)

ELEUTERIO SEGUNDO: El mismo de siempre.

MARGARITA: Así es. No ha cambiado. Un poco más achacoso,


pero qué se hace. Hay que soportarlo. Lo merece.

ELEUTERIO SEGUNDO: Es verdad. (Sentándose) Bueno, vieja, ahora dígame


en realidad, como están las cosas.

MARGARITA: (También sentándose) Peor que cuando te fuiste.


(Pausa corta) Lo poco que conseguía era lavándole a Doña Mercedes. Tu papá
no sabe nada, no permitiría que yo le trabajara a un godo, sería matarlo.
(Pausa corta) Conseguía, porque Doña Mercedes huyó con los demás. (Pausa)
Pobre viejo, todavía no se recupera del dolor que le causó tanta hipocresía.
Tanta traición.

ELEUTERIO SEGUNDO: El general Páez será juzgado por todo eso.

MARGARITA: ¿Por todo? No hijo, por todo no. Tendrían que


juzgarlo por el daño que hizo en el corazón de todos los que creyeron en él. Y
para eso, para eso no hay condena que valga. (Pausa corta) A lo mejor tú no lo
entiendes pero él, Páez, era más que un General. Él era como la tierra que
pisamos, eso es, como la tierra que pisamos montado a caballo y con una
lanza en cada mano, tal cual como combatía tu papá. Eso era, toda la tierra
peleando, toda. Y nos hace eso. Nos arrebata por lo que luchamos, nos
engaña y lo que es peor, nos desconoce. (Pausa corta) ¿En quién se puede
confiar después? Pero todo se paga. Por aquí paso Zamora, con Páez. Lo
llevaba prisionero. Toda la gente salió a verlo. Los que aun quedábamos pues.
Todos salieron a verlo, menos tu padre. Menos tu padre que dijo que a pesar
de todo, Páez era un General y que después de pelear a su lado y arrebatarle a
Venezuela a los españoles, no quería ir a verlo despreciado y amarrado como
un traidor. Así de grande es el corazón de tu papá. No lo ha perdonado, por
supuesto, pero en su corazón le avergüenza y le duele la traición de Páez.
Quiere seguir imaginándolo como cuando era como nosotros. Yo sí salí a verlo
y cuando paso cerca lo escupí dos veces a la cara. (Lo hace) Este escupitajo
es por el coronel Eleuterio Campos, y este otro escupitajo es por todos los
Eleuterio Campos, que le diste la espalda y ya no están. Luego le grité: ¡Rey de
los Araguatos! Así es, le grité: Rey de los Araguatos, Rey de los Araguatos,
como lo hacían todos, no sólo los de este pueblo, sino todos los de los demás
pueblo que cuando supieron que lo iban a traer preso y pasaría por acá, no sé
cómo se vinieron todititos para burlarse de él, y dicen por ahí, que hasta
algunos quería lancearlo. Pero Zamora lo protegió. El mismito Zamora tuvo que
gritarles que no, que Páez sería juzgado por el gobierno Federal. Ah, pero de
©El Rey de los Araguatos. Néstor Caballero. 1968. Todos los Derechos Reservados según la Ley.
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lo que no se salvó, fue que una señora, toda de luto, le lanzó una concha de
plátano y le gritó: “Ahí tienes tu espada, Rey de los Araguatos”. (Pausa corta)
Zamora trataba de evitar que golpearan a Páez, pero que va, era todo el pueblo
y una que otra pedrada se llevó. Zamora tuvo que llevárselo a galope tendido,
porque cada vez llegaba más gente. (Ríe) Rey de los Araguatos. (Ríe para sí)
El Rey.

ELEUTERIO SEGUNDO: Será condenado a prisión.


MARGARITA: No creas mucho en eso, un hombre que ha sido
Presidente, todavía tiene muchos amigos.

ELEUTERIO SEGUNDO: Esperemos que pague por lo que hizo.

MARGARITA: Y no puedes hacer que otro vaya y se quede en


lugar de Francisquito.

ELEUTERIO SEGUNDO: No, mamá, no puedo. Él cumple órdenes.

MARGARITA: No sabes el miedo que ha tenido tu padre de que


Francisquito, por sus enfermedades, fuese un mal soldado. Un cobarde o algo
así.

ELEUTERIO SEGUNDO: No, mamá. Él ha sido uno de los mejores. De verdad,


ha sido muy valiente.

MARGARITA: Ojalá Dios me hago el milagrito y pueda venir.


Quiero verlo. Si supieras cómo le he pedí al padre Juan José, que orara para
que me los trajera a los dos, pero bien vivos, ni tampoco chuecos con heridas
que hacen esas guerra.

ELEUTERIO SEGUNDO: ¿Y padre Juan José? No le echa una manito a mi


papá, al fin y al cabo son compadres, porque él es el padrino de Francisco.

MARGARITA: Ay, hijo, si te cuento lloras. Claro que si vino a ver


cómo estábamos, pero tu padre lo echó de aquí.

ELEUTERIO SEGUNDO: ¿Y eso por qué mamá?

MARGARITA: Porque tu papá afirma que el padre Juan José, se


volvió un sinvergüenza. Y que Dios me perdone la expresión. Me cuenta tu
papá, que un día que yo no pude ir a misa porque tenía un dolor de espalda de
tanto estar agachada en el conuco, allá en la Iglesia, el padre Juan José dijo
que ustedes, los seguidores de Zamora, matan a la gente honrada y… y…
pues…pues que le hacen cosas malas a las señoras decentes… y… que
deshonran a las niñas, y que se roban lo que es de la gente y que no creen en
Dios. Según tu papá, el padre Juan José, le pidió a todos en la iglesia que
cuando llegara Zamora con los Federales, quemáramos todas nuestras
©El Rey de los Araguatos. Néstor Caballero. 1968. Todos los Derechos Reservados según la Ley.
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cosechas y… que huyéramos a las montañas con los animales. Que dejáramos
el pueblo y que envenenáramos el agua. ¿Te imaginas? Claro que no le creí a
tu papá que el padre Juan José hubiese dicho tal blasfemia, porque eso no es
de cristianos. Ah, también me contó tu papá, que el padre Juan José afirmó
que Zamora era el Diablo y que se puso el nombre del profeta Ezequiel, para
engañar a la gente. (Se santigua) Ay, líbreme Dios y perdone a tu papá. Lo que
pasa es que a tu papá, con las fiebres y las pesadillas, le da por inventar cosas.
Ya tú mismo viste como afirmó que el general Bolívar me pidió más café en una
totuma. Tú mismo lo oíste.

SILENCIO.

ELEUTERIO SEGUNDO: ¿Y entonces, mamá?

MARGARITA: ¿Entonces qué?

ELEUTERIO SEGUNDO: Que no me terminó de contar lo de mi papá y el


padre Juan José.

MAGARITA: Es que me entró como un presentimiento de esos


fríos. (Se santigua) Ave María Purísima. (Pausa corta) La cosa es que el padre
Juan José vino para acá, para ver cómo yo seguía. Tu papá, ahí mismito
sentado en la mecedora, sólo lo veía y lo veía. El padre Juan José le preguntó:
“¿Qué me ve tanto, compadre?” Tu papá no dijo nada, se levantó tranquilito,
desenterró la espada, se le acercó y le dijo: “Fuera de aquí gran carajo,
sinvergüenza. Prefiero que mis hijos ardan en el infierno como soldados
federales, y no que se vayan al cielo junto con los oligarcas y los godos, que
fueron los que jodieron a Venezuela y a toda la Gran Colombia. Fuera de mi
casa, zamuro viejo.” Ay, qué horror, qué pecado, llamar zamuro viejo al padre
Juan José. Ay, hijo, y con esa pierna toda chueca y todo, comenzó a bailar y a
cantar: “(Canta) Quisiera ver a un cura/colgado de un farol/y a miles de
oligarcas, con las tripas al sol”. (Santiguándose rapidísimo) Ay, perdónalo Dios
mío, que Eleuterio no sabe lo que dice.

ELEUTERIO SEGUNDO: (Riéndose) Si está bien hecho, mamá.

TENIENTE. ENTRANDO.

TENIENTE: Mi Coronel, permiso. Ordenes cumplidas. Hemos


encontrado al responsable.

ELEUTERIO SEGUNDO: Muy bien, Teniente. Tráigalo para que sea juzgado
inmediatamente.

TENIENTE: Sí, mi Coronel. (Sale)

©El Rey de los Araguatos. Néstor Caballero. 1968. Todos los Derechos Reservados según la Ley.
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ELEUTERIO SEGUNDO: Mamá… este. (Pausa) Ahora tengo que arreglar un


asunto.

MARGARITA: Y quieres que me vaya.

ELEUTERIO SEGUNDO: No es eso, es…

MARGARITA: (Interrumpiéndolo) Pues me voy a quedar. No te


molestaré. Estaré por aquí mismo, limpiando los cachivaches.

ELEUTERIO SEGUNDO: Mamá, es que en un Tribunal de Guerra no…

ENTRA EL TENIENTE CON EL PRESO Y DOS SOLDADOS. LAS MANOS


DEL PRESO ESTÁN ATADAS CON SOGA A LA ESPALDA.

TENIENTE: Permiso, mi Coronel. Aquí está el prisionero.

MARGARITA SE PONE FUERA DE LA VISTA DE ELEUTERIO SEGUNDO,


PERO SIEMPRE PRESENCIANDO LO QUE SE VA A LLEVAR A CABO.

ELEUTERIO SEGUNDO: (Algo incómodo por la situación y no quedándole más


remedio que aceptarla, continúa. Al Preso. ) Hoy usted será juzgado por
aprovecharse de su condición de soldado del Ejército Federal, para
enriquecerse con los botines de la guerra.

PRESO: Usted no tiene ningún derecho a juzgarme. No tiene


pruebas.

ELEUTERIO SEGUNDO: Teniente.

TENIENTE: (Entregándole a Eleuterio Segundo unas bolsas de


tela de mecatillo) Esto lo encontramos, escondido, en las pertenencias de él.

ELEUTERIO DE LA BOLSA EMPIEZA A SACAR UN CÁLIZ DE ORO, UN


CANDELABRO DE IGUAL MATERIAL Y UNAS MOROCOTAS.

ELEUTERIO SEGUNDO: ¿Y esto?

PRESO: Eso es mío, lo he ganado en la lucha.

ELEUTERIO SEGUNDO: No es suyo. Esto es de la Patria. Pertenece a la


República Federal y usted sabe que debe entregarlo a sus superiores. Por otra
parte, he sido testigo de algunos de sus abusos contra la población civil. Ha
tenido la suerte de que las personas no han querido declarar por temor de que
le hagamos daño. Ahora será juzgado.

PRESO: ¿Y quién lo juzga a usted, Coronel Campos?


©El Rey de los Araguatos. Néstor Caballero. 1968. Todos los Derechos Reservados según la Ley.
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ELEUTERIO SEGUNDO: Cuando cometa algún delito me juzgarán mis


superiores. Ahora no tengo de qué arrepentirme.

PRESO: Tiene mala memoria, el Coronel.

ELEUTERIO SEGUNDO: ¿Qué trata de decirme?

PRESO: Usted no puede juzgarme. Usted es un asesino,


coronel Eleuterio Campos. ¿Ya olvidó que mató a su propio hermano para que
lo ascendieran a Coronel?

ELEUTERIO SEGUNDO: ¡Cállese, gran carajo! No diga eso, y menos acá.

PRESO: Mató a su propio hermano para llegar a Coronel.


Cree que nadie se dio cuenta.

ELEUTERIO SEGUNDO: (Lo golpea) Cállese, carajo.

MARGARITA LUCHA CONTRA EL TENIENTE, HASTA INTERPONERSE


ENTRE SU HIJO Y EL PRESO.

MARGARITA: No, déjalo que hable.

ELEUTERIO SEGUNDO: Esto es un juicio, mamá, no intervengas.

TENIENTE: (Empuja al Preso hacia los soldados) Vamos,


camina para allá.

MARGARITA: (A Eleuterio Segundo) Pues tendrás que matarme.


Quiero saber qué le hiciste a Francisquito.

MARGARITA SE DIRIGE HACIA EL PRISIONERO, PERO LOS SOLDADOS


SE INTERPONEN.

MARGARITA: Dígame, dígame qué pasó con mi hijo. Dígamelo.

PRESO: Yo, yo no sabía que usted era la madre, lo siento…


en verdad, yo…

MARGARITA: ¡Dígame! (Gritando) ¡Dígame!

ELEUTERIO SEGUNDO: No, no hace falta mamá, yo te lo contaré. (Pausa


corta) A Francisco le habían acusado de robar a la población… teníamos...
teníamos órdenes estrictas de tomarlo prisionero. (Pausa corta) Sin embargo
no lo quise creer. Tuve que ponerle trampas para saber si era verdad y… y
resulto ser cierto.
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EXACTAMENTE AL FINALIZAR EL ANTERIOR PARLAMENTO, TODO SE


CONGELA COMO EN UN SUEÑO O PESADILLA Y EL PRESO SE
DESDOBLA EN FRANCISCO.

PRESO: (Transición, como Francisco, en situación) ¡Es


mentira!

ELEUTERIO SEGUNDO: (Transición, en el pasado, en la situación. Exaltado.


Señalando los objetos robados) ¿Y esto? ¿Esto, Francisco? ¿Esto que te
encontraron?

PRESO: (Pausa) Me pusiste trampas. Solo quieres llegar a


Coronel a costa de mi pellejo. Te has vuelto un animal. Ahora no cazas pájaros,
sino hombres.

ELEUTERIO SEGUNDO: ¿Pero es mentira todo esto? ¡Has robado! Has


traicionado a tus hombres, al uniforme que llevas, al ejército federal, a la
revolución. ¿Y me tratas de animal, Francisco? No quieres darte cuenta.

PRESO: ¿Y tú crees que Zamora no hace lo mismo? ¿Qué


sus Generales no hacen lo mismo? ¿Qué el general Falcón, no roba también?
¿Quién los supervisa? ¿Quién los juzga? ¿Tú, acaso? No, a ellos no.

ELEUTERIO SEGUNDO: Si Zamora lo hace, allá él. Pero yo no traiciono por lo


que lucho, y por lo que lucho me dice que no debe ser así. ¿No entiendes,
Francisco? ¿Cómo nos diferenciaríamos de los Godos, entonces? ¿O
solamente queremos gobernar el país para robar también, para tener la misma
oportunidad de robar y envilecernos? No, hermano mío. No es así. No creo
tampoco que Zamora esté en esto por lo que tú piensas. Luchamos por otra
cosa… por… por justicia, Francisco… porque valga la verdad… por… por ese
conuco de papá, por… por el conuco de todos… carajo, Francisco, ¿no lo has
entendido? Luchamos para que mi papá y otros como él, valgan, eso es, que
valgan como personas y no que valga más el cacao… o el ganado, o las
tierras. Que todos seamos iguales, hombres libres, y que no valgan más los
que tienen más. Por eso luchamos, hermano.

PRESO: Estás equivocado. ¿Acaso todo va a cambiar si


ganan la guerra? A ti sería el primero a quien quitarían del medio. A ti, a
Zamora, a todos los que piensan como ustedes. ¡No! Ahora es el momento,
Eleuterio, ahora es el momento para arrebatarles lo que siempre nos han
quitado. ¿Crees que van a entregarnos las tierras? ¿Crees que el general Juan
Crisóstomo Falcón, ese patiquín que ha podido estudiar y sabe de vinos, de
buenas telas, va ser igual que yo, que yo, un hijo de un Coronel campesino?
No. Se olvidarán de todo cuando estén arriba y verás a la gente contra la que
luchamos, igualita. Allí está mi padre y allí está el general Páez. No, no quiero
terminar como mi padre, enfermo, con los dolores de las heridas que no se le
©El Rey de los Araguatos. Néstor Caballero. 1968. Todos los Derechos Reservados según la Ley.
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han cerrado aún. Con esa pierna que… que… (Pausa corta) Mientras pueda
tener algo lo tendré. Sino lo agarro yo, será otro. Godo o Federal, a la final será
todo igual, más de lo mismo.

ELEUTERIO SEGUNDO: (Pausa larga) Entonces, serás fusilado.

PRESO: Has lo que quieras, no tengo miedo. A todos nos va


a tocar en algún momento la mala hora. Pero ya te acordarás de mí, cuando
toda esta ventolera termine. Te vas a arrepentir porque en esta revolución
federal, en esta guerra, así la ganemos, siempre vamos a perder, porque ellos
se volverán a unir. Los mochos siempre se juntan para rascarse. Ellos son
cuñas de un mismo palo, nosotros no, nosotros solo somos su leña.

ELEUTERIO SEGUNDO: Yo… yo sí creo por lo que estamos luchando. El


general Páez será un traidor, pero no todos han sido así, el general Simón
Bolívar no lo fue.

PRESO: Murió solo y arruinado.

ELEUTERIO SEGUNDO: Porque lo traicionaron. ¡Lo traicionaron! Lo


abandonaron las personas que también pensaba como tú. Yo… yo sí creo… yo
sigo luchando… luchando… al menos para que esa pierna tullida de papá,
valga la pena. (Pausa larga) Lo siento… lo siento. (Pausa) Fusílenlo.

CON EL ÚLTIMO PARLAMENTO SE RETORNA AL TIEMPO PRESENTE.


MARGARITA GRITA DE DOLOR Y FRANCISCO SE HA DESDOBLADO
NUEVAMENTE EN EL PRESO. LOS SOLDADOS Y EL TENIENTE LO SACAN
FUERA.

MARGARITA: Noooo. Noooo. Perdónalo, perdónalo, no lo mandes


a fusilar.

ELEUTERIO SEGUNDO: Lo siento, lo siento mamá, levántate, levántate por


favor.

MARGARITA: Noooo, perdónalo, perdónalo. Piensa en mí, no lo


hagas.

ELEUTERIO SEGUNDO: No puedo, mamá, entiende, no puedo… no puedo…

MARGARITA: Te lo suplico… te lo suplico por el amor de Dios,


Eleuterio Segundo no, no lo hagas, no…

ELEUTERIO SEGUNDO: Mamá, por favor, mamá…

SE ESCUCHAN LOS DISPAROS DEL FUSILAMIENTO.


NI MARGARITA NI ELEUTERIO SEGUNDO, SE MUEVEN.
©El Rey de los Araguatos. Néstor Caballero. 1968. Todos los Derechos Reservados según la Ley.
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GRAN SILENCIO
MARGARITA SE LEVANTA LENTAMENTE.

MARGARITA: (Toma la escoba. barre un poco. Se detiene.


Tranquila) Vete. (Pausa) Y por favor, que no lo sepa tu padre.

ELEUTERIO SEGUNDO: Madre, yo.

MARGARITA: No. (Pausa corta) No digas nada. (Pausa) Yo… yo


no sé, Eleuterio Segundo. A lo mejor, alguien, algún día, se para en esa puerta
y me cuenta que estás muerto. ¡Mi más sentido pésame! Me dirán. Eso es lo
que siempre dicen, como si a ellos les pesara. Yo no sé. (Pausa corta) Nos
dicen… murió por la independencia… murió por la libertad… murió para que
todos fuésemos iguales. Yo no sé. Murió por todas las cosas que nos niegan.
Yo no sé. Las… las guerras son así. (Pausa corta) Yo no sé… quién sabe.
Pero… para una… las guerras son siempre hijos… esposos… hijos… y otra
vez hijos. Ay, Dios mío, estas guerras no son guerras sino hijos. Esto siempre
es así para una, las madres. Yo no sé, Eleuterio Segundo, yo no sé. Y ahora
vete, por favor, vete, y que tu padre no se entere. Ya vete.

ELEUTERIO SEGUNDO: (Ya para irse) Lo siento… mamá… yo…

ELEUTERIO: (Entrando) Oí unos disparos muy cerca.


(Interrumpiéndose) ¿Pero, dónde vas? ¿No esperas el sancocho?

ELEUTERIO SEGUNDO: No. (Pausa) No puedo, papá. Nos avisaron que


tenemos que reunirnos para una batalla. Una gran batalla.

ELEUTERIO: Entonces a cumplir su deber. El sancocho puede


esperar. Nos los comeremos cuando Francisco y tú regresen. Vaya a cumplir
con la patria.

ELEUTERIO SEGUNDO: Sí… sí, papá. Adiós.

ELEUTERIO: Epa. ¿Se va así? ¿Sin un abrazo de Coronel a


Coronel?

ELEUTERIO SEGUNDO SE DEVUELVE Y SE ABRAZA CON ELEUTERIO.

ELEUTERIO: (Separándose) Bueno, ya está bien de abrazos. Y


ahora, pídale la bendición a su mamá.

ELEUTERIO SEGUNDO: (Pausa corta) Bendición, mamá.

MARGARITA: (Pausa corta) Dios me lo bendiga.

ELEUTERIO SEGUNDO: Adiós… adiós… (Sale)


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ELEUTERIO: (Gritando hacia afuera) ¡Y dígale a Francisquito que


me siento orgulloso de él, y que su mamá le manda la bendición!

SE ESCUCHAN CABALLOS QUE PARTEN A GALOPE. MARGARITA SE


DESPLOMA Y LLORA.

ELEUTERIO: Vamos, vieja, ya. Obedecen órdenes. Son soldados.


ELEUTERIO SE SIENTA EN LA MECEDORA. MARGARITA SE LEVANTA,
LLORA QUEDO Y BARRE.

ELEUTERIO: (En la mecedora. Con fiebre. Alucinando) Epa,


muertos… muertos… ya… ya… descansen… descansen… muertos…
muertos. Cotoperí… Cotoperí… corre… corre… Cotoperí…

TELÓN
“EL REY DE LOS ARAGUATOS”.

Queda prohibido el montaje o la reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización escrita
del autor, la cual deberá solicitársele en: nestorcaballero@cantv.net cabanestor@hotmail.com
cabanestor@gmail.com O en sus efectos a la Sociedad de Autores y Compositores de Venezuela
(SACVEN)

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