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MIGUEL OTERO SILVA



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OBRA HUMORISTICA
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COMPLETA .

Seix Barral/ Nueva Narrativa Hispánic9


NUEVA NARRATIVA HISPÁNICA

SEIX BARRAL
BARCELONA - CARACAS - MÉXICO

Gabriel Celaya, Los buenos negocios.


Antonio Rabinad, A veces) a ésta hora.
Carlos Martínez Moreno, Con las primeras luces.
Darwin J. Flakoll y Claribel Alegría, Ceni;:,as de halco.
Marta Traba, Los laberintos insolados.
E. L. Revol, Los intrusos.
J. García Hortelano, Gente de Madrid.
Germán Sánchez Espeso, Experimento en Génesis.
J. A. Marín Morales, Carril de un cuerpo.
Jorge Edwards, Las máscaras.
Jorge Guzmán, Job-Boj.
José María Guelbenzu, El mercurio.
José Donoso, Coronación.
Alfonso Grosso, lnes just coming.
Julio Cortázar, Ceremonias.
Jorge Onetti, Contramutis.
Calvert Casey, Notas de un simulador.
Ramón Hernández, Palabras en el muro.
Antonio Rabinad, }vfarco en el sueño.
Antonio Martínez-Menchén, Las tapias.
Manuel Vázquez Montalbán, Recordando a Dardé.
Mario Vargas Llosa, Conver-!ación en La Catedral.
G. Sánchez Espeso, Síntomas de éxodo.
Juan Marsé, La oscura historia de la prima Montse.
J. Fernández Santos, Las catedrales.
A. Ferres, En el segundo hemisferio.
Ana M<I- Moix, Julia.
V. Molina-Foix, Museo provincial de los horrores.
J. M. Guelbenzu, Antija;:,.
R. Gil Novales, Vo;:, de muchas aguas.
Antonio Rabinad, Los contactos )urtivos.
Ramón Hernández, El tirano inmóvil.
Mercedes Valdivieso, Las noches y un día.
José Donoso, Cuentos
Á. F. Malina, El león recién salido de la· peluquería.
Ramón Nieto, La señorita.
G. Cabrera Infante, Así en la pa;:, como en la guerra.
OBRA HUMORÍSTICA COMPLETA
NUEVA . NA RRA T IVA HISPÁNICA

SEIX BA RRA L
BA RCELONA •CA RA CA S•MÉXICO
MIGUEL O TERO SILVA
1

Obra
humorística
completa
& ,
Cubierta: Joan Batallé

Primera edición: j unio de 1976


Reimpresión: febrero de 1977

© 1976 y 1977: Miguel Otero Silva, Caracas

Derechos exclusivos de edición


re ervados para todos los países de habla española:
© 1976 y 1977 : Editorial Seix Barral, S. A.
Provenz.a, 2 19 Barcelona
-

ISBN: 84 322 1360 8


Depósito legal: B. 4.434 - 1977

Printed in Spain
SONETOS ELEMENTALES
SONETO EXóTICO

(Tal como lo h ubiera escrito mi a m i go


Alfredo Boulton, que h a b l a varios idiomas.)

MUCHACHITA sportista y bi belot,


astro del basket ball y del cock tai l,
con tanta sal como l a femme de Lo t
y tanto fuego como el m ismo hell.

Musa del charlestón y del fox tro t


que vas a m isa y l ees a Voltaire,
que pones tu i l usión en u n Peugeot
y no distingues en tre amor y flirt.

¿Qué culpa tengo yo, si démodé


bizn ieto. de Rodolfo, el de M urger,
no sé ped ir amor con l !ove you?

Hélas! Pero a m 1 tierno je t' adore


respondes con u n seco n ever more
como el cuervo del trágico musiú.

9
SO NETO RO MANTICO

(Tal como lo h ub iera escr i to Gu i l lermo


Austria, poeta sen timen ta l, a n te l a demol ición
de El Silencio.)

le u AL que el verso l i bre fue el ciclón


que demolió las rimas pastoriles,
vosotros, arqui tectos y albañ iles,
pretendéis demoler la trad ición .

¡ M ueran l a torva civiliza ión


y los rudos obreros juven iles
que sobre ti, Silencio, caen por m iles
para romper tu v iejo corazón!

Yo protesto. Protesto en ardecido


y a n te el pícaro barrio derruido
rom po de Pan l a rítm ica siringa,

riego mi vino con am argo llanto


y con el metro de Petrarca can to
el l í rico recuerdo de Ch ingüi nga.

10
SONETO CAN D I DO

(Tal como lo h ubiera escrito el diario El


Nacional, cuyas eñes no le llegaron sino tres
meses desp ués de h aber sido fundado.)

ERA una n i n a párvul a y risuen a


con un sueno d e amor e n e l corpino,
banado el rostro con blancor de arm1no
y negra la mirada malaguena.

U na biso n a n in a caraq uen a,


rnás caraquena que Justo Patino,
y con una mon tana de carino
constrinendo su alm a t an pequena.

No ense naba l a n i n a malas m a n as


pues se banaba todas las mananas
y no aranaba cual dan i n a gata.

La adoraban parien tes y extranos


y para celebrar su cumpleanos
re.sol vieron ponerle una pinata.

11
SO NETO M fSTICO

(Tal como h u biera tra nscrito e l de Santa


Teresa u n con g resan te de la m a yoría guber­
n amen tal . )

N o ME mueve, Isaías, para quererte


el cambur que me tienes prometido,
n i m e mueve el I nciso t a n temido
para dej ar por eso de ofe nderte.

Muéveme, General , muéveme el verte


por todos los sigüises perseguido,
reci biendo visitas, recluido
e n M iraflores s i n poder moverte.

Muéveme m i lealtad de tal m a nera


que aunque no hubiera cárcel te tem iera
y aunque no hubiera pues to te alabara.

Voté por t i con ilusión si ncera


y <J.unque el cargo que quiero no qu1s1era
lo m ismo que te j alo te j alar a .

12
SONETO E RóTICO

(Ta l como lo h ub iera escr i to e l doctor


Fél ix Laire t, médico y cirujano.)

FE B R IL D igit al i n a seductora,
sín toma i n tercostal de mi neurosis,
m i lunatismo con tuberculosis
ausculta tu m irada i nyectadora.

Flemas de amor mi esófago expectora


y sanguí nea pasión en altas dosis
diagnosticando eufórica simbiosis
de n uestros metacarpos, ¡ oh, Señora!

Del i ro por t u tórax primoroso


y al borde del estado coma toso
sangra por ti mi l í bido i nsalu bre.

Me gangrena n t us ojos veronales


y me l acra de i nsomn ios prenu pciales
l a dermis blanca que tu fémur c u bre.

13
SON ETO MóR B I DO

(Des p edida a l a bailarina cubana M aría


A n tonieta Pons que se a usen ta de Caracas,
ru m bo a Barranqu i l l a.)

HÉL ICE de merengue, flan de loza,


zig-zag de l uz, tormenta de dulzura,
helicóptera tierna o prematura,
raudal de gela t ina temblorosa.

Ángel de m anj ar blanco y pomarrosa,


i njerto de cl avel y confitura :
el col i brí que v i br a e n t u c i n tura
es n ieto del j azmí n y de l a rosa.

Fue rendido lebrel m i corazón


al pie de tus t urgencias de t urrón
y tu v aivén de celestial n a t i ll a ;

pero no acierto a comprender, hermana,


por qué si eres paloma y no caim an a
t e v as, ¡ caram b a! , para Barranquilla.

14
A N I VE RSA R I O D E LA M U E R TE D E LEO

S u s1ó hace un año h acia l as n ubes Leo


y con el pecho de esperanzas pleno,
a l a puerta del cielo metió el freno
y expresó por e n trar j usto deseo.

Lo vio San Pedro mal vestido y feo,


leyó el balance de su andar terren o
y no o bstante h aber sido u n hombre bueno
le n egó el pasa porte por a teo.

No se arredró su alma por tal cosa,


en tró por el corral con San ta Rosa
y al cabo de tres meses Leo fue :

profesor de <lanzón de San P ascu al,


redactor de El Pin ocho Celestial
y tenedor de l ibros de Noé.

[ i943]

15
D O N SALO MÓN

AYER

DoN Salomón Facúndez y Batista,


ilustre y honorable c i udadano,
se distinguió en un tiempo no lej ano
por su m arcada i ncl i n ac ión fascista .

Cuando l a infam i a moro-falangista


clavó sus garras en el pueblo h ispano,
don Salomón h ablaba e n i tal iano
y añoraba el pendón de la Conqu ista.

Veneró a Mola con pasión morbosa,


amó la voz de Queipo agu arden tosa
y amó l a voz de Franco asopranada.

Y para honrar a Adolfo e n toda hora,


colocó en el escote a su señora
un guarda pelos con la cruz gamada.

16
HOY

H o Y que el Gobierno h a roto relaciones


con el E j e agresor y sangu i nario,
olvidando su ayer totalitario,
don Salomón mudó sus convicciones.

Está ind ignado contra los n i pones,


maldice al D uce en tono panfletario
y su protesta contra el Führer ario
grit a don Salomón con dos riñones.

Stal in m ismo ya le causa grac i a,


habla primores de l a democrac i a
y de Ingl a terra c on amor profundo.

Y afirma con los ojos encendidos


que el Preside n te de Estados U n idos
es el moderno Salvador del m undo.

17
MORALEJA

Yo, QUE sé más por d i ablo que por v1eJO


y que conozco a fondo el almendrón ,
a l os ingenuos doy este consejo:

¡ Mucho cuidado con don Salomón !

18
SE MANA SA NTA E N MACUTO

Carnet de u n tem poradista

LUNES SANTO

V A MO S baj ando por l a carretera


con len t itud de torpe paquidermo
y tose el Ford con un a tos de enfermo,
pues lleva encima la fam i l i a entera :

las malet as, el nene, l a n iñera,


los chinchorros, el perro, tío G u i llermo,
.
las tres sobri n as, la botella thermo
y mi suegra rolliza y zal amera.

En la alcabala cándidos guardianes


i nvestigan s i somos alemanes
y nos piden del carro la l icencia.

Esperamos tres horas. En tre tanto


he logrado entender que al Lunes Santo
le corresponda l a Humildá y Paciencia.

19
MARTES SANTO

J AMÁS trajo a la costa tanta gen te


l a más rumbosa peregr i n ación :
no h ay hoteles, n i casas de pensión,
ni siqu iera un sol ar med io decen te.

Todo está pleno. Con s udor pacien te


vamos de puerta en puerta en procesión
y encontramos, al fin, u n corralón
que nos alq u i l a n usureramen te.

No hay baño, ni lo otro. Los zancudos


clavan sus agu ijones confianz udos
y su música hostil q u e el sueño impugna.

Yo salgo al patio e n vuelto en la cob ij a


y m i silueta escuálida y can ij a
rememora a ]esús en la Colum na.

20
Mlf:RCOLES SANTO

HO MB R E S, m uj eres, nifios en legiones


se api ñ an en plazuel as y aceras :
sefioras chuscas, viej as tobi lleras
y forn idos bañ istas mocetones.

Peñ ascales me pin tan verdugones,


« aguas mal as» me queman traicioneras
mien tras l as j uventudes rocheleras
d istri buyen cod azos y empujones.

En alta mar l a tarde se desmaya


y yo voy tambaleando por la playa
con todo el cuerpo de porrazos lleno.

Bata de bañ o arzobispal, morada,


l l evo puesta. Y mi efigie mal tratada
es una evocación del Nazareno.

21
JUEVES SANTO

U N A Margot morena, esplendorosa,


usa un traje de ba ño fulmin an te,
y u n a Beatriz mejor que la del Dante
se sumerge en el mar como u n a d iosa.

U n a Leonor terri blemente hermosa


lleva un pij ama azu l descacharran te,
y u n a Carmen nos pasa por del an te
goteando agu a como fresca rosa.

M uchachas en sazón , primaverales,


i l u m inan los pun tos card i n ales
y nos colman de sol los pensamien tos.

¡ Oh, corazón, no te fat igues tanto! ,


no olvides que esta tarde es Jueves Santo
y has ven ido a m i rar los Monumentos.

22
VIERNES SANTO

CIN CO d í as ya cue n ta m i calvario


durmiendo e n u n a cama espernancada,
com iendo con arena la ensalada
y llevando m ás sol que u n dromedario.

Parezco un escapado presidi ario,


me levanto a barrer de madrugada,
me desayu no con agu a salad a
y gasto siete pesos e n el d i ario.

Perdí la m aq u i n i t a de afeitar
en el inqu ieto corazón del mar
y he dej ado la piel e n los escol los.

Es Viernes San to. Y con perdón del N u ncio


ante m i cruel desolación pron u ncio
Siete Palabras que son s iete bollos.

23
DOMINGO DE RESURRECCióN

EL nene, tío G u illermo, l as sobrin as,


la suegra, la señora, la n i ñ era,
vamos s u biendo por l a carretera
con cen izas de angus t i a en l as retinas .

R asgu ñ os por doqu ier, caras cetri n as,


q u 1en n os m irara as1 mu ar creyera
• • I •

un hogar de aristócratas que h uyera


persegu ido por turbas j acobin as.

Pero mañana es lu nes, ¡qué alegrí a! ,


tendré d uro trabajo todo el d í a
y l impio m e h all aré, s i n u n a puya,

m as resucitaré con tan t as ganas


que cuando a gloria toquen l as c ampanas
mi corazón responderá : ¡A le luya!

24
G E N IO Y F I G U RA

(En el cumpleaños de ]ó\ ito Villalba.)

ES TE que hoy cumple no sé cuán tos años


s i n que su corazón lleve la cuenta,
bergantín retador de l a tormenta,
tres puños capeador de desengaños.

Este pastor de i ndóciles rebaños,


la brador de una gleba turbulenta,
que s i bien no h a llegado a los seten ta
está pisando ya sus aledaños.

Este sol ivian tado impen i ten te,


de escasos pelos y de tanta fren te,
tri buno en el ej ido y en la calle,

fiel a los recovecos de sí mismo


se propone implantar el social ismo
si lo acom pañas t ú , Virgen del Val le.

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CO NSAG RAC IÓN D E L I NV I E R NO

(E n los 70 años de Ale jo Carpe n tier.)

<E L s iglo de l as l uces» de este Alejo


m ide sete n t a años sol amente
(«el acoso» del t iempo no resiente
su vol u n t ad de no llegar a viejo).

S u « reino de este m undo» es tan complejo


que es «concierto barroco» recurren te
(«el recurso del método» es el puen te
que lo desbarroqu iza an te el espejo).

Su corazón e n « vi aj e a l a sem illa»


se empapó de la sangre más senci lla
y d io com pás de pueblo a sus latidos

(y su prosa es perenne lumi naria


porque e n l a ruta revol ucio n aria
un escri tor no d a « pasos perdidos»).

26
/

SINFONIAS TONTAS
RECEPCIÓN A NEREO PACHECO

(Qui n ta Pai la del In fierno espléndidanzen le iluminada.


Grandes carleles cue lgan de los rebordes del i nmenso
recipien te. Ellos ostentan letreros a lusivos: «Welcome lo
1\Tereo», «Luzbel, t ú eres el nzás gra n de», «f\1uera la Vir­
gen 1\f a ria», «Viva el Cardenal Segura», «A bajo los curas
vascos». Se t rata de una verbena de bien venida a Nereo
Pacheco, verdugo gornecis t a y locador de arfJa recién fa­
llecido en la Cárcel de l ObisfJo, de Caraca s. La cuchi­
/Ja n da ha sido organ izada por la Sociedad de l\1onjes
Inquisitoriales, el Part ido Liberal A mari llo (Secciona [ del
A verno) y la casa Sat án Hermanos y Conzpariia. A l aso­
rnar Nereo por la fJuerla grande se ade lan la a recibirlo
_
una comisión compuesta jJor Torquemada, J\Terón y Eus­
taquio Gómez, los tres en t raje de etiqueta: rabos de ter­
ciopelo y cachitos de carey legít imo.)

NER ÓN ( t ocando el arpa) :


j Salve, tocayo ilustre ! B ienven ido
a este simpático establec im ien to.
j Oh, t ú , el Platón del encortinam ien to
y el E p icuro del v idrio molido !

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TOR QUEMAOA:
¡ Honda ternura me prod uce verte,
arpista enamorado de la muerte !

EUSTO QUIO :
Y yo e n m1 tierno pecho te cobijo.

LOS TRES A CORO :


j Pasa adelan te, mij o !

(Nereo desciende la esca linata entre salivazos de afecto,


trompetillas e n t rañqbles y otros sign os de cordialidad de­
moníaca. Salomé baila en su honor la danza de los siete
velos, comp letamen te desve lada. Y Lucrecia Borgia le dice
discretamen te al general Castro: « ¡Deja la pellizcadera,
Ciprian o!»)

N EREO (acompariá ndose en e l arpa de Neró n) :


Yo no soy de por aquí,
yo vengo del otro l ao,
y un cambu r en esta pai l a
l o tengo muy b i e n ganao :
fue mucho el preso e n mis manos
que se murió e ncorti nao,
le di raciones de arsén ico
en el guayoyo mezclao
y le remaché los grillos
al enfermo desahuci ao.
N ingún preso que yo tuve
dejó de ser mal tratao
y aquel que no se murió
fue porque n ació parao.

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j M i cam bur e n esta pa ila
lo tengo m u y bien gan ao !

EL TIRANO AGU IRRE:

Aq u í todo demon io que se estime


sien te inmenso pl acer por tu llegad a.

MADAME POMPADOU R (curiosa) :


Tú que moriste entre bar rotes, d ime
¿(Ómo es Pedri to Estr�d a?

NEREO (si n prestar atención a los que h a b lan y buscando


afanosame n t e con la mirada) :
¿E n dónde está m i viejo? ¿En dónde está
para besar sus pies hum ildemen te?

TOR QU EMADA :

¿Quién? ¿Tu papá?

N EREO :

¿ F.n dónde está m1 j efe Ju an Vicen te?

E U STOQU IO :

Yo también lo busqué. S i aquí estuviera


hace ya tiempo que L uzbel h ub iera
perdido el tenedor de s u gobierno
y que l a fust a rehabili tadora
estuv iera rigiendo en esta hora
la paz y el traba jo del i nfierno.
Yo también lo b usqué, mi fiel N ereo,

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y fallido quedóse mi deseo
de verlo. Que nos sirva de consuelo
saber que J uan V icente está en e l cielo . .

NEREO :
¿En el cielo decís? ¿Será pos i bl e?

EU STO QU IO :

¡Sentado entre San Lucas y Santa Ana


por obra del Pontífice infal i ble
que le puso en el pecho la Orden Piana !

(TELÓN)

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EL B OLIVA R DE E M I L LUDWIG

PRÓLOGO

Todos sabéis que el Gobierno ven ezol ano resolYió hace


unos cuan tos años pu bl icar u n a biografía del L iberta­
dor. Pero como los gobiernos no escriben, fue preciso
enfren tarse al problema de contratar a u n h istori ador
de renombre i n tern acional. Y como los únicos histori a­
dores venezolanos de cierto ren ombre i n ternacional eran
Laureano Valle n illa y José Gil Fortoul, ambos gomecis­
tas y a1nbos muertos, se decidió que el a u tor de la obra
fuese u n extranjero.
- ¡ Qu e sea Giova n n i Papin i ! -opinó el catol iquí­
s imo doctor Alfonso Mej í as, para e n tonces M i n istro de
Agricultura.
-¿ Y por qué n o Pitigrill i? -sugirió el gen eral M i­
belli.
-Mejor serí a M arafión -sen tenció el microscópico
doctor García Álvarez.
Y cada u no de los mi n istros restan tes postuló su res­
pectivo candidato, con excepción de Pocaterra y Usl ar
.Pietri, ún icos M i n istros con derecho ac adémico a opin ar.
H asia que finalme n te el Gabi nete se puso de acuerdo en
aceptar el nombre sugerido por el Presiden te López Con­
treras, q ue fue j ustame n te el de Emil Ludwig, ilustre y
prolí fico escri tor alemán , quien por haber escrito antes
l a biografí a del Nilo se j uzgó que estaba e n magn íficas

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condiciones para escrib ir l a biografía del Libertador. Por
otra parte, los l ibros de Emil Ludwig no baj an n u nca
de setecientas págin as, mín imum que la gloria de Bo­
lívar se merece. ¡ Ése era e l hombre ! Y después de b us­
carlo en todas partes del mu ndo, salvo en Alema n i a por
s u pues to, el Gob ierno venezolano dio con él.
Emil Ludwig se mos tró servicial y deferente. V ino a
C aracas, almorzó con el doc tor E nrique Tejera, d ictó
u n a conferencia e n francés y tomó d atos d urante dos
seman as en l a B i bl ioteca N acional. Además, captó h á­
bilmen te los matices del paisaje, l as mil varian tes de l a
psi cología popular, migaj as primordi ales para e l ambien­
te y el decorado de su magna obra. Todo eso en q u ince
d í as, como corresponde a un artista represen tativo de
es te siglo de la velocidad y de los i nfartos.
El Gobierno comenzó brincando con c incuenta mil
bolívares. Es mundial men te c onocida la vocación para
el brinco que person ificaba al régimen del general Ló­
pez Con treras. H abrí a que pagar otros cincu e n ta mil
bol í v ares al a parecer l a edición . E l libro iba a costar
u n poco más caro que l a batall a de C arabobo, pero l a
grandeza d e Bolí v ar y el prestigio d e Emil Ludwig así
lo requerían.
El primer obstáculo grave presen tóse cuando H err
Ludwig v ióse con tanta plata j u n t a y se le esfumaron
l as gan as de escribir. I-Iay q u ien asegura que el señor
Ludwig no escribe n u nca sino que ordena l a confección
de sus obras a un equ ipo de profesores con hambre,
tal como hacen los i ngen ieros con los albañ iles. Pero
tan n1ezqu i n a h a bl aduría no pasa de ser u n a calumn ia
i nventada por alguno de sus rivales, posi blemente Cor·
nés l\1c Pherson . Lo cierto fue que transcurrió el plazo
determinado en el con trato y la obra no aparecí a. E n
v i st a de lo c u a l , el Gobierno venezolano le e n v i ó u n
cable : «Ü manda e l Bol ívar o n os devuelve los 50.000»,

34
v Ludwig mandó el Bolívar. E n francés, n aturalmente.
Porq ue, aunque Ludwig es alemán. sabe perfect:imen te
que aquí no h ablan alemán sino c iertos emisarios de la
Gestapo disfrazados de i ngen ieros eléc tricos, dueños de
hoteles, comerc i a n tes al por mayor y otros menesteres.
Y oj alá no lo h ablaran. Surgió en ese momen to el pro­
blema de la trad ucción. Nos cuen tan que R u fino Blanco
Fombon a se ofreció volu n tariame n te para h acerl a, co­
brando l a modesta suma de otros cien mil bol í v ares, de
acuerdo con el pri ncipio según el cual la mano de obra
n acional no debe ser n unca peor remu nerada que la
extranjera. S i n embargo, el doctor Uslar Pietri comisio­
nó, en nombre del Gobierno. a E n rique Planchan que
cobra ba i nfi n i tamen te más barato. E n consecuencia, Ru­
fino publ icó u n artículo afi rmando que Usl ar Pietri era
un bandido calabrés y que la fami l i a Pl anchan era l a
causa de las in n umerables desdichas q u e Venezuela h a­
bí a padecido a lo l argo de su h is tori a.
Pero lo más grave del asu n to es que, después de
tan tas peri pecias, el Bolívar. de Emi l Ludwig, está l isto
para ser editado. Lo publicará u n a ed i tori al arge n t i n a
que cobra otro negro con s u cach imbo. E n tretan to, c i rcu­
la el rumor de que la Academi a de la H is tori a se ha
visto obligada a rectificar algu nos pasajes de tan cos­
tosa obra, especi alme n te aquel los donde Bolívar apare­
ce prisionero en La Carraca y Miranda del i rando sobre
el Chimborazo.
I n terpre tando el con te nido de tales rumores, n osotros
hemos logrado reconstruir el primer capí tulo del Boli-
11ar, de Emil Ludwig, que por cierto no es capí t ulo s i n o

acto. Porque h a res u l t ado, a n te l a profunda sorpresa


n uestra, que la tan cacareada obra no llegó a cristal izar
como biografí a en prosa si no como drama en verso, al
igu al de aquel culebrón de Francisco Vi llaespesa sobre

35
el mismo Bolívar, que tan d ispendioso como éste le sal ió
al general Gómez.

Helo aquí :

ACTO 1

(l\1on te A ve n t in o. En primer plano, Bolívar, de frac, con


i'1 anuelita Sáe nz, Negro Primero, el ge n eral San i'l artín
y el h istoriador Baralt . En tre bas t idores u na orquesta
criolla toca el Alma Llanera, m ie n t ras l\1 anuelita, para
h acer rabiar al L i bertador, recita t roci tos de la V u el ta
a l a patria.)

.MANUELITA (señalan do a Roma) :


«C aracas allí está. Sus techos rOJOS,
s u blanca torre, sus azules lomas. »

SIMÓN:
S i persistes, M an uela, con tus bromas,
l ágrimas mil derramarán tus oj os.

MANUELITA:
M i querido Simón, no es el mome n to
de que l a escoba surj a e n t u cami no.
H emos venido a hacer un j u rame n to
y u n j urame n to espera el Aven tino.

NEGRO PRIMERO (serialando h acia Roma) :


D esde aquí , Roma, te v eo
e terna y siempre presente
con tu San Pedro imponen te,
tu Foro y tu Col iseo.

36
Con tu Pasquino tan feo
y tu Moisés tan hermoso,
con tu Farnesio pomposo
y tu esbelta Farnesina,
y tu Ca pilla Sixtina
que pin tara aquel coloso.

MANUELITA:

Si el j uramento n o lo descompon e
este negro metido a cicerone,
tú j urarás, Simón, e n latín chévere
como el que habla la gente del Trastévere.

SAN MARTÍN (can tan d o):


¡Juramé !

SIMÓN (en trance solemne) :

¡ Por la cruz refulgente d e mi espada,


libre h a de ser l a América española!

MANUELITA:
L a bandera del Cid caerá humill ada
b2 jo el empuje de Colombia sola.

SAN MARTÍN (que sigue can ta. n do) :

Sola, fané y descangallada,


la vi esta madrugada
salir de u n cabaré . . .

SIMÓN (con la mano e n el h om bro de Negro Primero) :

E n Ayacucho, general C arnejo,


por estratega alcanzarás la gloria,

37
m ien tras que Sucre, m i oficial m ás v1ejp,
será el héroe i nmortal de L a V ictoria.
Por desertor fusil aré a U rdaneta,
tendré en Piar m i ten iente m ás devoto
y cu ando Vargas toque la corneta
Carujo al fin le en tregará el coroto.
Falcón será i nvenci ble en M at asiete,
ganará en M ucuri tas San M artín,
en Las Queseras peleará Sou blette
y Guzmán Blanco tri unfará en J u n í n .

(A l llegar a este pun to, e l historiador Baralt, terri ble­


mente impresionado, se tira de ca beza por el Aventino
y cae e l teló n.)

38
SA NSóN Y DALILA

ACTO PRIMERO

(Sansón regresa victorioso del fren te occidental, tras ha­


ber despachurrado a cin co mil filisteos con una quijada
de burro y una guaratara colga n t e de una ca buyita. Him­
nos_. acla maciones y laureles de los israelitas que lo esperan
en escena. Los n iños e nton a n salmos e n su hon or y las
don cellas le ofrendan á n foras de leche y guirnaldas de
rosas. San són es un h om brón de dos metros de altura
como su descendie n te Gerardo Sansón, actual Director
del Instituto de In m igració n y Colonización (en este pa­
saje bíblico todo term i na en ón), pero no es un h uesera
como Gerardo, sino que oste n ta puños de man darria )1
tórax de autobús.)

SANSÓN:

Todo se realizó según los planes


de mi Estaca Mayor.
Los a plas tó cual negros alacranes
mi brazo tri u n fador.
Artillería pesada fue mi mano
y mi gri to tambor.
Muertos quedaro n en el ancho llano
j u n to al trigal e n flor.

39
(Un frenesí de patriotismo gen ocida sacude a los israe­
litas. L e n tamente va e n t rando a escena una h ermosa
m ujer cubierta por un largo velo. Es Dalila. ¡Pero qué
clase de Dalila, hermanos míos! A Sansón y a toda la
tri bu se les detiene automá t icame n te el aliento al di­
visar aquel monumen to. Todos tie m blan de lujuria me­
n os el Profeta, quien ya cumplió 110 años y h ace muchos
de ellos que n o logra pro bar la fruta del bien y del mal,
n i siquiera con el pensamie n to.)

EL PROFETA (indignado):
¿ En esta clamorosa recepción,
qué buscas, Mata H ari prematura?
¿ Pretendes ablandar con tu hermosura
al hercúleo Sansón?

OALILA:
Yo so y u n a mujer en amorad a
que camina a l a luz de l as estrellas
y besa en l a l adera y l a hondonada
l a sombra palpitan te de sus huellas.
Busco s u voz en el sil bar del v ien to
y s u mirada en el azul profundo
y su indomable corazón presien to
en el la tido creador del mundo.

SANS ÓN (i n trigado):
¿Qu ién es la criatura afortu nada
q ue as í te derri bó l a empal izada?

O·\LI LA (mirnosa):
T ú nlismo. H as encendido dulce llama
q ue me q uema la sangre t iernamente.

40
Estoy ansiosa por pisar la grama
y por sembrar mis besos e n tu frente.
Oye, Sansón, mi corazón te llama,
ay, desesperadamente.

(Sansón se vuelve t res cen tavos de man tequilla ante tan


inesperada con fesión y le tiende los peludos brazos a la
estupenda filistea, que cae en ellos como pajarito en
trampajaula. El Profeta pone el gritri en el cielo.)

EL PROFETA :

¡ R echázala, Sansón 1

SANSÓN (al Profeta) :


¡ Qué va, ponchón !
¡ Z a pe, moscón!

(Y cae el telón.)

ACTO SEGUNDO

(Ya Dalila es la señora Sansón, por la Iglesia y por


el civi!. En escena aparece la alco ba de los recién ca­
sados. Sansón e n dormilona yace en el lecho y h ojea el
li bro Monosílabos trilí teros, de don San t iago Key A yala,
e n t an t o su largo pelo y sus t remendas barbas cuelgan
a los costados del tálamo.)

�lALILA (lloriquean t e):


Me desagrada, Sansón,
que a ndes con ese pelero.
¿Acaso con el barbero
te e nfadaste, mi pichón?

41
SANS ÓN :

Sobre la faz del mundo, esposa mí a,


no h ay peor cosa que u n a barberí a.
Hay que esperar aproximadame n te
tres horas mientras pel a n a otro cl ien te
y s i qu ieres leer te dan a veces
revistas publ icadas hace meses.
N avaj as amelladas
te cruzan de rasgufios y pun tadas.
Usan sal iva al remoj ar l a broch a,
te ponen la cabeza h ed ionda a q u i n a
y t e dej an después s i n u n a locha
en tre la manicura y la propi na.

ü:\LILA (caririosa) :
¡ Pero te ves tan feo!

S A N S Ó N:

No importa. El enemigo filis teo


sen t i rá de Israel la l et1a amarga
mien tras yo tenga l a tumusa larga.

( Dalila comprende que por ese carn ina 110 consigue nz


agua. En t onces toma el li bro que Sansón hojea ba y se
pone a leer en alta voz un fragment o de los Monosíl abos
trilíteros. Como era de esperarse, Sansón cae dormido
en redon do a la sexta página. Dali la, t ras cerciorarse
de que n o vien e nadie, ex t rae los útiles de barbería de
don de los tenía escondidos, ata una servilleta al cuello
del durmien te, le enja bona la barba, se la afeita, le raspa
el cuero ca belludo con una máquina nú mero cero, le
/Jropina una fricción de colon ia y un masaje facial, e
incluso le corta con una t ijerita los pelillps de la n arzz,

42
que e n Sansón n o son propiarnente pelillos sino crines
de caballo. El preclaro israelita queda como nuevo. Pero
Dalila, aún i nsat isfecha, completa su maquillaje sacá n­
dole los ojos con la t ijera grande del jardín.)

S A N SÓ N (despertando) :
D al ila, m e vuelven loco
tus cariñosos antojos.
¿ Por qué me raspaste el coco
y me sacaste los ojos?

(Dalila lo mira despect ivarnente e znzcza mutis con sus


corotos. Desde la puerta inve n ta la danza apache para
despedirse.)

DALILA:

¡Adiós, Sansón!
Los pelos que te he cortado
que te he tronchado,
fu e ron t u perd ición.
¡Adiós, Sansón!

S A N SÓN (inventando a su vez el tango argentino) :


No m e in1porta que me hayas malogrado,
no me importa que me e ngañes con quien sea,
por la herid a de mi amor abacan ado
te perdono mi pebeta filistea.
No te vayas, mi Dalila,
pero s i s iempre te vas
me quedo c iego d e pila
esperando que volvás . . .

(Pero ya Dali la ha puest o sus lindos jJies en polvorosa.

43
Quien entra a escena es e l Profeta y se rasga las vesti­
duras al encon trar a Sansón burriciego) cornive leto) ma n ­
surró n y lampiñ o.)

SANSÓN (llorando) :

¿Dónde está mi D al i l i ta
tan sabrosa y tan boni ta?
¿Será verdad que ha partido
o está j ugando escond ido?

EL PRO FETA (despertando) :


¡Eres un pobre general francés!
La q ue dejó tu ca bellera trunca
n1 es hoy Dalila ni lo h a sido nunca . . .

S A N SÓN :
¿Pero entonces qui�n es?

EL PROFETA:
¡Esa mujer, de Satanás alumna,
es la Qu inta Col umna!

(Y cae e l telón sin que la conmovedora experiencia de


Sansón le haya sido de n i ngu na utilidad a in numera­
b les países eu ropeos de esta época.)

44
LA LOCU RA D E LUCíA

(Biblioteca del Führer. Retratos de niños jud íos muer­


tos y m apas universales con banderitas alemanas clava­
das en todas partes -incluso en Venezuela- decoran
las paredes. A dolfo, con los pies cruzados so bre el escri­
torio, medita y sonríe. A l alcance de su mano está en­
cendido u n poderoso aparato de radio.)

ADOLFO:

Cien mil veces gloriosas, viento e n popa,


mis l egiones trafican por Europa.
B ailando el vals bajo la l una lle n a
siguen mis tropas d isfrut ando a Viena.
EP brazos de flamencas d amisel as
pernoctan mil soldados e n Bruselas.
Y b ajo el s igno de la flor de l is
duermen mis generales e n París.
Sólo R usia me falta. Pero ya
su ejército papilla v uelto está.
Y en est a fulgurante n ochebuena
hallacas de cavi ar tendré por cena.

L A RADIO:

Kuibyshev, diciembre diez.

45
E l al to m ando n azista
a las puertas de Moscú
apacigua su embestida.
Trein ta grados bajo cero
el termómetro registra.
Pero peor que Pacheco
es l a inquietante noticia
de que el ej ército ruso
ha pasado a la ofensiva.

ADOLFO:

Alegrías de tísico, sin duda,


las de esa gen te a quien l a nieve ayuda.
Nunca ha soñ ado el pensamiento mío
conquistar a Moscú con tan to frío.
M ás tarde, cu ando roce la pradera
la m ano tierna de la primavera,
cuando estalle en claveles encarnados
el corazón dormido de los prados,
cu ando en esas estepas hoy m architas
sean luceros en flor l as m argaritas,
cuando al al to nidal de las encin as
re tornen las errantes golondrinas,
cuando en la fre n te gris del campan ario
despunte el canto de oro del canario,
en esa primavera esplendorosa
deshoj aré a. Moscú como u n a rosa.

LA RADIO:

Kuibyshev, diciembre trece.


Las tropas rusas avanzan
tras el M a riscal Von Bock
que va en franca retirada.

46
E n l as ciudades soviéticas
suenan locas l as campanas.
Lyna, Efrenov y Tichvin
h a n sido reconquis tadas.
Mien tras tanto Timoshenko
reparte leñ a en Ucrania.
Empieza a cundir l a jinda
e n l as tropas alemanas.

ADOLFO:

No es posible, Sig·frido, no es posibl e


derrotar a m i ejército invencible.
fvien tira, repugna n te y vil mentira
l a de esa radio hebrea que conspira
.
con tra mí, con tra el Führer, con tra el ano
domador del sistema planetario.
Yo escucho los clarines infernales
que proclaman mi triunfo en los Urales.
Yo percibo el tambor de Belcebú
resonando en l as calles de Mosc ú .
¡ Decidme, Padre Nietzsche, si hay j u j ú!
¡ Goebbels, Himmler, venid, h ablad, temblad,
contadme la verd ad!
¡ Qué bello país el de América, papad!

LA RADIO:

Moscú, d iciembre diez y ocho.


H ace tiem po cayó Klí n
y como m ango maduro
cayó también Kaliní n .
Ya ni sueñ a n los n azistas
con l as torres del Kreml í n
sino que corren y corren
por l as estepas sin fin

47
demostrando que esta vez
no es i ta l iano el patín.

No los alcanza ni el viento,


no los iguala el ciclón.
Así no se fue de R u s i a
n i el difunto Napoleón.
Los muertos en l os camin os
. desgarran el corazón.
Los prisioneros a S t al i n
l e piden l a bendición .
Pierde su faja chiqu i to
el que n ace b arrigón
y si el cochi n o est á gordo
hasta el rabo es chicharrón.

ADOLFO:

¡ Callad, oh m iserables locu tores,


embusteros, falaces y traidores!
¡ Losovsky, yo no m asco esa galleta!
¡ Y o soy Garrick, cam b iadme l a receta!

(Le saca la lengua a un busto de Bismarck y con tinúa


su discurso.)

San Francisco de Asís, el buen hermano.


cometía pecados con la mano.
No me mueve, m i D ios, para quererte
tus i n tenciones de prest arme un fuerte.
El campesi n o socarrón d el Tuy
le ll�va flores a Pérez D upuy
y l as conspicu as aves de corral
dan v ivas al Partido L i beral.

48
(Cantando como soprano lírica.)
Mi madre fue regen te de mance bía
y mi padre u n tahur.
Pero yo no soy Hitler : yo soy Lucía
de Lamermur.
No ha n acido, ni n u nc a n acer podrí a
quien me corte el cambur.
Porque cambur no tengo : yo soy Lucía
de Lamermur.

LA RADIO:

Ginebra, diciembre vein te.


Dice el Papa desde Roma
que Luc ía de L amermur
se ha vuelto loca de bola.

(TELÓ N)

49
LA CAíDA DE STAL I N G RADO

(Ga binete de Hit ler. El Führer se pasea, energú meno y


espuman te. Es tá en espera de Goe b bels, a quien ha man­
dado traer ge n t ilmente con la Gestapo. Cuando Goe b bels
aparece, tem blequean te y ren quean do, estalla la cólera
de A dolfo.)

HITLER j

Cojo farsan te, pulpo vertebrado,


chorici to de pus hecho person a,
gusano de albañal, ga ta l adrona,
¿por qué resiste a ú n Stal i ngrado? ·

H ace u n mes ya que le an u nc i aste al m u ndo


n uestra en trada tri unfal en dos semanas

y nos hemos q uedado con l as ganas,


tumor mal igno, ren ac u ajo i n m u ndo.

GO EBBELS:

¡ H·e il H i tler!

50
(Escritorio de G oe b bels. El siniestro paticojo despide fue­
go por los ojos estrá bicos. A guarda a Goering. Y cuan do
aparecen balanceá ndose los cie n t o diez k ilos del Maris­
cal, se le abalanza como una tigra ) .

GOEBBELS:

Vaca lechera, saco de inondongo,


tonel de caca y condecoraciones,
¿en dónde te ampu taron los ri ñones,
Mariscal m arica!, coch ino congo?

Creyendo en tus berridos, buey idiota,


tomar a Stali ngrado he prometido
y si hoy Stalingrado no ha caído
es por tu cu lpa, es t úpida ch ayota.

GOE R I N G:

¡ H e i l H i tler!

(Cuartel general de G oering. El voluminoso rnariscal está


convertido en una elefan ta salvaje. Espera al general V 011
Bock, a quien ha hecho traer desde el lejano frente ruso.
Al fi nal en tra Von Bock, rigido y jJá lido, y se cuadra
prusiana1nen te.)

COE R I N G:

M i l i tar s i n honor, generalucho,


cornudo s i n m uj er, degenerado,

51
¿por qué en vez de tomar a Stal ingrado
a t i , Von Bock, se te quebró el serrucho?

Amargo será el fru to de tu i nsan i a,


viscoso sodom i ta irresponsable,
t uya será la c ulpa, m iserable,
del deschorizam ien to de Aleman i a .

VON BOCK:
¡ H e i l H i tler!

(Tie n da de campaña del general Von Bock. El seco aren­


que u n iformado ha ci tado a s us ofic!ales, vuelto una
macagua. Los oficiales acuden y esperan el leñazo.)

VON BOCK:
No sois sold ados sino bailari n as,
no sois acero sino estiércol blando ;
yo no tengo oficiales a m i mando
sino un corral de i tál icas galli n as.

Os lanza N ietzsche un salivazo e terno


ya que por no tomar a Stal i ngrado
envol verá a mi ejérc i to exten u ado
c u al mor ta ja blanquísima el inv ierno.

LOS OFICIALES :

¡ Heil H i tler!

52
5

(Los oficiales están reunidos e n pleno campo de batalla,


en tre fosos y alam bradas. Esp eran a Fritz Hansen, sol­
dado raso, para leerle una sen tencia que le concierne.
Fri tz se acerca con esa cara de becerro destetado que es
patrimon io de los soldados alemanes.)

UN OFI C I A L (leyendo) :
« Porque cumplir no s u po s u deber
de tomar la ciudad de Stalingrado,
el cobarde Fritz H ansen fusilado
será al arnanecer » . . .

FR ITZ HAN SEN :

¡ Heil H i tler y 1-Ieil su m adre!

(Amanece. Un a descarga troncha la vida bovina del sol­


dado Fri tz Hansen. Y an te la a bsolu ta imposibilidad de
que caiga Stalingrado,
cae el telón.)

53
EL JALAR DE LOS JALARES

Hasta que so/Jle d día )' huya11 las


so111 bras, me voy al monte de la mirra
y al collado del inciemo.
SALOMÓN

M 1 R R A esparcen los graves senadore�


i ncienso los gallardos d i pu tados,
y cual blancos cabri tos sal tadores
irrum pen sus vocablos deslum brados
tej iendo hermosos salmos y loores
en honor del Supremo Magis trado.
¡Qué fuerza, qué riñones y qué brío
ponen en el j al ar, oh pueblo mío!
C u al de Jerusalem fresc as campanas
l as s us voces repican tiernamen te
derramando canel as cortesanas
en el legisl ativo y seco ambiente,
y un ru bor de granadas y manzanas
empurpura l a faz del Presiden te .
¡ Escuchadlos, oh pueblo, cóm o jal an
y cómo el ca n to de David igualan!

DI P UTADO POR EL ESTADO FALCO N :

Ninguno con10 Él, fuerte y austero,


i n tel igen te, noble, generoso,
en tre los Isaí as el primero,
en tre los gobern an tes el coloso ;
igual que el de A bsalón flotó l igero,
flota al viento el s u pelo caudaloso.

54
¡ En trono de azafrán, oh Salomón,
te h aremos general de d i visión 1

S ENADOR POR EL ESTADO A R AGUA:

Se engrifan de trompetas los collados


para alabar l a grac i a de el su nombre;
se postran de rodi llas los letrados
para ensalzar l a glori a del gran hombre;
salgamos por los mon tes y los prados
en carava n a audaz q u e al m u ndo asombre.
¡ Can temos l as h azañas de Isaí as
al son de l as más d ulces chi rimías!

DIPUTADO POR EL ESTADO FALCO N :

Moreno soy, pero tan1bién cori ano


y cualquiera es moreno en esta tierra;
yo vengo desde el h uerto falco n i ano
a exal tar l as vi rtudes q u e Él encierra ;
Él es u n astro abierto en el arcano
que torna en clara l u z mi s uerte perra.
¡ Deshojemos pan ales y estrellas,
oh n ie tos de Noé, sobre sus h uellas!

S ENADOR POR EL ESTADO LARA:

¿Qu ién es aquel que s u be len tamente


y al Congreso presenta el s u mensaj e?
Es Él, el más eximio Presidente,
sabia l a mano y elega nte el traje,
con u n gen io encerrado en l a su fren te
y u n cóndor pal pi tando en su equ i paj e.
¡ Despertad, venturosa patri a m í a,
y rendidle al m i j efe plei tesí a!

55
DIP UTADO LIB AN ÉS POR EL ESTADO A N ZO Á TEGUI :

Yo tra igo de Damasco las higueras,


del monte Gal aad ru bios trigales,
dátiles que Esebón en sus palmeras
cuajó como zafiros vegetales,
del Lí bano l as telas volanderas
y de Stambul babucnas patriarcales.
¡Asomado a la puerta de tu tienda,
j un to a tus pies, Señor, pongo m i ofrenda!

(M irra esparce n los graves sen adores,


incienso los gallardos diputados,
y cual blancos cabritos saltadores
irrumpen sus vocablos desl umbrados
tej iendo hermosos salmos y loores
e n honor del S upremo M agistrado.

¡Y el miedo que yo tengo. hijos de Sión,


es que echen a perder a Salomón ! )

56
O RI G E N D E LAS CO R R IDAS D E TOROS

(A [coba de JV!adame Putifar, en Egipto. Una esclava asi­


ria le echa aire, con pesado a banico de p lumas, a su
señora que yace tendida en mullido diván. Por cierto
que 1\1adame Pu tifar es un maravilloso espécimen de
mujer, capaz de alborotarle las hormonas 1nascu linas a
la propia esfinge del desierto. Todas las curvas del Nilo
florido, todo e l calor del Sahara ardoroso, toda la ma­
jestad de las pirámides impon e ntes, están presen tes en
su descacharrante cuerpo african o.)

MA DAME P UT I FA R (a su esclava A ída):


Yo qu iero ver al judío
que encon traron e n el pozo,
aquel del rost ro sombrío,
al to, moreno y buenmozo.
Yo quiero ver a ese hom bre
que me h a q u i tado la vida,
anda a buscarlo e n mi n om bre
a todo vapor, Aída.

(Sale presurosa A ída e n busca de ]osé. J\1ada1ne Putifar


adop ta una post ura tentadora en e l lecho, dejan do al
descubierto una pierna como la soñó Fidias y como me
la recetó e l médico.)

57
AÍDA (entrando con ]osé) :
Aqu í está, señora mía,
el Pepe que u sted pedí a.

(1'1adame Put ifar silba la Marcha de Aída. A ída com­


prende la indirecta y se marcha. Penetrantes olores a
mirra, cigarrillos turcos y mujer recién bañada hacen
palidecer al israelita.)

MA DAME P UTIFA R:

Tú que adi v i n as los sueños


de las vacas y del trigo,
¿sabes que sueñan con tigo
m is t iernos brazos trigueños?
¿Sa bes que ya no podré
v i v ir sin v iv ir en t i
y q u e desde que t e v i
m e m u ero por ti, José?

JOSÉ (ruborizado):
No me ponga usted, señ ora,
en tan grave compromiso.
Comprenda usted que y a soy
amigo de su m arido
y que cometer traiciones
no es mi m isión en Egipto.

MA DAME P UTIFA R :

¡No me mortifiques tan to!


¡ No seas maluco, Pepito 1
Pórtate como q u ien eres,
como gi tano l egí t i mo . . .

58
J O SÉ (aprox imándose al diván):
Yo por l as buen as, Madame,
siempre he sido casto y digno.
Solamen te por l as malas
y a n te l a fuerza me rindo.

(A l oír aquello Mada1ne Put ifar, que ahora tiene a ]osé


al alcance de su mano� le zumba u n zarpazo y le arran­
ca la t ún ica, d.eján dolo en paños menores, que para aque­
lla época no se usaban. Y en ese preciso i nstante, por
una fat al coincidencia, en tra a la alcoba sorpresivamen te
Putifar en persona.)

MADAME P UTIFAR (a José) :


¡ Encomiéndate al Buey A pis
que a pareció mi m arido!

(Put ifar es u n ejemp lar de varias arrobas, berrendo en


colorado, con mucha pólvora y unos cuernos por las n u­
bes. A l ver a ]osé desnudo y con la t ú n ica en la mano,
se le abalanza esgrimiendo un machete primit ivo que
usaban los egipcios para cazar cocodrilos. A ]osé n o le
queda otro recurso sino defenderse con la túnica y pro­
pinarle con ella a Putifar seis verónicas con los pies
ju n t os )' las manos bajas, . de pura estirpe gi lana, que re­
mata con un recorte ceñ idísimo y p i n turero.)

JOSÉ (acariciándole un cu erno a Pu tif ar en un dcsfJ lan te


temerario) :
¿Por qué me q uieres m atar,
P u tifar, si soy t u amigo?
E n tre tu mujer y yo
n ingún miriñ aque ha h a bido

59
y si me hallaste desnudo
fue porque l a doña q uiso
en un arranque amistoso
que le mostrara el ombligo.
En vez de manchar tus m anos
con la sangre de un j udío,
préstame c incuenta rupias
y me marcharé de Egipto.

(Putifar vacila un ins tan te, luego se apacigu a, descuel­


ga la escarcela de su cin tura y le presta las cincuen ta
rupias que José le pide. Son las « banderillas». Sin em­
bargo, a l sen tirse banderilleado, Putifar se enardece con
el castigo y vuelve a em bes t ir.)

P UT I FA R :

Con este pu ñ al sangrie n to


voy a matarte, cretino.

J OS É (cayendo de hinojos) :
Perdón ame l a existencia,
¡ de rodi llas te lo pido !

(Lejos de perdonarlo, Putifar vue lve a la carga, machete


e n ris tre. A José, arrodillado e indefenso, n o se le ocurre
sino despren der una cortina que le queda cerca. Y ahí
mismo, aguan tando mech a con las dos rodillas en tierra,
la da al Gran Visir dos ayudados por a lto y uno de
/Jecho que son una preciosidad. Después se levan ta, se
/Jasa la cortina para la izqui_erda y di bu ja seis n aturales
seguidos, dobla ndo la figura como los gran des y sin mo­
verse un fJalmo de terreno. P u t ifar se detiene un instante
a t omar alien to.)

60
MADAME P UTIFA R (a José) :
S i no te defiendes, Pepe,
te m atará ese bandido,
y si t ú falleces, yo
falleceré de fastidio.
¡Toma est a l anza caldea
de mi abuelo R amsés Q u i n to
y sin compasión de D ios
cl ávasela en el morrillo!

(]osé toma la lanza de manos de tan fastuosa moza de


estoques) se perfila fre n te a Putifar y) cuando éste arran­
ca una vez más sobre él, logra una perfecta estocada
recibiendo que t um ba al Gran Visir en redondo, sin pun­
tilla y listo para e l arrastre.)

M A D A M E P U TI FAR (sacando e l pañ uelo) :


¡Qué gran torero en l a pl aza!
¡Qué salero y q ué tron ío!
¡Qué faena y qué estocad a!
j Mi J osé! ¡Mi Josel i to !

( Y, mien tras cae e l telón) Madame Putifar le con cede la


oreja y otros apéndices a ]osé.)

61
ADÁN Y E VA E N EL PA RAfSO

Person aj es : A DÁ N , EVA , LA S ERPIENTE, EL Á N GEL y J UA N


B ER N ARDO ARIS M EN DI .

(A l levan tarse e l te lón aca ba de rea lizar ]eh ovah la pri­


mera in tervenció n quirúrgica que registra la historia de
la toracop lastia . A dá n despierta, a bsorto y mudo, se palpa
el costillar disminuido, se calza pantuflas y bata de bañ o,
antes de darse cue nta de la presencia de Eva, que per­
man ece acurrucada a l fondo de la escena, a l pie de un
apamate, aca badita de sacar del h orn o.)

ADÁ N :

¿Quién es usted , señora?

EVA:

Yo soy tu muj ercita que te adora.

AD Á N :

¿ A mí sol i to y con amor profundo?

62
EVA :

A ti solito. Desde que te vi


s u pe que para m 1'

y a n o existía m ás hombre e n este m u ndo.

A DÁ N :

Y verdad que no existe. Yo me aburro


y le envidio l a burra al pobre burro.

EVA :

Pero ya estoy aquí. Por mi presencia


adquirirá sentido t u existencia :
verás l a poesía de l as cosas,
te embriagará el aroma de l as rosas,
y cuando en la mañana florecida
mi voz como u n arru llo te despierte,
amarás la l u z liinpia de l a vida
y odiarás l a tiniebla de l a muerte.

A DÁ N:

jBienvenida seáis! ¡ Qué feliz soy!


Vamos a celebrar el d í a de hoy.

EVA ( ladina) :
Está llena de trinos l a enramada
y es un salmo a la vida la mañana.
Celebremos, bien m ío, mi llegada
comiendo en tre los dos u n a manzana.

ADÁ N (aterrado) :
j Manzana, no! Porque Jehovah me dijo :
« N u nca te acerques a esa fru ta, hijo! »

63
y si a t u d ulce i ns i n u ación me presto,
el V iejo q ue en pelillos no se para
apl icarnos querrá el I nc iso Sexto
y el tem i ble clarí n de la Ley Lara.

EVA :

¿ Cómo que t ienes miedo?

ADAN :

Tal vez. Pero no puedo . . .

(La Serpiente lo in terru mpe son ando sus campanillas


con más energía que u n Presidente de la CámtLra e m­
peñado en hacer pasar una Ley del Ejecutivo. A dán ,
supersticioso como buen gitano -¡era gitano er tío!-,
'
intenta salir corrie ndo cuan do divisa la b icha. Eva lo su­
jeta po7 un brazo.)

L <\ S E R P I ENTE (ca n tan do) :


Escuchen esta verdá
que va d iciendo l a copla :
s i Adán no come manzana
es porque Adá n ya no sopl a.

ADÁN (a la Serpie n te) :


¡Labrarás n u estra desgraci a!

EVA (a A dán) :
Basta ya de discusión ;
somételo a votación .
¿ O es q ue aq u í no h ay democrac i a?

64
ADÁN (parlamen tario) :
Los que estén por pegarse del m anzano
que levanten l a mano.

(Eva y la Serpie n te hacen la señal de costumbre.)

ADÁN ( q ue es un zángano) :
Ya v eis. No es culpa m í a
s i me someto ante l a m ayorí a .

(Cae e l telón y la escena permanece encortinada mien­


tras A dán y Eva se comen la manzana. A los siete minu­
t os, más o menos, vuelve a subir el telón. ) .

ADÁN (con un pali !lo en tre los die n tes) :


¡ Buen almuerzo, hij a mía!

EVA (cariñ osa) :


¿Yo n o te lo decí a?

(En ese instan te baja de los cielos en picada y con e l


machete desenvainado u n Angel tremendo, injerto d e sa­
murai japonés con guardia civil españ ol.)

EL ÁNGEL (a A dá n) :
Gusano vil, reptil desobediente
que provocas l as iras del Señor,
« por el trabaj o s udará tu frente»

(a Eva)
« y t ú tendrás los hij os con dolon> .

65
ADÁN (consolando a Eva q ue rompe a llorar) :
Anularé l a m aldición del cielo
y e l verbo de J ehovah q u e nos despreci a :
para el sudor i nven taré el pañ uelo
y para tus dolores la anestesia.

E L ÁNG EL ( llevan do a cabo el primer desh aucio de la


hist oria) :
¡ Fuera de aquí ! Fuera de aquí ipso facto,
parej a l uj uriosa y al tanera ;
si no cogéis el c ac h ac há en el acto,
os pongo los corotos en la acera.

(A dá n y Eva a bandon an e l Paraíso; se det ienen desorien­


tados a la puerta; n o con ocen a nadie en e l barrio; no
saben adó nde ir. Es en t on ces cuando aparece Juan Ber­
nardo A rismendi.)

J UA N BERNARDO :

¿ Qué sucede? E l casero ¿ q ué les h izo?

EVA (gim iendo y llorando) :


Nos arrojó, señ or, del Paraíso.

J U AN B E RN A RDO (convin ce n te, a A dá n) :


El Paraíso, m i querido am igo,
pasó de moda y, además, no es bueno
con tanto olor a G ua ire y tanto cieno.
Yo e n cosa de m i n u tos te consigo ·
m ucho mejor s i t u ado u n gran terreno.

66
LA ERP I E NTE (a A dá n) :
No le hagas c aso, Adán, porqu e e n tu vida
lograrás c a ncelar esa partida.

J U A N B E R N A RDO (a la Serpien t e) :
j Satanás, vade retro !

(a A dán)
Te ofrezco un terre n i to e n La Florida
a sete n ta bolí v ares el metro.

(A dá n se entiende rápidamente con Juan Bernardo, le


firma las escrituras, le compra e l terreno. Y luego, bajo
un esp léndido atardecer, cruzado e l cielo por la ira ana­
ranjada de ]eh ovah, se a leja del Paraíso nuestro padre
A dá n, n ostálgico y dolorido, es cierto, pero con su carre­
t illa de ma nza nas por delan te.)

(T E LÓ N )

67
E L SEGU N DO FRENTE

(Evocación de Amado Nervo . )

E L d í a qu e t e a bras tendrá m ás l uz que mayo.


Tronarán los cañones con el fulgor del rayo,
estallarán l as bomb as como bermej as rosas
y l ucirán hermosas
l as ametralladoras de metálico t allo.

Los soldados ingl eses


irán por las l aderas
cual tigres montañeses,
cu al i mplacables fieras.

La noche que te abras los pueblos ocupados


e n tonarán tri unfan tes arpegios olvid ados.
E n trelazando n ubes cual cándidas palomas
volarán tus aviones sobre mon tes y lom as
y con temblor de cabras
escaparán los n azis el d í a que te abras.

El d í a que te · abras al Führer prepoten te


un pavor de gallina l e empañará la mente.
A l reven tar los t iros el día que te abras,
ch illará el cojo Goebbels sus m ás suci as pala bras
y b uscará refugio en los montes remotos
el adi poso Goering con los fondi llos rotos.

68
El dí a que te abras será cada disparo
mariposa de luz. Cada estallido faro
de alumbrar el futuro, cad a gri to u n can tar,
cada puñal un lirio, cada tanque un altar.

El día que te a bras, mi querido Segu ndo,


¡ de qué vaina tan grande se habrá salvado el mundo . . . !

69
ELEGfA A 1 94 2

C u A N o o esta noche suenen l as doce campan adas


y el cañonazo esparza can tos y carcaj adas,
M il Novec ien tos C u aren ta y Dos,
será que ha brás cum pl ido tu pau tado destino
y que en tre agudos gri tos, como m urió el coch ino,
te estás m uriendo vos.

La muerte de los años, como l a de las suegras,


espan ta de la mente l as mariposas negras
y siem bra j u ncos de emoción.
A m í person almen te me d a pen a con t igo,
año Cuaren ta y Dos, porque yo f u i tu am igo
de todo corazón.

Es cierto que empezaste con un t i n te pavoso


y en tus primeros meses el n i pón venenoso
llegó hasta el propio Si ngapur.
Y Rommel vic torioso visl umbró Alej andrí a
y e n Rusia mordió el polvo pese a su valen t í a
Sebastopol a l Sur.

En nuestra pobre t ierra, promed i ando febrero,


Fran o Quij ano obtuvo u tri unfo electorero
con t urbios métodos de ayer.

70
Y fre n te a C uraz ao, con perfidi a i n h u n1ana,
submari nos del E j e sangre venezolana
llegaron a verter.

Pero diste la vuelta. Y al pie de S tali ngrado


puso tortas gigantes el n azismo malvado
y en roj ecióse el ancho Don
con l a sangre podrida del fascismo mostrenco
y a las h uestes del Führer l as metió T imoshenko
de bolsón en bolsón .

E n e l norte d e l África los much achos de América


asal taron i n trépidos cual la pléyade homérica
a Casablanca y a R abat.
Y Francia que ten í a l a altiva fren te rot a
sacudióse. y volaron del invasor l a flota
los n ie tos de M arat.

Más tarde Ro1nmel m ismo se puso los pati nes,


ametralló la R aff los gern1 anos confines
y Roma y Nápoles también.
Y los tri unfos asi áticos de H iroh ito y su bando
en salti tos de geish a se convirti eron cu ando
tembló el merequetén.

También en Venezuela l a cosa se com puso,


l as bragas den1ocrát icas Isaías se puso,
cambu res fláccidos cortó ;
rompimos relaciones con l as bes tias fascistas,
se acabaron l as m u l tas para l os period istas
y el Rastrillo quebró.

Y cuando se acercaba tu suspiro postrero,


Med i n a pidió cuen tas al musió petrolero
con luz de patria en el sern1ón ;

71
el voraz M íster Lin am salió por l a tange n te
y el pueblo entusiasmado le gritó al Presidente :
« ¡ Adelan te, Pelón! »

Por eso te despido con fra ternal abrazo


y c u ando tu ago n í a la a n uncie el cañonazo
brindaré en honor t u yo. Y brindaré tam bién
porqu e en el Año N u evo que n ace cristalino
las banderas sangrien tas del fascismo asesino
se frieguen por los siglos de los siglos. Amén.

[Diciembre de r94 2]

72
RESPO NSO A LA CEI BA DE SAN F RANCISCO

B IEN sé que todavía no te h as muerto,


pero ya la agonía de tus ram as
�a anuncia un arbol ista tan e \'. perto
como el doctor Oramas,
y opina que tus bases de cemento
l a causa son de tu fallecimien to.

Mas yo i mpugno el botán ico argumento


que dan esos fitólogos l adi nos :
lo que te mata a t i no es el cemento,
lo que te mata a t i son los vec i nos.

Corredores de bolsa, d i l igen te


enj ambre humano que e n tu tronco zumb a
vend iendo en ciento l o q u e vale vein te :
más probo es el s ilencio de l a tumba.

Banco Venezolano de Créd i to, tesoro


que frente a t i Pérez D u puy a barca
m ien tras oculta sus reservas de oro :
1nás bland a es l a guadaña de l a P arca.

Cas i un s iglo vivir j u n to al Congreso


oyendo tantas vainas s in moverte,

73
no hay piedra n i árbol que resista eso :
más noble es el regazo de la muerte.

Y cu ando al norte tu m i rad a pon es


le hacen «can tar» a u n preso cualquier cosa
en el Servicio de l nve�tigacion es :
más h umano es el h ielo de l a fosa.

Y en San Francisco, erguido ante t u v ista,


bajo sus n aves que l a h istoria aureol a,
pron uncia su evangel io fal angista
un cordero bisn ieto de Loyol a.

Y en la Un iversidad , c u yo rec uerdo


h ace reverdecer tu sav i a brava,
escuchas el clarín de Pepe Izq u ierdo
y el rugido feudal de Cal atrava.

Por eso yo rech azo el argumento


que dan los arbol istas bizan tinos :
lo que te mata a ti no es el cemen to,
lo que te mata a ti son los vecinos.

74
E PÍSTOLA Lí RICA

(De un morroco y \'an g uardista


a su hermano el tra n \'Í a . )

H E R M A N o de l a percha ergu ida y el vien tre con bancos,


refugio de las coci neras con cesta
y de los anci anos que tiemblan en los a utobuses,
pacie n te h ermano que simbol izas
l a electrificación de n uestra raza.
Hennano que perteneces
a l a aristocrac i a venezolana
porque eres sobrino de Nicomedes Zuloaga
y tienes tus abuelos en I nglaterra.
Eres u n a ai\oranza que cam i n a
despaci to, pero q u e cami n a.

Se te h tunedece l a perch a pensando en el pasado .


Cu ando le dabas l a vuelta al Paraíso
re bosan te de m uch achas bon itas ;
cu ando los caballeros te n1on taban de u n sal to
para demostrar al públ ico que todav í a soplaban ;
cu ando baj abas h acia C andelaria
pleno de colegi al as y suspiros,
. de cartas primerizas de amor en los carrieles
y adolescen tes emocion ados en l a plataforma ;
cu ando remon tab as h asta La Pastora
pu j an te de trigueñ as admirables
como un tiesto de flores que h u biese echado a and ar.

75
Qué tiempos aquellos los de M ister Ludford,
cuando costaba medio pisar tu carapacho
y sabí as deshoj arte en boletos rosados
como una flor que diese sus pétalos al pueblo.
Hoy, herm ano tranvía, eres un pobre d i ablo.
Sobre tu melancól ica paciencia
ll ueven las maldiciones
de los choferes y motociclistas,
de los peatones y peatonas,
de toda la ciudadaní a
que te tilda de torpe, d e i n ú til y de horrible
y pide a San Cristóbal tu desaparición.

Herm ano,
demuéstrales que tienen pudor los morrocoyes
y vete de Caracas para siempre toujours.

76
RESPO NSO AL G R U PO VIER NES

Como el sollozo de l as mariposas,


como el vuelo imposible de l as rosas,
como el l ucero abierto
que no supo
h ablar de amor a l a mañana en c iernes,
ha m uerto
el Grupo
Viernes.

Se m archó como lírico turpial


que renuncia al topacio de L as Vegas,
l a flor del n ido y l a emoción del n ardo,
Pascu al
Venegas
Filardo.

H uyó como el arroyo o palescente


que copi a el cielo sin m irarlo casi,
Vicente
Gerbasi.

Alejóse can tando


por en tre m adreselvas y perdices,

77
Fern ando
Ca brices.

F ugóse cual j azmí n de espum a roto


en l a tern ura verde de la oia,
O tto
De Sol a.

Lo abandonó cual a bandon a el cedro


desh i l ach ando rum bos el cucl i llo,
Pedro
Sotillo.

Se escabulló como se escurre el d i ablo


en tre engendros del Bosco, bruj as coj as
y balas de cañón con taqu icardi a,
Pablo
Roj as
Guardia.

Se fue
c u al el espíritu burlón
que escapa al filo de l as doce y med ia,
José
R amón
Hered i a .

Deshojóse c u a l árboles de M u n ich


bajo el otoño turb io, h os t i l y�eo,
Ulrich
Leo.

Y se perdió como la n u be gri s


que cruza los crepúsculos soñando,

78
Luis
Fernando.

C ual la llan ura se quedó desierto,


cual el alien to de l as som bras, m uerto,
cual el portal del i nfin i to, abierto,
cual el arcano por la l un a, t uerto,
cual el sen ti do de la brisa, i ncierto,
cual el arcángel pál ido, despierto.

Despl iegue el v ie nto su canción de cobre


por el gru po disuel to que no supo
guardar l a voz de l a mañana en ciernes,
el pobre
Gru po
Viernes.

Bailen el tamu nangue l as sirenas,


a prendan alemán l as azucenas,
l loren las golondri n as trashuman tes
y vi bre
este ramo de anci anos consonan tes
sobre la tumba en flor del verso l i bre.

79
ROMAN DE NEGRIT PE D R IT
y
REPLIC DE DON BA RTOLf

(En colaboración con J esús González Ca brera . )

RO M AN D E NEG R IT P E DRIT

Negrit Pedrit,
Negrit Y ul iá,
Negrit bandit,
Negr it malvá.
Tú n u nca dá
lo favorí,
N egr it mal d i t,
¡ h ijo e tu má !

Domín pasá
N egri t ganó,
cobró m u tu á,
se l a guardó
¡ h ijo e tu má !

T ú tá asociá
Man uel Fonsé
pa sujetá
M ariabelé
¡ h ijo e tu m á 1

T ú tá igual i t
a l Tuerto Acó,

80
tú tá hediondit,
tú tá pavó.

Tú no haces n á
e n El Nacioná,
cobras tu reá
s i n trabajá.
Tas com u n clav
con Viej o Oté,
te da cen tav
pa Carrusé.
¡ T ú tás armá !

Tú tá sobrín
M adam Lalá.
tú tá cochín,
tu tá ensuciá.

Un dí perdí
en el pasá
de M artin í
llegó Gaspá.
Trajó su pel ensortij á,
vinó a curá con oració,
era una fiera pa cobrá
y lo agarró Investigació.
¡ Ése es tu abuel, Negrit Yuliá !
No sé pa qué salió Moná
a l i bertá tantos escl á :
¡ Martí n Tová, Mono Zuloá,
Catir Lover, Pedro Yul i á !

'I'ú tá parién Lucas M anzá,


tú tá parién Pedro Beró,
tú tá parién Rodríguez Cá,

81
tú tá parién N egro Escaló.
Tú tá parién Cll to Lamá,
tú tá parién Andrés Eló,
tú tá parién Sergio An tillá,
tú tá parién Marián Picó.
Tú tá parién de Ju an Liscá,
tú tá parién N egro Avej ó,
tú tá parién Mono Gonzá,
tú tá parién Mayor de Ró.
T ú tá parién Carlos Morá,
tú tá parién Silva Bol í ,
tú t á parién Antonio Arrá,
tú tá parién de Perro Chí .
T ú t á parién d e Betancú ,
tú t á parién de Lu is Bel trá,
tú tá parién San ti ago Azpú,
tú tá parién Fariñ Salgá.
Tú tá parién Jesús Leopó,
tú tá parién Gustav l\f;v há.
tú tá parién Alfredo Có,
tú tá parién Cucú Corá.
Tú tá parién Abinadé,
tú tá parién Perico Brá,
tú tá parién Cario Agudé,
tú tá parié Martín Ayá.
Tú tá parién de Marturé,
tú tá parién de Platin á,
tú tá parién Portocarré,
tú tá parién Paz Sal azá.
¡ Tú tá parién to esa n egrá,
negrit bandit, N egrit Yuliá !

Voy a buscá Carlos Delgá,


voy a buscá Pérez J i mé,
voy a buscá Llavera Pá,

82
voy a buscá Celis Paré.
Voy a buscá Mono Mendó,
voy a buscá Mol ina H erré,
voy a buscá Turc Casanó,
voy a buscá todo el E jé,
pa que te acaben de arreglá,
pa que te m anden pal Dorá,
Negri t bandit, Negrit Yul iá,
Negrit Pedrit, ¡hijo e tu má !

DON BARTOLÍ REPLIC PEDRIT

Querid Parién :
Antes que tó muy feliz á
pá tí y pá tó la paren tá.

No fui a la cen de Noche Buén


porque yo estab comprometí;
mi tá apená con Inocén,
mi tá a pená con la famí.

Tú sab que yo gozo un puyé


viendo a mi hermana Carmelí,
mitá y mitá con el Copé,
mitá y mitá con comuní
Ella tá blanc por los Cebá,
ella tá oscur no sé por qué,
a lo mejó fué un salto atrá . . .
pero salió café con lé.

En l a bodeg de un barc negré


mi abuel y el tú
salieron jú.

83
Los con trató Padre Las Cá
pá real izá trabá forzá
en l a regió de Barlové.

El barc llegó a la Martiní


y allí tu abuel, negro avispá,
viejo Gaspá carabalí.
botó caden, bÓ tó bozá
y echó a corré como u n vená.

El barc sigu ió su i tinerá


hacia la dulce Venezué,
hacia los frescos cacaotá
del sandu nguero Barlové.

En una oscura medianó


se paró el barc en H igueró.
Mi pobre abuel no sa be ná
y de repén llegó un cará
con una car bien am arrá
y d ie mi abuel : ce¡ Tú vas pa bá ! »
Me lo baj aron amarrá,
me lo montaron en cayuc
y el Capitán -blanco maluc­
gritó a la gente de la plá :
«Allá les vá un papa má,
Kid Chocolá Lope Cebá ! »

(Y allí, en tre sus manos, resonó el bongó


y allí hizo su rancho ue tierra pisá
y allí, por la gracia del Padre Changó,
fundó una famil i a negra pero honrá.

Y de esa manera m i abuelo y el tú


y tan tos abuelos del lar gu aricongo

84
trajeron su savi a caliente del Congo,
de Li beria, Uganda, Gando o Tumbuctú
y formaron este sabroso mondongo
de nietos bem bones con l a sangre azú.
Por eso me extrañ a, mi ecobio Pedri t,
que en cierto romance que me han enseñ á
falte tan ta gen te muy encopetá
que fundió blasones y forjó su tit
en el mismo molde de Madam Lalá.)

¡Aé !
¡Vamos a vé !
En el román que te han escrí
no tá metí Max Valladá,
no tá metí Borges Uztá,
no tan metí los Coroní .
No tá metí Carlos Lavó,
no tá metí Lorenzo Bré.
no t.á metí Veló M aneé,
no tá metí López Villó.

No tá metí Roj as Con tré,


no tá metí Jorge Marcá,
n0 tá metí Gutierr Alfá,
no tá metí D i aman te Né.
No tá metí Carlos lbá,
no tá metí Félix Guerré,
¡ aé,
ta quere bruca man igu á !

No tá metí Blanco Chaté,


no tá metí Bl anco Meá,
ni Blanco Urí , ni Blanco Gá,
ni el mismo Blanco Mon asté,

85
ni tanto Blanco esgaritá
que al contemplase tan trigué
se ponen Blanc pá despistá.

No tá metí Alej andro H erná,


no tá metí Pedro Centé,
no tá metí Pepito H erré,
no tá metí Perico Pá.

Se quedó afuera Acosta Sí ,


se quedó afuera Acosta Sá,
se quedó afuera Angulo Arí,
se quedó afuera el Pollo Chá.

No tá metí Calv M ichelé


que se las ech a de aristó
y aunque habla horrores de los né
tuvo un abuelo de coló.

No tá metí Mayor Carrí,


no tá metí Mayor Rangé,
no tá metí Pedro Sotí
no tá metí Miguel Moré,
¡Ramón Velá se quedó afué !

No tá metí mucho bachá


de blanca piel y pelo má .
los Boulton Pié,
Angari ta Arvé,
Chingo Arismé,
Israel Pé
y Heuer Lá.
¡ Yambam bó, yambambé !
j Sensemayá !

86
Por eso yo taba obl igá,
pues soy el piache de mi trí
a reclamá contra i n j ustí
por tanto negro que h an boleá.
Y habiendo ya el deber cumplí,
vuelve a deseate u n fel iz á
y te recuerda su agui n á,
tu primo hermá,
Don Bartolí
Lope Ce bá

[1959]

87
VERSOS CIRCUNSTANCIALES
EL MATRIMO NIO DE A N D RÉS ELOY

(De cuando se casó Andrés Eloy Blanco


y El Morrocoy Azul rindióle homenaje
con un romance.)

El Morroco y te saluda,
hermano de paso lento
que tardaste c inco siglos
en echarte el lazo eterno.

Los venados y los gamos,


las liebres y los conejos,
se casan como proceden
o en buen español : corriendo.
Pero tú, Morrocuá Bleu,
quelon io de n acimiento,
fuiste novio cuatro siglos
y comprometido el resto,
y al igual que Abigaíl
te casaste a los quin ien tos
años de resucitado
por la voz del N azareno.

A ti, que ayer ren unciabas,


pero j ugandito, en verso,
al fin te llegó la hora
del renunciar verdadero.
Como el marino curtido
que renuncia al claro puerto,

91
al echarte al agua tú
renunciaste al «Trocaderon,
y al renunciar a l a farra
ren unciaste al l imonero
del Señor que te brindaba
su j ugo sedante y fresco
como gatito j as peado
para tu ratón perpetuo.
Y como renuncia a D ios
el del incuen te perverso,
renunciaste a tus antiguas
veleidades de muñeco.

Eva cruzó tu trigal


con su oscura trenza al vien to
y te doró l as espigas
con sus dulces ojos negros,
y aprendiste a andar con flores
por el trill ado sendero
y no le d ij iste: ¡Espera!,
como a Flori nda en inv ierno.

H oy sólo sé que te casas,


que el amor te curó el miedo,
sólo sé que te escabulles
del nidal de los sol teros,
y que ante el sol las pupilas,
m aduro pero no viejo,
se te agravó el dulce mal
con que te estabas muriendo
y te hundiste h asta los hombros
en el mar del himeneo.

Y aunque tu nom bre sea Blanco,


verte con el tiempo espero,

92
podado y con Giral una
por las tierras que te oyeron,
floreado en tus cuatro razas
como floreó el limonero,
con tus angeli tos rubios,
con tus ángeles morenos,
con tus angelitos indios
con tus angel i tos negros,
que vayan comiendo mango
de La Vega a Pu en te Hierro.

93
GLOSA PA RA YOLANDA LEAL

(De cuando el pueblo de Caracas eligió


a Yolanda Leal como Reina del Base-Ball
venezolano.)

Yolanda de Venezuela)
mi pue b lo te necesita
por morena y por bonita
y por maestra de escue la.

El estrai de tu sonrisa
rompió s u curva en mi pecho
y yo me quedé mal trecho
y abanicando la brisa.
Corredor con mu cha prisa,
mi corazón sin cau tela
sal ió en busca de tu escuela
y tu mirada profunda
lo puso fuera en segunda,
Yolanda de Venezue la.

¡Qu ién fuera ró lin sin pena


para tu pie acanelado !
¡Quién fuera f lai elevado
para tu mano morena !
En la tribuna más llena,
donde J uan B imba más gri ta,
con tu voz de agua bendi ta
proclamando la v ictoria,

94
para cubrirse de gloria
mi pueb lo te necesita.

Cuando para m i desgracia


te alargué la mano terca,
tú me volaste la cerca
con el jonrón de tu gracia.
Reina de mi democracia,
soberana de Pagüita,
en la clara nochecita
de tus ojos retrecheros
me anotaste nueve ceros
por morena y por bo n ita.

Fu iste línea d isparada


hacia tu pueblo, de fren te,
y en ti tu pueblo val iente
logró su mejor jugada.
Así quedaste engarzada
en manos de Venezuela,
manoj i to de canela,
Reina la más maj estuosa
por morena y por hermosa
y por maestra de escuela .

95
SALUTACióN A G IOCO NDA

(De cuando los estudiantes eligieron a


Gioconda Stopelo como Reina de la
Universidad de Caracas.)

CUANDO algún doctor mal Vado


con fobia exami nadora
quiera amargarme la hora
pon iéndome u n reprobado.
Lo aguan taré resignado
porque no tengo palanca,
mas le d iré con voz franca
que la desventura alegra :
¡qué importa suerte tan negra
con una Reina tan blanca !

C uando en m i triste pensión


suban a las nebulosas
las negri tas y otras cosas
que hacen m i al imentación.
A la d ueña del figón
le d iré : Doña Florinda,
aunque m i estómago gui nda
del cielo por un estambre,
¡qué importa morirse de hambre
con una Reina tan l i nda!

C uando no tenga siquiera


para comprar cigarrillos

96
y estén mis pobres bolsillos
cual talón de lavandera.
No mancillaré m i espera
llorando m i mala" estrella
sino que, pensando en Ella,
gri taré con en tereza :
¡qué me importa la l impieza
con una Reina tan bella !

Rige una Reina en Holanda


pero es vieja G u illermina
y en la remota Indochina
una Reina tuerta manda.
Ella, en cambio, es dulce y blanda,
y en su cuerpo bien plan tado
como río desbordado
se volcó la primavera :
¡Viva Gioconda Primera,
que no la bri nca un venado !

97
DÉC IMA A ROSA GUILLÉN

(De cuando le dieron un banquete en «La


Bodeguita del Medio» a la esposa del poeta
cubano Nicolás Guillén.)

HA Y San ta Rosa romana


y San ta Rosa de Lima
pero el san toral no estima
a Santa Rosa cu bana.
No es virgen pero es cristiana
y es mártir cual la que más,
pues nadie s u po jamás
de tormen tos tan extraños
como pasar tan tos años
soportando a Nicolás.

98
CORRIDO DE INOCENTE PALACIOS

INOCENTE era inocente


cuando inocente nació
y d ice la gente vieja
que era rubio como el sol,
con los ojos más azules
que el c ielo de esta nación,
con la barriga más blanca
que la flor del algodón
y el llan to más melodioso
que el cantar del ruiseñor.

Que el cantar del ruiseñor


le fue alumbrando el cami no
cuando Inocente creció.

Lo mandaron a un concurso
de belleza y esplendor
donde ochen ta querubines
luchaban el galardón
y cuenta El Cojo Ilustrado
que Inocen te los venció
empatado con Coporo,
otro Narciso en botón

99
a quien el agua del tiempo
ha vuelto luego un sayón.

En cuanto a Inocente, el premio


ganarlo no lo perdió,
que la h ierba es lo de menos
lo que vale es el terrón .

Lo que vale es el terrón


y en la hora de probarlo
Inocente lo probó.

Fue en la noche con espantos


de la R ehabilitación,
cuando el m iedo andaba suelto
como burro garañón,
cuando el pensar era u n nesgo
y era un delito la voz,
cuando el jagüey era sangre
y era una llaga la flor,
cuando el sueño era la muerte
y era fatiga el amor,
cuando rel i nchaba el d iablo
por esos campos de D ios.

Por esos campos de D ios


sal ió a buscar la j usticia
sin caballo y sin lanzón .
Y f u e j usticia ordi naria
la j usticia que encontró.
Primero lo sepultaron
en u n castillo español
en cuyos muros de piedra
rasgaba el mar su bordón.
Luego al llano lo llevaron

100
como toro al botalón
y con gri llete infamante
le sembraron el talón.

Más tarde en oscura celda


le dieron nueva pris ión
y por último lo echaron
de la tierra en que nació.
Pero por m ucho que hicieron
no le apagaron la voz
n i le apagaron la llama
que le movía el corazón .

Que l e movía e l corazón


el gran dolor de su pueblo
vuel to su propio dolor.

Y en la m itad del camino


Inocente se casó
con una muj er m ás sabia
que el d ifunto Salomón,
de la cual tiene tres h ijos,
ases de la natación,
y con la cual en la vida
lucen uno s iendo dos
como el galope y el vi en to,
como el humo y el fogón,
como el verde y la montaña,
como la luz y el farol,
como la nube y el cielo,
como el cuatro y la canción .

Como el cuatro y la canción .


Inocen te en el corrido
tiene su defi n ic ión :

10 1
Es músico y no com pon(.
no can ta pero es can tor,
no escr i be pero es poeta
no pi nta pero es pintor,
tiene el alma en las al turas
como la cei ba la flor,
en la sabana del pecho
no le cabe el corazón
y pertenece a su pueblo
como el cuatro y la canción.

102
CORRIDO DE PEDRO SOTILLO

(De cuando Pedro Sotillo


cum plió cincuenta años.)

CINCUENTA años cumple hoy.

C incuenta años cumple hoy


mi amigo Pedro Soti llo,
con su men te complicada
y su corazón senci llo,
con su verso de arrendajo
y su pecho de .novillo,
con su sombrero ala ancha
de l iberal amarillo,
con su l iquiliqui blanco
y su mano en el bols illo,
con su faja sin revólver
y su vaina sin cuchi llo,
con su pel o alborotado,
negro tirando a tord illo,
con su risa que no pierde
ni la blancura n i el bri llo,
con su aguardiente en el vaso
y su café en el poci llo,
ci ncuenta años cumple hoy
mi am igo Pedro Sotil lo.

103
Mi amigo Pedro Sotillo.

Mi amigo Pedro Soti llo,


llanero de cuerpo entero,
cantador de verso l ibre
como el v iento sabanero,
poeta de los cam inos
y del cántaro casero,
del tejado sin palomas
y la noche sin l indero,
de la quebrada crecida
e uando can ta el aguacero,

de la muj er cumanesa
que lo amarró del te quiero.
Pico'e plata de voz clara,
alcaraván palabrero
que A n tonio J osé Sotillo
le regaló al cancionero
c uando al maestro de escuela
le nació el h ijo coplero.
Mi amigo Pedro Soti llo,
llanero de cuerpo en tero.

Llanero de cuerpo entero.

Llanero de cuerpo entero


como su entero apellido,
generoso como el agua
del caño cuando ha llovido,
franco como la candela
del pajonal encendido,
al cumplir sus cincuenta años
yo le can to este corrido
porque es bueno como el tal lo
del j u nco recién nacido,

104
porque es campana de bronce
pero es de miel su tañido,
porque es samán doblegado
por l a ternura del n ido,
porque el amigo en desvelo
nunca lo encontró dormido,
porque siempre anda buscando
lo que sí se le ha perdido.

Llanero de cuerpo entero


como su entero a pellido.

105
LA CONFIR MACIÓN DEL CHINO

(De cuando el doctor Juan E. Larralde


regresó a Venezuela después de una pro­
longada ausencia y sus viejos compañero
decidieron confirmarlo con el mismo apodo
que le habían adjudicado en la infancia.)

A L pródigo peregrino
que retorna a su querencia
tras largos años de ausencia
bajo el cielo neoyorki no.
Al inmarch itable Chino,
no mal ico, no lalón,
con tozuda devoción
sus bravos conmili tones,
hoy vetustos cincuentones,
le dan la Confirmación.

Él trae recuerdos perd idos


en el duro trecho andado
de nuestro hermoso pasado
de mocetones forn idos.
Cuando and ábamos ergu idos
con bastones y sombreros,
con nuestros pelos en teros,
sin dolor en la ci ntura,
sin barriga ni amargura
y, para colmo, solteros.
A todos nos queda un poco
de aquellos tiempos dulzones
de besi tos, alm idones
y conservi tas de coco.

106
Tiempos del Bagre y Vitoco,
del Tea-Room y del mah-jon g,
sin letreros en neón,
sin autopistas de audacia
pero con agua de gracia
que mojaba el corazón.

Hoy nos reúne el destino


para su Confirmación
que es casi confirmación
del destino que nos v ino.
Confirmemos, pues, al Chino
por cuanto h icimos de b ien
y por lo malo también
y porque vivos estamos,
y porque todos soplamos
. . . cuando encon tramos con quien

107
TRISAGIO A PIZANI

(De cuando un sector del clero se mostraba


profundamente disgustado porque Rafael
Pizani era Ministro de Educación.)

LA sin par Anima Sola


y las Siervas del Santísimo
y los ·siervos del mismísimo
San Ignacio de Loyola.
La dulce Santa Bartola
y el piadoso San Crisan to,
todos sosiegan su llanto
y con los brazos alzados
por Pizani, arrodi llados,
d icen : ¡San to, San to, San to!

Son colmenas de oraciones


las franciscanas contritas
y de Conde a Carmeli tas
desfilan las procesiones.
Monagu illos en legiones
arrinconan su quebranto
y en el coro estalla un canto
cuando �l clero caraqueño
al Ministro merideño
d ice : ¡San to, San to, Santo!

No habí a nacido en los Andes


alma tan predestinada,

108
n i el sabio Padre Moneada,
n i José Gregorio Hernández.
N u nea v irtudes tan grandes
se multiplicaron tanto ;
Pizani extiende su encanto
de Chachopo a Apartaderos
y los curas parameros
dicen : ¡Santo, San to, Santo !

Por fin tiene Venezuela


el Ministro apetecido,
el hombre que ha institu ido
el rosario en cada escuela.
Lucifer se desconsuela,
Papá D ios agita el manto ;
« ¡Tiene un sex-appeal de espan to! » ,
gritan las blancas monj itas
y los padres jesuitas
dicen : ¡Santo, San to, San to !

[ 1960]

109
CHIQUITO PERO TEMPLADO

(De cuando José Ramón Medina obtuvo


el Premio Nacional de Literatura.)

EN los al tos tri bunales


donde fulge la j usticia,
s uda tinta la impud icia
y penan los crimi nales,
en tre los j ueces cabales
por su corazón honrado,
un men udo magistrado
le da fiebre a la qui nina :
es José Ramón Medina,
ch iq uito pero templado.

En el com bate decente


donde no se escurre el bul to,
no el del anón imo insulto
sino el del verbo de frente.
Entre la preclara gente
que traza un rumbo empinado,
hay un periodista armado
con talento y vaseli na :
es José Ramón Medina,
ch iq uito pero templado.

En los prados castellanos


donde el verso es una rosa,

1 10
upa arboleda la prosa
y un semillero las manos.
Entre los limpios hermanos
de J uan Ramón y Machado,
hay un poeta sembrado
con honda raíz de encina :
es ]osé Ramón Medina,
ch iq uito pero templado.

En el brete doloroso
donde se cala al amigo,
en el llanto sin testigo
y en la pena sin reposo.
En la angustia del acoso
a ninguno le ha fallado
un hombrecito callado
que tiende la mano asina :
es ]osé Ramón Medina,
ch iq uito pero templado.

[ i961]

111
PE PE OCTOGE NARIO

(De cuando el doctor Jos� Izquierdo celebró


el advenimiento de sus ochenta años.)

Y o conocí a Pepe un día


de octubre del veinticuatro.
Lugar : un anfiteatro ;
clase : la de anatomía.
Al hablar se comprendía
que no hablaba un charlatán
sino un profesor caimán
en la ciencia que enseñaba,
y la voz se le elevaba
alta como el guayacán.

Después lo hallé de adversariu


cuando se murió Gregorio,
él derechista notorio
y yo izquierd ista sectario.
Le di je reaccionario
y él me llamó orangután,
pero mi arcángel guard i án
me advirtió con voz tajan te
que estaba ante un con trincante
duro como el guayacán.

Pasaron en can tidad


los años y, por ventura,

1 12
Ceres que todo madura
maduró nuestra amistad.
Llaneza y sinceridad
son su biblia y su corán
y fueron el talismán
que reconcil ió conmigo
a su corazón de amigo
firme como el guayacán.

Ochenta años cumple ahora


en este doce de enero,
viejo el corpachón entero,
joven la mente duc tora.
Cuando se enfurruña añora
a Monagas y a Guzmán,

pero es tan terco su afán


de querer a Venezuela
que lo alumbra una candela
v iva como el guayacán.

113
/

CRONICAS MORROCOYUNAS
VENEZUELA A PRENDE A SUICIDARSE

NUE STROS hermanos colombianos han constituido, has­


ta la fecha, un conglomerado propenso al su icidio. Tal
vez influya la historia congojosa de J osé Asu nción S ilva,
su más alto poeta. Tal vez la Marla de Jorge Isaacs, que
les entristece las mentes desde la adolescencia. Qu izás
ese licor espeso y aluci nan te que llaman chicha. O acaso
el traje negro de los bogotanos que le enluta la m i rada
a todo el país. O probablemen te el espíritu de sacrifi­
cio que implica soportar por tan tos años la oratoria
vesán ica y troglod i ta del líder conservador Laureano Gó­
mcz. Pero, bien sea por (ausa de la 1'1ar:'a, de b <.hi< ha
o de Laureano, lo cierto es que allende San Cristóbal
la part ida volun taria hacia los cemen terios de J u l io Fló­
rez se ha convertido en una operación colect iva, habi tual
y desprovista de com pl icaciones.
El Salto del Tequendama -impone n te sinfonía en
verde, abismo y espum as- es uno de los si t ios predi­
lectos de los colom b ianos para saldar sus cuen tas con
el infin i to. Desde los más remotos confi nes del país, arros­
trando gastos de transporte in justificables en un su icida,
los colombianos sin esperanza llegan al Salto en procura
del más al lá. El su icida es reci bido ahí con gri tos de
regocijo por parte de los d iversos grupos de excursion is­
tas que suben cotidianamente desde Bogotá, anhelando

1 17
que la Providencia les depare la oportunidad de presen­
ciar un fúnebre pero imponente espectáculo. El suicida
es reconocido ipso facto porque viene solo y pensativo,
así como por su taci turno comportamiento posterior. Los
n iños no pueden refrenar su alegrí a :
- ¡Nos tocó un suicida, mamá ! ¿ Lo vio su merced ?
El suicida almuerza en el hotel, e n una mesa aparta­
d a, suspira desgarradoramen te sobre la melancolía de
los guisan tes aceitosos, acepta conmovido la condolenci a
sin azúcar del café tinto. Después se asoma al balcón,
que se abre en abanico sobre el abismo, y selecciona
el mejor sitio para lanzarse. U n a vez elegido su tram­
polín siniestro, contrata los servicios d e un fotógrafo, de
esos que los diarios bogotanos man tienen en las i nme­
di aciones y con i nstrucciones precisas. El fotógrafo les
concede a los suicidas rebaj as considerables; los ayuda
a posar ; es consolativamen te amable para con ellos. E n
sus manos dej a el suicida dos copias de su postrer retra­
to : una para la causa de su trágica determin ación (es­
posa, amante, casera o lo que sea) y otra para el di ario
más acorde con sus convicciones polí ticas: para El Siglo
si el fu turo cadáver es conservador conservador, o para
El Tiempo si el d ifunto en ciernes es conservador liberal.
Luego se sienta en el filo de un peñ asco y escribe entre
sollozos el soneto de despedida, indefectiblemen te ram­
plón y ripioso, al menos mientras no se decida a su ici­
darse Guillermo Valencia, acontecimiento asaz problemá­
tico ya que el señor Valencia, a más de buen poeta, es
un acomodado latifundista. Para ese i nstante los excur­
sionistas han ocu pado las más estratégicas posiciones den­
tro del paisaje, ansiosos de disfru tar sin perder un detalle
el vuelo de Francisco de Paula J aramillo, que así suele
llamarse el suicida, haci a la muerte. J aramillo se �delan­
ta serenamen te hasta el mero borde del abismo, salud a a
los espectadores con la gracia etérea de un trapecista y

1 18
se vuelve u n pu n to negro en tre las impetuosas aguas del
Teq uendama. ¡Paz a sus restos !
En Venezuela, por el con trario, el suicidio era un
proced imiento letal prácticamente desconocido. Los ena­
morados desped idos preferí an romperle una costilla a su
afortun ado rival. Los que cometían un desfalco optaba·n
por embarcarse de te1nporadistas hacia Tri n idad o Santo
Domi ngo. Los que eran víctimas de u n a enfermedad in­
curable se refugiaban �n Los Teques o en Cabo Blanco.
Los que no conseguían un puesto públ ico ingresaban al
partido del gobierno, las Cív icas Bol ivarianas en el caso
actu al. Pero a nad ie se le ocurrí a acudir al revólver, n i
al s ublimado corrosivo, n i a l as navaj as d e afe i tar, n i a
los séptimos pisos de los edificios, para l i brarse de sus
padecimientos físicos o espirituales.
En las últimas semanas, ¡doloroso es reconocerlo ! ,
ese reconfortan te panorama h a cambiado radicalmente.
Según l as noticias de los diarios, 22 suicidios se regis­
traron en esta capi tal du rante el mes pasado. Los vene­
zolanos aprenden a su icidarse a la m anera colombiana
con una facil idad que oj alá tuviéramos para aprender
a remendar zapatos a la manera italiana, por ejemplo.
Al principio nos imaginamos que esa ola de suicidios
no pasaba de transitoria coincidencia. Pero anteayer se
su icidó un pol icía con el revólver de regl amento, ¡un
pol icía ! , y tal precedente nos obl iga a sospech?r que la
vocación de su icidio ha comenzado a cal ar prof u ndamen­
te en la psicología nacional. Esos pol icías un iformados
que silban por las calles de Caracas y de Buenos A i res
«La don na é mobile » , son la (Omproba< ión más evidente
de la om inosa penetración de las óperas de Giuseppe
Verdi en la cultu ra rnusical latinoamericana. Los pol i­
cías son los más pel igrosos agen tes trasm isores del cos­
tumbrismo, sí señor.
Es preciso adoptar med idas enérgicas ante l a i nvasión

1 19
de un flagelo que, de i n tensificarse, alcanzaría a despo­
blarnos en igual med ida que el paludismo. La Sanidad
está en el deber de sustitu ir esos horripilantes carteles
contra el alcohol isn10 (que sólo logran asustarlo a u no
los lunes por la mañana, pero que en defi ni tiva pierden
su tiempo) por i nscri pciones atractivas contra el suicidio:
«Si quieres olvidar a esa mujer, no te mates, j cásate con
ella ! » ; «Si has adquirido sífilis, no te mates, ¡ con la
penkili na no hay quien pueda 1 » ; «Si tus acreedores se
mul tiplican, no te mates, j en este país no hay prisión
por deudas ! »; «Si estás cansado de la vida terrenal, no
te mates, ¡ no olv ides que en la otra te espera el general
Gómez ! » Esta última advertencia, sobre todo, hará que
lo� venezolanos reflexionen un poco más antes de me­
terse un balazo.

120
HITLER ES EL VERDADERO MEStAS

EL profeta William Lee, tnn1tario de color que está re­


sidenciado en I rapa desde hace más de 25 años, y a
quien conocen cariñosamente por «Chiva'e Brocha» en
toda la costa de Güiria, ha hecho un sensacional des­
cubrimien t6 de jerarquí a bí blica y se ha lanzado a pre­
dicarlo desde Yaguaraparo h asta Caripi to. Sostiene el men­
cion ado William Lee que Adolfo Hitler es el verdadero
Redentor anunciado por Isaías en Asiria y por Malaquías
en Persia, hace más de dos mil años, según registra el
Antiguo Testamento.
Y lo grave del caso es que míster Lee esgrime vale­
deras razones. Sostiene él que J esús de Galilea, a qu ien
n umerosas personas consideran como el autén tico Mesí as,
no pasó rle ser un humilde predicador socialista, h ijo
de un carpin tero de Belén y de una aristocrática dama
hebrea (n ieta del rey D avid, nada menos). Un révolu­
cion ario n azareno a quien las ambiciones políticas del
mili tar romano Pablo de Tarso y una lavada de manos
a destiempo de otro ron1ano ilustre, colocaron en ra bri­
llan te posición de Salvador del Mundo.
No puede ser el Mesí as, afirma Lee, quien no sola­
men te estaba en desacuerdo con los principios filosófi­
cos de J ehovah (expuestos hasta la saciedad a través de
sus profetas y levi tas), sino que combatió con tra ellos de

12 1
palabra y de obra. J ehovah an unció y puso en práctica
el aniquilamiento implacable de sus enemigos y de los
enemigos del pueblo judío y también de los parien tes
(así fueran criaturas lactantes o ancianos temblorosos) de
esos enemigos. Por inspiración y azuzamiento de J eho­
vah, un gigante medio cretino llamado Sansón derr i bó
un templo atestado de hombres, muj eres y n iños ; « sola­
mente sobre el techo había más de tres mil personas» ,
d ice la B i blia ; «la casa se hundió sobre todo el pue­
blo» , sigue diciendo la Bi blia ; y J ehovah con templaba
eufórico aquella masacre desde sus nubes. Aconsejado y
auxiliado por J ehovah, Moisés (su lugarteniente favori­
to) hundió para siempre en el Mar Rojo al ejérci to en­
tero del Faraón, a millares de hombres que en traron a
la trampa cumpliendo i napelables órdenes militares ; «tu
diestra, ¡ oh J ehovah ! , engrandecida por la fortaleza, des­
trozó al enemigo», d i jo, agradecido, Moisés. J ehovah, con
sus propias manos, «hizo llover sobre Sodoma y Gomorra
azufre y fuego, destruyó esas ciudades y cuantos hombres
había en ellas y hasta las plantas de la tierra» , d ice la
Biblia, para aniquilar a unos infelices sodomi tas que ape­
nas merecían como castigo una temporada de readapta­
ción en la Isla del Burro. El mismísimo J ehovah nos
envió en otra ocasión un diluvio que «exterminó a todos
los seres que había sobre la superficie de la tierra» , d ice
la B iblia, y par a siempre habría desaparecido nuestra
especie a no ser por un borracho i ngenioso de nombre
Noé 4ue construyó una balsa para salvar a su familia
y a sus animales domésticos (el iguanodonte ·no cupo).
Pero donde llegó al paroxismo la cólera devastadora de
Jehovah fue cuando desató aquellas famosas d iez plagas
de Egipto, hizo llover con refinada crueldad la desola­
ción y la muerte sobre toda una nación y remató su car­
n icería matando en medio d e la noche a todos los pri­
mogén i tos, «desde el primogén i to del Faraón hasta el

122
primogén ito de la esclava, y todos los primogén i tos del
ganado» , d ice la B i blia. E n fin, que el tal J ehovah no
era propiamente un filántropo sino un tío con toda la
barba, partidario i nsaciable de eso que hoy llaman ope­
raciones de limpieza, bombardeos masivos, fulminantes
blitzkriegs y otras barbari dades en alemán que no re­
cordamos.
¿ Cómo va a ser el Mesías, cómo va a ser la reencar­
nación de J ehovah el tierno J esús ?, se pregu nta William
Lee. J esús predicaba el amor al prój imo por encima de
todas las cosas, el perdón a los enemigos, poner la otra
mej i lla, no matar, encarecidamen te no matar. Los prin­
cipios iqeológicos de J ehovah y los de J esús son i rrecon­
·
c iiiables y con tradictorios. Y William Lee no se explica
cómo J ehovah hubiera podido bajar a la tierra para con­
tradecirse a sí mismo. Y luego para dejarse crucificar, u n
tipo tan prepotente y tan vengativo. Se necesita n o co­
nocerlo.
William Lee reafirma su teoría recordando típicos
con trastes en tre ambos personajes. C uando J ehovah supo,
por chismes de Moisés, que u n hombre estaba recogien­
do leña en vez de guardar la fiesta del sábado, d icta­
minó furioso : «Sin remisión, que muera ese hombre, que
lo lapide todo el pueblo fuera del campamen to» , cuenta
la B i blia. J esús, en cambio, señalando a los sayones que
lo azotaban y lo escu pían y lo torturaban y lo crucifi­
caban, d ijo : « Perdónalos, Señor, que no saben lo que
hacen».
-Es que no parecen ni prój imos -asegura William
Lee.
Mientras que Adolfo H i tler es hari na de otro costal.
H itler es, según William Lee, el único descendiente de
Caí n que ha repetido sobre la tierra (y con éxi to) los
procedimientos exterminadores de J ehovah. P ulveriza ciu­
dades, inunda naciones, esparce epidemias y gases vene-

123
nosos, sepulta ejérci tos en el fondo del mar, mata a los
primogéni tos de los judíos y de los republicanos espa­
ñoles, exactamente igual a J ehovah e incluso con un
análogo criterio racista. J ehovah era un dios hebreo que
volvía polvo a los filisteos y a los egipcios. H i tler es una
especie de filisteo esqu izofrénico que se cree D i os y vuel­
ve polvo a los hebreos. Ésa es la única d iferencia, según
Willi am Lee.
El profeta trini tario no cede en su tesis y la comple­
menta con predicciones aterradoras : « Adolfo H i tler no
es otro sino el Mesías que anuncian las Escri turas y,
en calidad de tal, gan ará la actual guerra en v irtud de
sus poderes celestiales, de sus milagros genocidas, de su
dominio del fuego y del trueno» . N osotros, por nuestra
parte, no nos h acemos solidarios de la extraña teoría de
WiJli am Lee. Aquí en tre nos, y corriendo el riesgo de
que ambos nos lo cobren inhumanamente mañ ana (el
uno si en realidad gana la guerra y el otro a la h ora
del Apocalipsis), confesamos que tan to H i tler como Jeho­
vah nos caen pesadísimos.

124
SEIS PREGUNTAS NO MAS

P ARA que un partido polí tico sea legalizado en este país,


es requisito previo que responda satisfactoriamente a seis
preguntas que le formula por escri to la Gobernación del
Distri to Federal. Se trata de u n cuestionario destinado
a i nvestigar si el presunto p artido tiene por ventura al­
gu n a conexión, sincron í a o reminiscenci a con las nefan­
das doctrinas marxistas que pretenden destruir este sis­
tema capitalista tan adorable y tan equi tativo. Y si, al
responder las preguntas, el aspirante a partido se dej a
ver la orej a blanca (es decir, roj a) del socialismo cientí­
fico, pues clandesti no se queda.
Copiamos textualmente a contin u ación las seis pre­
guntas de rigor que d ispara la Gobernación del Distrito
Federal y las seis respuestas .que este periodista daría
si fuera j efe de u n partido polí tico y tuviera intenciones
de adquirir la legalid ad.

1. ¿De be a bolirse la propiedad privada?

Respuesta: Eso depende, ciudadano Gobernador. La ra­


d io del vecino abierta a todo gaznate, las casas de em­
pefio, los perritos falderos, los anacrónicos tranví as y los

125
baches en las calles que esa Gobern ación cultiva, debe­
rían abol irse por más propied ad privada que sean.

2. ¿A cuá les limitaciones de be estar sometido el ejercicio


de la li bertad económica?

Respuesta: La libertad económica debe estar sometida


a las limi taciones que determine el cónqu i bus del con­
sumidor. Por ejemplo, a un empleado de tienda que gane
dosci en tos bolívares mensuales debe lim i társele económi­
camen te en el sen tido de no permi t i rle sel1 ar sino Cl).a­
dros de cu atro bolívares para las carreras de caballos.
Igu almente, la libertad económica de un su pern umerario
del Congreso debe estar limitada de acu erdo con el v i áti­
co del congresante que le proporcionó la chamba, botella
o cambur. Y se cae de su peso que no pued.e n tener los

mismos l ím ites la libertad económica de un Voll mer y la


de u n empleado del Aseo U rbano.

3. ¿Es la vida social e l campo de u n a lucha de clases?

Respuesta: Parece que sí, ciudadano Gobernador, pero


espérese un momen tico para explicárselo. Compre usted
los d i arios si aspira a en terarse de lo que nosotros en­
tendemos por « v ida social». Las Merequetén no saluda­
ron a l as Tongolele en el padock del h ipódromo « por­
qu e no son de su clase». A su vez las Tongolele, para
sacarse el clavo, d ieron un té danzante y no invi taron
a las Huelefri to « porque no son de su clase». Y la d is­
tingu ida señori ta Peggy Gomoza salió embarazada de u n
muchacho q u e «no era de su clase» y h a y q u e v e r la
cara de catástrofe que puso la familia.

126
4. ¿De be llegarse al esta blecimiento de una sociedad sin
clases?

Respuesta: No creemos que haya necesidad, ciudadano


Gobernador. Así como estamos, los colegios nacionales
hacen todo lo posible por complacer a la i nfancia jubi­
lan te: no hay clases en las fiestas religiosas, ni en las
fiestas patrias, n i en la fiesta del árbol, n i en la fiesta
de la raza, ni en el Carnaval, ni en Sem ana San ta, n i
d uran te las vacaciones oficiales, n i el d í a del santo d e
la maestra, n i cu ando llueve muy recio, n i cuando circu­
lan rumores de golpe. En cuanto a los profesores uni­
versi tarios, la han dado por asistir una vez por semana,
si acaso asisten. Las poc.a s clases que quedan en el año,
no creemos que valga la pena molestarse en suprimirlas.

5. ¿De be suprimirse la fami lia?

Respuesta: Expresiones tales como « ¡Tu familia ! » de­


berí an suprim irse por estar refi.idas con las reglas más
elemen tales de la urban idad. Algunas otras familias han
sido suprimidas ya por ese Despacho, como fue el caso
del programa de radio denom i nado «La Familia Buchi­
pluma » . Desde el pun to de vista botán i co, la familia más
difícil de suprim ir es la de las musáceas, a la cual, como
esa Gobern ación está seguramen te en terada, pertenece el
can1bur. Y ciertas familias, tales como los Arau jo, los
Parra, los Urbanej a, los Batista, los Arreaza, etc., no de­
berían suprimirse de n i nguna manera pero sí alej arlas
por un tiempo de los cargos públicos.

127
6. ¿La sociedad de be propo n erse la supresión del Es­
tado?

Respu esta: De n inguna manera, ci udadano Gobernador.


Si su primimos el Estado, al menos si suprimimos el de
las mujeres, es muy probable que desaparezca el géne­
ro h umano. En cuanto a otros Estados, tales como los
Estados Lara, Miranda y Guárico, no aconsej arí amos que
los su primieran pero nos agradarí a que les cambiaran los
actuales Presiden tes porque son unos birrias.

128
SE DESCUBRE EL ASES I NO DE D O N J UANCHO

CoMo todos estáis en la obl igación de saber, Don J u an­


cho m urió asesinado h ace vein te años, siendo Go berna­
dor de Caracas y hermano amantísimo del Benemérito
J efe de l a Causa R ehabil itadora. Todas l as pesquisas
realizadas por Frías, Gaban te, Porritas, Car a de Caballo,
Cochino Inglés y otros famosos G Men (traducción :
hombres de Gómez) de l a época, resul taron i nfructuosas.
Ya se daba por i nevitable que el picadillo hecho con
Don Juancho pasara a l a h istori a envuelto en l a penum­
bra del m isterio m ás i nsondable.
Pero no se con taba con la destreza detectivesca de
Fausto Naipes. F austo Naipes acaba d e obtener el Pre­
m io de Buena Conducta que otorga anualmente l a Po­
l icía de Caracas. F austo N ai pes v ive en estado de aler­
ta, en trance de vigilancia, para salvagu ardar el orden
públ ico y la propiedad privada. F austo Naipes d etuvo
la semana pasada a la señora doñ a Co ncepción de Que­
lón Quelonides c uando ésta se paseaba sospechosamente
por los alrededores de l a Pl aza del Mercado, con u n a
cesta vacía colgando del brazo derecho. Con sherlockhól­
m ica sagacidad, el agente N a i pes adivinó que aquella
señora y aquella cesta estaban al borde de cometer u n
deli to. S in más n i m ás, F austo N ai pes trasl adó a ambas,
mujer y cesta, al Cu artel de Policía y ahí l as sometió a

129
un in terroga torio de tercer grado de bachi llerato que lo
condujo paso a paso hasta el sorprendente descu brimien­
to. La cosa sucedió más o menos así :
NAIPES: Ahora vamos a saber si usted confiesa o no
confiesa, Mesal ina del Guaire, mujer sangu inaria, ¿ para
dónde iba usted con esa cesta ?
DOÑA CONCHA: ¿ Para dónde iba a i r ? Para el mercado,
a hacer l a compra
NAIPES: Men tira. Usted pretende ocul tar un crimen.
DOÑA CONCHA: ¿ Ocultar qué ? ¿ Y dónde m e lo voy a
ocul tar ? Yo soy u n a mujer honrada.
NAIPES: Embuste. Usted es una vagabunda y va a
can tar.
DOÑA CONCHA: N i soy u n a vagabunda, ni can to, ni
bailo. Le aseguro a usted que se equivocó de acusada,
sefior Cartas.
NAIPES (enfu recido): Cartas no, N a i pes. Y no me en­
gaña con sus hi pocresí as y simulaciones. ¡Tráiganme un
chaparro !
(Los ordenanzas le traen un ch aparro. El agente Nai­
pes le en1 puj a cuatro chaparrazos a doña Conch a en l as
regiones gl úteas y tres por deba jo de l a cresta ilí aca iz­
quierda.)
DOÑA CONCHA: ¡Ay, m i m adre ! ¡Qu e me mata este
ca ifás ! Yo no he hecho nada
NAIPES: ¿ No ha hecho nad a ? Ahora es que vas a
saber lo que es u n pol icí a de Buena Conducta.
(El agente Naipes le dispara cuatro pun tapiés a doña
Conch a en l a región epigástrica, le arranca de u n mor­
d isco la trompa de Eustaqu io izqu ierda, le tuerce el cú­
bito y el rad io hasta que la paciente se va de occipucio
con tra el enladri llado.)
DOÑA CONCHA (dando a laridos): ¡Ay, mi madre! ¡Me
asesinan !
NAIPES (perspicaz): Ésa es tu palabra obsesiva, el gri-

130
to de tu concienci a : asesi n ar. Precisamen te me v as a
deci r a quién h as asesi n ado e n este país.
DOÑA CONCHA: A n ad ie, ni a un pollito. Se lo j uro por
lo m ás sagrado, señor Baraj as.
NAIPES: B araj as no, N ai pes. ¡Tráiganme un tizón !
DOÑA CONCHA: ¿ Un tizón ? j Socorro, Virgen de l a Chi-
qui nquirá, socorro !
(Le traen el tizón a Nai pes.)
NAIPES: ¡Bandida, quí tese la ropa !
DOÑA CONCHA: No me l a qui to, i nfame. Yo soy una
m uj er decente.
NAIPES: Quí tese la ropa que le voy a pegar el tizón .
DOÑA CONCHA: ¿ En dónde ?
NAIPES (a los ordenanzas): ¡ Quí tenle l a ropa a esa
piazo'e m uj er !
DOÑA CONCHA: No, por favor, que tengo u n a cicatriz
muy fea en el abdomen . ¿ Qu é quieren u stedes que les
diga ? ¡Yo d igo todo !
NAIPES (amenazándola con e l t izón): ¿ Es verdad que
usted cometió u n crimen ?
DOÑA CONCHA (aterrada): U n crimen, dos crímenes,
tres crímenes. Los que u sted quiera, señ or N ai pes.
NAIPES (sa tisfecho): ¿ Y a quién m ató ?
DOÑA CONCHA (desesperada): ¿ A quién sería, D ios mío,
a quién serí a ? Pues serí a a Don J uancho. Eso es. . . ¡A
Don J u ancho !
NAIPES (triu nfan te): ¡Corra n ! ¡Avisen a los periódi­
cos ! He descubierto a l a asesina de Don Ju ancho, he
desenmascarado el crimen perfecto . . .
Y así fue como el astuto agen te Fausto N ai pes, Pre­
m io de Buena Conducta, esclareció el m ás enigm ático
de los crímenes y se consagró como estrella de primera
magn i tud en los anales de n uestro detectivismo.

13 1
U NA CARTA DE PÉSA ME

TAL vez el compromiso más deprimente que arrastra el


género humano, aún más humillan te que pagar el reci­
bo de la l uz eléctrica, es el deber insoslayable de escribir
cartas de pésame. C uando se le m uere un pariente cerca­
no a uno de mis amigos, el sufrimiento de d icho amigo
no puede compararse a la zozobra que me invade ante
la luctuosa misiva que me toca escribirle. Modestia apar­
te, me sien to capaz de pari r decen temen te cualquier obra
de creación : una novela, un d rama, un poem a épico, un
ensayo filosófico, un mensa je presidencial, todo, absolu­
tamen te todo menos una carta de pésame.
Los muertos son, salvo raras excepciones, seres anón i­
mos sobre quienes hay m uy poco que comen tar. Si se
muriera el general Francisco Franco, por ejemplo, yo no
vacilaría en escribir gustosamen te l a m ás emoc ionada de
las cartas de pésame a doñ a Carmen Polo, su v iuda.
Pero, desgraciadamente, Franco n o se muere n unca. Fa­
llecen en cambio, a cada i nstan te, Pedro Pérez y J u an a
García, José González y María Martínez. Seres borrosos
que pasaron por este valle de l ágrimas sin dej ar una
obra, una devastación, u n a barrabasada, n ada d igno de
ser reseñado a l a hora de su sepelio.
Uno se sien ta a la m áquina y comienza el alumbra­
mien to . ¿ Qué le d igo a este c aballero sobre su herm a-

132
no fallecido? Que era muy i n teligente, nunca, porque
creería que estoy haciendo mofa del cadáver. Que su
honradez fue acrisolada, tampoco, porque estuvo emplea­
do en l a Gobernación con R afael María Velazco. Que
hago mío su dolor, menos, porque me tiene sin cuidado
que el ociso haya estirado la pata. Sólo queda el refu­
gio de los lugares comunes escalofriantes y comprobada­
mente mabitosos : « m i m ás sen t ido pésame» , « te acom­
paño en tus sentimientos» , «que descanse en paz » , « el
Señor le dé su gloria», e tc.
Sin embargo, una dama d e mi vecindad recibió u n a
carta de pésame cuya origi n alidad me conmovió. Ella
vino a visitarme y me d ij o : « Usted que es boticario y
sabe descifrar l as letras inás enrevesadas, ¿ podrá leer­
me esta impenetrable carta ? » No soy boticario sino agri­
mensor, pero se la leí y saqué copia, por si me servía
más tarde de utilidad en u n momen to de apuro. De­
cí a así :

Apreciada m1s1a Rufin a :


En el b illar de l a esqu i n a me notificaron ano­
che la defunción del esposo de usted, el señor N e­
mesio, y puedo garan tizarle que me d ieron gan as
de reir. Hay que ver, el pobre Nemesio, quién le
iba a decir que se moriría tan pron to, con lo bien
que j ugaba el tute y lo que le gustaba el bacalao a
la v izcaína.
Me figuro, misia, cómo estará usted de i nconso­
lable, pues adivino los tesoros de ternura que guar­
da su corazón y he observado que, por cualqu ier
necedad, se pone usted a llorar, con sopl ido de n ari­
ces y todo, con un estilo que da asco.
Le suplico que en esta ocasión no derrame lá­
grimas de más, misia. S i el señor Nemesio se h a
muerto, que l o entierren y todos conten tos. Es ver­
dad que en vida fue muy bueno con usted, pero no

133
h ay que fiarse de los san turrones ; a lo meJOr el
señor Nemesio tení a u n a querida llamada M ar í a de
Lourdes que vive por San Agustín del Sur. No es
que yo lo quiera chismear, pero u n a noche me llevó
a conocerla y la encon tré muy bien presen tada, con
un busto m ás bronceado que el horri ble busto de
J uan Vicen te González que t ienen en l a Academia
de l a H istoria. No se lo cuento por desleal tad con
el difunto, misia, sino para que olvide su dolor que
no lo merece ese sinvergüenza, ¡qué caray !
Igual puede d ecirse de l a fama de hombre hon­
rado que tení a. Vaya usted a saber si no metía mano
en l a caj a del b anco donde trabaj aba. Menos mal
que n unca lo descubrieron, m isia de nii alma. A mí
me quedó debiendo doscien tos bolos que olvido de
todo corazón, aunque abrigo l a esperanza de que
usted, tan rel igiosa como es, me los abone religiosa­
men te.
Lo importante es que no se deje usted avasall ar
por la pen a. Usted está j oven todaví a y no le con­
viene en turbiar esos oj i tos tan l i ndos que D ios le
dio y de los cual es no le había hablado an tes por­
que mi amistad con el pobre Nemesio m e cohibía.
Y además, R ufi na, lo que me c arga loco son esas
piern as estupend as que te gastas ; me pongo a pen­
sar que el idiota de Nemesio no se dio cuen ta n u nca
de lo que ten í a en tre m anos. F uera la desespera­
ción , R ufini ta. Te sugiero que después del entierro
vayamos j un tos a comer a un restauran t ; cal amares
en su tinta que van m u y bien con el l uto. Y des­
pués, ¡.b ueno ! , después lo que tú quieras, R uf in ita
linda, rein � de la sabrosura. Desde ahora te .per­
dono los doscien tos bolos. Y no oivides lo que acon­
sej a la Biblia : «a burro muerto, la cebada al rabo» .
Recibe el más sincero pésame y u n pel1 izqui to
d e tu am igo que l o es,
Lucas Puyan a .
[ 1 94 1 ]

134
DOS POETAS SE CAEN A T IROS

Es C ORRIE N TE que dos poetas se caigan a versos, pero no


lo es tanto que se caigan a tiros. Sin embargo, sucede.
Tal fue el caso acontecido en el R estaurant Popular de
l a Plaza López (cinco platos por real y medio) cu ando
coincidieron a la hora del almuerzo el poeta neo-román­
tico Gui llermo A ustri a y el poeta neo-clásico Rafael Yé­
pez Tru j illo, ambos neo-pantagruélicos.
El rapsoda Austri a se presentó ese d í a con el apetito
que lo ha hecho famoso y, tirando tres bolívares sobre
la mesa, ordenó al mesonero :
-Tráigame cuatro menús de arriba para aba jo y de
abajo para arriba. ¡Arriba Espafia ! ¡Franco, Franco,
Franco ! -porque de fi apa es falangista.
Y se puso a engullir con la dul zura de San Francis­
co y la voracidad del hermano lobo. Pocos minutos des­
pués a pareció el bardo Yépez Tru j i llo, se sentó en l a
mesa vecin a y pid ió sobrian1ente dos menús. El meso­
nero, con veinte afios de experiencia en el oficio, ha
observado que en Venezuela n i los parihueleros, n i los
l uchadores l i bres rivalizan en capacidad gastronón1 ica con
los poetas.
Ambos aedas se miraban en el transcurso del yan tar
con ojos torcidos por l a rival idad n u trit ivo-l iterari a ..
Austri a se comía lo suyo pero no desprendí a la vista de

135
lo que Yépez embutía. Y R afi to, en tanto que con los
dientes despachaba su condum io, devoraba con los ojos
los manj ares de Gui llerm ito. H asta que Austria no pudo
con tenerse más, se irgu ió a la vera de un costillar de
novilla y le lanzó al otro el sigu iente soneto :

Vate lacustre de la musa ahita,


¿por q uf atis bas así mis tropezo nes)
por q ué envidias mis t iernos macarrones
y anhelas m i dorada carne frita?

Si es sucu lenta y ti b ia tu arepi ta)


¿por q ué en mi pargo tus suspiros pones)
desdeñando tus ru bios chicharrones
y tu chu leta q ue a mascar invita?

Yo soy sen timen tal cual la polen ta)


pero vue lto un solomo con pimien ta
ante un acto de gu la tan notorio,

juro por los ravio lis de mi vida


q ue tú me estás velando la co mida
y q ue yo no tolero ese velorio .

Yépez Truj i llo escuchó pacientemente los catorce en­


dec así labos, cuya sensitiva simpl icidad no desmen tía la
estirpe bucólica de su rival. Pero como él no es hombre
que se queda con un soneto de n adie, se trepó al pe­
destal de su clasicismo y respondió de esta manera :

E l león h isperio d e la garra h irsuta


rampa so bre mi níveo menestrón
y mi psiq uis escancia su aguijón
en la fo ntana de tu fuerza bru ta.

136
A la paella en flor He bes t ri bu t a
su zalema de grávidá intuición
y t ramonta el viacrucis del ja món
y e l pericarpio dúct i l de la frut a.

Tri tón diuturno de l a henchida panza,


yo no te es t oy velando la pitanza
ni me infunden t us guisos so bresa lto.

Tu n ú b i l ape t i t o me con mueve


y no te ases t o un si lletazo a leve
porq ue me ap iada tu pese bre alt o.

Después de aquella contienda oral, los l i ridas sacaron


sus respect ivos revólveres. Guillermo le metió un balazo
exterminador al bistec a caballo d e R afito. R afito acri­
billó sin piedad la fabada asturiana de Guillermo. Aus­
tria fusiló con tres tiros los plátanos al horno de Yépez
Tru jillo. Y Yépez Tru j illo pasó por l as armas la tortilla
a la española de Austria.
Y c u ando ni sombra de sustento quedó sobre l as me­
sas, los dos trovadores se abrazaron arrepen tidos de su
d ietético arrebato, guardaron los revólveres y rompieron
a llorar.

1 37
EN DEFE NSA DE LOS LI BERTI NOS

EL l i bertino, cal avera o j uergu ista venezolano es u n tipo


bonachón y virtuoso, merecedor de l as mayores considera­
ciones e incluso de la piedad de sus conciudad anos. Pa­
rece que a principios de este siglo los libertinos de Ca­
racas fueron i ndividuos pendencieros, escandalosos y m u­
jeriegos. Pero, bien fuera por l a desaparición de los co­
ches de caballos que eran la mecán ica de los « truenos » ,
bien fuera por el deseo o envejecimiento d e sus más cons­
picuos represen tativos, lo cierto es que nuestro l i berti no,
cal avera o j uergu ista se ha convertido en u n a insti tución
tan inofensiva e inoperan te como las Logias Masón icas
y las H ij as de María.
El sábado pasado, sometidos a ti no de esos sacrificios
que tan heroica hacen la profesión de periodista, des­
<. endimos hasta los lugares de perd ic ión que son el ren ­

dez-vous de nuestros más disolutos l iberti nos : «El l 'ro­


cad ero» , « E l Veneci a)), «El Barril i to» Y dem ás etcétc-
1

ras.
«El Trocadero» es un recin to apabu llado por el orden
y la circu nspección, cortinajes oscuros, mesitas simétri­
can1en te dispuestas, música austera �hasta solos de ór­
gano tocan) y boleto de en trada muy caro, eso sí, así
vaya uno ún icamen te a com prar cigarrillos o a pregu ntar
por un pariente des a parecido del hogar. Un francés de

1 38
frac parece ser el dueño o adm in istrador de todo aque­
llo. R esponde versallescamente a n u estras pregu ntas :
-Los l ibertinos venezolanos son tres gentiles, mon­
sieur. No rompen l as copas, pagan correctamente sus v a­
les, se pelean muy pocas veces, no l e faltan el respeto a
l as j eunes filles. Tres respetables, monsieur, tres respe­
tables.
El abjetivo respetable apl icado a un caballero de vid a
licenciosa no puede ser m ás p aradój ico. No obstante,
comprendimos que el francés ten í a r azón cuando comen­
zó a sonar la m úsica (un vals de Strauss, palabra de
honor) y con ella se i n ició el baile. Un cl iente i mpeca­
blemente vestido se acercó a l a rubia artificial y super­
descotada de la mesa vecin a :
- ¿ Me h ace el honor de bailar conmigo, señoríta ?
Y sal ieron a bail ar, a u n a distancia tal el uno del
otro que me sentí transportado a los salones de l as fa­
milias más puritan as de Mérida. Otro cliente llamó a l a
florista con u n guiño d e escol ar que pide permiso para
ir al baño, y compró u n a orquídea para l a hetaira que
lo acompañ aba. Todo aquello era tan convencional, tan
Alej andro D umas, hijo, que no pude soportar m ás y me
largué al « Venecia» .
El « Venecia» tiene mej or aspecto, es decir, peor as­
pecto. No le cobran a u no el impuesto de i ngreso. Los
hombres no son tan elegan tes en el vestir y han bebido
un poco más. Las nluch ach as son más jóvenes y más
desenfrenadas que l as cleopatras oxigenadas del «Troca­
dero» . Aquí también se vislu mbran rostros conocidos :
un j urista em inente, dos méd icos recién casados, tres es­
tudiantes recién raspados, u n poeta que firma vales con10
quien fi rma madrigal es y algunos deportistas entreñán­
dose para l as veci nas olimpiadas. Era n uestro propósito
mencionar sus nombres de pila al escri bir esta cron i­
quilla pero no queremos exh i bi rlos ante la opinión pú-

1 39
blica como símbolos de l a i nocu idad y de l a cand idez.
La verdad es que, si bien se mira, el «Venec i a » es
tan edifican te como el o tro. El l ibertino llega aquí u n
poco cohibido, elige u n a mesa apartada, pide modesta­
mente una cerveza. Después, como es de esperarse, le
acome ten ganas de bailar. Aquí por lo menos tocan el
<lanzón «Almendra» . Invita a una jovencita ; tiene u n
d iente d e oro pero no está m al d e piernas. L a j ovenci ta
acepta sin remilgos ; b ailan el <lanzón sin cam b iar pa­
labras ; ella se sienta luego en la mesa del l i bertino ; ¡ y
a pedir se ha dicho !
Pide vertigi nosamen te copas de diversos licores : ro­
sados, verdes, achocolatados, blancos, bajo los nombres
supuestos de cherri, men ta, cacao y cuan tró. Pero no se
imagine usted que son bebidas alcohól icas de esas que
en turbian la seren idad y amellan el espíritu comerci al,
sino j arabe de goma químicamen te coloreado. Por cada
copita la jovencita obtiene una ficha y al l i bertino le
cargan tres bol í vares en l a cuenta. Y si el l ibertino no
le para el trote, la m uchacha del diente de oro segu irá
acumulando fichas hasta el amanecer.
A propósi to de amanecer, es j usticia hacer constar
que l as jovencitas de los cabarets son m uch achas hones­
tas o, en el peor de los casos, monógamas. J amás los
cl ien tes logran de ellas (salvo los apretujones inheren tes
al baile) otro galardón que el derecho a pagarles l as
copi tas m u l ticolores. Al despu n tar l a aurora, cuando los
mesoneros exten uados cierran las puertas del est ableci­
miento, ellas le dicen « chao» al l i bertino y se marchan
con l a mamá de pañolón negro que las agu arda en l a
acera (si s e trata d e l as honestas) o �on e l chulo d e bigo­
ti tos que también las aguarda (si se trata de l as mo­
nógamas).
Al l i bertino no le queda otro recurso sino l a púdica
tostada en el tarantín de la esquina y l a retirada sen ti-

1 40
mental h acia l a casa. Allá lo recibirá l a esposa d eshecha
en l ágrimas, d esquiciada por los celos y l a tribulación :
- ¿ Es ta es hora de presentarse a u n hogar d ecen te?
Ya los n iños van a sali r para l a escuela. ¿ De qué an­
tro vienes? ¿ Qué horrendo saturnal h as celebrado ? ¿ Con
qué monstruo me he casado, D ios mío ?
N ada de eso, señoras, n ada de eso. Sean ustedes tole·­
ran tes con sus m aridos descarriados. Les garantizamos
que en los cabarets los cu idan, se divierten entre gen te
seria y mujeres i rreductibles, no corren e l peligro de un
amorío. Más aún, nos permitimos aconsej arles que ejer­
zan u na presión discreta sobre sus consortes para que no
pierd an el hábito de pasar sus horas de esparcim i en to e n
las b o i tes nocturnas. Son u n poco gravosas, e s cierto. Pero
tales dispendios, lejos de exhibir a n uestros l ibertinos
como gen te depravada o crapulosa, demuestra tan sólo
que son ·unos i nfelices

141
LOS .J U D í OS PELI G RA N E N VENEZ UELA

C IERTO periódico llamado La Voz de l C omercio h a


i niciado u n a campañ a orientada h acia l a liquidación físi­
ca de los j ud íos que habi tan en nuestro país. « ¡ D ego­
llad a los j udíos ! , ¡ Freíd a l as j ud ías! » , aconsej a el se­
man ario mencionado. Antes de entrar a considerar tan
anacrónico llam ado que conmovería a los caraquef'íos (si
los caraquei1os leyeran La Voz del C omercio, que afor­
tunadamente n adie l a lee), me perdon arán mis queridos
lectores que pretenda darles u n a peque ñ a lección de h is­
toria. Por culpa de u n a educación primari a deficiente,
los venezolanos somos b astan te ignoran tes. Es mu y po­
sible que el noventa por cie n to de n uestra poblac ión
desconozca el sign ificado de la pal abra « pogrom» , y que
el d iez por cien to restante confunda pel igrosamente « cir­
cuncisión» con «castración » .
Comenzaremos por explicar quiénes son los j udíos.
Dos teorías existen, teorí as calificadas acerca del origen
del género humano : la de la Biblia y la de D arwin .
Según l a Bibl i a, todos los h abitan tes del globo terráqueo
somos j udíos ya que todos desce ndemos en líne a recta
(más bien zigzagueante) de Noé, el borracho m ás sim­
pático que existió en Israel. Y si aceptamos como b ue­
n as l as hipotésis de D arwin, los j udíos resultarí an u n a
raza superior en v irtud de s u s g anchudos apéndices n a-

142
sales, los m ás alej ados (por evolución, n a turalmen te) d el
an tropoide chato de donde todos provenimos.
Lo cierto es que, i gu ales o superiores, los judíos h an
figurado siempre en los acon tecimientos m ás trascenden­
tales de la h istoria. El primer ario en perseguirlos desa­
foradamente fue u n gigante filisteo de nombre Goli at
que los man tuvo pasando l as de Caín h asta que u n pese
pl urna j udío le dio un pefionazo y lo dejó frío. En aque·
llos antiguos tiempos l os h ebreos produjeron sabios ca­
chondos como Salomón, precursores de la lucha li bre
como Sansón, poetas tirapiedras como D avid, comprado­
res de progenituras baratas como J acob, castos de capi­
rote como J osé, víctim as de l a pava macha como Job y
agi tadores revolucion arios como J eremí as. Pero sus dos
figu ras más sobresalientes fueron : el caudi llo Moisés,
predicador de l a v iolencia, que m urió en su cam a ; y
el profeta J esús, predicador de l a d ulzura, a quien cru­
cificaron.
Eliminado J esús por los centuriones romanos, los ju­
díos se dispersaron por el u n iverso, dedicándose prefe­
rentemente a l as cienci as, a l as artes, al sacerdocio y a
los i nstitutos bancarios. El m undo medioeval se aprove­
chó en b u ena medida de sus inteligenci as y de sus co­
nocimien tos hasta que surgió l a Inquisición, que, co1no
ustedes saben, fue el cani balismo con sotana. Por los
motivos m ás triviales fueron achicharrados innumerables
c i udadanos honorables : por opinar que l a tierra daba
vueltas alrededor del sol, por sostener que el protozoario
cumpl í a sus deberes conyugales con la protozoaria, por
curar a los enfermos con sistemas homeopáticos, por b a­
ñ arse durante l a c uaresma, etc. Los j udíos fueron objeto
de horrendas persecuciones para cobrarles el asesin ato
del j udío J esús de Galilea, perpetrado varios siglos atrás
por un macedon io ll amado Caifás en complicidad con
un romano llamado Pilatos.

143
Pasó l a I nqu isición y los j udíos sobrevivientes fueron
retorn ando len tamente a sus u n iversidades, a sus l abo­
ratorios, a sus academias, a sus reloj erí as y a sus casas
de empeño. S i n embargo, de vez en cuando practicaban
con ellos un pogrom (ya apareció la palabrita que uste­
des ignoraban) en la R usia zarista o en cu alqu ier otro
país con gobiernos de esa calaña. 'También sucedían i n­
ciden tes desagradables en n aciones m ás civilizadas, tales
como el caso del j udío Dreyffus, que fue envi ado in j us­
tamen te a Cayen a por los franceses, y el caso del j udío
D israeli, que se vio en la necesidad de resolverle los pro­
blemas a la corona inglesa por muchos años.
Hasta que resucitó, m ás sangu i nari a ahora, la I nqui­
sición. En pleno siglo x x , un Torquemada de bigotitos
decid ió reimplantar l as hogueras, la quema de l ibros, los
po tros de tormento, el genocidio organizado, cu ando la
human idad andaba de lo m ás presun tuosa im aginándo­
se que se había civilizado. Y los j udíos volvieron a ser
los h ijos de la panadera.
Hecho este l igero resumen de la h istoria de la raza
hebrea y de l as principales persecuciones de que ha sido
objeto, pasemos a exam inar lo que está ocurriendo en
Caracas con La Voz del C omercio . Se trata de un perio­
diqu i to de mengu ado tira je pero muy escandaloso cuya
línea edi torial está encam inada a demostrar que los ju­
díos son los ú nicos responsables de todos los males que
aquej an a Venezuela : el paludismo, l a anqu ilostomi asis,
el an alfabetismo, el l atifund io, el peculado, la falta de
mano de obra especial izad a y el exceso de abogados.
Y que, en consecuenci a, es preciso l inchar a los j u díos.
Ahora bien, como en Venezuela no h ay suficiente
n ú mero de j ud íos como para efectuar un pogrom de ca­
lidad, La Voz del C o mercio propone que utilicemos a
los m i llares de jud íos que andan v agando por el mun­
do, expulsados por H i tler de sus propios países. He aquí

144
la receta : se hace saber al m undo entero que Venezuela
acepta como inmigrantes y con los brazos abiertos a los
j udíos persegui dos por Aleman i a ; los israelitas vienen
encan tados ; entonces nosotros l es cortamos hospitalaria­
mente l as cabezas.
Advierte por último L a V oz del C omercio que a los
j udíos se l es desenmascara por el nombre. No h ay que
dej arse engañ ar : todo ser humano que tenga nombre
j udío, es j udío o merece que se le trate como tal . D e­
bemos desconfiar de los i ncontables abrahames, isaaques,
benj amines, moiseses, d av ides, abeles, saras, rebecas, es­
teres y raqueles que en este país pululan . Olvida posible­
mente La Voz del C omercio que nuestro actual Presi­
dente de la República se llama Isaías y que el anterior
se l l amaba Ele azar, nombres ambos tan ranciamente j u­
díos como J acobo y S amuel . A propósito, ¿ qué estará
esperando el profeta Isaías para clausurar una Voz del
C omercio cuyo n azismo apesta a leguas?

145
SE AMPLfAN LAS CAUSALES DE D IVORCIO

L A VE R D A o es que al divorcio ya no le quedan sobre l a


faz de l a tierra sino dos enemigos : l a Santa M adre Igle­
sia y los colombianos. Advirtiendo de paso que en l a
actitud adversa del clero en tra como ingredien te u n a ele­
vada dosis de egoísmo. O dicho m ás llanamen te : como
los curas y l as monj as no se casan, poco les importa que
los demás se enzan j onen a perpetuidad.
El periodista lo d ice y lo repite : m ientras los cléri­
gos y las hermanas estén l ibres del l azo conyugal, el
Vaticano seguirá i mpugnando irred uctiblemente l a lega­
l idad del divorcio. Pero en c u an to les permitan el m a­
trimonio (que algún día, s i D ios quiere, se les permi ti­
rá), y el primer obispo se enfrente a l a primera suegra,
y le caiga sobre la m itra el primer escobazo, y lo lleven
a ver la pelícu l a que abomi n a, y le pongan los primeros
cuernos (que se los .pondrán, D ios median te) ; y en c uan­
to a la primera m adre su peri ora recién casada le llegue
el · primer marido a l as cinco de la mañana, oloroso a
Chane! N 5 , veremos o perarse u n a radical transforma­
.0

ción en los principios an ti-divorcio de n uestra amada


rel igión .
Lo de los colombianos es aún más i n admisible. Re­
conocemos que la hermana y vecina República tiene
m ás industrias que nosotros, m ayor n úmero de u n iver-

146
sidades y colegios, mejores transportes, una cantidad in­
creíble de godos y l iberales que se saben poemas de me­
moria, pero, ¿ de qué les sirve todo eso si no está permi­
tido el divorcio ? Tal interdicción obl iga al m arido co­
lombiano, y a l a esposa colombiana, cuando l es llega
el momento de no poder soportar m ás al cónyuge que
la Ley les h a deparado, a acudir al desagradable proce­
dimiento de espolvoreíl.rle arsénico en l as papas chorrea­
das del almuerzo.
En Venezuela las cosas son otro cantar. La Comisión
Codificadora Nacional acaba de aumentar, con un cri te­
rio tan moderno como h umanitario, a diez las causales
de d ivorcio, añadiendo de ese modo cu atro a l as ya e xis­
tentes. La Codificadora se n iega a dar a la publ icidad
sus resoluciones ; se defiende con tozudo hermetismo del
ased io de los reporteros. Sin embargo, este periodista h a
logrado investigar en fuente fidedigna que l as d iez causa­
les de marras serán estatuidas de l a sigu iente n1anera :
i . Será motivo au tomático de d ivorcio l a embria­
guez consuetudinaria del m arido, siempre y cu ando esa
embriaguez se traduzca en expresiones que menoscaben
la d ignidad de su cónyuge : qui tarse los pan talones en
el Teatro Mu n ic ipal, arroj arse de cabeza en la fuente
pública de Los Caobos, gritar « Abaj o el gobierno» sin
motivo justificado, mentarle la m adre a u n coronel de
arti llerí a, etc. Los borrachos pacíficos, los que l a cogen
llorona y los m iembros del Cou n try Club, estarán eximi­
dos de esta causal .
2. Será motivo de d ivorcio el exceso de cariño del
marido hacia la sirv ie n ta de adentro. En este caso, la
esposa tendrá dos recursos igu almente legales : d ivorciar­
se o desqu itarse con u n a tercera persona. Este periodista
está completamente a la orden.
3 . Otro motivo sine q u a n o n de divorcio será el ron­
q u ido nocturno de uno de los cónyuges. En caso de de-

1 47
n u noa, el j uez verificará por medio de sismógrafos es­
pecial es si la escala del ronquido es s uficien temente ele­
vada como para tras tornar el s uer1o de la compañera o
con1 pa:"'iero d e lecho. También se tendrá m uy en cuenta
el ronquido del aparato.
4 . Se mantiene como mot ivo de divorcio la incom­
patibil idad de caracteres. Si a uno de los cónyuges l e
agrad an las pel íc u l as de Ch arles Chapl i n y e l otro se em­
pe ñ a en ver Lo q ue e l vie n t o se llevó ; si el uno es
aman te de l a buena l i teratura y el otro un idiota de
esos que todavía leen a Xavier de Mon tepin ; si al uno
le place el caviar del Irán y el otro se desvi ve por la
ensalada de espi nacas ; hay man ifiesta i ncompati bilidad
de caracteres. Las d ivergencias deporti vas no se tomarán
en cuen ta, a menos que term inen a piñ azos.
5 . Otra causal con tu ndente de divorcio será el m or­
bo telefón ico, dolencia m ucho más frecuen te en el sexo
débil que en el otro, aunque de que los hay los h ay.
C u ando el m arido llame m ás de diez veces consecutivas
para advertir que no va a almorzar porque tiene u n a
reu nión de negocios ( ¡farsante ! ), o para decirle a su
muj ercita que la adora (también existen) y suene y re­
suene la c h ich arra del « oc u pado» , y la escena se repi ta
durante semanas en teras, el divorcio estará totalmente
j ustificado.
6. La esposa tendrá derecho a divorci arse automáti­
camente del marido si se descu bre que dicho marido per­
tenece a cualqu iera de los cuerpos de la pol icía (secre­
ta o no).
7. Estará bien fundado el divorcio de los hombres
c u ando l a mujer les haya salido llorona. Las mujeres
que lloran cuando recuerdan a una novia que tuvo su
esposo a los 1 9 años, l as que lloran cuando se les q u ie­
bra un j arrón de porcelan a o cuando pasan u n a semana
sin rec i bir l a visita d e s u honorable m adre, l as que llo-

148
ran c uando leen los versos de Amado Nervo, no tienen
derecho a casarse: A las m ujeres no debe permítírseles
que lloren sino cuando están d an do a l uz. En cuanto a
los hombres, el ún ico llanto lícito es c uando están j u­
gando dominó y levan tan m ás de cuatro dobles.
8. O tra causal aplastante de d ivorcio será la obesi­
dad. M ujer u hombre, quien sea, que a umente más de
vein te kilos d espués de con traer n upcias, deberá ser re­
pLI;diado por s u cónyuge, arroj ado del tálamo como u n a
ballena a l mar. « Los barrigones n o tienen opción al
amor» , Balzac.
g. No será solame n te j ustificable sino también acon­
sej able el divorcio c uando uno de los con trayen tes des­
cubra que su compañero o compañera de vida le ha sa­
l ido pavoso. Antes de dictar sentencia, será conven iente
que el j uez real ice algunos experimentos comprobatorios
con el acusado o acusada : sellar un c uadro de c aballos
a medias, invi tarlo al cine, frecuentar su amistad . En caso
de reacción positiva, el d ivorcio será concedido i nmedia­
tamente por el j uez que sustituya al difu n to.
i o. La m ujer tendrá s u divorcio g�ran tizado (y ésta
parece ser la única causal que acepta l a Iglesia Roma­
na) cuando el marido no se porte con10 «gitano legí ti­
mo» , véase «La casadq, infiel>> de Federico García Lorca.
El periodista, por su parte, opina que l a ún ica solu­
c ión j urídica superior al d ivorcio es no casarse.

1 49
¿ ES NECESARIA ESTA L LA MADA?

L A Compañ í a de Teléfonos de Caracas h a enviado a sus


suscri tores una circular apremiante encabezada por un
tí tu lo conminatorio : « ¿Es necesaria esta llamada?» . Pa­
rece que las máquinas están gravemente enfermas de sur­
menage y que el c úm ulo creciente de comun icaciones su­
perfluas amenaza con s ilenciar para s iempre al am igo
del rostro rec tangular y la boca de marci ano. El efecto
ha sido fulminante ; los suscri tores han temblado de pa­
vor. Una vez más ha venido a demostrarse cuánta razón
ten í a el general López Con treras cuando d ijo por radio
aquella frase suya tan original : « N adie se acuerda de
Santa Bárbara sino cuando truen a» . ¿ Qué va a ser de
C aracas sin teléfonos ? ¿ En qué ocu parán sus innumera­
bles horas muertas las n i ñ as de l a alta sociedad y los f un­
cionarios del Min isterio de Relaciones Exteriores?
Como es del dominio público, el teléfono fue inven­
tado por nuestro com patriota Manuel Madriz a fines del
siglo pasado, tras diversos y complicados experimen tos
en el corral de su casa, sin más instrumen tos que dos
potes de pe t i t-pois vac íos y una cabuyita. Infortunada­
mente, el nombre del auténtico inventor no pasó a la
pos teridad. Para ese en tonces llegó a Caracas u n a troupe
teatral denom i n ada l a Compañía Bell, con tratada preci­
�amente por el susodicho Man uel M adriz para el Teatro

150
N acional, y u no de los cómicos -Alej andro Graham Bell
se llamaba el abusador- le robó el i nven to al empresa­
rio, lo patentó en los Estados U ni dos y se hizo millonario.
Eso fue exactamente en 1 876.
Para diferenciarse en alguna forma _de los potes v a­
cíos de Manuel Madriz, míster Bell les agregó u n a ma­
nivel a. Con ese aditamento vin ieron a Caracas los pri­
meros teléfonos. Eran unos cajones l argos, con un par
de timbres en la corn isa y u n a repisita para descansar
el codo mien tras se hablaba. Los suscritores no ten í an
n ú n1ero sino toques especí ficos : un toque corto y dos
l argos, la Policí a ; tres l argos, otro l argo, uno corto y
otros dos también cortos, el Man icomio ; tres . largos, los
hermanos Pechio ; uno corto y uno l argo, los López de
Ceballos ; uno corto · .pero amarguísimo, el general Ci­
pri ano C astro. Los suscri tores ten í an derecho a levantar
la bocin a y escuchar l as conversaciones ajenas que m ás
les ten taran : sorprender por ejemplo a don Guillermo
Tell Villegas Pul ido proponiéndole a una dama casada
que se quitara la crinoli n a con él, o adel an társele en un
negocio al poet a del alto comerc io Tomás Sarmiento,
que era un tigre vendiendo quesos ll an eros.
Más tarde fueron suprimidos los teléfonos de 1nani­
vel a porque resultaron pavosísimos, ocasion aron el terre­
tnoto d':l 900, l a guerra del 1 4 y la gri pe espaüola. D i­
chas man ivelas fueron susti tuidas por seüoritas y de esa
tnanera entramos en la Ed ad Medi a de la telefonía. El
suscri tor descolgaba el auricular y esperaba u nos veinte
min u tos. En la cen tral se encendí a una l ucecita roj a, l a
seüorita de turno terminaba el capí tulo de la novel a d e
C arlota Bramé que estaba leyendo, s e chu paba u n ca­
ramelo acidulado para endulzar l as am arguras de aquel
l i bro y l u ego pregu n taba con su ton i to d ispl icente :
- ¿ Qué número ?
- 2 8 59
- .

151
- ¿ 2 8-59 ? ¡ Qué n úmero tan feo ! No lo encuen tro.
-Bueno, sefiorita, comuníqueme con la bodega de
Horno Negro que necesi to pedir medio kilo de caraotas
blancas.
Y la sefiorita decí a i nvariablemente :
-Ocupado.
Volvía a llamar uno al cabo de un cuarto de hora
y, si la señor i ta disfrutaba de mejor humor porque la
novela se estaba componiendo, lo comunicaba.
- ¿ Hablo con la bodega de Horno Negro ?
-No, sefior. H abla usted con la casa de l a fam i l i a
Lamache. ¡ Y no sea grosero ! Más horno negro e s s u m a­
dre . . . -y le tiraban l a bocina.
S in embargo, el teléfono con señori tas ten í a una sol a
ventaj a : eran menos frecuen tes que ahora ios insultos
anónimos por el aparato. Si lo llamaban a uno y le
decí an :
-Oye, bembeperro, ¿ es verdad que te comiste un
queso en la Renta de Licores ? Y además, ten cuidado
porque tu mujer te está volteando con el pi n tor T i to
Sal as.
A uno le quedaba el recurso de supl icar a la se­
ñori ta :
-Ten la bondad, mi j i ta. ¿ Qu ién era ese tipo que
acaba de hablar conmigo ?
Y la señori ta respondía servicialmen te :
-Quien lo llamó primero para cobrarle los ci nco
pesos que usted le quedó deb iendo del trueno de ano­
che, fue el cochero Conch a ' e P i ñ a . Pero quien lo puso
como un trapo fue Federiqui to León, el periodista -y
a uno le quedaba el consuelo de ir a buscar con l}n
ch aparro a Federiqui to, que med í a un metro vei n te, y
sacar su campañota.
Finalmente apareció el discado automático y se aca­
bó l a tranqu ilidad en este país. Los h i los de Graham

1 52
Bell comenzaron a trasmi tir palabrotas que antes no fue­
ron pronunciadas sino en l as covachas de Ei Silencio y
en l a prosa coprológica de José F óscar Ocho a. Ahora
n adie escribe anónimos. Los d ice por teléfono y se eco­
nomiza la estampilla.
Y por último la Compañí a de Teléfonos pretende
que, an tes de usar el aparato, uno se haga un examen
de conciencia : «¿Es necesaria esta lla m a d a?» Cómo se ve
que l a Compañí a no conoce a sus suscr itores. E ignora
que, aparte de los anonim istas y a mencionados, el 99 por
ciento de l as conversaciones que en Caracas se estable­
cen, puede clasificarse dentro de l as siguientes catego­
rías :
1 . La amiga que llama a l a amiga para contarle l a
película d e anoche ; « y e n eso llegó Cl ark Cable hecho
un sueño y le metió dos trom padas al sheriff, y Toñ i to
al lado mío tratando de meter mano, y la pobre Bette
D avies estaba tu berculosa, y Toñ ito avanzando sin con­
templaciones, quédate qu ieto, Tofi ito, que nos pueden
ver, e tc. » .
2. L a señ ora que no tiene n ad a que h acer y llama
a la o tra señora que tampoco tiene n ada que hacer para
h a blar horrores de otra sei1 ora que no hace nad a.
3 . El novio que llama desde la oficina a la nov i a
para decirle «mi puch unga» y q u e ella l e responda «mi
tuyuyo » , « ¿ me quieres ? » , «cantidad» , « ¿ de qué tama­
ño ? » , «de aquí al cielo » , ((qu iero un bes i to» , « ¿ dónde ? » ,
« en su trompita» , « bueno» . « ¡ qué sabroso ! » , « ¿ y tú me
qu ieres a mí ? )) , lo que se llan1 a un d i álogo de Platón .
4. El zagaletón id iota que d isca un n úmero al azar
y después pregunta : « ¿ H ablo con la Maternidad, jó.
jó ? » ; « ¿ H ablo con la Casa M adre, jé, j é ? )) ; « ¿ H ablo
con la Floristerí a M adreselva, jí, j í ? )) ; y tod aví a anda
suelto.
...

:.J .
Las sol teron as feas pero con voz d e contralto que

1 53
llaman a l as red acciones de los periód icos y le d icen
suspirando a la primera voz masculina que les salga :
«mi vida es una inmensa soled ad» .
Todas son llamadas necesarias, estrictamen te necesa­
rias para preservar el orden social, garan tizar la paz pú­
blica, proteger al país de l as préd icas disoci adoras. « El
teléfono es el opio del pueblo» , dec í a Len i n .

1 54
PED R O SOTILLO ENTREVISTA A CANTI NFLAS

E L actor de cine · mexicano M ario Moreno, «Canti nflas,,,


se encuentra en Venezuela. Los d iarios anu nci aron que
llegarí a anteayer pero no llegó finalmente sino ayer, o
tal vez llegará hoy que es lo m ismo, o no llegará que
tampo es igual, y bajó o bajará del avión con los pan­
talones a pu n to de caérseles y la gabardina tendida so­
bre el hombro enfranelado. El poeta Pedro Sotillo, di­
rector de El Universal, se encontraba en el aeropuerto
cu ando aterrizó Cantifl as, mas no en su condición de
periodista, ya que los directores de periódicos no van
profesionalmente a los aeropuertos sino cuando salen de
viaje. Estaba ahí don Pedro por casu al idad o coinciden­
cia y cuál no sería su sorpresa al observar que n i ngún
reportero de El Universal aparecía por aquellos con tor­
nos. El periód ico de mañana iba a salir sin decir un«;l
palabra del famoso visitante de hoy. A Pedro Sotillo no
le quedaba otro recurso sino el de hacer él m ismo la
en trevista de rigor, ¡ mald i to sea !
- ¿ Qué opina usted de nuestra Ley de H idrocarbu­
ros ? -le pregu ntó al huésped para comenzar.
-Pues verá usted -respondióle gen tilmente Cantin­
flas-. Es una Ley como quien d i ce rechula, ¿ no es cier­
to ? Resulta que yo no l a conozco n i de vista, pero como
ustedes tampoco la conocen, viene resultando para los

155
efectos visuales que entiendo tanto de leyes como uste­
des, de cierta m anera especial. U no tiene su h idrocar­
burito, mano, y no sabe qué h acer con él, menos el doc­
tor Alej andro Pietri que se compra u n Goya de seis
cili ndros, u n a inversión especí ficamente, ¿ cómo d i re­
mos ?, pinacotéqu ica. Los escri banos escri ben l a Ley, la
leen l as compafi í as petroleras, si acaso saben leer, que
no lo dudo, porq ue esas v iej as saben de todo, ¡ qué bár­
baras ! , y se reú ne el Congreso en sesiones extraord i n a­
ri as y le pega al v i ático en la mera torre, ¿ no te pare­
ce, cuate ?
-Muy pragmática tu cogitación -le respondió sere­
namen te Pedro-. La praxis que i nterfiere n uestros sue­
ños es ní tida : cu ando u no empieza a bal bucear el
despertar del espíri tu, se te atraviesa S ilva en la ad­
tni n is tración con su concepto metafísico de l as tres l is­
tas.
Can ti nfl as balanceó el tórax de lado y l ado, como
esquivando u n a estocada, se cepilló l a gabard i n a y dijo :
- ¡ Ahí, don Pedrito !
- ¿ Qué le parece la Reguladora ? -le pregun tó el
poeta Sotillo sin dej arlo respirar.
-La Reguladora regular! como su nombre lo i ndica,
¿ no es así ? S ucede que los frijoles, que aqu í ll aman ca­
raotas con un sentido, v iéndolo bien, poco botánico de
la falta de ignorancia, los susodichos frijoles se empeñan
en presumir de espárragos y, n aturalmente, l a Regula­
dora les sube el precio por encopetados, usted lo capta,
¿ verdad, man i to ? En lo concerniente o referente, que
no es la n1isma cosa, a l as casas o domicil ios, verá usted,
¿ qué importa que estén por l as n u bes ? , con no pagar
el alquiler basta y sobra, a lo macho, para eso son us­
tedes mexicanos, ándele no m ás. Mucho más grave, muy
mucho un verdadero l atroci nio, es que se pongan a re­
gul ar la trata de bl ancas esos barrabases, porque uno

1 56
sale can nosarnente u n sábado por l a noche y no tiene
sino veinte pinches centavos y ¿ cómo h ace ?
-Es u n a l as timera calamidad, amigo mío, vani t as
vanita t u m --díjole Pedro-. Confórtese pensando que l a
vida está colmada de providencias i nefables. Yo n o creo
u n a palabra de lo que dice el Eclesiastés. Siempre tro­
pieza uno a malandrines que desdeñ an el escalafón ló­
gico de las jerarquías. lJsted v iene a torear a este país
y de buenas a primeras le ofrecen la d irección de El
Nacio n a l. Porque no h ay sen tido de la realidad s i no
u nos cuantos bribonzuelos pergeñando versos malos y to­
mando coca-cola en el desayuno.
- j Sí, papi ! -dij o respctuosan1cn te Cantiní las.
- ¿ Y cuándo cree usted que se acabará esta guerra,
compadre ? -volvió a pregun tar Pedro.
-La guerra --dijo Cantinfl as- es una epidemia que
concluye de cierta manera repentina, si es que concluye.
El d í a menos pensado amanece el conglomerado en ple­
na paz, sien1pre y cuando no siga el bombardeo, que es
ahí donde está el detalle más tétrico, por así decirlo sin
med i as tin tas. El mejor termómetro es el ejército i ta­
l iano, pienso yo si usted no d ispone otra cosa, purititos
meli tares de carrera en el buen sen ti do de la palabra.
C uando el ejército i tal iano se metió en Francia era por­
que dicha Francia estaba como qu ien d ice al borde de
la tumba fría. Ahora que el ejército i taliano empieza a
hablar de fraternidad, que si los hombres son todos her­
manos, que si l a palomita con u n ramo de ol iva en el
pico, debe ser que los alemanes andan cuasi cadáveres
funerarios. U no no sabe lo que piensa hasta que no lo
ha pensado, j m ira cómo eres ! , a mí me da coraj e v er
a los n azis que han perdido Rostov, K arkov y l a ver­
güenzov en una chaparrita semana. Es que ellos tam­
bién se raj an, cuate, y la m isma copa del dolor van a
apurar en el frente africano, siempre y cuando exista

1 57
todavía un frente africano, porque según me ha pla­
ticado . . .
-Todos nos enfren tamos a esa hecatombe organiza­
da que hace tem blar los cimientos del cosmos, amigo
Can tinfl as -lo i n terrumpió Pedro-. ¿ Qué pensará un
ruiseñor dorm ido en la cuenca de una granada ? Bajo el
col apso de los siglos, en los estratos cristal inos de l a h is­
toria, H itler quedará paleon tografiado como un loquito
hiperclorhídrico.
-Me recon tragusta este país de ustedes tan r�tepa­
recido a Atotonil co, uyuyuyuy -d ijo generosamente Can­
tinflas-. O mejor d icho, no puedo garantizar que me
gusta propiamente porque todavía no lo he probado, sino
que me sien to incl inado, si usted no se opone, que n o
creo q u e tenga razones fam il i ares para oponerse, a ren ­
d ir homenaj e s i nceramen te, valga l a expresión, a lo que
castizamente hablando nos conmueve ese rincón del es­
píritu que llam an alma, sí h asta ganas de llorar tengo,
con cierta confianza gen u i n amen te irrespetuosa. ¿ Nos to­
mamos un tequi lita ?
-Nos lo echamos -dijo Pedro-. En los albores del
medioevo, un lego numismá tico y alqu im ista ataj ó las
parafern alias de su liturgia para alq u itarar los d ulzarro­
nes el íxires benedictinos. O, como d ice Paco Vera cuan­
do la da por los latinazgos de Pero Grullo, in vi n o
veri t as.
- ¡ A s us órdenes, jefe ! -d ij o Cantinflas.
Y El Un iversal se quedó s i n entrevista porque de
Maiquetía no s u b ieron .

158
YO SOY U N G RA N BILHARZIANO

Y N I N G U N A vergüenza me causa confesarlo porque la


bilharzi a es l a enfermedad de moda y tiene m arcada pre­
d ilección por los i ntelectuales. Según l as estadísticas del
Min isterio de Sanidad, en n uestra Academi a de l a Len­
gua y en nuestra Asociación de Escritores, el único ocu­
pan te que no sufre de bilharzi a es el portero.
Los médicos sostienen que l a bilharzi a es u n a enfer­
medad terri ble, prima h ermana de l a sífilis, aunque se
obtiene en forma mucho m ás honesta que su parienta.
Las cruces de bilharzi a se confiesan en público en tanto
que l as cruces de l a sífi l is perm anecen veladas, soterra­
das en el camposanto de nuestros secretos. ¿ Quién se
preocup a de ocultar un a enfermedad que llega h asta
nosotros en las linfas cristalinas del Guaire, en la tersa
corrien te del río del Valle, o en el cristal dormido de
los pozos de Los Chorros y Turmerito ? L a bilharzi ::i
es el achaque bucól i co de aquellos q u e en su j uven tud
se fueron de pic-n ic con sus primas o de los que en su
infancia se jubil aron de l a escuela para ir a bañarse al
río. Si existe un caraqueño auténtico que no haya h echo
en tiempos pasados algu n a de esas dos cosas, que lo ca­
nonicen por bolsiclón .
Lo que jam ás he podido comprender es lo i n creíble­
mente caprichoso que es el microbio bilharziano para

1 59
escoger sus víctimas. En primer térmi no, l a bilharzia es
una enfermedad que no se conoce sino en ciertos países
del Asia y . . . en Venezuela ; ¡ qué disti nción tan meri to­
ria ! Y en segundo término, no se hospeda sino en l os
organismos de dos seres vivos : el caracol y el hombre,
excl usivame n te. Bien puede usted sumergir en l as aguas
con taminadas de los ríos aragüeños, o en l as aristocrá­
ticas y no menos contaminad as piscinas de La Florida,
c ualquier animal : un perro, una paraulata, un morro­
coy, un rinoceronte, que, de no ser hombre o caracols
muj er o caracola, el microbio de la bilharzi a lo n1irará
con el más profundo desprecio. Quién i b a a pensar que
aquellos agoreros cadáveres de caracoles sonrosados que
colocaban nuestras abuelas tras de l as puertas, eran l as
víctimas que en l as riberas de los ríos dej aba l a bilhar­
zia. Y quién iba a sospech ar que con tan recatado gas­
terópodo nos un í a el ví nculo sen timental de una maldi­
ción común y legendaria. Por m i parte, desde que me
en teré del nexo patológico q U ( nos her�anaba, he de­
j ado de comer caracoles que, h ablando sinceramen te, no
me gustaban m uchote.
Después que el m icrobio de la b ilharzia se i n troduce
en el organismo, permanece varios meses meditando el
si tio que va a elegir como morada. H ay bilharzi as que
prefieren la urban ización abdominal. Por cierto que és­
tas hi nchan al paciente de una m anera tal que, si se
trata de una señorita, corre el riesgo de que le levanten
un falso testimonio. No obstante, l as parroquí as favori­
tas de la bilh arzi a son l as vísceras m ás nobles del cuerpo
hum ano : el corazón y el h ígado.
L a bilharzi a que se hospeda en el corazón produce
en el anfi trión una crisis agud a de sentimental ismo ; se
le despiertan pasiones volcánicas por l as mujeres que lo
circundan ; no h ace d iscriminaciones estéticas ; de mos­
qu i to para arri ba, todo es cacerí a. Menos mal que, como

1 60
con trapartida del d año, l a m isma enfermedad le obsequia
l a llamada «mirada bilharzi ana» u «oj o bilharziano» que
conlleva una dulzura en las pupilas por demás atractiva.
¡ Cuán tas m ujeres virtuosas se h an perdido, m ártires de
una m irada bilharziana bien emplead a ! Aconsej amos vi­
v amen te a aquellos compatriotas, a quienes el amor no
les ha acarreado h asta la fecha sino desaires y fracasos,
que se dediquen tesoneramente a atravesar el Guaire
con los p antalones arremangados, en procura de l a m ira­
da bilharzi ana que les servirá para rendir los corazones
femen inos m ás i nasequibles.
O tras bilharzi as, entre ellas l a de este humilde ser­
vidor, seleccionan el hígado como 1 ugar de residenci a.
Este tipo de bilharzi a no debería denomi narse schos t o­
miasis manzoni, como l a bautizó m i amigo el doctor Ruiz
Rodríguez para que l a gente se i m aginara que él sabí a
l atín, sino sch os t o m iasis ca lumn iosa. Porque al no m ás
comenzar uno a sentir sus efectos, lo asaltan familiares
y amigos con diagnósticos degradantes :
- ¿ Estás viendo ? Yo te lo previne. Es que tú bebes
demasiado, chico.
Y no h ay m anera de h acerlos rectificar porque el ca­
m uflaje de l a bilharzia es tan perfecto que llega a pro­
d ucir cirrosis hepática y h asta de lirium t remens si uno
se descuida• Me parte el alm a pensar en tantos abuelos
y bisabuelos n uestros que murieron abstemi amente bilhar­
zi anos en épocas pretéritas, convencida erróneamen te la
familia de que era l a noble y v iej a caña el vehículo que
los conducía al sepulcro.
Cuidaos de l a bilharzia, compatriotas. No os bañéis
en los ríos y, si queréis tener una m ayor seguridad, no
os bañéis en ni nguna parte, que ningún descendiente de
españoles se h a muerto de eso. No olv idéis que la bilhar­
zia puede desembocar en tres consecuencias igualmente
terri bles : la cirrosis, la defunción y el hemético.

161
Es ind udable. No se puede d isertar sobre l a bilharzi a
s i n mencionar en tre sus cal amidades al hemético. E l he­
mético es otra enfermedad que emplean los médicos para
curar la bilh arzia. Se trata de u n as , inyecciones que pro­
ducen toses espas � ód icas, tem blores febriles, dolores en
los h uesos y un suefio idiotizante. El hemético, amigos
míos, es u n i njerto de tosferin a con pal udismo y de
cól ico con senectud.
Lo cierto es que yo me estoy poniendo m is inyeccio­
nes de hemético, como deberí an pon érselas los 45 .000
caraquefios que sufren bilharzi a, según los cómpu tos del
doctor Pifano, en tre los cual es (si D ios quiere) te encuen­
tras tú, lector que me estás leyendo con una sonrisa des­
defiosa : hazte el examen y aparecerán l as cruces. Y me
las segu iré poniendo porque en l a eficacia de esas in­
yecciones abom in ables reside la salvación de ini h ígado
y, aunque tal vez me habría resign ado a morir de u n a
cirrosis adqu irida en gall arda l i d , m e resisto a fall ecer d e
una bochornosa cirrosis de c aracol i to.

[ i 9 4 3]

1 62
BIOGRAFÍA D E U N SOBAD O R

H o Y , cuando los grandes titulares d e l os periódicos m ás


venerables son acaparados por las h aza ü as de los gángs te­
res en cu adri llas, los contraband istas de drogas, los tra­
tan tes de blancas, l as bandas fascistas y otros pel igrosos
especímenes del su b-género h umano, nos hemos sen tido
reconfortados al en terarnos de la reciente y desusada apa­
rición de un sobador por los l ados del C allejón Lour­
des. El sobador es una sil ueta evocadora de las cari fiosas
costu1nbres venezolanas del siglo pasado ; una sutil re­
membranza de las deleitables historias que nos relata­
ban nuestras tías solteronas entre aromas de albahaca
y versos de Abigaíl Lozano.
Y o te sal udo, sobador c araqueño que brotaste an acró­
nico a 111ed iados del siglo veinte, trasnoch ado exponente
de u n goce h umilde e inofensivo, intrépido galán que
-lej os de escurrirte cobardemen te en tre l as multitudes
como los rascabucheadores modernos- expones las fac­
ciones de tu cara al furor ele las u ñ as de tus hon1ena jea­
das. Yo ensalzo la sinceridad de tus intenciones, tu pre­
ocu pación hedon ista en den1ostrar que no todos los ru-
1nores nocturnos son pisad as aviesas de rateros en ejer­
cicio, sino que todavía existes tú, quij ote del amor fugaz,
ron1eo de la caricia escamo teada, abelardo de las eloísas
descon ocidas, dispuesto a arriesgar la l i bertad y la vida

1 63
en aras de u n a platónica percepción de l a belleza feme­
nina dormida.
H ace unos cu antos a ños conocí a u n sobador profe:
sional en el ocaso de sus f acuitad es. Fue m i amigo . E n
m is conversaci ones con é l logré j us tipreci ar l a pureza d e
sus ideal es y l a firmeza de sus principios. E n homenaj e
a Toribio García, que así s e llama e l sobador desc u bier­
to anteayer en el C allej ón Lourdes , traigo hoy a estas
páginas los rasgos b iográficos de aquel ilustre colega
des a parecido.
Casimiro M an osalva n ació en la esq u i n a de Qui ta
C alzón h ace m ás de c incuenta años. Su padre, u n amo­
l ador i tal iano con veleidades ducales (óigase a Rigolet to),
l o abandonó antes del parto, es decir, antes de que l a
m adre d iera a l uz a C asimiro. E n cuanto a l a m adre, l a
pobre M ary ( M ary Tornes) murió cuatro meses después
con m ás bacilos de Koch entre pecho y espald a que l a
D ama de l as C amel ias. Es u n a h istoria muy triste. C asi­
miro h abría seguido l os pasos de su progen i tora a no
ser por un caballero chapado a l a an tigua que aspiraba
a conqu istar el cielo por medi o de la caridad practican­
te, l as oraciones al Santo N i ño de Atocha y unas pie­
dras en la vej iga que ríase usted de los sufri n1ientos
de Job. El filán tropo se llamaba modestamente G u iller­
mo Tell Bol ívar y ten í a estableci d a u n a venta de faj as
abdomi nales en l a Calle Real de C andel ari a.
Sin embargo, al i n tentar la educación cristiana de C a­
sim i ro, el señor Bolívar pasó m ás vergüenza que u n fraile
capuchi no e n una casa de lenocin io . El chaval d emostró
desde pequeñ i to desmedidas aficiones al manoseo : prac­
ticaba u n catch as catch can desenfrenado con l as· d i­
versas cargadoras que el señor Bolívar le puso. M ás tar­
d e, su paciente tu tor v iose obligado a encerrar a l as s ir­
vientas y coci neras con candado, y también a l as galli­
n as, y a l as pelotas de foot-ball, y a l as trampas de ra-

164
tones, ya que C asimiro, en cuan to n o divisaba cuerpo
de mujer a quien pasarle l a man o, se l a restregaba a
cualquier animal u obj eto del sexo feme n ino, así se tra­
tara de u n a penca de tuna.
Al percatarse C asimiro de la desconfianza que s u pa­
dre adoptivo le profesaba, abandonó d ignamente el hogar
en u n a n oche oscura, s in más equipaj e que dos moldes
de gelatina y u n a estatuilla de la Ven u s de M il o que el
señor Bol ívar tení a en l a sala y con cuyas curvas sol í a
en tren arse Casimi ro despiadadamen te. Para esa época el
·
sobador de n uest�a h istoria contaba i4 años y no había
leído en su vida s in o dos l i bros, a c u al más corruptor:
el Catecismo de R i palda y Bola de se bo de Maupassan t .
¡ Qué amargo s e comportó el destino c o n aquel ado­
lescente descarriado en u n a época en que no existían ca­
sas h ogares n i institutos reeducacionales ! La ú n ica pro­
tección para l a i nfancia era el garrote paterno; l a peda­
gogí a moderna la pon í an en práctica l os curas sales i anos
a palmetazo l impio. C asimiro fue recapturado por su
tutor y v agó de i n ternado en i n ternado, conformándose
con moldear mu ñequitas de cera en l os recreos y atis bar
por el ojo de la cerradura los retratos de bataclanas des­
n udas que orn amentaban l a celda del padre Veland i a .
A pun to d e cumpli r su mayoría d e edad, Casimiro
se enamoró y fue correspondido, para desgracia suya.
S ucedió que la novia ten í a tal cantidad de espin i llas en
el cuerpo que, al cabo de dos seman as, a C asimiro se le
pusieron ambas manos como lomo de puercoespí n . D e­
j ól a C asimiro por otra y esta segun d a le resu l tó man i áti­
ca del adelgazamiento vol un tario; no comí a sino ensa­
l adas; a los tres meses era h ueso no más; C as imiro re­
ci bí a más puyazos que un toro de l i d i a; también l a dej ó.
A n te aquel c úmulo de fracasos y decepciones, C asi­
miro decidió morirse. Y se murió. Al menos se con trató
como muerto en un cen tro espiritista durante varios afíos

165
que fueron los mej ores de s u vida. S u traba j o consistía
en asistir en calidad de d ifun to a las sesiones metapsíqui­
cas que se celebraban en esta capital . F ue l a ú n ica etapa
de legal idad que disfru taron los sobidos de C as i miro.
L os organ izadores l o in troducí an de an temano en el cuar­
to donde i ba a celebrarse el experimento y él espera­
ba, d isimul ado detrás de un escaparate, la hora del
trance.
- ¡ N apoleón ! Yo te convoco, Napoleón, ven a n oso­
tros, Emperador . . . -d ecí a el méd ium, o mej or, la mé­
d i um, porque si el m éd i u m era varón Casim i ro no apa­
recía.
Pero s i era una méd i um, C asimiro se fa j aba como
l os buenos, s i n poner atención a l as protestas de l a
teósofa :
-Napoleón , N a poleonci to, por favor, ¿ tú cómo que
te imagin as que yo soy J osefi n a ?
(Dígame e l banquete que se d i o Casim iro u n a n oche
en que cuatro señoras sol as decid ieron convocar al es­
pí ritu del general Cipriano Cas tro. Aquello fue la ba­
talla de Tocuyito.)
Pero tan to bienestar concl uyó para Casimiro por cul­
pa de su i n debida preparación escol ar, ya que los pa­
dres s alesianos le habían enseüado a j ugar foot- ball y
a rez ar el yo pecador pero n o le d ij eron u n a pal abra
_
de la l i teratura francesa. El desastre ocurrió c u ando u n a
seüorita rubia, bastante apeti tosa y medio bachi llera,
excl amó en m i tad de u n a sesión :
-Yo quiero que venga J orge Sand .
Y Casimiro, a quien n o pod í a pasarle por l a mente
que J orge Sand -con ese n ombre fach endoso de can­
tador de rancheras mexican as- h u biese sido en vida
una escri tora romántica, respondió con apasion ada voz
de barí tono :

166
-Aquí estoy, amor mío. 1�ócale los bigotes a tu J or­
gi to -armándose en el acto tal prendedera de l u ces y
tal sampablera que C asimiro sal ió con diez pun tos de
su tura y perdió el empleo.
Después sobrevino u n a época dura y clandestina de
saltar tej ados, agazaparse baj o los catres, col arse como
una sombra en los i n ternados de seüoritas, h u ir a l a
desbandad a persegu ido por policí as, maridos y padres
de familia. C ansado a la postre de tanta l ucha, cruzado
el cuerpo de cicatrices y el alma de desilusiones, C asi­
miro decidió dedicarse a la mend icidad .
I b a de puerta en puerta, pidiendo el pan para los
h ijos que no ten í a, arrastrando su vocación estet icista
como quien arrastra por el rabo u n gato nluerto. H as ta
q ue u n día aciago llamó a l a verj a de u n a quinta y sa­
l ió a recibirlo una hermosa señora, envuelta en u n trans­
parente kimono j aponés.
-Una l imosnita por el amor de D ios -d ijo C asi-
m1ro.
-Perdone, hermano.
-Aunque sea un cen tavi to.
-No tengo senci llo.
-Aunque sea un bollo de pan.
-Hoy no vino el pan adero.
-Aunque sea u n vaso de agua.
-Tan1 poco vino el agu a.
En tonces Casimiro exclamó filosóficamen te:
-Pues me conformaré con u n a sob ad i t a porque lo
que soy yo no pierdo mi viaje.
Y la sobó en gran escala, desde el estrecho de Beri ng
h asta l a Patagonia. Pero, c uando andaba por las i nme­
d i aciones del i tsmo de Panamá, se apareció el marido
de l a pacien te y le metió cuatro tiros a C asimiro, dej án­
dolo esta vez m ás d ifunto que mej illón de pote.
Desde aquel engorroso i ncidente, mi a1nigo Casin1 i-

167
ro M anosalva descansa e n paz, sofl amado en el caldero
más cal uroso del infierno, lo m ás le j os posible de las
once mil vírgenes, amén . .

168
LA MAESTRICA DE A R ITMÉTICA

N o P V E DO pensar en mis condiscí pulos sin imagin árme­


los c omo eran hace v arios l u stros, n o gente respetable
como son hoy. Los recuerdo apiñados b aj o los aleros de
aquella escuela primaria, s i t u ad a entre l as esqui n as de
Palma y M u n ic i pal, aferrados a los pupitres donde cada
cual grababa con el cortaplumas l as frases más acordes
con sus i ncli n ac iones y sen t imien tos. M an ue l Acost a Sil­
va, hoy médico afamado pero para ese en tonces zagalejo
de coco rapado a quien apodábamos c ariñosamente C a­
beza de Tvfartillo, era u n q ueru b í n catól 1 ico que n os rega­
l ab a medallitas e i nscribí a en l a tabla del pupitre leyen­
d as piadosas: « Gloria a Cristo Jesús». J osé Antonio M ar­
turet, en cambio, hoy con t u ndente abogado y d i pl omá tico
s util, grababa en l a madera insolenc i as tan estruendosas
que los demás temblábamos por l as torturas que l e se­
rían aplicadas en l ?s. i nfiernos c u ando le correspondiera
d ar el salto del tordi to, s al to del tord i to que todav í a
seguimos esperando.
Lo más primoroso de aquella escuela era l a maestrica
de Ari tmét ica. No ten íamos nosotros sino siete años , pero
a los siete años se adquiere uso de razón, según l a doctri­
na católic a, y el u so de razón recién adqu irido n os i nd i­
caba que aquella maestra estaba estu penda. ¡ Qué mira­
d a tan dulce! ¡ Qué ritmo en e l paso! ¡ Qu é i nnata rea-

169
leza ! ¡Qué piernas tan lindas ! Con precoz ansiedad se
la quedaba mirando el m ayorcito de nosotros, un zaga­
letón de nombre R aúl Leoni, recién llegado de Guayan a
con u nos crespos que hoy nos l ucen inverosímiles , y cuan­
do ella le preguntaba :
- ¿ Qué me ve usted tan to, niñito Leon i?
Él le respondí a sin inmu tarse :
-En este momen to la boca, maes tra.
Todos empezamos a llegar peinaditos, con l as me­
dias en su puesto, h aciendo esfuerzos por com petir con
Inocente Pal acios, que acababa de obtener el premio del
nifio m ás buenmozo de C aracas en u n certamen promo­
vido por El Cojo Ilustrado. Y los que no confiaban m u ­
cho en sus atractivos físicos pon í an en j uego su inteli­
gencia, como fue el caso de Rafael Vegas, quien para
ese entonces no soñaba con ser Ministro de Educación
como lo es en la actualidad, y le escribió a l a m aestra
u nos versos que comenzaban así :

l\1aestra
que rne enseriaste la suma,
que rne enseñaste la resta,
que me lo enseriaste todo...

Es imposible olvidar tampoco a U berto Mondolfi,


u n it alianito lascivo que se agachaba a cada instante a
recoger el lápiz e n persecución de u n ángulo propicio
para divisarle m ás allá de las rodillas a la preceptora.
Ni a Pedrito J uliac, un trigueño refistolero que baj aba
desde La Pas tora con su cuellito de m an n .e ro y que,
cu ando la m aestra le pregu ntaba:
- ¿ C uán to es g por 7, Pedrito ?
Él le respondí a vuelto u n caramelo de chocol ate :
-¡Lo que usté quiera, mi blanca!
¡Qué m aes tra, hermanos míos, qué m aestra ! Y de

170
qué manera tan apasion ad a nos consagramos al estudio
de la aritmética, de la suma de quebrados, l a regl a de
tres compuesta y o tros conoc imien tos i n aplicables. Nada
querí amos saber de l a gramática porque el profesor era
un franchute llamado Monsieur Vaamonde ; despreciá­
bamos l a geografía porque las clases las d aba un tipo
de tres metros de l argo a quien apodábamos Z amorota.
Y cuando nos topábam0s en la calle con u n alumno del
Inst i tu to San Pablo, l e decí amos despectivamente :
-Si v i eran ustedes l a cl ase de maestra de Ari tmé­
tica que tenemos. E n cambio ustedes, infel ices, apren­
den a dividir con R oberto M artí nez Centeno. ¡ Qué d i ­
ferencia !
Andábamos tan ena1noradós de l a maestra que nos
daba u n a vergüenza i nenarrable ped irl e perm iso « para
ir afuera», i nhi bición que fue l a causa de un chasco tre­
mendo sucedídole en plena clase a �Iiguel Ch apell í n ,
prosaica peripec i a q u e no considero oportuno n arrar
ahora.
La verdad es que éramos fel ices. H abí a un catirito
barroso llan1 ado Carlos Pérez de l a Cova que se gast a­
ba d i a bluras desaforadas -orques taba cigarrones, echaba
popa, encendí a triqu itraques- con la fi nal idad preme­
d i tada d e que l a maestra lo llamara y le orden ara :
- ¡ M i re, 1nonada, arrodí llese a llí !
Y él se arrod i llaba enternecido, cerquita de sus pies,
poní a l os oj os en blanco, j un taba l as manos en act i tud
de oración y se le declaraba :
- ¡ Yo l a adoro, nl aestrica !
También recuerdo a Ramón Roj as G u ardi a, u n ca­
n i llón que se robaba a la rebati ñ a cambures y n1anza­
nas en los puestos del Mercado, a travesaba cuadras en­
teras h uyendo de los fruteros enfurecidos que lo perse­
guían e i rrumpí a fin almen te en el salón, recitando con

171
voz de carnero degollado bellas frases aprendidas en el
Libro Primario de Mantilla :
-Es tos fru tos los recogí esta mañana temprano en
m i huerto para usted .
Un l u nes de lluvia sucedi ó l a tragedia. La m aestra
no v i no hoy, ni mañana, n i el m iércol es. Un m aretazo
de angustia nos bañó los rostros. ¿ Es tará enferm a ? ¿ Se
h abrá muerto ? ¿ La habrán cambiado de escuel a ? U n a
comisión subió hasta e l escri torio del D i rector, q u e era
el doctor Teodosio V. S ánchez, oriundo de S an C ri s­
tóbal.
- ¿ Qué le h a s ucedido a l a maestra de Aritmética,
docto r ?
Y el D irector n o s respondió con uno d e esos eufe­
mismos que tanto placen a los tach irenses:
-Pues cómo les parece que la m aestra de ari tmé­
tica está multipl icando en u n a clínica.
D esde aquel día se acabaron para nosotros l as cien­
cias exactas. El drama concluyó cuando v imos en trar al
profesor sustitu to, el bachi ller Telmo Romero, a quien
por represal i a bautizamos con el oscuro sobrenombre de
Chopelote. C uando Chopelote i n tentó dar l a primera cla­
se, un clamor se levantó desde los bancos de atrás :
- ¡ Que h able J óvito ! ¡ Que h able J óvito !
Desde los s iete años J óvito era el orador de orden
de nuestra generación. Y habló J óvito :
«Ci udad ano m aestro, queridos cond iscípulos, ¡pueblo
de Caracas ! Con el corazón embargado por la zozobra,
subo a esta tri buna para enarbol ar, sefiores, m i palabra
i nfantil de protesta, para dej ar constancia de m i párvu­
l a rebeldía. ¿ Qu ién transige gustosamente en trocar una
flor de m ayo por u n congorocho ? ¿ Qu ién es capaz de
desdefiar el canto de la alondra para escuchar el grazni­
do del alcatraz ? N ad ie, respetado maestro, por m ás can­
doroso y sieten1esino que sea. E n consecuencia, i n terpre-

172
tando l a repulsa responsable de todos mis condiscí pulos,
os d igo paladinamente : ¡ No os queremos ! »
Grandes aplausos subrayaron l as i nspiradas pala bras
de J óvito. Solamente él, el maestro, Telmo Romero, per­
maneció i nmóvil y al icaído como l a esfinge del desierto.
Cu ando se repuso, abandonó el salón sin articular u n a
sílaba y f u e a refugiarse en e l bar de l a esquina que, s i
m a l n o recuerdo, s e llamaba «El Tango» . A h í , para ol­
vidar la afrenta, se emborrachó por vez pnmera.
Y hasta el sol de hoy.

173
MIENTRAS N O LLEGA EL AUTO BÚS

Novela corta.

HACE ya algún tiempo salió de l a escu ela, rumbo a su


casa, la nii1 a Nelly Vi n agreta, hermoso querubín de n ue­
ve años de edad y c h upeta en m ano. Para ese en ton ces
Nelly cursaba primaria elemen tal y l a ú n ica mala pal a­
bra que conocí a era « pu pú » .
Serían las o nce y pico de l a maiiana de u n viernes
cuando Nelly, respe tuosa de l a disc i pl i n a m un ici. p al y
de l as buenas costum bres, tomó su p�1esto e n l a col a de
u n a de las paradas que amen izan los alrededores de la
Plaza Bolívar. El a u tob ús que esperab a h abría de cond u­
cirla a su lej ana, proletaria y polvorien t a parroqu i a de
Catia.
L a presenc ia de Nelly pasó i n advertida para sus com­
paiieros de resign ación. Su vecino de la izqu ierda era u n
es tudian te d e Derecho, algo pedan te como suelen ser los
es tudiantes de esa F ac u l t ad en todas partes del mu ndo,
que ni siqu iera se dignó baj ar l os oj os para cerciorarse
de la proxi n1 idad de la ch iqu ill a. S u vecino de la dere­
ch a era un modes to y an tiguo empleado de l a C anci lle­
rí a, oloroso a cerveza y a sandwich de anchoa, que n i n­
gú n M i n istro se a trevía a desti tuir porque era el ún ico
que sabía manej ar los archivos.
La cola era u n a sola sombra l arga. Nelly logró d i ­
visar a lo lej os y a lo cerca los m ás variados especíme-

174
nes de l a sociedad con tem poránea ; obreros con e l sin­
dica to disuel to ; padres de fam i l i a 1naldiciéndole l a ídem
a la J un t a Regul adora y persigu iendo en l as nubes la ru ta
as tral de los comest ibl es ; coc i neras con la cest a en el
brazo y Jorge Negrete en el corazón . Nadie prestó aten­
ción a l a pequefia Nelly, salvo un anci ano de barbas
fre udianas y fre ud ian as i ncl i naciones que le metió u n
pellizco.
E n aquel rígido desfile empezó l a n i ñ a a conocer l a
vida y sus compl icaciones. C u ando s e pl anteó e l proble­
m a del voto femenino, u na dama de a t ildados modales
allí presen te, afirmó que ella no deseaba votar porqu e
se sen tí a muy burra, comprendiendo Nelly que a confe­
sión de parte relevo de pru ebas. Y cuando se habló de
l a urgencia de un segu ndo frente de guerra para derro­
tar a H i tler, u n . escri tor barrigonci to se puso a tronar
«que aquello serí a hacerle el j uego al con1 u n ismo» , que­
dándole a Nelly serias d udas con respecto al su puesto
a n ti-fascismo de q u ien aquello dec í a.
Pasó el tiempo d u lceme n te y con el tiempo fue cre­
ciendo Nelly. Su veci no el estu d i an te comenzó a pres­
t arle a tención . En efecto, los soles y l as lluvias h abí an
transformado a la pequefia escol ar en u n a esplén d i d a
mujer. E l est u d i a n te d e Derech o s e en arnoró d e ella y
se volvió rastrero y supl ican te, como suele acontecerle a
los est ud i an tes de Derecho cuando se en amora n .
U n a noche d e l u n a e n e l cielo y re tre ta e n la plaza.
se le d eclaró. Y como N clly lo aceptase. cautivad a por
s u sabid u r í a y por su parecido fisonómico con el doc tor
L u is Vi llal ba Vi llal ba. desde aqu el ins t a n te f ueron no­
vios y su espera en l a col a se h izo m ucho más llevad era.
Los veci nos escuch aba n a tod a h ora el arrullo de los tór­
tolos. sus pregu n tas babiecas des t i n ad as a d ilucidar qu ién
era el propietario de 1 a boq ui ta de ella y quién el an1a
y sefiora de los bigo tes de él, sus plei tos in j ustificados,

175
sus promesas m a trimoni ales. U n noviazgo clásico, e n fin.
La presencia del j efe civil de Al tagracia e n aquella
ristra humana, setenta n1e tros m ás atrás, fue aprovech a­
d a por los en amorados para transformar en tangible rea
l idad sus dorados sueños. Se casaron u n sábado de abril .
La en tera col a en tusiasmada, celebró el acon tecimiento.
La m uchacha derramó u n as cuan tas l ágrimas, con movida
por l a ausencia de s us padres que l a. segu ían esperando
en C a t ia, pero el flaman te esposo se bebió el lla n to de
la recién casada y así pri ncipió la l u n a de miel y se esta­
bleció l a felicidad conyugal.
La vida m atrimo nial t uvo u n desarrollo ejem plar. El
marido de Nelly, decid ido a no perder s u puesto en la
col a, se abstení a de v is i tar botiqu i nes y cabarets, ni des­
pilfarraba sus ahorros en l as carreras de c aballos. De esa
manera, Nelly lograba realizar el ideal impertine n te de
toda m ujer casada : el consorte a su l ado perm anen te­
mente, l as 24 horas del d í a, aburrido como una ostra pero
a su l ado.
A los n ueve meses vino al m undo el primogé n i to. Un
carricito rubio como Nelly y pretencioso como su papá,
que n o fue m u y bien recibido e n el primer momen to
por los col istas. S us destempl ados berridos n octurnos n o
los dej aban dormir. S i n embargo, a todo se acos tumbra
u no, según Aristóteles. Al poco t iempo el pequeño N ico­
l ás, que así lo bau t izaron para perpetuar el nombre del
lugar de s u n acim iento, era el n i ñ o m im ado de los i .5 8 3
c i udadanos q u e esperaban el au tob ús de C a t i a .
Después el espectáculo s e h izo monótono. N e lly te­
nía un h ijo todos los años. S u b í bl ica fecu ndidad provo­
caba ruidosas protestas en tre los colistas, hasta l a coro­
n i lla de aquellos ch illidos e n m i menor, pell izco soste­
n ido y cachetada bemol.
Por ú ltimo, l a vi talidad de Nelly comenzó a decl i­
n ar: la maternidad redundante, la crí a de l os n iñ os, las

176
con trariedades pecul i ares del hogar, el precio de l a man­
teq u illa, l as noches p asad as al a ire l i bre, i nfluyeron aci a­
gamente en l a sal ud de doña N elly, como se le llamó en
l a cola d urante s u postrera e tapa. U n a tarde llorosa d e
noviembre, entre el tej ido de l a l lovizna, los cornetazos
de los automóvi les, los gri tos de los pregoneros y l as pre­
guntas de los reporteros de últimas Noticias que no de­
j an morir a n adie tranqui lo, doñ a Nelly entregó s u alma
al Creador. Murió s in confesión porque los curas ( ccmás
s abe el d iablo por cur� que por d i ablo» , decía Vol taire),
los curas prefieren and ar a pie que h acer cola. E l falle­
cin1ien to de doña N elly fue u n tremendo gol pe moral
para tod a la h i lera. Allí se le amaba por sus virtudes y
se le respetaba por s u avanzada edad.
L a enterraron compungidos al pie de un poste de
teléfonos. Sus h ij os e n l utados recibieron el pésame. Su
vi udo i n consolable j uró solemnemente no volverse a ca­
s ar. E n tretan to, l os ali ados no habían abierto el segundo
fren te, j qué esperanza ! En c u an to al auto b ús de Catia,
con ti nu aba acci dent ado en l a plaza Pérez Bon alde.

177
LA A VIACió N Y S US E N CANTOS

VoY a h abl ar sinceramen te de lo que s ufro cada vez que


me mon to e n un bicho de ésos, así se trate del m ás po­
deroso pentamotor del m undo y así v aya al vol ante el
coronel Charles L i ndbergh, que es bastan te fascista pero
osten ta l aureles de gran av iador.
M is tri bul aciones se i n ician al llegar al aeródromo,
cuan do me pesa n y gri ta n delan te de todo el m undo,
con10 si yo fuera un boxeador :
- ¡ Ochenta y c inco k ilos !
-C aramba, qué gordo estoy -me d isculpo avergon-
zado-. ¿Y para qué querí a n ustedes saber mi peso ?
E l empleado, muy amable, me expl ica :
-Porque s i le metemos peso excesivo al avión, se c ae.
Y d ice « Se cae» deportivamen te, como s i se tratara
de una pifiata.
D espués le pesa n a uno el equ i pa j e y le cobran d iez
dólares de exceso. Por lo menos a mí siempre me h a n
cobrado exactame nte d iez dól ares, n u nca n ueve seten t a
y c inco, �sí lleve u n a maletica, u n b a ú l , u n a máqui n a
.
d e escribir o u n escaparate. Estoy t a n acos tumbrado que
los llevo preparados, e n moneda americana.
Luego v iene el turno de l as desped id as. La gen te que
se despide de los que van a vol ar e n avión acostumbra
pon er una cara expecta nte y agorera. No es igu al cuan-

178
do l a partida se efectúa en barco o e n ferrocarri l . E n
estos c asos los fam i l iares s e quedan en e l muelle o e n
e l andén aleteando pafiuelos, empuñ a ndo ramos de flo­
res, deshoj ando sonrisas, con tando cuen tos. «Fel iz v i aj e » .
« Que te d iviertas mucho » . « No dej es de escrib irnos » .
L a gen te que s e queda en los aeropuertos, e n cambio,
adopta u n a act itud m ás reservada. No d icen nada, pru­
den temente. Pero o bserve con deten imie n to a una no\'ia
de aeropuerto y adiv in ará sus pensamien tos : « ¡Ay, V ir­
gen de Coromoto, que no se haga tort illa el futuro pad re
de m is h ij os! »
Pero ya está uno cón1odan1en te sen tado, h ermética­
men te cautivo, sonriendo a la stewardess, azafata o aero­
moza que se acerca con un chiclet en una ba ndej i ta.
N unca he llegado a con1 prender l a final idad de ese chi­
clet en ayunas, ni nle he expl icado ta111 aii.o despilfarro
en esta época de escasez de cauchos. Al principio supuse
que nos los d aban para propiciar u n j u ego infa n t i l que
nos d istraj era duran te la travesía : pegarle el correoso
residuo de goma en el cabello al ocupa n te del asiento
delan tero. Pero deseché en segu id a la tentación al con1-
probar que m i \'eci n o d e adel a n te pesaba d iez kilos
nlás que yo y era u n p itcher negro in1 portado por el « Ma­
gallanes n . Preferí tragarn1e el chiclet.
Se h ab í a encend ido u n letrero impera ti\'o : « ¡Abró­
chese el c i n turón ! » No me agrada cumplir órdenes ciega­
men te, sin i nvestigar l a razón que l as deternlina. No soy
tom ista ; soy cartesiano. Llan10 a la aeromoza :
- ¿ Por qué motivo debo abrochanne el c i n t u ró n ?
E lla esgrime l a nlás dulce de sus nliradas :
-Para que no se rompa l a ca beza con tra el techo, s 1
nos caemos.
-Y si nos caen1os en el mar, ¿ cón10 h ago para des­
abroch arme el c in turón ?
Esta vez ella se encoge de h o111 bros, fatalista, con10

179
s i d ij era : « S i nos caemos en el m ar, 1nu1 tt utt ic .>tuu­
tant» . Y se consagra a expl icarnos práctica y m i n ucio­
samen te los movimien tos que debemos h acer para po­
nernos el salvavidas, en e l c aso de un acciden te : « Meta
l a cabeza por en tre es tas dos cin t as, así ; sople este tu­
bi to, así ; procure que es te coj incito le quede j ustam e n te
sobre el tercer espacio i n tercostal izquierdo, así ; colo­
que los brazos en posición yoga, así ; h aga u n l azo con
el remate de es tas trenzas, así » . M ucho más complicado
que ponerse el frac y l as condecoraciones. ¿ Qu ién se v a
a acordar d e tantos detalles en el segu ndo d e l es tre lla­
miento ? Prefiero la v isión del paisaj e. Las coli nas son
granos de arroz verde ; l os ríos son tallarines de plata ;
debemos est ar a diez m i l pies M e asal tan s i n iestras re­
m i n iscenci as de mis estud ios de Física. La ley de grave­
d ad dice que los cuerpos sólidos, abandonados en el aire
a su propio peso, se vienen para a bajo como s i l os h a­
l ara u n a cabuyi ta, y m ien tras m ás pesado sea y m ás lejos
se encuen tre el cuerpo, m ás d uro es el batacazo. A d i ez
m i l pies y den tro de este armatoste tan obeso, Newton
y s u nianzana me ased ian como fan t asm as. Abrigo l a es­
peranza de que existan otras l eyes no menos físicas que
obstac u licen el derrum bamien to del perol . Pero l as des­
conozco porq ue m is est udios académicos conclu yeron en
el tercer año de bachi l lerato.
I n ve n to antídotos con tra el pán ico. El primero es la
h um il lación de parangon arme con l a viej i ta que viaj a
en un s i llón cercano, h ojeando u n a revista. Con templo
su pasmosa tranquil idad, su i n diferencia de gaviota, s u
confi anza e n n ues tro fel iz a terrizaj e. ¿Cómo e s posible
q ue esa anciana sea m ás v al iente que t ú , m ás hombre
que tú, u n paisano de Tigre Encaramado y de E ul al i a
Buroz ? ¿ No t e da vergüenza ? L a verdad es que n o m e da.
Busco u n segundo an tídoto, m ás científico. B asado
en la teorí a de l as probabilidades, n ada menos. S aco l as

180
cuentas en un papelito. En el mundo se levantan cerca
de dos millones de aviones diarios. No se cae sino uno
cada quince días, aproximadamente. Luego, para que se
caiga éste en que voy volando, existe una posibilidad con­
tra treinta millones a mi favor. Pero --discute mi yo
• • • I • I I
pesimista- ¿quien me garantiza a m1 que este no va a
ser el uno que se cae sino uno de los treinta millones
que no se caen? Vamos -insiste mi yo optimista-, mu­
chísimo más fácil sería sacarse el primer premio de la
lotería para una persona que jugara un solo sorteo en
su vida, y tú llevas veinticinco años jugándola y no has
visto el primer premio ni por el forro. (Su lógica ma­
temática es contundente.) Para corroborarla interrumpo
a la viejita que lee:
-Señora, ¿usted se ha sacado alguna vez el primer
premio de la lotería? ¿Verdad que no?
-Pues se equivoca, caballero. Me lo he ganado tres
veces: dos con centenas y otra con un once mil. No es
tan difícil, no lo crea.
Sonrío defraudado y nervioso. Y luego debo enfren­
tarme a lo más espantoso: los baches o vacíos. Son sal­
tos de caballo que protagoniza el avión en la vía láctea.
El estómago se nos arrima al maxilar inferior, el cora­
zón desciende hasta el astrágalo, una nube color desgracia
nos tapa el cielo, �<abróchese el cinturón», «no fume»,
«rece un padrenuestro», sospecho que la ley de gravedad
vuelve por sus f ucros. Con rostro cadavérico le pregunto
al piloto -el piloto pasa rumbo al baño, ha dejado sola
la cabina, ¿quién estará manejando este sarcófago vo­
lante, Dios mío?-, le pregunto al piloto:
-¿Qué sucede? ¿Nos caemos?
-No se preocupe. Son bolsas de aire -responde des-
pectivo.
- ¡Mentira ! Aquí no hay más bolsa de aire que yo
-confieso.

181
En efecto. ¿ Qu i én me m andó a montarme en esta
cripta de alu m i n i o ? Y dígame si, por u n a m aldi t a casua­
l id ad, se sale con la su ya Monseñor Pellín y resulta que
las cosas no son como yo l as pienso sino como l as piensa
él, y después que n os estrellemos resu l ta que hay otra
vida m ás allá de la muerte, y me reci be un d iablo pe-·
1 u d o y hed iondo a azu fre, con u n tenedor en l a m ano,
h aciéndome el inven tario : tan tos pecados de ira, t an tos
de gul a, tan tos de pereza, y en cu anto a codiciar l a mujer
de tu prój imo, n i h ablar. No me salva n i Cristo.
Los oídos me atormen tan como si me l os h u rgaran
con un tirabuzón ; debe ser el ch iclet que me desarticu­
l ó los maseteros ; no l os m ascaba desde el colegio. Me­
nos mal que es tamos aterrizando. «Abróchese el cin tu­
rón » . otra vez. La aeromoza se pi nta l os lab ios, l os pa­
saj eros se pienan. l a v i ej i t a im pertérrita sigue h oj eando
su revista. ¡ Hemos llegado� Yo desci endo l a escalera en
cua tro sal tos para besar l a tierra m adre y gri tar :
-¡Viva l a serpien te! ¡Abaj o el águ il a !
No obstan te, a los cu a tro d í as vuelvo a tomar un
avión. ¿ Qué quer í an ustedes que h iciera ? No pod í a re­
gresar a pie desde l a Gran Sabana.

[ 1945]

182
LAS A MAS D E CASA SE E NT REVISTA N
C O N E L P RESID E NTE

E N esta semana una n u trida, aunque desnu trida, comi­


sión de An1as de C asa visitó al Presidente Medina con el
objeto de exponerle los problemas fundamen tales que es­
tremecen los cimientos de l a organ ización familiar vene­
zolana. El general Med i n a se ve obl igado a recibir d i a­
ri an1ente l as visi tas m ás extravagan tes y más masculinas,
tales como las de aquellos ci udadanos que van a pedirle
cargos de concejales o d i pu tados, olvidando que los con­
cejales y los dipu tados deben ser elegidos por el pueblo
y no por el Presidente de l a República. O las com isiones
de vecinos del Estado Falcón que l a han dado por sol i­
ci tar del Pri mer M agistrado que les regale por decreto
los leones de Bl acamán para cogerles crí a en l a sierra de
Churugu ara. De ahí que el general Med i n a se sintiera
encantado con este parén tes is gentil que le bri ndaban
l as Amas de Casa caraqueil as y concediera sin ti tubeos
la audiencia que requerí an.
Después del saludo de rigor, el Presidente pronunció
l as palabras no menos de rigor :
- ¿ Qué desean ?
Y, como era de sospecharse, las doce Amas de C asa
que constituían l a com isión, apegadas a l a inal terable

183
costumbre de todas l as amas de casa que en el mundo han
sido, se lanzaron a hablar a u n m ismo tiempo :
-Pues resul ta que, general, usted comprenderá . . .
-Figúrese que l as Esparragosa, que v iven u n poq u i-
to m ás arriba de l a pan adería . . .
-No es por h ablar mal de n adie, general, pero m ien­
tras nosotras no h a llamos qué h acer para que n os alcance
el diario . . .
-Y el ocumo está a cu aren ta . . .
- ¿ Usted sabe lo que es m agn ífico para l a calvicie,
general? Fricciones de agu a de azahar con goticas de tre­
men tina . . .
-Yo he tenido que echarle mercuriocromo a l as em­
panadas, figúrese usted . . .
- ¿ Cuánto le costó aquel floreri to tan l indo a su se­
ñora, general ? S i no es indiscreción . . .
H asta que el general M edin a se paró en medio de
la sala y gri tó :
- ¡ Time ! ¡ Ta im !
Y a renglón segu ido, cuando se produjo el silencio,
dijo :
-Se ñoras, tengan la bondad de h ablar u n a por u n a.
San to remedio. Las Amas de Casa enmudecieron como
tumbas. Al c abo de diez m i n u tos, l a m ás audaz de e ll as
se arriesgó tímidamen te :
-Es que u n a por u n a n os da pena, general.
-En tonces, ¡play ball! -ordenó el Presiden te.
Y se fajaron de n uevo, todas a u n t iempo pero esta
vez con m ás aco plamien to o team work, l ogran do de ese
modo que el gobern ante l as entendiera perfectamente.
-¿Sabe usted a cómo están l as medias de señora, ge-
neral?
-Sí sé. Carísimas.
-Y h ablando de otra cosa. ¿Qué le parece J orge Ne-
grete?

184
--Si supieran que m e cae u n poco gordo.
-¿Y Frank S inatra?
-Para serles franco, p refiero a Verónica Lake.
- ¡ Qué horror ! Esa m ujer con ese m echón tan feo.
-Ustedes perdonen.
-No se preocupe, general. Ya nosotras n i vamos al
ci nematógrafo. Lo único que tenemos de película es el
hambre. ¿Desde cu ándo n o va usted al mercado a com­
prar ñ am es?
-Hace un montón de t iempo, señoras. Los asu ntos
de la República, ustedes entienden, no me dejan tiempo
para ocuparme de los ñames . . .
-Afortunadamente para usted, general. Porque si
llega a i r al mercado y ve los precios, se arranca los ca­
bellos d e desesperación . . .
-¿Qué cabellos?
-Y l uego n u es tros maridos que están alzados, gen e-
ral. Usted tiene que hacer algo.
-Se ñoras, yo les garantizo que en este país n o hay
n ad ie alzado.
-Que se cree usted eso, señor P residente. Figúrese que
mi es poso llegó es ta mañ ana a l as cu atro y media, con
el lechero. Mejor d icho, a la h ora en que llegaba el l e­
chero cuando l a leche se podí a comprar. Y usted sabe
la excusll. que me d ijo, general. Que andaba reparando
los huecos de las calles con el M in istro de O bras Públ i­
cas, con el doctor Silveira.
- ¿ Y por qué no usó la escoba, amiga mía?
-Porque l as escobas están a cuatro bolívares. Y si
se me rompe la que me queda, voy a tener que barrer
con el codo.
- ¿ Y qué proponen ustedes, en concreto?
-Muy sencillo, general. Que usted les corte las ufias
a los i ntermediarios, que meta a l a cárcel a los acapara­
dores, que impida el alza de los preci os a lo macho.

185
-Pero eso sería una revol ución .
-Exactamen te. Y solamen te los hom bres que llevan
a cabo revoluciones conservan su s i t i o en la h istoria d e
los pueblos.
Bueno, esto úl t imo no lo dijeron lag Am as de Casa.
Pero es la pu rísima verdad .

[ 1944]

186
LOS C O N S PIRADO RES

H A Y tres clases de conspiradores : el conspirador que


conspira ; el conspi rador frustrado, q ue no se mete e n
las conspiraciones pero vive deseando su tri unfo ; y «el
presunto conspirador>> (así lo llaman los boleti nes ofi­
ci ales), un pacífico c i udadano a q u ien lleva n a la cárcel
prevent ivamente cada vez que es debelad a u n a conspI-
,.
racion.
El ú nico in teresante, a m i JUICIO, es el conspirador
que conspira. Se trata por lo general de un señor vesti­
do de negro, padre de fam il ia, muy circunspecto, fuma­
dor de puros, con u n d iente de oro. Lo encontramos en
el h i pódromo, en l as cervecerí as, en l a misa de once de
San Francisco, en todas partes. Se nos acerc a, n1irando
previsiva1nen te a d iestra y sin iestra, para decirnos a n1e­
d i a voz :
-Tenemos u n a bolada segura para fi nes de nles.
¿ Quiere us ted entrar ?
Usted , soltero, cívico, epicúreo, le pregu n ta :
-¿ Qué clase de bolada ? ¿ N ifias deccn tes o de l as
otras ?
En tonces el conspirador lo m i ra severamente, cual s i
le reproch ara u n pecado mortal, y l e aclara :
- ¡ Qué n ifias vivas n i ,q ué n i fi as muertas ! U n alza­
mien to fornlidable es lo que tenemos en tre manos. He-

187
mos hecho con tacto· con diecisiete Estados de l a Repú­
bl ica. No puede fallar.
- j Caracoles! -excl ama usted pal ideciendo-. Pero
eso de alzarse es sumamente peligroso. Además, yo no soy
polít ico, n unca me ha i n teresado la pol ít ica.
E l tipo se empe ñ a como un vendedor de seguros :
-j Qué va a ser pel igroso! Esta gen te está caída. Es
como d arle un palo a un borracho, am igo mío. Piense
usted en su porve n i r, en el de sus fu turos h ijos. Le ofre­
cemos l a ad uana de Cuanta.
-Pero, señor -argumenta usted a l a defensiva-. S i
y o n o s é una papa de aduanas. Eso e s una locura.
-Le voy a expl icar. El 24 de enero a l as seis de l a
mañana nos alzamos simu ltáneamente e n todo e l país.
Con tamos con seis cu arteles. M ientras tanto, el general
López invade por C oro con Rafael S imón y León J ura­
do, o por Carúpano con L u is Gerón imo Pietri, o por
Catia la M ar con Sayago. De repente vuelan ci nco avio­
nes por encima de l a S abana del Blanco que es la se­
fial de que ya Betancourt se ponchó. Se constituye en el
acto la J u n ta de Gobierno y usted recibe su aduana. ¿ Qué
le parece el pl an ?
-j Horrendo ! -responde usted muy asustado-. Y
no me s iga dando m ás detalles porque s i me ponen u n
su iche en la n uca l o can to todo, yo me con ozco.
Pero el hombre es irreduct ible :
-Ya tenemos ofrecido el reconocimiento de tres po­
tencias : Trujillo, Franco y Perón. E n cuanto a l os Es­
tados U nidos, al garantizarle el fus i l am iento del m i n is­
tro Pérez Alfonzo y el l i bre incremen to de l as concesio­
nes pe troleras, no hay m ás que h ablar. ¿En tra o n o
en tra ?
-Pues no en tro de n ingun a manera.
Solamente en tonces el tipo se aleja sin i n m u tarse, a
conciencia de que h izo lo que pudo, como el vendedor

188
de seguros cuando le falla u n probable cliente, como el
billetero que no logró colocar el número que le sobraba.
Reconozco que en o tros tiempos me causaban cierta
gracia los conspiradores. Los sentía tan l igados a n uestro
acervo his tórico como los corsés de señoras, el vals «Adiós
a Ocumare» y las picardías de A n to n io Leocadio Guz­
mán. Pero finalmente les tomé ojeriza cuando observé
q ue mucha gente les creía a pie jun tillas. Se cierran los
bares, no hacen operaciones los simpáticos corredores de
bolsa, las much achas se n iegan a salir de noche con u no,
todo por culpa de la alarm a que ellos siembran . Ade­
más, u no no puede escuchar el cándido estall ido de u n
neumático s i n gri tar a terrado :
- ¡Ay, m i madre ! ¡ Me r indo !
En el presen te opino q ue es preciso adoptar medidas
cívicas con tra los conspiradores, en defensa de l a econo­
m í a del país y de n uestro s istema nervioso. Organ izar,
por ejemplo, sindicatos que les tiren trompetillas en las
esquin as, tal como hacíamos nosotros en n uestra i nfanci a
con «Ch ivo Negro» y « Cucarachero » , personajes popula­
res e i nocuos.
Por lo demás, no h ay que preocuparse. Si escudri ñ a­
mos a fondo la h istori a de este país, encontraremos que
el setenta y c inco por cien to de los conspiradores han
s ido espías del gob ierno.

189
ENCICLOPEDIA D E PO RTIVA

EL GOLF

e o L F. -Deporte que se pract ica en las zonas verdes y


sirve para a trapar u n a i nsolación, para beber agu ard ien te
y para hacer negoci os de alta finanza. Aunque aparente­
men te senc illo, el golf es un pasat iempo eminentemen te
d ifícil, reservado a señores de edad m ad ura y capital sa­
neado. L a compe t ic ión consiste en i ntroducir u n a pel o­
t ica con v iruela en 1 8 agujeros consec u t ivos, aguj eros he­
chos previamente en l a grama, pos iblemente por l os ba­
chacos. E l que concl u ye l os 1 8 hoyos en menor n úmero
de tarrayazos, gan a el partido ; el o tro pierde y paga los
tragos que, por la medida chiq u ita, son 54 whiskies a
tres por cada agujero.

Lo m ás c aracterístico y lo m ás bufo­
1 N o uM E N T A R 1 A. -

nesco del golf es l a ropa que llevan puesta los j ugado­


res. D icho traje fue copiado en 1 9 1 4 por el h is toriador
G i l Fortoul de u nos turistas que llegaron a La Gu aira
en el «T i tan io>, y el modelo se ha conservado idén t ico
al correr del tiempo, con excepción del loro que fue su­
pri mido en 1 93 2 . Los principales aditamentos del atuen­
do golfístico son : (a) zapatos cl aveteados que s irven para
afincarse en la t ierra y para resbalarse en la can t in a del

190
club ; ( b) med i as rodi lleras de colores c h illones, con fec­
cionad as con u n tej ido semej ante a l a coleta ; ( e) panta­
lones que parecen h aberle quedado cortos al gol fista a
lo l argo de su crecimiento o desarrollo, arreglados m ás
tarde por una costurera que l es pegó alforzas a med i a
pierna, lo que l e proporciona a quien s e l os pone u n tipo
de b ayadera zanco n a que es u n a preciosidad; ( d) sombre­
rito de paj a de lo m ás gracioso c uyas alas se doblegan
de m anera tan i nh ábil que el sol le da en plena n uca
al j ugador y se la sonroj a como un rosbif.

C A D DIE s. - Nube de rapaces que rode an al golfista cuan­


do éste llega al terren o de j uego l l am ado link. S i el gol­
fista es novato se i m agina que los much achos lo asaltan
para m am arle gallo y ponerle sobrenombres a causa de
su vestimenta ( ¡ G arzón soldado ! ¡ Cu i d ado con l os polli­
tos ! ), pero los gol fistas veteranos s aben perfectamente que
los chavales vienen a ofrecerse p ara c argar la busac a de
palos y buscar l as pelotas cuando éstas se pierden.

DRIVER. - Nombre inglés que se le da al palito emplea­


do por el golf is ta para gol pear l a pelota. H ay d iferen tes
cl ases de pal i tos : de m adera, de h ierro, de acero, d e vod­
ka, de m artini, de lo que caiga. Los que se llaman drivers
son, como hemos d icho, aquellos que sirven específica-
' mente para batear l a pelota, pero estos tan1bién c am b i an
su nombre por el de spoon (cuchara), n i blick y o tras r a­
labras escabrosas. Al termin ar el partido, los palos se
mete n en u n a busaca de cuero y se esconden en un s itio
ignorado de la casa, lo más lejos posi ble del alcance de
la consorte, porque est á comprobado que pegan m ucho
más d uro que l a escoba y que el rod illo de amasar.

MOVIMIENTos. - La
j ugada fundamental (o l a ú n ica
j ugad a porque este deporte no es muy var i ado que diga-

19 1
mos) del golf consiste en colocar l a pelota sobre un tro­
c i to de made�a y arrearle u n leñ azo con el mencionado
driver. El j ugador debe i ncl i n ar el cuerpo hacia l a pelo­
ta empuñando el instrumento con am bas manos, bala n­
cearse como u n a bailari n a egipci a, zum barle el palo a l a
pi ñ a ta, retorcerse como L u p i ta Ferrer e n un culebrón de
la tele, y quedar e n posición de es tatua griega, injerto
de d iscóbolo con canéfora. La m ayorí a de l as veces, por
estar acatando l as normas aprendidas de memoria y cui­
d ando la eleganci a de su apl icación, l os golfistas n o le
pegan a l a pelotica sino a una guaratara cercana o a l os
callos de los m i rones que andan por ahí a caza de u n
brindis. Pero, c u ando por casualidad le pegan de lleno,
l a pelota describe una airosa parábol a y desaparece de la
vista de los jugadores, produciéndose entonces l os aplau­
sos, l as fel ici taciones y la pal azón conmemorativa e n l os
kioskos alcohólicos que adornan el terreno.

CAMINATA. - Después que el mingo m arfi l i no se pierde


en el firmamento, el j ugador y su caddy salen a buscar­
lo. Esta parte del j u ego es muy emocionante y se parece
al j uego del tesoro y al del pali to m a n tequi llero. Es pre­
ciso pregun tar si han visto la pelota en l as q u i n tas de
los alrededores, levan tar las gallinas para ver si se echa­
ron sobre ella por equivocación, subir y bajar l as cues­
tas baj o el sol del trópico. F i n almente el caddy, exte nu a­
do de tanto alpinismo, pega u n grito:
- ¡ Aquí está! -y pone en el suelo una pelota nueva
que sacó del bolsi llo.
En tonces el j ugador le da o tro tarrayazo (men os or­
todoxo porque no hay testigos) y continúa l a peregri­
nación.

La particularidad m ás extraorr!.·"li'1ri a del golf es


J U E Z. -

que no hay juez o árbi tro como en los demás deportes.

192
Es u n juego para caballeros, exclusivamen te. El propio
jugador decl ara al conclu ir la partida :
-Hice los 1 8 hoyos en 4 6 leñazos.
-Y yo en 45 -le responde su con tendor.
De esa manera, gan a i ndefectibleme n te el que habla
últ i mo, porque d i ce siempre una cifra menor que l a del
otro. Es u n juego para caballeros, ya lo d ijimos. A Lord
B eaverbrook, no obstante su parentesco con la fam i l i a
real y su condición de m iembro de l a C ám ara d e los Lo­
res, lo expulsaron u n a vez del Picadilly Country C l ub
(y de milagro n o lo h icieron picadilly) por h aberse reba­
jado u n guamazo a l a hora de declarar su score.

A P L I C AC I O N E s . - Cu ando el general Isaías Medina An­


garita era Presidente de l a República, el golf fue u t i l i­
zado para consegu ir puestos públ icos, incl uso m i n isterios.
Nos cuen tan que el general Med i n a j ugaba bastant e mal,
pero que sus adversarios acostumbraban perder cuando
se le enfrentaban, como perdían en el dominó contra el
doctor Raúl Leon i, no obstan te l a i ncapacidad de este
otro mandatario para ese j uego . E l actual Preside n te sabe
jugar al golf, pero n o lo practica porque se despeina. La
apli cación más acostumbrada del golf es como tratamien­
to para adelgazar, au nque al final de la partida l os gol­
fistas suelen empujarse seis c ervezas, un mondongo y me­
d i a docena de tostadas, lunch que sign ifica tres kilos de
aumen to. Otros cabalJeros j u egan al golf estrictamente
por negocio: venden terrenos, colocan acciones, pala­
brean h i potecas, etc., m ien tras se desarrolla l a· partida ;
son corredores de bolsa convertidos en corredores de gol f.

RÉ C O R D. - El récord del golf venezolano l o ostenta el


escri tor y publ icista Carlos Eduardo Frí as, que h izo u n a
vez l os 1 8 hoyos en 340 golpes, 2 4 llamadas por teléfono
y 3 almuerzos.

193
VENTAJAS. -Con l a apl icación de l as presen tes normas,
lector am igo, y con u n a ren t a de treinta 1ni l bol í vares
mensu ales, puedes dej ar el traba jo y dedicarte exclusiva­
men te al golf. Tendrás u n a vida llena de comodid ades
y satisfacciones, muchos amigos leal es, muchos retratos
en la vida soci al y deportiva de los periód i cos. No por
el golf, sino por la renta.

LAS BOLAS CRIOLLAS

BOLAS CRIOLLAS. - H urnilde j uego de origen campesi­


no que practicaban en otros t iempos el arriero M arnerto,
el con uquero Tarcisio y el comisario Pata'e C atre, a u n
costado del cami no carretero en tre l amparazo y l amparazo
del torco que vendían en l a ranchería cercan a. C uando
menos se esperaba, este plebeyo deporte comenzó a aris­
tocratizarse, l a dio por l lamarse castizamen te «j uego de
bochas» y por i nvad ir l as quintas de Coun try Club y los
j ardi nes de Valle Arri ba. Y a no se oye n l as rudas pala­
brotas de antaño s ino que rubi as v aporosas suspiran en
l a talanquera por lo bien que se arrima Rei n al d i to H erre­
ra y por el piquete del doctor Pedro Penz i n i Fleury.

PAR T 1 DA.- Selección previa q ue se h a ce con el obj e to


de poner a j ugar a los más expertos en el mismo equ i po
de. los más mapangas, busc ándose de ese modo equ i l i­
brar �l poderío de ambos bandos. Cuando los mej ores
j ugadores quedan al i neados en el m ismo bando, l a es­
cuadra así formada se llama « trabuco» o «caribe» . Y l a
escuadra con trari a, « tontones a l a vel a » .

- Pelot ica diminuta a l a c u al h ay q u e arrim arse


M 1 Nco.
lo más posible para salir airoso. En el campo de nuestra

194
pol í tica, l a pelota no es tan d im i n u ta y se denom i n a pre­
supuesto.

A RR I M E .
- Quedar l o más cerca posi ble del m ingo. H ay
dos clases de arrime : el arrime l egal que se logra lan­
zando l a bola c orrectamente, y el arrime ilegal que con­
sis te en aproximar la bola con el pie cuando los adversa­
rios se descuidan. S i n án imo de revelar u n secreto nli­
l itar, puedo asegurar que cuando j uegan entre sí los
m iembros de las fuerzas armad as, resulta siempre que los
m ás aficionados al arrime de zapato son los tenientes co­
roneles.

TE RR ENO. - Lugar escarpado donde se j uega bolas crio­


llas. Los conocedores del terreno llevan desproporcionada
ven ta ja sobre los otros : l anzan suavemente la bola h acia
el borde de u n barranco, l a bicha se desliza por el de­
c live, tropieza con u n a botella vací a, se desvía a lo l argo
de u n a raíz, salta por encima de u n hueq u i to y queda
finalmen te a tres milíme tros del m ingo. Tan1bién exis­
ten terrenos planos donde no se requ ieren tantas m arra­
mucias para arrimarse, pero su m isma comodidad los h ace
aburridores.

BOCH E. - Pepazo fulm inante que se l anza con el pro­


pósi to de alej ar la bola de un con trario que se ha dete­
n ido demasi ado próxima al m ingo. El boche por lo ge­
neral se falla (con frecuenci a se pierde para siempre l a
bol a e n u n matorral d e l as i nmediaciones), pero los j uga­
dores s iguen tirando esos cañonazos estériles por pura ter­
quedad y para echárselas de c ampeones. A veces u q boche
rebota en el parietal de u n espectador y en tonces el su­
ceso a parece en los periódicos ; o tras veces u n boche des­
cabeza u n a gallin a y hay sancocho obl igatorio ; pero l o

195
que sí puedo garantizar es que los boches j amás le pegan
a la bol a con tra la cual fu e ron tirados.

CA - Estado colérico que invade a los j uga­


L ENT E R A.

dores de bol as cu ando el compañero falla un boche o se


pasa de largo en el arrime. Esta situac ión puede dege­
nerar en insul tos y evocaciones fam i l iares. S i ambos com­
pai1eros tienen pu ndonor term i nan por arroj arse l as pe­
lo tas de madera a la cabeza.

R A Y A. L ugar desde donde debe l anzarse teóricamente


-

la bol a. Se traza borrosamente sobre un t ierrero con l a


p u n ta del zapato ; en el curso de l a partida n adie puede
o q uiere descifrarla, y todos acaban por h acer sus d is­
paros desde donde m ás les conviene.

ME - Proced imiento emplead o para dil ucidar la d is­


o 1 o A.
tanci a dudosa de dos bolas con trarias con relación al
m ingo. La med ida se lleva a cabo con l os pies, con u n a
ram i t a y también con las cuartas o palmas d e l as m anos.
Hemos visto a j ugadores de bol as criollas de la m ás acri­
solada repu tación (padres de fam i l i a, sacerdotes, j u eces,
sen adores) pon iendo el pie de medio l ado para eval u ar
ven taj osamen te l a s it uación de su propia bol a, engurru­
i1ando los dedos para h acer l a cu arta m ás pequeña, re­
cortando alevosamente l a ram i t a después de h aber me­
d ido la bol a del con trario, etc. N o hay honradez que re­
sista la ten tación de una med ida. O como d ice el s almo
de D av id : «Todos los hombres son engañosos » .

- Descansos exageradamente repetidos


1 NT E R l\l E o 1 o s .
que se producen en el j uego de bolas con el objeto de
proporcionar a los esforzados deport istas l a ocasión de
tomarse un trago. En opin ión de los propios j ugadores,
las bol as criollas son de una monoto n ía i nsoportable y lo

196
ú n i co que l as j u stifica con esos i n termedios e t í l icos . Es
co n ve n i en te a ñ ad i r que tan to el alcoholismo com o la d e­
l i ncu enc i a por hechos de sangre l e deben e n Venezu e l a
su� m ej ores d iv ide ndos a l j u ego de bolas criollas .

EN FER ME D A D. - La enfermedad h a b i t u al de los j ugado­


res de bolas es la cirros is hepát ica . Pero eso se cura ú l t i ­
m amente .

LA CACERíA

e A eE R í A. - Según l a versión desin teresada de los c aza­


dores, la cacerí a es la m ás apas i o n a n te de las aventuras :
h om bres aud aces y de i nfal i bl e p u n terí a se arr iesgan por
en tre sel v as y m o n t a fi as en r astreo de su presa ; en tonces
encuen tr an un hermoso v e n ado y lo dej an s i n v i d a j un t o
a l o s v e n ad i tos h u é rfanos ; y l e pegan u n t i ro de carabi n a
e n el pecho a l tigre de l a p i n t a m e n u d i t a ; y traen d e
regreso c o n ej os tam a ños a s í y perd ices de este color .

CAZ A DOR. - Borracho cam pestre, m u y embustero y con


m ucha pac i enci a .

B A STIMENTO . - Conj u n to de artícu los de primera nece­


s id ad , tales como w h i sky, soda, h ielo, cogn ac, ron , cerveza
y potes de j ugo para los amaneceres .

CA M I ONETA. - Artefactos q u e h an serv ido e n este país


para co nducir a los pol í t icos d e l a oposición cu ando los
llevan v o l u n tari amen te a decl arar y que algunos propie­
tarios i nge n uos se los prestan a sus am igos c azadores . Es­
tos ú l t i mos acostum bran devolv erlos (si los devuelven) en
e l m ás absol uto de los deter ioros .

197
E S c o P E T A, Bocas de fuego q ue los cazadores
R I F L E. -

obtienen igualmente prestad as. Los d ueños de los rifl es


suelen ser coleccionistas de armas que padecen pe reuma
y j amás salen de su casa los domi ngos.

H AT O . Tierras abandonadas por sus d ueilos, devastadas


-

por el pal udismo y las guerras civiles, i n ú tiles para la


agric u l tura y para la cría, cuya ú n ica función social en
la actual idad es servir de hospeda je a los cazadores.

s A Q u 1 ANo. S u j eto pintoresco y con u n defec to físico


-

notorio (un dedo menos que, según sus versiones, «Se lo


arrancó un tigre» ; u n ojo tuerto que « Se lo vació un
caimán » , un pie patuleco « por picad a de culebra» , etc.).
Su misión en l a vida es vengarse de esas desdichas a costa
de los patiqui nes caraqueños ; tal cometido lo c umple
ine xorablemente en el c arapacho de los cazadores que
caen en sus garras.

H O R Q U E T E O. U n a de l as torturas empleadas con más


-

frecu encia por los baqui anos. Consiste en enca�amar al


cazador sobre dos palos cruzados, para que se sostenga
ah [ por horas en teras )' e n l as posiciones más incómodas.
El b�qu iano le garan tiza que desde esa atal aya puede
disparar mejor. Y cuando la víct ima, con los huesos mo­
lidos v las covu nt uras dormidas, i n tenta esbozar un mo-
, '

vimiento reparador, el baqu i ano se lleva el dedo índice


a los l abios para imponerle silencio y le dice despreci a­
tivamen te : « j Cuidado, que va a espantar el ven ado ! » .

M o s Q u I T O. Ani mal feroz que col abora acti vamente


-

con el baqui ano en los s upl icios i n fri ngidos a l os caza­


dores. El baquiano lleva a sus mártires h asta un cafio y
los dej a h und idos en el agua h asta l as rodillas, en espera
de u n a hipoté tica bandada de patos silvestres. Lo que

198
llega ipso facto es u n a, dos, tres, cien bandadas de mos­
qui tos que s il ban desde Scherezada hasta So bre las o las
y que l e chupan al cazador el whisky que le corre por
l as ven as.

H uE L L A. Rastros que dej an en el roo n te los chivos,


-

el vi en to, l as piedras removidas por los fenómenos de la


n aturaleza y las sábanas de los aparecidos. El baqu iano
u ti l iza tales señales para convencer a los cazadores de que
hay cacería cercana ; y le creen . Un patiquí n caraqueño, ·

habi tuado a l as m áqu i n as anod i n as de la ciudad, es in­


capaz de d istingu ir u n c asco de burro de una garra de
leopardo.

V E N A o o.
- Animal · mi tológico que solan1ente existe e n
las películas d e Walt D isney y en la imagin ación d e los
cazadores. Estoy absol u tamen te seguro de que usted, l ec­
tor, no ha visto un venado vivo j amás. S i n en1 bargo, el
cazador relata cómo el venado apareció allá l ejos corrien­
do a gran velocidad ; y él le pegó un tiro en m i tad de la
fren te ; pero se le fue herido ; siempre se les va herido ;
«maiíana aparecerá muerto » , d ice en tonces el c azador ;
n unca aparece ; '<Se lo co1n ieron los tigres» , dice por úl­
timo el cazador.

de u n a señora anliga n1í a que le d ij o


F I L o s o F Í A . - La
in art icu lo mort is a su esposo, un cazador empedern ido :
-Oye, mi amor, ¿ por qué en vez de h acer esos v i a­
j es tan largos no te compras tu bastimen to y te rascas
los domingos aquí m ismo, en el patio de la cas a ?

EL AJEDREZ

Equ ipo de mu ilequi tos blancos y negros que


A J E D R E Z. -

a primera vista se parecen al j uego de d amas, o al de

1 99
gall i na y zorro, pero en cuan to uno aprende a moverlos,
resultan u n a ciencia i nfusa. Cada partida decen te debe
d urar un m í n imum de cuatro horas y med ia y, por lo re­
gular, termi nan en empa te, ¡ tan to esfuerzo para n ad a !
Es de ber ineludible de los con tendorcs detenerse a pen­
sar d iez o más m i n utos an tes de cad a j ugada, así se tra te
de un movimien to obv io, es decir, de cajón. Si se trata
de u n mov imien to obvio, el ajedrecista puede aprovechar
el tiempo n1ed itando sus problemas í n timos o el alto costo
de la vida.

A J E D R E C I S T A . - Tipo de an teojos y corbat a negra, es­


tud ioso y pacífico, más fastid ioso que u n a misa can tada,
casado con una mujer pacien te o simplemen te soltero.
F uera del ajedrez, no tiene o tra ocupación que lo d is­
traiga ; es abstem io ; carece de preocupaciones sen timen­
tales ; le importan u n pito l as cand idaturas presidencia­
les. Con tan es tran1 bóticas características, se comprende
por q ué los ajedrecistas en Venezuela no pasan de siete.

G A M B I T o . - Serie de j ugadas que es necesario empoll ar


de carretilla para pasar por gen te respetable en tre los
aj edrecistas. D ichos gambi tos fueron i nventados por emi­
n e n tes profesores. con el obj e to de que los ajedrecistas
de q u i n ta categoría los aprendieran al caletre y los eje­
cu taran mecánicame n te a la salida. H ay diferen tes clases
de gambi tos. pero, en todos ellos, el j ugador se vuelve
un l ío cuando va por l a m i tad, se le olvida lo que viene
después, no da pie con bol a . Quien sale por gambito es
inevi table que reci ba u n a pal iza, al menos que el con­
trario se h aya zumbado con o tro gam b i to. E n tonces · l a
partida es tablas.

C A B A L L o . - Pieza q ue se mueve den tro del tablero en


l a form a más an toj ad iza que pueda concebirse : dos pasos

200
a u n l ado y uno al otro, o viceversa . E l movimiento del
c ab allo es tan enrevesado y esotérico que los j ugadores
acostumbran , para q u i t árselos de encima, cambiarlos al
i niciarse l a partida. « Caballo 6 Torre» , dice uno. «Ca­
ballo m at a C aballo» , d ice el otro. « Peón mata C aballo» ,
d ice el primero. Y s alen de eso.

P E O N E S . - Proletariado del ajedrez. Los j ugadores los


l anzan adel ante a c9rrer riesgos, a que se los coman, baj o
l a promesa demagógica de q u e algún d í a pueden llegar
a coronar, no obstante su origen humilde, gracias a l as
posibilidades equitativas que a todos nos concede el s is­
tema democrático. Igual que en el s istema democrático,
la verdad es que los peones no coronan n u nc a y, cuando
por casualidad coron a n, se vuelven u n as «damas» prepo­
ten tes e i nsoportables.

- Su j e to e ncapuchado, con aspecto de j es u i ta, que


A L F 1 L.

se m ueve de medio l ado y t iene una mortífera propen­


sión a comerse l as torres o lo que les caiga. Tan to en el
ajedrez como en la vida real, hay que cuidarse m ucho
de los alfiles.

T O R R E. - La ú n ica p ieza del ajedrez que en todo mo­


mento procede rectamen te, sin desv i aciones l aterales n i
brinquitos r aros, t al como l as m atronas españolas verd a­
deramente honorables. E l ú n ico desl izamiento extraño
que se permi ten l as torres (las matron as español as, n i ése)
es el e nroque.

E N R O Q U E. - J ugada extravaga n te que consiste en mover


al mismo tiempo la torre y el rey. E xiste todaví a un en­
roq ue m ás compl icado e n el cual se mueven tres p iezas,
pero para ll evarl o a cabo se req u iere m uch a práctic a . Se
de nom i n a « enroque andino» y estr i b a en mover el rey

20 1
y l a torre con l as m anos mien tras con el codo se empuj a
un peón que está mal colocado.

R E Y.- P ieza eminen temente i n útil, de pasos torpes y


pesados, sin n ingu n a personali dad, cuyo ú n i co obj eto en
este m undo parece ser que le den mate a él y uno pier­
da la partida. El rey del ajedrez v iene a ser algo así como
l o que fue Víctor M an ue l I I I en I talia. L a dama, aunque
parezca men tira, era Mussol i n i .

D A M A. Person aj e que s e l o come todo. Tal vez n o sea


-

muy caballeroso decirlo, pero lo c ierto es que en l a vida


real hay infin idad de d amas que h acen lo m ismo. L as
invita usted a u n res tauran te, que s i paté, que s i lan­
gosta thermidor, que si filet mignon, y le cuestan más
de cien bolívares.

- Amenaz a d irecta al rey del con trario que es


J A Qu E .
necesario an unciar en alta voz. E n el señalam i en to de
los j aques es que se conoce la educ ación de un aj edrecis­
ta. H ay unos que gri tan : ¡ J aaaque ! , con vozarrón de
bi lleteros ; ésos son u nos patanes. Y h ay otros que noti­
fican un j aque pianísin10, con una sonrisita de su perio­
ridad, como s i pensaran : eres u n i diota. Me q uedo con
los patanes.

F INA L . ú lt imas j ugadas de un encuen tro. A l os aje­


-

drecistas de cierta experiencia, aunque j uegue n mal, es


h arto d ifícil derrotarlos. « Fíj ate en esa arañ ita que est á
e n la pared» , d icen al verse en desventaj a y , cuando e l
otro s e volte a, ¡ zas ! , l e arrebatan un alfil y emparej an
las acciones. O tros, m ás honestos o menos descarados, se
levan tan bruscamen te de su asien to, e l t ablero se vol­
tea, ¡ qué calamidad ! , caen las piez as al suelo, y la par­
tida es nula.

202
M ATE. Mome n to fel iz, anhel ado por los j ugadores y
--

por los espectadores, en el cual term i n a la pensadera y se


comienza a habl ar de caballos de carrera. Existe un m ate
amen í simo, que se desarrolla en cuatro o ci nco j ugad as
solamente, llamado el mate P astor, pero éste no se lo
dej an dar s i no los memos de n acimiento .

- El ajedrecista es uno de los depor­


C O N S E C U E N C I A S.
tistas que más sufre la amargura de sus derrot as, no obs­
tante que el ajedrez se j uega s in apuestas de dinero y s i n
riesgos d e descalabro físico. E l ajedrecista vencido sale a
l a calle torturándose para sus aden tros : « S i hu biera avan­
zado aquel peón a tiempo ; ¡ qué imbécil soy ! » ; «Cómo
me dejé ganar por un maleta que j uega cien veces me­
nos que yo ; ¡ soy un cre tino ! » ; «Aquel caballo que no
me comí ; ¡ mald ita sea ! » . M ás tarde se desvela durante
horas, y se duerme en la madrugada pensando en el m ate
q ne le d ieron, y sue ñ a con torres blancas y con torres
negras y hasta con el torero J osel i to Torres. Los aj edre­
cistas, como los espiritistas y los onan istas, suelen termi­
nar sus días en el manicomio.

E L BRIDGE

- Pel igroso j uego de baraj as que, no obstan te


B R 1 D e E.
su apari encia mu ndana, es causa de n umerosas querell as,
quebran ta1n ie n to de a ii ej as a m i s tades, divorcios, abando­
nos del hogar y otros descalabros. El bridge se practica
por di nero como la loterí a, l a ruleta, los d ados y de1nás
j uegos de envi te y azar ; hay muchos profesionales que
de su destreza en la ejecución de este deporte devengan
el sustento.

� R1 oc E P A R T Y. - Equipo de comedores, bebedores y h a-

203
bl adores de pistoladas q ue se re ú nen en u n a casa de l a
jai co n el pre texto d e j ugar bridge. A la hora de l a ver­
dad despachan unas cuan tas bandej as de sandwiches, se
pegan d iez o doce cocteles, cuen tan cuen tos verdes ( tam­
bién l as se 11 oras ; las ser1oras bridgistas se desviven por
l as historias coch inas ; me consta) y h abl an mal de l a
human idad, del gobierno n u n ca. E n algunos bridge party
lo que se j uega es bacarat a todo meter, aprovechando
que l as baraj as son l as m ismas.

B R I DGE C H A .\I P I O N s . - Sefi ores poseedores del dogma


y ungidos de virtudes excepcion ales que pasean su en1-
pi ngorotada superioridad por los cl ubes de l a capital.
Se creen A ris tóteles, V ictor H ugo, Wagner, C assius Clay,
qué sé yo l o que se creen . Y son i n fal i bles a l a hora d el
regafi o : u nos sermonean al compañero con epítetos hu­
millantes, otros lo hacen en tono pa tern al de magister ;
los h ay que no regafi an de pal abra pero an iquilan al in­
fel iz partn er que les tocó en suerte con miradas fulmi­
nan tes. Los campeones de bridge son los grandes inqui­
s idores del s iglo x x .

R U B B E R. - Una de l as m ú l tiples pal abras extranj eras que


se aprenden j ugando bridge. Uno en tra profano en id io­
n1 as y sale d iciendo : ru b ber, sans atout, grand s lam,
/Jet i t s larn , impasse, finesse, three downs, two hearts, je
do u b le, y o tras cositas no menos elegan tes. Pero tam bién
se escuchan con frecuencia en los salones de bridge refra­
nes de este cal i bre : « E l primer maíz es de los pericos» ,
« Yo he visto m ucho m uerto c argando basura», « C achi­
camo trabaj a para J apa» , « Más vale tragar que escu pir» ,
« Mapurite sabe a quién perfuma» y « P asando u n puente
d ij o una l oca» .

M uE R T O. - I nd ividuo que pone l as cartas boca arriba

204
para que su compafi ero j uegue con ell as y con las suya�
propias, y trate de c um plir el env i te ofrecido. M ien tras
el compa ñero trabaj a y suda l a gota gorda, el muerto se
para de su asien to, curiosea l os naipes de los contrarios,
fru nce el ceño si el com pañero toca una carta que no le
conviene j ugar, conversa impruden temente con l os m iro­
nes. M ien tras más v ivo es el muerto, mej or muerto es.

o F E RTA s. Conversación prev ia y en clave que sostie­


-

nen l os j ugadores de bridge para tratar de trasmi tir al


compañero la calidad de j uego que han reci bido. En el
dom inó se denonl i n a « telégrafo» y se considera deshones­
to. Pero en el bridge es l egal y complicadísimo. Cu ando
un j ugador declara para comenzar «dos tréboles» , eso
no sign i fica que tiene tré boles. M ás a ún, puede repl i car
en u n momento dado <� tres dia1n an tes » para ind icarle al
compañero que no levantó un solo d i aman te. Del m is­
mo modo, si un j ugador declara «cinco corazones», eso
no sign ifica que abunde en corazones, sino que tiene
dos ases en la mano. Por o tra parte, se trata de claves
u n iversales y está estrictamente prohi bido i nven tar cla­
ves n uevas de uso particular. A dos i ngleses honorab ilísi­
mos l os expulsaron de un campeonato mundial porque
arrugabar.. l a cara como Frankenste i n para i ndicar « n o
tengo corazó n » .

C A R TEO. Segu ndo acto d e l bridge d uran te e l cual los


-

que h icieron la oferta más alta tratan de cumpl irl a ; es


decir, uno trata de cumpl irla mien tras el otro se t iende
en cal idad de muerto. El carteo, según los propios brid­
gistas, es más difícil que la oferta, ya que en él no valen
cl aves memorizadas sino malicia y sabiduría. Los que se
equivocan a cada instante en el carteo se denomi n an
« sapos» , «mapangas » , « adoqui nes » o « atrasados men tales),

205
depende de l a educación del compañero. E n I talia los
l l aman cariñosan1ente « cornu tos» .

C O L B E R S TO N.- El papa negro del bridge en los ú l t i­


mos lustros, au nque h a comenzado a ser cuestionado. S u
nom bre era y e s i nvocado por los j ugadores, especi al­
mente cu ando querí an j ustificar sus metidas de pata :
« pero s i d ice Col bers ton . . . » , « yo no he hecho sino segu ir­
me por Colberston . . . » , etc. Parece que la señora Col­
berston era todavía m ás cá tedra que su n1arido, pero los
j ugadores de bridge la citaban menos por d iscrim i n ación
an tifem i n ista. Los esposos Col berston escribieron v arios
l ibros sobre bridge y con el producto de esas ed iciones
acumularon u n a fortu n ita ; t ienen un chalet en Lon­
dres ; au tornóvil de l ujo, perros, de todo. Y después d icen
que el j uego arru i n a a los hombres .

- Person aj e enoj oso y bastante incapaz (con


S E Ñ O R A.
excepción de la señora Colberston) que asiste a los en­
cuen tros de bridge con el obj eto de opinar de modas, fi­
j arse en los traj es de l as o tras, pararse a habl ar por telé­
fono en pleno carteo y o tras menudencias i n tolerabl es .
Las h ay q u e no ofrecen sino l a m it ad d e lo que deben
ofrecer, « soy muy conservadora» , «me da mucho m iedo
equ ivocarme>) , y el compañ ero desperd icia los mej ores
j uegos . Las hay temerarias , ofrecen el doble de lo que
pueden ofrecer, «el m u ndo es de los audaces » , «a mí me
gusta j ugarme el todo por el todo» , y al com pañero lo
p·o nen down varias veces y le arranc a n el pellejo . y lue­
go, en el carteo, le cortan al con trario el as de pique sin
derecho a cortarlo ; l a señora ten í a u n cuatro de pique
pero no lo v io, « soy muy distraída» , y hay que agu antar
callado, porque se trata de u n a señora.

E S T I L O. - E l est ilo c aracterís tico de este aristocrático

206
pas atiempo son l as i nj urias irreparables que los llamados
compañeros se dirigen e n tre s í . Sobre todo si, además de
·

compañeros, son m arido y m uj er :


-Mi j i ta, ¿ por q ué no i nten taste l a fi n esse ? Perdó­
n ame que te lo diga, pero eres u n a i m béc i l .
- ¿ Te parece ? L o q ue sucede e s q ue solan1en te a u n
idiota, a u n tarado como t ú , Alfredo, s e l e ocurre ofre­
cer un slam con semej ante porquería.
- ¿ Porquerí a ? I nd udablemen te que hered aste la i n te­
ligenc i a de tu madre, darling.
-Y tan buena person a que era l a tuya, mon cheri.
Todo dicho e n un tono aterciopelado y afable, de lo
más ch ic.

EL D O M I NÓ

D O M I N ó. - J uego i nven t ado por u n mudo (sic) que con­


s iste en i ngerir c an tidades i ne n arrables de bebidas al­
cohól icas mientras se hacen sonar brutalmente u n as pie­
dras blanq u inegras sobre u n a mesa. También se caracte­
riza el do1ninó por u n trueque ' caprichoso de los nom­
bres correspondien tes a los n úmeros ord i n al es , más o me­
n os de esta manera : el cero se convierte en blanqu izal
de Bej uma ; el u no en U nare que va para Coro (sic) ; el
dos en la D uquesa de Med i na Cel is ; el tres en Tristán
e Isold a (en tre la gen te cul ta) o en triste orej ó n pata'e
perro (en tre los dem ás) ; el cuatro en no sé qué v ulgari­
da de un pavo ; el cinco en s i n cuero no baila el sapo ; y
el seis en S i xto Qu i n to en la arena (sic).

D O l\1 I N o c 1 s T A. -- S uj eto que pretende h acer creer a los


'
demás que posee facul tades ad i v i nator i as y que puede
decir l as fich as que res tan e n l as manos de los o tros j u­
gadores, s i n haberlas v is to . La m ayoría de las veces n o
conoce d e l a m isa l a med i a y c uando, con voz autori-

207
taria, ordena al j ugador con trario : « ¡ Pon tu doble Cin­
co ! » , resulta que ya el doble ci nco ha salido.

C O M P A Ñ E R O. Personaj e de muy buen carácter cuya mi­


-

sión en este m u ndo es soportar resign adamente los im­


properios que le propina el domi nocista. C u ando un
domi nocis ta d ice : « R odríguez es u n magn ífico compa­
fi ero ; yo me e n t iendo muy bien con él» , es porque Ro­
d ríguez es u n pobre de espíri tu, y u n pazguato d ispuesto
a tolerar que lo llamen imbéci l sin inmu tars�.

M I R Ó N . - l nd ividuo que se coloca detrás de los j ugado­


res para d ar consej os o form ular crí ticas después de haber
atisbado las fich as de los con trarios. Esta revisión previa
de los j uegos aj enos le perm i te al ardear de conocimien­
tos que j amás dem uestra cuando le toca j ugar a él u n a
part ida. S e afirma con tinuamente que « los m i rones son
de palo» , pero la verd ad es que parecen de esponj a por
lo que beben sin parar y a costa de los perdedores . H ay
ciertos mirones que poseen una facul tad ópti ca denomi­
n ad a « v i trí n » o « vistrí n » , por med io de la cual no per­
n1 i ten levan tar sino dobles y pefiones al j ugador que
es tán con templ ando. De tan des truct ivas potenci as em­
boscad as en las pupilas de ese t ipo de mirones proviene
un hermoso refrán tropical muy empleado en el l i toral
venezolano : « H ay v is tas que tumban cocos)) .

TE LÉeR A F o. Secreto y ciencia del j uego de dominó o,


-

hablando en plata. truco de mala fe que emplean los


domi nocistas para hacerle saber al compailero el tipo de
j uego que han levan tado. El telégrafo puede presen tar
las caracterís ticas más d iversas. El más rud imen tario con­
siste en pellizcarse por debaj o de la mesa, condicionando
el n úmero de pell izcos al de las fichas que nos i n teresa
indicar, pero este tipo de telégrafo se hace muy nesgoso

208
cuando el compañero que nos ha tocado e n suerte es u n a
señora. O tro telégrafo muy usual es e l telégrafo verbal,
a base de cl aves elemen tales conven idas de antemano por
ambos cómpl ices : «cuando yo pida u n tabaco es porque
me gusta l a tranca» , « s i d igo que tengo sueño, acuésta­
te» , etc. También es aconsej able el telégrafo mímico : si
se tiene un j uego de muy elevada pun tuación, se i nfl an
los carr i llos, lo cual quiere decir « estoy buchón » ; si, por
el contrario, en el j uego predom i n a n los blancos, se saca
el pañ uelo para secarse el sudor, aunque haga frío. Otros
telegrafistas de mayor sensi bilidad se sirven de canciones
que tararean o silban de acuerdo con l as c i rcunstancias :
« l a palidez de l a magnol i á» , el tango « un o » , « dos palo­
mi tas vol ando» , «So n t res pal abras » , «cuatro milpas tan
sólo han quedado» , « yo tengo mis c inco h ijos», «sinfo­
nía N .0 6 en fa mayor» de Beethoven (los más pedantes).
Existe, por úl timo, u n telégrafo reservado a los campeo­
nes de los clubes distinguidos, basado en la suavidad o
firmeza que se use para colocar las piedras (fuerte : tengo
el doble ; suave : no l o tengo) o en el tiempo que se
gaste en pensar cada j ugada. Pero lo c ierto es que todos
los dominocistas, s i n excepción, usan el telégrafo, aunque
s i descubren el telégrafo del adversario lo tildan de la­
d rón y lo desacreditan a n te sus rel aciones sociale�- y co­
merci ales. En defi n i tiva : los que pierden en el j uego de
dom inó no es por i ncapacidad n i por mala s uerte sino
porque, como n uestros cernícalos an tepasados, ignoran el
uso progresista del telégrafo.

- Ficha n1 uy antipá tica, conocida habitual ­


D O B L E S E I S.
mente baj o e l apodo de « la cochi na>) , « l a n1arra n a » , « e l
molondró n » y otros epí tetos i nsultantes. Afortunadamen­
te, el dobl e seis suele estar h ábilmente marcado con rayi­
tas e n el lomo, lo cual pern1 i te empu j árselo con el codo
en el momen to del barajo al más pistola de los c u atro.

209
Posición o j ugada del dominó que j amás he­
e A B E Z A . -· -

mos logrado en tender. Alrededor de ella se d icen frases


truculen tas, se tejen comen tarios q ue parecen cosas de
Edgard Poe : « M artí nez dijo ¡ paso ! con la ca beza en la
mano» ; «] iménez quedó con dos cabezas sin d arse cuen­
ta» ; « G utiérrez le robó la mano a s u compañero porque
estaba enca bezado» ; « Fernández se comió s u propia ca­
beza para evi tar que lo ahorcara n » . ¡ Puro Drácula !

T R A N C A. Momen to culmi n ante de u n a part ida de do­


-

m i nó. Consiste en cerrar el j uego (nadie puede poner


una piedra más) y en tonces ga na más tan tos el que tenga
menos tan tos, ¡ cualqu iera los entiende ! M ie n tras un j u­
gador se pone a pensar s i puede o no tirar la tranca,
funcionan a todo vol ta je los teléfonos, los telégrafos y
den1ás med ios de comun icación. Si el tipo se tira l a tranca
y la gana, sonríe con un dej o de superioridad ; si la em­
pata, no hay comen tarios ; si la pierde, pasa a la cate­
goría de bestia apocalí ptica. Según l as dolorosas págin as
de provi ncia de los d iarios caraqueí1os, las causas de ho­
micidio más frecuen tes en el i n terior del país (después
de l as d iscusiones acerca de Rómulo Betancourt) son, sin
d uda alguna, las trancas mal tiradas.

- Lectora amiga que te cas as te con un do­


o E N u N e 1 A.
m i nocista, no existen hombres más farsan tes que quienes
prac tican ese deporte. T ú lo esperas para acompañarlo a
u n a fiesta, vestida de pu nta en bl anco ( te pasaste l a tarde
en tera en la pel uquerí a), y de repen te sueña el teléfono :
« Espérame u n momentico, mi amor, que no nos fal tan
sino d iez puntos» . Y es e n tonces cuando el misera bl e se
sienta a comenzar una n ueva partida.

2 10
CARTA A LOS DOS GO B E R NA D O RES
D E CARACAS

Señor
Francisco Carri llo B atalla,
Go bern ador del D istri to Federal,
y Profesor
H u berto B ártol i ,
Gobernador del Estado M i randa.

Queridos amigos Paco y H u m berto :


Es quedarse corto plan tear u n pro blema de C aracas
al Gobernador del Distr i to Federal e xcl usivamente. A u n ­
q u e la geografí a pretenda lo con trario, todos sabemos
que Caracas es una c i udad con la m i tad sembrada en el
D is tri to Federal y la o tra m i tad desparran1ada por el Es­
tado M i randa. Me d i rijo, en consecuenci a, a ustedes al
alimón, i nvocando l a anl is tad que con ambos me une y
en el carácter de medio gobernador de Caracas que a
cada uno de los dos corresponde.
Es para hablarles de una angustia o d i f icul tad cara­
queña que tal vez a nuestros pensadores les l uzca secun­
d aria o triv ial. Porque no se trata de l as zo nas verdes, la
prensa amari lla o l a trata de blancas ; ni del tráns i to
embotellado o las bo tellas en el tní ns i to ; n i de los par­
ques i nf a nt i les o los parques j uven i les de pistolas y re­
vólveres ; n i de cosas tan elevadas como el teleférico, l as

211
m ed ic i n as o los alq u i l eres . �rodas esas cuest iones han s ido
enfocad as ya. concienzuda y constructivame n te, por ge n te
en tendida que en l a pe numbra de sus b i b l iotecas ade­
l an ta es tud ios y elabora p royectos encam i n ados a sol u­
cion arl as ca balmente.
�I i preocupación de hoy, que lo ha s ido durante mu­
chos afi as, es s i m pl en1ente l a nomencl atura y l a n umera­
ción de las cal les y casas de Caracas y sus u rban izacio­
nes ; l a au5encia total de l etreros orien tadores ; la fal ta
absol u ta de i n d i caciones precisas ; todo cuan to h ace del
h a b i tante caraqueño una especie de detective i nglés o de
perro perd iguero que i nv ierte un buen trecho de su exis­
tenci a en ol fatear l as h uellas de u n a d i rección i nencon­
trablc.

E l origen de una s i tuación tan anómal a como i ncó­
n1 oda es fáci l de desen traü ar. H asta hace tre i n ta a n os,
Ca racas era un pobl ado de c ien m i l almas. con un nom­
bre p i n toresco para designar cada esqu i n a. Todos nos co­
n ocí amos y nos prestábamos el tel éfo no, l a pl ancha eléc­
trica y l a i n yect adora . . . De repen te apareció el petróleo,
aparec ieron los musi úes con pan talones bo1n bachos y pa­
los de golf, apareci eron l os i n migran tes. aparecieron los
urban izadores. aparec ieron los maracuchos y el v i llorrio
se co n v i rt i ó v ertigi nosamen te en una metrópo l i desca­
bel l ada que pasa del m i ll ón de habi tan tes, con televiso­
res. rascacielos. 111arih uana, ga ng del Car i be. ballets rosa­
dos, fun icular. conch a acústica y p i n tu ra abs tracta.
L a n1etan1orf os i s real i zóse en forma tan v iolent a que
el es p í r i t u del caraq u e ñ o gen u ino no h a logrado adap­
tarse a e l l a y pre tende segu i r v i v i endo como en l a época
del tranví a de Puente H ierro y de P aqu i ta Escri bano.
De ahí que i ns ista tercamente en conservar sus nombres
i n d i v id u al es para cada esq u i n a , sus qu i ntas s i n n úmero
y con apel a t ivos de n1ujer y q ue, para remate de su con­
tumac i a, apl ique l a m isma jeri gonza i n cognoscible a l as

2 12
n uevas urbanizaciones que n acen y crecen en los con tor­
nos de la ciudad.
E l resu ltado es i nenarrable. N adie sabe dónde vive
n adie, n adie encuen tra l a casa de n adie, los tax is t as des­
conocen los nom bres de las calles y los agen tes de policía
l es acompañan en su ignorancia. Los extranjeros dan
v uel tas y vuel tas desesperados en l a búsqueda de las se­
ñ as de un méd ico, de un am igo moribundo, de u n a
m uj er henn osa. Y los propios nativos invierten horas
enteras, n oches en teras en el rastreo de una casa donde
se celebra un baile o un matrimon io, al cual llegan final­
mente con el smoki ng sudado y la garga n ta reseca, s1
acaso llegan .
¿ Existe algún letrero que ind ique l a ruta que con­
duce h acia la iniciación de la carretera Panamerican a
que va a Valencia ? N i nguno. ¿ Existe algún cartel que
ad vierta cómo se llega a l a A u topista de La Gu aira ?
Apenas una sefial m icroscópica, i n1presa en gris sobre
pl a teado para que n adie l a descifre. En las o tras capita­
les del mundo, grandes rótulos colocados en los l ugares
m ás visi bles van señ al ando durante l argo trecho las di­
versas sal idas de la c iudad. Aquí no. Aquí se invierten
millones y mi llones en constru ir u n a A u topista y luego
se economizan avaramen te l os mil bol ívares que c os tarí a
mon tar u n a inscripción de latón imprescind i ble para la
u til ización de ese cam ino. Aqu í quien sale para Los l�e­
ques o Maracay tern1 i n a en Coche o en el M ausoleo, y
quien s ale para La Guaira va a parar a l a Pl azol eta de
Ca tia y l u ego a un laberi n to de calles proletarias que lo
regresan a Caracas.
Arriésguense ustedes, mis queridos Paco Carr i l lo y
H umberto Bártol i , en u n a noche l l u v iosa, por l os reco­
vecos de Al tam ira y Los Pal os Grandes. de Las Del icias
o Mis Encan tos, de Las Mercedes o El R osal , de l a Flo­
rida o Maripérez, del Pinar o Vista Alegre, en b u sca de

213
u n a c a l le y de u n a c asa, para verlos yo _perder l a gasol i­
n a, la paciencia e i nclusive los sen tim ien tos u n i tarios.
s i n lograr sus propósi tos. Los ún icos s ignos visi bles e n l as
bocac a l les son u n as flechas mon u n1en talcs, l a mavorí a
I

de doble v í a y, por lo tan to, totalme n te obvias, l as cua-


les, según me han con tado, fueron colgadas en esos s i tios
para favorecer a un magnate de l a d ictadura que real izó
j ugoso negocio con ellas. El cuanto al nomb re de l as
calles, n i u n a letra. Uno lleva su pa pel i to y lo descifra
a la 1 uz pal úd ica de un farol :
«Cuarta Transversal. Qu i n t a M arilú. F am i l i a Eche­
n aguoa)) .
Pero en n i ngún poste, pared o travesaño d ice « C u ar­
ta Transversal » . E n medio del s ilencio nocturno, los pa­
sos de un transe ú n te hacen florecer u n a esperanza en
n uestro despistado corazón.
-ó igame us ted, buen hombre, ¿ dónde queda l a C u ar­
ta Transversal ?
El tipo se nos queda m i rando estupefac to y nos res­
ponde con un can tarino acento n apol i tano :
-lo n on so.
Porque l as m ás de l as veces, el transeúnte es u n i ta­
l i ano. O tras, para variar, se trata de un portugués. Y en
con tadas ocasiones se nos aparece un com patriota.
-Verá usted -responde por lo general el criollo, ras-
cándose la c abeza-. Yo no v i vo por aqu í . ¿ Por qué n o
pregu nta en l a casa de abastos ?
O nos tropezamos con el más indeseable de los infor­
man tes : el que se siente obl igado a responder como si su­
piera, aunque no sepa ; el sa belotodo que tan to abunda
en l as ca lles de Caracas, como abunda en el grem io mé­
d ico. en el grem io pol í tico, en el grem io poético y en
todos los gremios ; el sa belo todo que nos envía tres cua­
d ras más arri ba y cuatro a la derech a, donde segú n él
es t á u n a capilla que n unca ha estado y que se ha v isto

214
obligado a edificar para no cometer l a indign idad de
confesar su ignorancia. Pero supongamos que, por un
milagro de J osé Gregario H ern ández, lleguemos a la calle
cuyo nombre figuraba en el papel i to . E n tonces nos falta
atinar con l a Qui n ta M aril ú, en tre una l arga h i lera de
mansiones basta n te parecidas en tre sí, casi todas con nom­
bres de mujer trazados en letras tan c ursivas como cursis,
h arto d i fíciles de leer a larga d istancia y b aj o l as som­
bras de la noche. En los demás países, como todos sabe­
mos, se emplean n úmeros, y cuando uno se encuen tra
parado fren te al 26 sabe que le faltan exactamen te cuatro
casas para llegar al 34. Pero en Caracas aborrecemos tan
i nfal i ble simpl icidad. En Caracas h ay que detenerse a
deletrear, con el auxil io de los faros del automóvil o de
la l uz de un yesquero : « M aricruz» , « Mariflor» , « M ari­
tere » , « Los Pérez» , « Los Gonzálezn , « M i Puch unga » , « Pa­
paci to» , « H oney» , « Remember Pearl H arbour», « H i rosh i­
ma» . H asta que uno llega a « Maril ú » y toca l a puerta.
- ¿ Aquí v ive l a fami l i a Echenaguci a ?
- ¡ Qué va, viejo, t e pelaste ! -nos responde u n a pa-
vita-. Ésos viven en o tra Qu i n ta « Marilú » que queda
como ci nco cu adras más arriba.
O tatn bién podrí a acon tecerles a ustedes, mis queri­
dos gobernadores, un incidente parecido al que le sobre­
v i no a mi amigo el gran poet a Vicente Gerbasi, cu ando
andaba u n a noche en persecución de l a casa de Pascual
Venegas Filardo por los vericuetos de San P afael d e L :i
Florida y, tras mucho pesq u isar y nada enco n t rar, topóse
al pie de un farol con un fornido mozalbete que le l ució
galán de algu n a mari tornes de la vecindad .
-¿ Puede usted i ndicarme, caba llero, dónde queda la
Qu i n ta «Ari b i n ? -pregu n tó Vicen te, h aciendo gala de
u n a gen tileza que más t arde lo l levarí a a figurar con
tan ta prestancia en la carrera d i plomát ica.
-No sé, mi caballo -respondió el i rrespetuoso noc-

215
tám bulo-. ¿ Por qué n o se lo pregu n tas a u n poi id a ?
Son rió Vicen te an te l a palmaria i ngen u idad de s u i n­
terloc u tor y le expl icó en tono protector :
-He consu rn ido med i a hora, amigo mío, en busca de
u n agen te de pol icía a q u i e n formul arle esa m isma de­
m anda y a fe mía que no le h e h a l l ado en n i ngu n a parte.
- ¿ Estás segu ro de que no h ay un solo pol icía por
estos l ados ? -i nsistió el jovenzuelo, tuerto y picado de
viruel a como pod í a com probarl o ahora Vicen te a l a l uz
del fa rol .
- ¡ N i en cuatro k i l ómetros a l a redonda ! -senten­
ció categóricamente el poeta.
lVfomen to preciso que aprovechó el tu erto para extraer
con des treza profesion al u n Sm i th y v\T ilson cai1ón l argo
y pron u nciar estas pal abras con m i n ator i as :
- ¡ En tonces. afloj a l a cartera o te dejo tieso ! . . .

* * *

I nsisto ante ustedes, máximas au tori dades de esta ci udad


descabel 1 ada. e n que el problema parece baladí o i nsus­
tanci al . pero no lo es. U n pariente mío. afic ion ado a los
cálculos m atemát icos v a l as estadísticas. sos t iene mu\·
. .

gravemente que con el d i n ero que d il apida Caracas i nda-


gando d ireccio n es, d i n ero malbaratado en gasol i n a y en
desgaste de vehículos y zapatos. se podría m a n tener un
1n agn ífico hosp ital. Además, estoy seguro de que tanto
dar vu eltas s i n resul tado posi t i vo, tan to errar s i n ru mbo
fi jo . han i n fl u ido notablemente en h acer del caraqueilo
un hombre que llega tarde a tod as partes. que v i ve con
los n ervios deshechos y que m uere de i nfarto.
Porque tengo la creencia de que ·en manos de ustedes
es téi l a posi bil idad de h acer de Caracas u n a c i udad m ás
o menos habi table, es que l es d i rijo l a presente carta. ¡ Es

2 16
tan simpl e l a solución y cuesta tan poco ! Bastaría con
adoptar y hacer cumplir l as sigu i en tes med idas :
1. Nomenclatura sencilla, racional y obligatoria para l as
calles de Caracas y sus urbanizaciones.
2. N umeración de l as casas tan1 bién en forma absol uta­
mente obl igatori a, acorde con l a trad ición sensata
que en todos los países se emplea : 1 , 3, 5, 7 , g, etc. ;
y en l a acera opuesta : 2 , 4, 6, 8, 1 0, etc.
3. Colocación de esos nombres en cada esqui n a y de
esos n úmeros en cada casa, de manera visible, quiero
decir VI S I BLE aunque fuese de noche y el que los bus­
care sufriese de m io pí a .
4. Colocación e n si tios estratégicos d e letreros orien ta­
dores, clavados en l as proximidades del acceso a l as
urban izaciones y a las carreteras m ás importan tes.
5. Colocación de planos elementales y fáciles de desc i ­
f rar, a l a en trad a de l as urban izaciones ; v '

6. Edición de gu í as de l a ci udad de Caracas y uso iin-


prescindible de esas guí as por parte de los c hoferes
de taxis y de los agen tes de policí a o de tránsito.
·n e lo con trario, segu iremos siendo una ciudad de h om­
bres per<lidos. Y va a resul tar i n fructuosa que ustedes
construyan parq ues, piscin as, h ospi tales, bibliotec as, o lo
que sea, porque como aquí nadie sabe dónde qued a n ada,
perm anecerán inédi tos en su dirección inexpugnable.
Los abraza cord i a�1nen te, su am igo,

j\figuel O t ero Silva


Qui nta (( Lér i <l a » ,
C a l l e Segu n d a , Los P a los Gra n d e s .
(S i l a b u sca n se p ierd e n )

217
D ISCU RSO D E LOS SESE NTA AÑOS

Mis queridas amigas y. amigos :


Al cum pl ir se sen ta años es ta n oche a las doce, y vol­
ver la cabeza para echarle u n vistazo al cam i no andado,
me diré a mí m ismo que e n tre el m atorral de errores y
tropiezos, de pifi as y desfallecimien tos, de calam idades
y desengafios, se alza descollan te u n árbol cuya sombra
j usti fica la correrí a : mi c u l to a l a amistad. Eso no lo
descubrí yo m ismo si no u n o de los mej ores am igos que
he ten ido y tengo, el poeta J osé R amón M ed i n a aqu í
presen te, y estampó su descubrimi e n to en el pról ogo de
uno de m is l i bros. La verd ad es que el poe ta tuvo razón
y que yo conservo y recuen to como el 1nás preci ado de
los tes � ros a m is amigos del colegio, a m is amigos de l a
u n iversidad, a m is amigos d e l a cárcel, a m i s am igos del
des ti erro, a mis amigos de los talleres y escritorios de los
periód icos, a m is amigos de bares y de h i pódromos, y esos
com pañeros todos se h a n reu n ido aqu í est a noche para
can tarme el « H appy b irthday» de los sesen ta y para aguar­
me los ojos de emoc i ó n como cuando leí a los catorce
años l a J\I[ aria de J orge Isaacs.
Me sien to compel ido a confesar pal ad i n ame n te que
este i ngreso al achacoso gremio de los sexage n arios me
preocu pa en grado sumo. Los dos l ibros m ás prodigiosos
que ha escri to el hombre son, a mi j u icio, el Qu ijote y el

2 18
Fausto) porque s imbolizan l as dos preocupaciones m ás
profundas que h an estremecido el corazón de l a humani­
d ad : l a l ucha por conquistar la j usticia y la lucha por
no perder l a j u ventud. En el l i bro de Goethe, Mefistó­
fel es le d ice a Fausto para tentarlo : « Gris es toda teor í a
y verde es e l árbol de oro de l a v id a » , c o n l o cual s e l o
dice todo. P ues bien, este convite fraternal de ustedes
me trepa al árbol de oro de la vida y, por lo tan to, me
devuelve a la j u ventud sin cobrarme · el alma como el
demon io h izo con Fausto. Esta noche, graci as al afecto
de ustedes, a la alegrí a de ustedes, no tengo sesenta años
sino vei n te, la gargan ta l is ta para cantar el sacalapatalaj á
del año 2 8 y el corazón decidido a enamorarse de M ar­
gari ta, siempre que no lo sepa M aría Teresa.
Para hacer más esplendorosa es ta hora de rej uveneci­
miento han venido desde tierras lej anas, j u bilados de su
escuela para asistir a mi pifi ata, esos dos colosos de l as
letras latinoamerican as que están aquí esta noche, que
acaban de hablar para nosotros esta noche, Pablo Neru­
d a es, sin duda alguna, el poeta de lengua cas tellana de
1nayor resonancia u n iversal ; M iguel A ngel Asturias es,
igualmente, s i n el más mí n imo reparo, el adelan tado, el
más elevado exponente de l a modern a novel a lati noan1e­
rican a. Pero declaro q ue no son tan preciosas prendas
las que determinan mi j ú bilo y empa fi an mi gratitud,
sino el alado impulso de amis tad que los trajo esta vez
a Venezuela. Miguel A ngel Asturi as no es para mí el
Premio Nobel de l i teratura s i no «mi compadre» , «mi
q uerido compadre » , que así nos llamamos desde h ace mu­
chos años sin que hay sacramen tos de por medio que lo
j ustifiquen. Y Pablo Neruda no es para rní el Prem io
Lenin de l i teratura, n i el poeta trad ucido a cincuen ta
idiomas, s i no Pabl i to, u n chileno sens acional con qu ien
estoy bebiendo vino y cuan to caiga en n ues tras copas
desde h ace u n c uarto de siglo.

219
El as u n to se pondrá más serio, am igas y amigos, c uan­
do transcurra í n tegra es ta noche y se i n icie la trayectori a
que m e v a a conducir d e los sesen ta a los seten ta. Re­
cuerdo un cartel o cromo, que estuvo de mod a a 1 l á por
los años vei n te y en cuya lám i n a aparec í a p i n t ada l a
escala d e la v i d a . E l primer peld año lo ocu paba un bebé
de doce n1eses, el segu ndo un carric i to de d i ez prima­
veras, el tercero un gallardo mozal bete de vei n te, hasta
llegar al tope donde es taba plan tado un hombre de trein­
ta ailos, en plena y puj a n te j uven tud med i a. Pero vol­
viendo los ojos al otro lado aparecían los peld ar1os del
descenso, amanec í a l a c alv icie, asomábase el abdomen,
1nien tras l as c i fras m arcaban i nexorablemen te cuaren ta,
c i nc uenta, sesenta a ños. Y lo que no puedo olvidar por
un segundo ahora es el peldaño que baj a ba de los se­
senta a los seten ta, aquel viej ec i to de b astón tembloroso
y cabellos blancos, aquella r u i n a de Pom peya, aquel es­
queleto i nsepulto. A ese des t i no me enfrento valerosa­
men te a parti r de m a ü an a, con la progresista esperanza
de que l as v i tami nas, el traspl a n te de órganos y l os sa­
pien tes consej os de m i ped i atra particular, el doctor Pas­
tor Oropeza, me hagan m ás llevadero el descendim iento.
En fin, queridos am igos, graci as a todos, a los ora­
dores que h an hablado esta noche con palabras generosas
que tan sólo el cari ño j ustifica, a los que v i n i eron excl u­
s iva y s ilenciosamen te a apagar mis sesenta vel i t as, a los
que enviaron cartas y telegramas. a los que no pudieron
ven i r porque estaban ausen tes o porque no ten í a n los
c i ncuenta bol ívares del escote, a los am igos ya m uertos
y que s iguen v i v i endo en c ad a l a tido de mi pulso. a to­
dos digo gracias. Y les �igo también que los sesen ta tapa­
razos del v iejo Cron os no han logrado m archi tar m i
alegría, n i enfriar m i optim isn1 0 . y que m e d aré por m u y
satisfecho de la v i d a s i e l aln1 an aque y las circunstancias
n1e perm i ten escri bi r u nos cu an tos l i bros m ás. Y , para

220
conclu i r c i tando u n a vez m ás a Goethe y a su l i bro, que
es el l i bro más adecuado para ser c i tado en una noche
sexagesimal, repet iré aquella frase que gri ta Fausto y que
resume l a en tera filosofí a de u n a m adurez consciente :
« L a plen i tud del hombre sólo se real iza sobre una tierra
l i bre, en compañ í a de un pueblo l ibre» .

[ 26 de oct u bre de I968]

221
L AS C E L ESTI A LE S
P REFAC I O 1

La b lasfe m ia es t.m a oració n a l revés .


A NTQN IO M A C H A DO

el lluvioso septiembre de 1 965 cuando tocó


P R O J\I E D I A B A
por vez primera el t im bre de m i casa u n sacerdote je­
s u i ta de nombre I fiaki de Errandonea, n atural del v i­
llorrio de Elgueta, 4 1 6 habitantes, part ido j ud icial de
Vergara, diócesis de V itor i a, provincia de Guipúzcoa, si
bien irremedi ableme n te venezolano, y a que su cuerpo y
su aln1 a emigraron h acia estos l ares desde m u y jóvenes, a
raíz del colapso de l a República Espafiola (era uno de los
tan tos curas vascos que j a1nás absolv ierot1 al Caud i llo del

1 . La p ri mera aparición d e un l i bro t i tu l ado Las ce les t ia les, a


fi nes del a fi o 1 965 , origi nó en Venezuela u n escá n d a l o si n prece­
dentes. La obra ven í a s in otro nombre de a u tor que el de I í1 a k i de
Errandonea , sacerdc t e jes u i t a de cuya rea l ex istenti a se d u d a ba .
Tam poco t raía pie de i m pren t a n i firma de ed i tor responsab le . N o
pocos s e i m agin aron que s e trataba de u na i n fernal conj u ra cont ra
la fe rel igiosa y los principios mora les m ;ís a rrai gados en alma ve­
nezo l a n a . Y por t a les razones la obra fu e anatem,1 t i1ad a , proh i b i d a
su ven t a y cas t igados pecu n iariamente sus d i vu lgad ores .
En su segu nda ed ic ión el l ibro s u rgió bajo signos m u y d i fere n­
tes . M iguel O t ero S i l \'a e x p l i có en u n docu men t o prefacio e l origen
y el sen t i do de fray I i'i a k i de Errandonea . Por o t ra p a rt e , la noble
p resen tación de esa ed ici ó n , las i l ust raciones carica t u rescas de fray
J oseba de Escu carrc t a , las cop l as i l u m i n adas por u n a gen u i n a p i ­
card í a popu lar y l as eru d i t as exéges is d e l sup ues t o sacerdote vasco,
h i ri eron de Las ce les t ia les u n a joya c l cisi ca d e l h u morismo ven ezo­
l a n o . I ncl u i m os en est a an tologí a el prefacio de !\l iguel Otero S i l \'a ,
a u n q ue en verd ad n os a t revemos a t ranscr i b i r e l t e x to í ntegro de
L a s ce les t ia les . (Nota del ed i tor . )

225
pecado mortal de G uern ica). E l ecles i ást ico Errandonea
h a bí a sobrellevado su destierro d iciendo m isas y confe­
sando arrepen t idos en n uestras igl esi as provincianas, pre­
feren temen te en las erm itas cam pesi n as de Guárico y
Aragu a.
E n aquel e n tonces de visi tar m i casa, ya el padre
Errandonea h ab í a cruzado el desfil adero de los cu aren ta
pero se sosten í a en j u to y atlético, con m ás empaque de
pelotari que de cura. Ven ía acom pañ ado de mi am igo
Paco Vera Izquierdo, abogado y costumbrista, catól i co y
j uergu ista pract ica n te, amén de cazador de ven ados en
los Llanos y e x profesor de caste l l ano en la U n iversidad
de Colum bia, USA.
-Deseo presen t arte al recopil ador de Las celestia les
-d íjome Paco.
No era extraiio a mi oído el rótulo Las celes t iales. El
propio licenciado Vera I zquierdo sol í a can tarlas, acom­
pai1 ándose con u n cua tro e ilum i n {t ndose l a garganta
con igual n úmero de copas de ron , en los salones m ás
encopetados de Caracas, para ev idente regocij o de sus
oyen tes de am bos sexos, padres de fam i l i a i n tacha bles y
ma tronas beneméri t as, q u ienes coreaban con carcaj ad as
de aqu iescencia las i nocu as irreverencias del j urista y ju­
glar caraqueño.
-He realizado modestos es tud ios acerca de esas ton a­
d i l l as que los cantadores llaneros denom i n an «celest iales»
-me puso en an teceden tes el tonsurado v izcaí no-. As­
piro a publicar u n pequeño opúsculo escol i ador como
con tri bució n al anál isis del folklore religioso venezolano.
O pina el abogado Vera I zq u ierdo que sol an1en te usted
serí a hon1 b re capaz de ayudarn1e en est a empresa.
Se publicó el vademéc uni . �ooperaron en su ed ición
dos pi n tores izqu ierdistas, un impresor l i beral y tres o
cuatro volu n tarios de l a cl ase med i a que h a s ido s iempre
en Venezuel a la v it al idad forj adora de l as grandes h a-

226
zañas. Tras d ilatadas faenas de soli d aria artesanía con·
feccionaron un s u ntuoso m isal de proporciones góticas,
v iñetas rococó y col orines sicodélicos cuya portada c au t i­
vaba el espíritu. A l abrirl o florecían los t i tulares com­
puestos en l etras semej an tes a aquellas que los a n tiguos
caj istas designaban peticanos o parango n as. Luego desco­
llaban l as coplas, levan tadas en caracteres fu tura, redon­
dos y agrisados. A l pie de l as págin as se leían l as e xégesis
del padre Errandonea, amenguadas a letras h omeopáticas
de seis o siete puntos. Las ilustraciones eran de otro sacer­
dote jesuita, fray J oseba Escucarreta, quien disfru taba
de v acaciones en Caracas a con tinuación de h aber con­
quistado l a medalla de oro como di bu j a n te en la acade­
m i a « Ignacio Zuloaga» de Ei bar. El l i bro en su con j u n to
era u n a alhaj a b ibl i ográfica, l o d igo sin ánimo de pre­
s um ir, d ado que mi ú n ica con tri bución se l im i tó a l a
m u y prosaica d e sufragar los gastos y corregir l as pruebas
de in1 pren ta.
Lo que n unca previmos fue el escándalo, el esqu i l i a­
n o vendaval de maldiciones, el caton i an o desgarram iento
de vestiduras que l a aparición de Las celestiales h abrí a
de desatar en l a m u y volteria n a y epigramática ciudad
de San t i ago de León de C aracas, famosa desde l a Colon i a
por su propensión a l a chirigo ta, a l a coprolali a y al
desacato.
La gran de y la pequeíla pre ns a orques taron el aque­
l arre. ¡ Bl asfemi a ! , clamó El U1l iversal. ¡ Irreverenci a ! ,
ululó El Nacional. ¡ Sacril egio l , ch illó La R eligión .
¡ Li bert i n aj e ! , bramó L a Verdad . ¡ I ndecencia ! , v ocife­
ró La R epú blica. ¡ Sensacional ismo ! , se desga ñ i tó El
,\1 u n do . U n d ipu tado descendiente de conservadores de­
votos y otro di pu tado n ieto de l i berales l i brepensadores
acall aron sus divergencias decimonón icas para reclamar
al un ísono que la obra fuera incinerada públ ica e i nq u i­
s i torialmen te. El Poder Ejecu tivo orden ó l a i nmediata

2 27
confiscación de l a edición y decretó m ul t as de d iez m il
bol ívares con tra los l ibreros que osaran poner en ven ta
el execrado florilegio. La ún ica i n tel igencia serena, en
medio de aquella barah únda de zafios anatemas, fue la
del arzobispo de Caracas, cardenal J. H u mberto Quin te­
ro, qu ien em i t ió su condenación enérgica, pero enmar­
cada den tro de u n a prosa tan sobria como elegan te. La
severa hom i l í a de monseñor Quin tero rezaba así :

H a empezado a circular en esta capital u n l ibr0


de pocas páginas, ed i tado a todo l uj o en gran for­
mato. ti tul ado L as re les t ia les . compues to de coplas
que se pretende h acer pasar como pertenecien­
tes al folklore venezol ano, acompa ñ adas de carica­
t uras. Las copl as con t ienen con ceptos de u n a repug­
n a n te sal acidad, expresados con l as palabras más
soeces. Las caricaturas no pueden ser más i rreveren­
tes. Y l as notas que en tipos muy pequei1os se h an
puesto al pie de cada pági n a son un cúmulo de
falsedades. Con el fin de engafi ar a los incautos se
atribuye el prólogo, la compilación y l as notas a u n
sacerdote j es u i ta. El l ibro todo es u n a colección de
blasfem i as. Como h asta el presente l a blasfem i a j a­
más h a m anchado n i la mente n i los labios de n u es­
tro pueblo, se le i nfiere a éste u n a gravísima in ju ria
al atreverse a decir que son de su folklore tamafi as
bajezas.
Basta lo expuesto para que se vea la razón por
la cual reprobamos, en la forma m ás categórica, esa
malhadada y sacríl ega publ icación. No dudamos de
que en esta reprobación han de acompañ arnos h as­
ta q u ienes no profesa n l a fe catól ica, pero que t ie­
nen cl aro concepto de lo que quiere decir la pal abra
decencia.
La sanc ión nl ás eficaz que con tra esa obra de la
impiedad puede ejercerse, es l a de h acerle un com·
ple to vacío, absten iéndose de adqui r irl a. Así lo es

228
peramos de todos n u estros fiel es y, en general, de
toda persona que a preci e en algo l a moral, el deco­
ro, el pudor y l a hones t idad en l as accion es y las
palabras. No está de sobra advertir que ese l ibro,
en el que de propósi to se ataca a la Religión y a
l as buenas costun1bres y se h ace mofa de los san tos,
se h alla por ello m ismo comprendido en la proh i bi­
ción. del canon 1 .399 del Código de D erecho C a-
,
non1co.
Volu n tariamente queremos permanecer en l a ig­
norancia de quienes sean a utores y patroci nadores
de esa publicación, contra los cuales hasta se nos
ha pedido que decretemos penas eclesiásticas. Nos
l im i t aremos a expresar que sentimos u n a profunda
compasión por ellos y aun supl icamos al Sefior que
los ampare con su i nf i n i t a m isericordia, porque,
dada la dañi na i nte nción que en versos y caricatu­
ras aparece, a t ales au tores y patroci n adores se apli­
can pun to por pun to estas tremendas palabras del
D iv i no M aestro : «quien escandalizare a uno de es­
tos pequeñ uelos que creen en mí, m ej or fuera que
l e colgaran una piedra de mol i no al cuello y l o su­
mergieran en alta mar . . . ¡ Ay del hombre por quien
viene el escándalo ! » . Tard e o temprét no, s i no hu­
b iere l a debida reparación del escándalo acompai1a­
d a del sincero arrepentimien to, el i nmenso cast igo
que esas palabras dej an en trever, tendrá exacto cum­
pl imien to, porque i m pu n emente nad i e se burla de
D ios.

E n tre los rel ámpagos de aquella ten1pestad se esfumó


de m i vista el padre Erra ndonea. Lo imagin aba yo con­
tri to por el estruendo públ ico que su labor compiladora
había i nvolun tariamente desencadenado, pulverizado es­
piri tualmente por l a pastoral admon i toria del Cardenal.
Algui e n me susurró que se h ab í a marchado a pagadamen­
te del país, pasaj ero de segun d a en un vetusto trasatlán-

229
tico b a u tizado «J u an Sebastián Elcano» en honor de u n
navegan te no menos guipuzcoano n i . menos esforzado que
I gn acio de Loyola. U na referenci? pos terior me hizo sa­
ber q u e n ues tro apesad u mbrado am igo se había ret irado
a ej ercer su cura to de almas en el p uerto vasco de Bermeo,
que o trora fuera atalayera villa amurallada, an tes de q u e
c i nco i ncend ios colosales devoraran s u s m uros medieva­
les, sus oj ivales torreones, su pal aci o real , su templo de
N u es tra Seíi ora de l a Atal aya, sus gallardos m u elles de
Erri bera, dej ándola red ucida a lo que es hogaiío : u n l a­
borioso burgo m arinero consagrado a l a pesca, al calaf a­
teo, a la danza con acompañam iento de acordeones y al
c u l to de San ta E ufemia. Fre nte a las olas arrogan tes y al
azu l i n agotable del C an tábrico t uvo ocasión el padre
Errandonea de arrepentirse de cualqu ier pizca de blasfe­
mia o sacrilegio que, muy a pesar s uyo, se h ubiera desl i ­
zado en el con texto de Las celestiales, y tuvo paral el a
oportun idad de ren d ir cot i d i a n a plei tesía a la cocin a re­
gional que tan to lo delei taba : el bacalao a la vizcaí n a
con matices roj i zos y e l bacal ao a l pil-pil con destell os
argén teos ; el cocido familiar donde l as al u b i as roj as fra­
tern izan con l as carnes magras y los sabrosos embutidos ;
la p u rrusalda donde riman los suaves a j oporros con los
abadej os frescos ; l as j ugosas cocochas de merl uza, em pa­
padas en salsa verde ; los centol los rellenos llam ados txan­
gurros y los marmi tacos de atún ; las sard i n as fri tas y los
besugos emparri llados ; los corderi tos horneados y l os co­
nejos recubiertos de con d i men tadas salsas. Y a renglón
seguido el d ulzor de los postres : el sacramen tal arroz con
leche. las torrej as espolvoread as de azúcar y canela, l as
manzanas asadas baj o gotean te almí bar, l a leche fri ta, l as
fru tas confi tadas. El padre I ñ aki de Errandonea, S.J .,
engrosó n ueve kilos y m alogró per omn i a sécula secu­
lorum su sil ueta cence ñ a y concreta de pelotari retirado.
A d uras penas lo reconozco cuando regresa a Ven e-

230
zuel a y toca el timbre de m i casa por segunda vez, ocho
años después de la primera, para decirm e :
-Tengo e n m ien tes reed i tar Las celest ia les, corregi ­
das y ampl i adas. ¿ Se atreve usted a ayudarme n ueva­
men te ?
Las trapatiestas ocasionadas por obras l i terarias, acu­
sadas en su época de pornográficas, procaces, soeces, blas­
femas o impí as, es h is toria que viene arrastrándose de
tan remotos t iempos, y son tan n utridos sus ejemplos ,
q ue n os limi taremos a subrayar l os esenciales . E l m ás
excelso, sin duda, en tre todos los l ibros escandal izan tes,
lo fue el Can t ar de los Cantares, poema canónico del An­
t iguo Testamen to, compuesto en el año 1 ooo an tes de
C risto por el rey Salomón, hijo de D av id y an tepasado
de l a Vi rgen M a rí a. La infl amada sensualidad que Sa­
lomón derrochaba al d escribir l a hermosura corporal de
l a Sulam i t a, y las fogosas caricias que en sus versos le
prometía, pasmaron de tal guisa a l os pudibundos sacer­
dotes hebreos que, duran te l argas décadas, el hermoso
h imno erótico de Salomón fue considerado como texto
sicalí ptico. No faltaron l evi tas que propusieran proscri­
birlo de los L ibros Sagrados. F i n almente se llegó a u n a
transacción por l a cual, según registra San J erón imo, l a
lectura d e esta obra no le era permi t id a a los j udíos sino
después de cumpl ir los 30 afi.os. Vetos q ue no han obsta­
do para q ue el C an tar de los Cantares sea apreciado hoy
como parad igma de l irismo amatorio y para que Fray
Luis de León, desafi ando el rencor de los escolásticos, lo
tradujera con impecable fidelid a d .
E n e l flanco griego es imprescind ible s ituar e n l a
vanguard i a a Aristóf anes, gran poeta a ten iense n acido
450 años an tes de Cristo. Aristófanes se mofaba en sus
comed i as de los demagogos, de l os abogados, d e los so­
fistas, de los ricos e i n cl usive de las divin idades paga n as,
empleando en sus parlamen tos un lengua j e tan descarn a-

231
do que en d iversos trances se vio obl igado a representar
él mismo sus person aj es, cu ando los actores pusilán imes se
negaban a h acerlo. El estilo de Aristófanes saltaba por
enc i m a de l as palabrotas con u n a pureza cristal i na, lo
cu al no impidió que lo persigu ieran, baj o el estigma de
irrespe tuoso y blasfemador. En la era 1noderna n adie d is­
cute sus virtudes s i no, por el con trario, los m ás con spi­
cuos au tores teatrales lo i m i ta n l i cenci osamente, de R aci­
n e para abajo.
Sei� siglos m ás tarde origin ó en Grec i a otra m ayúscu·
la tremol i n a la a parición de Lucio o el asno, la obra m ás
notor i a de Luciano de Samosata, entre l as c iento c i ncuen­
ta que escr i b i ó este prolífico m aestro an tioqueño. A n u n ­
c i adora d e l a novela picaresca, L ucio o e l asn o relataba
la convers ió n de un hombre en burro, metamorfosis de la
cual se derivaban s i tuac i ones escabrosas y comen tarios
de doble sen tido. Los lectores helénicos, h ab i tuados al
donaire ático y a la delicadeza conceptual de que Lucia­
no h ací a gal a e n su an teriores trabajos, pusieron el gri to
en el Olimpo. Lo s ign i ficati vo es que, al cabo de d iecisiete
s iglos, a Luciano de Samosata se le recuerda casi exclu­
sivamen te por aquel l ibro en tonces i mprecado.
Crucemos l os m ares rumbo a I tali a, tras los pasos de
Eneas . El m ás es trep itoso zafarranch o morali za n te lo pro­
d uj o en Roma l a aparición del Sat iricón , no obstan te el
l i bert i n a je que campeaba en l a corte n eroni a n a y l a pri­
vilegi ada categorí a de su au tor, T i to Petroni o Arbi ter,
dentro del afecto del Emperador. La obra fue fu l m i n ad a
d uran te s iglos baj o anatemas de depravac ión y concupis­
cenci a. Primero la d ismi n u yeron los propios romanos,
hi"c go la m u t i l aron los monj es medievales, e n forma tal
que solamen te h an llegado a la posteridad dos de los vei n­
te l i bros que con ten í a. Pero, ¡ qué l ibros ! U n filósofo
tan trascendental y tan amargo como N ietzsche escribe
en el s iglo x 1 x : « El Sat iricó n de Petro n io es un aire ala-

232
do, u n a burla l iberadora que nos h ace olvidar el fango
de este mundo enfermo y perverso» .
V iolenta piedra de escándalo en el Renacimiento i ta­
l iano fue la publ icación del Decamerón de G iovann i
Boccaccio. Boccaccio d io l a espalda a l a retórica fal a z y
a l as triqu i ñ uel as nlistico n as para llamar l as pasiones y l as
pan.=s del cuerpo por s u no1n bre, s i n conceder un ápice
en l a d ignidad de s u estilo l i terario. Ganas no le faltaron
a los ofend idos flore n t i nos de arroj ar al Arno el Decame­
rón, j u n to con su au tor, m as v igi l a n te estaba la autori­
d ad i n telectual de Petrarca para imped ir que se cometie­
ran tales aberraciones. M ás tarde, en 1 559, el papa Pa­
blo IV situó el Decarnerón a la cabeza de su index de
l ibros prohi bidos. D uran te tres s iglos estuvo condenada
y vedada la pu bl icación de est a o bra en idioma español.
A l a larga se impuso y conqu istó s i tio pred ilecto en las
b i bliotecas, al lado de l a Biblia y l a Divina Comedia. E n
e l s iglo x x todos los hom bres d e letras, desde Giovan n i
Papin i hasta los estudian tes d e secundaria, aceptan que
el Decamerórz es l a can tera i nextingu i bl e de donde se
derivan el esplendor, l a fuerza y la graci a de l a n arrativa
moderna.
C ien to ochen ta ailos después de Boccaccio n ació Pie­
tro B acci, el Areti no, cuyos 1 6 sonetos l uj uriosos levan­
taron una polv areda de proporciones desmesuradas. Las
al tas au toridades eclesiástic as improbaron d ichos versos
como falaces y pern iciosos, pero l as cortesanas, los solda­
dos y los sem i naristas los copiaban para d istri bu irlos clan­
desti n amen te y para segu ir al pie de la letra los 3 2 con­
sejos posicio nales que el Aretino daba. P ietro Bacci se
h izo rico compo n iendo poemas de encargo y adulando a
los pon tífices y a los poderosos. Llegó a fu ndar u n h arén
privado con seis amantes a quienes llamaba cariilosa­
men te l as Aretinas. Arrep i n tióse en l a vej ez y escri bió no
pocos l i bros rel igiosos, entre ellos una Vida de Santa Ma-

233
ría Virgen , otra de S a n ta Catal i n a y u n a tercera de S a n to
Tom ás de Aqu ino. No obstan te la elevada beati tud q ue
s u bl i ma es ta úl tima parte de s u o bra l i teraria, dificul ta­
mos m ucho que el alma del Are t i n o se encuen tre e n el
cielo. Sus poemas 1 ú bricos y sus comed i as lu panarias, en
c a1n bio, gozan de crecien te respeto den tro de la crí t i ca
con temporá nea.
Pero no h a sido el Are t i n o (fraile capuch ino e n su
ed ad tern pran a y fal l ido aspiran te a carden al en su se­
nectud). el ú n ico sacerdote catól ico enredado en los be­
j ucales de la l i teratura abom i nada y persegu ida. El más
maravi l loso en tre todos, porque solamen te Cervan tes y
Sh akespeare podrían t u tearlo, se ll amó Francisco R abe­
lais, ordenado como franc iscano, l uego fra ile benedicti n o,
abad de Sai n t-1\il u r-les-Fosses, can ón i in o de wleudon, por
ú l timo cu ra de aldea. Su imaginación, su i ngen i o, su re­
beld í a, su amor a la l i bertad. su vol u n tad de i n n ovaci ón,
el vigor de s u lengu aje, se volcaron e n u n gra n l i bro
t um u l t u oso. Pa n tagru e l y Ga rgan t úa . que desató con tra
él la f u ri a de l as dos i ns t i tucion es más honorables de
Franci a : la Sorbo n a y el Parl amen to. En seguida le llo­
\ icron n egras i nj u rias, amari llas den u o c i as, morados aco­

sos y cal v i n istas n1 ald iciones. Después de su h um ilde muer­


te. s us corn patriot as rectificaron : « F ue el creador de l as
le tras francesas)) , d ice Ch ateau briand ; « Es el más grande
espí r i t u de l a época modern a)) , d i ce Balzac. Y n ad i e se
a treve a discu t irles.
Un des t i n o de s i n1 il ar trascenden c i a cum pl ió J u an
R u iz. Arc ipreste de H i ta. de n tro de l a poesía espai1ola. Su
L i bro del B u e n A rnor traspla n tó l a sav i a lí rica popular
al corazón reseco de l a l i teratu ra erud i t a ; sei1 aló que el
e n fre n tarn ien to del hom bre con l a m u erte está regido por
el arnor ; ech ó a la l uz públ ica con n1 agis tral en tereza l as
cos t u n1 bres eróticas de los espai1oles del siglo x 1 v ; can tó
en versos ej empl ares el Loco Amor (rn a teri a) que con-

234
vive con el Buen Amor (alm a) en l a substancia del hom­
bre. El Arcipreste fue hostigad o y c al u m n i ado, lo ll ama­
ron « clérigo l i berti no y tabernario » , lo decl araron « ene­
migo de l a Iglesia » ; preso en l a c árcel de Toledo term inó
de con1 poner su obra i n rn ortal . S i n ern bargo, pocos l i bros
han i nfl uido tan to como éste en l a l i teratura c astellana.
Sus personaj es (doü a Endri n a, l a Trotaconven tos, don
Carn al, doñ a C u aresma) reaparecen u n a y cien veces en
la dramática y en l a novelística espaüolas. Y en cuanto
a sus versos, el L i bro del Buen A m or es tal vez el poema

más valeroso .y m ás l úcido que se h a escrito en n uestra


lengua. Valga l a opin ión reverenciable de don M arcel ino
�1enéndez y Pelayo.
En el Siglo de Oro español aparecen don Francisco
Quevedo y Vi llegas, que no fue presbí tero pero sí gra­
d u ado en teología sagrad a y « esclavo del Santísimo Sa­
cramen to del Oratorio de l a calle del O l i van> , y don Lu is
de Góngora y Argote, éste sí clérigo de tonsura, racionero
de la Catedral de Córdoba y capelléin del rey Fel i pe.
Quevedo y Góngora se pelearon en tre sí como perro y
gato (en tal caso el m ás porten toso perro y el más exqui­
s i to gato que hayan ex istido en l a h istoria de l a zoolo­
gía), pero co incidieron en des t in ar u nos cuan tos acordes
de sus l i ras a l a l i teratura esratológica o pornográfica.
Los versos de Quc!vedo ded icados al sexo y a los excre­
men tos, sáti ras de u na osad í a s i n l í m i tes, fueron profusa­
mente d ivulgados en u n a Espail a sed i e n ta de desen freno.
Estuvieron a pu n to de ser quc1n ados. j u n to con toda la
obra del gen ial autor de L os s uen os . por el Tri bunal del
Santo Oficio en 1 63 1 ; se salvaron de chiri pa. pero Que­
vedo saboreó co nfin am ien tos. cárceles y destierros. Don
Luis de Góngora fue más precavido. Compuso u n os 1n u­
d1 os poen1 as obscenos que le val iero n el apodo de « �í ngel
de las t i n ieblas» y que n u nca publi có con su non1 bre. U n a
de esas L e t ri llas (la que tiene como estribi llo « ¿ Qué es

235
<.:osa y cosa ? » ) es una verd adera j oya de pic ardía y lasci­
vi a, pero nos abstenemos de c i tarla textualmente en el
prcsen te prólogo porq ue a veces nos n ace ser tan pru­
den tes como el c u l terano don Lu is.
Y así suces ivamen te. En los recatados sótanos de la
B i bl ioteca Nac ional de 1V1 ad rid s u bs isten carpetas de poe­
sías erót icas, coprológicas y anticlericales, fi rm adas por
los escri tores más prest igiosos del s iglo x v 1 1 1 espai1 ol : �ro­
más de Iri arte, J u an Menéndez Valdés, Mora tí n pad re.
Mora t í n h ijo, etc . Las leyendas que i nscri bió Goya en al­
gu nos de sus grabados son plebeyas ped rad as < ont r:i el
pi adoso decoro y el pacato buen dec i r. El padre J osé Mar­
chen a y R u iz del C u eto, clérigo de menores, am igo de
M arat, trad uctor de Lu crecio y de Voltaire, prec,l icaba de
esta ma nera : «En Espaíi a h ay a � senci a de sens u al ismo
pagano. Hace fal ta u n a l i tera tura erótica sana para l u ­
char con tra esa presencia constan te d el 1nasoqu isn10 cris­
tiano » .
En l o q u e concierne a l a l i tera t u ra venezolana, e l l a
h a bía pecado de u n resign ado reca to que col i nd a ba con
la moj igaterí a. U n a de las m u y con tad as excepciones h a­
b í a s ido precis a mente l a de u n sacerdote ca tól ico, cape­
l l án del ejérc i to, de nom bre Carlos Borges ( 1 8 ¡ 5- 1 9 �� 2 ).
poe t a modern ista de apreci able importanc i a . qu ien n1 ez­
cló en sus versos con i ncre í ble i n1 pu d i c i a las n1 �Ís bajas
pas iones carn ales y los sí n1 bolos nl LÍs sagrados de la re­
l igión : « t us [ . . . ] son más gra ndes q u e el Gra n Pod er de
D ios» : «sobre tu cuerpo qu isiera ser i nverso crucif ijo» .
etc. Confesamos honrad an1ente q u e j an1ás n os h a b r í a n1os
bri n d ado para escr i b i r el prólogo d e u n a obra q u e con­
t u v i era profan aciones ele esa ralea.
En nues tra segl ar y h u m ilde opin ión , el padre l i1 igo
el e Errandonea, al recopilar y parafrasear Las celes t ia les ,
no h a i n cu rrido en blasfem i a n i en sacrilegio. La bl asfe­
m i a es un pecado mortal que consiste en em i t i r palabras

236
i nj uriosas contra D ios (blasfemi a inmediata) o contra sus
san tos (blasfemi a med i ata). Fue antaílo un riesgoso de­
l i to castigado por el Fuero Real espaílol con pérd ida d e
bienes, ostracismo, azotaina pública, corte de l a l engua
y pen a de muerte para los rei nciden tes. El sacrilegio, a
su vez, reside e n profan ar l as formas sagradas, conver­
tir los templos en l ugares de comercio o jolgorio, dec i r
misa como sacerdote s i n serlo, apropiarse d e los bienes
ecles i ásticos, violar a una monj a, maltratar de obra a u n
clérigo, poner mano v iolen ta e n l a persona del Pon t ífice
Romano, e tc. Los babilon ios desleían a los sacrílegos en
plomo derretido, los griegos les adm i nistraban venenos
y el Tri bunal del San to O ficio se i ncl i naba por la ho­
guera.
N i nguna de esas expiaciones le estarí a bien empleada
al padre Erran d onea. En su descargo certificamos, con1 0
h echo rigurosamen te c i erto, que en determ i n adas regio­
nes del Llano venezolano se cantan desde el siglo pasado
coplas o cuartetas octosílabas denominadas genéricamen te
« celesti ales» , las cual es al u den j ocosame n te a los san tos
del cielo y dej a n caer al desga i re una mala palabra. La
pala brota aparece por lo general en el úl t i mo verso, en­
cam i n ada a sum i n is trar la « repe n t i n a i ncongruenci a » q u e,
según Schop�nhauer, es uno de los i ngred ientes vi tales
d el género humorístico.
A tes tiguamos de igual n1odo que al 1ne nos tres de las
coplas i ncluid as e n la presen te ed ición de L as ce les t ia les .
son fru to genu i n o de la musa popular venezola na. E ll as
son : la que comi enza « C ua n do San ju a n se cayó / de la
esca lera pa' bajo » , la que com ienza « G lorioso San Se bas­
t iá n . / corno t ú n ad ie se ha vis t o » y la q u e com ienza
« C u a n d o a las p u ertas del C ie lo / se prese n t ó Sa n Silves­
t re » . Es posi ble que el sacerdote vasco, c i i1 é ndose escru­
pulosamen te al molde fol klórico, com pusiera las 2 2 c o ­
plas res tantes, y es parej amente pro bable q u e escri biera

237
l u ego las exéges is de tod as, exégesis no exen tas d e erud i­
ción y de grac i a . La blasfem i a origi n a l, s i la h u biere, serí a
e n todo caso desl iz de los anón i1nos copleros venezolanos.
Pero, con10 afirm a acertadani e n te el carden al Qu i n tero,
(( h asta el prcsen te la blasfem i a j an1 ás ha m anch ado l a
mente n i los l abios d e n uestro pue blo » .
L a afición a en treverar e l nom bre d e D i os y los de
sus san tos con palabras v i l l a n as es h á b i to q u e hered an1 os
de n uestros a nte pasados espaiioles, q u i en es d e ese t al a n te
sol í an m a n i fes tar u n a abroq uel ada fe e n el Ser S u premo
y en la corte cel es t i al . Es cosa sobren tend i d a q u e cuando
u n espaiiol protes ta de u n a con traried ad o i n fort u n i o con
el e1n pleo de su i m precación favorita. no está m a n i fes­
tando realmente el deseo físico de defecarse sobre el P a­
dre E terno, s i no i n vocándolo e n s u desgracia y record án­
dole q ue en S us 1n a n os está la fac u l tad d e remed i arl a .
E l ni aestro mexicano A l fonso Reyes, en su ensayo
A d u a na li ngil is t ica, propo n í a l a elaboración de un d i cc io­
n ario d e l a lengu a espaiiola q u e regis trara las eq u i valen­
c i as i n fi n itas existen tes en tre l as d i versas malas palabras,
de a( uerdo con l as el is tin tas regiones de A 1n érica L:i­
t i n a y Espa ii a. Gran part e de esas palabras. que tienen
\' ige n c i a en de term i n adas �íreas del cori ti n en te, carecen de
registro escri to, debido a la e xtraord i n aria p u d i b undez
q ue h a aq u ej ado a l a l i terat u ra en el id ion1a esp a ii ol .
Las n1alas pal abras espai1 olas y l at i n oa1nerican as, a li a­
d i 1nos nosotros. n o deben ser e n tend i d as según su acep­
c i 6 n sen1 ci n t ica. ya q u e casi n u nea es ésa la i n ten ción de
q u i enes las pron unci a n . C u a ndo se gri ta u n a p a labrota
e n n ues tros países. lej os de q u erer expresarse l as apeten­
c i as sexu ales o d iges t i vas que e l l a i ni pl i ca. se busca p �)f
l o ge neral e l estal l id o de u n a i n terjección q u e d enote
cno jo. rnen os precio. pesad u n1 bre, sat isfacció n . amor u
otros sen tin1 ien tos.
Nues tro am igo Octav i o Paz p u bl icó en 1 959 un p u n -
fican te ensayo sobre este tema. «En n uestro lengua j e d i a­
rio -dice el poeta mexicano- hay u n grupo de pal a­
bras prohibidas, secretas, sin con tenido cl aro, y a cuya
mágica ambigüedad confiamos l a expresión de las m ás
brutales o suti les de n uestras emociones y reacciones [ . . . ]
Estas palabras son defi n i t i vas, c a tegóricas, a pesar de su
ambigüedad y de la facil idad con que varía s u s ign ifi­
cado. Son las n1 a l as pal abras. ú n i co lengua j e vivo en un
mundo de vocablos académ icos. La poes í a al alcance de
todos» .
Esta segunda ed i< ión de L as ce les t iales no arrastrará
tras sí causa de escándalo con10 l a pri 1ncra. El ci nema­
t6grafo y el teatro han desplegado en los últimos años
u n gigan tesco esfuerzo para derri bar l a censura men tal y
pol icial q uc se e j e reí a sobre l as obras de arte cuando és­
tas roza ban as un tos erót icos o escatológicos o, si1nplemen­
te, cuando se pern1 i t í an en1plear en su desarro llo algu n as
de las l l amad as mal as pal a bras. Tan1 bién l a nove l a h a
puesto su grano de arena. Ya los Trópicos de Henry Mi­
l l cr no son lectura satán ica s i no incen tivo en l as v i trinas
de l as l i brerías \. aderezo en l as n1 anos del icadas de l as
J

adolesce ntes. De igu al manera, u nos c u a n tos novel istas


con tem poráncos de h abla cspa ilola (Camilo J osé Cel a,
J u an Goyt isolo, J u l io Cortázar, Carlos Fuen tes, Mario
Vargas i.losa. c te.) se baten de nod ad amente baj o l as ban­
deras del uso i rrestricto de l a desfach a tez (sincerid ad)
verbal .
C u ando l e expus i mos estas razo nes a fray I íl aki de
E rrandonea. el i rred uctible h ermeneuta l as refre ndó con
un con t u ndente versículo de San Pablo :
-« Yo bien sé, y estoy seguro seg ú n l a doctri n a de
.J esús. que n i ngu n a cosa es de suyo i nm u nda, sino que
\· icnc a ser i n m u nda para aquel que por tal l a tiene»
( Ef> ís t o la a los R o m a n os . :x r v. 1 4 ) .
[C araras . j u lio d e 1974 J

239
.;
TEATR O
DON MENDO 71 1

F r agm e n tos
D E L P R I M E R A C T O

J UG LA R(en t ra n d o a la p la t ea a n u n ciado por t ro m pe l as y


tam b ores) :

Sal ud, sufrida ge n te de Caracas


que aquesta n oche al teatro habéis ven ido
atravesando un tráfico fu ñ ido
y oyendo bollos con grosor de hallacas.
Salud, ¡ oh pasaj e ros de a u to buses !
que en l ugar de u n a cruz cargáis tres cruces,
y vosotros de rostros descompuestos
que v i aj áis con veci nos ind igestos
en carri tos herméticos por puestos.
Salud, señores, que oste n táis el cetro
de la paciencia y m uchas cosas más,
pues cad a Preside n te ofrece un metro,
un metro, ¡ metra ! , que no hará j amás.
(A va nza n do hacia e l esce n ario.)

Salud, rebaño audaz, que habéis venido


dej ando vuestro hogar desguarnecido

1. Obra est re n a d a en el A t n eo de Ca racas el 5 de l e brero


de 1 9 7 1 , como \ e rs ión \ e nezo l a n a de La i 1<• 11ga 1 1 w d e Don M c n d u
de Ped ro M u fioz Seca .

243
a merced de los ági les h ampones
que siguen cad a vez más a tacones
tras e l go biern o h a berlos suprirr1 i clo.
Sal ucl , plebe rom án t ica y sencilla
que es táis sin dud a h asta la coro n i lla
de la llamada n u eva poes í a,
u n a clcsen fre n ada algara bía
d e la cual n i su a u tor e n tiende n ada,
n i tam poco su no\' i a , n i s u tía,
n i su hermana in ayor, n i su c u ri ad a ,
Y o s é que h a bé is ven ido a cuestionarla ,
a darl e con u n tu bo. a liqu idarl a
por j erigonza hern1ética
\' d i urética ;
y por aris tocrá tica
y dogmática,
por endémica,
a n émica.
acadén1 ica :
porque esa poesí a recoleta,
tan sorda. tan cegata y tan ch oreta,
an tes de h a ber nacido era pu reta.
D isti n to es n uestro estilo. R eparad
cón1 0 execran1os tod a a bsurd idad
y execramos igu al todo des pla n te :
sa be1nos respetar la au toridad,
sabemos venerar el consonan te
s i n que j a n1ás u n a \' ulgaridad
nos ti en te con su ri tn10 fasc i n a n te.
C u ando h ay u n \·erso que tenn i n a en 011 0 ,
el an1or e s u n n1 ístico reto1i o :
cu a n do h a y u n verso q u e term i n a en e.1 0.
trenza su \· u el o azu l el azulej o ;
c u a ndo h a y u n \'Crso q u e term i n a en u t a ,
e s n1 icl d e Dios l a pulpa d e l a fru ta ;

244
cuando h ay u n verso que term i n a en ola,
de soledad se m uere la amapola ;
c uando hay u n verso que term i n a en i nga,
suena el fauno su l í rica siringa ;
cuando hay u n verso que term i n a en erda,
rezan viacrucis en la extrema izquierd a ;
cuando h ay un verso que term i n a en ulo,
se call a es te j uglar con disimulo ;
y si hay u n verso que tenn i n a en ón . . .
el que h able primero se traga u n bombón.
(L lega n d o a l esrenario .)
Y sé tan1 bién, hermanos y herr.ian as,
y lo sé como dos y dos son cua tro,
que habéis venido con n1ayores gan as
a cuestionar l as préd icas malsanas
que l a d an por llamarse n uevo teatro.
Me refiero a l teatro del absurdo
cuya inn1oral idad es tan b raví a
que h ace ruborizar a l 1ná s palurdo
)' taparse l a cara a un policí a.
Yo sé que od i ais ese teatro burdo
en donde d an saltitos como cabras
l as malas y las pésimas palabras,
y en donde se revuelca por el suelo
u n a n i ü a de quince con su a b uelo
en tan to la mamá tiene u n aborto
de su sob,rino de pantalón corto.
Y al final los actores pica ri llos
se baj an de un tirón los cal�onci l los,
y 1 u ego l as actrices pizpiretas
h acen lo m isn10 con l as pan taletas,
quedando de ambos sexos los artistas
con vertidos en bon che de n ud istas,
\' s1 han fumado su yerbi tabue n a

245
descienden en pelota de l a escena
y por el patio corre n en cadena.

(A vanza n d o h acia e l á ngu lo izq uierdo d e l escen ario.)

¡ Horror ! ¡ Horror ! Contra esas corrupciones,


con tra esos licenciosos desvaríos
se yerguen n ues tros c astos corazones
y n uestros moral istas al bedríos,
y e_n l uch a con tra tal desaguisado
habemos de u n arcón desencarnado
el drama que en segu ida estaréis v i endo,
u n a an tigua traged i a castellana,
poética, monárq u ica y cristiana,
que cuenta l as desd ichas de Don Menda.
Es la h istoria infel iz de dos aman tes
puros como la síl fide más pura,
,. son sus versos tan edifica n tes
que se negó a escuch arlos l a censu ra.
Abierto está, sefiores, el debate.
Con1 ienza. pues. seii oras, la función.
j Acudid, tramoyistas, al com bate
y, como d ipu tados en sesión,
j al ad con ambas manos el mecate
y que s u ba el telón !

D E L S E G U N D O A C T O
�lonólogo de Segismendo

DON :\ I E N D O(e n ca rce lado en la bóveda de u n a t orre, se


a_de la n t a ca ldero n ia n o) :

A la patria desdichada
del general San M artín
un gor i l a je sin fi n
la tiene desgua ü angada.

246
Ogros de bota y espada
acogotan la verdad,
y es tal su goril idad
y tan cafres sus condenas
que yo, con estas cadenas,
tengo mayor l i bertad .

En Brasil, a estas alturas,


mandan bárbaros peores,
de doncellas violadores
y sádicos en tort uras.
Maltratan n i ñ os y curas
y monjas en can tidad,
y es tan ciega su m aldad
y tan fieros sus cuch i llos
que yo, a pesar de mis grillos,
tengo mayor l i bertad.

Luego está el caso inhumano


del i n feliz Paragu ay,
desde hace vei n te a ños, ¡ ay ! ,
sufriendo al m ismo tirano.
Es un guara ní prusiano,
déspota a perpetuidad ,
y t i e n e t al facul tad
para m a tar ese mozo
que yo, en este cal abozo,
tengo m ayor l i bertad .

Y por úl timo está H a i tí


donde el feroz Papá Doc
hasta por bailar u n rock
puede fusil arte a t i.
Los Ton tón M acou tes, o u i ! ,

247
aso l a n c a m po y c i u d ad
y p ega n c o n t a l c r u e l d ad
y a rn a n t a n to e l h om i c i d i o
q u e y o a q u í , e n este pres i d i o ,
t e n go m a yor l i be r t a d .

D E l. ú L T I M O A C T O

( D o n ,\ [e n do se clava u n p u li a l , cae re t rocedie n d o e n bra­


zos del 1\ 1 arq ués de J\f a n cada y m u ere espect acu la rme n t e ,
co n a ro m fJ a r1 a m ie n t o m usica l. Qu eda n e n esce n a los ca­
dá veres de D o n Pero . Do n N io1 o . 11 Iagda le n a , Doña Urra­
ca y D o n 11 1 e n do . El rey A lf o n o V 1 I ) la rei n a Bere n ­
'

g u e la perma n ece n de p ie , e n pri m er p la n o. El l\1a rq u és


de l\ 1 o n rada y D o rz a R a m írez , d os pasos nuis a t rás. L os
so brevivie n t es de la C orte, a l fo n do.)

.\ L F O N S o \' I I (adela n tá n dose con los brazos e n a lt o) :

¡ O h , D i os, q u e e n e l c i e l o est á i s
y t a n to pod e r t e n é i s ,
s e i s b i c h os d e m u e r t e , s e i s ,
so b re es t a a ren a d ej á i s !
Así, Señor, castigáis,
d i v i n a j u s t i c i a h ac i e n d o
a q u i e n t u l e y t r a n sgred i e n d o
u rd e s u p ro p i a v e n ga n z a
y sólo a mor i r alcanza
como se ha m uerto Don Mendo.

t 1N H I PPY ( leva n tá n d ose de u n a b u t aca) :

¡ Protesto !

(A va n za n do h aCia e l esce n a rio.)

248
Contra ese teatro i nfesto,
con tra el dramón deshoneste
y con tra el ripio i nd igesto,
protesto.

A LF ONSO V I I :

¿ Qué es lo t uyo, caballero ?

HIPPY (sigue ava n za n do) :

Lo mío, rey maj adero,


mon arca de estercolero,
es que en este siglo atóm ico,
astronauta y electrón ico,
cinético y c i bernético,
hay un repud io astronómico
para el teatro an acrónico
que quiere pasar por cómico
y se qued a en apoplét ico.

DOÑA R A M Í REZ :

¡ Voto a Cristo y a Santa A n a !


Este tipo a m í me l uce
que ha fumado •marihuana
o que ha leído a M arcuse.

H rPPY (ya en el esce n ario, a l p ú b lico) :


¡ Pa n as burdas ! ¡ Protestad
cont ra est a bu rda com parsa !
El teatro ya no es farsa
si no sangre y real idad.
Od ios, violencia y crueldad
son l a h umana cond ición
y es un solem ne bri bón

249
quien en prod ucir i nsista
un tea tro conform ista,
anacrón ico y ramplón .

A LFONSO V I I (a l Hippy) :
H i pp necio y barrigón,
tu i nconform ismo, a fe mía,
es sólo pedan terí a
con disfraz de rebel ión.
Y la cargante arrogancia
que te gastas, ¡ vive el cielo ! ,
es el enorme camelo
con que encu bres tu ignorancia.

(El Hippy desenfu n da ostensi blemen t e u n arma de fuego.)


.

DO Ñ A RAMÍREZ (al Marq ués de Moneada) :


ivf arq ués, paremos l a cola,
porq ue el Au tor desconoce
que en el ma nso iglo x u
n ad ie carga ba pistola.

(Sa le n de prisa Doñ a R a mírez y l\ 1 a n cada. La rei n a B e ­


rengue la trata de encontrar una salida, no la h a lla, corre­
t ea s i n t o n n i son por la escena.)

H I PPY (a me naza n t e, a A lfonso V 1 1) :


,: Vo s a bé i quién e · I one co ?

.\ L F O N O V I I :

Un fresco
que hace teatro eli tesco,

250
farragoso y novelesco,
de trama prefabricada.

H I PP Y ( más amenazan te) :

¿ Y Becket t ? ¿ Sabéis quién es ?

A LFONSO VII :

U n pol aco o irlandés


que se l as da de francés
pero escri be en ch i no, pues
n i nguno le en tiende n ada.

H I PP Y (al p ú b lico) : .
Como todo rey de Españ a,
es tonto de capirote.
(A A lfo ns o V1 1 ) :
¡ Va is a monr, monigote !
(A la rei n a Berengu e la) :
¡ Y vos t a m b ién, alimañ a !

( Dispara a q uemarropa sobre a m bos. El rey y la rei n a


m u ere n m e lodramá t icos con sole m n e acompañ amien t o
m usica l.)

1 1 1 PPY (enfá t ica m e n t e) :

Y ace aq u í en este esce n a ri o


q u e es osario o cernen terio
u n teatro mega terio,
i c t i o aurio y cavernario.
Q u e le si rva de s udario
s u se n tir n u nca sen t i do,

25 1
s u v 1 v 1 r j amás vivido
porq uc al n acer expira ba
y porq ue ya muerto estaba
d esde an tes de h a ber n acido.

(Afa t a con la pis t ola al rest o del repar t o , se h iere a sí


m is m o y cae e l T E L Ó N .)

252
RO MEO Y J ULIETA 1

P R ó L O G O

FRAY L O R E N ZO (ca m in a ndo por e l escen ario) :

En la bella Verona que ayer fuera


un j ardí n de c l aveles y amapolas,
u n a hermosa sultana ergu irn ald ad a
de rojos techos y de azules l omas,
y que el ri tmo del t iempo h a con vertido
en una t re pidante mazamorra,
en un garage inmenso y estride n te
h a bi tado por locos y por locas ;
. . .

e n l a bella Verona dos fam i l i as


de pol í ticas told as antagón icas,
que sol í an cubrirse de improperios
y dirimir a pu ños sus d i scord i as,
prod uj eron de pro n to dos aman tes
no con tagiados por la absurda fobia,
<.. u ) o amor a la m ucrte l os ( ond u j o,
y c u y a muerte purifi cadora

1. O b ra est renada en el Te a t ro I\ a c i o n a l de Ca raca s el 6 de


m a r1 0 d e ' 9 í :> · co m o \ e rsión l i bre ) \ e nc1ola n a d e R o meo y ] u lie ta
d e \ \' i l l i a m S l i a k e s p e a re .

253
l i beró para siempre de sus od ios
a l os pro tagon is tas de esta h istoria.
Armaos de paciencia, am igos míos,
porq ue este drama va a d u rar dos h oras.
(Sale.)

254
A C T O P R I M E R O

ESCENA I

Verona. U n a plaza públ ica

( Varias personas forman u n a co la de a u t o bús. A l fondo


se ven tara n t i n es de b u honeros. Ven dedores de periódicos
y billeteros de loterías vocean su mercan cía. De paredes
y postes cuelgan letreros p o líticos. En primer p lano con ­
versan Teo ba ldo y Gregario, adecos d e brazalete b la n co,
armados de ca billa y garrote.)

TEO BA LDO :

La verdad es que no sigo con este escaparate al


h ombro. Estoy h asta l as am ígdal as de l os copeyanos.

G R EGO R IO :

¿ H asta l as amígdalas ?

TEO B A LDO :

Hasta el forro de l as am ígdalas.

G REGO R I C :

Pues debes tener cu idado, que no h ay n ada m ás pe­


l igroso que un copeyano s i n puesto.

TEO B A LDO :

Te d igo que son unas v í boras.

G REGO R I O :

Menos mal que en el fondo son creyen tes prac ti­


can tes . . .

255
T EO B A L DO :

Creyen tes en e l d i a bl o ; practican tes de todos l os pe­


cados ca pi tales.

G R EG O R I O :

¿ De todos ?

rEO B A LDO :

De todos. Comenzando por l a soberb i a que es el


q ue más les gusta. Se amaman t a n con leche de so­
berb i a .

G REG O R I O :

¿ Y l a envid i a ?

T E O B A LDO :

Por s u puesto q u e también l a env i d i a . En l o que


ven pasar a un m i n istro adeco, se ponen verdes.

G R EG O R I O :

Pero l a l uj u r i a sí q u e no.

l ' E O B A L DO :

¡ Que t e e rees t ú eso ! S i trop iezan a u n a jeva pl a


cen tera . se arrem angan l a sot a n a y le ec h a n pich ó n .

G R EG O R I O :

M od er a t u l engu a. q u e \'eo acerca rse a dos de ellos .

(En t ra n A b ra h a m y Berzvolio , copey a n os d e braza le te


verde.)

256
TEO B A LDO :

A cabillazo l impio los h aré retroceder.

G RECORI O :

No olv ides que ahora somos gobierno y que gobier­


no no busca ple i to. Dej a que ellos empiecen.

TEO BA LDO :

Les h aré l a señ i ta que se merecen, a ver si l a agu an­


tan .

(Hace la señ a l d e la gu i ñ a apu n ta n do a los copeya n os.)

ABRAHAM :

¿ Nos están apu n tando como pavosos, c a b a l l e ro )

TEO B A LDO (aparte a G regario) :


¿ Estando en el gobierno se puede llamar pavosos a
los pavosos ?

C REC O R I O :

No.

TEO BA LDO (a los copey a n os) :


No, caballeros. Esta señ al de pava no es con vo­
sotros.

B EN VO L I O :

¿ Estáis vosotros buscándonos pleito, caballeros ?

C R EC O R I O :

¿ Buscando ple i to nosotros ? N u nca, c a balleros.

257
A B RA H A M :

Porq ue si nos es táis buscando pl e i to, es tamo d i -


pue tos a faj arnos. N u estro l íder es tan in tel igen te
como el v u estro.

T E O B :\ L DO :

l o tan to. cabal 1 eros. V u estro l í der e u n j e u i ta


e ngom i n ado, m ien tras que el n u estro es la Tacama­
j aca de Ño Leandro.

B E N VO LI O :

U n dem agogo ench inchorrado es l o que es vuestro


l íder.

TEO S A L o o (enarbola n d o la ca bi lla) :


Salgan pal med i o s i son machos, caba ll eros.

-\ B R A H .-D I (esgrim ie n do e l garro te) :


¡ Adecos resentidos, ectarios de m i ércoles, caballe­
ros !

(En tra n otros copeya n os y adecos q u e se m ezclan en la


pelea a rm ados de pa los , t u bos , ca bi llas y m ach e tes. Gri t a n
« m ueras» y « a bajos» a l part ido co n t rario . Por ú lt i m o apa­
reren e l A deco .i\Iá x i m o y el Copey a n o .i\Iá x i m o , con s us
re pert ivas señ o ras.)

ADE .O :\I Á X I MO :

¿ Qu é zaperoco es é te ? ¡ Trá iganme m i espada d e


·c ombate, m i c u aren ta y cin o, m i metralleta !

-\ O E C \ MÁ' \ I l\1 '\ :

C u idado con e l re uma, m ij i to, no te sofoques.

258
C O P E Y A NO J\IÁ X I J\10 :

¡ Pronto, u n a bomba, un tanq ue, un cafión, que


q u i ero despachurrar a este i nsolente !

C O P E Y A N A J\IÁ X L \IA (persign á n d ose) :

No lo mates, mi cielo, que te conden as.

(El A deco l\1á x i ni o y el C ofJeya n o l\1áxinio i n t en ta n agre­


dirse. En tra e l Jerarca del Sisterna con cuatro es birros.)

J ERA RCA :

¡ H asta cuándo, seílores, hasta cuándo


hemos de soportar vues tras renci llas,
que en un corral de vacas furibundas
t ienen a nuestra patri a con vertida !
¿ No comprendé is que con tamafio agi te
no pueden trabaj ar las fuerzas v ivas,
n i concil i ar su siesta Fedecán1 aras,
n i man tener su fe l as camari l l as ?
Detened vuestras pugnas i nsensatas,
parad vues tras sectarias tren1ol i n as,
o si no perderéis nuestra confi anza,
nu estra televisión y nues tra est ima.

( Va salie n d o e l Jerarca del Sistema. A n t es de sa lir con ­


cluye a m e n aza n t e s u d iscurso. )

¡ Y n u nca más algu no de vosotros


pondrá sus posaderas en la S i l l a !

(Sa le n todos men os e l CofJeyano l\1á x irn o) la C ofJ eyana


i\ 1áx i m a )' Benvolio , fni m o de R omeo.)

2 59
CO P E Y A N A M Á X I M A :

¿ Q u é s a bé i s d e R omeo ? ¿ Le h a bé i s v i s t o ?
C u á n to m e a l egro d e q u e n o e t u v i e r a
m ezc l ad o e n es t a h o rr i b l e a m p a bl e r a .

B E N VO LI O :

Lo v i , e fi o r a , d e R os a r i o a C r i t o .
A l l í e n co n t ré a R om eo , t a n t e m p r a n o
que el ol n o h a b í a s a l i do , n i el per i ód i c o .
C am i n a ba c a l l ad o m e l a ncól i co
co n u n l i b ro d e v ersos e n l a m a n o ,
y por l a m agn i t u d d e s u t r i s te z a
sos pec h o q u e e r a n d e J u a n de D i os Pez a .

CO P E Y A NO M Á X I MO :

M uc h os l o h a n v i s t o así , d e m a d r u gad a ,
h ac i e n d o d e s u s l ágr i m as roc í o
p a r a regar c o n e l l as l a e n r a m ad a .

RENVOLIO :

¿ Y c u á l será l a c a u s a , n o b l e t í o ?

CO P E Y :\ N O M Á X I MO :

P.o r s e r s u p a d re , n o m e d ice n ad a .
N o s u el t a p re n d a c u a n d o m e l e a r r i m o
y m ás e c a l l a m i e n t ras m á s l e r u ego.
A ver si l ogras t ú , q u e eres s u p r i m o ,
s ac a r l e a l go y me l o c u e n t a s 1 u ego .

( R o m eo e n t ra por e l fon d o de la esce n a.)

(Sa len e l C opeya n o � 1áx i m o y la C opeyana i\1 á x i m a . )

2 60
B E NVOLIO :

Buenos d í as, Romeo.

ROMEO (distraído) :
¿ Qué hora es ?

B E N VO L I O (sacando el reloj) :

Si anda bien m i cebolla. son l as tres.

R O .\ I E O :

¿ Las tre ape n as ? E n m i d esespero


la horas e h acen largas como años.

B E N \'O L I O :

¡ Oh , primo � ¿ C u áles son los d esengaños


q u e te logran parar el m in u tero ?

R O M EO :

¡ E l amor !

B E N \'O LI O :
¿ E l amor ? ¡ Qu é desa t i no !

R0\1 EO :

E toy enamorado como u n ch i no


y el amor como u n ch i n o me h a planchado.

B E N V O LI O :

¿ Y q u é co a es estar en amorado ?

261
ROMEO (adela n t á n d ose h acia e l p ú b lico) :

Estar e n amorad o es tener m iedo


d e perder lo que n u nca se h a ten ido,
es el goce de od i ar lo m ás q uerido

y a brazar e l n o creo como credo .


Es l evan tar e l m u ndo c o n u n dedo
e i l u m i n ar el ao con un l a t i do,
es leopardo en palom a convertido
y yermo verdecido en arboledo.
Estar en amorado es fuego frí o,
h u mo q ue nos refresca como u n río,
mar n u trido con sal de n uestro l l a n to,
es v i v i r sol amen te porque m ueres
y estar seguro de que no l a q u ieres
y estar tem b l a n do de quererl a tan to.

B E N VO L I O :

¡ Virgen de l a Coromoto � ¿ Y cómo se l l a m a e e


monumen to que de esa manera te h a tra torn ado
e l seso ?

R O !\I EO :

No puedo dec i rte s u nom bre porq ue tod a v í a no l o


s é . S ó l o s é q ue es l a m á s hermosa en tre l a her­
mosa y q u e h a t a ahora no m e h a h echo e l me­
nor c aso.

BEN O LI O :

E n tonce . o l v í d a l a.

ROMEO :

E nséñ ame l a fórm u l a para o l v i d arl a .

262
B E N VO LIO :

Primero, dej a de pensar e n ella.

ROMEO :

¿ Para pensar e n q ué ? ¿ E n los con1 ple j os d e l s u b­


desarrollo ? ¿ E n el p re c io de l a gasol ina ?

B E N VO L IO :

Para pensar en o t ras m uj e res i gu a l m e n t e be l l as . De


que las ha l as h a y.
,

RO M EO :

No las h ay. L a m á be l l a e n t re t o d a s no a lc anza a


ser tan be l l a c o m o l a que yo a m o .

B E N VO L I O :

Te j u ro, por l os h u esos d e n u e · t ros a n t e pasad os,


primo, q u e t e ay u d a r é a c u ra rt e d e ese d e n g u e a m o­
roso que te c o n s u m e .

( En t ra un m ot orizado.)

MOTO R I Z A DO :

Q u é coc h i n a s u e r t e l a n 1 í a es t o y
, s a l a d o , pe í d o de
monj a . ¡ M a n d arme a b u sc a r todo l os n on1 b rc que
e s t á n es ri to e n e t a l i s t a ! L a p r i n 1 e r a v a i n a e n
co n t r a m í a es que n o sé l e e r . Y a u n q u e s u p i e r a

l ee r . ¿ Q u i é n encuen t ra u n a d i recc i ó n e n es t a V ero­


n a sin l e t reros en las e s q u i n a · , i n n ú n1 c ro en l as
c as as, don d e n i lo po l i c í a s s a b e n l o n o n1 b rc d e
l a. u r b a n i z a c i o n es y d o n d e t od a l a · q u i n t a s e l l a­
m a n M ar i l ú o La P a l o1n a ?

263
B E N YO LI O :

¿ L a q ué ?

l\f OT R I Z A DO :

B a raj o e l t i ro . Buena t a rd es , c a b a l leros.

R O M EO :

Buena t a rd e s , m u c h ac h o .

MOTO R l Z DO :

¿ S a be u s ted l ee r , · e i1 o r ?

R O M EO :

Bien q u 1s1era no a bc rl para salv arme de l a pá­


gi n a ed i to r i a l es d e l os d i a r i o s .

MOTO R I Z A DO :

D i go q u e sabéi l e e r l o escr i t o a m a n o .

RO I EO :

Si no e t ra t a d e u na rece t a m éd i c a .

� 1 0 l O R I Z A DO :

U tcd m e e t á m a n1 a n d e l ga l l o , c 11 o r . Q u e e d i­
v iertan . ( I n te n t a ret ira r e.)

R O I EO :

E pe r a , h o n1 b r e . , d a 1n e e e p a p e l p a r a l e é r t e l o .
( L f/ve n do.) R c i n a l d o L c a n d ro l\ l o r a . -t · ª C a l l e ch.
l o · P a l o · G r a n d e · . Q u i n t a « l\ 1 a r i l ú » : .J u l io Poca-

2 4
terra, i . Calle de San J uan Bosco, fren te a l a igl � -
ª ·

si a ; J . J . González Gorrondona, Av. Princi pal del


Cerro del Ávi l a, Qu in t a « La M í a n ; :rvian uel M an ­
ti lla, Calle Gu a icaipuro, Los Tequ es, Qu i n ta « La
Tuya» ; N ico Zuloaga y señora, «Coun try C l u b . . . » .
L a flor y n ata del adequismo veronés. ¿ Y dónde
van a reu n irse ?

.\ IOTO R I ZADO :

El bon che es en nuestra casa.

ROMEO :

¿ E n tu cas a ?

.\IOTO R I ZADO :

B u eno, en l a casa de m i amo, el sefior Adeco M áxi-


1110. S i ustedes no son copeyanos de u ü a en el rabo,
pueden agregarse a la l ista y consi derarse i n v itados.
La inovid a va a ser de papaya, con dos orquestas
y j evas de qui n to piso. E l sábado en l a noche, no
se les olvide. (Sale.)

B EN \'O LIO :

En esa maravi llosa verben a adeca encon traremos a


las n1 uch ac h as m ás l indas de l a cl ase media verone­
sa que, como todo el mundo sabe, son l as más l i n­
d as de todas. Van1os allá, primo Romeo, y verás
có1no la 1n ujer q ue te t iene andando de ca beza e s
una ch ancl eta de peregrino al l ado de l os ch urros
q u e vas a ver en el sarao de los bl ancos.

RO.\IEO :

Me h aces reír co n tus d isparates.

265
BENVOLIO:

De las adecas yo conozco a una


que si la ves te quitará el sentido.

R O MEO :

Más bella que mi amada no ha existido


ni existirá jamás mujer alguna.

BENVOLIO:

¿Cómo puedes saberlo si a ninguna


con ella cara a cara la has medido,
si andas por esas calles abstraído,
si vives, si es que vives, en la luna?

ROMEO:

Iré a la fiesta, primo. Atentamente


a cuanta hermosa dama se me enfrente,
inventario le haré con la mirada.
Y una ·ez más comprobaré en persona
que no existe belleza aquí en Verona
que le dé por las patas a ini amada.

ESCENA 11

Habitación en la casa del Adeco Máximo

(Entran la Adeca Máxima y la Nodriza.)

ADECA MÁXIMA:

¿En dónde está m1 hija? Quiero verla.

266
NODRIZA:

Por mi virginidad que a los doce años


perdí con un chofer de la Charneca,
te juro que lo menos cinco veces
le he pedido a J ulieta que viniera.
(Llamando.)
¡Ven, pimpollo de ruda! ¡Niña mía!
¿Dónde se habrá metido esa J ulieta?
(Entra ]ulieta.)

JULIETA:

¿Qué zaperoco es ése? ¿Quién me grita?

N OD R I ZA:

Te llama vuestra madre.

JULIETA (a la madre):
¡ Quiubo, vieja!

A DECA M ÁXIMA:

El problema, hija mía, es un asunto


que a toda la familia nos afecta...
(A la nodriza.)
Sal un momento tú, porque deseo
hablar a solas con la niña. (Pausa.) Espera.
Lo he pensado mejor. Es conveniente
que escuches tú también nuestra conversa.
Ya sabes que J ulieta está en edad
de dejar para siempre las muñecas.

267
NODRIZA:

Hace seis meses que cumplió catorce


y muchos meses hace que le llega . . .

ADECA MÁXIMA:

¡ Petronila, te ruego que te calles!

N ODRIZA:

Catorce anos no n1ás tiene� la nena.


Recuerdo bien que cuando el terren1oto
yo todavía su nodriza era,
pues le prestaba más la leche mía
que la leche de vacas macilentas.
Con ai1ejo me untaba los pezones
buscando así que los aborreciera,
pero a la carricita desde entonces
le gustaba la caña con firmeza.
Ella estaba lactando aquella noche
cuando empezó a temblar Verona entera
y echamos a correr como dos locas
tanto la nii1a como la nii1era.
Ella se fue de bruces y se hizo
un chichón con el filo de la acera.
Se acercó entonces Pedro, mi marido,
que en paz descanse, y levantó a J ulieta
para decirle picarescamente :
ahora te vas de bruces y por tierra
pero cuando seas grande te caerás
de espalda sobre cama placentera
y no serán chichones lo que saques.
sino una deliciosa gozadera.

\DECA MÁX ll\IA :

CálJate, te repito, Petronila,


que tu malicia ofende su pureza.

268
NODRIZA :

'Te concedo, señora, la pa_labra


y muda moriré si tú lo ordenas.

ADECA M Á X I M A :

Yo quisiera saber, Julieta mía,


si el tilín de casarte no te tienta.

J U L I ET A :

¿Casarme yo tan joven? ¿Y con quién?

A DECA MÁXIMA :

Te explicaré en seguida. Ten paciencia.


Resulta que el doctor Froilán París,
duefio de seis caballos de carrera,
con tres hectáreas en los Guayabitos
y mil acciones en la luz eléctrica,
habló ayer con tu padre porque aspira
a casarse contigo si lo aceptas.

NOD R I ZA :

Es el mejor partido de Verona,


no le cabe en el pecho la cartera,
hay que arrancarle el brazo a toda máquina.
.
no vaya a ser que el tipo se arrepienta.

A DECA M ÁX I M A :

J ulieta, ¿tú qué opinas? Esta noche


vendrá el doctor París a nuestra fiesta,
y aunque cojea un poco por los callos
anda a caballo de su gentileza.

269
Está un poquito gordo, sin embargo
ha prometido someterse a dieta
y rebajar diez kilos en tres meses
a base de ensaladas y panquecas.
Verás cómo es de chéYere su smoking
cortado por un sastre de Inglaterra,
y lo bien que le queda la peluca,
y la plancha lo linda que le queda.
Tiene un ojo de vidrio de Murano
que parece un rubí cuando bizquea.

N O D R I ZA:

�1 uérete,
que lo 11 aman J uan Sopita
porque bebiendo sopa se chorrea.

ADECA .\IÁX I M A :

Espero que me digas sin tardanza


si el an1or de ese joven te interesa.

J U LI ETA :

Trataré de quererlo si tú quieres,


oh 1nadre de mi alma, que lo quiera.
Con esa descripción que me habéis hecho
ya siento que en el alma me aletee.
una dulce ansiedad de conocerlo
y de rendirle culto a su belleza.

(Entra un criado.)

CRIADO :

¡Seiiora, ya est�in llegando los invitados! ¡Ya em­


pezaron a echarse tragos ) a robarse las cucharillas!
Todos preguntan por usted y por la seiiorita. Y le
echan la culpa a Petronila de que nadie los reciba.

270
Tengo que regresar i n med i atamente a segun su­
viéndoles e l wh isky. Por favor, vayan inmed i at a­
men te, no me deje n solo.

A DECA MÁXIMA ;

Allá vamos, Casim iro, dej a el agi te. (Sa le el cri ado.)

NODRIZ A :

Consígu e t e un m arido, niña m í a,


que el m atri mo n io es cosa sabrosita:
u n a barre la casa por el d í a
y después por l a n oche s e desqu ita.
(Sa len todas.)

ESC ENA 111

Ca lle d e Verona fre n te a l a casa del Adeco M áxim o

(Entra Romeo con Benvolio, J\1ercucio y t res copeyanos


más. Llevan en la ma no las máscaras que luego se pon­
drán. Adentro suena músira ba i lable.)

ROM EO:

¿ Le ped i mos exc usas a esta gente


o descarad amente nos col amos ?

RENVOLIO:

No hemo ven ido aqu í para d i cursos.


i n o para bailar de con trabando,
para d arl e realce a esta mov ida
imprim ién dole un t i n te aristocrát ico.

271
Le haremos u n h onor a l os adecos
i ngresando a su bonche med i o palo.

ROMEO :

Yo no vengo por n ada de esas cosas,


yo vengo porque estoy enamorado,
us tedes bail arán su bri ncadera
o tal vez u n merengue apalm ich ado,
m ien tras yo, recostado de u n pil ar,
la noche pasaré com i endo pavo,
pensando en quien me tiene el corazón
def in i ti vamen te esguañangado.

l\I ERCU C I O :

No sé quién te h a metido en l a cabeza


que es tar en amorado es algo raro :
el amor que tú sientes es igua l
a l que s i en ten l a yegua ) e l caballo.
Recuerda lo que d i jo C h aquespeare
subiendo l a cortada del Guayabo :
«el amor no se cura n i se al i v i a
s i n o inon tán dose e n e l ser amado» .

RO�IEO :

No te burles de mí, gen t i l lVIercucio,


ni n1e ci tes autores tan prosaicos,
no olvides que m i amor es casto y puro
con10 l a n1ad re de Franci sco Fra nco,

una sef1ora que no v i ene al cuento


pero es j usto n on1 brar de vez en cuando.

�IERCU C I O :

Hoy te noto más gafo que otras veces.

272
RO:\IEO :

A n oche tuve u n sueño estrafalario.

MERCU CIO:

Yo tan1bién tuve otro . . .

ROMEO:
¿ Qué sofiaste ?

l\IERCU CIO :

E l disparate m ás descabel l ado.


Soii.é que h a b í a e n Vero n a u n P residente
que n o perd í a s u tiempo conversando,
ni v aci l aba fren te a l as presiones,
. ni reculaba fren te a los pes ados.
1

U n Presiden te que metía a l a cárcel


a quie!l metiera m ano en el erario,
y que no toleraba el m angua reo
ni el ench inchorram ien to b urocrático.
Uno que las riqu ezas del su bsu elo
h a b í a resuel tamente rescatado
y en los escombros del su bdesarrol lo
levantaba u n pa� extraordi n a rio.

ROMEO :

jQué fan tas í as tan descach arran tes


ves tú, Mercucio, cu ando estás soilando !

ME RCU C I O :

Espera que n1e fal ta todavía


con tarte l o mej or de n1i letargo.
Res u l ta que en in i s ueüo el Presiden te
no m i raba las artes con desgano,

273
es deci r, no trataba l a cultura
como tema su perfl uo o secu ndario,
ni como taran t í n propagandístico,
n i como ociosidad de encam bu rados,
sino que constr u í a bibl io tecas,
instauraba u n a escuel a de teatro,
le daba s u bsistenci a a los museos,
devolví a a l a música su rango,
no aceptaba culebras tenebrosas
ni por televisión ni por la rad io,
e i n corporaba el pueblo veron és
al fuego creador con temporáneo.

ROMEO :

C áll ate, buen wlercucio. q uc t u sucílo


parece el desvarío de u n l u n át ico.

B ENVO L IO :

Además, s i segu imos de pal i qu e


hallaremos e l b a i l e term i nado.

RO:\IEO :

Tengo u n presen timien to qu e me d ice,


com pafi ero�, qu e un ch ivo estoy capando,
po ngámonos l as m áscaras de prisa
y en tremos a esa fiesta s i n retardo.
(Se quita n los braza letes verdes y se /Jonen las máscaras.)

BE NVOLIO ( tocando la puerta) :


¡ A bran l a puerta, adecos i l ustrísimos,
que están llegando n u evos in vitados !
(Sube la decoración de la calle niien t ras suena música de
larnbores.)

274
E S C E N A IV
Salón en l a c asa del Adeco M áximo

(A l ce n tro el A deco Máx imo y la A deca A1áxima en com­


pañía de ]u lieta y o tras personas de la familia. Convi­
dados y máscaras por todas partes. En tran Romeo y sus
amigos enmascarados.)

A DECO M Á X I MO :

¡ Bienvenidos al baile, b ienven idos 1


N ues tro hogar os rec ibe con dele i te
y os i n vi ta a bail ar sin rucaneos
.
con la dama que h a l léis más a trayen te.
Os acompañarán como parejas
l as que no tengan callos n i j u an e tes,
y si algun a se mues tr a remi lgad a
j uraré que l e fal tan cu atro dientes.
¡ Que los m úsicos toquen ensegu ida
y corra el néctar de los escoceses !

(Suena la m úsica y las parejas bailan. Casimiro pasa la


bandeja con los whiskies. El A deco Máx imo se acerca al
A deco Segundo.)

A D ECO MÁX I MO :

¿ C u á n to tiempo h ace ya, querido prin10,


que no d amos un baile com o és te ?

ADECO 2.0:

Fue en el octubre revolucion ario,


e n el cuaren t a y ocho j ustamen te.

275
Toda Veron a vi no a n u estra fiesta
desde Pepi to Herrera has ta M onengue,
y vino la gloriosa j u ventud
encabezada por Pérez J iménez.

ADECO MÁXIMO:

¡ Caram ba, no recu erdes esas cosas


para aguarme esta noche tan alegre !

RO:\tEo (a Teo baldo):


¿Quién es aquella dama tan h ermosa
q ue me il u m i na con s u l u m bre ten u e ?

(Te o baldo lo mira despeclivanz e n te y le da la espa lda.


Ronz eo sigue h a b lando en 1nonólogo .)

A l lado de su graci a de p aloma


semejan cuervos todas las mujeres ;
se apagan las estrellas y l a l u na
bajo el ch ispazo de s us oj os chéveres;
y yo, que me creía enan1 orado
de una belleza sin equivalen te,
c on1 p rendo ahora cu án pel ado estaba

y cuán to era mi pasi ó n de enclenque,


al ver esta n1u jer que h a cau ti vado
mi co raz ó n en tero y para siem pre.
Le soltaré los perros ensegu ida
a u n que el Gobern ador se me a t ra v i es e .

l'EOBALDO:

És te t ie n e u n a voz de copeyan o
q u e l a careta disfrazar n o puede,
y tie n e un canlin ar de jesuita
q uc es i n 1n ancable en el part ido verde,

276
y h a venido a reírse de nosotros
en n u estro propio hogar. ¿ Cómo se atreve ?
¡ Tras sacarlo a patad as de la casa
le rezaré el tedéum que se merece !
,

ADECO J\IA X IJ\10 :

¿ Qué te pasa, sobrino, qué te pasa ?


¿ Por qué de esa manera te enfureces?

TEO B A LDO :

Ese que tras l a n1áscara se escuda


es un copeyanito prepoten te
que se ha colado en n u estra fiesta, tío,
para b urlarse desc aradame n te.
¿ Cómo no qu ieres, tío, que lo insulte?
¿ Cómo no qu ieres, tío, que me arreche?

A D ECO J\IÁX I!\10 :

Pues no perm i t iré que armes la bronca,


ni que formes el «opel » que pretendes ;
éste no es u n n1a b i l de n1 alandrines,
sino la sal a de u n hogar decente.

TEO BA LDO :

Pues bien, si no me dejas que le rompa


la siqu i trilla al copeyano ese,
n i n1e dejas ta1n poco que lo esc u pa,
ni ta1n poco n1e dejas que lo eche,
seré yo quien se n1arc he de esta casa
para s1en1pre tou jours.

ADECO MÁ XIMO :
¡ Que te aproveche !

277
ROM EO (a ]u lieta) con q uien ha q uedado solo en un á n ­
gu lo de la escena) de man os . cogidas) :
Si he profan ado con m i mano ardiente
l a i nmac u l ad a mano que me h as d ado,
se d ispone mi boca pen i te n te
a pagar con u n beso su pecado.

J U L I ETA :

Eres i n justo con t u propia n1ano.


No olv ides que l os san tos peregri n os
si n traic ionar su corazón crist i ano
besan con sus sandal i as los cami n os.

ROMEO :

¿ Sabes tú- si l os sa n tos t ienen boca ?

J U L I ETA :

La tienen, sí, para rezarle al cielo.

ROM EO :

Tú eres el cielo que m i pech o i nvoca


y darte un beso es como alzar el v uelo.

J U LI ETA :

El cielo es u n azul escalofrío


que se qued a tranqu i lo si le rezan .

ROM EO :

E n tonces n o te m uevas, amor m í o,


m ien tras mis l abios férv idos te besa n .
(La besa.)

278
J U L I ETA :

Ahora tu pecado es m 1 pecado.

ROMEO :

Y yo en el cielo por pecar me siento,


m as si tienes algún remordim iento
dev uélveme el pecado que te he dado.
(Se besan .)

(Cesa la m úsica, regresan grupos conversando. La A deca


1Wáxima se dest aca de los otros.)

ADECA M Á X I M A :

¿ E n dónde estás, J u l ieta ? ¿ Qu é te pasa ?

RO M EO :

¿ Qu ién es esa señora tan simpá tica ?

J U L I ETA :

Es m i mamá. La dueñ a de esta casa


y di rigen te de Acc ión Democrática.
(Se aleja.)

RO MEO :

Un a adeca su madre. . . ¡ Qu ién re ·era


que a u n a adeca sectaria y resen t ida
yo pecador mi v ida le debiera
pues le dio v ida a quien me da la v ida !

BEN ouo (acercándose a R omeo):


Vámonos, pana, se acabó la fiesta.

279
ADECO MÁXIMO:

No se acabó, ¡qué guarandinga es ésta!


Podéis todos pasar a la cocina,
que o espera un sancocho de gallina.

(Van saliendo todos menos ]uliela y la Nodriza. ]ulieta


toma vivamente del brazo a la Nodriza.)

JULIETA :

'e con atención lo que te digo.


O
¿Quién es ese muchacho tan galante
y tan guachamarón que a cada instante
buscaba un chance para hablar conmigo?

N ODRIZA :

Ése es Romeo, un joven copeyano


de lo que gritan «Vi va Cristo Reyn,
hijo de don Ramón Ultramontano,
que es un monstruo sagrado en el Copei.

(Una 11oz llama desde adentro a ]ulieta. La ·i'.:odriza ajJa­


ga las luces y se queda con un candelabro.)

JULIETA :

Un de tino 1n1estro e inhumano


ha empezado a labrar mi desventura.
¡Enamorarme yo de un copeyano
cuando no puedo verlo ni en pintura!

2 o
ESCENA V
Callejón fren te a l a tapi a del j ardí n del Adeco Máximo
(Entra R omeo.)

ROME O:

Cam i n o por l as calles de Vero n a y v uelvo a est a


casa como u n perdido en l a montañ a que regre­
sara siem pre al m ismo pun to. Si J ul ieta me h a
t umbado l a empal izada, no m e q ued a más c am i n o
q u e sal tar l a talanquera. Vaya l o uno por l o o tro.
(Se sube a la tapia y salta dentro de l jardín.)

(Entra n Benvolio y Mercu cio.)

BE NVOLIO:

Ya son l as tres de l a m adrugada. ¿ Dónde se h abrá


metido Romeo?

ME RC UC IO:

Segurete que se fue a su casa, a acostarse. S i llega


después de esta hora, el papi le tranca la puert a.

BE NVOLIO:

i n em bargo, yo lo v 1 que ven í a hacia este l ad ·

pegad i to a l a tapia como perro sin amo. E tá m uer­


to de arnor.

i\IE RC UC IO:

S i est á m uerto de amor, yo i nvocaré su espíritu .


¡ Aln1a del d if u n to Romeo, acude a m i llamado !

28 1
Seguía tan ardientemente en amorado después de
m uerto que no pudieron cerrarle l a tapa de la urna.
¡ Acude, espíritu de Romeo! Te i nvoco por l os
ojos bri llan tes de l a adeca que tú amas, por su
fren te blanca como el emblema de su partido, por
sus la bios color de bandera ñ ángara, por sus pati­
cas de azúcar y canela, por sus teticas de modelo de
la tele, por sus trémulos m uslos y por l os paraj es
veci nos a esos musl os, ¡ El señor te dé su glori a ! ,
para que aparezcas en esta 'sesión espiri t ista al aire
l i bre.

BENVO L I O :

Si llega a oírte, se va a pon er funoso.

MERC U C I O :

Lo que lo pondría furioso sería que yo i nvocara a


u n espíri tu machete dispuesto a j amonearle l a jeva
que él adora.

IlENVOLIO :

Vámonos, que Romeo se ha perd i do defi n i tiYamen­


te. Su amor es ciego y busca l a oscu ri dad.

ME RC U C I O :

Si su amor es ciego, no va a encon trar el agujero.


Ahora estará sen tado a l a sombra de un j ab illo.
soñ ando con l a fru ta proh i b ida, ·ansioso de sem­
brar su 1niembri llo en la manzana. ¡Romeo, bue­
n as noches! Voy a en tregarme en brazos de Morfeo.
O de Morfea, si l a encuen tro despierta.

282
BENVO L I O :

V ámonos. Es u n a m acan a segui r buscando a quien


n o quiere que lo encuentren .
(Salen.)

ESCENA VI
J ard í n de l a casa del Adeco M áximo con ven tana en
u n ángulo superior

(E n t ra Romeo.)

ROMEO :

Es muy fáci l burl arse de l a sangre aj ena c uando


n unca se h a reci bido una herida. Pero los que tie­
nen vei n te pu n tos de su tura en el pecho no se bur­
l an de n adie.

(Se a bre la ven t a n a y aparece ]ulieta.)

RO M EO (en monó logo) :


Ct:ando J ul ieta surge en l a ven tana
la sombra se desangra malherida,
se acobarda l a l u n a competida
y en tre l as frondas gime l a m aüana.
Su cercan a presenci a tan l ej ana
me cu bre de una l uz desconocida
y no acierto a saber si tengo vida
o es de l a suya que m i vida emana.
Cu ando J ulieta surge en l a ventana
se estremece el metal de la campan a
para anu nci arnos que llegó l a aurora,

283
nos oega l a blancura de su fren te
v la noch e se rnuere len tamen te
'

en u n a osc u ridad desl umbradora.

JllLIETA (des de la verzl arza, e n monólogo):

¡ A y de n1 í , d ulceme n te en amorad a
de qu ien amargamente no debiera,
ansiosa de entregarn1e por en tera
a qu ien me im piden en tregarle n ad a !
¡ Ay de n1í , fel izme n te desd ichada,
l i bre paloma que l as alas d iera
porque, cautiva del amor, v i viera
tan carcelera con10 encarcel ad a!
Lo qu iero con el jugo de m is ven as,
con el t i b io rumor de mis colmen as,
con la m iel de mis fru tos en sazón,
y enloquecida por mi amor le pido :
¡ Abandona, m i amor, ese partido
que me tiene part ido el corazón!

RO:\IEO (saliendo de la oscuridad):

Te pro pongo escapar de esta agonía


sin usar ven taj ismo n i chanch u llo :
yo 1ne voy del Copei para ser tuyo
\" t ú te vas de A.D. para ser 1nía.

J L' u ETA (aso1n brada):

¿ Qu ién eres t ú que ocu l to en tre la sombra


sorprendes n1is secretos pensa1n ien tos?

RO'.\IEO:

Yo soy un copeyano trastorn ado


por l a desgrac i a de no ser ad eco.

284
JU L I E T A :

Y yo soy u n a adeca desdichada


porque al verde Cope i no pertenezco.

(Se escuchan ruidos a l fondo del jardín .)

JU L I ETA :

¿Escuchaste ese ruido sospechoso


que rompió l a barrera del silencio ?

RO M EO :

Debe ser u n ramaje estremecido


por l a mano frenética del v iento.

JU L I ET A :

¿ Cómo lograste en trar e n esta q u i nt a


de al tas paredes y elevados techos ?

RO M EO :

U n a escalera grande y otra ch ica


tiene el amo � para s u b i r al cielo.

JU L I ET A :

S i te encuen tran aquí , te des pedazan


mi padre y mis hermanos. Ten go m iedo.

ROM EO :

En tus ojos me acech a n más pel igros


que en l a m uerte que puedan d arme ellos :
si t us ojos dej aran de m irarme
me sen t irí a peor que estando m u erto.

285
(Vuelven a oírse ruidos. Un perro ladra en el int erior
de la casa.)

JU L I E T A :

Temo que m i fam i l i a te descubra


y de sólo pensarlo me estremezco.

ROMEO :

N o tiembles, amor mío, que l a n oche


me oculta el rostro con su manto negro
y n ada i m porta que por t i .me m aten
c uando yo siento que por ti me m uero.

JU LI ETA :

Se enroj ecen al v ivo m is mej i llas


con esas cosas .que te estoy oyendo.
Como soy una j oven b ien n ac ida,
escuchar no de b iera tus requ iebros,
n i aceptar que cual Pedro por su casa
en traras a m i casa sin ser Pedro,
pero por m ás que de i m pedirlo trato,
la verdad, S an to D i os, es que no puedo,
el amor se me sale por l os oj os
y vuelan m ar iposas de m is senos.
¿ Qué pensarás de nlÍ? ¿ Que soy coqueta,
o que con tres palabras enloquezco?
H ace u n rato no m ás que te conozco
y ya te estoy diciendo q ue te q u iero.

R O MEO :

Te J Uro por l a l u n a que nos mua . . .

2 86
J U LI ETA :

Ya l a l u n a no escucha j uran1en tos ;


ya los yanquis la tienen convertida
•••
en playa s ideral de veraneo
y venden cosa-col a en sus plan icies
y s iem bran espinacas en sus cuernos.

RO MEO :

Te J uro en tonces por la Coromoto . . .

J U LI ETA :

S i es por la Coromoto, sí te creo.

ROMEO :

. . . que el amor que te tengo, amada m í a,


es tan profu ndo como el m ar i nmenso.

J U LIETA :

La inmensidad del m ar la sien to yo


correr desde m i pecho hacia tu pecho,
pues como el mar, cuando te doy el alma,
más alma para darte guardo ade n tro,
y como el m ar, q ue aleja sus espumas
para volver m ás fuerte y m ás violen to,
yo quisiera qui tarte mi car ifio
tan sólo para dártelo de n uevo.
(La Nodriza llama a ]ulieta desde el i11terior de la casa.)

JULIETA (a la Nodriza):
No te pongas nerviosa, Petro n ila,
que es toy en el balcón cogiendo fresco.

287
(A R omeo.)

Me llama l a Nodriza, vida m í a.


cspéran1e u n segu ndo, que ya vuelvo.
(Sa le.)

RO;\IEO (en nionólogo) :


Nlayor del i c i a que soñ ar dormido
es la del ici a ele soiiar despierto,
y no hay sueño m ás d ulce que l o real
cu ando lo real tiene sa bor de sueño.

JULIETA (apareciendo):
Como con1 pre nderás, es i m posible
que sigamos hablando en el sereno,
pero voy a dec i rte dos palabras
an tes de re tirarme a m i a posen to,
y es que si andas b uscando foq u i foqu i
mejor es que no v uelvas por todo esto,
pero si tienes buenas i n tenciones
y si tu amor es un asun to serio,
j usto es que me propongas matrimon io,
proposición que de an temano acepto,
y desde ya me d igas a qué hora
hoy nl ismo nos veremos en el templo.

ROMEO:

¡ Caran1 ba, qué i in paciencia


por casarse�
S i apen as nos estamos conociendo .

.JU LIETA:

Lo que pasa, n1i a 1nor, es que m i pad re


quiere d arle m i mano a u n esperpento,

288
u n t i po con m illones e n el b anco
pero más fastidioso que u n teléfono,
u n a especie de O n asis tropical . . .
y yo de J aquel í n no tengo u n pelo.

NODRIZA :

j J u l ieta ! ¡ J u l ietica !

JULIE TA (a la Nodriza):
¡ Voy Nodriza!
(A R omeo.)
¡ Ad i ós, m i corazón! ¡ Ad i ós, R omeo !
Te mandaré m a ñ a n a u n pape l i to
para q ue me respondas al momen to
en q ué s i t io, a qué hora y con qué cura
vamos a cele brar el casam iento.
(Sa le.)

RO ME O:

C uándo ella se ret i ra quedo triste


como n i ño dej ado e n el colegio
y obligado a leerse por castigo
los doc e tomos de don Andrés Bello.

JULI E TA (apareciendo):
Q u i é n t u v i era la voz de l a campa n a
para can tar t u nom bre s i n sosiego
y repicar en los atardeceres
cien mil veces R omeo, mi R omeo.

289
ROME O:

C uando m 1 nom bre brota de tus l abios


adqu iere la armon í a de u n arpegio.

JULIETA :

Ad iós, mi amor. Hoy a las n ueve ep p u n t o


u n a cart ica m í a irá a t u encuen tro,
pero márch ate ya porque amanece
y te puede e ncon trar el pan adero.

ROM E O:

Buenas n oches, J ulieta, n ov i a mía,


blanca magnol i a del j ard í n adeco.

JULIE TA :

Buen as noches, Romeo, novio mío,


verde l i mó n del copeyano h u ert.o .
La desped ida es u n dolor tan d ulce
que pasarí a m i l días despidiéndome,
d ici endo «buen as noches» , «b uenas noches» ,
s i n ser de n oche q u e l o estoy d iciendo.
(Sale.)

ROME O:

Que s u eñes con los ángeles custod ios


y acom pa;le n los ángeles t u s uef:o,
ya que n o puedo acompañ arte yo
y cus tod iar tus sueños con m i s besos.
(Aparte. )

I ré a ver a m i pad re espi rit ual,


que a tiende al d ulce nombre de Lorenzo,

290
para con tarle l o que me ha pasado
y supl icarle que me dé un consejo.
(Sale.)

ESCENA VII
Celda de Fray Loren zo

(En tra Fray Lorenzo con u na cest a a l brazo.)

F RA Y LORENZO :

Ya la aurora de o j os grises y cabellos dorados se


asoma como u na turista rubia por entre los b uca­
res. Ya la oscuridad se tambalea como u n borracho
atropellado por el cad illac del sol . A ntes de que el
sol avance para i l u m i nar los huecos de las calles y
secar el rocío de la noc.h e, debo llenar m i cestica
con flores y raíces de las m ás d iversas especies. Por­
que la Naturaleza procede al engendrar las plan tas
igual como procede al crear l os especímenes del
género h umano. Hay flores que nos embriagan con
su exquisito aroma y otras m ás pestilen tes que bol­
si llo de loco. Hay h ierbas venenosas como picada
de culebra y otras med ic i nales que cu ran todos los
n1ales. Hay fru tos d ulces como los versos de mon­
señor H enríquez y raíces amargas como las crón icas
de San i n . Aquí tengo la olorosa al bahaca que per­
fuma los baños y acen túa la sazón de las salsas.
Aqu í la túa-t úa que baja las i nflamaciones. reme­
d ia la d iabetes y borra las úlceras venéreas. Aqu í el
romero que aclara la respiración y detiene la caída
del pelo. És te es el toronji l que apacigua los n e r­
vios v hace dorm i r a los insomnes. Y éste el mas-

29 1
tranto que dev uelve l a alegrí a a los sexos cansados.
Por aqu í llevo el ñongué que d a paz a l os asmáti­
cos y el amargón que det iene l as d iarre as. No me
fal ta e l llanté n que cierra l as ú lceras estomacales,
n i el cari aqu ito morado que espan ta l a m a l a som­
bra y evi t a la lepra, n i l as flores de saúco qu e di­
l uyen los hemorro ides. Llevo el cardosan to que se
atreve a en fren társel e al cáncer y e l bej uco de es­
trella que neu tral iza los venen os. Hoj as de rnal a­
gueta para l as fricciones, escoba d u lce para l a d i­
sen tería, gu ari toto para l im piar l a sangre, bej u co
del d i ablo para e l reuma, guayaba arrayán para l os
parási tos, ruda para l a sordera ) los males del co­
'

razón , todo eso verdea en m i cesta. Y tengo tam bién


sem illas roj i n egras de peo n í a para e l m a ldeoj o y
pepas de zamuro que traen l a buena fortu n a. Y raí­
ces para dest i l ar la esenci a del ven a mí y la del
amor eterno, y la del a brecam i n os y la d e la des­
trancadera. E l amor y el odio, l a bondad y l a m al­
dad, el consuel o y la venganza, la su persti ción y l a
fe, todo se encuen tra en los órganos d e l as plan tas
tal como se encuen tra en el corazón de l os hombres.
(Entra R omeo.)

ROl\IEO:

Fel iz m adrugad a, P adre Lorenzo.

FRAY LORENZO:

Be nedicte. i Qué ten1 prano te levantaste hoy, h ij o


mío ! S i todos m adrugaran como t ú y como yo, l a
gente d e Verona tendrí a mejor sal ud y m ej or ca­
rácter. Pero todos se l evan tan a l as n u eve, leen
asustados los horribles crímenes que a parecen en

292
los periódicos, se atragan tan el desayuno de carrera
y luego se meten en un tráfico más trancado que
cin turón de cas tidad . Llegan al trabajo a tomarse
un equ an il si son de la clase alt a, u n alka-seltzer s i
s on d e la clase media, o u n añej o doble si son del
proletariado. Las tres cosas conducen de cabeza a
l a neuraste n i a. D ichoso tú, que te levantas tem­
prano.

(Romeo bosteza ostens i b lemen te.)

F RA Y LO RENZO :

Pero a lo mejor resulta que n o est ás de pie porqu e


ya t e h ayas levan tado, sino porque todaví a n o te
h as acostado.

ROM EO :

Exactamen te, padre. He pasado despierto toda u n a


d u lce noche.

F RA Y LO RENZO :

¿ Con quién, bandido, con q u ién ?

ROMEO :

Me colé s in in vi tación en l a fiesta de u n enemigo,


recibí u n a herida de u n a enemiga, pero ella tam­
bién recibió u n a herida m í a . Los dos estamos heri­
dos y sólo tú puedes curarnos.

F RA Y LORENZO:

¿ Co n qué ? ¿ Con emplastos de penca de zábila ?


¿ Con raíces de pringa moza ? L a verdad es que no

293
en tiendo u n a palabra del crucigrama que me h as
puesto.

ROMEO :

P ues te h ablaré cl aro y raspado. S ucede que me


en amoré h asta los tuétanos de la h ij a del Adeco
M áximo y que ella se enamoró h asta las en tretelas
de mí, que soy h ij o del Copeyano M áximo. Cuando
lo sepa su padre se v a a poner como u n tragavena­
do y c u ando lo sepa el mío se va a con vertir en
u n a m acaurel. La ú n ica manera de evi tar el za­
farrancho y l a transformación ofíd ica de n u estros
progeni tores es que tú n os cases hoy m ismo y san­
seacabó.

F RA Y LORENZO :

Por San Ign acio del alma, ad majorem Dei gloriarn.


¿ Pero tú n o estabas gu illado por otra que se lla­
maba R osalinda, y no ven í as a lloriquearme todos
los d í as que te morí as por e l l a, que si le zumbaban
los motores, que si le roncaba el aparato, y o tros
términos aeronáu ticos que yo no comprendí a ? ¿Te
olvidas te tan pronto de R osalinda ? ¿Se la j ugas te
a u n in d io bravo ?

R O:\IEO :

Se me pasó, padre Lorenzo, porque todo amor que


no es verdadero amor se pasa como la gri pe. El
verdadero amor es este que siento por J ul ieta, que
n o n1e dej a comer, que n o m� dej a dorm ir.

F R A Y LO RENZO :

¿ Cómo te va a dej ar dorm i r si la conooste anoche


y todaví a no te has acos t ado ?

294
ROMEO:

Vamos andando, padre Lorenzo, que J u l ieta y yo


debemos casarnos hoy m ismo. H ay peligro �e que
se me adel a n te u n injerto de R ockefeller con Aga
Khan . ¡ Vamos, l igero !
(Lo empuja suavemen te hacia la salida.)

F RA Y LO RENZO :

Poco a poco, h ij o m ío, que con pac ienc i a y sal iv i ta


el elefante l e hace el amor a la horm igu i ta.
(Salen.)

ES C E N A V II I
U na calle

(En tran Benvolio y A1ercucio.)

BENVOLIO:

E l patuco se está pon iendo m ás serio de lo que


pensában1os. R omeo n o fue a dorm i r anoch e a su
casa por primera vez en su v ida. La fam i l i a cree
q ue lo han secuestrado y lo andan buscando con
l as cam ionetas de la Petejota.

M E R C U C I O:

Y para completar e l panoran1 a llegó al Partido u n a


carta d e Teobaldo, el ad eco m ás capachero d e to­
dos los adecos, d irigida a R omeo. Ya sabe que
R omeo se coló anoche en l a f iesta blanca y segura­
men te lo desafí a.

2 95
BENVOLIO:

R omeo aceptará el desafío. Tú sabes que n o se le


agu a el ojo .

!\IERCUCIO:

¡Pobre R omeo ! Primero lo apu ñ alan los d ulces


oj os de u n a adeca y ahora el primo de la adeca le
quiere sacar las tripas. R omeo será 1nuy machito,
pero lo que es ese Teobaldo se lo come crudo.

BENVOLIO:

Ni lo pienses. ¿ Quién es ese Teobaldo ?

l\IERCUCIO:

U n adeco m ás faramallero que Canache Mata y m ás


peligroso que Erasto Fern ández. Apren dió a t irar
ca beza en el Guarataro y a jugar golf en el Cou n try
C l u b. Carga un chuzo e n el bolsillo del pan talón y
u n a cuaren ta y cin co en l a gu an tera del carro. El
pobre R omeo va a pasar m ás trabajo que u n semi­
n arista e n el R etén de Catia.

BEN\'OLIO:

¡ Allá viene R omeo !


(Entra Romeo.)

:\IERClJCIO:

Viene más ch upado que biberón de orfelin ato. ¿ De


quién estará e n an1orado ahora ? ¿ De u n a sirvien ta
d e ade n tro como Laura l a de Petrarca, de u n a pu­
ton a enve n e n adora como Cleopatra o de u n a casa-

296
da n i nfóm a n a como H elena de Troya? Bon j our,
Romeo ! Te sal udo e n francés porque anoche te
fu iste a la francesa.

ROMEO :

Perdóname, amigo Mercucio. Ten í a u n n egocio muy


i m portante y en esos casos u n o se olvida de la cor­
tesía.

M E RC UC I O :

¿ Un negocio m uy importan te a l as dos de la m a­


d rugada ? ¿ Ibas a s acar pl ata o a meterl a ?

ROMEO :

No te acepto bromas pesadas.

M E RC UC IO :

Pesadas las tienes tú. Y c uadradas.

ROMEO :

Mercucio, cada d í a te vuelves más deslengu ado.

M E RC UCiú :

De la lengua n o he dicho nada.

ROMEO :

Cállate, por favor, que n o estoy para burradas.


(En tra la Nodriza.)

BENVO L I O :

¡ Barco a la vista !

297
ME RCuc10 (haciendo u n gesto):
Vamos a tocarle la popa a ver s 1 es goleta o s u b­
manno.

NODRIZA (esq uivando el toq ue) :


Buenos d ías, caballeros.

MERC UC IO:

Buenas tardes, h ermosa dama.

NODRIZA :

Todavía n o son buenas tardes.

ME RC UC IO:

Ni tampoco son buenos d í as, porque el ergu ido mi­


n u tero del reloj l e está j u rungando en este mo­
men to l as partes al med iod í a.

NODRIZA:

¡Qué h om bre tan grosero ! Parece u n M arturet.

ROMEO:

D isc úl pelo, señ ora, que ·se ed ucó e n el Colegio Sa­


lesiano. ¿En qué podemos servirl a ?

NODRIZA:

¿Algu no de ustedes podrá i n formarme dónde pue­


do encontrar al joven Romeo ?

RO IE O:

El j oven Romeo ha en vejecido se is horas a part ir


de esta mañana, pero todaví a se conserva en bue n

298
estado. Por o tra parte, yo aoy ese j oven Romeo que
usted busca.

NODRIZA :

E n tonces q u iero h acerte u n a confiden ci a, siem pre


que tus am igos se retire n . (Los mira con recelo.)

BENVouo (retirá n dose):


Buenos dí as, alcahueta.
I

MERC U C I O (re tirándose) :


B uenas tardes, bastonera.

ROMEO :

¿ Qué hay ? ¿ Qué pasa ?

NODRI ZA:

¡ Qu é groseros esos am igos tuyos ! No parecen co­


peyan os de buena familia, sino gentuza de l E.D.P.
Si se ponen a h a blar mal de mí van a saber l o que
es c andanga. Porque o no soy n i ngu n a fregona
como el1os se im agi n a n si n o u n a e üor a dec en t e con
,

cuatro hermanos en l a G u ard i a Nac ional que le


van a sacar la mugre a esos desgrac iados.

ROMEO :

No les h aga c aso, señora. Estaban pasados de tragos.

NOD R I ZA :

De m araca es que e sta ba n pasados ¡pícaros sinver­


,

güenzas ! Me ti e m b l a l a papera de i n d i gn ac i ó n . Y yo

2 99
que ven í a a traerte u n recado m uy import ante
para t i .

RO 1EO:

¿ Un recado ? ¿ M u y importante ? ¿ De qu ién ? ¿ De


J ul ieta ?

NODRIZA:

De J u l ieta, prec isamen te. Pero an tes de dártelo debo


advertirte que m i n ifia J ul ieta es un ángel de pu­
reza y bond ad, y que i tú l!egas a portarte con e l l a
de u n modo i nd igno e s porque eres u n cre t i n o, u n
malandro, u n bem beperro y u n h ijo d e p u t a ..

ROMEO:

¡Señora, por favor !

NODRIZA:

Porque m i n 1 n a es u n queru b í n que n o conoce el


amor s i n o lo que h a i s t o e n el c i n e . Y conste que
tod aví a n o h a visto El último tango.

ROMEO:

¡ No fal taba m ás ! Yo quiero, sefiora, que le d iga a

J u l ie t a de m i parte .. .

NODRIZA·.

Se 'º d i ré. e va a poner con ten tísima.

ROMEO:

Pero si todav í a no le he d i ho lo que le voy a deci r.

300
NODRIZA :

Pero me lo imagino. ¿ Qué l e vas a decir ?

RO MEO :

Que pida perm i so esta tarde para i r a casa de la


mod ista. y vaya a l a cel d a del padre Lorenzo, que
él n os va a con fesar y nos va a casar en u n dos
por tres.

NODRIZA:

¿ Esta m isma tarde ? j Qué marav ilJa !

ROMEO (alargándole una bolsa con dinero):

Toma, por tus molest i as.

NODRIZA (rechazándola):

Que vá, h ijo. Yo no soy com ision ista de obras pú­


bl icas.
(Inicia la salida. )

ROMEO:

Ad iós, encom iéndame m i l veces a tu n ií1a .

NODRIZA (saliendo):

A m i n iña que esta noche dejará de serlo .

ROMEO:

j Si D i os q u iere 1

301
ESCE NA IX
J ard í n del Adeco M áximo

(Entra ]ulieta.)

JULIETA:

Eran las n ueve y ve i n t 1c 1 nco c uando


mandé con el recado a Petron i l a,
ya so n las doce e n todos los relojes
y l a vieja no ha vue l to todavía.
Será tal vez que no encon tró a Romeo,
o ¿qué le h a brá pasado a mi nod riza ?
Los mensajes de amor volar debieran
e n n aves espaciales rapi d í simas
y n o en m anos de anc i a nas cachazudas,
paticojas, roñosas y artrí ticas.
(En tra la Nodriza.)

¡Ya llegó l a Nodriza de m i alm a.


tan rápida, tan JOVen y tan l i nd a !

NODRIZA:

¡ Qué dolor en los h uesos ! ¡ Qu é carrera !


i Déjame respi rar ! ¡Estoy rend ida !

JL'LIETA:

¿ Qué te pa a, Nod riza, qué te pasa ?


¿ Porqué esa cara tienes tan som bría ?
D ame ya l as noticias s i n tardanza,
a u nque sean p u ñ al adas las noticias.

302
N O D R I ZA :

Espérate u n mome n to . Estoy cansada,


me duele horri blemente la b arriga:
Me tropecé con el doctor Mauriello
y estuvo a p un to de caerme encima.

J U LI ETA :

Viej ita, por favor, no me tortures,


responde mis pregun tas enseguida :
¿ Viste a R omeo o no viste a Romeo ?

NOD R I ZA :

Lo v i y me pareció u na marav illa.


¡ No existe en el Copei nada más bello.
N i Agui lar, ni Beaujón, ni Pérez Díaz !

J U LI ETA :

Eso ya lo sabía. Pero cuéntame


qué te di jo Romeo, ¡ no seas bicha !

NODRIZA :

¡ Sefior, cómo me d uele la cabeza


y el corazón tam bién, V irgen Santísima !

J U LI ETA :

O me das las noticias de m i novio


o te voy a partir l a siqu i tri lla.

NODRIZA :

¿ En dónde está tu madre? Quiero verla,


a ver si me regala u na aspiri na.

303
JULIETA:

D ime lo que te d ij o m i R omeo,


te lo p ido, Nodriza, de rod i l l as.

(Se arrodilla. )

NODRIZA:

Lo enco n tré derr i tiéndose de amor,


vuel to u n a verdadera man teq u i l l a.
Ya com pró los a n i llos de l a bod a
y ya h a bló con un pad re jesuita
ll amado Fray Lorenzo Errandonea,
que va a casarlos esta tarde m isma .
¡Corre, n i fi a, a l a igl es i a, que t e esperan
el cura y los a n i llos, d a te prisa,
Yo aq u í m e qued aré pruden temen te
b uscando u n a escalera clandest i n a
para que t u R om eo suba a l cielo
y te ense ñ e a bailar «La C u mparsi ta» .

JULIETA (levantándose):
Corro al e ncuen tro del amor d ivin o
y d e l amor pagano. ¡Ad i ós, Nod r iza !
E l amor es u n pájaro señ ero
cuyo vuelo n u pc i al n os da la d icha.

(Sale.)

304
ESCENA X

Celda de Fray Lorenzo

(Entran Fray Lore nzo y Romeo.)

FRAY LORENZ O:

C ada vez que yo c aso a dos cristianos


e l alma se me arruga de amargura,
pues n o sé si es ven tura o desven tura
lo que estoy bendiciendo con m i s manos.

ROMEO:

Esta vez tus escrúpulos son v anos


y es vana tu traviesa p u nzadura:
cuando el amor se riega con tern ura
sólo cuaja el amor fru tos lozanos.

FRAY LORENZO:

C uando e l a1nor se tom a con v iolenc i a


pierde lo m á s h ermoso de su esenci a
y n o e s amor, sino corcel brioso.
Ap;:ic igua tus í m petus, Romeo,
y no olv ides jam ás que el h i meneo,
mien tras m ás poco a poco, es m ás sabroso.

(En tra ]u lieta.)

JULIETA (a Fray Lorenzo) :


Buenas tardes, m i p adre confesor.
(A R o meo.)

Buenas tardes a ti, m1 dulce amor.

305
RO M EO (apasionada mente) :
C uando t u voz desde t us l a bios vuela
y t u alien to perfuma al l ad o mío,
e l pecho se me llena de candela
y la sangre me corre como un río.

JU LIETA (apasionadamente) :
C uando m is fi bras tu presenci a agi ta
y veo brillar tus ojos tan cercanos,
mi corazón es u n a tortol i t a
que q u 1s1era morirse en tre tus manos.

F RAY LO REN Z O:

M i experiencia en l os riesgos de este mundo


me obl iga en este caso a ser prudente ;
yo no los dejo solos u n segundo
sin haberlos c asado previame n te.

(Los casa e n u n ángu lo de la escena. Sa le n R omeo y


]uliet a de brazos1 con Fray Lorenzo en pos de ellos1 a los
acordes de la Marcha Nupcial.)

TELÓN

306
A C T O S E G U N D O

ESCENA I

U na plaza pública de Verona

(Entran Benvolio, Mercucio y varios copartidarios.)

BENVOLIO :

Vámonos de aqu í pruden temen te, am igo Mercucio.


Los adecos andan suel tos celebrando su victori a en
l as elecciones del sindicato de la construcción. Si
nos e ncon tramos co n e llos va a haber j al eo, porque
t ú estás amanecido y paloteado y en los ojos te bri­
llan l as ganas de buscar plei to.

MERc u c 1 0 (con unos tragos de más) :


Y a m í qué me i m portan los adecos y sus tri u n fos
si nd icaleros. Au nque, para serte franco, tampoco se
me i m portan u n p i to los copeyanos. Yo ando con
vosotros porque est u d i amos j un tos en el San Ign a­
cio y porque soy am igo personal de R omeo. Pero
a la hora de pensar, n i pienso bl anco ni pienso
verde.

BENVO L IO :

No hables P ªJ ª· M ercucio, n i n1e busques ca m orra


a m í cuando l os efluvios del añejo te i n ci ten a b us­
car camorra.

M E RC U C I O :

Tam poco creo en t u equ i l i brio. T ú eres uno de

307
esos que van por ·el m u ndo pred icando carid ad cris­
tiana con u n garrote escondido bajo l as alas de
ángel . d ispuestos a rom perle l a crisma al prój imo
que d icen amar como a sí mismos.

H ENVOLIO:

¿ Eso piensas de mí ?

M ERCUCIO :

E xactamen te. ivle pareces u n león afei tado, u n pi­


chón de cocodrilo. De h a ber tenido un hermano
moroch o, no h a brí a n acido n i nguno de los dos, por­
que se h u b ieran caído a pi fi azos an tes del parto a
a ver qu ién sal í a primero. ¿ Y eres tú qu ien pre­
tende aconsej arme que evi te l as peleas ?

BENVOLIO:

Ah í vienen los adecos, buen Merc ucio.

:\IERCUCIO :

M e tienen sin cu idado, buen Benvolio.


(Entran Teobaldo y su s copartidarios.)

T EOB ALDO (a su s arn igos) :


Acom paii adn1e que qu iero h a bl ar con ellos. (A
1\l ercu rio y a Benvolio. ) Bue nos d í as. sefi ores. Qui­
siera cambiar u n as pal abri tas con algun o de voso­
tros .

.\IERCU CIO:

¿ N ada 1n á s que u n as pal abritas ? ¿ Por qué no cam­


bi amos tam bién u nos caraj azi tos ?

308
fEO B A LDO :

También se puede, s1 nos dais el motivo y l a oca­


sión.

M E RC UCIO :

¿ Y no podéis i nven tar el motivo si n que os l o


demos ?

TEOBA LDO:

M ercucio, t ú estás med i o borracho. O te ha man­


dado el Copeyano M áximo a provocarnos.

!\f E R C U C I O:

Nad a de eso, Teobaldo. Lo que pasa es q ue, cuan­


do yo veo a u n t i po con pin ta de matón, me pro­
voca darle u n a seren ata. (Le t ira u na tromfJeti lla.)
( Teo baldo hace ademá n de irsele c1zci1na. Sus c o rnpa 1i e ­
ros lo con t ienen rnien tras Benvolio con t iene a 1\1 ercucio.)

B E N VO LI O :

Estamos en u n a plaza públ ica, sei1ores. Son1os m i l i ­


tan �es de los dos ú n i cos partidos pol í ti cos serios que
existen en este país y no podemos d ar este espec­
tciculo. Busqu en1os un l ugar n1 ás reservado para d is­
c u tir nuestros problen1as y n uestras divergencias.
M uc ha gen te nos está mirando.

!\I E RC: UC I O:

Que nos miren. Para eso le p usieron los oj os e n l a


cara y n o en o tra parte. Yo n o n1c n1 uevo d e aqu í
n i con grúa.
( En tra R omeo.)

309
f EOBALD O:

N o me i n teresa pelear con t igo, M ercucio.


(i\ l irando a R omeo.)
lVI i obj e t ivo es o tro.
(Se d irige a R omeo.)
Romeo, e n testimon io de m i aprecio
y del profundo afecto que te gu ardo,
qu iero decirte hoy, públ icamente,
q ue eres u n sin vergüenza y u n villano.

ROM EO:

E x iste u n a razón del corazón


para que no me ofendan tus agravios,
para que si me l lamas enemigo
yo me desviva por l l am arte h ermano.

T EOBALD O:

Yo no he ven ido aqu í a escuc_har piropos,


sino a romperte el alma a cabillazos.

ROM EO:

Te j u ro que yo n u nca te h e ofe nd i do,


que no te m iro ya como adversario,
que he empezado a querer a l os adecos
como si fueran de mi propio bando.
Te sen tirás, Teobaldo, satisfecho
c uando sepas la causa de mi cambio.

MERCU CIO :

L a verdad, Santo D ios, es que n o en tiendo


por qué a Romeo se l e e nfrí a el gu arapo
y e n vez de h acerle fren te como debe
le sale con pan tallas a este vándalo.

310
(A Teo ba ldo.)
Te voy a hacer tragar s i n v asel i n a
l as groseras palabras q u e h as l anzado,
Teobaldo cazarratas, mataperros.
¡ Sal para el med io si te crees tan macho !

TEO BA LDO :

Ya qu e te empeñ as, i nfeliz M ercucio,


te tendré que aplastar como u n batracio.

( C omienza la pelea. R omeo trata de separarlos sin lograr­


lo. A l principio Mercucio payasea sin t omar e l asu n t o
totalmente e n serio.)
(Sigue la batalla y se agrava cuando am bos desenvainan
armas b lancas.)

ROMEO :

¿ Cómo es pos i ble que dos caballeros,


dos estudian tes u n ivers i tarios,
q u ieran descuartizarse con dos chuzos
como hacen en la cárcel los malandros ?
¡ En trégame ese fierro, buen M ercucio !
¡ Dame esa picoeloro, b uen Teobaldo !

(lHercucio y Teobaldo se siguen lanzando cuchilladas.


R omeo, tratando de sefJararlos, o bstacu liza involun taria­
men te los rnovinz ien t os de 1\1 ercucio y ello perrnite q u e
Teo ba ldo l o hiera. A l ver a Mercucio tam balean do y san­
grante, Teo baldo y sus compa1i eros escapan del lugar.)

MERC U C I O :

¡ Es toy mal herido, coño ! ¡ Mald i tos sean los adccos


y los copeyanos !

31 1
B ENV OL I O:

¿ Cómo va a ser ? ¿ Estás herido ? Debe ser u n ras­


guño.

M ERCU CIO:

U n rasgu ño que de m i l agro n o me sacó l as tripas.


Déj a te de habl ar pendej adas y corre a l l am ar u n
. .
ClrUJ ano.

ROM EO:

Valor, hermano. Tiene razón Benvol io, debe ser un a


herida si n importanci a.

M ERCU CIO:

S í , sin import anci a. U n a med ia estocada e n todo


lo alto de esas que tumban al toro si n p u n t i l la.
Pregun tad por mí maliana en mi casa y con testa­
rá n : « El se ii or Merc u cio ya no vi ve aquí ; se mudó
al cam posanto» . Y todo por culpa de vuestros dos
partidos, que en el fondo son l a m ism a cosa, a u n ­
que vosotros mon téis e l show d e a paren tar q u e n o
lo son. M uchos ataques en l os periód icos, m u chas
polémicas en el congreso, m uchos abrazos en l os
cocteles y el que se j ode soy yo, M ercucio, que no
tenga vela en vuestro en ticrro. R 01n co. ¿ po r qur
di ablos me agarraste l a ma no ?

ROM EO:

Lo hi ce para detener l a pelea, con l a mejor i n ten­


ción . . .

M E Rc u c 1 0 (rnori b un do) :
M a ii a n a nl isn10 comenzarán a darse banq uete con-

312
migo los gusanos. ¡ Mald i tos sean vuestros dos par·
t idos ! Tráiganme u n cura que sea también c iru j a·
n o para que primero me opere y después me con­
fiese. « Yo pecador. El pecado m ás grave que h e
cometido es h aberme d ej ado matar por u n s istema
en el cual n unca he creído » . Ad iós cuerpo de M er·
cucio, h uesos de M ercucio, corazón de Mercucio . . .
l es di ce nli alma que se va . . (.i\1uere.)
.

R OMEO (llorando so bre el cadáver) :


M ercucio, m i mejor amigo, h a m u erto,
ha muerto por val iente y por h id algo,
d efend i endo m i honor escarnecido
por l a lengua i nsolen te de Teobaldo.
Pero 'Teobaldo es primo de J u l ieta
y yo ayer con J u l ie t a m e he casado,
convirtiendo a Teobaldo en prirno mío,
y por eso n o pude c ache tearlo,
así q uedara yo con10 u n gall i n a
a los o jos de propios y de extrailos.
¡ O h, mi d u lce J u l i eta, tus h ech izos
m i te111 pl e de \'arón han ablandad o !

B ENVOLIO :

M l í v iene l�eobaldo n u eva1n en te ,


inás fa nfarrón q u e n u nca y n1ás sectario.

( En lra Teo baldo.)

ROMEO:

¡Mcrcucio nl uerto y t ú tri u n fa n te y v ivo !


l�an terrible i nj usticia no l a aguan to.
M i cle1nencia de ayer vuélvcse furia
ante el cadáver del anl igo franco.

313
H e de vengar su muerte con l a tuya
y te escupo la cara mientras tanto.

(Le escupe la cara y sale. Teo baldo se limpia la saliva


con un pañ uelo y saca ra biosamente la navaja. Romeo
vue lve de prisa con una pist o la de gran potencia.)

T EOBALD O :

Vas a i r a l infierno con t u amigo,


ya que te empe ñ as en acompañ arlo
y es el i nfierno el adecuado sitio
donde deben estar l os pobres d i ablos.

( Teobaldo avanza con la navaja y Romeo le hace el pri­


mer disparo. Teo ba ldo in tenta escapar y R omeo sigue
d isparando hasta q ue lo mata. Romeo q ueda inmóvil,
atónito con la pistola en la mano.)

B ENV OLIO :

H uye, Romeo, l árgate de aqu í


an tes d e que t e agarren como u n gafo.

ROMEO :

¡ O h . Seíi or, soy juguete del dest i n o �

B ENV OLIO:

¡Al des t in o, Ro1n eo, h ay que ayudarlo �

(Sa le R omeo, enipujad o sua11emen te por Benvolio. Van


e n trando en desorden varios ciu dadanos, jun t o con el C o­
peyan o y el A deco 1\1áx irn o , sus esposas y los jerarcas del
sistema.)

314
J ERA RCA I .º :

¿ Por dónde h a ido el que 1nató a Mercucio,


dónde se esconde el que mató a Teobaldo,
dónde están los infames que a Verona
otra vez con el crimen han m anchado ?

BENVOLIO :

Teobaldo fue el culpable porqu e vino


con i n tención pervers a a provocarnos,
porque fue él quien i nj urió a Romeo,
y a Mercucio tumbó de u n navaj azo.

ADECO MÁX I MO :

Os demando, señor, que no deis fe


a u n testimonio tan parci alizad o.
S i fue Teobaldo quien h i rió a Mercucio,
ya Teobaldo m urió sin ser j u zgado,
en tanto que Romeo sigue li bre
después de cometer asesinato,
del i to que l as leyes de Veron a
castigan con l a cárcel por vei nte años.
¡ Veinte años pido en nombre de la Ley
par� el m alvado que n1ató a Teobaldo !

J ERARCA 1 .0:
Vei n te afios se merece, no lo d udo,
m as quiero en este c aso ser m agnán imo,
ya que Romeo es noble por herenci a
y no u n plebeyo como el Chino C ano.
¡ A destierro perpetuo l o condeno !
Que arregle sus papeles i pso facto
y, si qu iere estar cerca de Verona,
que se vaya a vivir a C urazao.

315
(J\ 1 urmu llos de asom bro y apro bación acogen la sen te ncia.
Van sa lie ndo t odos. A lgun os cargan los cadáveres de Mer­
cucio y Teo ba ldo. M úsica adecuada.)

ES C EN A 1 1
Celda de Fray Lorenzo

(R omeo medita sen tado en u na silla conven t ual. Entra


le'ff lamente Fray Lorenzo.)

F RAY LOREN Z O:

La verd ad, h ijo, es que. no pegas u na,


que con tigo se ensa ñ a la desgraci a,
q ue te debes bañar con cariaquito
para ver si te c uras esa pava.

ROM EO :

¿ Qué not1c1as h ay, padre ? ¿ Qu é sen tenci a


e n m i con tra d ictó e l Primer J erarca ?
¿ Qué n uevo su frimien to m isterioso
me anda buscando para d arme caza ?

F RA Y L ORENZO :

H ijo mío, te tra igo e l con ten ido


de la sen tencia que te fue d ictada :
es al destierro que se te condena
y n o a la c árcel como t ú esperabas.

ROMEO :

N o nombres el destierro, Fray Loren zo,


porque me estruja el alma esa pala bra.

316
Yo prefiero l a cárcel o l a n1ucrte
a vivir suspirando en tierra extraña .

F RAY L ORENZ O :

Estanís desterrado de Verona,


pero no olvides que l a t ierra es a ncha . . .

ROM EO:

Fuera de l as niurallas de Vero n a


e l mu ndo es u n a sola sombra l arga.
Y l a vida que d icen que se v i ve
cuando se v ive fu era de l a patr i a
e s como el aleteo de los cuervos
o como el deambular de los fan tasmas.

F RAY L ORENZ O:

¡ Qué i ngrati tud l a tuya ! Te can1 b i aron


por exilio l a cárcel i n h u rn a n a,
y en vez d e agradecer favor tan grande
den igras de la m ano que te salva.

ROM EO:

Porq ue no es salvación, sino s u plic io,


vivir pri\'ado de lo que se ama.
Can tarán por J ulieta en su j ardí n
e l ruiseilor, e l m irlo y l a calandria,
1nien tras Romeo d esde s u ret iro
sólo podrá ensalzarl a con sus l ágrimas.
H asta l as moscas y los ratonci llos
tendrán el privi l egio de mirarla,
mien tras R omeo. c iego de no verla,
entintará d e noche sus mañ anas.

317
¿ Y a ún dices que. el destierro no es la muerte,
que no es oscura cárcel para el alma ?

F RAY LORENZO :

Voy a dar te u n an tídoto i nfal ible


q ue no podrás comprar en l a farmacia,
y ese remedio es l a filosofí a,
hermana primord ial de la esperanza.

ROM EO:

P ues tu filosofí a nada val e


fren te a l a adversidad que me desgarra.
Si tú fu eras tan j oven como yo
y el amor de J ul ieta disfru taras,
y después de obtenerl a en matrimonio
a s u primo Teobaldo asesi n aras,
y amando su presencia con delirio
te v ieras condenado a abandonarla,
en tonces sí podrí as como yo
mesarte l os cabellos con insan ia
y arroj arte a l a tierra como yo
en busca de u n a tumba an ticipada.

(Se arroja al suelo. En ese momen to tocan a la puerta.)

F RAY LORENZ O :

¡ Levántate ! Están tocando. ¡ Escóndete, Romeo !

ROl\f EO:

Que vengan, ¡ qué me importa ! Yo soy u n conde­


n ado al destierro o condenado al infierno, que es
lo mismo. ¿ Qué o tra cosa peor que el i n fierno pue­
de sucederle a u n ser humano ? ( Vuel� e n a tocar.)

318
F RAY LORENZO :

¿ No oyes cómo están tumbando l a puerta ? Segura­


men te que vienen a ponerte preso. (Grit a n do.) ¡ Un
momen to, ya voy ! (A R o meo.) ¡ Álzate tú del sue­
l o ! ( Vuelven a tocar.) (Gritando.) ¿ Qué pasa ? Es­
táis locos ? ¡ Ya voy, ya voy !

N O D R I ZA (desde afuera) :
Permi t idme que pase y os d i ré lo que qu iero. Vengo
de parte de m i señora J ulieta.

F RA Y LO RENZO (corriendo a a brirle) :


En tonces, b ienven ida seas.

NODRIZA (en trando) :


¡ Sa n to fraile, san to fraile ! ¿ Dónde está el esposo
de m i sefi.ora ? ¿ Dónde está Romeo ?

F RA Y LO RENZO :

Allí, t irado en el suelo y borracho con el agua de


sus propias l ágrimas.

N OD R I ZA :

Igu al i to · que m i sefi.ora J u lieta. Llorando y sollo­


zando. Sollozando y llorando. (A R orneo.) Párate, .
Romeí to, por favor. Pórtate como u n hombre. H azlo
por m i señora, por el amor de J u l ieta.
( R onieo se levan ta.)

ROMEO :

¡ Nodriza ! ¿ A J ul ieta nombraste ? ¿ Cómo está ? ¿ Me


considera u n perverso asesino que acaba de man-

319
ch ar las calles de Verana con l a sangre de s u fam i­
l i a ? ¿ Dónde está ? ¿ Qué d ice mi perdida esposa de
n uestro perd ido matrimonio : de n uestra desd ichada
fel icidad ?

NODRI ZA :

No dice n ada, se ñ or, s i no llora y llora. Cae en s u


cama y llora por Teobaldo. vuelve a caer y llora
por Romeo, y así s ucesivame n te. (Im itando el llanto
de ]ulieta. ) ¡ Romeo ! ¡ Romeo !

ROME O:

Ese nombre, Ron1eo, sólo le ha traído m uerte, l á­


grimas y desd ich as. He come nzado a od iar ese nom­
bre, Romeo, porque a ] u l ieta le hace tanto sufrir.
D í n1e, Fray Lorenzo, en qué parte ele n1 i cuerpo
está situado ese nombre, Romeo, que quiero exter-
1n in arlo.
(Descuelga una escopeta de cacería q u e el fraile tiene en
la fJ ared e intenta afn u1 tarse con ella. )

F RA Y LORENZ O (arrebatán dole el a rm a) :

Déj ate de locu ras. ¿ Eres un hom bre com pleto o una
m uj erzuela desquiciada por l as telenovelas ? ¿ O eres
u n a fiera enj a u l ada que da ca bezazos con tra los
barro tes ? Prin1ero ma taste a Teobaldo y ahora q u i e­
res ma tarte tú, con lo cual matarí as a J ul ieta por
caran1bol a, ya que no podría vivir s i n t i . Y a te d ije
que debías aplicar l a filosofí a.

RO M E O :

¿ C u ál filosofí a ? ¿ La aristotél ica o l a cristian a ?

320
F RAY LOR ENZO :

No me i n terrumpas con necedades. La filosofía es


u n a sola sabiduría que cambia de l enguaj e según
las c i rcunstancias. Y que en este caso te aconsej a i r
a v e r a t u a1nada, escalar e l bal cón a provechando
e l sueflo pesado de tus suegros, consolar a la n i fl a
d e acuerdo c o n t u s pos ibilidades, i rte l uego al des­
tierro a esperar que se reconcilien como siempre los
adecos y los copeyanos, y regresar a d isfrutar de tu
matrimon io cuando haya pasado el temporal . ¿ No
te parece eso mej or que vol arte l a tapa de los sesos
con u na escopeta de cazar conejos ?

NODRI ZA:

j Así se h abla, padre, así se habl a ! ¡ Lo que es la


i nstrucción ! M e quedaría toda la noche escuchán­
dolo. (A Romeo.) Bien, seflor mío, le diré a m i
seflora que vendréis. Tomad esta sortij a que m e en­
tregó para vos. (Le da u n a sortija.) D aos prisa, que
ya es bastan te tarde. (Sale.)

ROM EO:

Es como si volviera a n1Í l a v ida


saber que el fuego de su an1or me agu arda.

F RAY L ORENZ O:

M árchate ya. que es casi media noche


y tú debes partir an tes del alba.
Sal de Verona c uando salga el sol
y vete a C urazao o a J amaica.
Y o sin cesar te mandaré noticias
por medio de u n piloto de l a Viasa

321
Pero dame l a mano y ¡ bu e n as noches ! ,
que J u lieta te espera apasionada ;
empátate con ella t iernamen te
y no olvides q u i t arte la p i yama.

ROMEO :

¡ Oh , padre ! , si no fuera que l a dicha


con s u cam pan a de cristal me l lama,
me quedarí a a tu l ado para siempre
disfru tando el sabor de tus palabras.

(Sa le. Fray Lorenzo lo bendice.)

ESCENA 1 1 1

U na sala en l a casa del Adeco M áximo

(El A deco 1'1áx imo) la A deca 1'1áx ima y e l Doctor París


sen tados en tres sillas.)

ADECO MÁX I MO :

H an ocurrido cosas tan horri bles en estos d í as, m i


querido doctor París, que n o hemos encon trado l a
ocasión de plan tearle e l asu n to a n uestra hija. E l l a
le tenía u n afecto entrafiable a su primo Teobaldo,
q u e acaba de morir como vos sabéis. Todos querí a­
mos a Teobaldo, ¡ ta � d ulce y tan bueno ! Pero, en
fin, nadie se sal va de morir a su hora. Ya se ve
que J ul ieta no v a a b aj ar •esta n oche de su cu arto.
Es ya muy tarde y, de no ser por el placer de v u es­
tra compafi í a, h ace rato que yo tam bién estaría en
la cama.

322
DR. PARÍS ( levantándose de su silla) :
Es tardísimo, verdad, no me había fij ado. Compren­
do que sería indel icado hablarl e a J ul ieta de ma­
trimon io en esta hora de l u to. Pero, como a mí no
se me ha muerto n i ngún primo, al no inás oír el
nombre de J ul i e ta el corazón me hace tuqu i-tuqu i .

A DECA M Á X I M A ( levan tá ndose d e s u silla) :


¿ Cómo es que l e hace ?

DR. PARÍS :

Tuq ui-tuqu i, tuq ui-tuqu i. Bon i to, ¿ verdad ?

ADECO M ÁX I MO ( levan tán dose de su si lla) :


M u y bon i to. ¿ Y tenéis mucha prisa en casaros ?

DR. PARÍS :

Prisa no es pala bra. M u éra nse, que ya tengo separa­


da la góndola en Venec i a para l a l u n a de miel, y
ine compré u n a docen a de calzon ci llos de tafetán,
y ya me h ice los pies con e l doctor Scholtz. Sólo me
fal ta el sí de J u l ieta. Estoy que me salgo del a pa­
rato.

ADECA MÁX IMA :

P ues esta misn1a noche iré a s u cuarto a despertarl a


y le hablaré de v uestra impaciencia. Ma11 ana in is­
mo tendréis su respuesta.

A DECO MÁX I MO :

Que será afirmati va, s in d uda alguna, doctor París.


¿ Qué mujer en Veron a no está ch i nga de casarse

323
con vos, con esa perch a londi nense que os gastáis,
y esos escudos nobles en el N ational C i ty Bank, y
esa carroza Mercedes Benz y ese cas ti llo med ieval
en Val le Arri ba ?

D R . P A R ÍS :

Me ru borizáis con vuestros elogios, seiior. Lo ché­


vcre es que yo deseo casarme co n J uli eta lo más
pro n to pos i ble . Por ejemplo el 1n iércoles, que es m 1
d í a favori to porque es esdrúj ulo.

A DECA M Á X I MA :

Pero si hoy es l u nes, doctor París. El miércol es es


demasiado pro nto. Podrí amos dej arlo para el sába­
do, que también es esd rúj ulo.

DR. PARÍS :

¿ El sábado es esdrúj ulo ? ¡ Qué emoc ión ! Yo no me


había fij ado.

AD ECO :\I Á X I MO :

E n tonces puede ser el sábado. U n mat rimonio en


fam i li a, s i n n i ngu na pon1 pa, vos con1 prendéis. ¡ Está
tan recie n te l a n1 uerte de Teo baldo v nos sen t imos
J

tan acongoj ados ! Ape n as invit aremos a dos o tres


parien tes y a los am igos más í n timos. U n a doce n a
de am igos y n ad ie más. ¿ Estáis d e acuerdo, doctor
París, en que sea el sábado ?

DR. PARÍS :

Sólo qu isiera que mail ana 1nismo fuera sá bado para


sel l ar n1 i c u ad r i to y casarme con J u l ieta.

324
ADECO MÁX I MO :

Os casaréis, doctor P arís, os casaréis. Ahora podéis


ret iraros, que está casi amaneciendo. Y tú, esposa
m í a, anda a ver a J u l ieta en su lecho y despiértala
con la noticia de s u casan1 ie n to. Va a bailar en u n a
pata de alegrí a, estoy seguro d e ello. Buenas n o­
ches, doctor París. Y a es tan tarde, tan tarde, que
den tro de med ia hora será temprano.

D R . P A R ÍS :

Buenas noches, scfior. (A la A deca j\Jáxima.) B u e­


n as n oches, sefiora. No sabéis como me horm iguea
en el c uerpo e l deseo de comenzar a llamaros
« mamy» .

A OECA M Á X I MA :

Era lo que me fal taba.

D R . P A R ÍS :

¿ Cómo ?

A OECA M ÁX I MA :

E ra lo q u e n1e fal taba para ser fel iz.


(Salen.)

ESCENA IV
Balcón de J u l i eta

(En t ra n ]u liet a y R ouieo. Se oye el tri n o de u n jJájaro.)

JU LI ETA :

¿ Ya qu ieres irte c u a ndo tod av í a

325
no h a empezado a n acer l a flor del d í a
y aún canta en tre l a sombra el ru iseñ or ?
Ese tri no q ue te h a sobresal tado
fue el ru iseñor que encima del granado
desgrana him nos para n uestro amor.

ROMEO :

Fue la alondra anunciando l a mañ ana.


M ira la 1 uz que de l a noche m a n a
cu ando l a aurora i n icia s u espl endor.
Si aquí me quedo perderé la vida,
pero si tú l o qu ieres, bienvenida
l a muerte como u n vino embri agador.

J U L I ETA :

Tienes razón, amado, ya es de d í a,


ya l a alondra destrenza su armonía
y me l astima el alma s u canción .
H uye ensegu ida, amor, que y a afan ada
cl area e n tre l as rosas la al borada
y su luz me oscu rece el corazón .

N ODRIZA (desde e l i n terior) :


¡ Señora !

J U L I ETA :

¡ Nod r i z a ! ¿ Qu é pasa ?

N ODRI ZA :

Vuestra e ñora madre viene s u b iendo l as escal eras


y se di rige a vuestro cuarto. ¡ Y ya está sal iendo el
sol ! ¡ M ucho c u idado ! El señor R omeo debe irse
ensegu ida. ¡ Pron to !

32 6
J U L I ETA :

Por el m ismo balcón en trar á l a l u z del d í a, y se


me irá la vida.
(Se besan R omeo y ]ulieta.)

J U LIETA :

Adiós, mi duefio, mi amor, mi mundo entero. Ne­


cesi taré saber de t i cada d í a. Cada minuto sin ti
será igu al que u n siglo. Seré u n a anciana de m uc hos
s iglos cu ando vuelva a verte.

ROM EO (comenzando a bajar la escala) :


Adiós, adiós. No dej aré escapar u n a sola ocasión de
enviarte mis recuerdos. Adiós.
( R orneo con t inúa bajando la escalera.)
,

J U L I ETA :

Adiós, te digo. amor, y inás te d igo.


pues si te d igo adiós te d igo m uerte,
porque es como la muerte no tenerte,
como es resucitar estar con t igo.
Adiós te d igo, amor, y no consigo
resignarme al destino de no verte,
porque sin ti la sangre es l infa inerte
y la respiración es un castigo .

ROM EO :

Adiós, amor, te digo tiern amen te,


y la pal abra adiós es un reniego
que tiene cinco l etras como fuego
y quema como el fuego m ás ardiente�
Adiós, amor, mi corazón ausente

327
palpitará en m i pecho sin sosiego
y vagará como un caballo ciego
b uscando la querenci a de tu fren te.
(R omeo se aleja haciendo señas de despedida. ]u lieta ale­
tea un pañ uelo desde el balcó n . Música adecuada.)

ESCENA V
Habi tación de J ulieta

(}u lieta de pie ju n to a l ba lcón .)

A DECA M Á X I M A (desde e l in terior) :


J ul ieta, ábreme l a pt> ..:rta. Tengo que hablar con t i ­
go inmed iatamen te.

J U L I ETA :

M i señora madre levan tada tan temprano. Debe h a­


ber sucedido un catacl ismo.

A DECA M Á X I MA :

.J ul ieta, n i ñ a . ¿ no te h as acostado tod aví a ? ¿ Qué te


pasa ?

J U L I ETA :

No me encuen tro b ien, madre. M e sien to tan can­


sad a como si h u biera pasado tod a l a noche h acien­
do el amor .

.\ OECA M Á X I MA :

¡ Ave M arí a Purísima ! N o d igas disparates, que t ú


no te im agi n as lo que cansa eso.
(Ju lieta llora u n poq u ito.)

328
ADECA MÁX I MA :

¿ Sigues l lorando por l a m uerte de t u primo Teo­


baldo ? N o creas que lo vas a sacar de la tumba con
tus l ágrimas.

J U L I ETA (mirando hacia el balcón) :


U na tiene derecho a llorar l o que h a perd ido.

ADECA M Á X IMA :

N i nguna cosa perdida se rec u pera con el llanto.

J U L I ETA :

No se recupera con e l llan to pero se reconstruye


con el recuerdo.

ADECA MÁXIMA :

Comprendo tus sen timientos, h ij a mía. No l loras so­


l amente por la m uerte de Teobaldo, sino porq ue
todav í a está vivo el monstruo que l o asesinó.

J U LI ETA :

¿ Qué monstruo ?

A DECA M Á X I M A :

Ese monstruo de Romeo que permanece sin castigo.

J U LI ETA :

Así es, madre mía. Lloro porque Romeo v ive l ejos


y fuera del alcance de mis manos. De mis manos
que q u 1s1eran vengar en su cuerpo l a muerte de mi

3 29
primo y m uchas cosas más . C as tigarlo poqu ito a
poco con mis dedos, morderlo poq u i to a poco con
mis d ien tes, eso es lo que deseo. N u nca quedaré sa­
t isfecha de Romeo h asta que no lo vea tendido
j un to a mí. C u an to sufre m i corazón al escuchar su
nombre y n o poder acercarme a donde él está para
vengarme del amor que yo sen t í a por Teobaldo en
l a carne de aquel que a Teobaldo l e qu i tó la vida.

A DECA MÁX IMA :

Basta ya de l amentaciones y de planear venganzas.


M ira que te traigo l as noticias m ás alegres que pue­
das suponer.

J U L I ETA (disp licen te) :


¿ No ticias alegres ?

AD ECA MÁX IMA :

Alegrísimas. T ienes e l padre más maravi l loso del


m undo, h i j a m í a, y resul ta que para sacarte de tu
tristeza ese padre ejempl ar ha descu b ierto l a ma­
nera de proporcionarte l a fel icidad. A mí me dej ó
estupefacta s u programa. Y a ti t e va a fascinar.

J U LI ETA :

Me con ten ta mucho, m am i . ¿ Y de qué se trata ?

A DECA M A X I M A :

P ues se trata nada menos que de tu boda. ¡ Des­


máyate de emoción ! E l próximo sábado a l as seis
de la tarde, e n la iglesia del R osal, el padre H e­
redi a bendecirá tus n u pc i as con e l doctor Froilán

330
P arís, el m ás noble y galante caballero de Verona,
el hombre mejor vestido de los países bolivar ianos,
la envidia de todos los playboys, el vellocino de oro
de todas l as muchac has casaderas del país. ¿ No te
h aces pipí de dich a ? ¿ Qué te parece ?

J U L I ETA :

Pues me parece que el padre H eredi a se va a que­


dar con los a nillos fríos. Ese doctor París n i siqu iera
me ha dicho « qué ojos tan l indos tienes» . Y si me
lo h u biera d icho, le s aco la lengua. Porque ese «no­
ble y galante caballero de Verona» a mí me parece
.

u n ren acuajo . . .

ADECA M Á X I M A :

¡ Oh !

J U L I ETA :

U n ren acuajo, sefíora madre, y u n perfecto cretino.


'Te supli co le d igas a mi padre que n o pienso ca­
sarme por el momento y que, si lo pensara, prefe­
rirí;i casarme con Romeo . . .

ADECA :\IÁX l :\I A :

¡ Oh !

.J U L I ETA :

Con R omeo, a quien estoy obligada a odi ar por l a


m uerte d e Teobaldo, q u e con esa rata d e albafi al
que él ha escogido para marido mío. ¿ Y eran ésas
las noticias alegres que i b as a d arme ?

33 1
ADECA MÁX I .\IA :

Aquí llega tu padre. D il e tú misma lo que preten ­


d í as que yo l e d ijera y ya verás l a que se va a armar.

(En tra n el A deco iVIáximo y la Nodriza.)

ADECO M Á X I M O :

¿ Todavía lloras, m uch ach a ? ¿ Te h as con vertido en


u n a regadera ? ¿ O en un mar con flujo y refl uj o de
l ágrimas, vend :i val de suspi ros, islotes de pucheros ·
y arrecifes d e mocos ? (A la A de ca l\1áx ima.) Esposa
m í a, ¿ ya le comun icaste n uestra determinación ?

ADECA MÁX I MA :

Sí, señor mío, y me respondió que much as gracias,


que no acepta, que prefiere u n a tun1ba frí a a un
matrin1onio cal ien te.

ADECO M Á X I MO :

¿ Cómo es l a vai na, esposa m í a ? ¿ La n i ñ a no qu iere


casarse ? ¿ No se derri te de agradecim ien to ? ¿ No se
da cuen ta de que es un honor para nuestra fam i­
l i a ? ¿ No con1 prende que ese noble caballero le que­
da grande a ell a ?

J U L I ETA :

Lo agradezco, com prendo que es un honor para mí,


pero decl i no ese honor que agradezco, tal como no
dec li naría si n o aceptaría l o que od io, si ese odio
fu era fru to del amor.

332
ADECO M Á X I J\1 0 :

No en tiendo u n a palabra de lo que d ices. No agra­


dezcas agradecimientos, n i honres honores, n i h ables
pendej adas, s ino prepara tus piern as y todo lo de­
m ás para que el s ábado próximo te cases con el doc­
tor P arís en la igles i a del Rosal. Y si no quieres ir
por tus propias paticas, te llevaré a rastras. ¡ Fuera
de m i presencia, c ucaracha i n n1 unda, cara de culo !

ADECA l\tÁ X I l\tA :

j Cállate, por favor ! ¿ 1�e h as vuelto l oco ?

J U L I ETA :

Padre mío, os lo pido de rod illas. Escuch adme dos


palabras n ad a m ás .

AD ECO MÁ X I MO :

¡ N i u n a sílaba ! j No te tolero que n1e respondas !


¡ Cuélgate de u n a v iga, tírate de u n pent house,
tómate un veneno, pero no i n ten tes ha bl arme ! Oye
bien lo q u c te d igo : o v as a l a igles ia el sci bado a
casarte, o no me vol verás a ver l a cara. Las manos
me tiemblan de furia y de las ganas de arrearte dos
n algad as. (A la A deca Máx ima.) Es p osa m í a, n oso
tros q ue nos creí amos felices porque ten í amos u n a
h ij a ú n ica y adorada, y ahora n os resulta esta mal­
d ición. (A ]ulieta.) j F uera de aqu í , putica i nsu­
rrecta !

N O D R I ZA :

Señor mío, por favor, no le digáis pal abras tan d u­


ras y tan i n j ustas.

333
ADECO MÁX IMO :
¿ Y a t i qu ién te h a dado vela en este en tierro, an­
ciana en trometida ? Anda a chismear con t us igu ales
y n o metas tu coch i n a n ariz en lo que no te im­
porta, viej a de m ierd a. (La arnenaza con un puñe­
tazo. La Nodriza re trocede aterrada.)

ADECA MÁXIMA :
No te acalores tanto. Te va a dar un soponcio, te
va a volver l a pun tada, ten cuidado, m i amor, n o
te sofoques.

ADECO MÁXIMO :
Si es para volverse loco. H e pasado toda la v i d a tra­
baj ando para ella, ed ucándo l a en l os mejores col e
gios, v is tiéndola en l as mejores bou t iques, aconse­
j ándola d í a y noche, preparándola para u n buen
matrimonio, y ahora, cu ando le he consegu ido u n
prí nci pe henchido d e bellas prendas, e l j oven m ás
rico y más pepeado de toda Verona, esta m u i1 eca
necia y pretenciosa desdefi a la fortu n a que l e sonríe
t

para responder : « Yo n o quiero casarme» , « yo no


puedo enamorarme» , « )'O es toy m u y joven para esa
cosa», «os ruego que me perdonen » . ¿ Que la per­
donen ? ¡ Patadas en el trasero será mi perdón si
se resiste a casarse ! Que se v aya a rum i ar a otro
pesebre, pero lo que es en esta casa no volverá a
poner los pies. (A ]u lieta.) ¡ ó yelo bien. piénsalo
bien, caraj ita i nsol e nte ! El sá bado est á muy cerca ;
s i eres u n � h ij a obed ien te, te casarás con m i amigo,
el doctor París. Pero s i no lo haces. aunque te t iren
piedras, a u n q ue pidas l imosna, a u nque te m ueras de
h ambre por l as calles, no te recon oceré más n un ca

33 4
como mi hij a. Piénsalo b ien, J ulieta. Ésa es m i úl­
tima palabra y no me echaré atrás n i un m ilí metro.
¡ Caraj o ! (Sale.)

J U L I ETA :

Oh, madre mía, por el amor de D ios, no me boten


de esta casa. Os supl ico que a placen ese matrimo­
n io por !.ln mes, por u n a seman a. Porque. si me obli­
gan a casarme, mi lecho n u pcial no' será una cama
de matrimonio, sino u n a tumba como aquell a en
que yace el cadáver de Teobaldo.

A DECA M Á X IMA :

A mí no me metas en tus líos. T u padre está fu­


rioso y yo n o le d iré u n a palabra. Ni pienses que voy
a arriesgar mi ma trimon io por imped i r el tuyo.
Este asu n to se h a · term i n ado. H az lo que qu ieras.
(Sale.)

J U L I ETA :

¡ Oh, D ios mío ! ¡ Oh, Nodriza ! Consuél ame, acon­


séj ame. Tengo un esposo v ivo a qu ien adoro y me
q u ieren imponer otro a q u ien no quiero. ¿ No tie­
nes u n a palabra de alegrí a para m i desolación ?
¿ Un a palabrita de consuelo para tu n i fi a desd ich a­
da ? Ayúdame, Nodriza.

NODR I ZA :

¿ Cómo q u ieres que te ayude s i yo me estoy n1 u­


riendo de m iedo ? Ese padre tuyo está vuelto u n
Atila, u n Calígula, u n Pi nochet. Tal vez serí a m ás
pruden te que te casaras con el doctor París. A fin
de cuen tas, nadie sabe que estás casada con R on1eo,

335
salvo el propio Romeo, que es un cabal lero y no le
v a a decir nad a a n adie. Y ese doc tor París tiene
u nos ojos verdes tan bon i tos y u n carro deportivo
que es un sueño . . .

JU L IETA :

¿ T ú tam bién, Nodriza ?

NOD RIZA :

A Romeo no lo volverás a ver más n u nca. Para ei


caso es como si estuv ieras v i uda.

JU L IETA :

Amén.

NO DRIZA :

¿ Qué ?

.J U LIETA :

Que aprecio m ucho tu consejo y lo voy a segu ir al


pie de la letra. Anda a ver a mi madre y d ile que
he salido a confesarme con Fray Lorenzo para que
me absuelva del pecado de desobed iencia que he
cometido.

NODRIZA :

Iré inmediatamen te. Veo que h as en trado en razó n .


N o h a b í a otra sal ida, n i ñ a m í a. (Sale.)

J ULI ETA :

Tamb ién mi v ieja Nodriza me h a fa l l ado. La pobre


tiene m iedo, mucho miedo, y el ún ico consejo que

336
puede dar el miedo es l a claud icación . Sólo me que­
da Fray Lorenzo. I ré a buscar al monje y, si él tam­
bién se raj a, yo misma tendré valor y fuerza para
arrancarme la vida an tes que d ársel a a otro que no
sea Romeo. (Sale.)

ESCENA VI
Celda de Fray Lorenzo

(En tran Fray L orenzo y el doctor París.) .

F RA Y LO RENZO :

¿ El sábado, sefior ? Falta muy poco.

DR. P A R Í S :

Fue mi suegro y n o yo qu ien lo h a fijado,


y no que fal ta poco me parece
sino que fal ta un siglo para el sábado.

F RAY LORENZO :

¿ Y l a novia lo ignora todavía ?


Es u n proced im ien to bien extraño.

DR. PARÍS :

Ella pasa sus d ías y sus noches


gim iendo por la muerte de Teobaldo,
y mi amor no me arriesgo a decl ararl e
porque puede moj arme con su llanto.
Pero su pad re, que e s u n hom bre tierno
que no qu iere verl a más ll orando,

337
decidió apresu rar s u matrimonio
con este m uñecote apasion ado
que el sábado en la noche va a gozar
m ás que u n ch i v i to en el j ardí n botánico.

F RA Y LO R ENZO :

¿ Y se puede saber por qué motivo


h abéis ven ido a visitar mi rancho ?

D R . PA RÍS :

Es que me fal tan los conocimien tos


que en la n oche n u pc ial son n ecesarios.
Asustar a la n ov ia me preocupa
y por eso he ven ido a consultaros
s i me qui to el pi y ama en s u presencia
o salgo des n u d i to desde el baño.

F R A Y LO RENZO :

No puedo respo nder esa pregu nta


porq u c l a propia novia est á llegando.
(Entra ] u lieta.)

DR. P A R ÍS :

¡ Feliz encuentro, m 1 querida esposa !

J U L I ETA :

Me parece que estáis acelerado,


puesto que me llamáis esposa m í a
s i n haberme tocado n i u n a mano.

DR. PA RÍS :

El sábado, señora, s i D ios qu iere,


veréis que soy un t igre para el tálamo.

338
F RA Y LO RENZO :

¿ Vienes a confesarte, n i ñ a m í a ?

J U L I ETA :

A confesarme vengo, padre san to.

DR. P A R Í S :

No olvidéis confesarle que me am áis.

J U L I ETA :

Confesaré que amo a qu ien yo amo.

DR. P A R Í S :

En tonces l e d i réis que estáis loq u i t a


por este catirito aerod in ámico
que os tiene reservada u n a sorpresa
de pad re y señor mío para el sábado.

J U L I ETA :

¿ Debo volver más tarde, Fray Lorenzo,


o espero que se vaya este u rogallo ?

F RA Y LO REN ZO :

Tengo que confesarl a, cabal lero.


Os ruego nos dejéis solos un rato.

DR. PARÍS :

Good bye, padre Lorenzo. Chao, J u l ieta ;


que el Señor te perdone t us pecados.
El sábado te h aré pecar de n uevo
y rec ibe un bes ito mien t ras tan to.
(Le la n za un beso volado y sa le.)

339
J U LIETA :

C i erra esa puerta, pad re, y acompáñ ame


a llorar este d u ro desconsuelo,
a sollozar este dolor porfi ado
que 1ne clava sus d ien tes como un perro.

F RA Y LO RENZO:

Ya ha l legado, h ij a m ía, a mis oídos


la amarga h is tori a de tus s ufrimien tos.

JU LIETA :

Con el doctor P arís van a casarme


este sábado mismo s i n remedio,
y tú mej or que n adie sabes bien
que yo ya estoy casada con Ron1eo
y que darle mi 1nano a otro señor
serí a b igan1 í a o adu lterio.
P ues bien, v i n e a decir te, padre mío,
que tan i nicua i mposición no acepto
y que gu ardo un a daga toledana
ocu l ta en tre l as rosas de mis senos
que hará correr m i sangre en amorada
desde mi corazón h asta el s ilencio.

F RA Y LO RENZO:

Calma, h ij a n1í a, porque todav í a


u n a esperanza d e salv arte tengo,
u n a esperanza tan desesperada
q u e tan sólo esperarla me d a m i edo.
M as, ya que has decidido su icida rte
an tes que someterte al casami e nto,
te ofrezco un s imulacro de su icidio
que evi te tu s u icidio verd adero,

340
un a muerte fingida que te salve
de tanta muerte real que llevas den tro.

J U L I ETA :

An tes de desposarme con París


dame una copa llena de veneno,
enciérrame en l a noche de u n a tumba
cstre111ecida por cruj ien tes h u esos,
cú brcmc de serpien tes ponzofiosas
que cl aven sus colmil los en mi pecho,
pero no n1e pernl i tas que traicione
al esposo que adoro y que venero . . .

F RAY LORENZO :

Escucha en tonces. Vuél vete a tu casa,


simula que estás loca de con tento,
d í a todos que tu bod a con París
es para ti el 1nás d ulce priv ilegio,
Y el v iernes en l a noche, cuando estés
sola en tre l as blancuras de tu lech o,
tóm a te hasta l as heces esta pócima
preparada con h ierbas de mi h uerto,
con flores de barbasco y de fiong·ué,
con semi l l as de tártago y de orégano.

(Le m u estra un fras co.)

Sentirás que la sangre se te borra


como u n a ll ama que apagara el v icnt1..1 ,
que cesan l o s l atidos de tu pulso
acall ados por ráfagas de h ielo.
Y todos por tu n1uerte llorarán
al ver tu bl anca imagen sin al iento ;

34 1
y sigu iendo l a usanza del país
como de novi a vestirán t u cuerpo ;
y con flores de todos l os j ard i nes
cu brirán l a madera de tu féretro ;
y l uego en tre suspiros y lati nes
te llevarán cargad a al cemen terio ;
y allí te dej arán serenamen te
acostada en l a cripta o mausoleo
donde reposa tod a tu fam i l i a
desde l o s tiempos de t u bisabuelo.

J U L I ETA :

¡ Con qué tranquil idad me h abéis contado


todos l os pormenores de mi entierro !

F RA Y LORENZO :

Porque despertarás a los dos d í as


de u n a muerte que fue tan sólo u n sueño.
A los dos días abrirás los ojos
palpi tará tu corazón de n uevo,
y j un to a tu sepulcro estaré yo
y j un to a mí se encontrará Romeo . . .

J U LI ETA :

D ame, padre, ese elíxir s i n demora


que yo l a vida de la muerte espero,
pues la muerte es apenas u n cami n o
tendido hacia l a vida q u e deseo.

FRAY LORENZO ( le e n trega el frasco) :


Aquí está y vete pronto. Tu design io
cumple con decisión y con denuedo.

342
J U LI ETA :

Dame tu fuerza, amor, y seré fuerte.


¡ Que el amor te bend iga, Fray Lorenzo !
(Sale.)

ESCENA VII
Sala de l a c asa de Adeco M áximo

(En tran e l A deco l\1áx irno, la A deca l\1áx ima, la Nodriza


y tres criados.)

ADECO MÁX I MO (al primer criado) :


Aquí está l a l ista de los i n v i tados. Corre a ll amar­
los por tel éfono, por telégrafo, por televisión, por l o
q u e sea. (Sale e l jJrimer criado.) (A l segundo criado.)
Con trata tú vein te cocineros y d iez mayordomos, y
orden a ci ncuen ta caj as de champafi a frapé y un
cerro de caviar. ¡ Vamos, rápido ! (Sale el segundo
criado.)

AD ECA M .\X IMA :

No estamos preparados para esta fiesta en l a intimi­


dad de l a fam i l i a . Nos h a cogido de sorpresa .

. ADECO M Á X I MO :

Todos comprenderán que estamos .de l u to riguroso.


(A l tercer criado.) Y tú enc árgate de l os m úsi cos :
l a Bil lo, l a Tropical Hol iday, l a Orquesta Sinfóni­
ca, todas. (Sale e l tercer criado. A la A deca l\1áx i­
ma.) ¿ Dónde se habrá metido nuestra h ij a J ul ieta ?

343
NODR IZA :

Salió a ver a Fray Lorenzo. A confesarse y a pe­


d irle consej os. A eso fue.

A DECO M Á X I M O :

Espero que ese curita l a haga cambiar u n poco. Se


h a vuelto u n a carricita alzada y fal ta de respeto.

NODRIZA :

Allá viene de lo m ás sonreída.


(En tra ]u lieta.)
,

ADECO M A X I MO :

¿ Por dónde andabas, cabeza de chorl i to ?

J U L I ETA :

Fray Lorenzo me enseñó a arrepentirme del pecado


de desobediencia y me ordenó que vin iera a pediros
perdón de rod illas. ¡ Perdón, pad re mío ! A partir
de este i nstan te h aré sol amen te lo que t ú me or­
denes.
,

ADECO M A X I MO :

¡ Bravo, bravísimo ! I ré a buscar al doctor París para


decirle que puede casarse mañana mismo como él
q uería.

J U L I ETA (a la Nodriza) :
Nodriza, acompáñ ame a mi cuarto. Qu iero elegir el
traj e m ás hermoso para pon érmelo e n la hora m ás
hermosa de m i v ida.

344
ADECA M ÁX I MA :

Acompáñ ala, Nodriza. La boda se celebrará mañ a­


n a m isrno. No hay tiem po que perder.

(Salen ]uliela y la Nodriza.)

ADECA M Á X I MA :

Nos vamos a ver a vapores para organ izar esa fiesta


en vei n ticuatro horas. ¡ Qué sofoque !

ADECO MÁXIMO :

No te preocu pes. Yo me encargaré de todo. No dor­


miré e n toda l a noche s i es n ecesario. H aré las i n ­
vitac iones, le avisaré a l novio, llamaré a l padre H e­
redia, con trataré los mesoneros y l as orquestas. No
necesito que n ad ie me ayude. Me sien to entusias­
mado desde el mon1en to en que esa m uchacha dís­
cola en tró en razón .

(Sa le.)

E S C EN A V I I I
A posen to de J ulieta

(fu lieta y la Nodriza. ]u lieta concluye de pro barse un


traje.)

J U LI ETA :

Sí, Nodriza, este traje es el mej or,


pero te ruego que me dej es sola.
Necesi to rezar mis oraciones
y pedirle al Señor m isericordia.

345
NODRIZA :

Acuéstate, m 1 n i ñ a, que mañana


debes amanecer como una rosa.

(Sa le.)

J U L I ETA :

D ios sabe c uándo volveré a m irar


el sol, los an imal es, l as personas.
Voy a h undirme e n los lagos del s ilencio,
e n el légamo oscuro de la sombra.
Tiemblo como u n a l ie bre perseguida
por el arco de D ian a cazadora.
Tiemblo por el destino que me acech a
escondido en las gotas de l a droga.

(Busca el frasco del e lixir y regresa con él en la mano.)

¿ Y s i cuando despierte de la m uerte


no ha velado Romeo mi letargo,
sino el soplo glacial de los m urciélagos
y la ronda voraz de los gusanos ?
¿ Y si horribles fantasmas y demonios
saltan de los rincones de aquel a ntro
para rasgar mis carnes con sus u ñ as
y arrancarme l os ojos con sus garfios ?
¿ Y s i de aquel osario donde yacen
desde h ace s iglos mis antepasados
man ando sangre fresca todav í a
s u rge el terQble espectro de Teobaldo
y persigue a RDmeo fieramente
para vengar la muer te que él le ha dado ?
¡ Es Teobaldo ! ¡ Ya viene ! ¡ Ya lo m iro !

346
Esgrime su puñ al para matarlo.
¡ No, Teobaldo, dete nte, te lo ruego l
¡ Corre, corre, Romeo, m i adorado !
Por t i vivo esta muerte, amado mío,
por t i perezco y por tu amor me salvo.

(Se toma el contenido de l frasco y cae en el lecho.)

(La escena q ueda a oscuras durante u n instante q ue in­


dica el curso del tiem/Jo. Música adecuada. A l fina l arlara
poco a poco.)

NODRIZA (e n trando) :
¡ Señorita ! Está dormida como u n tronco l a pobre­
ci ta. ¡ A levan tarse, novia, palomi ta con sueño, co­
razón mío. ! M ira que ya han comenzado a llegar
los regalos y los ramos de flores. Tu padre me
ha mandado a despertarte. ¡ Leván tate, lucero de
la mañ ana, que ya el novio ha ven ido de pu n ta en
bl anco a verte, consum ido de amor y de impacien­
c i a ! ¡ No responde ni una palabra ! ¡ Qué sueño
tan pesado ! Mejor así porque el doctor París no
la va a dej ar dorm i r esta noche, ni mañan a en la
noche, ni en toda la seman a ! D ios nle perdone lo
mal pensada (J\1 úsica en e l int erior.) ¡ Vamos, cor­
deri ta l i nda, que y a los m úsicos es tán afi n ando sus
instrumentos ! (Se acerca al lecho.) ¿ Cómo ? ¿ Te
quedaste dormida con tu 1 indo vestido puesto ? J u­
lieta, J ul ietica, despiértate o tendré que sacud irte
con mis propias manos. ¡ J ul ieta, n i ñ a, sefiorita, se­
ñora ! (La sacude y luego la toma en t re s us brazos.)
¡ Seliori ta J ul ieta ! ¡ Ay de mí ! ¡ Socorro, socorro !
(A los gri l os de s ocorro entran dc/Jrisa el A dero
Máx imo, la A deca J\1áx irrza, e l doctor París y algu-

347
n os criados.) ¡ Qué cosa tan h orrible ! ¡ Socorro !
¡ Socorro, D ios mío, que m i n i ñ a está muerta ! ( To­
dos corren hacia el lecho y de pron to q uedan está­
ticos como en un conge lado de cine.)

TELÓN

348
E P f L O G O

ESCENA 1

(E n tra Fray Lorenzo.)

(A l p ú b lico.)
F RA Y LORENZO :

Vosotros conocéis el desenlace


de l a l eyenda de Romeo y J u li eta,
imagi nada en Siena por un monje
en plena oscuridad de l a Ed ad Medi a ;
u bicada en Verana por D a Porto,
un i ngen ioso hidalgo de V icenza ;
llevad o al español por el cacumen
i nverosímil de Lope de Vega ;
y popularizada mundialmente
por el monstruo sagrado de I ngl aterra.
Todos sabéis lo que sucederá
tras el falso morir de la doncella ;
de qué trastad as se valdrá el destino
para hacer fracasar m i estratagen1a ;
cómo mi carta n o le llegará
al amante afl igido en tierra a jena,
pues también en los tiempos de esta h i stori a
sol í a extravi arse l a correspondenci a ;
y cómo, en cambio, para comprobar
que l as n1alas noticias siempre l l egan ,
acudirá u n i n1 bécil a i n formarle
que su adorada esposa estaba muerta.
Todos habéis leído que Romeo,
enloquecido y bruno por l a pen a,

349
le comprará u n veneno a u n boticario
y volverá a Veran a con presteza,
firmemente resuelto a s u icidarse
a n te la t umba fresca de J ulieta.
Sabéis que en l as oscuras catacumbas
donde los m uertos v i ven s u tiniebla
se encon trará con el doc tor París
hablando a solas con s u nov i a yerta,
diciéndole que s igue en amorado
y que se muere de v i vir s i n ella.
Sabéis que al tropezarse los dos v i udos
transform arán sus l utos en con ti enda
y que Romeo matará a París
tras brava l uch a en tre mortuorias piedras.
Por último sabéis que n uestro héroe
se beberá la pócima s i n iestra
y morirá j urand_o que s u amada
en las regiones del no ser lo espera.
Y que luego J u li eta, al despertar
y advertir el horror que la rodea,
l a m uerte se d ar á con u n a daga
para hacer la desgracia m ás completa.

(Calla y se fJasea pensativo.)

Lo c ierto es que a la gen te no le gusta


el i nfel iz final de esta leyenda.
Se le toma c a r i 11 o a los dos novios
y a n i ngu no le agrada que se m ueran.
La mayoría sale del teatro
con los oj os agu ados de tristeza,
mald iciéndole el alma a W i l l i am Sh akespeare
y runl i ando en s ilencio su protesta.
Pero Sh akespeare es Shakespeare. vos sabéis.
y no ha nacido el que con él se atreva.

350
( Vuelve a pasearse pensat ivo. De repente mira su reloj
p u lsera.)

A mí me toca ahora llegar tarde,


c uando de nada sirve m i presencia,
para hallar a Romeo ya s i n vida
y atestigu ar la m uerte de J u lieta.

( Vuelve a m irar e l reloj.)

¿ Y si me adela ntara u nos m i n u tos


al papel que me asigna l a traged i a ?
¿ y corriera a salvarlos con mis manos
ya que no pude h acerlo con mis hierbas ?

(Se remanga la sotana.)

¡ Fray Lorenzo, n o hay tiempo que perder,


dale vigor a tus cansadas piernas
y corre a rescatar a los amantes
del hado destructor que l os acecha !
¡ En este mundo suci o de mentiras
el amor nada m ás vale l a pena !

(Sale corriendo con la sotana remangada.)

ESCENA 11
Cementerio de Vero n a

(A l cen tro la tum ba d e ]ulieta. R omeo y el doctor París,


en pose de congelado de cine, se baten a espada. R omeo
estaba a punto de clavarle una est ocada a su adversario
cuando se in ició el congelado. En tra Fray Lorenzo co­
rriendo.)

35 1
F RA Y LORENZO :

¡ Basta ya, deteneos, baj ad vuestras espadas ! ¡ No


derraméis m ás sangre sobre l as ensangren tadas pie­
dras de Verona ! ¡ No profanéis l as bóvedas donde
yace el cuerpo de J u l ieta !

( R omeo y el doctor París reco bra n el m ovimien t o y bajan


las espadas.)

ROMEO :

¿ Eres tú, Fray Lorenzo ?. Te presentas i noportuna­


n1ente c uando yo ya ten í a al doctorcito l isto para
el arrastre.

F RA Y LORENZO :

Todos h abéis perd ido el seso. Estáis tan acostum­


brados a l a pal abra m uerte que ya n ada os importa
el sacrificio de u n a vida h umana.

DR. PA RÍS :

Por lo que a m í respecta, m 1 propio sacrificio es


el que menos me importa. M i mayor am bición es
morir en este si tio para que me ent ierren al l ado
de J u l ieta.

ROMEO (alzando la espada) :


¿ Al lado de q u ién ?

(El doctor París se pone e n guardia y cruzan otra vez


las espadas.)

352
FRAY LORENZO :

¡ Por favor, S a nto D ios, por favor ! ¿ Estáis locos ?


Guardad esos horr ibles machetes e n sus vainas, por
l a memoria de l a n iñ a muerta.

(R omeo )' e l doctor París envainan las espadas.)

FRAY LORENZO :

Caballeros, os traigo u n a notic i a formidable, i ncreí ­


ble, gloriosa. Anoche, m ientras h ac í a m is oraciones
acost umbradas, se me apareció de repente u n a vi­
s ión . Era el San to de Asís e n persona, rodeado de
gorr iones que pico teaban en sus hombros, acompa­
ñado por u n lobo con aires de perrito o de cordero.
Yo estuve a pun to de desmayarme, deslumbrado por
la luz que emanaba de sus estigmas. Y ento nces el
mí n imo y dulce hermano Francisco me habló. «Fray
Lorenzo -me di j o-, he acu dido ante D ios N u estro
Señor para rogarle que t uviera compasión y le de­
volviera l a vida a esa doncella de Veron a que murió
invocando m i nombre. Y D ios, todopoderoso y todo­
m isericordioso, acced ió a m i s s ú pl icas. Corre tú,
Fray Lorenzo -me d ij o el Santo de Asís-, a l a
tumba de J ul ie ta, arrodí llate j u n to a ella, rézale u n
Padrenuestro, y verás como len tamente vuelven
las rosas a sus mej i llas, el rumor de la sangre a sus
venas y el t ic-tac de los lat idos a su corazó n » .

DR. PARÍS :

¡ Un m i lagro ! ¡ Un milagro en l a época de l a pen i­


cilin a ! ¿ Será posible ?

353
F R A Y LO RENZO :

Sí, doctor P arís, será posi ble. Corred a avisarle a los


J erarcas del S is tema, y a los padres de J u l ieta, y
también a los padres de Romeo, y a toda l a pobla­
ción, que J ul ieta volverá a la vida. Volverá a la vida
a cond ición de que cesen en Veron a l as mezqu i n as
rencillas, de que se reconcil ien los veroneses, por l o
menos para u n a verdadera n acional ización d e l pe­
tróleo, que es lo que hace falta en este país.

D R . PA RÍS :

Corro como u n gamo a cumpl i r t u com isión, santo


fraile. ¿ J ul ieta o tr a vez con vida ? ¡ Después de h a­
ber pasado dos d í as muerta, cadáver ! ¡ Tronco de
mil agro ! Ese San Fran cisco, como que se cree J osé
Gregorio . . .

(Sa le en carrera.)

ROMEO :

¿ Estás hablando en serio, Fray Lorenzo ? Os advier­


to que s i estás hablando en broma, se trata de u n a
bufon ada d e mal gusto q u e n o estoy dispu es to a
tolerar. An tes de tomarme el veneno que me qui­
tará l a vida, te arrancaré l a sotana a pedazos s i
pretendes burlar te d e m i dolor de t a n cruel manera.

F RAY LORENZO :

U n momen tino, pibe, un momen tino. B ien sea por­


que San Francisco h izo el m i l agro, o bien porqu e
lo h icieron l as h ierbas de m i h uerto, l a verdad es
que J ul ieta va a despertarse de s u l argo letargo

354
(rn ira el reloj) dentro de pocos segundos. ¡ No está
muerta, hijo m ío, está dormida !

( 1\1 úsica adecuada. ] u lieta se des 'J? ierta len tamen te y se


i ncorpora en su tum ba. Fray Lorenzo sonríe beatífica­
mente. R omeo se acerca a ]ulie ta y la a braza con ternurq,.)

J U L IETA (en brazos de R o meo) :


Ya la tumba no es tumba s i n o lecho,
ya la tierra no es tierra sino espejo,
como mi corazón es el reflejo
del o tro corazón que hay en t u pecho.
Ya el pensamien to es un sendero estrecho
para volver a ti cuando te dejo,
y ya mi sangre es como vino añej o
q u e q uiere derramarse en t u provecho.
Ya la herida es floral deshoj adura
y la muerte es fluencia de ternura
que a ti me l iga con s ublimes l azos :
tornóse en rosa espléndida l a herida
y ya no es muer te s ino dulce vida
la muerte que me das en tre tus brazos.
(Se besan.)

ROMEO :

Calma mi sed, amor, en tus vertien tes ;


enraízame, amor, en tus sembrados ;
llévame, an1or, por mares encrespados ;
clávame, amor, tus u fi. as y tus d ien tes.
Di pal abras, amor, i ncoheren tes ;
gime versos, amor, j am ás pensados ;
sacude, amor, tus pétalos moj ados,
amor, sobre mis huesos combatien tes.

355
H iéreme, amor, con filo de cl aveles ;
átame , amor, con tu dogal de m i eles ;
q u émame, amor, en tu rosal de fuego.
Restituye a m i p ulso su l atido,
devuélveme la voz que habí a perd ido
y préstame tus ojos, que estoy ciego.

(En tra un grupo enca bezado por e l doctor París. Luego


aparecen los jerarcas del Sistema, el A deco Máx i m o con
la A deca Máx ima, e l C opeyano Máx imo con la C opeyana
l\Jáxima, la Nodriza, Benvolio, guardias, pajes y criados.)

DR. PARÍS :

¡ Por aqu í , d amas y caballeros, por aquí !

ADECO MÁX I MO :

¿ Es verdad que m i h ij a h a resucitado ? ¿ Dónde


está mi n i ñ a adorada ?

ADECA M Á X I M A :

La luz de m is O J OS, ¿ dónde está ?

'

COPEYANO MA X I MO :

¿ Y Romeo ? ¿ Es cierto que m i hijo Romeo h a vuel­


to del destierro ?

COPE YANA MÁ X I MA :

M i h ijo q ueridísimo, ¿ dónde está ?

356
NODRIZA :

¿ Dónde está l a corderita que yo amamanté con


mis pechos ?

B EN VOLIO :

¿ Dónde está Romeo, m i compañ ero de colegio, m 1


mej or amigo ?

J ERARCA I .0 :
¿ Dónde están esos n i ños descarriados cuya desapari­
ción ha traído la i n tranquilidad a los más honora�
bles hogares de Verona ?

F RA Y LO RENZO :

¡ Aquí están, aquí están ! Aquí está Romeo, que re­


gresó del exilio, y J ulieta, que se devolvió de la
muerte. Aquí están revividos por el amor cuyo estu­
do desvió el zarpazo de la tragedia, alumbrados por
el amor cuyo resplandor se impuso al negro soca­
vón de la fatal idad. ¡ Romeo y J ulieta son marido
y muj er ! (Murmullos de asom bro en tre la con­
curren cia; conatos de choq ues en tre adecos y cope­
yanos.) Romeo y J ulieta son marido y muj er porque
yo bendije su unión según todas las normas de nues­
tra Madre Iglesia. Son marido y muj er porque esa
m isma noche consumaron varias veces el acto amo­
roso a que les daba derecho el vínculo creado por
el desposorio. (Nuevos murmu llos.)

NODRIZA :

Es verdad. Yo estaba ahí cuando eso . . . Bueno, es­


taba en el cuarto vecino.

357
F RA Y LORENZO :

Yo les bendije los a n illos, los declaré u n i dos en ma­


trimon io. Yo m ismo le d i después a J u l i e ta el bre­
baj e que le prod ujo su aparienci a de muerte. Yo
m i smo le escrib í a Romeo para que v i n iera aqu í
esta noche a presenciar el despertar d e s u amada.
Yo, por ú l timo, torcí i rrespetuosamente el éurso de
la tragedia de Sh akespeare para salvar la vida de
los dos aman tes. Yo soy un viej o cura e n trépito y
sen timental, res po nsable de todo l o que aqu í h a pa­
sado. ¡ Fusiladme, si q ueréis ! (Cae de rodi llas.)

(Los actores han formado h i lera detrás de Fray L orenzo.


De en tre ellos se adelanta e l A deco Máx imo para dirigirse
al p ú b lico.)

ADECO MÁXI MO :

Así concl u ye esta traged i a hermosa,


escri ta por el gen i o m ás crecido,
que u n fra ile horticul tor ha convertido
en argumento de novela rosa.
J ul ieta se volvió rad i a n te esposa
como Romeo s i n igual marido
y la l ucha sectaria h a proseguido
tan i n fecu nda comq tormentosa.

(Suenan las sire n as policiales. El jerarca Primero apart a


al A deco 1'1áx im o y se adelanta con sus cuatro es birros.)

J E RA RCA 1 .º (al p ú b lico) :


Podéi s cambiar la trama de esta h is toria,
podéis cambiar s u solución mortuoria,
podéis cam b i ar los versos del poema.

358
Podéis cambiar pasado por presen te
y hasta podéis cambiar de Presidente,
pero lo que no cam bia es el Sistema.

(Se apagan las luces viole n tamente. A l encenderse de n ue­


vo los actores está n saluda n do al p ú b lico.)

TELÓN

359
i NDICE

SON ET OS ELEM ENT ALES

Soneto exótico 9
Soneto romántico 10
Soneto cánd ido l l

Soneto místico 12
Soneto erótico
Soneto mórbido
Aniversario de la muerte de Leo
Don Salomón
Ayer
Hoy
Moralej a
Semana Santa en Macuto
Lunes Santo 19
M artes San to 20
M iércoles Sa n to 2l
J ueves Santo 22
Viernes San to 23
Dom ingo de R esu rrección 24
Genio y figura 25
Consagración del i nvierno 26

36 1
SIN F O N Í AS T ONT AS

Recepción a Nereo Pac heco 29


E l Bolívar de Emil L ud wig 33
S ansón y Dal ila 39
L a locura d e L ucí a 45
L a caída de S tal i ngrado 50
El j alar de los j alaoes 54
Origen de l as corrid as de toros 57
A d á n y Eva en el Paraíso 62
E l Segundo Fre n te 68
E legí a a 1 9 4 2 70
R es ponso a La Ceiba de San Francisco 73
E pístola lírica 75
R esponso al Grupo Viernes 77
Roman de Negri t Pedrit y R epl ic de Don Bartolí 80

V ERSO S C I RC UNST AN C IA L E S

E l m atrirnon io de Andrés Eloy 91


Gl osa para Yol anda Leal 94
Salu tac ión a G ioconda 96
Décima a Rosa G u i l lén 98
Corrido de l n ocen te Pal acios 99
Corrido de Pedro Soti llo 1 03
La confirm ación del C h i n o 1 06
Trisag·o a Piza n i 1 08
C h iqu i to pero tem plado 1 10
P pe octogenario 1 12

C R Ó N IC A M O R RO C O Y UNAS

enezuela aprende a s u i cidarse

362
H i tler es el verd adero M es í as 121
Seis pregu n tas n o más i 25
Se descu bre el asesi n o de Don J u ancho 1 29
U n a carta de pésame 1 32
Dos poetas se caen a tiros 1 3�
E n defensa de l os l i bert i n os 1 38
Los j ud íos pel igran e n Venezuel a 1 42
Se ampl í a n l as ca usales de divorcio i 46
¿ Es necesari a esta llamad a ? 1 50
Pedro Sotillo en trevista a Can t i n fl as 1 55
Yo soy un gra n b i l h arziano 1 59
Biografí a de u n sobador 1 63
La maestrica de ari tmética 1 69
M ie n tras no l l ega el a u tobús 1 74
La avi ación y sus encan tos i 78
La s Amas de Casa s e en trevistan c o n el Pre iden te i 83
Los conspiradores i 87
Enciclopedi a deportiva
El golf 1 90
Las bol as cri ollas 1 94
La acerí a 1 97
El ajedrez 1 99
El bridge 203
El dom inó 207
Carta a l os dos Gobern adores d e Caraca 21 1
Discurso de los sesen ta años 218

L A S C E L E S T IAL E S
Prefacio

T EA TRO
Don Mendo 7 1
R omeo J u l ieta

363
I mpreso en el m es de febrero de 1 9 7 7
en l . G . Seix y B arral H n os . , S . A .
Avda . J . Antonio, 1 3 4- 1 3 8
Esplugues de Llobregat
( B arcelona)
Manuel Puig, La traición de Rita Hayworth.
J . Leyva, Leitmotiv.
Sergio Pitol, Los climas.
A. M artínez Torres, El antuario inmortal.
J . A. M artí n Morales Gota a gola.
Manuel Puig, Boquitas pintadas.
M iguel Otero Silva, Fiebre.
Fernando Sorre n ti no, Imperios y ervidumbres.
N éstor Sá nchez , Cómico de la lengua .
J ua n Benet , La otra casa de Mazón.
J osé Donoso, Tres noveLitas burg uesas.
M iguel O tero Silva, Oficina 9 l.
H . Rodríguez Espi nosa, El Laberinto.
J osé M. R u b i o La manivela.
A. M artí nez Torres, Fases de la luna.
M iguel Otero S i l va, Casas muertas.
Ramón N ieto, La señorita.
Hernán Laví n Cerda , El q ue a h ierro mata.
Carlos Clerici, El círculo Yesida.
F. G . Al l er, Niña Huanca.
Eduardo Mendoza, La verdad obre el caso Savolta .
Miguel O tero Silva, La muerte de Honorio.
A. - P . Moya, Retrato del fasci ta adolescen te.
Miguel Otero S i l va, Obra humorística completa.
M a n u e l Puig, EL beso de la mujer araña.
J . Leyva, Semana Deportiva.
M iguel O tero S i l va, Obra poética .
J osé Antonio Bravo, A La hora del tiempo.
M iguel Otero Silva, Prosa completa.
1
Miguel O tero Silva nació en B arcelona ( A nzo á tegu i , Venez uela) en
1 90 8 . Fu nd ador d e l se m anario. político-satírico El Morrocoy A zul ( 1 94 1 ) y
del d iario El Nacional ( 1 942 ) , su obra n arra tiva se i nició con Fiebre ( 1 93 9 ;
Seix B arra l , 1 9 7 5 ) . Casas muertas ( 1 95 5 ; Seix B arra l , 1 9 7 5 ) , y a u n c lásico
de la novela latinoamericana conte mporánea , le situ ó en un primerísimo
lugar entre los escritores de su generació n, confirmado posteriormente por
Oficina N9 1 ( 1 960 ; Seix B arra l, 1 9 7 5 ) , La muerte de Honorio ( 1 968 ; Seix Ba­
rra l , 1 9 7 5 ) y Cuando quiero llorar no lloro ( 1 9 7 0 ; Seix Barral, 1 9 7 1 ¡. En 1 9 7 5
.

s e estrenó s u pieza tea t ral Romeo )' ]ulieta, i ncluida e n e l vol u men Obra hu­
m orística completa ( Seix B a rra l , 1 9 7 6 ) . A l año si guie nte apareciero n Prosa
completa (Seix Barral , 1 9 7 6 ) y Obra poética ( Seix Barral , 1 9 7 6 ) . ·

Paralelam e nte a su l abor novel ís tica, Migu el Otero Silva ha desarrol lado
u n a in tensa actividad co mo h u m orista excepcio nal . Buena parte de las
o bra s q u e , j u nto con otras produ ccio nes, ahora se recogen en el presente
vo l u m e n a pareciero n en el sem anario El Morrocoy A zul. })estacan, en pri­
mer l u gar, sus poemas sa tíricos de carácter político , soci.11 , moral y civil ,
c o n abunda nte rec u rso a l a parodia d e l a poes í a c l ásica, popu l ar y mo­
d ernis ta, adopción innovadora de metros y formas, y uso lúdico de l a rima.
Los acontecim ientos de la his toria u nivers al - en p arti cul ar el fascismo -
y los de la vida nacio nal y latinoamericana son obj eto de sus burlas fero­
ces o amables , venenosas o j oc u ndas, c o n u na capacídad cre adora y
·
una agi lidad estil ística ad m irables . Te m ·;/:::r óni-
· ·

" ,
----

cas morrocoyu nas , as 1 como su t ea t ro , • r d os


parodias l lenas de ipgenio satírico : D ctual
y el tea tro del abs u rdo, y Romeo y Ju ra de
S h a kespe are en u n a co media d e c o o r
zolanas.

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