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Terapia familiar

Melina santos 2020-3100438


Resumen capítulo 1 y 2
HISTORIA DE LA PAICOTERAPIA
A lo largo de la historia, los seres humanos han utilizado una serie de recursos o
remedios para salir (o hacer salir a otros) de situaciones vitales que en algún momento
se constituyen en problemas. La utilización de estos recursos está íntimamente ligada a
los problemas que los individuos presen- tan, pero también a los elementos conceptuales
que poseen sobre sí mismos y sobre el mundo que los rodea, lo que, a su vez, depende
de su desarrollo mental, cultural y tecnológico. Entre algunos de los recursos escogidos
por los individuos para enfrentar las dificultades se pueden mencionar:
La ingestión de diversos productos: como es el caso de bebidas obtenidas a partir de la
fermentación de hojas u otros elementos naturales, como lo hacen los shuars, por
ejemplo, que consumen la ayahuasca para entrar en contacto con los espíritus de la selva
y así encontrar alivio para sí, para los males de un miembro de la tribu o para algún
problema de toda la comu- nidad, como puede ser la ausencia de lluvias.
Las confesiones, entendidas como un proceso de liberación espiritual, en el cual una
persona confiesa sus pecados a otra, que ostenta un poder otorgado por los dioses para
redimir esos pecados y, de esta manera, la per- sona queda libre de los mismos (hasta la
próxima confesión).

El modelo shamánico, también conocido como homérico8 es sustitui- do por una


concepción diametralmente opuesta de la vida psíquica. La visión animista y holística
va a ceder el lugar a una concepción racionalista e individualista, preparada por las
innovaciones filosóficas de Platón, con el que comienza la distinción entre el cuerpo y
el espíritu, luego entre el cora- zón y la razón planteando ya una óptica dualista que
también fue sostenida posteriormente por Descartes.
La evolución de las ideas científicas va a basarse en los principios mecanicistas y
materialistas y en los trabajos de la escuela pitagórica que celebraba el razonamiento
matemático. Alcmeón iba a ser uno de los prime- ros médicos filósofos en practicar
disecciones animales y en considerar al cerebro como el órgano central de la razón y el
asiento de los fenómenos mentales en general, criterio compartido también por
Hipócrates.
La vida psíquica ya no fue considerada como tributaria de los fenómenos mágicos o
exteriores, sino que se situaba al interior del individuo, el cual se liberaba de la tradición
ancestral y quería ser reconocido en su iden- tidad personal. Esto favoreció el desarrollo
de un pensamiento democrático que garantizaba las libertades del individuo y su
igualdad con respecto a otros ciudadanos; a partir de lo cual, el éxito o el fracaso de una
persona dependerían más de su moral personal y de sus capacidades y menos de cri-
terios mitológicos y públicos.
Se sabe, además, que Hipócrates describió algunas enfermedades mentales: la epilepsia,
la melancolía, los trastornos psicopuerperales, diver- sos delirios tóxicos, etc. Su escuela
también ha mostrado interés por la his- teria y la manía. Es el fundador de una teoría de
la patología y de la terapéu- tica que aísla al enfermo de su contexto natural, en
particular de su familia. Sin embargo, pensaba que la relación del médico con su
enfermo tenía suma importancia y que, en ciertos casos, debía tomarse en cuenta la
ayuda del ambiente: No sólo hay que hacer uno mismo lo que conviene, sino ser
secunda- do por el enfermo, por aquellos que lo acompañan y por las cosas exteriores
(Primer Aforismo).
Hipócrates consideraba este criterio de manera unilateral y lineal; es decir, únicamente
del entorno hacia el enfermo y no tomaba en cuenta la reciprocidad de las influencias y
la dinámica interaccional. La mirada del médico permanecía centrada sobre el
individuo. Así, liberando la medicina de sus prejuicios animistas, Hipócrates dejó a un
lado la concepción holística que caracterizaba el shamanismo del período homérico y
creaba una medi- cina racional, pero orientada hacia el individuo, al cual se le
prescribían die- tas, reposo, sangrados y remedios, mientras que se lo mantenía alejado
del contexto familiar.
La teoría de Hipócrates es, a la vez, somatogenética y psicogénetica, inten- tando
explicar los trastornos mentales a través de causas fisiológicas u orgá- nicas, lo cual
constituye la filiación histórica del modelo biológico actual en psiquiatría y, a la vez,
introduciendo causas psicológicas de orden intelectual o afectivo para explicar los
trastornos mentales, lo cual constituye la filia- ción histórica del modelo psicodinámico
actual en psiquiatría.
La influencia de Hipócrates sobre la evolución de la medicina occi- dental es inmensa
ya que la combinación de estos dos ejes contribuye en la filiación histórica del modelo
conductista actual, que se funda, a la vez, sobre los factores biológicos y los factores
psicointelectuales (cognitivos). De hecho, la teoría hipocrática tiene la “paternidad” de
tres de cuatros mode- los en psiquiatría contemporánea: aquellos que están orientados
hacia el individuo y no hacia el contexto natural.
La Edad Media
El modelo planteado en Grecia sobrevivió como tal hasta esta época. Guillem Feixas
(1993: 44) señala que la Iglesia Católica comenzó a jugar un papel importante al
considerar que los trastornos psicológicos se debían a la acción de un ente sobrenatural:
el diablo. Entonces, durante varios siglos, se creyó que los tratamientos tenían que
contrarrestar la influencia del “maligno”, por lo que iban desde la oración hasta la
hoguera, pasando por el exorcismo y la tortura.
Sin embargo, se da una postura que hoy se podría considerar como paradójica, ya que
para determinar si una persona era o no bruja, se la con- denaba a la hoguera luego de
una confesión obtenida bajo tortura (con lo cual, cualquier persona confiesa cualquier
cosa) y si no confesaba bajo este medio, se la condenaba igualmente a la hoguera, ya
que creían que sólo la brujería podía haberles ayudado a soportar la tortura. De
cualquier forma, no existía escapatoria.
En esta época, se consolida uno de los procedimientos más utilizados por la Iglesia,
como es el de la confesión, cuyo origen se remonta a las tribus “primitivas” como se
mencionó al hablar sobre las sociedades tribales, en las que la confesión era pública y se
utilizaba ante la ruptura de un tabú. Pero en la iglesia, la confesión es el vehículo de
expresión y de configuración de la vida interior, cuyo paradigma fue establecido por san
Agustín en el siglo IV con sus Confesiones, en las que se expone por primera vez un
proceso de cambio personal.

El Renacimiento
Permite el desarrollo de muchas ciencias y entre ellas, también la medicina, con lo cual
se empiezan a oír los primeros comentarios sobre la enfermedad mental como un
problema que no estaba relacionado con con- sideraciones diabólicas. Así surge un
proceso de humanización de la com- prensión de la enfermedad, que está marcado por
algunos hitos importan- tes, señalados a continuación.
En 1564, J. Wier distingue entre posesión diabólica y enfermedad mental; en 1573, A.
Paré especula sobre el carácter hereditario y las posibles causas materiales de las
enfermedades mentales. Diez años después, en 1583, F. Plater describe la melancolía y
la hipocondría, mientras que Gazoni propone que los locos sean recogidos en hospitales.
Cien años después, en 1624, Zacchias insiste en que los locos deben depender sólo del
médico. En 1667, T. Willis publica los primeros tratados de neuropatología y describe la
epilepsia, la histeria y la hipocondría como trastornos del funcionamiento nervioso. En
1682, T. Syndenham profundiza en la patogenia nerviosa de la hipocondría y la histeria
y plantea la nece- sidad de realizar una clasificación nosológica.
Tienen que pasar cien años, hasta que en 1769, W. Cullen acuña el término neurosis
para las enfermedades que dependen directamente de las alteraciones del sistema
nervioso. Mientras que en 1789, Pinel propone una interpretación anatomoclínica del
concepto de neurosis y cuatro años des- pués, en 1793, rompe las cadenas de los
enfermos mentales en Bicetrê e introduce el tratamiento moral, lo cual sucede al filo de
la Revolución Francesa; la misma que introduce dos cambios fundamentales en la com-
prensión de las enfermedades psicológicas: por un lado, se da paso a una seria y
profunda reforma (para la época), de la ayuda psiquiátrica; por el otro, aparece una
concepción más optimista de las enfermedades mentales, las cuales se relacionaron con
trastornos puramente orgánicos o con un des- encadenamiento de las pasiones como las
causas más importantes de la locura.
Los inicios de la psicoterapia
Para comprender mejor el proceso a través del cual surgió la psicote- rapia, es vital
entender la manera en la cual se dio el vínculo entre las con- cepciones de la antigüedad
y las de la época moderna, que conducen, de una u otra forma, al psicoanálisis. Este
vínculo lo realizó la hipnosis y su des- arrollo a partir de un asunto muy controvertido
en su época, como es el magnetismo animal, término propuesto por Van Helmont
(1577–1644), influido por Paracelso, para describir la existencia de un fluido, al que la
voluntad podía guiar para influir en la mente y en el cuerpo.
Sin embargo, fue F. A. Mesmer (1734–1815) quien dio el impulso necesario a la
comprensión del magnetismo animal, lo cual, a su vez, permi- tió el desarrollo de la
psicoterapia, ya que presentó algo, que antes era con- siderado como cosa del diablo,
como una cuestión que podía ser entendida desde el punto de vista científico. Mesmer
presentó su teoría basada en 27 puntos, que pueden reducirse a los siguientes elementos,
citados ya por Ellenberger (1970)9:
• Existe un fluido físico que llena el universo y que es el vehículo de unión entre el ser
humano, la tierra y los astros y también entre ser humano y ser humano.
• La enfermedad se origina debido a una distribución desequilibrada de este fluido en el
cuerpo. Una consecuencia de esta creencia es que la recuperación se logra cuando se
restaura el equilibrio.
• Este fluido puede canalizarse, almacenarse y transmitirse a otras per- sonas con la
ayuda de ciertas técnicas.
• De este modo, se pueden provocar “crisis” en los pacientes y curar las enfermedades.
La Terapia Familiar Sistémica
Aparece en este contexto y constituye la combinación de conceptos y teorías que vienen
desde campos tan diferentes como la Física y la Lingüística a la salud mental. Incluso,
las dos características principales de la terapia familiar y que constituyen su identidad
ya estaban presentes en esta época, puesto que se trata de una nueva propuesta tanto
desde la téc- nica psiquiátrica como también en psicoterapia, pero fundamentalmente se
trata de la aplicación de una nueva epistemología del comportamiento humano.
Gérard Salem (1987: 5) sostiene que desde un punto de vista episte- mológico, los
modelos biológico, conductista y psicodinámico, pese a sus diferencias, proceden de un
camino intelectual común que se puede definir como: “clásico” y “racionalista”; es
decir, un camino que da énfasis al proce- so analítico de la descripción para describir e
interpretar la realidad clínica de los problemas mentales. Por otro lado, el modelo
ecosistémico obedece a un camino intelectual de tipo diferente que se le podría
caracterizar como “evo- lucionista” o “globalista”, es decir un camino que privilegia el
proceso holísti- co de la descripción.
Según Salem (1987: 6), el término holismo fue forjado hacia los años veinte, por Jan
Smuts, a partir del prefijo griego holos (entero, todo), y con- tiene la idea retomada por
la teoría ecosistémica, de que el todo es más que la suma de sus partes. Según Smuts,
sólo en la observación del todo es posible cap- tar la tendencia de la naturaleza a
desarrollar formas organizativas de una comple- jidad creciente (Simon, F.B., Stierlin,
H. y Wynne, L.C. 1993: 187).
Este principio de no sumatividad se opone al concepto de reduccio- nismo,
característico del proceso analítico de la descripción. Según Arthur Koestler (1979), el
reduccionismo ha sido privilegiado durante largo tiem- po, como método en las ciencias
exactas, contrariamente al holismo que noha tenido su lugar en la ciencia ortodoxa,
salvo por la vía de la filosofía de la Gestalt, y más tarde por la teoría general de los
sistemas.
Capítulo 2
Elementos de epistemología sistémica que orientan el proceso terapéutico

Un sistema
Un sistema es el conjunto de elementos y sus interrelaciones. Minuchin (1998) ya lo
dijo muy bien, cuando expresó que la familia es un sistema y de igual forma se entiende
al Sistema Terapéutico, el mismo que se forma por la relación que se establece entre una
familia o un individuo o una pareja y el terapeuta. Este sistema es más que la suma de
estos dos ele- mentos, lo que se conoce como el principio de la no sumatividad y, por lo
tanto, se estructura y funciona de acuerdo a los principios que rigen todos los sistemas
humanos, como una totalidad, en el sentido de que lo que suce- de a uno de sus
miembros afecta al otro.
Como lo muestra la figura, el Sistema Terapéutico se forma por la rela- ción establecida
entre una familia y un terapeuta. En este sistema, es funda- mental la circularidad, ya
que como se revisó al describir los aspectos históri- cos, en el trabajo terapéutico se
toman en cuenta las influencias recíprocas que existen entre los miembros del sistema
terapéutico, terapeuta incluido. Para mantener la circularidad en el proceso se utilizan,
fundamentalmente, las preguntas circulares, que surgieron del trabajo de Mara Selvini y
el grupo de Milán, sobre las cuales se profundizará al llegar a las técnicas usadas para el
proceso terapéutico.
El ser del terapeuta
El ser del terapeuta, con todo su bagaje, tanto histórico como de for- mación, es
fundamental en un proceso de cualquier naturaleza, y lo es más aún en uno terapéutico.
Cada uno de los profesionales que se dedican a la tarea de ser psicoterapeutas, es un ser
humano y es, en calidad de tal, que debería presentarse en la relación con el otro. Cada
uno es un sistema, resultante de la interacción de elementos biológicos, psicológicos,
sociales, culturales y espirituales. Cada uno tiene una historia y el hecho de haberla
vivido, es lo que va a permitir el encuentro terapéutico.
También se trata de una persona que tiene experiencia en algunas áreas, pero en otras
no, lo que también va a ayudar al encuentro, sobre todo si se lo entiende como un
proceso de mutuo crecimiento. Esta persona tiene en sus manos un bagaje que ha ido
adquiriendo conforme ha avanza- do en su proceso vital, en primer lugar; pero también
en su proceso de for- mación, conforme va ganando experiencia con los consultantes o
con las personas que están a su cargo en otros procesos, como la formación o la
supervisión. Por lo tanto, este bagaje constituye una síntesis de:
La experiencia vital: la historia, aquellos eventos que se ha vivido y tam- bién aquellos
que no, constituyen la huella de aquellas cosas a las cuales el psicoterapeuta será
sensible y que señalará en el encuentro con sus consul- tantes. El ser, expresado en
cosas tan simples como la edad o el género, con- tribuye a la construcción de la
relación, pero también puede dificultarla.

El abordaje transgeneracional
Un aporte teórico fundamental en el quehacer terapéutico, es aque- llo que se aprendió
durante la formación en Bélgica, donde se hacía gran énfasis en lo transgeneracional;
aquello que se transmite de una generación a la siguiente y que la influye.
Este abordaje está representado por algunos autores: Murray Bowen es el principal,
aunque también lo postulan Iván Boszormenyi-Nagy, Carl Whitaker, y Framo; cada uno
hace referencia a ciertos elementos en parti- cular, por lo que el bagaje
transgeneracional viene fundamentalmente de Bowen, cuyos principales aportes se
delinean a continuación.
Bowen (1998) comparte con otros sistémicos el hecho de considerar a la familia como
un todo, al cual define como una unidad emocional:
... donde sus miembros están ligados de tal suerte que el funcionamiento de uno influye
sobre el funcionamiento del otro. En este sentido, el funcionamiento de la familia es un
producto de, y está influenciado por las generaciones que la prece- dieron.
Los síntomas se desarrollan en esta unidad emocional y se los consi- dera como una
señal de que se ha producido un cambio en el sistema, el mismo que ha determinado que
se modifique el circuito de retroacciones entre los miembros para acomodarse a dicho
cambio.
La integración del yo
Señala el nivel en el cual una persona se siente “ella misma” para enfrentar las
situaciones que se le presentan. Bowen evalúa el grado de inte- gración de sí en base a
la diferenciación, que implica un equilibrio entre los sistemas intelectual y emotivo que
todos los seres humanos poseen. El equi- librio alcanzado depende de varios factores:
La familia de origen: se denomina así al núcleo conformado por padre, madre e hijos.
La forma en que padre y madre reaccionan, la forma en que se comportan y la forma en
que se relacionan entre ellos y con los hijos, moldea la forma que tendrán éstos de
reaccionar frente a los eventos y las relaciones. A su vez, la forma en que padre y madre
reaccionan, está deter- minada por su aprendizaje en su propia familia de origen, con lo
cual, la forma de reaccionar de los nietos es el resultado de la relaciones entre los padres
y los abuelos.
La relación del individuo y el ambiente: el ser humano no es un ser aisla- do, es un ser
en relación y tanto él como su ambiente avanzan juntos en el proceso de diferenciación,
puesto que existe una interacción circular entre los dos, donde un cambio en uno de
ellos afecta al otro y viceversa.

Recursos utilizados como motor del cambio


Al entender que el otro, con quien me encuentro en una consulta, en la super- visión, en
la formación, es un ser humano, me conmueven profundamente sus luchas, su caminar,
su valor para hacerlo, sus tropezones y sus victorias.
A lo largo de este camino recorrido, he entendido que lo que se necesita para avanzar es
encontrar alguien que pueda dar o devolver, como dice Nani. En este caso, somos
nosotros, los psicoterapeutas, a quienes nos corresponde hacerlo y enton- ces podemos
dar (o devolver):
Reconocimiento (con mayúsculas). Vivimos en una sociedad muy crítica, parca en
alabanzas, en donde estamos prontos para señalar el error y pocas veces estamos atentos
a ver los aspectos positivos de las personas. Es decir, en nuestro que- hacer es
fundamental la capacidad de reconocer al otro en su humanidad y recono- cernos
también en nuestra posición de tales, en una relación cálida, que vea los lados positivos
como alguna vez Jean-Yves Hayez hizo conmigo, que ponga las vivencias en un
contexto y que conecte los elementos de la experiencia unos con otros, como si estu-
viéramos armando un rompecabezas, como aprendí a hacerlo con Edith Tilmans, que
asuma posiciones pero sin imponerse como vi hacerlo a Jorge Barudy.
Este reconocimiento puede contribuir a un descubrimiento personal: Ya lo dicen unas
frases: “el camino más difícil es aquel que me lleva hacia mí mismo, ya que lo más duro
en la vida no es separarme de ti, si no aprender a vivir conmigo”. Este descubrimiento
del verdadero yo, de nuestra propia historia y digo nuestra, porque a medida que pasa el
tiempo me he dado cuenta de que este des- cubrimiento es conjunto, no puedo remover
la historia del otro, sin ponerme a pen- sar en la propia; contribuye a procesar los
eventos que hemos vivido y así construir otra historia.
Este descubrimiento se realiza durante un encuentro terapéutico, que siempre es una
oportunidad para acompañar a alguien, pero también para aprender algo sobre nosotros
mismos, con lo cual contribuimos a este encuentro con nuestro ser ver- dadero (muchos
de ustedes pensarán en el trabajo del niño herido, por ejemplo), pero este encuentro no
se hace sin dolor, incluso el duelo de aquella historia que no tuvi- mos, pero que a la
larga tiene resultados gratificantes.

Un proceso terapéutico entonces, implica, requiere... absolutamente el establecimiento


de una relación en la cual un ser humano está frente a otro y se reconocen como sujetos
en este intercambio. Requiere la íntima y absoluta comprensión del otro en su ser, lo
cual no significa aceptar todos sus hechos. Al hacerlo así, se puede conservar la
esperanza de que se salva un ser humano y al hacer esto se salva la humanidad en cada
una de las per- sonas y la humanidad en general.
La Ética Relacional: muchos de los psicoterapeutas sistémicos compar- ten el
planteamiento de Iván Boszormenyi-Nagy sobre este tema. En una relación, debe existir
un equilibrio entre el dar y el recibir a través de las generaciones, en el caso de las
familias; pero también se trata de un equili- brio en el dar y el recibir durante el proceso
terapéutico; un equilibrio entre lo que cada miembro del sistema terapéutico (incluido el
terapeuta) da y lo que recibe.
La ética relacional implica reconocer las necesidades de todos los involucrados en el
proceso y tratar de lograr un encuentro en donde “todos ganen”, pero para ganar, hay
que ceder un poco y esto establece un delica- do equilibrio en el continuo dar y tomar de
las relaciones.
El Contexto: para tener un comportamiento ético hay que referirse a un contexto
determinado. Ya sea que se trate de un contexto físico, cultu- ral, económico, pero
principalmente de un contexto relacional. Es decir, que se debe comprender los
elementos contextuales que influyen en las situacio- nes. De igual forma, se puede hacer
referencia a un contexto de libertad con responsabilidad, donde los seres humanos
tienen la posibilidad de elección, frente a las opciones que la vida les plantea, pero esta
elección debe hacer- se tomando en cuenta las consecuencias de dichas elecciones.
Además, las elecciones que una persona hace, se basan o están rela- cionadas con
valores y creencias, incluso a veces con mitos, que conforman una cierta manera de
enfrentar la vida. Al trabajar desde un punto de vista ético, el terapeuta debe tomar en
cuenta estos elementos y partir de ellos. Incluso, algunas veces, al tomar en cuenta el
contexto en el cual un acto se plantea, aunque el terapeuta no esté de acuerdo con ese
acto, como sería el caso por ejemplo, que no estuviese de acuerdo con el aborto, la
persona puede plantear esto como una opción y es una opción válida.

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