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MODOS DE ORAR DE SANTO DOMINGO DE GUZMAN

El primer modo de orar era manteniendo el cuerpo erguido. Y, mirando con humildad a Cristo, inclinaba la
cabeza ante el altar para reverenciarle con toda su presencia. El santo veía en aquel altar la representación misma de
Cristo, como si estuviera de un modo real y personal. El sentido de este gesto era que Cristo, humillado por nosotros
en la cruz, vea al hombre humillado ante quien es el único Señor de nuestras vidas. Ante este gesto he pensado en las
personas sin anhelos, ante los humillados de la sociedad, ante los que están enganchados a tantos vicios, ante los que
viven historias desgarradoras en sus familias, en la guerra, en las hambrunas, en las calles de las ciudades sin
esperanza, sin un lugar donde cobijarse. He pensado también en esos Cristos anónimos que los acompañan, tantos
voluntarios en hospitales, en ONG, en asilos de ancianos… personas entregadas que, con sus manos, sus palabras y sus
gestos son ejemplo de la parábola del samaritano.
El segundo modo de orar de Santo Domingo era con el rostro en tierra. Postrado sobre el piso exclamaba:
“¡Ten, ¡Padre, compasión de este pecador!”. Es hermoso este gesto, porque reconocer la condición de pecador es el
mayor gesto de humildad del hombre. Pienso en mis pecados, en tantas faltas cometidas, en tantos gestos de falta de
amor, en tantos abandonos al Señor y a los que me rodean y eso me debería hacerme postrar cuerpo en tierra y pedir
con más fervor, más piedad, más humildad, más reverencia y más sencillez la misericordia de Dios.  
El tercer modo de orar era arrodillado ante el altar golpeándose la espalda con un cilicio pidiendo la
misericordia de Dios. Sin duda, no lo haré así, pero me postro de rodillas pidiendo al Señor que acoja a todos aquellos
que necesitan de su misericordia. Abrir mi corazón de rodillas para acoger a los que sufren y necesitan la paz de Dios.
Pero puedo sustituir el cilicio por pequeños sacrificios cotidianos.
El cuarto modo de orar era con los brazos extendidos mirando con devoción al crucifijo. Extender las manos
en señal de alabanza o de petición de perdón es un gesto de humildad extrema para pedir por la curación del alma o
para pedir la liberación del pecado. Es un gesto extremo de entrega a Cristo para reclamar su misericordia. Y me invita
a reflexionar que no puedo más que expresar mi agradecimiento al Señor por todo lo que me ha dado y me da
levantando mis manos, por todas las personas que ha puesto en mi camino, especialmente mis padres y mi familia,
tantos amigos en los grupos de oración, tantos sacerdotes y consagradas, tantos rostros que han pasado por mi lado y
han dejado la impronta de su humanidad.
El quinto modo de orar era mantener el cuerpo derecho con las manos extendidas ante el pecho en señal de
ofrenda. Daba gracias por la infinitud de cosas bellas creadas por Dios. Me invita a orar por la creación, por la
naturaleza, en estos tiempos en que el cambio climático es tan evidente para que sepamos cuidar nuestra tierra,
nuestro entorno más cercano, para que seamos responsables de este universo creado por Dios que nos ha entregado
para que lo cuidemos como si fuese nuestro propio jardín interior.
El sexto modo de orar era de pie con los brazos extendidos por completo imitando la cruz. Invocaba con las
manos abiertas para acoger a Cristo, en una señal inequívoca de identificación con Él, para abrazar a toda la
humanidad y a su comunidad. Esto me invita a abrazar a todos los que amo y también a todos aquellos que he hecho
daño o me han dañado a mí. Abrazar para perdonar, para amar mejor, para servir con más ahínco y generosidad.
Abrazar a los que cerca mío no tienen fe o la han dejado por el camino. Abrazar a la Iglesia, santa y pecadora. Abrazar
a la clase política para que piense siempre en el bien común. Abrazar a los que conmigo trabajan para que sea capaz
de crear un buen ambiente laboral.
El séptimo modo de orar era de pie con los brazos elevados al cielo, con las manos unidas. Era la forma que
tenía Santo Domingo de pedir al Padre que le enviara algo del cielo, a Cristo su gracia y al Espíritu Santo sus dones. Me
invita a abrir mi corazón y ansiar de la Trinidad Santa el hambre de la eternidad, la gloria de la esperanza, una fe más
firme ante las incertezas de la vida, una confianza firme ante las dificultades y sufrimientos y un corazón sincero para
actuar según la voluntad de Dios.
El octavo modo de orar era sentado para disfrutar de la lectura de algún texto espiritual. En soledad, para
interiorizar. Antes de comenzar hacía la señal de la cruz y llenaba su corazón, su mente y todo su ser de la presencia de
Dios para exclamar como canta el salmo 84: «Voy a escuchar lo que dice el Señor”. Esto me invita a profundizar una
Palabra porque el Señor siempre tiene algo que decirte, expresarte y transmitirte.
Y, finalmente, la novena manera de orar era mientras caminaba, mientras paseaba, mientras se desplazaba
de un lugar a otro, fundamentalmente cuando se encontraba solo. Tiempo que aprovechaba para hablar con Dios. 

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