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Lengua y Literatura, 2do Medio

Equipo docente: Ana Leiva – Victoria Sanhueza – Katherine Gutiérrez

Unidad 1: Sobre la Ausencia: Exilio, Migración e identidad.


Ficha de trabajo en clases Nº2

Nombre: _________________________________________________________________________
Curso: 2do° ______________

Objetivo:
- Analizar y reconocer los elementos de análisis narrativos presentes en el texto.
Habilidad: Reflexión y valoración del contenido y la forma

I. Lee el enunciado y la pregunta del siguiente texto. Luego desarrolla cada uno de los pasos
propuestos para responderla y evaluar la habilidad relacionada con el contenido trabajado.

En La Droguería – Leopoldo Alas “Clarin”

El pobre Bernardo, carpintero de aldea, a fuerza de trabajo, esmero, noble ambición, había ido afinando,
afinando la labor; y D. Benito el droguero, ricacho de la capital, a quien Bernardo conocía por haber trabajado
para él en una casa de campo, le ofreció nada menos que emplearle, con algo más de jornal, poco, en la
ciudad, bajo la dirección de un maestro, en las delicadezas de la estantería y artesonado de la droguería
nueva que D. Benito iba a abrir en la Plaza Mayor, con asombro de todo el pueblo y ganancia segura para él,
que estaba convencido de que iría siempre viento en popa. 
Bernardo, en la aldea, aun con tanto afán, ganaba apenas lo indispensable para que no se muriesen de
hambre los cinco hijos que le había dejado su Petra, y aquella queridísima y muy anciana madre suya,
siempre enferma, que necesitaba tantas cosas y que le consumía la mitad del jornal misérrimo. 
Su madre era una carga, pero él la adoraba; sin ella la negrura de su viudez le parecería mucho más lóbrega,
tristísima. 
Bernardo, con el cebo del aumento de jornal, no vaciló en dejar el campo y tomar casa en un barrio de
obreros de la ciudad, malsano, miserable. 
-Por lo demás, -decía-, de los aires puros de la aldea me río yo; mis hijos están siempre enfermuchos,
pálidos; viven entre estiércol, comen de mala manera y el aire no engorda a nadie. Mi madre, metida siempre
en su cueva, lo mismo se ahogará en un rincón de una casucha de la ciudad que en su rincón de la choza en
que vivimos. 
Tenía razón. Y se fue a la ciudad. Pero en la aldea no conocía una terrible necesidad que en el pueblo
echaron de ver él y su madre, por imitación, por el mal ejemplo: el médico y sus recetas. Los demás obreros
del barrio tenían, por módico estipendio, asistencia facultativa y ciertas medicinas, gracias a una Sociedad de
socorros mutuos. En el campo, cada año, o antes si había peligro de muerte, veían al médico del Concejo
que recetaba chocolate. 
Ramona, la madre, con aquel refinamiento de la asistencia médica, empezó a acariciar una esperanza loca,
de puro lujo: la de sanar, o mejorar algo a lo menos, gracias a dar el pulso a palpar y enseñarle la lengua al
doctor, y gracias, sobre todo, a los jarabes de la botica. Bernardo llegó a participar de la ilusión y de la pasión
de su madre. Soñó con curarla a fuerza de médicos y cosas de la botica. El doctor, chapado a la antigua, era
muy amigo de firmar recetas; no era de estos que curan con higiene y buenos consejos. Creía en la
farmacopea, y era además aristócrata en materia médica; es decir, que las medicinas caras, para ricos, le
parecían superiores, infalibles. Metía en casa de los pobres el infierno de la ambición; el anhelo de aplacar el
dolor con los remedios que a los ricos les costaban un dineral. 
El tal Galeno, después de recetar, limitándose los cortos alcances que la Sociedad le permitía, respiraba
recio, con cierta lástima desdeñosa, y daba a entender bien claramente que aquello podía ser la carabina de
Ambrosio: que la verdadera salud estaba en tal y cual tratamiento, que costaba un dineral; pues entraban en
él viajes, cambios de aire, baños, duchas, aparatos para respirar, para sentarse, para todo, brebajes
reconstituyentes muy caros y de eso muy prolongado… en fin, el paraíso inasequible del enfermo sin
posibles…
Bernardo tenía el alma obscurecida, atenaceada por una sorda cólera contra los ricos que se curaban a
fuerza de dinero; entre los suspiros, las quejas y sugestiones de su madre, y aquella constante tentación de
las palabras del médico que le enseñaba el cielo de la salud de su madre… allá, en el abismo inabordable, le
habían cambiado el humor y las ideas; ya no era un trabajador resignado, sino un esclavo del jornal, que oía
pálido y rencoroso las predicaciones del socialismo que en derredor suyo vagaban como rumor de avispas en
conjura. No envidiaba los palacios, los coches, las galas; envidiaba los baños, los aparatos, las medicinas
caras. Ahí estaba la injusticia: en que unos, por ricos, se curaran, y los pobres, por pobres, no.
Lengua y Literatura, 2do Medio
Equipo docente: Ana Leiva – Victoria Sanhueza – Katherine Gutiérrez

Alas, L. (1901) El gallo de socrates: Colección de cuentos. Barcelona: Manci (Fragmento Adaptado)

Pregunta Guiada.
¿Dónde crees que Bernardo tenía una vida mejor, en la aldea o en la ciudad? Justifica tu respuesta
mencionando elementos del cuento.

II. Para responder la pregunta guiada, puedes considerar los siguientes pasos:
Paso 1: Compara las condiciones de vida de Bernardo en el campo y en la ciudad. Relee el cuento
y completa el cuadro comparativo.

Vida de Bernardo En la aldea En la ciudad

Hogar

Trabajo

Sueldo

Salud de la Madre

Estado de ánimo

Paso 2: Evalúa los cambios experimentados por Bernardo.


Los cambios experimentados por Bernardo al mudarse a la ciudad, ¿Fueron positivos o negativos
para él? Revisa y completa la justificación de tu respuesta inicial.

¿Dónde crees que Bernardo tenía una vida mejor, en la aldea o en la ciudad? Justifica tu respuesta
mencionando elementos del cuento.

III. Para complementar lo trabajado, realiza la siguiente actividad.

1. Indica una similitud entre la sociedad descrita en el cuento y la sociedad en que tu vives.
Argumenta citando ejemplos del texto y ejemplos reales.

IV. En Pareja: Apliquemos lo aprendido


Lengua y Literatura, 2do Medio
Equipo docente: Ana Leiva – Victoria Sanhueza – Katherine Gutiérrez

Un paseo por la tierra de los anamitas

Cuentan un cuento de cuatro hindús ciegos, de allí del Indostán de Asia, que eran ciegos desde el nacer,
y querían saber cómo era un elefante. «Vamos, dijo uno, adonde el elefante manso de la casa del rajá,
que es príncipe generoso, y nos dejará saber cómo es.» Y a citas del príncipe se fueron, con su turbante
blanco y su manto blanco; y oyeron en el camino rugir a la pantera y graznar al faisán de color de oro,
que es como un pavo con dos plumas muy largas en la cola; y durmieron de noche en las ruinas de
piedra de la famosa Jehanabad, donde hubo antes mucho comercio y poder; y pasaron por sobre un
torrente colgándose mano a mano de una cuerda, que estaba a los dos lados levantada sobre una
horquilla, como la cuerda floja en que bailan los gimnastas en los circos; y un carretero de buen corazón
les dijo que se subieran en su carreta, porque su buey giboso de astas cortas era un buey bonazo, que
debió ser algo así como abuelo en otra vida, y no se enojaba porque se le subieran los hombres encima,
sino que miraba a los caminantes como convidándoles a entrar en el carro.
Y así llegaron los cuatro ciegos al palacio del rajá, que era por fuera como un castillo, y por dentro como
una caja de piedras preciosas, lleno todo de cojines y de colgaduras, y el techo bordado, y las paredes
con florones de esmeraldas y zafiros, y las sillas de marfil, y el trono del rajá de marfil y de oro.
«Venimos, señor rajá, a que nos deje ver con nuestras manos, que son los ojos de los pobres ciegos,
cómo es de figura un elefante manso.» «Los ciegos son santos», dijo el rajá, «los hombres que desean
saber son santos: los hombres deben aprenderlo todo por sí mismos, y no creer sin preguntar, ni hablar
sin entender, ni pensar como esclavos lo que les mandan pensar otros: vayan los cuatro ciegos a ver
con sus manos el elefante manso.»
Echaron a correr los cuatro, como si les hubiera vuelto de repente la vista: uno cayó de nariz sobre las
gradas del trono del rajá: otro dio tan recio contra la pared que se cayó sentado, viendo si se le había ido
en el coscorrón algún retazo de cabeza: los otros dos, con los brazos abiertos, se quedaron de repente
abrazados.
El secretario del rajá los llevó adonde el elefante manso estaba, comiéndose su ración de treinta y nueve
tortas de arroz y quince de maíz, en una fuente de plata con el pie de ébano; y cada ciego se echó,
cuando el secretario dijo «¡ahora!», encima del elefante, que era de los pequeños y regordetes: uno se le
abrazó por una pata: el otro se le prendió a la trompa, y subía en el aire y bajaba, sin quererla soltar: el
otro le sujetaba la cola: otro tenía agarrada un asa de la fuente del arroz y el maíz. «Ya sé» decía el de
la pata: «el elefante es alto y redondo, como una torre que se mueve.» «¡No es verdad!», decía el de la
trompa: «el elefante es largo, y acaba en pico, como un embudo de carne.» «¡Falso y muy falso», decía
el de la cola: «el elefante es como un badajo de campana» «Todos se equivocan, todos; el elefante es
de figura de anillo, y no se mueve», decía el del asa de la fuente. Y así son los hombres, que cada uno
cree que sólo lo que él piensa y ve es la verdad, y dice en verso y en prosa que no se debe creer sino lo
que él cree, lo mismo que los cuatro ciegos del elefante, cuando lo que se ha de hacer es estudiar con
cariño lo que los hombres han pensado y hecho, y eso da un gusto grande, que es ver que todos los
hombres tienen las mismas penas, y la historia igual, y el mismo amor, y que el mundo es un templo
hermoso, donde caben en paz los hombres todos de la tierra, porque todos han querido conocer la
verdad, y han escrito en sus libros que es útil ser bueno, y han padecido y peleado por ser libres, libres
en su tierra, libres en el pensamiento.

Martí,J. Revista La edad de Oro. (Online) Disponible en: https://biblioteca.org.ar/libros/110170.pdf


(Fragmento)

V.Responde las siguientes preguntas.

1. ¿Qué convicción del rajá hace que les permita a los ciegos conocer al elefante?

2. Indiquen cómo cree cada ciego que es el elefante y en qué se basa para construir esa imagen.

Personaje Piensa que el elefante es… Porque…

Primer ciego

Segundo ciego

Tercer ciego
Lengua y Literatura, 2do Medio
Equipo docente: Ana Leiva – Victoria Sanhueza – Katherine Gutiérrez

Cuarto ciego

3. Lo ocurrido con los ciegos al encontrar al elefante, ¿confirma o contradice la convicción del
rajá?, ¿por qué?

4. ¿Cuál creen que es el mensaje que este texto busca transmitir?

5. Describan alguna situación de la vida en la que las personas actúen como los ciegos del relato.
Expliquen qué hace semejantes ambas situaciones.

6. ¿Tuviste que considerar una o más de sus respuestas anteriores para responder a la pregunta
5? ¿Cuáles? ¿Por qué?

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