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Cada noche, desde su flotante esfera, el Hombre de la Luna se moría de envidia mientras
observaba cómo bailaba la gente de la tierra.
¡Si pudiera ir a la fiesta aunque sólo fuera por una vez, pensó!
¡La vida aquí arriba es tan aburrida!
Las criaturas nocturnas de los bosques volaron aterrorizadas, a causa del estruendo que produjo la
estrella al caer.
Cuando llegaron al lugar del impacto, nadie era capaz de ponerse de acuerdo sobre qué podría ser
aquella pálida y delicada criatura que yacía en medio del cráter.
El Hombre de la Luna fue conducido a la cárcel, mientras un tribunal especial dirigía una
investigación policial.
Una noche, mientras el Hombre de la Luna, sentado en su celda, se preguntaba por qué era tan
cruelmente tratado, se dio cuenta de que el lado izquierdo de su cuerpo se había desvanecido.
Cada noche la Luna se hacía más y más fina y el Hombre de la Luna también, hasta que por fin
pudo deslizarse entre los barrotes de su venta.
Cuando el jefe de las fuerzas armadas hizo una visita para inspeccionar al extraño prisionero, se
encontró con la celda vacía. El general estaba furioso.
Días después al tiempo que la luna reapareció en su cuarto creciente el Hombre de la Luna
recuperaba un cuarto más de su cuerpo, dos semanas después había recuperado su tamaño
encantado con su libertad merodeaba descubriendo flores de suave aroma maravillosos pájaros y
mariposas.
Pero hay un vecino gruñón llamo a la policía porque la música seguía sonando y ya era muy tarde
asustados de ver las pistolas y uniformes el hombre de la luna corrió veloz hacia el bosque
cercano pero los policías le descubrieron y comenzaron a seguirles.
El hombre de la Luna iba disparado a través del campo y rápidamente ganó terreno a la policía.
En un lugar solitario encontró un antiguo castillo.
Allí fue recibido por un científico olvidado desde hacía mucho tiempo: el doctor Bunsen Van Der
Dunkel.
Hacía siglos que estaba perfeccionando una nave espacial para ir a la Luna.
Preguntó a su huésped si quería ser su primer pasajero. El Hombre de la Luna, que se había dado
cuenta de que nunca podría vivir en paz en este planeta, aceptó la invitación.
El doctor Van Der Dunkel decidió esperar a que la Luna entrara en cuarto menguante.
Para entonces el Hombre de la Luna se habrá hecho lo suficientemente pequeño como para caber
en la cápsula, pensó. Pocas noches después, el Hombre de la Luna se separó de su amigo.
Con lágrimas en los ojos se dijeron adiós. Luego el Hombre de la Luna salió disparado entre un
estrépito de cohetes.
Tras haber conseguido el lanzamiento de su nave espacial, el doctor van der Dunkel recibió por fin
el reconocimiento que se merecía desde hacía tanto tiempo. Fue elegido presidente de un
importante comité científico.
Satisfecha su curiosidad, el Hombre de la Luna no regresó nunca más a la Tierra y permaneció para
siempre hecho un ovillo en su reluciente asiento espacial.