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EL TRIÁNGULO DRAMÁTICO EXPRESIÓN DEL DOLOR PRIMARIO

La herida básica y la huella sagrada


El dolor primario o trauma nuclear
Todos los seres humanos, por el solo hecho de nacer, albergamos una huella llamada
sagrada, que por resonancia con situaciones similares a las de esa herida básica, nos
impide fluir de manera adecuada, libre, feliz y plena.
La herida básica es ese dolor primario profundo, poderosamente inconsciente, que
brota desde el momento de la concepción o desde el momento del nacimiento y,
posteriormente, se refuerza con nuestro crecimiento y se exacerba ante determinadas
circunstancias. Nos conecta con el origen divino del cual venimos o también, con el
dolor por la separación de la madre en el momento del nacimiento.
Esta herida básica la recreamos a lo largo de nuestra vida a partir de todas las
separaciones, de todos los dolores y, de acuerdo a como la incorporemos puede tener
matices de sentirnos abandonados, traicionados o solos. El intento para defendernos y
poder sobrevivir frente a esa situación de separación toma varias características y
expresiones especiales, así:
- La defensa para sobrevivir por habernos sentido abandonados genera una
postura de víctima, en donde necesitamos que alguien venga a auxiliarnos, a
cubrirnos ese abandono originario, a arrullarnos porque sentimos que solos no
somos capaces de afrontar el dolor del abandono.  La dependencia por la
necesidad de sentirnos protegidos, porque nos creemos incapaces de sobrevivir
por nosotros mismos provoca que adoptemos conductas de víctima.

- Cuando está herida básica se lee desde haber sido traicionados, reaccionamos,
probablemente, con la sensación de desconfianza, de no entrega y necesitamos
controlar a través de conductas de sometimiento al otro, con fachada de
victimario, de exigencia, de perpetrador y nos alejamos de la posibilidad de
experimentar al otro desde una comunicación profunda que nos permita ser
empáticos.  La necesidad de ocultar nuestra vulnerabilidad por el temor
enorme de volver a ser traicionados, propicia control y sometimiento al otro a
través de conductas persecutorias.

- Cuando la herida básica se percibe desde una situación de soledad comenzamos


a generar defensas para no mostrar nuestra vulnerabilidad, para cubrir nuestro
dolor y nuestros sentimientos de incompetencia a través de conductas de poder
salvar al otro, de sentirnos necesitados por el otro. De esa forma intentamos
tapar la soledad interior y la poca auto-valoración que experimentamos y, de
manera compensatoria, brindamos una ayuda salvadora que nos nutre con el
reconocimiento externo porque carecemos internamente de él.  La posibilidad
de encubrir nuestra soledad y nuestra sensación de poca valía interior provoca
sentirnos necesitados con una conducta de salvadores, con la cual no solamente
nos mostramos a salvo de no necesitar nada, sino que, fundamentalmente,
generamos un reconocimiento externo y una dependencia para llenar los vacíos
de nuestra propia minusvalía.
El eje fundamental de La Ayuda que Ayuda es el reconocimiento de la herida básica o
el dolor primario innato del ser humano, porque gesta la defensa inconsciente para
protegernos del dolor por la frustración ante la relación ilusoria que esperamos de unos
padres ideales.
Triángulo dramático
Ante la herida básica se crean defensas de supervivencia expresadas a través de los
comportamientos de víctima, salvador y victimario o perseguidor que conforman el
llamado Triángulo Dramático. Estas posiciones, que son asumidas por los seres
humanos a lo largo de sus vidas, son dinámicas, en tanto rotan de lugar, y funcionan
como defensas estructurantes de la personalidad en conexión con la herida básica.
Las formas en que se expresan son:
- las víctimas por temor al abandono se aferran a la dependencia; Las víctimas se
experimentan débiles e incapaces y dada su necesidad buscan al salvador.
Dicen: “Pobrecito yo”.

- los perseguidores usan el control para defenderse del miedo a ser traicionados;
los victimarios culpan, intimidan, etiquetan, descalifican, abusan del poder y
amenazan. Dicen: “Tú eres culpable”.

- los salvadores sobreprotegen para defenderse de la soledad. Los salvadores


protegen y excusan a las víctimas, castigan a los victimarios y dan consejos que
no son solicitados. Dicen: “Yo te protejo”.

El vínculo que ofrecemos al ayudar está, también, cargado de estas tres características
cuando vivimos aún presos de nuestra herida básica. La predominancia o mayor
tendencia de uno u otro determinan el estilo de quien ayuda. El trabajo para transmutar
dicho triángulo en triángulo creativo permite el pasaje de una ayuda que no ayuda a La
ayuda que ayuda.
Cuando no hemos podido profundizar en nuestra herida básica, ni conocerla,
explorarla o transmutarla, brindamos la ayuda, desde:
- La actitud de víctima, cuando nos sentimos recargados, desbordados por nuestro
trabajo o por quien pide la ayuda.

- Desde una actitud persecutoria ante quien requiere de nuestra ayuda, porque
sentimos que es excesiva su demanda o ya le hemos dado todo, entonces, la
reacción lejos de ser compasiva, necesaria en el proceso de ayuda, es de
impaciencia, intolerancia y censura.

- El ser salvador, cuando a quien pide ayuda lo vemos como víctima y le


brindamos apoyo con una actitud de sobreprotección, así, lo infantilizamos,
llegando a darle mucho más de lo que necesita; en esta forma, cubrimos sus
limitaciones con creces y generamos una dependencia extrema de parte nuestra
para reforzar la necesidad interna de ser indispensables. En el fondo, esta
intervención, no produce realmente un cambio en quien necesita la ayuda, el
ayudador perpetúa el sentirse imprescindible para calmar su ansía de
reconocimiento, por lo que está lejos de querer ayudar auténticamente.

Las manifestaciones de la herida básica se dan a través de juegos psicológicos como


una forma específica de vinculación, surgen del entramado de recursos y defensas para
evitar relaciones profundas y encuentros íntimos, así:
- El perseguidor aprovecha las debilidades o equivocaciones de los demás para
ocultar su vulnerabilidad, deseos, frustraciones y anhelos. Abusa de su poder
con sentimientos hostiles y utiliza cualquier ocasión para soltar sus
resentimientos. Proyecta en otros la rabia y la culpa contenidas en él. Desde la
venganza y la soberbia provoca en los demás humillación y desde su necesidad
de mostrarse fuerte, busca dominar y controlar. Esto lo hace en secreto, puesto
que teme ser desenmascarado e inconscientemente cobra su dolor y lo sufrido
en la infancia vengándose desde la víctima que un día fue. Desde su temor a la
intimidad y a volver a ser traicionado no se permite relacionarse desde la
compasión, el amor, y la paz. Responde al mandato de infancia: “No te
acerques”, “No sientas”.
- La víctima no tiene confianza en sí misma, tiene miedo de existir por ella
misma, de afirmarse, de fracasar, de ser abandonada. El inmenso vacío interior
la lleva a sentirse incapaz de hacerse responsable de sus retos vitales y al anular
su capacidad de generar recursos propios frente a lo que le aqueja, no toma
decisiones, ni asume responsabilidades ni crece, dada su insaciabilidad se deja
sobreproteger por el salvador. De cara al perseguidor se apoca, se
autocompadece y busca salvadores que ataquen al perseguidor en su nombre.
Lloros, incredulidad y rebelión son sus modos de expresión, en cuanto responde
al mandato de infancia: “No vivas”.

- El salvador, mientras se ocupa de los otros, evita cuidar de sí y al no valorarse


necesita reconocimiento de los demás en quienes busca aprobación, respeto y
poder. Al conseguir reconocimiento y gratitud complace a los otros
sometiéndose a su autoridad. Le cuesta establecer límites por temor a dañar. Se
siente obligado a ayudar y, desde la culpa, da más de lo justo; desde el orgullo y
la arrogancia, compensa sentimientos de inferioridad. Para existir como
salvador necesita de una víctima a la cual salvar, así inconscientemente, no está
interesado en ayudar, ya que sería el final de su rol. Sobreprotege y genera
dependencia, puesto que responde al mandato de infancia: “Complace”, termina
como perseguidor de quien pretende salvar.

DEL TRIÁNGULO DRAMÁTICO AL TRIÁNGULO CREATIVO


Lo creativo y el drama coexisten como las dos caras de una misma moneda.

El triángulo creativo implica la realización del proceso de transformación de los


roles limitantes del triángulo dramático hacia la elaboración de los mismos, la
liberación de las restricciones y su cambio en cualidades que permiten la
expansión del ser, del hacer y del tener.

Puesto que ayudamos desde el rol que habitamos es preciso pasar del drama a la
creatividad, evolucionar del triángulo dramático al triángulo creativo. Este
último se conforma por la transformación del perseguidor en empático, de la
víctima en responsable y del salvador en empoderamiento personal.

- Así, el salvador, al encontrar en su interior la fuente de poder, renuncia a la


búsqueda externa de reconocimiento y entra a la arista del poder personal, con
capacidad para ser asertivo y establecer límites sanos, en forma tal que puede
decir: “Me auto valoro y auto-reconozco”.

- El perseguidor transforma su agresividad en fuerza para crear, al descubrir que


impera un poder superior que lo protege, pierde el temor a ser traicionado, se
permite sentir con el otro y al experimentar empatía, puede decir: “Confío y
puedo soltar el control”.

- La víctima descubre la fuente de amparo y protección en su interior y de ahí


deriva su fuerza para tomar la vida. Descubre el goce de dar y recibir
equitativamente y se hace responsable, así logra decir: “Puedo con mi vida”.
¿Cómo transformar lo dramático en creativo?
Tramitar ese triángulo exige contactarnos con:
- el núcleo de abandono para transformar la pasividad infantil de la víctima en
responsabilidad de su propia vida;
- el control del perpetrador causado por el dolor de la traición, en el desarrollo
de la empatía frente al otro.
- la soledad del salvador con la consecuente búsqueda de reconocimiento
externo, en la conquista de su valía y de su poder interior.
Responsabilidad, empatía y empoderamiento conforman el llamado triángulo creativo,
desde el cual se puede brindar una ayuda saludable que impulsa al crecimiento, en
lugar del estancamiento del triángulo dramático, limitante e infantilizante.

Sólo desde la humildad se puede brindar La Ayuda que Ayuda, asintiendo a la historia
y a las circunstancias tal como fueron y a los recursos con los que se cuenta tal como
son.
Los Órdenes de la Ayuda nos guían acerca del camino que debemos recorrer y
observar para que la ayuda tenga peso, sea acertada, útil y, realmente, esté al servicio
de la vida, al servicio de la paz. Los órdenes del amor y de la ayuda son nuestro motor
de vida, hacen parte de nuestro quehacer profesional en el día a día y conocemos,
desde su aplicación y vivencia, la contundencia en la reparación y la sanación pronta,
rápida y eficaz de los destinos difíciles.
Pensamos en estos órdenes como claves para descubrir, explorar y reconocer la herida
básica inherente a todos los seres humanos. Dicha herida se expresa en el triángulo
dramático, los traumas nucleares y los mensajes de infancia, que determinan los
juegos psicológicos, y que con un trabajo serio y consciente podemos transformar en
el triángulo creativo.

Órdenes del amor


- Víctima: La sensación de incapacidad frente a las situaciones que puede estar
viviendo una persona necesitada de ayuda desde el rol de víctima, probablemente
se relaciona con un lugar no claro o equívoco dentro de su sistema al no haber
reconocido y honrado a todos aquellos a quienes ha correspondido incluir en
su sistema. En consecuencia, se siente débil e incompleto, sin raíces profundas al
contravenir el orden de pertenencia (órdenes del amor). Trabajar sistémicamente
los tres órdenes del amor y la sensación de abandono primario permite un
reordenamiento que impulsa la integración y la inclusión con la consecuencia de
propiciar el advenimiento de su propio lugar. Desde allí, se puede responsabilizar
de su vida para acceder, así, a uno de los vértices del llamado triángulo creativo y
emprender la transformación de los aspectos que le corresponden.
- Perseguidor: El rol de perseguidor tiene que ver con la alteración en el orden
jerárquico deslizado hacia lugares ancestrales, probablemente desde un amor
ciego, pretende apropiarse del lugar de un antecesor. El proceso sistémico
brindado por los órdenes del amor y la revisión de conductas de control y
defensivas de traiciones vividas para someter a otros, libera al perseguidor del
profundo miedo por haber asumido un lugar que no le correspondía y por el
control ejercido para poder sobrevivir. Esta nueva dinámica despliega tranquilidad
ante los vínculos y propicia un encuentro empático con el otro.
- Salvador: En el último matiz referido al salvador, se hace referencia a una
alteración en el principio de compensación, con lo cual se experimenta la culpa
que lo induce a dar más de lo justo para granjearse el lugar necesario para
pertenecer, ser y hacer. Al explorar y honrar la sensación de soledad determinante
de dinámicas para ser indispensable puede expresar su propia valía interna, sin
necesidad de depender del reconocimiento externo.
Desde el triángulo creativo circulamos por la empatía, el empoderamiento y la
responsabilidad y, de esta manera, es posible emprender un proceso de ayuda que
libere al otro de ataduras inconscientes para apoyarlo en el encuentro de su propia
responsabilidad, valía y capacidad empática frente al otro.
Para acceder al triángulo de la creatividad:
- el perseguidor trasforma su agresividad en fuerza para creer, experimenta un poder
superior que lo protege y pierde el temor a ser traicionado, se permite, así, sentir
con el otro y desarrollar empatía.
- -la víctima descubre la fuente del amparo y la protección en su interior y, de ahí,
deriva la fuerza para tomar la vida, expresar el goce de dar y recibir
equitativamente y hacerse responsable.
- el salvador, al encontrar en su interior la fuente de poder, renuncia a la búsqueda
externa de reconocimiento, entra al anhelado poder personal con capacidad para
ser asertivo y establecer límites sanos.

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