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Santoral
Santa Mariana de Jesús Paredes y Flores
Vidas de Santos LLamada la “Azucena de Quito”. Prodigio de penitencia
F ue en la ilustre Quito, entonces perteneciente al Virreinato del Perú, donde nació Marianita el 31 de octubre de
1618. Octava hija del Capitán Don Jerónimo de Paredes y Flores, originario de Toledo, y Doña Mariana de
Granobles de Xamarillo, descendiente de los primeros conquistadores del país, que aliaban la nobleza de sangre a la de
las virtudes.
El modo excelente por el cual practicó las virtudes durante su vida debe ser altamente admirado, aunque no sea
paradigma a ser imitado por el común de los fieles.
A los cuatro años perdió a su padre. La madre, apesadumbrada de dolor, resolvió pasar algún tiempo en una casa de
campo. Montada en una mula, llevaba a su hijita en brazos.
Cuando fueron a transponer apresuradamente un riachuelo, la mula tropezó y la criatura cayó. Pero su ángel de la
guarda la amparó en el aire hasta que fue recogida por la afligida madre. No endurezcamos nuestros
corazones a la voz de
Poco tiempo después la niña quedaba doblemente huérfana, al fallecer su virtuosa madre. Mas, con anterioridad, ésta la
Fátima
había confiado a su hija mayor, casada entonces con el Capitán Cosme de Casso. Este joven matrimonio ya tenía tres
hijas más o menos de la edad de Mariana, a quienes les dio la más esmerada formación. De una inteligencia muy viva y
No endurezcamos nuestros corazones
despierta, Marianita aprendía con facilidad todo cuanto le enseñaban, pero sobresaliendo principalmente en música y
a la voz de Fátima
canto. Dotada de una bonita voz, sin embargo sólo quería utilizarla para entonar cánticos religiosos y alabanzas a Dios.
La hermana y el cuñado, viendo que ella tenía una piedad muy por encima de su edad, intentaron conseguir que hiciese
la Primera Comunión a los siete años, cuando la costumbre era entonces a los 12. Un jesuita llamado para examinarla
se sorprendió con la madurez de la niña y lo aventajada que estaba en la vía de la virtud. Le dio la Primera Comunión y
pasó a dirigirla espiritualmente. Fue entonces cuando ella añadió a su nombre el “de Jesús”, para mostrar que sólo a Él
pertenecía. E, iluminada por una luz interior, hizo voto de castidad perpetua.
Inflamada por el amor a Dios, Marianita quería que todos participasen de su ardor. Le nació así el deseo de evangelizar
a los indios Mainas, y convenció a sus sobrinas para seguirla en esa empresa. Había ya conseguido la llave de la casa
para salir durante la noche, pero, contra su costumbre, se durmió hasta la mañana siguiente, y el plan fracasó.
Pensó entonces en ser eremita, junto a un oratorio abandonado en el cerro Pichincha, erigido otrora a Nuestra Señora
para que preserve a la ciudad de las erupciones de este volcán. Pero, estando ya en camino, fueron detenidas por un
toro que obstinadamente les impidió el paso.
Mariana no dormía sino tres horas por noche, siendo que los viernes dormía en el cajón.
Se levantaba a las cuatro de la mañana, tomaba larga disciplina, y después hacía meditación y recitaba parte del Oficio
Divino. Se dirigía entonces a la iglesia para confesarse y asistir a Misa. Muy devota de las almas del Purgatorio, se
dedicaba diariamente, de las 8 a las 9 de la mañana, a ganar indulgencias a favor de ellas. Recitaba después el rosario,
haciendo enseguida algún trabajo manual en favor de los pobres. Servía entonces el almuerzo a la familia, y,
regresando a sus aposentos, recitaba Vísperas y hacía su examen de conciencia. Trabajaba de nuevo hasta las 17 horas,
cuando hacía su lectura espiritual y después rezaba Completas. De las 18 horas hasta la una de la mañana se ocupaba
de cosas diversas, en general hacía otra meditación y lectura de vida de santos.
Su amor a los pobres no tenía límites. Como no poseía nada personal, pidió permiso a su cuñado para darles limosna
con víveres de la casa. Y lo hacía generosamente. Pero como Dios no se deja vencer en generosidad, en la medida en
que Mariana daba a los pobres, Él aumentaba las provisiones de la familia.
Claro está que una vida tan penitente y el ayuno casi continuo de Mariana la dejaron muy débil y macilenta. Esto atrajo
el elogio del pueblo menudo, que veía en ella a una santa. Suplicó entonces a Nuestro Señor que le cambiase la
apariencia, para evitar tales comentarios. Y realmente quedó con un aspecto saludable, rostro colorado, lo que no
llevaba a suponer la severidad de sus penitencias. Éstas, sin embargo, no le quitaban la alegría, que ella demostraba
tocando su guitarra y cantando para consolar y distraer a los infelices.
Además de las penitencias procuradas, Mariana quería sufrir aún más por amor a Dios. Recibió entonces como dádiva
diversas molestias dolorosas, lo que la obligaba a ser sangrada muchas veces. Una empleada cogía esa sangre y la
arrojaba en un hueco en el jardín, donde permanecía roja como si estuviese fresca. Después de su muerte, en él brotó
un lirio de admirable belleza. Mariana, a causa de la fiebre alta, era frecuentemente devorada por la sed; pero, para
imitar al Divino Maestro, que tuvo sed en la Cruz, pasaba a veces hasta 15 días sin beber.
A esos sufrimientos se sumaron las persecuciones del demonio, que quería llevarla algunas veces al desánimo, otras a
la desesperación.
Mariana de Jesús hizo diversas profecías, que se realizaron tal como ella había predicho. Por ejemplo, que la casa de su
cuñado sería transformada en convento, y que el lugar de su alojamiento sería el coro de las religiosas. En efecto, más
tarde las carmelitas descalzas allí se establecieron.
En 1645, una terrible epidemia se abatió sobre Quito, haciendo innumerables víctimas, al mismo tiempo que ocurrían
terribles temblores de tierra. El día 25 de marzo, asistiendo a Misa, Mariana oyó a su confesor referirse, durante el
sermón, a la necesidad de aplacar la cólera de Dios con sacrificios y penitencias. Movida por el Divino Espíritu Santo,
hizo el ofrecimiento de su vida por la población de la ciudad.
Al día siguiente, fue atacada por diversas enfermedades, al mismo tiempo en que cesaban los temblores y la peste. Pero
la población quedó consternada al tomar conocimiento del estado de salud desconsolador en que se encontraba aquella
que veneraban como santa. Todos querían verla, tocarla, informarse de su estado. Pero sólo el Obispo fue admitido.
Mariana recibió los últimos Sacramentos con verdadera alegría, y quiso recibir la Comunión de rodillas, a pesar de la
debilidad en que se encontraba. Para morir sin nada suyo, pidió para ser transportada al cuarto de su sobrina, a fin de
morir en cama prestada.
El día 26 de mayo de 1645, a los 26 años, aquella que era llamada, en vida, la azucena de Quito entregó su alma a Dios.
De inmediato una multitud acudió a venerar su sagrado cuerpo y obtener alguna reliquia.
Mariana de Jesús Paredes y Flores fue beatificada por Pío IX en 1850 y canonizada, 100 años después, por Pío XII.
Obras Consultadas.-
Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, Bloud et Barral, París, 1882, t. VI, pp. 229 y ss.
John J. Delaney, Dictionary of Saints, Doubleday, Nueva York, 1980, p. 445.
P. José Leite S.J., Santos de Cada Día, Editorial A. O., Braga, 1987, pp. 147 y ss.
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