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LAS CREENCIAS RELIGIOSAS FUNDAMENTALES QUE ESTAMOS LLAMADOS

A ANUNCIAR EN NUESTRA CATEQUESIS Y EN NUESTRAS CHARLAS

Con la señal de la cruz saludamos a nuestro Dios que es una comunidad de tres personas que
se aman y viven en comunión y a las cuales llamamos Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios nos
mira desde el cielo y está en nuestro corazón.
Dios quiso hacer crecer su comunidad divina y así creo a todos los seres humanos como hijos e
hijas suyos y nos invita a que nos amemos unos a otros como Él nos ama, amando a Dios
sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. El mandamiento del amor lo
vivimos en la comunidad de la familia y de la Iglesia que es el pueblo de Dios. Dios creo todo el
universo para que todos los seres humanos varones y mujeres tengamos un lugar donde vivir y
compartamos los bienes de la tierra.
Los seres humanos tentados por el ángel malo (satanás) desobedecieron a Dios al rechazar el
mandamiento de amarse los unos a los otros y así entro el mal y la muerte en el mundo con las
guerras y todo tipo de injusticias, violencias y peleas. Sin embargo, Dios que es muy bueno les
ofreció su perdón y vino a compartir la vida de los seres humanos para enseñarnos a tener fe,
esperanza y a amarnos los unos a los otros. Por eso Dios hijo se hizo hombre y nació en Belén
de Judea. De ese día en adelante Dios Hijo se llama Jesús. Nosotros celebramos ese día en la
Navidad. Para ello Dios se eligió un pueblo donde nacer y una mamá que lo diera a luz. El
pueblo que Dios se eligió se llama Israel y su mamá la Virgen María.
Jesús viene a devolvernos la vida del amor de Dios uniéndonos a Él, por eso nos dice que Él es
la vid y nosotros los sarmientos. Jesús se acerca a todos los seres humanos, varones y
mujeres para ayudarlos y sanarlos y tiene un especial cuidado por los niños, los ancianos y los
más pobres. La vida de Jesús se nos narra en los cuatro evangelios que escribieron los santos
Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Allí se nos enseña que Jesús es nuestro buen samaritano y
nuestro buen pastor que nos guía en el camino de la vida y que el Espíritu Santo siembra la
semilla del amor de Dios en nuestros corazones para que crezca y de fruto. El evangelio es la
buena noticia, la palabra a través de la cual nos comunicamos con Dios.
El amor de Dios es tan grande que Jesús abrazo todo el mal en la cruz para sanarlo y
perdonarlo con su entrega en la pasión y muerte. Con su resurrección Jesús ha triunfado sobre
el mal y la muerte dándonos la nueva vida de hijos e hijas de Dios. En la semana santa
conmemoramos de modo especial la pasión muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
En cada Santa Misa celebramos festivamente este triunfo del amor de Dios sobre el mal y toda
muerte. De este triunfo participan en el cielo todos los ángeles buenos que nos cuidan y nos
protegen (el ángel de la guarda, los ángeles Miguel, Gabriel y Rafael) y la mama de Dios y
madre nuestra, la Virgen María. Ella cuida a todas las familias del pueblo de Dios. La visitamos
en los santuarios y le rezamos en los altarcitos de nuestras familias y en las ermitas de nuestros
barrios que muchas veces cuidan nuestras abuelas.
Jesús fundó la Iglesia para que comunique la buena noticia del Evangelio, “el amor de Dios ha
triunfado y está en nuestros corazones”. Dios Espíritu Santo siempre acompaña e ilumina a la
Iglesia en su misión. Los primeros discípulos y discípulas de Jesús que formaron la Iglesia
recorrieron todo el mundo anunciando la buena noticia y gracias a ellos que fueron instrumentos
del Espíritu Santo, el mensaje del Evangelio ha llegado hasta nosotros, felices los que creen sin
haber visto.
Celebramos la vida del amor de Dios que llevamos en el corazón a través de los siete
sacramentos de la Iglesia. En el bautismo celebramos que somos hijos e hijas de Dios, en la
confesión celebramos el perdón de Dios, en la eucaristía, comunión, celebramos que Jesús se
queda en el pan y viene a nuestro corazón para caminar junto a nosotros la vida, y en la
confirmación celebramos que Dios nos envía el Espíritu Santo para ayudarnos a perseverar en
la fe, para impulsarnos a ser sus discípulos y discípulas en el anuncio del mensaje del
Evangelio y para enseñarnos a hacer el bien y rechazar el mal. En el matrimonio celebramos el

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amor de la familia, en el orden sagrado la misión de los sacerdotes y los obispos, en la unción
de los enfermos el amor de Dios que sana y cuida de los enfermos y ancianos.
Al amor de Dios le llamamos gracia. La palabra gracia significa regalo. Dios nos regala su amor
y nos invita a hacer el bien. Cuando rechazamos el amor de Dios y hacemos el mal dañando a
los demás pasamos a ser esclavos de nuestro pecado. Pecado es el rechazo a la vida de
comunión y amor que Dios nos regala. Cuando pecamos Dios nos perdona y nos invita a
levantarnos y a vivir nuevamente el amor a Dios, amando y haciendo el bien a todas las
personas con las cuales caminamos la vida (familia, amigos, vecinos, compañeros colegio, etc).
El Espíritu Santo nos regala el buen espíritu que nos conduce a tener buenos sentimientos de
paz, alegría, bondad, ternura, perdón, paciencia, compasión que nos impulsan a hacer buenas
obras y a vivir la comunión de amistad y afecto en la familia, el barrio, el colegio, la ciudad, en
todos los lugares donde estemos.
El demonio nos envía su mal espíritu que nos llena de malos sentimientos, resentimientos,
angustias, tristezas, avaricias, egoísmos, etc., los cuales nos conducen a la división, las peleas,
los odios, la violencia, las injusticias y así nos dañamos unos a otros y a nosotros mismos.
Dios siempre nos ayuda a hacer triunfar el buen espíritu en nuestro corazón. Cuando triunfa el
buen espíritu damos gracias a Dios. Cuando somos vencidos por el mal espíritu pedimos
perdón, Dios nos perdona, nos sana y nos regala otra vez el buen espíritu para que vivamos en
comunidad y en comunión con Él y con nuestros prójimos.
La vida de los santos y santos nos enseñan a pedir ayuda a Dios para hacer triunfar el buen
espíritu en nuestros corazones. Ellos están en el cielo e interceden por nosotros
acompañándonos en el caminar de nuestras vidas. Por eso se encuentran en los altares para
que podamos rezarles y pedirle la gracia que necesitamos.
La fe en Dios y la vida del amor de Dios la vivimos en la Iglesia que está en todo el mundo y es
guiada y cuidada por el Papa y los Obispos. Los cristianos que conformamos la Iglesia, el
pueblo de Dios, tenemos la misión de ser testigos anunciando el evangelio a todas las personas
y dando testimonio a través de las obras de misericordia corporales (visitar a los presos y
enfermos, dar de comer y de beber, hospedar al peregrino, vestir al desnudo, enterrar a los
muertos) y espirituales (enseñar al que no sabe, darnos buen consejo, consolar al que sufre,
perdonar al que nos ofende, llevar con paciencia nuestros defectos y corregirnos, rezar por los
demás).
Todos los días en la Iglesia se celebra la Santa Misa donde acontece que el amor de Dios se
hace presente en nuestra historia y triunfa sobre todo mal. Jesús se hace presente y viene a
nuestros corazones en la comunión. En el triunfo del amor de Dios está nuestra esperanza.
En los Evangelios se nos enseña a vivir los mandamientos amando a los demás como Jesús y
la Virgen María nos aman, y así hacemos crecer nuestra amistad con Dios. Por eso es muy
importante leer los Evangelios, contemplarlos y meditarlos. A través de los sacramentos, los
sacramentales (bendiciones, peregrinaciones, procesiones, etc.), las oraciones (novenas,
rosarios, meditaciones, contemplaciones, etc.) y cantos de alabanza recibimos la fuerza del
amor de Dios para poder amarnos unos a los otros como buenos y buenas samaritanos/as y así
vivir la hermandad y fraternidad de los hijos e hijas de Dios.
Nuestra vida de amor de Dios es eterna, dura para siempre, por eso en esta vida, todos juntos,
conformando el pueblo de Dios, vamos peregrinando hacia el cielo, donde nos vamos a
encontrar con Dios, con la Virgen María, con todos los santos y santas y con todos nuestros
seres queridos que están allá y desde el cielo nos cuidan. En el cielo seremos el pueblo de Dios
resucitado, donde todos viviremos el amor fraterno de los hijos e hijas de Dios eternamente.

P. Pablo M. Figueroa s. j.
Párroco

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