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Curso de prevención contra la violencia de género

Módulo I.

3. La violencia como problema social


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Curso de prevención contra la violencia de género

Índice de contenido
3. La violencia como problema social ............................................................ 2

3.1. El problema social de la violencia de género y violencia en las parejas


(inadecuada identificación) ………………………………………………………………… 2

3.2. Abordajes del problema social de la violencia de género ................................... 6

Módulo I. 3. La violencia como problema social 1


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Curso de prevención contra la violencia de género

3. La violencia como problema social


3.1. El problema social de la violencia de género
«Violencia de género» es el término que institucionalmente se ha adoptado. Este
término aparece indisociablemente unido al interés que las instituciones dicen tener
por la llamada «perspectiva de género». Consideramos que, con bastante frecuencia
en la actualidad, se está cayendo en identificar violencia de género con violencia
sobre, contra la mujer o las mujeres. Aquí se produce una confusión de género y sexo
y, en la mayoría de los casos una identificación de género con mujer. Ahora bien, el
género, que es una categoría analítica sociológica y una categoría política, pasa a
utilizarse como una categoría ontológica.

Desde los años 80, teóricas feministas se cuestionaron la categoría ‘mujer’ como
objeto de estudio. ‘Mujer’, decían, no responde a una esencia, ni siquiera a una
entidad homogénea, sino que se construye histórica y culturalmente y precisamente
había que atender a cómo se produce dicha construcción paralelamente a cómo se
construyen las relaciones de subordinación entre hombres y mujeres (Méndez, 2005).

El género refiere posiciones en la organización psíquica y social.. Ahora bien,


posiciones indican relaciones; es decir, ‘género’ remite a posiciones relativas,
entendiendo por relativas a que se construyen y significan en relación una con la otra.
De forma que cuando en nuestras sociedades, con un sistema binario, nos referimos a
relaciones de género queremos decir que no podemos entender la posición psíquica y
social de los hombres más que en relación con la de las mujeres, y viceversa. No
estamos hablando de dos entidades yuxtapuestas, sino de posiciones que se
constituyen una en relación a la otra. Por ello, cuando hablamos de la violencia que se
produce en el seno de las parejas, no podemos entenderla solo como fruto de un
dominio y control patriarcal ejercido únicamente por varones hacia mujeres, sino que el
patriarcado construye relaciones de poder como dominio en todos los órdenes de la
vida social, económica, interpersonal e incluso subjetiva.

Muchos de los análisis sobre la violencia en la pareja centran la atención en el efecto


impactante de la violencia sobre mujeres en parejas heterosexuales y se resisten a
indagar sobre contextos más amplios, que vayan más allá de la condena del monstruo

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que es capaz de llegar a quitarle la vida a la que es o ha sido su compañera y, no en


pocos casos, incluso a sus propios hijos.

Esta situación, creemos, es resultado de que en la mayoría de los análisis que se


llevan a cabo se asume lo que Bourdieu (1995) denominó la “doxa”, según la cual hay
dos géneros y dos sexos, como si se tratara de una evidencia científico-social
incuestionable (Méndez, 2005), sin problematizar la construcción de los objetos de
estudio. Por ello, dice Bourdieu que construir el objeto científico exige romper con el
sentido común, con representaciones compartidas, con representaciones oficiales y
porque, «una práctica científica que omite cuestionarse a sí misma no sabe, en
realidad, lo que está haciendo (…); más que para cualquier otro pensador [para el
científico social], dejar en la fase de impensado su propio pensamiento significa
condenarse a no ser más que el ‘instrumento’ de lo que pretende conceptualizar»
(Bourdieu, 1995: 178). Una condición sin la que no es posible hablar de abordaje
científico es que los conceptos, representaciones e intereses sean considerados ellos
mismos como objeto de análisis.

El término «violencia de género» se ha venido acuñando en España en documentos


oficiales, en la Ley Integral contra la Violencia de Género, en las prácticas de órganos
colegiados (jueces, abogados, fiscales, médicos forenses…), y en la calle para
referirse a la violencia ejercida por varones sobre las mujeres-pareja. Pero se trata de
un término que abarca mucho más. Es una expresión que tiene su origen en el uso del
término ‘género’, que no aparece hasta que «John Money, especialista en
endocrinología infantil y sexólogo de orientación conductista, introdujo en 1955 los
conceptos de ‘género’ e ‘identidad de género’ para explicar cómo individuos intersexo
construyen una identidad sexual que no se corresponde con el sexo corporal” (Tubert,
2008: 89).

«Violencia de género», que procede de la expresión del inglés gender violence,no


hace alusión solo a la violencia ejercida por los varones sobre las mujeres, como se
dice ‘por el hecho de serlo’, como si ‘ser mujer’ fuera un hecho, de naturaleza, de
experiencia; refiere la violencia que se ejerce fundada en las posiciones psíquicas y
sociales que se han construido socialmente como desiguales en tanto masculinas y
femeninas (que no se corresponden con mujeres y varones necesariamente). Por ello,
focaliza la atención en esto mismo más que quien la ejerce y quien la sufre. Es decir,

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tiene una proyección más amplia como la violencia institucional, la violencia que unas
mujeres ejercen sobre otras, también sobre varones, etc.

La atención a esta violencia y la falta de atención a otras no puede sino hacernos


reflexionar. La violencia llamada de género entendida en los estrechos límites en los
que ha sido definida y visibilizada: violencia ejercida por un varón hacia su pareja o
expareja-mujer (identificando con frecuencia a esta con agresión/agresiones físicas y
psíquicas), no pone en cuestión el modo de organización de la vida material y
simbólica de nuestras sociedades, que es sumamente violento, sino que solo
cuestiona determinada violencia, la que se hace manifiesta en el espacio psíquico de
nuestras sociedades cuando esta traspasa los límites (espaciales, temporales, de
intensidad) que la propia sociedad ha establecido como admisibles, pero que convive
con toda una lógica violenta invisible, inconsciente incluso, que a fuerza de imponerse
explica la tolerancia social que existe sobre aquella otra.

En estudios realizados sobre la violencia en las parejas ejercidas por mujeres, se


detectan indicadores diferenciados de las violencias ejercidas sobre varones: es
menor su intensidad y los daños visibles producidos, su finalidad suele ser defensiva,
los motivos suelen darse en contextos de conflictos puntuales y no tienen, en general y
por lo general, la capacidad que tienen las violencias ejercidas por los varones de
producir temor sostenido en el tiempo. Además, suele ser más visible que la de los
varones, puesto que significa una transgresión de su rol como mujer, mientras que la
del varón tiende a ser minimizada pues puede ser significada como una reafirmación
del rol de varón y de cabeza de familia (Larrauri, 2007) e incluso frecuentemente
naturalizada.

Por otro lado, desde las instituciones y desde algunos discursos autodenominados
‘feministas’, se está identificando la agresión (o agresiones) ejercida como violencia y
específicamente violencia de género si es ejercida por un varón sobre su mujer pareja-
heterosexual y en ningún caso se considera violencia de género aquella que no entra
en esta estrecha y ambigua definición. Nuevamente encontramos que el género es
utilizado de un modo instrumental y mecánico, de manera que en vez de ser
considerada una categoría que se funda en lo relacional, se presenta como
constituyendo una esencialidad y además en unos límites sociales muy específicos.

Esta denominación de «violencia de género»:

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a) Implica una identificación entre agresión/agresiones (fundamentalmente físicas)


con la violencia. Solo la violencia que los varones individuales ejercen sobre sus
mujeres-pareja es la que se califica como violencia de género, al margen de
aquellas violencias orientadas al dominio, por tanto, asimétricas, consecuencia de
la estructura social. Incluimos aquí desde el acoso sexual, mobbing, mutilaciones,
explotación sexual, hasta restricciones de derechos. También abarcaría otros
maltratos en la pareja de mujeres hacia varones-pareja, de mujeres hacia mujeres-
pareja, de varón hacia varón-pareja, y otras posibilidades; o la violencia
institucional. En conclusión, violencias en las que el género, como categoría
relacional, es una variable imprescindible para poder analizarla.

b) Encierra las contradicciones que la categoría de género conlleva. La categoría


‘género’ está sujeta a un fuerte debate dentro del feminismo crítico teórico desde
la década de los 90, pues se cuestiona si es una categoría teórica y políticamente
adecuada debido a su imprecisión (Braidotti, 2004). Asimismo, el uso institucional
que se está haciendo del término ‘género’ está resultando problemático para las
propias feministas (Méndez, 2005: 206).

c) Imposibilita analizar esta violencia desde otros elementos, además del género,
que convergen, coadyuvan, producen manifestaciones diversas y de distintas
intensidades.

BIBLIOGRAFÍA (citada y recomendada)

BOURDIEU, Pierre y WACQUANT, L. J. D. (1995). Respuestas. Por una antropología


reflexiva. Madrid: Grijalbo.

LARRAURI, Elena (2007). Criminología crítica y violencia de género. Madrid: Trotta.

― (2008): “Cinco tópicos sobre las mujeres víctimas de violencia y algunas respuestas
del feminismo oficial”. En P. Laurenzo, M. L. Maqueda y A. Rubio (Coods.).
Género, violencia y derecho. Valencia: Tirant to Blanc, 311-327.

MÉNDEZ, Lourdes (2005). “Una connivencia implícita: ‘perspectiva de género’,


‘empoderamiento’ y ‘feminismo institucional’”. En Actas del X Congreso de
Antropología, Cultura, Poder y Mercado. Sevilla: FAAEE, 203-225.

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TUBERT, Silvia (ed.) (2001). Del sexo al género. Los equívocos de un concepto.
Madrid: Cátedra.

― (2008). “La crisis del concepto de género”. En P. Laurenzo, M. L. Maqueda y A.


RUBIO (Coods.). Género, violencia y derecho. Valencia: Tirant lo Blanc, 89-127.

3.2. Abordajes del problema social de la violencia


Como antropólogos, no nos interesa tanto saber por qué determinadas personas
actúan de manera diferente a la establecida por la norma (legal o moral), sino más
bien cómo y por qué se han construido esos comportamientos, qué funciones sociales
cumplen y —algo muy importante— cómo se significan socialmente esos
comportamientos.

Es innegable que las personas que ejercen violencia sobre otras son responsables de
los actos que realizan, pero es necesario considerar que el problema de la violencia ni
tiene aquí únicamente su raíz ni que su solución está en las medidas punitivas y
terapéuticas para las personas que ejercen violencia y asistenciales, y terapéuticas
para las que la sufren. El análisis de la violencia en las parejas pone de manifiesto,
más allá del esquema simplista de que es consecuencia de un enfrentamiento entre
varones y mujeres concretos, que es necesario adentrarse en el estudio de los
mecanismos que subyacen a las relaciones sociales en general y afectivas en
particular.

Consideramos que la violencia en las parejas es un síntoma no solo de que las


relaciones de pareja son relaciones sociales, sino que enuncia la desigualdad
patriarcal del sistema (Izquierdo, 2020). Sin embargo, se patologizan y judicializan las
conductas anómicas, en vez de poner en cuestión las representaciones y relaciones
de pareja, de familia y las relaciones sociales en general que las generan a partir de
las identidades de sexo y género.

La violencia de los varones se ha tomado como un problema, como una


disfuncionalidad en las parejas que hay que resolver, y no como un síntoma de las
contradicciones del sistema. Como resultado de ello, la transformación de la sociedad
se traslada al campo de la terapia, de la intervención judicial, dejando a un lado el
compromiso político de cambio estructural. Siendo innegable la necesidad de la

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intervención psicológica, médica, asistencial y judicial, no podemos cerrar los ojos a


que existen condiciones estructurales que favorecen ciertas conductas y que los
cambios sociales profundos no pueden ser llevados a cabo solo desde la intervención
profesional. Por ello, tenemos la esperanza de que este síntoma se pueda convertir en
una de las aristas desde las que reflexionar y poner en cuestión el sistema social y no
analizarlo solo como un problema construido desde el binomio agresor/víctima, que
oculta sus importantes raíces.

Se focaliza la atención en la violencia de tú a tú, cuerpo a cuerpo, varones frente a


mujeres, con lo que se traslada la imagen de que estamos ante casos individuales de
los que se dice: seguramente tienen unas causas sociales, pero estas no se analizan
en profundidad ni se actúa desde esta premisa. Cuando se habla de estas causas,
como mucho, se hace mención a las representaciones sociales y culturales de los
géneros, de las parejas, a veces de la familia, pero nunca de modelos económicos, de
organización social y simbólica, que salen indemnes de este conflicto.

Esta definición no aborda la concepción de ‘estructura’ como los fundamentos de un


sistema social tal como se requiere en las ciencias sociales, económicas y jurídicas.

Así, el calificativo de ‘estructural’ se hace coincidir con la prolongación en el tiempo o


dominio completo del otro, pero en ningún momento como aquello que la propia
estructura social y la lógica de las relaciones genera. De ahí que los análisis se sitúen
en un más acá del cuestionamiento de la propia estructura social y de la necesidad de
su transformación. Solo es una cuestión, entonces, de una problemática individual a
afrontar con programas de reeducación, rehabilitación y nunca desde un
cuestionamiento del sistema mismo.

Para nosotros ‘estructural’ tiene más que ver con una lógica de relación social
presente no sólo en el ámbito de la pareja, sino en el conjunto de ámbitos de
interrelación social en contextos socioeconómicos determinados. Además, desde
aquella formulación se considera que este tipo de violencia (no la circunstancial) es
exclusiva y patrimonio de los varones. Frente a estos análisis, hay otros también
desde el campo de la psicología y psiquiatría, como los de Hirigoyen (2005), que
relacionan este tipo de comportamientos con el modo como están organizadas las
relaciones de pareja. Estos modos de organización son un reflejo de los modelos de
interrelación social, que son resultados del sistema económico y social que los genera.

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Sin estos análisis más amplios, perdemos la referencia fundamental para la


comprensión necesaria previa a la intervención sobre este fenómeno.

Cuando hablamos de la necesidad de abordaje estructural, nos estamos refiriendo a


atender el análisis de las condiciones que hacen posible (incluso facilitan) el maltrato.
Siguiendo a Raewyn Connell (2018), uno de los referentes obligados cuando
abordamos cuestiones relacionadas con el género, sería necesario abordar el análisis
desde cuatro dimensiones de la estructura de género: el poder (el directo, el de los
discursos y el colonizante, es decir, las lógicas que subyacen en la dominación del
mundo por parte de poderes económicos y militares); la producción (división sexual del
trabajo,4 el consumo y la acumulación generizada); la catexis o relaciones emocionales
(tanto referidas a la atracción sexual y a las representaciones y prácticas amorosas
como a la organización familiar, pero también en el puesto de trabajo)5 y simbolismo
(cultura y discurso). Todas las prácticas sociales están impregnadas de una
interpretación del mundo. Nos movemos en universos de significados. Los sistemas
culturales reflejan intereses particulares que conforman modos de vida. Entendemos
que las representaciones de género, actitudes, sistemas de valores y problemas
relacionados con ello son fundamentales a la hora de abordar cualquier fenómeno o
problema social.

Por ello, los análisis pueden focalizar la atención en múltiples aspectos. Por ejemplo,
cómo construyen formas de relación la división sexual del trabajo y, con ello, las
posiciones sociales que genera; cómo construyen formas de relación las posiciones
psíquicas construidas socialmente: cómo intervienen en formas de relación los valores
sociales de una cultura y época histórica determinada, etc. Estas y otras
focalizaciones, siendo parciales, deben aspirar a atender sus interrelaciones y cómo,
de forma holística, contribuyen a comprender la generación y perpetuación de los
procesos violentos para, posteriormente, poder diagnosticar de un modo diferenciado
qué elementos y factores están incidiendo más en cada caso, y diseñar intervenciones
más efectivas sobre el problema y prevenciones más allá de la buena voluntad que se
pone.

4Que algunos como Holter (2005) o Izquierdo (2020) consideran que es la base estructural del orden del
género en el capitalismo moderno. El trabajo en el hogar y fuera de él se realizan bajo condiciones
diferentes y, por tanto, tienen un significado cultural diferente
5Para esta cuestión y sus transformaciones, ver trabajos de Eva Illouz referenciados en la bibliografía de

este apartado

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Izquierdo sostiene que la diferencia entre el trabajo en el ámbito privado no


remunerado y el trabajo en el público, remunerado, no está en lo que se produce, pues
en ambos se produce y reproduce la vida humana, sea directa o indirectamente, sino
que la diferencia fundamental estriba en las condiciones de producción en que se
desarrollan (Izquierdo, 1999). «Vender la fuerza de trabajo contribuye tanto a la
reproducción social como buscar la media naranja para formar una familia»6
(Izquierdo, 2020: 106).

Partiendo de que la dominación no es exclusiva de varones, el modelo hegemónico sí


es el masculino, independientemente de que quienes ejerzan la dominación sean
varones o mujeres. Por otro lado, es preciso no olvidar las consecuencias que los
‘dominantes’ sufren de su propia ‘dominación’, es decir, «el esfuerzo desesperado y
bastante patético que todo hombre debe realizar, en su triunfante inconsciencia, para
conformarse a la representación dominante del hombre» (Bourdieu y Wacquant, 1995:
124).

La lucha contra el patriarcado no debiera interpretarse como una contienda de la mitad


de la población, mujeres, contra la otra, varones. El patriarcado instaura modos de
relación social violentos y las víctimas de la violencia patriarcal son mujeres y también
varones, aunque no la sufren sostenida en el mismo tiempo, con las mismas
intensidades, mecanismos, ni resultados. Así, por ejemplo, encontramos que son
varones las principales víctimas de: suicidios, 7 homicidios8, accidentes de carretera9 y
accidentes laborales. También hay una gran diferencia entre el número de presos

6El mito de la media naranja que recoge el testigo del mito platónico del andrógino que Platón describe en
El banquete, es una de las representaciones más fuertes del amor romántico en Occidente y que sería la
metáfora de dos mitades de un todo que se buscan (atracción) para lograr la felicidad, solo alcanzable
con esa mitad, naturalizándose este proceso. De ahí la exclusividad del amor romántico, tan útil a la
organización social en nuestras sociedades y que tanto sufrimiento genera en los sujetos. En nuestro
trabajo de campo hemos encontrado la importancia que la fidelidad sexual y afectiva tiene para nuestros
informantes, y se percibe como una consecuencia natural del amor que se siente por una persona. Esto
unido a la idea de que “el amor verdadero lo puede todo”, a que “existe una persona en algún sitio que es
nuestro complemento” y que la familia es la continuación del amor, la consecuencia natural de haber
encontrado “la pareja”, forma un cóctel que puede explicarnos la persistencia de la familia, a pesar de la
“vida líquida” de la que habla Bauman (2006b), de ante un fracaso afectivo intentar “rehacer la vida” y que
las rupturas sigan viviéndose con frustración, amargura y en no pocas veces con violencia latente o
abierta (Castells y Subirats, 2007: 36).
7Según el INE, en 2017, las defunciones que hubo en España a causa de suicidios fueron un total de

3679, de ellas 2716 fueron varones y 961 mujeres. La franja de edad con mayor incidencia en varones fue
de 30 a 39 años (354 muertes) y en mujeres de 55 a 59 años (108 muertes).
8Según el INE, en 2019 las defunciones que tuvieron como causa homicidios fueron un total de 340, 304

varones y 36 mujeres.
9Según el INE, en 2018 las muertes por accidentes de tráfico de vehículos a motor fueron 1996: 1452

varones (72,8%) y 544 mujeres (27,2%)

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varones y el de mujeres. Según datos del INE, el 92,6 % de la población reclusa en


2017 eran varones y solo el 7,4 % mujeres.

Si bien no podemos saltar del plano de las relaciones sociales en general a las
específicas de la subalternidad de las mujeres, en las dimensiones económicas,
política y simbólica, no podemos perder esto de vista y abordarlas como realidades
ajenas una a la otra.

Gerda Lerner data el nacimiento del patriarcado en un periodo histórico de unos 2500
años, es decir, del 3100 al 600 a.C. (Lerner, 1990: 25) y afirma que muchas feministas
utilizan este término no en su significación tradicional y estricta. El término patriarcado
se viene utilizando, en su sentido estricto, como el sistema sostenido desde la
legislación histórica griega y romana que establecía que el cabeza de familia tenía un
poder legal y económico absoluto sobre los otros miembros de la familia, fueran
mujeres o varones. Cuando se utiliza el término en este sentido, se puede afirmar que
se ha llegado al fin del patriarcado con la concesión de derechos de ciudadanía,
derechos civiles, a las mujeres. Sin embargo, dice Lerner, que este concepto
distorsiona la realidad histórica pues la gestación de la dominación de los cabezas de
familia se remonta al tercer milenio a. C. Por otro lado, la dominación masculina dentro
de la familia no desaparece a partir del siglo XIX, sino que toma una nueva forma.

Lerner, va a definir patriarcado como «la manifestación y la institucionalización del


dominio masculino sobre las mujeres y los niños de la familia y la ampliación de este
dominio masculino sobre las mujeres a la sociedad en general» (Lerner, 1990: 340-
341). Esto no significa que las mujeres no tengan ningún poder o que no tengan
derechos, influencia y recursos, sino que lo considerado como ‘lo femenino’ les va a
privar de poder acceder a las instituciones y posiciones que la sociedad va a
considerar importantes. Estaríamos hablando de que el orden del dominio hegemónico
va a ser desde lo construido como ‘masculino’, independientemente de que quien lo
materialice sean hombres o mujeres. Por otro lado, el patriarcado toma diferentes
formas en distintos momentos históricos y distintas culturas.

Autoras como Rubin consideran que solo debe usarse el término patriarcado para
referirse al dominio paterno predominante en el pasado. Propone la expresión el
sistema sexo-género para distinguir «entre la capacidad y la necesidad humana de
crear un mundo sexual, y los modos empíricamente opresivos en los que se han

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organizado los mundos sexuales». El sistema sexo-género, en contraste con el


patriarcado «es un término neutral que se refiere al dominio e indica que la opresión
no es inevitable en ese dominio, sino que es producto de las relaciones sociales
específicas que lo organizan» (Rubin, 1975: 168).

Si bien es cierto que el patriarcado y, concretamente, el patriarcado moderno puede


sernos muy útil para abordar el tema que nos ocupa, es una ingenuidad creer que una
obra de ingeniería social de tal envergadura va a desaparecer por el hecho de que no
nos gusta o no nos daña, sino que se hace necesario conocer sus mecanismos y los
resquicios que lo debilitan para luchar contra él (Izquierdo, 1998a: 257).

Ahora bien, el patriarcado es una estructura de relaciones sociales, fundadas en las


diferencias físicas de edad y sexo, dotadas de significatividad social y que, a la vez
que quedan reificadas, producen subjetividades (Izquierdo, 1998a: 223). Esas
relaciones sociales se fundan en la explotación económica, sexual y afectiva de manos
de los ‘patriarcas’. El resultado es que las diferencias de sexo y edad, fruto de las
relaciones que se establecen, se llegan a considerar anteriores a esas relaciones,
como si fueran autónomas.

El patriarcado es un sistema jerárquico, pero la jerarquía no se establece en función


de la madurez o de la capacidad resolutiva, estableciendo relaciones de autoridad
beneficiosas para la colectividad, sino que crea dependencias artificiales donde no las
hay e impide que el dependiente se desarrolle plenamente. En el patriarcado las
diferencias anatómicas se significan promoviendo relaciones de poder y
obstaculizando el encuentro entre hombres y mujeres. La división sexual del trabajo tal
como se diseña construye a los padres como patriarcas al convertir la mutua
dependencia en subordinación (Illich, 2008).

El sistema teje sus propias estrategias para reproducirse. Una de las estrategias es
reforzar la contraposición binaria efecto de los desequilibrios que el propio sistema
patriarcal produce, ya sea

— hombre/mujer como realidades esencializadas como ‘hechos de naturaleza o


cultura’, pero entidades homogéneas, dadas y cerradas;

— concibiendo la realidad social toda bajo el binarismo;

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— considerando, bajo esa lógica, que el objetivo de una sociedad más justa e
igualitaria se alcanzará cuando las mujeres alcancen el objetivo de la modernidad
de alzarse como ‘individuo’ con las atribuciones y derechos que en estas
sociedades se ha configurado como ‘lo masculino’;

— confiando en el ‘progreso’ irremediable de la historia en pos de una ‘habilitación


masculina’ de las mujeres;

— infantilizando a las mujeres: magnificando las capacidades y poderes dominantes


(de los varones, dotándolos de habilidades, estrategias, de una razón común, por
ser varones, que los hacen incontestables), y minimizando los de los dominados
(de las mujeres, quedando relegadas a ese espacio psíquico de la afectividad, el
cuidado, la reproducción de los lazos sociales e incluso asociada a la emoción y
sentimientos que las situaba tradicionalmente más cercanas a la naturaleza); se
magnifican las capacidades y poderes de los dominantes y se minimizan los de los
dominados, pero no es ni una cosa ni la otra, hay que suponer que son factores
sociales los que los favorecen y no factores individuales.

Ahora bien, en estos discursos suelen presentarse ciertas contradicciones como son
que aunque las mujeres desde el patriarcado están explotadas, dominadas, sometidas
y cosificadas, sin embargo parecen que sean sujetos no ‘dañados’ intelectual y
moralmente por esta situación, sino que conserven un espíritu puro, unas
disposiciones morales e intelectuales que permanecen indemnes ante tal atentado
contra su ser mismo. María Jesús Izquierdo ironiza sobre tales contradicciones al
decir: “Si un sistema de explotación y dominación nos hace maravillosas, no veo qué
interés tiene cambiarlo, sobre todo cuando ese tipo de discursos reivindicativos y
reificadores de las cualidades femeninas, contienen una afirmación de ser frente a
poseer, como el patriarcado nos quita cosas pero nos da esas cualidades personales
supuestamente positivas ¿cuál es el problema?, lo uno compensa ampliamente lo
otro» (Izquierdo, 1999: 45).

La reivindicación de la igualdad de las mujeres toma como referencia al hombre en las


actuales condiciones históricas, pero cuando esta reivindicación no va acompañada de
otros elementos y se considera al hombre como universo humano, se hace compatible
con otras formas de desigualdad, a la vez que pide un imposible. Pues es imposible
conseguir los derechos y posiciones de quien los tiene precisamente gracias a la

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desigualdad. Quizá el objetivo sea más bien la destrucción de las propiedades


estructurales que hacen posibles dicotomías como ganador de pan/ama de casa, y
aspiraciones individualizadas de igualdad y libertad desconectadas de las estructuras
sociales que las hacen posible, las mantienen y las reproducen (Izquierdo, 1998).

Izquierdo hace una reflexión acerca de que «una teoría del patriarcado y el sexismo es
reaccionaria si se construye ignorando la participación consciente e inconsciente de
las propias mujeres en el sostenimiento de la situación» (2020: 172), entendiendo por
‘reaccionaria’ que al criticar al patriarcado, lo afirma y legitima pues confirma que las
mujeres no son sujetos, no tienen capacidad de intervención sobre sus vidas y que lo
que les ocurre y que deje de sucederles es responsabilidad de los varones; por tanto,
criticándolo, confirma y reafirma el poder de los varones.

Luchar contra el patriarcado encierra una dimensión ética, bajo los presupuestos que
los pensadores griegos de la antigüedad establecían (quien daña, se daña también, y
fundamentalmente, a sí mismo) y en la línea de Nietzsche (el ejercicio del dominio
revela la debilidad de quien domina y su sometimiento a ese ejercicio de dominio). La
lucha contra el patriarcado es una contienda que exige indagar en los mecanismos
estructurales y menos visibles de este y buscar los resquicios desde los que atacar
una forma de organización de la vida humana que nos mutila a todos y daña la
convivencia.

BIBLIOGRAFÍA (citada y recomendada)

CONNEL, Raewyn y PEARSE, Rebecca (2018). Género desde una perspectiva


global. Valencia: Universitat de València.

HIRIGOYEN, Marie-France (2006). Mujeres maltratadas. Los mecanismos de la


violencia en la pareja.Barcelona: Paidós.

HOLTER, Oystein G. (2005). “Social theories for rearching men and masculinities:
direct gender hierarchy and structural iniquality”. En M. S. Kimmel, J. Hearn y R.
Connell. Handbook of Studies on Men and Masculinities.Thousand Oaks, Sage,
15-34

ILLOUZ, Eva (2007). Intimidades congeladas: las emociones en el capitalismo.


Madrid: Katz.

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— (2010). La salvación del alma moderna. Madrid: Katz.

— (2012). Por qué duele el amor. Una explicación sociológica. Madrid: Katz.

— (2014). El futuro del alma. Creación de estándares emocionales. Madrid: Katz.

— (Comp.) (2019). Capitalismo, consumo y autenticidad: las emociones como


mercancía. Madrid: Katz.

— (2020). El fin del amor. Una sociología de las relaciones negativas. Madrid: Katz.

IZQUIERDO, María Jesús (1998). El malestar en la desigualdad. Madrid: Cátedra.

— (2020). Sexismo. Víctimas y victimarios: explotación, maltrato, cuidado y


opresión en las relaciones entre mujeres y hombres. Madrid: Editorial
Académica Española.

LERNER, Gerda (1990). La creación del patriarcado. Cátedra: Barcelona.

RUBIN, Gayle (1986). “El tráfico de mujeres: notas sobre la <economía política> del
sexo”. En revistaNueva Antropología, vol. VIII, n.º 30. México, 95-145 [1975].

― (1989). “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la


sexualidad”. En C. Vance (Comp.). Placer y peligro. Madrid: Revolución, 113-
190.

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Nombre del autor para citar este documento: Evelina Zurita Márquez

Módulo I. 3. La violencia como problema social 14

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