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Gabriel Vommaro
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Entre los trabajos de periodismo de investigación y de denuncia sobre el juarismo,
pueden mencionarse (Carreras, 2004) y (Dandan, Heguy y Rodríguez, 2004).
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Para un análisis de los modos de intervención en términos de habilitación o de
descalificación de un proceso político, remitimos al trabajo de Gérard Mauger sobre las
revueltas de los suburbios franceses de 2005. Cf. (Mauger, 2007).
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Ver el trabajo de Homero Saltalamacchia y María Isabel Silveti en este volumen.
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Cf., por ejemplo, además de los artículos compilados por Macor y Tcach (2003), (Tcach,
1991); (Makinnon, 1996); (Kindgard, 1999); (Bohoslavsky, 2004); y los trabajos recogidos
en (Rafart y Mases, 2003).
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Su pormenorizado relato de las internas políticas santiagueñas en los meses previos a las
elecciones de 1946 –basado en testimonios de la época– concluye que: “desde el momento
en que comienza a organizarse el laborismo en noviembre de 1945, hasta el momento de
las elecciones el 24 de febrero de 1946, en menos de tres meses de negociaciones febriles,
se ha pasado de un partido que parecía fundamentalmente orientado a dar expresión o al
menos cooptar al movimiento gremial, a una aglomeración política pragmáticamente
constituida, heterogénea en sus miembros, con predominio del radicalismo más
conservador (no precisamente de sus representantes más apegados a las políticas de
Yrigoyen y localmente de Maradona) y apoyada en conocidos representantes del poder
económico local” (2008: p. 16).
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En efecto, en una provincia de débil industrialización, la actividad productiva dominante
era la explotación forestal para la fabricación de carbón y leña y durmientes, tirantes y
postes, y sus trabajadores eran tradicionalmente “clientela” política de los obrajeros
(Martínez, 2007).
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Sobre este punto, cf. nuestro trabajo sobre las elecciones en Santiago a fines de los
noventa y comienzos de la presente década (Vommaro, 2003; Vommaro, 2004).
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Para un análisis de la dinámica interna de la Rama Femenina y de su peso al interior del
peronismo santiagueño, cf. el artículo de Mariana Godoy en este volumen.
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Si bien el peronismo santiagueño se conformó en parte en base a élites locales, a
diferencia de lo sucedido en otras provincias argentinas, no tuvo una familia ni un conjunto
de familias notables en su cúspide, de modo que el juarismo no tiene raíces “notabiliarias”
sino organizativo-carismáticas. Ana Teresa Martínez señala que “ya en la década del 20 se
había abierto en Santiago del Estero cierta autonomía del campo político, al posibilitarse
que alguien ascendiera a un cargo, no ya por su pertenencia a una familia notable,
poseedora del capital económico y simbólico necesario, sino porque se podía "hacer
carrera" desde un comité en la estructura partidaria –con las alianzas necesarias con los
poseedores de capital económico– y disputar espacios mediante estrategias políticas. El
voto universal obligatorio, concomitante con un contexto de diversificación del espacio
social local, había abierto esta posibilidad, coincidente con la llegada del radicalismo al
poder nacional y los primeros esfuerzos por asegurar ciertos derechos de los trabajadores”
(2008: p. 4).
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Como sostiene Fernando Balbi, en el peronismo la cuestión de la “lealtad” aparece en
gran parte ligada a la tradición militar del propio Perón, que impregna su concepción de la
política: “la lealtad es para Perón una condición inicial de la conducción política: en
efecto, mientras que el "mando" militar tiene a la "obediencia" por punto de partida y a la
"lealtad" por complemento, la conducción política tiene a la lealtad por punto de partida y
a la obediencia como resultado” (2005: p. 10). Pero la centralidad de este valor moral en el
movimiento peronista no puede explicarse sólo por las fuentes militares de su principal
líder, sino por la forma en que se construyó como fuerza política heterogénea articulada en
torno a un líder: “siendo Perón el centro de las actividades y los intereses de este
heterogéneo nucleamiento de personas, sus concepciones sobre la naturaleza y el deber ser
de las relaciones personales que los unían, derivadas de su formación y experiencia
militares, se tornaron en factores clave de la interacción entre los integrantes del mismo,
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tiñéndola por completo” (2005: pp. 7-8). La lealtad aparece así como el valor moral
fundamental que encontraba Perón para fortalecer sus bases de sustento político y, a la vez,
su control sobre esas bases. Esta explicación es en cierto sentido válida en el caso del
juarismo.
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Sobre este punto, cf. (Calvo, Falleti, y Gibson, 1999); (Calvo et al, 2001); (Calvo y
Gibson, 2001); (Gibson, 2007).
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Aún cuando el trabajo de Calvo tienda a exagerar el poder de control político que Juárez
tenía sobre el peronismo y la política provincial, su trabajo muestra las complejas
relaciones de alianza y de conflicto que existen entre políticos que actúan a ambos niveles.
El trabajo de María Celeste Schnyder en este volumen analiza los sesgos autoritarios de la
política santiagueña.
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Bibliografía