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Exposición de Geoeconomía

Filipinas

Filipinas es un país que ha tenido conexión histórica con España y de alguna manera también con
muchos de los países Latinoamérica. Esta excolonia española del sudeste asiático fue durante más
de 3 siglos parte del imperio español, después, tras la derrota de las tropas españolas en 1898
frente a las de Estados Unidos las filipinas fueron vendidas a la potencia norteamericana por 20
millones de dólares en ese entonces, todo esto demandado por estados unidos al haber ganado la
guerra. Claro que lejos de lograr la independencia o al menos mejorar su autonomía, con los
estados unidos al frente tampoco llego la libertad con los filipinos.

La lucha por la independencia de Filipinas estuvo íntimamente ligada a los destinos de Cuba, no
sólo la sublevación de los insurrectos que protagonizaron la Revolución Filipina (1896-1898) fue
avivada por los eventos en la isla caribeña, sino que pocos meses después de que Manila lograra
un acuerdo de paz con Madrid, entró en escena Estados Unidos, pues se había involucrado en la
guerra de Independencia cubana, lo que provocó el estallido de la Guerra hispano-
estadounidense. En cuestión de 3 meses y 17 días, en 1989 España fue derrotada y Filipinas se
encontró inesperadamente bajo el dominio de otro soberano, contra el que luchó en vano entre
1899 y 1902 en la Guerra filipino-estadounidense, la primera guerra de liberación nacional del
siglo XX. El 4 de julio de 1946 Filipinas fue oficialmente reconocida como una nación
independiente por EE.UU.

La Mancomunidad Filipina, como se llamaba bajo soberanía estadounidense, había sido atacada e
invadida por el Imperio de Japón el 8 de diciembre de 1941, nueve horas después del ataque a
Pearl Harbor. Cuando 4 años más tarde el general Douglas MacArthur llegó a liberar la capital
filipina, pero la resistencia nipona logró frenarlo durante un mes en el que se desató el caos. La
colonia española fue la más afectada pues residía en la zona en la que hubo más violencia y pocos
habían dejado la ciudad.

El conflicto armado del sur de las Filipinas entre el gobierno de Manila y los grupos armados
islamistas, que piden la autonomía, dura más de treinta años y se ha cobrado más de 120.000
vidas. Desde 1976 se han llevado a cabo diferentes iniciativas para lograr una paz definitiva pero
éstas se han roto constantemente debido a las diferencias existentes entre las percepciones de los
actores y la realidad social de las últimas tres décadas. Además, desde el 11 de septiembre de
2001, la posible salida negociada al conflicto se ha complicado todavía más con la declaración de
“Guerra Global” contra el terrorismo realizada por los EEUU y la aparición de nuevos grupúsculos
armados relacionados con Al Quaeda en el sur de las Filipinas.

Actualmente, tras muchos años de conflicto armado y de esporádicas negociaciones, primero con
un unificado FMLN y más tarde con las dos principales facciones armadas, se ve complicado llegar
a un acuerdo definitivo que traiga la paz a la región. Es difícil pensar que la oposición no
musulmana pueda aceptar un acuerdo de autonomía que incluya las reclamaciones territoriales
del movimiento Moro, del mismo modo que es difícil ver al movimiento Moro aceptar una realidad
territorial como dicta la realidad demográfica. La región histórica de Bangsa Moro dejó de ser de
mayoría musulmana debido a las migraciones promovidas por el gobierno de Manila desde la
consecución de la independencia del país, por lo tanto, la distancia entre las percepciones y las
realidades fueron demasiado grandes para sobrevivir al plebiscito del 86 y al referéndum del 96, y
todavía hoy, aparecen como obstáculos insalvables para lograr la paz. Además, otro grupo
musulmán, Abu Sayaf y sus vínculos con Al Quaeda, hacen todavía más difícil continuar un proceso
de paz que desde el Acuerdo de Trípoli de 1976 se está intentando llevar a cabo pero que
desgraciadamente ha ido fracasando de forma sistemática.

Sin embargo, en la actualidad aun hay problemas vigentes con otros países como lo son los
surgidos a raíz de que un grupo de diputados de este país ha dado una muestra de firmeza y ha
volado a la isla Thitu la mayor entre las del archipiélago Spratly ocupadas por Manila para
reivindicar la soberanía de Filipinas, Pekín y Manila no son los únicos que tienen reivindicaciones
en estas aguas. Vietnam, Malasia, Brunei y Taiwan también reclaman partes del territorio, aunque
el área reivindicada por China que incluye las Spratly y las Paracel es la mayor.

Lo más reciente es el conflicto iniciado en marzo de 2021, filipinas exigió e a China que retire una
enorme flota pesquera presuntamente dirigida por la marina china de las aguas sobre las que
Manila tiene derechos exclusivos en el Mar de China Meridional. Pekín, como era de esperar, negó
estar involucrado, pero este último hito en la estrategia cada vez más agresiva de China para hacer
valer sus reclamos en una de las vías marítimas más disputadas del mundo revela mucho. Contar
con miembros de la marina china disfrazados de pescadores en el Mar de China Meridional no es
nada nuevo. Lo que es diferente esta vez es la enorme escala de la flotilla: la friolera de 220
embarcaciones, un rival con el que la marina y la guardia costera de Filipinas, deficientemente
equipadas, no pueden lidiar. Eso, sin mencionar los barcos de pesca locales, los cuales se han
quejado durante mucho tiempo de que China los expulsa de sus propias aguas.

China está ganando en el Mar de China Meridional. Durante décadas, el país ha reclamado
derechos marítimos indiscutibles sobre casi toda la zona, la principal puerta de entrada comercial
y de navegación a Asia Oriental. Aproximadamente un tercio del transporte marítimo mundial
pasa por estas aguas, las cuales también son inmensamente ricas en pesca e hidrocarburos. Por
ello, China hará lo que sea necesario para controlar la zona, parte de las cual también es
reclamada por Brunei, Malasia, Filipinas, Taiwán y Vietnam. Conforme el poder de China ha
aumentado en los últimos años, también lo ha hecho la determinación de Pekín de afirmar su
dominio sobre el Mar de China Meridional. Todos los intentos de otros reclamantes y de la marina
estadounidense de plantar cara a sus numerosas provocaciones —como la construcción de
instalaciones militares en islas artificiales, la interrupción de la libertad de navegación o el
agotamiento de las poblaciones locales de peces— no han logrado disuadir a China.

El último incidente con China en el Mar de China Meridional ha puesto al presidente filipino,
Rodrigo Duterte, en un aprieto. El abrasivo líder usa una voz suave hacia China, argumentando que
Filipinas es demasiado débil como para arriesgarse a una confrontación con un rival tan poderoso.
Muchos filipinos que sienten una creciente desconfianza hacia China se oponen a la aparente
pleitesía rendida por Duterte a Pekín a cambio de inversiones para reparar la decadente
infraestructura del país. La promesa de ese dinero tan necesario explica su renuencia a exigir el
cumplimiento del dictamen de 2016 al Gobierno chino y su respaldo a la exploración conjunta de
petróleo y gas en áreas en disputa.

La debilitada economía filipina depende tanto del comercio chino que parece poco probable que
Duterte tome alguna medida significativa para contrarrestar el último golpe de Pekín, sin importar
el riesgo político. Y con Washington centrado en problemas más urgentes que resolver con Pekín,
la milicia de China está lista para gobernar las olas en el Mar de China Meridional.

Podemos llegar a la conclusión de que Filipinas no logró desarrollarse plenamente debido a que ha
estado envuelta en muchos conflictos, los cuales han debilitado y afectado a la sociedad en
muchos aspectos, además de haber estado en el dominio de 2 países a lo largo de su historia y
haber alcanzado su verdadera libertad en un período tan tardío, es un país que ha tenido la mala
fortuna de involucrarse en conflictos pese a no tener la intención de la misma, incluso
actualmente sigue teniendo conflictos tanto internos como externos, a pesar de que su economía
presenta un ligero crecimiento, es inevitable poder observar la gran pobreza que aún abunda en el
país, pues el problema de la desigualdad es casi mortal sumado a la continúa guerra contra las
drogas.

Malasia

Malasia es un país que ha experimentado un destacable dinamismo económico con un


crecimiento anual promedio del 4,8% entre 2006 y 2016, una dinámica que tiene visos de
continuar: el Índice de flujo del dinero estima que la economía malasia continuará creciendo a un
ritmo entre el 4% y el 5% en el próximo lustro. Además, el país cuenta con unos fundamentos
macroeconómicos sólidos: la inflación, en torno al 2%, es moderada, el país tiene un holgado
superávit por cuenta corriente (alrededor del 2% del PIB) y el déficit fiscal (3% del PIB) se ha
mantenido contenido pese a la mengua de ingresos por los bajos precios del crudo (el país es uno
de los principales productores asiáticos de gas y petróleo). Y, sin embargo, Malasia es uno de los
países que se ha mostrado más sensible a los episodios de volatilidad financiera a nivel global. El
ejemplo paradigmático se produjo tras la elección de Trump en noviembre de 2016: dos semanas
después de su victoria, el ringgit se había depreciado casi un 6% frente al dólar, una de las
mayores caídas entre las divisas emergentes, y las salidas de capitales fueron considerables. La
distancia entre lo que parece ser un cuadro macroeconómico sólido y la sensibilidad que han
mostrado los inversores justifica interrogarse sobre hasta qué punto nos debe preocupar este país
pequeño en perspectiva asiática (30,8 millones de habitantes) y relativamente poco conocido.

Es cierto que el recurso a endeudarse en moneda extranjera no ha sido despreciable y que la


deuda externa bruta ha aumentado de forma notable y se sitúa en torno al 70% del PIB, muy cerca
de los umbrales de vulnerabilidad habituales para los emergentes. Sin embargo, la preocupación
por la deuda externa prácticamente se desvanece cuando tenemos en cuenta que, en agregado,
Malasia es un acreedor neto a nivel internacional con una posición inversora internacional neta
(PIIN2) que representa el 6% del PIB. Además, hay que tomar en consideración que muchas
compañías se benefician de una cobertura natural al ser exportadoras que cobran en dólares, y
para las que no, el banco central facilita que puedan cubrirse con productos financieros como
derivados.

El país comenzó a existir en cuanto Estado unificado en 1963; su territorio, dominado por el Reino
Unido desde el siglo XVIII hasta la independencia, se hallaba hasta ese año repartido en una serie
de colonias. Su mitad oriental estaba compuesta por reinos separados, conocidos como Malasia
británica hasta su disolución en 1946, y se reorganizó como la Unión Malaya. Debido a la gran
oposición, se reorganizó una vez más como Federación Malaya en 1948 y alcanzó la independencia
el 31 de agosto de 1957. Singapur, Sarawak, Borneo Septentrional y la Federación se unieron para
conformar Malasia el 16 de septiembre de 1963. Pero desde el principio surgieron fuertes
tensiones que condujeron a un conflicto armado con Indonesia y a la expulsión de Singapur el 9 de
agosto de 1965.

La Confrontación Indonesio–Malaya fue una guerra no declarada en la isla de Borneo, entre


Malasia e Indonesia, entre 1962-1966. El origen del conflicto radica en los intentos de Indonesia de
desestabilizar a la nueva Federación de Malasia, nacida en 1963. Malasia había obtenido su
independencia de Reino Unido en 1957 y su líder, Tunku Abdul Rahman, fue el principal motor
detrás de la federación de los estados de Malasia, Sabah, Sarawak, Brunéi, y Singapur en la
Federación de Malasia.

Como parte del plan de retirada de sus colonias del sudeste asiático, Gran Bretaña ideó la
unificación de sus colonias en el norte de Borneo con la Federación de Malasia (que se había
independizado de Gran Bretaña en 1957) y Singapur (que se había convertido en autónomo en
1959). En mayo de 1961, los gobiernos del Reino Unido y Malasia propusieron la Federación de
Malasia. Al principio Indonesia, fue ligeramente favorable de la propuesta de Malasia, a pesar de
que el PKI (Partai Komunis Indonesia - Partido Comunista de Indonesia) se oponía firmemente.

La invasión japonesa de Malasia, iniciada el 8 de diciembre de 1941, al día siguiente del ataque a


Pearl Harbor, sorprendió a las tropas británicas mal preparadas. Durante la década de 1930,
anticipándose a la creciente amenaza del poder naval japonés, los británicos habían construido
una gran base naval en Singapur, pero no se había previsto una invasión de Malasia desde el
norte. Debido también a las necesidades de la guerra en Europa, no existía prácticamente ninguna
capacidad aérea británica en el Extremo Oriente. Así los japoneses pudieron atacar desde sus
bases en la Indochina francesa con impunidad y a pesar de la tenaz resistencia de las fuerzas
británicas, australianas e indias, invadieron Malasia en dos meses. Durante ese periodo los
rebeldes bajo la égida del Partido Comunista de Malasia lanzaron operaciones de guerrilla con el
fin de expulsar a los británicos. La guerra duró de 1948 hasta 1960 e implicó una larga campaña
anti insurgente por parte de las tropas de las Mancomunidad de Naciones en el país. Aunque los
ataques disminuyeron muy pronto, la presencia militar continuó dentro del contexto de la Guerra
Fría.

Durante la segunda mitad del siglo XX, el país vivió una bonanza económica que le permitió
desarrollarse con rapidez. El crecimiento de los años 1980 y 1990, con una media del 8 % de 1991
a 1997, transformó a Malasia en un país recientemente industrializado. Puesto que es uno de los
tres países que controlan el estrecho de Malaca, el comercio internacional es parte esencial de su
economía. Llegó incluso a ser el principal exportador de estaño, caucho y aceite de palma. A la
actividad industrial corresponde un gran porcentaje de su actividad económica. Cuenta también
con una gran biodiversidad de flora y fauna, y se le considera uno de los diecisiete países
megadiversos.

A modo de conclusión, el país presenta unos fundamentos y unas perspectivas macroeconómicas


firmes. Ciertamente, la deuda ha aumentado, pero no parece que cuando se contempla la
situación del conjunto de la economía surjan señales de alarma. Y aunque nadie niega que habrá
que estar atento a cómo se materializa el vínculo entre endurecimiento financiero internacional e
impacto nacional, los episodios de dudas deberían ser puntuales y las perspectivas positivas a
largo plazo, prevalecer.

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