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Tema VIII. Países en desarrollo/emergentes


(Resumen)

Terminada la Segunda Guerra Mundial, los países latinoamericanos que, desde


hacía mucho tiempo, no mantenían ya relaciones de dependencia con sus antiguas
metrópolis de la Península Ibérica, comenzaron a poner en práctica una serie de intentos
industrializadores, que se vieron abocados tanto al fracaso como a un aumento excesivo
de su deuda externa.
La nueva estrategia económica, que se aplicó durante las décadas de 1950 y 1960,
comenzaría impulsando la producción de bienes de consumo no duraderos, tales como
alimentación, bebida, tabaco o textiles, actividades con demanda interna prácticamente
asegurada y procesos de producción relativamente sencillos. Como elementos positivos de
estas estrategias pueden citarse, por un lado, la diversificación productiva lograda en países
como Brasil, Chile, México, Argentina y Uruguay; por otro, una tasa media de crecimiento
anual del PIB situado en torno al 4'5% (3% en términos per cápita).
Ahora bien, esta política económica se hizo acompañar necesariamente de la
importación creciente de capitales y tecnología, lo que, a la postre, acabaría por provocar un
nuevo estrangulamiento externo en el proceso de desarrollo. Habrían de surgir entonces
nuevos desequilibrios, en forma de presiones inflacionistas, escaso crecimiento, desempleo,
marginación de abundantes capas de población y deuda externa en aumento.
Evidentemente, no ayudó en nada el interés mostrado por Estados Unidos en
Latinoamérica, penetrando en sectores como el agrícola (café, fruta, tabaco), el minero y el
de la energía. De esta unión entre, por un lado, intereses económicos y, por otro,
circunstancias de aspecto político encaminadas a frenar la expansión comunista en el
continente –mediante un intento de aumentar la renta per cápita y una postura más activa
de la CIA– deriva el afán intervencionista del poderoso vecino del norte, que se llevó a cabo
especialmente en la década de los años cincuenta.
De este modo, bajo tutela norteamericana se desarrollaron diversas dictaduras
militares y presidentes títeres diseñados para enfrentarse a la expansión comunista (Batista
en Cuba, Somoza en Nicaragua o Stroessner en Paraguay). Cuando los militares
alcanzaban el poder, mostraban una carácter populista y nacionalista, pero sin capacidad
ni propósito de oponerse a los intereses norteamericanos, ni para alterar las deficientes
estructuras socio-económicas vigentes. Y cuando Estados Unidos no conseguía controlar
un gobierno, surgía una dictadura de otro color, como la de Torrijos en Panamá, de signo
izquierdista. Todo ello, nos muestra una característica propia de los países
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latinoamericanos en esta época como era la inestabilidad social y las intervenciones
golpistas del ejército.
El éxito de la revolución cubana incentivó todavía más la intervención de Estados
Unidos en el devenir político de Latinoamérica. De este modo, Kennedy impulsó la firma en
Uruguay de la “Carta de Punta del Este” en 1961, una especie de Plan Marshall por el que
Estados Unidos concedía ayuda económica a los países latinoamericanos no comunistas
para fomentar su desarrollo. La “Alianza para el Progreso” –nombre con el también se
conocía el acuerdo– terminó fracasando y sin lograr el objetivo fundamental de incrementar
sustancialmente la renta, coincidiendo con la crisis económica de los años setenta. Lo que
si consiguió fue aumentar la penetración de Estados Unidos en la zona y, en última
instancia, un incremento de la deuda externa para los países latinoamericanos, que se
encontrarían de este modo con la necesidad de dedicar un amplio porcentaje de los mismos
préstamos recibidos en el pago de intereses y de la deuda.
Por otra parte, en la década de los años sesenta tuvo lugar uno de los grandes
hechos históricos del siglo XX: el proceso de descolonización. Lo cierto es que el mismo
había comenzado con algunas colonias asiáticas y del norte africano musulmán desde el
fin de la Segunda Guerra Mundial, pero se multiplicó en la década citada.
Los dirigentes de los nuevos Estados independientes –formados en muchos casos
en las metrópolis europeas– trataban de aplicar los valores y principios democráticos en
unas circunstancias sumamente complicadas. Especialmente relevante era la situación en
África, donde la colonización europea no logró sacar a la población de su secular atraso
económico. Por un lado, los nuevos países se habían constituido sobre la división creada
por los colonizadores, que en absoluto respetó ningún tipo de frontera anterior, menos aún
si se basaba en fundamentos étnicos o regionales. Por otro lado, debían hacer frente a la
falta de tradición democrática en el continente negro y al hecho de que buena parte de la
población de los nuevos países seguía otorgando importancia vital a las relaciones tribales.
A pesar de algunos éxitos iniciales, entre los que cabe destacar el logrado por Kwane
Nkrumah quien llevó a Ghana a la independencia a finales de los años cincuenta, iniciando
así la descolonización del África sub-sahariana, las nuevas democracias africanas cayeron
ante los múltiples golpes de Estado perpetrados por sus cuadros militares
(paradójicamente, también formados en Europa).
El interés de las dos superpotencias de evitar la generalización de administraciones
contrarias a su bando supuso que la Guerra Fría encontrase un excelente caldo de cultivo
en África. Los golpes militares citados eran en muchos casos promovidos por el “riesgo” de
que la administración electa pasase al bando contrario. Ello suponía, a su vez, que grupos
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armados fueran fomentados para desestabilizar el nuevo gobierno dictatorial. Para
desgracia de los africanos, junto al interés de las dos superpotencias, en su continente eran
los intereses de las antiguas metrópolis los que favorecían todo tipo de intervenciones.
Países como Reino Unido, Francia o Bélgica no podían permitir que sus empresas
perdiesen las licencias de explotación de minerales, fosfatos, piedras preciosas, madera,
caucho y otros productos. Para ello, si era necesario, se favorecía la instauración de una
dictadura afín, antes que permitir la llegada al poder de algún demócrata que pretendiese
que las riquezas africanas fuesen controladas por los propios africanos. De este modo, se
desarrollaron algunas de las dictaduras más tiránicas, como por ejemplo las de Bokassa en
la República Centroafricana, Idi Amin en Uganda, Macías Nguema en Guinea Ecuatorial o
Mobutu Sese Seko en Zaire (actual República Democrática del Congo).
Como en Latinoamérica, en las antiguas colonias asiáticas, durante la posguerra tuvo
lugar una política de sustitución de importaciones, sobre todo en la industria ligera, que a partir
de finales de la década de 1960 sería canalizada hacia la exportación. La rápida
industrialización coexistió con un sector agrícola atrasado que provocaba un abundante
trasvase de mano de obra rural a la ciudad, con sus secuelas de hacinamiento urbano, falta
de prestaciones sociales y degradación de la calidad de vida. Aunque el reparto del aumento
de la riqueza no se generalizó, lo cierto es que sí se generaron altos índices de crecimiento
económico en la zona. Así por ejemplo, y si bien el nivel de partida era a todas luces bajo,
entre 1969 y 1973 la tasa de crecimiento del PIB sería del orden del 7% anual.
La razón principal de los aumentos de exportación se debió al carácter de competencia
y en general de no complementariedad de estas economías entre sí, lo que traía como
consecuencia un escaso grado de comercio intrarregional. Por tanto, el comercio exterior fue
canalizado hacia los países industrializados y económicamente avanzados. Al mismo tiempo,
tuvo lugar un control extranjero de los sectores claves y una escasez inicial de recursos
financieros y técnicos. Y es que, en general, estos países aportaban alta rentabilidad al
inversor extranjero por una serie de motivos, como por ejemplo, la abundancia de recursos
naturales, la existencia de mano de obra barata, una alta protección arancelaria, un rápido
crecimiento económico interno y una serie de compromisos oficiales de tipo económico-
político. También aquí la Guerra Fría y los intereses norteamericanos, por un lado, y los
soviéticos, por otro (con una cada vez mayor participación china) tuvieron presencia
importante, siendo la Guerra de Vietnam el ejemplo más evidente y trágico.
Como sucedió en 1929, los efectos de la crisis iniciada en 1973 se desplazarían de los
países más avanzados a los menos industrializados y en vías de desarrollo. El parón de la
actividad económica en los países desarrollados de occidente, en los que se encontraban la
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gran mayoría de los compradores de sus productos trajo como consecuencia la caída de las
exportaciones (de materias primas) e importaciones (de productos manufacturados), así como
del consumo interior. Al mismo tiempo, se incrementaba la inflación y la deuda exterior seguía,
también, creciendo.
La recuperación económica tras la crisis tardó en llegar a los países menos
industrializados y en desarrollo; en muchos casos, con menor intensidad que en los países
más avanzados y, desgraciadamente, para los menos desarrollados lo que llegaría es una
situación de no crecimiento en la que se ahondaría en la siguiente década.
En Latinoamérica la dureza de la crisis y la imposibilidad de hacer frente a la misma
por parte de los gobiernos dictatoriales de la zona influyó notoriamente en la paulatina caída
de dichos gobiernos y la instauración de sistemas democráticos. Sin embargo, las nuevas
autoridades electas recibían una peligrosa herencia (inflación, paro, deuda externa) y se veían
en la necesidad de solicitar ayuda a los organismos económicos internacionales. Como
consecuencia, debieron adoptar las duras medidas neoliberales aplicadas en Norteamérica y
en Europa, a saber, terapias de choque aconsejadas por el FMI, en forma de políticas
deflacionarias y de enfriamiento de la economía, caracterizadas por elevaciones en los tipos
de interés y por reducciones tanto del gasto público como de la cantidad de dinero en
circulación, cuyo precio político y su componente impopular, sin embargo, fueron bastante
elevados. La ciudadanía asociará la democracia a duras medidas de ajuste, generando una
inestabilidad social que se verá acrecentada por la presencia de movimientos guerrilleros
en muchos de estos países, así como por las numerosas intentonas golpistas.
Por su parte, en el sudeste asiático, y siguiendo la práctica puesta en marcha por la
filiales, delegaciones y sucursales de las empresas occidentales allí establecidas, se
incentivará el aprovechamiento de las ventajas derivadas del dumping social (mano de obra
barata y sumisa). Irán perdiendo importancia relativa las exportaciones de productos
primarios (caucho, aceite de palma y de coco, especias como la pimienta, productos forestales
o estaño), ante el aumento de exportaciones de productos de nivel tecnológico medio con
mayor valor añadido (productos químicos, maquinaria, material de transporte, manufacturas
ligeras y electrónicas, textiles). Ahora bien, las diferencias entre el entorno urbano
industrializado y el campo atrasado se acentuarán, así como las diferencias regionales en la
zona y dentro de los propios países.

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