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2. LA INTELIGENCIA EMOCIONAL II
Hasta hace poco, cuando se hablaba de la educación que se recibía en la escuela, así
como del aprendizaje y los modelos de enseñanza, se daba muy poca o nula
importancia a los sentimientos y emociones.
No obstante, desde hace poco esto no es así y es que, de cada vez más, se tiene más
en cuenta la educación emocional. Siguiendo a Mayer y Salovey, es muy importante
tratar de comprender y crear en nuestros adolescentes una forma inteligente de
sentir, sin olvidar cultivar los sentimientos de padres y educadores y, tras ello, el
comportamiento y las relaciones familiares y escolares se volverán más equilibrados.
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Por ello, la escuela tiene la responsabilidad de educar las emociones de los más
pequeños. Como hemos visto, la inteligencia emocional no es solo una cualidad de tipo
individual, sino que las organizaciones y grupos poseen su propio clima emocional,
determinado, en gran parte, por la inteligencia emocional de sus líderes.
En el ámbito escolar, los profesores son los principales líderes emocionales de sus
alumnos, por lo que, la capacidad de estos para captar, comprender y regular las
emociones de sus alumnos es el mejor índice del equilibrio emocional de su clase.
Por otra parte, los aspectos personal e interpersonal son bastante independientes, y
tienen que darse de manera concadenada. Podemos encontrarnos con personas muy
habilidosas en la compresión y regulación de sus emociones, así como muy
equilibradas, pero con pocos recursos para conectar con los demás. Por el contrario,
existen personas con una gran capacidad empática que les permite comprender a los
demás, pero que no logran gestionar sus propias emociones.
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Hecha esta breve introducción, pasemos a hablar sobre los siguientes elementos
básicos en relación a la educación de la inteligencia emocional en el entorno escolar.
Estos son:
Los sentimientos y emociones conforman un sistema de alarma que nos informa sobre
cómo nos encontramos, qué nos gusta o disgusta, o qué funciona mal a nuestro
alrededor, con el fin de realizar toda una serie de cambios en nuestras vidas para
lograr un estado emocional bueno y equilibrado.
Ser conscientes de las emociones y sentimientos implica que debamos ser hábiles en
múltiples facetas tintadas afectivamente. Junto a la percepción de nuestros estados
afectivos, se suman las emociones evocadas por objetos cargados de sentimientos,
reconocer las emociones expresadas, tanto verbal como gestualmente, en el rostro y
cuerpo de las personas; incluso distinguir el valor o contenido emocional de un evento
o situación social.
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La razón y la pasión son percibidas como aspectos opuestos en nuestra vida. Durante
siglos, filósofos y científicos han puesto en duda su carácter interactivo y de ayuda
recíproca. No obstante, es importante ser conscientes que las emociones y los
pensamientos se encuentran fusionados de manera sólida y, si sabemos utilizar las
emociones al servicio del pensamiento, ello nos ayudará a razonar de manera más
inteligente, de modo que podamos tomar las mejores decisiones posibles.
Por otra parte, cómo nos sentimos guiará nuestros pensamientos posteriores, influirá
en nuestra creatividad en el trabajo, dirigirá la manera de razonar y afectará a nuestra
capacidad diaria de deducción lógica.
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Con el fin de comprender los sentimientos y emociones de los demás, lo primero que
debemos hacer es aprender a comprendernos a nosotros mismos, determinando
cuáles son nuestras necesidades y deseos, qué personas, cosas o situaciones nos
provocan unos determinados sentimientos, qué pensamientos nos generan
determinadas emociones y cómo nos afectan y qué consecuencias y reacciones nos
provocan. Así, si somos capaces de reconocer e identificar nuestros propios
sentimientos, así como de explicarlos y comprenderlos, podemos conectar con los
sentimientos y emociones de los demás.
Para ello, es muy importante empatizar, que consiste en ser capaces de situarnos en el
lugar del otro y ser conscientes de sus sentimientos, causas e implicaciones
personales.
Desarrollar una plena destreza empática en los niños implica también enseñarles que
no todos sentimos lo mismo en situaciones semejantes y ante las mismas personas,
que la individualidad orienta nuestras vidas y que cada persona siente distintas
necesidades, miedos, deseos y odios.
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Un experto emocional elige bien los pensamientos a los que va a prestar atención con
el fin de no dejarse llevar por su primer impulso e, incluso, aprende a generar
pensamientos alternativos adaptativos para controlar posibles alteraciones
emocionales. De igual manera, una regulación efectiva contempla la capacidad para
tolerar la frustración y sentirse tranquilo y relajado ante metas que se plantean como
muy lejanas o inalcanzables.
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A modo de definición, el fracaso escolar es un término que requiere ser definido con
mayor propiedad y de manera más extensa.
Por tanto, el fracaso escolar puede darse en torno a una determinada capacidad, como
puede ser, por ejemplo, la comprensión lectora. Así, el alumno presenta dificultades
para leer y comprender lo que lee, excede el ámbito de una materia dada y le acarrea
dificultades en todas las materias para las cuales necesita poder comprender un texto
como parte del aprendizaje.
Por lo general, la forma de fracaso escolar a la que más comúnmente nos referimos es
a la más radical y extrema de todas: el abandono o la imposibilidad de finalizar el ciclo
lectivo. El abandono escolar es una forma de fracaso escolar y sus causas y motivos son
múltiples.
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Cuando hablamos de los factores que pueden provocar el fracaso escolar, el tema se
vuelve más complejo todavía, y es que las causas que lo provocan, en su caso más
extremo, pueden venir de diferentes ámbitos, como puede ser el familiar, la situación
social del niño o niña, la desmotivación o una integración social fallida de un colectivo
de personas.
A pesar de lo que se cree, el fracaso escolar no es culpa del niño o niña, sino que es
culpa de la propia acción educativa. Según los expertos en la materia, el alumno es
considerado el eslabón débil de la cadena y no debe asignarse a él el fracaso. En todo
caso, el alumno sufre de las consecuencias de ese fracaso pero ni lo provoca ni tiene la
culpa de que suceda.
Los alumnos tienen dificultades pero nunca tienen fracaso. Así, pueden tener
dificultades para prestar atención en clase y eso les provoca malos resultados a la hora
de los exámenes. Pero el fracaso es de la institución que no pudo ayudar a ese chico
con su dificultad de aprendizaje.
Las causas más comunes de fracaso escolar son múltiples, y presentan varios
responsables. Como hemos dicho, en la cadena educativa, los niños no son los
culpables del fracaso escolar, sino que es el colectivo educativo el que no puede
resolver problemas puntuales de los chicos, los cuales conducen al fracaso escolar.
Existe toda una serie de dificultades a las que los docentes y la comunidad educativa
deben hacer frente para evitar las situaciones de fracaso escolar. Aquí presentaremos
algunos de los problemas más importantes.
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Otra gran causa del fracaso escolar es la falta de motivación. Tanto niños como
adultos, hacemos las cosas por motivación, debido a que algo nos entusiasma. Así,
desde la institución educativa, debe trabajarse para lograr la motivación de los niños
en la escuela, ya que, de lo contrario, no realizarán sus tareas por gusto, sino por
obligación, provocando ello que no se obtengan resultados favorables. Así, se debe
lograr que estos obtengan una satisfacción por el trabajo logrado, el objetivo
alcanzado y la prueba superada.
Es muy importante estar atentos a cualquier cambio que pueda darse en la actitud y
conducta del niño o niña, y es que un motivo de los cambios pronunciados es la
depresión. Es fundamental que no consideremos la depresión como algo exclusivo de
los adultos, ya que los niños pueden también padecerla, repercutiendo negativamente
en su rendimiento escolar.
Uno de los trastornos más frecuentes que se diagnostica en niños en los primeros años
de escolaridad es la dislexia. Es importante tener un diagnóstico prematuro del
problema de aprendizaje porque de eso dependerá la posibilidad de superarlo.
Tal y como afirma Lawrence E. Shapiro, todos los niños se pueden beneficiar con el
aprendizaje de las capacidades de la inteligencia emocional, no solo los niños
derivados por mostrar problemas específicos.
Anna Freud, hija de Sigmund Freud y célebre terapeuta infantil por derecho propio, fue
la que explicó y defendió que jugar es el trabajo de los niños.
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Como hemos comentado ya, tener un coeficiente emocional elevado resulta tan
importante como tener un coeficiente intelectual elevado. De hecho, son muchos los
estudios que demuestran que los niños con capacidades en el campo de la inteligencia
emocional son más felices, más confiados y tienen más éxito en la escuela, y es que
dichas capacidades se convierten en la base para que los niños y niñas se conviertan en
adultos responsables, atentos y productivos.
Las investigaciones muestran que las mismas capacidades del coeficiente emocional
que dan como resultado que el niño o niña sea considerado como un estudiante
entusiasta y motivado por parte de sus profesores, o apreciado por el resto de sus
compañeros, ayudarán a ese niño o niña en un futuro en temas tales como el trabajo,
la relación con la pareja, la familia, etc.
Sobre ello, Salovey y Mayer fueron los primeros en definir la inteligencia emocional
como un subconjunto de la inteligencia social que comprende la capacidad de controlar
los sentimientos y emociones propias, así como las de los demás, de discriminar entre
ellas y utilizar esta información para guiar nuestro pensamiento y nuestras acciones.
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Desde el punto de vista de su desarrollo, los niños están preprogramados para tener
confianza en sus capacidades, por lo menos hasta haber alcanzado los siete años.
Hasta esta edad, los niños no distinguen el esfuerzo de la capacidad, y mientras lo
intentan, la mayoría cree que finalmente tendrá éxito.
Por supuesto, la figura del padre o la madre perfectos no existe, aunque muchos
psicológicos utilizan la expresión padre o madre suficientemente bueno para referirse
a aquellos progenitores que proporcionan a sus hijos los ingredientes suficientes para
que dispongan de los elementos básicos del crecimiento social y emocional, brindando
las oportunidades para que sus hijos continúen su desarrollo fuera de la familia.
Los investigadores dedicados a estudiar cómo reaccionan los padres con sus hijos, han
establecido tres estilos generales de padres; el autoritario, el permisivo y el autorizado
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Como afirma William Damon en su libro Greater Expectations: Overcoming the Culture
of Indulgence in Our Homes and Schools (Mayores expectativas: sobreponerse a la
cultura de la indulgencia en nuestros hogares y en la escuela); todos los jóvenes
necesitan disciplina en un sentido positivo y restringido. Si los niños pretenden
aprender capacidades productivas, necesitan desarrollar la disciplina a fin de
aprovechar al máximo sus talentos innatos. También deben encontrar una disciplina
firme y coherente cada vez que ponen a prueba los límites de las normas sociales
(como lo hacen todos los niños de vez en cuando).
Aunque existen cientos de libros sobre la manera de disciplinar mejor a los hijos, la
disciplina efectiva se reduce realmente a unos pocos principios y estrategias:
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De este modo, en este apartado nos centraremos en el libro de Adele Faber y Elaine
Mazlish; Cómo hablar para que sus hijos le escuchen. Y cómo escuchar para que sus
hijos le hablen.
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Alternativas al castigo
- Dele opciones para que escoja ¿Qué prefieres, ir a jugar con tus primos o
quedarte en casa?
- Muestre respeto por su lucha personal Este juego es difícil de montar, pero
puede resultarte útil revisar las instrucciones.
- No haga demasiadas preguntas Me alegro de verte.
- No se precipite dando respuestas ¿Te parece bien?
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El elogio y la autoestima
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Según establece Lawrence E. Shapiro, todos los niños pueden beneficiarse con el
desarrollo moral.
- Adoptar y comprender aquello que distingue una buena conducta de una mala
conducta, así como desarrollar hábitos de conducta compatibles con aquello
que perciben como bueno.
- Desarrollar interés, consideración y un sentido de responsabilidad por el
bienestar y los derechos de los demás. Este interés se deberá expresar
mediante actos de atención benevolencia, amabilidad y caridad.
- Experimentar una reacción emocional negativa, incluyendo vergüenza, culpa,
indignación, temor y desprecio ante la violación de las normas morales.
El deseo de preocuparnos por los demás, llegando incluso al altruismo, sin duda forma
parte de nuestro código genético.
Tanto la historia como la experiencia cotidiana revelan numerosos casos en que los
seres humanos se preocupan por los demás. Pero a pesar de nuestra predisposición
genética a interesarnos por los demás, estudios de diferentes culturas muestran que el
desarrollo moral puede verse directamente influido por prácticas y valores educativos.
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Las dos emociones principales que modelan el desarrollo moral de un niño son la
empatía y lo que uno podría llamar instinto de atención, que incluye nuestra capacidad
de amar.
La empatía
Entre su primer y segundo año, los niños ingresan en una segunda etapa de empatía
en la que pueden ver claramente que la congoja de otra persona no es la propia. La
mayoría de los niños de esa edad tratan, en forma intuitiva, de reducir la congoja del
otro. Sin embargo, debido a su desarrollo cognoscitivo inmaduro, no están seguros de
lo que deberían hacer exactamente, adquiriendo un estado de confusión empática.
Algunos niños parecen nacer con más empatía que otros. Los psicólogos M. Radke-
Yarrow y A. Zahn-Waxler señalan, a partir de un estudio sobre niños de uno a dos años,
que algunos respondieron a la congoja de otros niños con una expresión de
sentimientos empáticos e intentos directos por ayudar, mientras que otros se
limitaron a observar y expresar más interés que preocupación. Un tercer grupo mostró
una reacción negativa ante el dolor de otros niños, algunos se retiraron de los que
estaban llorando y otros incluso regañaron o golpearon al niño que se lamentaba.
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Al final de la niñez, entre los diez y doce años, los niños expanden su empatía más allá
de aquellos a los que conocen u observan directamente, para incluir a grupos de gente
que no conocieron nunca. En esta etapa, denominada empatía abstracta, los niños
expresan su preocupación por gente que tiene menos ventajas que ellos. Cuando los
niños hacen algo acerca de estas diferencias percibidas a través de actos caritativos y
altruistas, podemos suponer que han adquirido en forma completa la capacidad de
empatía del coeficiente emocional.
Como hemos visto, la empatía, considerada como la base de todas las capacidades
sociales, surge, por norma general, en la gran mayoría de niños y niñas.
Sobre ello, son numerosos estudios los que establecen que no existen apenas
diferencias significativas entre las conductas empáticas de niños y de niñas. Por norma
general, los niños son tan serviciales como las niñas, aunque ellos tienden a desarrollar
actividades físicamente serviciales, mientras que ellas son más aptar para ser más
solidarias desde un punto de vista psicológico. Tampoco se aprecian diferencias
significativas en temas como el contexto, y es que ni la clase social ni el tamaño de la
familia parecen estar relacionados con los comportamientos empáticos, aunque las
hermanas mayores parecen ser en general más serviciales que sus contrapartes más
jóvenes. Tiende a producirse una conducta más servicial entre hermanos cuando
existen más diferencias de edades.
Durante los primeros años de edad, la educación que reciban los niños en casa es
realmente importante en lo que a inteligencia emocional se refiere, por lo que será
clave enseñarles a tener una conducta responsable y a actuar con bondad.
Así, deberemos enseñar a nuestros hijos a preocuparse por los demás, pero no lo
haremos solo de manera verbal, sino mediante la experiencia, y es que, como
veremos, algunas de las capacidades del coeficiente emocional, en particular, aquellas
que están ligadas a las relaciones de su hijo con los demás, solo pueden enseñarse en
forma efectiva al cerebro emocional.
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En lo que se refiere a las emociones morales, resulta interesante hablar sobre las
emociones morales de la vergüenza y la culpa.
El movimiento del potencial humano, liderado por idealistas tales como Carl Rogers y
Virginia Axline, sostenía que cada individuo tenía el derecho y el poder de realizarse a
sí mismo a su manera. Sobre la base del respeto y la fe en la capacidad del individuo,
se creía que la bondad inherente en los niños se revelaría de manera invariable una
vez eliminados los obstáculos y las expectativas restringidas para que los niños
pudieran expresar sus sentimientos y necesidades.
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buenas y las emociones malas, de modo que estos sean capaces de identificarlas, así
como identificar el motivo que les lleva a sentirlas y de qué manera las pueden
manejar y gestionar.
El pensamiento realista
Los niños pueden criarse para actuar en beneficio propio y de los demás. Sin duda, lo
más importante que podemos hacer para ayudar a nuestros hijos a desarrollar una
pauta de pensamiento realista es ser sinceros y veraces, por lo que, tratar de
protegerlos del estrés y del dolor, no les supondrá ningún beneficio, ya que se les
estará ocultando algo que tarde o temprano descubrirán.
Sobre ello, resulta interesante hablar sobre el optimismo, considerado algo más que el
simple pensamiento positivo. Se trata así de un hábito de pensamiento positivo,
definido como la disposición o tendencia a mirar aquello más favorable de los
acontecimientos, así como a esperar el resultado más favorable posible.
El psicólogo Martin Seligman, autor de The Optimistic Child (El niño optimista),
establece que el optimismo es mucho más que un simple rasgo atractivo de la
personalidad de las personas. De hecho, este puede ser un tipo de inmunización
psicológica contra toda una serie de problemas con los que nos podemos topar a lo
largo de la vida.
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Seligman escribe que, en más de 1.000 estudios, que incluyen a más de medio millón
de niños y adultos, la gente optimista se mostraba con menos frecuencia deprimida,
tenía más éxito en la escuela y en el trabajo y, curiosamente, era más saludable
físicamente que la gente pesimista. No obstante, cuando el niño no nace con una
disposición optimista, el optimismo es una capacidad del coeficiente emocional que
puede aprenderse.
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Para ello, resulta interesante poner en práctica las tres siguientes acciones:
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La manera cómo resolvemos los problemas forma parte inherente del crecimiento de
una persona, y es que ya durante los primeros meses de vida, el niño o niña adquiere
la capacidad para resolver problemas. De hecho, su crecimiento intelectual y
emocional está impulsado por el proceso de resolución de problemas.
No obstante, y al igual que sucede con otras habilidades y capacidades del coeficiente
emocional, la capacidad de resolución de problemas está íntimamente ligada a nuestra
edad.
Este principio resulta válido cuando les enseñamos a nuestros hijos a resolver sus
problemas personales internos. Con cada experiencia positiva de resolución de
problemas que le damos a nuestros hijos, construimos un depósito de hechos y
experiencias al que pueden recurrir para resolver el problema siguiente. Así, estamos
creando caminos para la resolución de problemas que comienzan con sus impulsos
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Como padres, cuando nuestros hijos nos observan analizar, de manera tranquila, un
problema, resolviendo las cosas por medio de la lógica y ponderando soluciones
alternativas, estos comienzan a imitar este comportamiento. De este modo, como
padres, en este aspecto, debemos enseñar a través del ejemplo. Así, si nuestros hijos
observan que cuando tenemos un problema nos enfadamos y acabamos gritando,
ellos aprenderán que esa es la manera para resolver un problema, de modo que nos
imitarán. Por el contrario, si nos lo tomamos con calma, imitarán nuestro
comportamiento tranquilo.
La doctora Louise Hart habla en sus trabajos sobre el papel de liderazgo de los padres,
y establece la existencia de seis cualidades de liderazgo que los padres deben exhibir
para mantener la felicidad y la estima individual en la familia. Estas son:
Una buena manera de enseñar al niño o niña a resolver los problemas es mediante las
llamadas reuniones familiares. En estas deberán acudir todos los miembros de la
familia (padres e hijos), con el fin de tratar aquellos problemas o asuntos que afectan a
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toda la familia, de modo que cada miembro tenga la oportunidad para examinar y
desarrollar un problema o asunto al que debe enfrentarse.
A la hora de tratar el asunto, será de gran ayuda seguir los pasos siguientes:
- Identificar el problema.
- Pensar en soluciones alternativas
- Comparar cada solución.
- Escoger la mejor solución.
- En la siguiente reunión, informar sobre el resultado de la solución propuesta y
analizar las modificaciones que resulten necesarias.
Los estudios de investigación han demostrado que los niños que habían adquirido la
capacitación del YPRP en la etapa preescolar tenían menos probabilidad de
experimentar problemas en el jardín de infantes. Los niños capacitados en el programa
YPRP no solo tienen menos probabilidad de ser impulsivos, insensibles, agresivos o
antisociales, sino que tienen más éxito en su desempeño académico.
Dicho programa se inicia enseñando a los niños pequeños seis pares de palabras que
forman la base de las capacidades para resolver problemas. De modo que podemos
servirnos de estos pares de palabras de manera lúdica con el fin de lograr que nuestros
hijos empiecen a usarlos de manera regular y a asociarlos con una actividad divertida.
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Ello aumenta las probabilidades de que las acaben utilizando cuando deban
enfrentarse a un problema interpersonal.
De todas las capacidades emocionales que desarrolla un niño o niña, sin duda, la que
más repercusión tendrá en su éxito y satisfacción en la vida será la de llevarse bien con
los demás, esto es, la capacidad de socialización.
Así, para que el niño o niña se desempeñe de manera efectiva en el mundo social,
necesita aprender a reconocer, interpretar y responder de manera apropiada a las
situaciones sociales. Esto es, debe juzgar la manera de conciliar sus necesidades y
expectativas con las de los demás.
Del mismo modo que ocurre con cualquier otra capacidad emocional, el proceso de
socialización empieza con una combinación del temperamento heredado del niño o
niña y su reacción ante él.
Los niños con temperamentos menos sociables pueden sin duda ser tan felices y tener
tanto éxito como los demás, pero requieren más paciencia y atención por parte de los
adultos.
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McGhee defiende que los niños que tienen habilidad para el humor pueden tener más
éxito en sus interacciones sociales a lo largo de su niñez, observando que resulta difícil
que alguien que hace reír no caiga bien. La investigación ha respaldado la percepción
común de que los niños considerados graciosos son más populares, mientras que los
niños que carecen del sentido del humor son descriptos como menos simpáticos por
sus pares.
Otros investigadores han descubierto que incluso los niños de cuatro y cinco años con
una competencia social considerada elevada, iniciaron con mayor frecuencia
interacciones humorísticas con otros niños. También festejaban más el humor de los
demás. En otro estudio, los niños de ocho a trece años que se consideraban tímidos
también se percibían a sí mismos como poco divertidos. Y en otro estudio de
estudiantes universitarios, la calidad de ser entretenido era identificada como una de
las tres dimensiones básicas de la amistad.
Siguiendo con McGhee el verdadero humor se inicia en el segundo año de vida del
niño o niña, momento en el que empieza a comprender la naturaleza simbólica de las
palabras y los objetos. A esa edad, la base del humor es la incongruencia física. Por
ejemplo, para un niño de dos años, colocar un zapato sobre la cabeza de alguien
simulando que se trata de un sombrero, es algo realmente gracioso, así como ver, en
los dibujos animados como un ratón es perseguido por un gato, y este por un perro.
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Durante los primeros años de vida, hacer amigos es más importante de lo que
imaginamos, y es que, tal y como indicó Harry Stack Sullivan, un estudiante de
Sigmund Freud, las relaciones sociales de los niños son realmente importantes para el
desarrollo de sus personalidades. Este opinaba que la personalidad en desarrollo de un
niño era igual a la suma de todas sus relaciones interpersonales comenzando, por
supuesto, por su relación con sus padres.
Alcanzados los siete u ocho años, el niño o niña empieza a alejarse de la influencia de
sus padres, y presta más atención a sus compañeros, buscando afecto, aprobación y
apoyo. Aunque en la familia el apoyo emocional es algo que se da por sentado, entre
grupos de niños se trata de una recompensa que se gana. El camino hacia dicha
recompensa se vislumbra en su mayor parte a través de la capacidad emocional y
social del niño. Según Sullivan, la amistad entre niños imprime hábitos de por vida en
la relación con los demás, así como un sentido de autoestima casi igual al que se
desarrolla a través del amor y el cuidado de los padres.
Por el contrario, cuando un niño carece de amigos o de la aceptación por parte de sus
padres, sobre todo durante los años de la escuela primara, carga con cierto sentido de
lo incompleto y de insatisfacción, a menudo a pesar de logros significativos.
Hacerse amigos es una capacidad que resulta difícil de aprender después de la niñez. Y
es que, existen ciertas capacidades emocionales que se ven influidas por un periodo de
desarrollo determinado, como es esta. Ello no quiere decir que si un niño de pequeño
ha sido incapaz de hacer amigos, de adulto tampoco los hará, pero sí que le costará
más.
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Alcanzados los tres o cuatro años de edad, a los niños les gusta estar cerca de grupos
de otros pequeños. Inicialmente, jugarán con niños y niñas indiscriminadamente,
aunque llegados a los cuatro-cinco años, empezarán a mostrar preferencia por los
grupos de su mismo sexo.
A partir de los seis o siete años, empezarán a apreciar de qué manera, ser miembro de
un grupo puede mejorar su confianza y su sentido de pertenencia. Aunque empiezan a
desarrollar un fuerte sentido de lealtad hacia estos grupos, estos siguen estando
definidos y organizados, de manera exclusiva por los adultos.
Dado que los niños suelen buscar a sus compañeros de juego en el seno del grupo de
pares, un sentido de identidad grupal puede comenzar a cobrar tanta importancia
social como la familia.
Cuando se alcanzan los siete u ocho años, los niños y niñas comienzan a definir ellos
mismos sus grupos de pares. Al principio, la estructura del grupo es mucho más
importante que su función. Los niños suelen formar clubes secretos con el propósito
exclusivo de definir quién puede pertenecer o no a dichos clubes. Estos se preocupan a
menudo por elegir a un presidente, un vicepresidente y otros funcionarios y por
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establecer un programa de reuniones, normas y rituales. Todo ello hace que se cree en
ellos el sentimiento de pertenencia.
Entre los nueve y doce años, el interés de los niños por los grupos se vuelve una
preocupación. Son ahora casi exclusivamente del mismo sexo y, por supuesto, el tema
más común de los debates del grupo es el sexo opuesto. Los grupos de esa edad y de
adolescentes se caracterizan por una fuerte presión para amoldarse, una presión que
se convierte, a menudo, en un disfraz transparente para las formas más crueles de
aislamiento social.
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obtener una calificación más alta, orientará sus esfuerzos, de manera consciente o
inconsciente, hacia la mediocridad, independientemente su potencial intelectual.
Las expectativas que se generan los niños sobre sus capacidades empiezan en el hogar
pero, por supuesto, esto no es suficiente, ya que estas no sirven de nada si no vienen
acompañadas y respaldadas por la valorización del aprendizaje por parte de los padres.
Los elogios sirven para aumentar la autoestima de los otros. No obstante, un elogio
excesivo produce el efecto inverso sobre la confianza en uno mismo, y es que si nos
dedicamos a elogiar, de manera indiscriminada, todo lo que hacen nuestros hijos,
estos no aprenderán a juzgar sus capacidades de manera realista. Por consiguiente,
tienen más tendencia a sentirse decepcionados cuando se encuentran en un ambiente
escolar competitivo.
Estos aprenden que sus acciones específicas pueden producir resultados previsibles y
que el camino hacia el éxito se construye sobre la base de su propia decisión y
perseverancia.
Para ayudar a nuestros hijos a desarrollar un sentido del dominio y control que, a su
vez, conducirá hacia una iniciativa y orientación propia recientes, deberemos esperar a
que estos hagan más por su propia cuenta. Es muy importante dejar la tendencia de
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darles a nuestros hijos más y pedirles menos, ya que ello, en ningún modo, ayuda a
enseñarles automotivación y sentido del propósito.
Una buena manera para lograr mantener la automotivación es dividir una tarea en
pasos manejables, ya que ello nos permite administrar las tareas a realizar y nos
facilita la realización de tareas difíciles.
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Estas son:
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Aunque estas etapas del desarrollo influyen en los niños a medida que crecen, por
supuesto, no todos los niños reaccionan y actúan de la misma manera. Muchos de
ellos desarrollan buenos hábitos de trabajo y un entusiasmo desenfrenado por
aprender que no disminuye en la adolescencia.
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pueden ser reforzadas mediante el sistema límbico. Enseñar a través del centro
emocional del cerebro es por definición algo más placentero, pero ello no significa que
no pueda ser muy efectivo para cambiar la forma en que estos aprenden los hábitos de
trabajo.
Ello ocurre cuando, trabajando, estamos disfrutando tanto que no nos damos cuenta
del paso del tiempo, percibiendo ese tiempo como de ocio, más que como de trabajo.
Muchas personas experimentan esa sensación cuando están dedicadas a un hobby,
por lo que, en el aprendizaje y desarrollo de un niño, disponer de un hobby es algo
realmente importante. Fue Anna Freud una de las primeras personas en percibir la
importancia de estos, ya que además de ayudar en el desarrollo de los niños, les
enseñan a crear hábitos de trabajo.
Igual que los juegos, los hobbies son placenteros, comparativamente libres de
presiones y alejados, pero no demasiado, de los impulsos básicos del niño. Igual que el
trabajo, estos requieren de importantes capacidades cognoscitivas y sociales, tales
como la planificación, el retraso en la gratificación y el intercambio de información con
los demás, entre otras.
Muchos tipos de hobbies sirven para aprender las capacidades emocionales que
asociamos a la automotivación y la realización, pero la mayoría de ellos recaen en
cuatro grandes categorías; coleccionar, los hobbies de destreza, los relacionados con la
ciencia y los de desempeño.
Aunque muchos niños buscan hobbies similares a los de sus padres, algunos
seleccionan hobbies basados en los que son interesantes para sus amigos, y otros
simplemente se despiertan un día con un interés único.
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Es muy importante no dar todo hecho a nuestros hijos, sino que debemos enseñarles a
esforzarse y a trabajar para conseguir lo que quieren. Si se lo damos todo hecho, estos
serán incapaces de percibir el valor de los esfuerzos, no serán conscientes de lo que
cuesta lograr algo y cuando fracasen, no lo tolerarán, siendo incapaces de ver en qué
han fallado y corregir sus errores.
Mediante el estudio de otras especies, así como del desarrollo evolutivo de las
emociones humanas, sabemos que las emociones y los sentimientos cumplen toda una
serie de propósitos determinados con el fin de que un niño logre desarrollarse hasta
convertirse en un adulto feliz y con éxito.
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Sobre ello, y aunque resulta importante enseñar a nuestros hijos a hablar sobre sus
sentimientos y a escuchar atentamente los sentimientos expresados por los demás, las
investigaciones han descubierto que las palabras representan en realidad solo una
pequeña parte de la comunicación emocional, por lo que será realmente importante
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Con el fin de negociar entre sus impulsos y la amenaza de castigo, Freud postuló que el
niño desarrolla un Yo que actúa como intermediario o administrador emocional. El Yo
se convierte en la voz de la razón de un niño en desarrollo, una fuerza de adaptación
que le permite obtener lo que desea de una manera socialmente adecuada. De este
modo, y en el ejemplo expuesto, para obtener su golosina, el niño podría esperar hasta
la cena y pedir la golosina como postre, llevar a cabo una tarea doméstica inesperada y
esperar su recompensa, o simplemente pedir lo que quiere y explicarles a sus padres
que una golosina podría mejorar un poco su día. Freud creía que cuánta más
conciencia de sus diversas opciones y ponderarlas, pudiera tener un niño, más
probabilidades tendría de tener éxito en sus metas.
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FUNDAMENTOS EN LA PSICOLOGÍA CLÍNICA Y DE LA SALUD II
Los terapeutas y asesores que ayudan a los niños a desarrollar el control emocional
siguen tratándolos sobre la base de estas mismas suposiciones, a saber, que para
ayudar a un niño a dominar sus pasiones inconscientes, uno debe ayudarlo a
desarrollar mecanismos de control del Yo, incluyendo el insight, la planificación, el
retraso en la gratificación y la conciencia de los demás.
Con ello, establecen que la información sensorial, ya sea en la forma de una voz dura o
seductora, es canalizada por el tálamo hacia diferentes áreas de nuestro centro
cerebral más elevado; la corteza, donde le damos algún sentido. Los lóbulos frontales
de la corteza parecen ser particularmente importantes en el control emocional, y
muchos científicos creen que ese es el sitio de la conciencia de sí mismo.
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Los neurocientíficos como Joseph LeDoux creen que la memoria emocional del
cerebro, que es distinta de la memoria cognoscitiva más familiar, puede explicar la
razón por la que los traumas de la infancia pueden afectarnos como adultos, aunque
no podamos recordarlos de manera consciente. Los recuerdos emocionales, tales
como sentirnos abandonados cuando nuestros llantos no eran respondidos con la
suficiente rapidez, se encuentran almacenados en la amígdala sin el beneficio de las
palabras o incluso de las imágenes conscientes pero, de todos modos, pueden
desempeñar un papel importante en nuestra forma de sentir y actuar.
Comprender los aspectos neuroanatómicos de las emociones nos permite ver que
existen dos sistemas por medio de los cuales los niños aprenden el control emocional.
Aunque la teoría de Freud refleja su comprensión intuitiva de cómo la parte pensante
del cerebro maneja las emociones, este no percibió el significado del cerebro
emocional, que es capaz de pasar por alto completamente la parte pensante. De esta
manera, cuando estimulamos lo que Freud denominaba las fuerzas del Yo del niño, lo
que realmente activamos son funciones corticales (pensantes) del cerebro, pero
descuidamos el sistema complejo del cerebro emocional, que desempeña un papel
mucho más significativo en el manejo de emociones fuertes.
En la enseñanza del control emocional de los niños, ello implica que, hablarles para
ayudarles a desarrollar la percepción de sus sentimientos, no resulta suficiente. Hablar
pone en marcha los centros de control en la parte pensante del cerebro, pero produce
un impacto relativamente reducido sobre el control emocional.
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El problema emocional más común a que deben enfrentarse los niños hoy en día es,
sin duda, el control de la ira. Por lo que resulta imprescindible conocer de qué manera
les podemos ayudar a dominar esa emoción.
Por supuesto, la solución pasa por una reeducación emocional, por lo que son
necesarias las siguientes pautas:
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