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La novela La Metamorfosis, escrita y publicada por el autor bohemio (lo que hoy en día es
República Checa) Franz Kafka en 1915, nos cuenta la historia de Gregorio Samsa, un joven
comerciante de telas, que de un día para el otro experimenta una transformación en un insecto, lo
que inmediatamente cambia su vida por completo (principalmente para mal) y estorba de una
manera tragicómica los vínculos con sus padres y su hermana, Greta, al punto que ésta última
decide que la mejor forma de tanto terminar con el sufrimiento del propio Gregorio, como del
resto de la familia, es su muerte, la cual, una vez producida, parece haber generado en estos
últimos un efecto más que positivo, o al menos que ha servido para que éstos, principalmente
Greta, adquieran ciertos aprendizajes.
La obra es considerada vanguardista ya que, pese a que hasta los días presentes se sospecha que
encierra alguna que otra alegoría o simbología, Kafka la ha concebido como una simpre obra
tragicómica, sin ninguna intención de esconder detrás de ella ningún tipo de posible
interpretación, y pretendiendo que simplemente sea vista como la historia de la transformación
de una persona en un ser monstruoso, el cual lentamente descubre que debe enfrentarse a la
cruda realidad de no volver jamás a su vida anterior. El mismo Kafka la consideraba un relato de
humor, es por ello que en parte también se conciba a la novela como vanguardista o innovadora,
por narrar una historia que intenta mostrarse como una comedia trágica, tratando de evidenciarlo
lo menos posible. Desde el comienzo del libro, se nos presentan situaciones de este calibre, con las
cuales se busca hacer que se visualice un momento algo desgraciado, en una situación de cierta e
irónica graciosidad:
“–Gregor –era la madre–. Son las siete menos cuarto. ¿No tenías que
salir temprano?
¡Esa voz dulce! Gregor se sobresaltó al oírse responder con una voz
que era la suya de siempre, pero en la que intervenía, irreprimible,
como surgiendo del fondo, un gemido perturbador que sólo en un
primer momento permitía comprender sus palabras, para
distorsionarlas de inmediato en su resonancia, a tal punto que uno
temía haber oído mal. Había querido responder en extenso y
explicarlo todo, pero dadas las circunstancias se limitó a decir:
–Sí, sí… Gracias, madre, ya me levanto”
“–No se siente bien –le dijo la madre al jefe, mientras el padre seguía
hablando a través de la puerta–. No está bien, señor, se lo puedo
asegurar. ¿Si no por qué iba a perder el tren? ¡Si ese muchacho no
piensa en otra cosa que en el trabajo! A mí me gustaría que saliera
de noche; ahora pasó una semana entera en la ciudad, pero no salió
ni una sola noche. Se sienta con nosotros a la mesa, y lee el diario o
estudia horarios de trenes. Su única diversión es la carpintería.
Acaba de hacer un marquito, por ejemplo, que le llevó dos o tres
noches; le sorprendería ver qué lindo le quedó; lo colgó en su cuarto;
ahora lo verá, cuando Gregor abra la puerta. Pero me alegro que
haya venido, señor jefe; nosotros nunca habríamos podido convencer
a Gregor de que abriera la puerta; es tan testarudo… Y no se siente
bien, eso es seguro, aunque haya dicho lo contrario esta mañana.”
Esta última cita es un claro ejemplo del absurdo empleado, además de que demuestra con un tono
de mordacidad el cómo, de un instante a otro, no sólo cambia la vida de Gregorio, sino también de
su familia, que intenta acostumbrarse de manera abrupta al incidente, sabiendo que no volverán a
contar con la vida que llevaban. Esto puede evidenciarse en la reacción que ellos, junto al
empleador de Gregorio, tienen al verlo por primera vez.
“Al tener que abrirla de este modo, no se lo pudo ver aun cuando la
puerta estuvo bien abierta. Antes debía girar lentamente alrededor de
uno de los batientes, con muchas precauciones si no quería caer
pesadamente de espaldas, para asomarse al otro cuarto. Estaba
concentrado en esta maniobra compleja, sin prestar atención a nada
más, cuando oyó una fuerte exclamación del jefe: “¡Oh!” (sonó
como una ráfaga de viento). Entonces lo vio, porque el jefe era el
más próximo a la puerta: se llevaba una mano a la boca abierta y
retrocedía lentamente como si una fuerza invisible lo empujara hacia
atrás. La madre, que a pesar de la presencia del jefe tenía el pelo
suelto y todavía enredado, miró primero al padre, tomándose las
manos, después dio dos pasos en dirección a Gregor, y se derrumbó
en medio de sus faldas abiertas en un círculo alrededor de ella, que
inclinaba la cabeza sobre el pecho, y no se le veía la cara. El padre
tenía un gesto hostil, y apretaba los puños, como si quisiera rechazar
a Gregor de vuelta a su cuarto; después paseó una mirada vacilante a
su alrededor, y se tapó los ojos con las manos y lloró, sacudiendo su
pecho enorme.”
La historia en todo momento busca que el lector sienta empatía por el protagonista y su brusco
cambio de vida, aun cuando quiere que la narración sea leída como una anécdota sobre la absurda
e inexplicable transformación de un hombre en insecto. Esta cita es un buen ejemplo:
Kafka pretende lograr que los lectores den cuenta de cómo es la nueva normalidad de los Samsa,
narrando diversas situaciones donde la familia debe tomar responsabilidad por el cuidado de
Gregorio, en su nueva forma:
“(…)Sin embargo, hoy, esa suma no alcanzaba para que pudieran vivir de
los intereses; alcanzaría para mantenerlos durante un año, dos como
máximo, pero no más. Y en realidad lo más conveniente sería
guardarla intacta para una emergencia. En cuanto al dinero para
vivir, había que ganarlo. El padre de Gregor, aunque gozaba de
buena salud, era un hombre mayor, que no había trabajado en los
últimos cinco años y que de ningún modo podía hacerse cargo de
tareas pesadas; durante estos cinco años, que habían sido las
primeras vacaciones de una vida de trabajo duro aunque sin mayores
resultados, había engordado mucho, lo que lo volvía lento en los
movimientos. ¿Y acaso la vieja madre iba a salir a ganar un sueldo,
con su asma que ya le hacía bastante difícil recorrer el departamento,
y que debía pasar un día de cada dos tendida en el sofá frente a la
ventana abierta, respirando trabajosamente? ¿Debía hacerlo la
hermana, que era una niña de apenas diecisiete años a la que nadie
podría haberle reprochado la vida que había llevado hasta ahora,
dedicada a vestirse con ropa bonita, a dormir hasta tarde, a dar una
ayuda en la casa, a participar en algunas modestas distracciones, y
sobre todo a tocar el violín? Cada vez que en la conversación se
hablaba de esta necesidad de ganar dinero Gregor soltaba la puerta y
se arrojaba en el sillón de cuero que había al lado, para calmar con
su frescura el ardor de vergüenza y dolor que sentía .”
Este proceso de andamiaje a la nueva vida que deben llevar, comienza a impacientar a algunos de
los miembros de la casa, que empiezan, lógicamente, a ver a Gregorio como una carga. El autor
busca que el lector no sólo tome partido por el protagonista, sino por su convulsionada familia:
“La familia por su parte, comía en la cocina. Salvo que el padre, antes
de ir a comer, pasaba por la sala y después de hacer una reverencia,
con la gorra en la mano, daba la vuelta a la mesa. Los caballeros se
ponían de pie todos a una y murmuraban algo por entre la barba.
Cuando quedaban solos, comían en un silencio casi total. A Gregor
le resultaba curioso que de los diversos ruidos de una comida el
único que se distinguía era el de los dientes masticando, como si
hubiera que demostrarle a él que se necesitaban dientes para comer,
y que ni aun con las mejores mandíbulas desdentadas se podía hacer
nada. “Me gustaría comer”, se decía Gregor con preocupación, “pero
no esas cosas. ¡Cómo se hartan estos pensionistas, mientras yo me
muero de hambre!”
Esta última cita busca denotar que la desesperación de los Samsa es mucha, ya que al haber
perdido la principal fuente de ingresos económicos con la que contaban (el trabajo de Gregorio)
debieron tomar medidas drásticas como el de liberar una habitación de la casa para alquilarla a
terceros.
Precisamente, lo que lleva a la familia a considerar el asesinato de Gregorio, es que los inquilinos
se retiren de la casa al notar su presencia:
“–Ya mismo les hago saber –dijo con una mano levantada, y
buscando con la vista a la madre y la hermana– que dadas las
condiciones repugnantes que reinan en este departamento y en esta
familia –tras estas palabras escupió con fuerza en el piso– me
propongo dejar mi cuarto inmediatamente. Por supuesto, no les
pagaré nada por los días que llevo aquí, y todavía no sé si no voy a
presentar una demanda pidiendo indemnización, cosa que sería,
créanme, muy fácil de justificar –se calló y miró fijo delante de sí,
como si esperara algo.
Y efectivamente sus dos amigos no tardaron
en hacerle eco:
–¡Nosotros también nos despedimos desde este instante! –Tras esto,
el señor del medio tomó el picaporte y cerró de un portazo.”
En la obra, más precisamente sobre su fin, notamos un gran ejemplo del empleo del absurdo y la
ironía, ya que Greta, hermana del protagonista y quien más en un comienzo había sentido pena
por él, es quien llega a la conclusión que sólo la desaparición física de Gregorio volverá a traer
normalidad a la familia: