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Por: Laura Milena Suaza Vásquez

Carlos Esteban Rincón Cruz


A PROPÓSITO DE UN CASO DE NEUROSISI OBSESIVA (EL HOMBRE DE LAS
RATAS) SIGMUND FREUD – 1909 INFORME DE LECTURA

Freud comienza este caso con una nota introductoria, en la que nos advierte que la
información que allí presenta no está del todo completa, dado que se está muy pendiente de
su trabajo, decide presentar más información sobre los síntomas más graves que de los
aspectos más superficiales, que según él, podrían facilitar la identificación de su paciente.
Además aclara allí que el mecanismo de las neurosis obsesivas es mucho más complejo de
analizar, pues a diferencia de la histeria, no presenta el fenómeno de conversión, lo cual,
según Freud, da cuenta de un funcionamiento diferente.

Comienza su relato: un hombre joven que llega al consultorio de Freud atacado por
representaciones obsesivas, especialmente temores de que algo malo les pase a su padre o a
una joven de la que gustaba, además presenta algunos deseos obsesivos, por ejemplo, el de
cortarse la garganta con una hoja de afeitar. Inmediatamente se remite a su sexualidad,
contando que el único de los tratamientos que le fue más o menos provechoso lo fue porque
allí encontró cierto vínculo sexual con una mujer. Además cuenta que sus relaciones
sexuales son raras, que siente asco de las prostitutas y que su vida sexual ha sido pobre: la
masturbación vino a presentarse a los 16 años y de una manera ínfima y su primer coito fue
a los 26. Acepta que recurre a Freud porque tiene cierta información de que la sexualidad es
de los aspectos que más trabaja el doctor con sus pacientes.

Freud lo introduce en el tratamiento pidiéndole que le hable de todo lo que se le ocurra, sin
importar si no viene al caso, o si le parece desagradable o insignificante. Inmediatamente el
paciente comienza a hablar sobre un amigo, el cual le sirve de apoyo y llama cada vez que
presenta un pensamiento criminal, su amigo cumple el papel de devolverle su tranquilidad
al decirle que es un buen hombre y que tal vez sea normal que se haya acostumbrado a
pensar así. Luego cuenta que hubo otro amigo con el cual desarrolló un vínculo similar, era
un chico un tano mayor que él y que lo hacía sentirse como un genio, dada la exaltación
que hacía hacia él. Luego se da cuenta de que este hombre estaba interesado en una de sus
hermanas, por lo que lo utilizó para acercarse. Esta, dice Freud, fue la primera gran
conmoción de su vida.

Luego inicia algunos relatos sobre su sexualidad infantil. Dice recordar una escena que le
sucedió a su cuarto o quinto año en la que metía su cabeza bajo la falda de un joven que
vivía con él, relata entonces, que allí debajo tocaba sus genitales y su vientre con el pleno
consentimiento de ella. Desde entonces, dice, le quedó una curiosidad incesante de ver el
cuerpo femenino, por lo cual ansiaba lo momentos del baño en los que podía ver a su
cuidadora totalmente desnuda. Una noche, recuerda, escuchó a las muchachas hablar y una
de ellas decía que con el menor, seguro podían hacer algo, pero que con Paul, o sea él, no
creerían, pues según ellas era demasiado torpe; el paciente recuerda no haber entendido
exactamente pero si sentir el menosprecio y que comenzó a llorar, el afirma no creer que lo
que ellas hicieras estuviera malo, pues cuando él se metía en su cama y la tocaba ella lo
consentía. Admite que desde los 6 años presenta erecciones y que constantemente temía
porque los padres supieran lo que él pensaba; además confiesa que habían muchachas por
las que sentía un imperioso deseo de ver desnudas, pero que inmediatamente lo atacaba
cierta culpa, manifestada en un pensamiento represivo, que según él, lo llevaba a pensar
que algo malo ocurriría con su padre si no cesaba sus pensamientos, sensación que lo
acompaña incluso hoy día, aun cuando su padre lleva varios años muerto. Es aquí en donde
el paciente ubica el inicio de su enfermedad.

Lo que se puede ver en este primer relato, dice Freud, no es el inicio de su enfermedad
como afirma el paciente, sino su enfermedad propiamente dicha. Podemos ver a un niño
con un imperioso componente pulsional, el deseo de ver a mujeres que le gustan
completamente desnudas, deseo que compone una posterior idea obsesiva, la cual no lo es
en el momento en cuanto no se ha puesto en contradicción con él, pero lo que si vemos es la
aparición de un pensamiento penoso que acompaña sus deseos, lo que nos habla de una
vaga contraposición que comienza a gestarse. Tal pensamiento penoso si tenía carácter
obsesivo y se configuraba como un temor el cual podría representarse así: “Si yo tengo el
deseo de ver desnuda a una mujer, mi padre tiene que morir”. Lo que resulta intrigante en
este punto es por qué sus pensamientos y temores obsesivos involucran de esta manera a su
padre, tal vez, es lo más seguro, dice Freud, este pensamiento se haya formado mucho antes
de su sexto año, lo cual será importante descubrir en futuras sesiones.

Tenemos aquí una neurosis obsesiva completa, en tanto tiene una pulsión erótica, una
sublevación hacia ella; un deseo aún no obsesivo y un temor obsesivo que lo contraria; un
afecto penoso y un esfuerzo hacia acciones de defensa; y por último una especie de
formación delirante, en la que el paciente imaginaba que sus padres sabrían de sus
pensamientos, pues él mismo los diría sin escucharlos. Lo cual, nos lleva directamente a la
manifestación de lo que llamamos inconsciente.

En la segunda sesión, el paciente llega con un relato, el cual le había pasado hacía poco y
constituía un desencadenante de su neurosis. Ocurrió durante unas maniobras militares
llevadas a cabo en su base; durante una marcha el paciente extravió sus gafas y decidió
pedir unas nuevas por telégrafo. Durante esas maniobras, conoce a un capitán, el cual
tendría un gran significado posterior para él. En medio de la plática, el capitán les cuenta a
los presentes sobre una tortura que se practicaba en Oriente. Al llegar a este punto, el
paciente se interrumpe y comienza a observar los cuadros, era obvio que aquí se presentaba
resistencia; pero rápidamente prosigue su relato de manera horrorizada y relata que la
tortura consistía en amarrar al condenado y ponerle un recipiente, un balde lleno de ratas
volcado sobre su trasero, pero, dice Freud, se nota que en las partes más importantes del
relato su expresión se torna un tanto extraña y lo interpreta como un “horror ante su placer
ignorado por él mismo”; y prosigue confesando que lo atacó un pensamiento de ver a la
chica que le atraía siendo víctima de aquella tortura, pero afirma que no es él quien aplica el
castigo sino que es ejecutado de forma impersonal sobre ella. Más tarde se ve obligado a
confesar que también sintió este temor obsesivo en relación a su padre, es decir, tuvo la
representación de que su padre también era sometido a esta tortura.

Al día siguiente, el mismo capitán le entrega un paquete en el que están las gafas que había
pedido y le dice que el teniente primero A ha pagado el rembolso, en ese momento el
paciente piensa en no devolver el dinero, pero lo ataca un pensamiento obsesivo, el cual le
exigía pagar el dinero, de lo contrario su padre y esa chica podrían sufrir tal tortura. El
paciente no quería devolver el dinero, pero al mismo tiempo se sentía obligado a hacerlo,
de lo contrario vendrían tales consecuencias; cuando se encuentra con el teniente primero A
este le dice que él no fue quien pagó el dinero, sino que fue el teniente primero B, cual lo
afectó mucho, pues su juramento, la condición para que sus queridos o sufrieran tales
consecuencias era devolverle el dinero a A; entonces resolvió ir a la oficina postal con A y
B, entregar el dinero a A, que este se lo dé a la señorita que atiende ella le dé el dinero a B.

El anterior plan resultaba inviable, por lo cual, decidió hacerlo de otra manera, debía ir a
una estación y allí se encontraría con el teniente A y le entregaría el dinero para que lo
dejara en la oficina para ser reclamado por el teniente B; pero en lugar de dirigirse a la
estación en que sabía que encontraría a este teniente, tomó un tren a la estación contraria,
una vez allí pensó en bajarse en la estación siguiente y retomar su camino a la estación en
donde lo encontraría, pero a medida que pasaban las estaciones posponía su plan. Fue así
como llegó a Viena y luego de hablar con su amigo, recordó lo que ya sabía, el dinero no le
pertenecía al teniente primero B, el dinero lo había pagado la señorita del correo y el
capitán cruel había cometido un error al darle la información, por lo cual había basado su
juramento en un error. Aun así, necesitaba devolverle el dinero al teniente primero A para
poder cumplir su juramento y evitar tan atroz castigo para los suyos.

En la cuarta sesión el paciente se resuelve a contarle algo que, según él, lleva un tiempo
martirizándolo, se trata de todo lo relacionado a la enfermedad de su padre y posterior
muerte. Relata que, preguntó al médico cuando pasaría el momento crítico y que este le
responde que “pasado mañana al atardecer”, al paciente no se le pasa por la mente que en
este periodo podía morir, se acostó a eso de las once y media de la noche, por una hora, y al
despertar se entera de que su padre está muerto. Inmediatamente sobrevino el reproche por
no haber estado allí en el momento de la muerte de su padre y este reproche se acrecentó al
enterarse de que su padre había mencionado su nombre un par de veces durante los últimos
días. Sin embargo tales reproches no resultaron martirizadores en un primer momento, de
hecho, durante mucho tiempo no asimiló la muerte de su padre y constantemente asumía
que aún vivía y esperaba encontrárselo en numerosas situaciones.

Solo un año y medio después el recuerdo de su omisión despertó y comenzó a martirizarlo a


tal punto de tacharse como criminal, sentía que había cometido un crimen en contra de su
padre, aun sabiendo que no había cometido ninguno. Lo que trajo este desencadenamiento
fue la muerte de una tía política y luego de su visita a la funeraria este pensamiento le
devino una incapacidad para trabajar. Desde luego acudió a su amigo, quién solo le
rechazaba sus reproches tildándolos de exagerados. Pero lo que entra a explicar Freud aquí
es de suma importancia, pues de entrada va a decir que no es que se traten de reproches
exagerados, sino que al haber lo que él denomina un falso enlace entre el contenido de la
representación y el afecto, es decir, entre la magnitud del reproche y el momento en que se
da, cualquiera diría que el afecto sería exagerado, pero, un médico diría que ese afecto
pertenece a otra representación, una inconsciente; dado que la culpa no aparece durante el
momento en un primer momento, sale aferrada a esa representación actual y por tanto
aparece aquí la magnitud del reproche, esto quiere decir que no es exagerado, sino que
pertenece a otra representación. El sujeto no es consciente de la representación a la que
pertenece este afecto, por cual la asocia a la representación actual que más se le asemeje.
Ahora lo que cabe preguntar en este punto, dice Freud, es: ¿cómo daría él la razón a su
reproche de haber cometido un crimen contra el padre, si sabía muy bien que en verdad
nunca había incurrido en algo criminal contra él?

En la sesión siguiente, el paciente se pregunta sobre cómo el comunicar sus vivencias le


pueden traer mejoría, a lo que Freud le responde que no es el simple hecho de comunicarlo,
sino el hecho de descubrir que hay detrás de ese afecto, el reproche, hacia qué
representación va dirigida, representación que desde luego está en el inconsciente. En este
momento el paciente comienza a comprender la relación entre lo inconsciente reprimido y
la infancia.

En la siguiente sesión, el paciente llega contando una experiencia que tuvo a los 12 años:
estaba enamorado de una niña, pero ella no era todo lo tierna que él deseaba, entonces se le
ocurrió que si en entraba en desgracia podría despertar en ella el amor que esperaba, fue ahí
donde pensó que ese momento de desgracia podía ser la muerte de su padre,
inmediatamente reprime aquel pensamiento y al referirse a él lo define como una conexión
de pensamiento. Pero años más tarde este pensamiento volvió a cruzar por su mente: ya se
hallaba enamorado de la chica que en ese momento lo agraciaba, pero no podía acercarse y
proponerle matrimonio por cuestiones económicas, fue allí cuando pensó que si su padre
moría podría, tal vez, tener el dinero suficiente para casarse; como era de esperarse, rechazó
esta idea y como compensación deseó que su padre no dejara herencia, pues según él nada
podía compensar esa pérdida. Por una tercera vez, aquel pensamiento se hace presente, esta
vez un día antes de la muerte de su padre, el paciente por un segundo pensó “ahora es
posible que pierda al ser que más amo”.

Dice que le sorprende tener estos pensamientos, pues considera que la muerte de su padre
nunca fue un deseo, es más, fue un gran temor. En este momento Freud lo introduce en el
concepto de deseos inconscientes y se plantea entonces la posibilidad de que exista cierto
odio inconsciente proveniente de una época anterior a sus seis años, y que tal vez la razón
de esta sea que ve a su padre como un perturbador de su sexualidad, puesto que en un
primer momento el paciente siente que sus padres pueden expiar en sus pensamientos
sexuales sin que él los diga y porque en un segundo momento siente que su relación con su
padre le impide una relación amorosa con una mujer. Pero sin duda, este pensamiento de la
aniquilación del padre había surgido antes de su sexto año.

En el siguiente encuentro, el paciente retoma la idea en la que habían quedado y afirma


seguir sorprendido, pues sigue sin caberle en la cabeza la idea de que hubiera querido
deshacerse de su padre, pero al mismo tiempo recuerda que desde siempre ha tenido mucha
admiración por su hermano, llevándola al punto de la envidia; y cuenta que a sus ocho años,
jugando con él, tomo una escopeta de juguete, la cargó y le pidió que mirara por el cañón,
en ese momento disparó y le impactó su frente pero él quedó ileso. Reconoce enseguida que
su intención era hacerle daño, pero al mismo tiempo dice sentirse fuera de sí y tirarse al
suelo como castigo por ello. Es aquí en donde Freud plantea que si tiene recuerdos de esta
acción sobre su hermano, es probable que haya ocurrido algo parecido en relación con su
padre. Desde luego en este punto el paciente no puede más que declararse no culpable de
estos pensamientos reprochables que provenían de su vida infantil, ya que reconoce que son
retoños de una actividad inconsciente y sabe que sobre un niño no recae de ninguna manera
alguna responsabilidad ética. Sin embargo, es a través del desarrollo de la vida que se va
formando un sujeto éticamente responsable. Ahora bien, el paciente a esta altura duda que
el origen de todo sea meramente en la niñez, Freud se compromete a mostrarle que sí es así.
Finalmente reconoce que su enfermedad se acrecentó con la muerte de su padre, a lo que
Freud asienta y dice que el duelo por su padre halla en la enfermedad una expresión
patológica, lo cual impide que se realice normalmente, pues se ha adherido a esa
representación.

Vale decir, que el paciente a lo largo de su enfermedad presenta múltiples representaciones


obsesivas, las cuales aparecen sin sentido aparentemente, pero que esconden toda una trama
inconsciente que es preciso traducir, tal traducción se logra explorando la primera aparición
de cada idea y las circunstancias en las que esta aparece. Un ejemplo que se cita es una
ocasión en él había perdido algún tiempo de estudio debido a la ausencia de su amada,
quién se había ido a cuidar a su abuela gravemente enferma; en medio de una jornada de
fuerte estudio se le ocurrió el mandato de presentar el examen lo más pronto que se lo
permitieran. Hasta allí, normal. Pero inmediatamente lo acosa otro mandamiento, el cual le
decía que debía cortarse el cuello con una hoja de afeitar, inmediatamente se dispuso a
hacerlo, y en ese momento le vino otra representación que le decía que no era esa la
solución, sino que debía viajar y asesinar a la abuela. Inmediatamente aparece el reproche
del paciente.

Tal evento se elabora de la siguiente manera: su dama se encontraba ausente, él debía


presentar ese examen para verse con ella; en un momento de añoranza le sobreviene un
pensamiento que en alguien normal sería una sensación de despecho contra la anciana por
enfermarse justo cuando más la extrañaba y necesitaba, pero en su lugar le viene uno más
severo y cargado de un odio inconsciente que le decía que debería matar a la anciana por
robarle a su amada, pero, en este punto se reprocha su acción y aparece un subsecuente
castigo que le dice que debería matarse por tener tal idea. Todo esto bajo un principio que
Freud denomina “secuencia invertida”.

Hubo un episodio que estuvo marcado por diferentes obsesiones por parte del sujeto.
Ocurrió durante un verano, en un principio comenzó a sentir la compulsión de bajar de
peso, pues le sobrevino la idea de que estaba gordo (dick), hacía de todo con tal de
adelgazar, se sometía a regímenes pesados, pero su actuar obsesivo sin sentido, que lo
llevaba a un impulso suicida se vio más evidente cuando al llegar a un acantilado sintió un
impulso de saltar, lo que lo habría matado en el acto. Tal actuar solo cobró sentido cuando
recordó que por esos días su amada estaba en la compañía de un primo de Inglaterra que se
llamaba Richard y apodaban Dick, allí es comprensible su impulso quería deshacerse de
“dick”, de una u otra forma. Como vemos ambo mandamientos suicidas aparecen ante una
situación de intensa ira e involucran personas que el paciente percibe como perturbadoras
del amor.

Además de esta compulsión a adelgazar aparecen otras ligadas directamente a su relación


con la amada, actos como una obsesión por entender cada sílaba que le decían o cubrirla
con su capa (a ella) de manera compulsiva fueron frecuentes durante aquella ocasión. Se
localiza el inicio de estas compulsiones en un mal entendido, en el que él sintió que su
amada lo desmentía ante los demás, por lo que simultaneo a su amor por ella se desarrolló
un odio inconsciente, el cual lo llevaba a realizar acciones que en un primer momento la
protegían para luego deshacerlas y que ella se lastimara. Al solucionar tal mal entendido
fue cuando aparece la manía de preguntar durante una conversación lo que se le acababa de
decir, a fin de no volver a ocurrir lo mismo. Del mismo modo, aquella compulsión a
protegerla aparece como una especie de arrepentimiento y compensación por aquellas
acciones encaminadas a lastimarla.

En tales acciones obsesivas de dos tiempos, por ejemplo cuando retiró una piedra para que
ella no se lastimara y luego volverla a poner allí sobre el pretexto de que era improbable
que eso pasara, podemos ver una clara diferencia en cuanto a la histeria, pues en esta, tales
pensamientos tienden a presentarse simultáneos, y aquí como vemos se presentan por
separado, pero, claro está, unidos por una idea lógica, aunque carezca de una. Lo que se ha
observado es que por lo general esta dualidad se presenta entre amor y odio.

También el paciente presentaba diversas fantasías en las que se apreciaba en detalle este
conflicto; en ocasiones imaginaba que ella padecía desgracia y que él aparecía en su vida
como un salvador; y constantemente confundía sus sentimientos, por momentos decía
amarla intensamente y después sentir total indiferencia.
En el momento en que Freud escribe sobre el ocasionamiento de la enfermedad, hace una
diferenciación entre histeria y obsesión y básicamente dice que en la primera ocurre una
amnesia tanto en el momento actual como en el momento traumático, esto lo va a distinguir
como represión; mientras en las neurosis obsesivas, rara vez se olvida algún acontecimiento
presente y de la experiencia primera, se olvida el afecto y por consiguiente se tiene la
representación sin este y a esto lo va a llamar como un mecanismo de defensa. De este
modo el neurótico obsesivo tiene noticia de su trauma pero no tiene noticia de que este
evento es de trascendencia en su neurosis.

Es por esto que los neuróticos obsesivos tienden a desplazar sus reproches a
ocasionamientos falsos, pues no tienen conciencia de que tal representación, que como
dijimos es consciente, es la causante. Por eso vemos el caso del hombre que no sentía
escrúpulos al tocar los genitales le las jóvenes, pues los había desplazado a la forma de
pulcritud con los billetes.

En cuanto al conflicto que devino en su enfermedad, o al menos es su aparición actual,


aparece unos seis años atrás en el momento en que se ve envuelto en una situación idéntica
a la que una vez se vio su padre. Resulta que cuando el padre del paciente estaba joven se
vio en la situación de tener que elegir entre su novia pobre o si casarse con una chica
adinerada, finalmente elige a la mujer rica, que es la madre del paciente. Luego él se ve en
la misma situación, renunciar al amor por una complacencia a lo esperado por el padre, el
sujeto rechaza esta conjetura hasta el momento en que en una fantasía de trasferencia
relaciona lo vivido.

Del ocasionamiento de su enfermedad en años maduros se podía distinguir un hilo


conductor a su niñez, en donde desde ese momento ya se encontraría en conflicto con su
padre por algunas restricciones que este ponía a su sexualidad tempranamente despertada.
Muestra de ello fue que cuando tiempo después de la muerte de su padre, a sus 26 años,
tuvo su primer coito y ante la satisfacción que le produjo, se introdujo en su mente el
pensamiento “¡Pero esto es grandioso! A cambio de ello uno podría matar a su padre”, lo
que es un reflejo de sus ideas obsesivas infantiles en las que en sus pensamientos
sacrificaba a su padre para poder estar con la niña que amaba. Además, poco antes de su
muerte, el padre había irrumpido nuevamente en sus relaciones, al aconsejarlo de no seguir
con la dama que lo desvelaba, diciéndole que se pondría en ridículo.

La masturbación en el paciente no aparece sino hasta los 21 años, poco tiempo después de
la muerte de su padre, aunque lo hacía de vez en cuando, pues se avergonzaba de ello, así
que encontramos prohibición y al mismo tiempo negación de la misma. A menudo
fantaseaba que su padre lo encontraba en su cuarto estudiando desnudo, lo cual mostraba,
otra vez, esa conducta ambivalente, pues por un lado lo enorgullecería por estar estudiando
y por otro lo avergonzaría al estar desnudo.
En este punto, Freud se aventura a hacer una construcción: de niño, a los 6 años, su padre le
prohíbe la masturbación, lo que lo marca el resto de su vida, en tanto lo ve como un
perturbador de su impulso sexual. Además recuerda un momento en que su padre lo
reprende por algo que había hecho, en tal reprimenda su padre dice: “este niño será un buen
hombre o un criminal”, allí podríamos situar el origen de aquel pensamiento obsesivo que
devino luego de la muerte del padre. También a raíz de esa reprimenda, el paciente se
volvió cobarde y temeroso ante la violencia. Tal castigo se debió, según refiere el enfermo,
citando a su madre, por morder a alguien, presumiblemente a la joven que lo cuidaba.

Cuando el paciente se fue dando cuenta de que en su ser habitaba una relación entre amor y
odio por su padre, en un principio negada, pero confirmada de manera transferencial,
cuando se comportaba con Freud de la misma manera que con su padre, es decir, lo
insultaba, lo admiraba, le temía, etc., se vio que era la oportunidad para comprender la
importancia psíquica de la idea de las ratas.

El primer enigma que resulta es por qué los dichos del capitán cruel le habían afectado
tanto; esto se explica en una suerte de identificación de este con su padre, la historia de las
ratas, en primer lugar, le recordaban los relatos hechos por él, quien cuando joven prestó
servicio militar; en segundo lugar, el mandato de este de devolverle el dinero al teniente
primero A le recordó una de las experiencias de su padre en la milicia, en la que él perdió
un dinero y un compañero se lo prestó, cuando este intentó devolvérselo no lo encontró; el
paciente relacionó su situación con la deuda no paga de su padre.

El relato del castigo de las ratas despertó en él ciertas pulsiones inconscientes que fueron
ligando la representación de las ratas a diversos símbolos que para él tenían conexión y
significado, de este modo, las ratas terminaron significando dinero, el pene, gusanos, hijos.
Entonces se fueron dando algunas relaciones entre estos símbolos y las ratas, por lo cual el
castigo de las ratas refería diferentes instancias; por el lado de la identificación con los
gusanos, el paciente lo relacionaba con los gusanos intestinales que poseía cuando niño y
por tanto con el coito anal, pues se relacionaba con cierto placer anal que estos gusanos le
daban. En cuanto a la relación de las ratas con el pene el castigo adquiere la representación
del coito anal. En la relación de las ratas con hijos, en primer momento hay una
identificación de su parte con ellas, pues él también se consideraba sucio y roñoso, incluso
lo remitía a la vez en que él mordió a la muchacha; entonces, las palabras del capitán lo
hicieron sentirlo como su padre que éste le estaba profiriendo una amenaza a través de
aquél relato. También relacionaba las ratas como hijos con su amada, la cual, muy a su
pesar, no podía tener hijos.

Finalmente, cuando el sujeto, luego de realizar toda esta construcción simbólica


inconsciente, piensa en su amada y su padre sometidos por este castigo se reprocha
inmediatamente y fruto de este reproche, nace el mandamiento incumplible de devolverle el
dinero a A.

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