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Plataformas digitales y democracias

Pensar entre épocas

Frente al nuevo paradigma de lo digital cabe preguntarse qué velocidades imaginamos que deberán
alcanzar para su plena aplicación y cuánto nos demandará entender estos procesos
comunicacionales híbridos, difíciles de contextualizar. Mientras tanto lo digital nos habla y nos
disciplina con nuestro consentimiento.
Por Pablo Castillo*





Mientras las transformaciones tecnológicas impactaban en los procesos comunicacionales,


sociales y políticos, simultáneamente se producía el pasaje de un capitalismo industrial a otro
financiero. Entramos al siglo XXI y los dueños de Blockbuster cerraban sus persianas y
encendían las computadoras.

El capitalismo, cuando entra en crisis, tiende a restructurarse: nuevas tecnologías, nuevas


formas organizacionales y nuevos modos de explotación.

En los juegos de la memoria quedan adheridas -cómo fotos deshabitadas- esas imágenes de
posguerra que culminaban con los Estados Unidos ocupando un lugar global predominante.

La legitimidad de los procesos que se desplegaban al interior del fordismo (de sus sentidos,
tensiones y conflictos) fue expresada sobre todo a través del arte: principalmente el cine. Con
los hermanos Lumiere, pero también con Chaplin.

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Pero a partir de los setenta se conformó una nueva crisis a nivel mundial ante la declinante
rentabilidad de las industrias norteamericanos frente al ascenso de alemanes y japoneses. El
viejo modelo fordista dio paso al toyotismo japonés. Se transita de una producción en
masa de mercancías homogéneas a otra que responde a las demandas singulares de
los consumidores.

Las nuevas tecnologías impactan sobre los viejos modos de producción y muchas veces esto
implica que el producto del trabajo y sus consecuencias se vuelvan inmateriales.

La novedad que aporta este capitalismo del siglo XXI se centra en la extracción y uso de un
tipo particular de materia prima: los datos. Las plataformas son el nuevo chiche. Esas
infraestructuras digitales funcionan como intermediarias que unen a diferentes usuarios,
incitándolos a que creen sus propias herramientas.

Frente a este nuevo paradigma de lo digital ¿Qué velocidades imaginamos deberán alcanzar
para su plena aplicación? ¿Cuánto nos demandará entender estos procesos
comunicacionales híbridos, difíciles de contextualizar?
La pandemia reformuló las pasiones y los lazos sociales mediándolos a través de las
pantallas. Por primera vez, nos enfrentamos a un escenario inédito, donde las
representaciones, las prácticas comunicacionales y los imaginarios aspiracionales
permanecieron en tensión y operaron con una autonomía relativa.

Cuanto más buscamos en Google, más mejoramos sus algoritmos de búsqueda. Uber no
necesita para crecer tener nuevas fábricas sino nuevos servidores.

El espíritu cultural de esta época: segmentada, fragmentada, digital, híbrida, desigual,


precaria se extiende por los distintos territorios. Porque hoy el poder suele alternar lo
panóptico que conceptualizó Michel Foucault en “Vigilar y castigar” con una invisibilidad qué
se ordena entre los tiempos del duelo y la melancolía. Nos encontramos ante la presencia de
Estados endeudados, sometidos o débiles que no pueden dar respuestas eficaces a sus
ciudadanos. La virtualidad parece habernos colonizado. Lo digital nos habla y nos
disciplina con nuestro consentimiento. Como diría Nicolás Casullo: se nos vuelve
imperioso pensar entre épocas.

Lejos de la nube, las democracias occidentales (y, sobre todo, las latinoamericanas) se
siguen debatiendo en los mismos términos que en siglos anteriores pero las plataformas
demandan que le dediquemos otro tipo de atención. Quizás esperando alguna señal que
las interpele no solo como acumuladoras de datos sino fundamentalmente como
productoras de conocimientos. Justo ahí donde para muchos se constituye el medio como
el mensaje.

* Psicólogo. Magister en Planificación y gestión de la comunicación UNLP

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