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“CÓMO DEJÉ DE SER YO”.

Miguel Angel de la Calle.

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“Cómo dejé de ser yo”

Mi nombre es Victor, y quiero contarte mi experiencia vital a lo largo de los 22 años que tengo
actualmente, para que puedas ver cómo se puede pasar de una vida casi perfecta con un
futuro envidiable, al pozo más profundo de la miseria rozando el suicidio en tan solo uno o dos
años; y cómo logré salir de ambas situaciones, pues las dos tienen sus evidentes peligros.

Hace tan solo cinco años yo era un adolescente normal, no demasiado brillante en mis
estudios, aunque siempre me han gustado mucho tanto la literatura como la música, y
obsesionado con el fútbol casi desde el momento en que pude ponerme en pie y caminar. Yo
era un niño pegado a una pelota.

Desde muy pequeño el fútbol se convirtió en mi vida, mi ilusión, mi norte y mi sur. Casi no
existía otra cosa para mí desde el momento en que me levantaba, hasta que conseguía
dormirme, a veces con el balón en mis manos o mirando los pósters que adornaban mi
habitación, naturalmente con fotografías de mis futbolistas favoritos, de mis ídolos, de los
ejemplos a imitar, soñando con el momento en que me pudiese convertir en uno de ellos, en
ser yo el póster en la habitación de cualquier niño.

Tuve la suerte de nacer con algunas cualidades físicas que facilitaban mi destreza para el
deporte en general, estaba claro que podía ser un buen atleta, y si a eso le unimos una
dedicación casi total a observar cómo se mueven los mejores jugadores, a imitar todos y cada
uno de los movimientos que inventan los grandes de este deporte, entrenarlos para poder
ponerlos en práctica y que pareciesen naturales cuando los hacía en cada entrenamiento, y a
una capacidad de sacrificio sin límite para practicar, para jugar en cada ocasión que se
presentase, para no desfallecer jamás y mantener viva la ilusión por ser mejor cada día,
tendremos como resultado un chaval que con 14 o 15 años ya destacaba en cada partido o
incluso en cualquier entrenamiento como un proyecto de futuro indudable para la práctica de
este deporte apasionante que se llama fútbol.

No sólo ya se veía que iba a ser un gran futbolista, sino que además se intuía que "tenía
madera de líder", y eso me convertía en una referencia entre los chicos de mi edad que cada
fin de semana salen a un campo de fútbol y no sólo quieren jugar un rato con los amigos y si es
posible meter algún gol para poder contarlo después en casa, sino que el objetivo cada vez que
saltaba a un terreno de juego era divertirme jugando, sí, pero también ser el mejor, marcar
goles, ser el alma del equipo, el que dirige y apoya a los demás para ayudarles también a ser
mejores, destacar también en la actitud, y terminar cada partido con la satisfacción de haberlo
dado todo y haberme vaciado buscando el camino más corto, pero a la vez más seguro para
terminar jugando a este deporte de manera profesional. Mi objetivo ha sido siempre poder
decir algún día que mi trabajo y con lo que me gano la vida es, ni más ni menos que jugando al
fútbol.

¿Qué más se le puede pedir a la vida que ganar mucho dinero, ser famoso y admirado, y
además conseguirlo haciendo lo que más me gusta, lo que me hace Feliz?

Cuando cumplí los 14 años mi tía Mari Cruz me había regalado un bonito libro, que a la vez era
una especie de diario, y aunque no tenía la disciplina de escribir todos los días (ni mucho
menos), de vez en cuando si realizaba alguna anotación en él.

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Aquí te voy a mostrar los apuntes escritos en mi diario a lo largo de diferentes fechas, que
muestran un estado de ánimo tan distinto que parecen realizados por personas absolutamente
opuestas y en momentos radicalmente diferentes, cuando en realidad las escribí yo todas y en
un espacio muy corto de tiempo.

La primera de ellas es del día 16 de enero de 2017, el día en el que cumplía 17 años, y
releyéndola ahora me parece tan lejana en el tiempo y sobre todo tan alejada de lo que ahora
soy y de lo que ahora siento, que me parece imposible que la haya escrito yo hace tan solo
cinco años.

Si, éste era yo con 17 años recién cumplidos:

"Hoy es mi cumple. Tengo un ratito libre porque es lunes, y no hay que ir a entrenar, así es que
voy a aprovechar para escribir algo en este diario que tengo un poco abandonado. Ayer
jugamos de nuevo, en Bembibre. Me encanta ese campo y siempre se me ha dado bien. La
gente allí es muy apasionada con su equipo, pero si juegas bien te aplauden con deportividad.
Me gusta. Ganamos de milagro, con un gol de Sergio cuando solo faltaban cinco minutos para
acabar el partido. Fuimos mejores, pero el campo estaba muy embarrado y ellos se adaptaban
mejor a jugar en esas condiciones. Con las pocas fuerzas que me quedaban al final, conseguí
escaparme de un par de defensas y centrar desde la derecha para que Sergio cabecease al
fondo de la portería. Buen gol, buen triunfo que celebramos como si ya hubiésemos ganado
algo, aunque solo estamos a mitad de temporada, pero esta victoria nos consolida en la
primera plaza, y el esfuerzo de todos ha merecido la pena.

Marcelo, mi entrenador, me ha dicho al final del partido que de nuevo habían venido a verme
la gente del Atlético. Querían verme en un partido complicado, como éste, en el que también
tuviese que defender, y me dice que se han quedado sorprendidos y encantados. No me lo ha
dicho antes, para no presionarme, aunque él sabe que esas cosas no me importan, que yo
siempre salgo a entregarlo todo, aunque el estadio esté vacío y no viniese nadie a vernos. Yo
juego así.

Estoy tan contento, y tan satisfecho que casi no me lo puedo creer. Estaba deseando que
pasaran las fiestas de Navidad, porque no me gustan esos descansos. Yo necesito entrenar,
necesito el balón, necesito estar con mis compañeros y competir. No sé hacer otra cosa, no
quiero hacer otra cosa. Un entrenador italiano, creo que se llama Sacchi, dijo en una ocasión
que "el fútbol es la cosa más importante dentro de las cosas menos importantes", pero yo a
veces tengo la sensación de que el fútbol es sencillamente la única cosa importante, al menos
en mi vida. Si, claro, están la familia, los amigos, los estudios… todo eso es importante y está
muy bien, pero es que el fútbol reúne todo lo que más me gusta de la vida.

No sé explicarlo de otra forma.

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La siguiente anotación en el diario es de unos cinco meses después:

14 de mayo de 2017: Hacía mucho que no escribía por aquí… No tengo mucho tiempo, la
verdad. Estamos llegando a los exámenes en el Instituto, son esenciales este año y hay que
dedicarles tiempo, y si a eso le sumamos que estamos terminando la temporada y hay que
hacer un esfuerzo final, no me queda tiempo para nada. Como dice mi amigo Miguel, el
portero de mi equipo: "no tengo tiempo ni pa cortarme las uñas"

Esta mañana jugamos y ganamos el penúltimo partido de esta temporada contra el Burgos, y
todo ha salido casi perfecto. He marcado dos goles en "El Plantío", y hemos ganado 3 a 1. El
campo estaba casi lleno, y desde que llegamos y comenzamos a calentar yo sentía a la gente
mirándome y comentando. Me conocen, saben quién soy, y aunque no deja de sorprenderme,
yo lo percibo y me encanta, esa es la verdad.

Durante el partido se escucha el murmullo de la gente cuando hago alguna buena jugada o
algún gesto técnico destacado. A veces puedo sentirlo a pesar de jugar totalmente
concentrado en lo que hago.

Solo puedo decir que "siento el fútbol por los cuatro costados", y que soy feliz así.

El siguiente apunte es durante el verano de ese mismo año:

22 de Agosto de 2.017. Hacía tiempo que no escribía en el diario, pero lo cierto es que
tampoco tenía mucho que contar. Estamos de vacaciones, tanto en el Instituto como en el
fútbol, y para mí si no hay entrenos o partido es como un día perdido, es como si no hubiera
nada importante que hacer y mucho menos que contar. Para mí, sin fútbol, la vida se detiene.
En junio conseguí nota para entrar en Derecho, ya estoy matriculado y comenzaremos dentro
de unos días. Toda la familia me dio la enhorabuena, y todo el mundo está contento, pero a mí
lo que más me importaba era terminar bien la temporada, y que en la que me queda como
juvenil y que empezaremos en septiembre se cumplan todas las expectativas que hay sobre
mí, y las que yo mismo tengo, y pueda aspirar a ser fichado por un buen equipo. Me han
hablado del Real Valladolid, del Atlético e incluso del Madrid, pero no me quiero hacer
ilusiones ni pensar en ninguno de ellos en estos momentos; lo único que quiero es terminar
jugando en un buen equipo que me dé la oportunidad de completar mi formación como
futbolista, seguir aprendiendo y dedicarme en cuerpo y alma a este deporte que es la sal de mi
vida.

Mi único consuelo en este verano tan largo han sido los libros. Con ellos consigo distraer mi
cabeza y olvidarme del fútbol al menos por un ratito que a veces es maravilloso. Es cierto que
algunos de los libros que leo también son de deportes, porque me resulta muy sencillo
meterme en esos temas, conocer biografías de grandes deportistas, o lo que se ha escrito de
los más grandes del fútbol, de Johan Cruyff, de Maradona, de Zidane, o ahora de Messi. Me
apasiona todo lo que se cuenta de ellos. No es que piense que yo pueda llegar a ser como
ellos, por supuesto, pero tengo que hacer todo lo posible por aprender las mejores cualidades
de los que han llegado a ser los más grandes y a los que yo trato de imitar.

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El libro más impresionante que he leído este verano ha sido "Open", sobre las memorias de
uno de los mejores tenistas que he conocido, André Agassi. Impresionante. Aún no he
comenzado realmente mi carrera de deportista, de futbolista, pero si algún día terminase con
una trayectoria tan impresionante como la de Agassi, me gustaría poder contarlo de esa
manera tan extraordinaria, tan conmovedora, aunque sin duda habrá una gran diferencia
entre nosotros, y es que Agassi odiaba el tenis con todas sus fuerzas, y yo amo el fútbol con
una pasión que supera lo racional.

De nuevo varios meses sin anotar nada relevante en el diario, hasta enero del siguiente año:

10 de Enero de 2018. De nuevo hace meses que no escribo aquí, pero hoy ha sido un día
especial y quería buscar un momento para escribirlo, porque creo que se ha puesto la primera
piedra sólida de verdad para construir mi carrera deportiva. Lo que más deseaba en mi vida, lo
único que he querido siempre y por lo que he luchado y vivido en los 18 que cumpliré dentro
de unos días.

Hasta ahora todo han sido buenos partidos, buenos resultados, goles, expectativas de llegar a
ser un buen jugador y poder formar parte de la plantilla de algún buen equipo, para vivir del
fútbol y para el fútbol de una manera profesional, pero todo estaba aún en el aire, nada se
había concretado ni hecho oficial.

Sabía que estaban siguiendo mi evolución desde distintos equipos, pero nadie había hablado
directamente conmigo, con mis padres, o con mi equipo para precisar ese interés. Esta primera
mitad de la temporada ha sido excelente, tanto para mi equipo como para mí. Estamos líderes,
destacados, yo he marcado 14 goles en 12 partidos oficiales, ya he sido elegido cuatro veces
para la selección juvenil de Castilla y León, y ¡ya he jugado dos partidos oficiales de la selección
nacional juvenil!

Toda esta evolución, de la que casi ni me he dado cuenta por lo rápido que ha sucedido todo,
no ha pasado inadvertida para los ojeadores de varios equipos, y finalmente uno de ellos, el
Atlético de Madrid, se ha dirigido a mi Club y también a mis padres para hablar con nosotros y
ofrecerme un precontrato que incluye una ayuda importante para mi equipo actual por la
formación que me ha dado en estos años, y un contrato de cinco años, ampliable, con ayuda y
apoyo para continuar con mis estudios, y unas condiciones económicas que no podía ni
siquiera imaginar hace tan solo unos meses, que se concretarán y matizarán en Mayo, cuando
se firme el contrato oficial, profesional.

"Profesional", cuando escucho esa palabra aún me estremezco un poco…

Todo esto lo conoce aún muy poca gente, y la noticia aún no ha llegado a la prensa, pero a mí
eso me da igual. Ya tengo algo a lo que agarrarme y que supone el final de mi etapa juvenil de
aprendizaje, y marca un objetivo claro para mis próximos años.

He pasado varios días que no sabía ni dónde estaba, que tenía dificultades para conciliar el
sueño y cuando me despertaba no estaba seguro de si todo esto lo había soñado o era
realidad.

Puede parecer una bobada, pero he puesto en la pared enfrente de mi cama un póster del
estadio del Atlético de Madrid, mi futuro equipo ("Dios mediante", como dice mi padre) para

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que cada vez que me despierte lo pueda ver y no dude sobre si esto es sueño o fantasía, sino
que es algo real, palpable, y que me está sucediendo a mí.
Todo está pasando tan deprisa, pero de una forma tan bonita que a veces me parece el guion
de una película de sobremesa en la que todo sale bien y todos son felices, y tengo que
reconocer que todo eso me da un poco de miedo. Pero se me pasa rápido, no tengo tiempo de
pensar en bobadas, tengo que seguir mi camino, que ya está marcado y con los mejores
augurios.

Estoy deseando seguir contando por aquí las cosas que pasen en mi vida, y que todas sean
como ésta.

Once meses después, en noviembre de 2.018, un nuevo escrito en el diario, y la situación es


radical y absolutamente distinta:

No sé qué día es, aunque sí sé que estamos en noviembre, y del año 2018.

Me han aconsejado varias veces que escriba en algún sitio cómo me siento, y lo he intentado
varias veces, pero sin éxito.

Hoy me encuentro un poco mejor, y aprovecho para intentarlo de nuevo, aunque no sé si seré
capaz de contar por escrito lo que me ha pasado en estos últimos meses sin venirme abajo, si
volveré a dejar el escrito a medias o incluso si romperé este diario. No soy capaz de
comprometerme conmigo mismo a hacerlo bien, pero desde luego voy a intentarlo porque se
lo he prometido a mis padres, y siempre he cumplido mis promesas…

Comenzaré por el principio, con la raíz de mis pesadillas, aunque con sólo recordarlo se me
rompe algo tan dentro de mí que a veces creo que no es real y que estoy viviendo dentro de la
pesadilla de una persona que ni siquiera conozco:

Sucedió en febrero de este mismo año. Ese día había helado bastante fuerte, y nuestro campo
de entrenamiento tenía zonas muy duras aún y otras que se habían deshelado por haberles
dado un poco del sol del mediodía, y tenían algo de barro. Había que ir con cuidado, como
tantas veces hemos hecho, para saber dónde podías pisar con fuerza con los tacos de las botas
o dónde podías resbalar y hacerte daño, pero todos lo hacemos con ese cuidado y esa
prudencia para que no haya caídas graves.

El caso es, que en una jugada desgraciada, cuando llegué casi a la línea de fondo y quise
centrar al área (como he hecho miles de veces), la pierna izquierda, la de apoyo, se me quedó
enganchada en el césped como si se hubiese quedado pegada al suelo, mientras todo mi
cuerpo giraba hacia la izquierda haciendo el escorzo típico para golpear con fuerza el balón
hacia ese lugar.

Mi rodilla simplemente no giró y el resto del cuerpo sí.

Mis compañeros me dicen que el chasquido sonó en todo el estadio, un crujido seco,
profundo… seguramente tan fuerte y doloroso como el sonido que harán los sueños al
romperse.

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De los siguientes segundos o minutos apenas recuerdo nada, y de las horas y días siguientes
preferiría no acordarme. Creo que todo se puede reducir a que durante varios días estuve
sumido en lo que los médicos llaman un schock emocional.

No era capaz casi ni de hablar, porque desde el mismo momento en el que hice ese gesto
técnico, y escuché el ruido aterrador que hacía mi rodilla en el mismo instante en que se
rompía en pedazos, el posible dolor físico de una lesión así dejó paso a uno mucho más
intenso, que era el dolor psicológico de ser consciente de inmediato de las consecuencias de lo
que me acababa de pasar. Ya sé que cuando uno está muerto no puede sentir nada, pero estoy
seguro de que si se pudiese sentir algo sería muy parecido a lo que yo he sentido durante
aquellos días. Para mí, era la muerte en vida.

Aún no sabíamos el alcance de la lesión, por supuesto, pero el aterrador aspecto de mi rodilla,
los comentarios en voz baja de los médicos, las caras de mis compañeros no solo en el
dramático entrenamiento sino también días después, cuando iban a visitarme, e incluso mis
sensaciones en todo momento, hacían pensar que se trataba de una lesión grave, muy grave, o
quizás lo que yo más temía y que nadie quería, que fuese definitiva.

La posibilidad de que se tratase tan solo de un menisco roto, o incluso con alguna complicación
añadida fue rápidamente descartada; lo que todos creían y querían es que la lesión fuese
"solo" una rotura de ligamentos más o menos limpia y un poco aparatosa, porque eso
implicaría unos meses de convalecencia y recuperación tras la inevitable operación, y la
probabilidad de que si todo iba bien, estuviese casi listo para comenzar la próxima temporada.
No era una mala opción, y yo rezaba porque así fuera, porque la tercera posibilidad significaba
hablar de un término que todo el mundo procuraba evitar delante de mí, pero que a mí no se
me quitaba de la cabeza, y eso era la temida "triada".
Seis letras terribles grabadas a fuego en mi alma, mientras esperaba que mi rodilla se
desinflamase y se le pudieran hacer las pruebas pertinentes para dar el diagnóstico definitivo.
Seis letras que juntas y en ese orden, si las pones en una búsqueda de Google te estremecen
hasta la médula y hacen que te quedes sin ganas de vivir durante el día y sin lágrimas para
llorar durante las noches…

Según he podido leer más tarde, hay otras dos famosas Triadas, que naturalmente lo son por
otros motivos: La Triada de Platón, que son ni más ni menos que la Verdad, la Bondad y la
Belleza; y la Triada Masónica, que son la Fuerza, la Sabiduría y la Belleza. Sin embargo, la
Triada que a mí me hacía temblar y que ya parecía estar instalada en mi rodilla era: la Rotura
del ligamento cruzado anterior, la Rotura del menisco interno y la Rotura del Ligamento lateral
externo. Era evidente que en esta Triada no había ni Bondad ni Belleza, pero por desgracia
podía traer una cruel y desgarradora Verdad.

Cuando por fin se pudieron hacer las pruebas, radiografías, scanner, etc, los resultados no
dejaban lugar ni a las dudas ni a las esperanzas: la temible Triada no dejaba otra opción que
tratar de reconstruir mi rodilla como si fuera un puzle maldito, mientras yo trataba de
reconstruir mi cabeza, porque lo que se había roto era mucho más que huesos, tendones y
ligamentos, lo que se había roto era una vida que no se entendía de otro modo que no fuese
ligada al fútbol, y el peligro de que eso no pudiese llevarse a cabo era tan real como el dolor
permanente en mi maltrecha rodilla izquierda, que no se aliviaba ni con calmantes, ni con
palabras de esperanza en la recuperación, en mi fortaleza mental, en frases de ánimo huecas y
estériles de todos los que me visitaban o me escribían.

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Para mí, no existían ni razonamientos ni consuelos, porque todo me parecía tan irreal como
injusto.
No quiero recordar aquí todo el proceso tras el brutal diagnóstico. Sólo comentaré que la
intervención fue muy complicada y tuvieron que hacerme una reconstrucción casi total del
ligamento cruzado anterior utilizando tejido de mis propios isquiotibiales y que el mismo
doctor Román, especialista en estas intervenciones y que había venido desde Barcelona, dijo
que era la operación más complicada que había realizado en muchos años.

Un mes después de la intervención comenzó la rehabilitación con fisioterapia, con el pánico


instalado en cada célula de mi cuerpo porque el dolor en vez de remitir aumenta, porque la
movilidad en vez de mejorar empeora, porque mis esperanzas de volver a ser futbolista se
borran día a día y mi cabeza es un volcán en erupción que hace que se resienta mi relación con
el mundo.

Estoy insoportable hasta conmigo mismo, no soy yo, no reconozco mi cuerpo, soy sólo una
rodilla rota y un proyecto de futbolista que no llegó ni a comenzar a serlo. No soy nada…

Otro apunte corto, creo que de marzo o abril de 2.019, porque no está fechado:

Pasan las horas sin sentido, pasan los días y las semanas, y el pozo en el que estoy metido es
cada vez más profundo.

Ya casi no soy capaz de divisar la luz por dónde está la posible salida. Ni siquiera sé si hay
salida.

Mis padres lo han intentado con todas sus fuerzas, con todo su apoyo, su cariño y su
comprensión, pero todo eso no alcanza para recuperar la ilusión por algo, porque sin rodilla no
hay fútbol, y sin fútbol no hay nada.

Mis visitas al psiquiatra no han servido para nada positivo. No le culpo. Sus argumentos y
explicaciones son lógicas, pero yo no pongo nada de mi parte y así es imposible sembrar en mi
cabeza alguna esperanza de mejora, alguna salida. Sólo siento rencor contra la vida y dolor en
cada célula de mi cuerpo.

Otras dos intervenciones posteriores no han conseguido solucionar nada, e incluso diría que
los dolores han aumentado, y la movilidad de la rodilla ha disminuido.

Ya no quiero saber nada de fútbol, y hace meses que no me interesa seguir los resultados de
mi equipo ni ver partidos por televisión. En realidad, hace tiempo que no me interesa nada. Un
día en que me encontraba especialmente mal, por los dolores, y por mi estado de ánimo, he
tirado a la basura toda mi ropa de deporte, y los dos balones de fútbol que tenía, y lo peor es
que lo he hecho sin sentir ningún remordimiento, sin sentir ni siquiera el dolor de hacerlo y lo
que eso significaba.

He adelgazado más de 10 kilos, porque apenas tengo apetito, y estoy tan desmejorado que
cuando me miro en el espejo apenas me reconozco. Mi sonrisa ha desaparecido de la cara, y la
salud va desapareciendo de mi cuerpo. Ya casi no sé quién soy, y mucho menos dónde voy.

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Y aquí, otro relato más largo, prácticamente tocando fondo (creo recordar que sobre el mes de
octubre de 2.019):

Me despierto, como tantas veces, sin saber dónde estoy. Tampoco sé ni el día ni la hora.

Me despierto, como tantas veces, con un dolor intenso por todo el cuerpo, que se agudiza en
la cabeza y sobre todo en los ojos, que soy incapaz de abrir por el miedo a la claridad del día, y
por el pánico a continuar despierto un día más.

No estoy seguro ni siquiera de la posición en la que me encuentro…

Unos segundos eternos me transportan dolorosamente desde los brazos de Morfeo y de Baco
a la angustiosa realidad, y siento mis dedos entrelazados agarrando fuertemente una rodilla
rota que ha roto mi vida. Estoy tumbado, encogido, no sé si por el dolor, por el frío o por el
peso de la vida misma, y voy tomando conciencia de quién soy.

Veinte años después de haber nacido estoy en la misma posición en la que estaba dentro del
vientre de mi madre y durante un instante pienso que hubiera sido perfecto no haber salido
nunca de allí.

Aún no consigo enfocar mi mirada, pero me parece distinguir al fondo del lugar donde me
encuentro, las rejas de un parque no demasiado lejos de casa, unas rejas que me recuerdan a
los barrotes de una celda donde quizás estoy.

Tampoco consigo recordar cómo he llegado allí, una vez más. Estoy tan dolorido que no sé si
me habré vuelto a pelear con alguien, o si simplemente un alma caritativa me ha encontrado
tirado en algún rincón y me ha colocado encima de este banco de piedra y frío.

Me da igual lo que haya hecho o el tiempo que vaya a pasar aquí. Ahora lo único que quiero es
seguir durmiendo, un poco más, un día más quizás, si el hambre, la angustia o el dolor de mi
maltrecha rodilla no me despiertan antes. Si alguien me dice que en alguna de las operaciones
que me han realizado se han dejado cien agujas bien afiladas dentro de mi cuerpo, y que éstas
han ido subiendo por mi pierna, por mi columna vertebral y han llegado hasta mi cerebro
perforándolo en cada rincón, le creería totalmente. Esa es la sensación que tengo, con ella
intento volver a dormir y con ella me despertaré.

Vuelvo a despertar, supongo que un buen rato después, y sigo sin saber ni el tiempo que ha
pasado ni dónde estoy, porque tampoco llego a abrir del todo los ojos. Ni puedo, ni quiero.

Lo único que percibo con claridad es que estoy terriblemente cansado, pero no es un
cansancio físico que pueda mejorar con el descanso, sino que es mucho más profundo y sobre
todo mucho más dañino. Tengo poco más de veinte años, y parece que ya hubiera pasado un
siglo acarreando disgustos, penas, olvidos, dolor y traiciones.

Si no estuviera tan cansado estaría enfadado con el universo y con la vida; pero esta fatiga que
ya me empieza a parecer vieja y rancia me impide reflexionar y pensar con claridad en toda la

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miseria, sobre todo moral, que veo a mi alrededor y que inunda el mundo llenándolo de una
oscuridad que duele. No me duele solo la rodilla, me duele el mundo.
Estoy aquí y ahora, pero perfectamente podría no estar, y nadie se daría cuenta ni ahora ni
nunca.

Quizás pueda parecer exagerado, seguro que lo soy, pero no lo puedo evitar, es lo que siento
hoy, ahora. Es lo que soy.

Casi dos años después de que se me rompiera la vida, no soy nada, no soy nadie ni aspiro a
serlo.

Como ya decía el poeta Virgilio hace más de dos mil años: "Nox atra cava circumvolat umbra"
que se puede traducir del latín como "La noche negra nos rodea con su envolvente sombra".

Pienso, durante unos segundos, que hace ya dos milenios que el hombre tiene esa misma
sensación que padecemos ahora en pleno siglo XXI; hace ya dos mil años que el hombre se
siente rodeado de miseria, de avaricia, de envidia, de soberbia, y del resto de los pecados
capitales que asoman en el trasfondo de cualquier noticia, cualquier día, y en cualquier parte
del mundo. Efectivamente, nos rodea una noche negra… muy negra.

Cada pensamiento es un dolor, porque tengo en dolor incrustado en mi vida. Pienso que todos
venimos del mismo lugar, y regresaremos a él más tarde o más temprano. Y no nos podremos
llevar nada de lo que aquí atesoremos, hayas sido quien hayas sido durante tu existencia: ni
ese primer billete que ganaste con tu primer trabajo; ni ese reloj que tanto te gustaba y que te
ha acompañado durante años pegado a tu muñeca y a tus recuerdos; ni esos preciosos zapatos
rojos que mirabas cada día en el escaparate y que finalmente con gran esfuerzo pudiste
comprar, ni tu sonrisa recordando los cientos de veces que has abierto la tapa de su caja para
mirarlos y tocarlos como si tuviesen un poder curativo; no te podrás llevar ese coche que
colmaba tus deseos de libertad de movimiento y tus ansias de viajar y conocer mundo;
tampoco te podrás llevar ese collar de perlas que te hipnotizaba, que fue el regalo del amor de
tu vida y que te hacía sentir el centro de todas las miradas; ni podrás llevarte la casa de tus
sueños, conseguida después de muchos años de esfuerzo y ahorro, y desde la que mirabas el
mar cada día en los últimos años de tu vida; ni la bicicleta con la que te convertiste en el rey
del barrio durante aquel verano de la adolescencia… Da igual que hayas sido hombre o mujer,
príncipe o mendigo.

Todo eso son solo cosas.

Son cosas que pasarán a otras manos, y después a otras, o se estropearán y se tirarán en la
basura de las cosas que pierden valor con el paso de los años o cuando dejan de brillar, o
simplemente se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. (como decían en "Blade
Runner").

Todas estas cosas pasan por mi cabeza constantemente, sin que pueda pensar en nada
positivo. Y lo mejor que se me ocurre hacer con todas estas cosas que reflejan cómo me
siento, es escribirlas, al menos para poner orden en mi cabeza, para desahogarme, aunque al
final nadie llegue a leer estos escritos. Me obligo a recordar y a escribir, para no perder del
todo la razón, para seguir al menos existiendo.

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Un mes después, hacia noviembre de 2019 escribo esto:

Dicen que nacemos para perderlo todo, y que cuánto más vivimos más perdemos.
Eso es una verdad absoluta y también absolutamente dolorosa. Cuando fallece una persona
joven, en la infancia o la adolescencia, resulta algo muy dramático, ya que esa muerte
prematura le impide disfrutar de muchos de los placeres que proporciona la vida de los adultos
e incluso la vejez; pero del mismo modo esa guadaña afilada le habrá librado de todos los
sufrimientos asociados al paso de los años y las inevitables pérdidas: pierdes los amigos,
pierdes la fuerza y la habilidad, pierdes a los animales que han estado más cerca de tu corazón
que la mayoría de las personas y sufres por ello, pierdes una buena parte de tu inteligencia, de
tus recuerdos, de tu destreza, pierdes a tus familiares, a las personas que te dieron la vida y
que hubiesen dado la suya por ti; pierdes a tu pareja e incluso a tus propios hijos en muchos
casos, y ésa es una pérdida especialmente trágica; pierdes la calma, pierdes tu cabello, tus
músculos, tus dientes, tu memoria… y finalmente pierdes lo único que de verdad era tuyo
desde el día que naciste… pierdes tu vida.

Si conocemos desde que nacemos que estamos destinados a perderlo todo, está claro que una
de las claves para adaptarse a esta vida es asumir que muchas veces saber perder es casi lo
mismo que ganar, y yo como deportista he aprendido bien esa lección. ¿Debo aprender a
entender que he perdido el partido más importante que jugaba?

Yo lo único que he querido siempre, lo único que me ha hecho siempre feliz


independientemente de las derrotas (porque forman parte del juego) es jugar al fútbol,
controlar un balón que te llega demasiado fuerte; golpear fuerte una pelota y que llegue a los
pies de un compañero; amagar y regatear a un contrario y salir con el balón por donde nadie lo
espera; meter un pase entre líneas de la defensa contraria y que llegue donde nadie pensaba y
donde finalmente aparece un compañero; tirarme al suelo para cortar un pase de gol del rival;
sentir el olor del césped, sobre todo cuando está mojado; saltar y chocar en el aire con un
adversario buscando un remate de cabeza; el abrazo de tus compañeros cuando metes un
gol… Todas estas cosas maravillosas ya forman parte de un pasado remoto que jamás volverá,
y realmente son recuerdos que duelen más que mi rodilla .

Era lo único que quería y ya no lo tengo.

Todos estos oscuros pensamientos se agolpan en mi cabeza cada vez que estoy despierto, y
por eso no quiero estarlo. Y cuando no queda más remedio que estar consciente, lo que no
quiero es pensar, prefiero estar haciendo cosas que distraigan mi mente, aunque alguna de
esas cosas me lleven a esta situación en la que me encuentro hoy. Triste, sin motivaciones, sin
esperanzas, sin futuro.

Ya no se trata solo de que no pueda jugar al fútbol profesionalmente, es que no puedo ni jugar
al fútbol con los amigos, es que tengo dificultades incluso para caminar correctamente y sin
dolores. ¿Es justa esta situación? ¿Yo, me merezco esto?

Mucha gente me dirá que hay millones de personas en mucha peor situación que yo, y no lo
dudo en absoluto, pero ese "consuelo" (por llamarlo de alguna forma) no me sirve de nada,
absolutamente de nada.

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Y cuando ya estoy metido en los sótanos más profundos de una mente torturada, cuando
parece que ya no se puede caer más abajo, de repente comienzo a escuchar lo que me
parecen los primeros acordes de una canción conocida. Son solo tres o cuatro notas, pero son
suficientes para reconocer la melodía, mi cabeza retrocede casi veinte años en menos de un
segundo, y veo a mi madre cantando suavemente alguna canción de Juan Gabriel o de Jorge
Sepúlveda, que le encantaban y a las que le ponía tanto sentimiento que casi le hacían llorar.
Cantaba mientras hacía las cosas de la casa, mientras cocinaba, tendía las camas o barría el
patio, y yo la miraba hipnotizado por su voz y sus ágiles movimientos, sin entender la letra,
pero hipnotizado por la melodía y por su sonrisa. Ahora comprendo que cantaba porque
mientras lo hacía atrapaba la vida, la hacía suya disfrutando de unos minutos que la convertían
en la protagonista de una historia, y eso también es la Vida.

Esos segundos, asomado a un recuerdo de infancia son tan intensos que por un momento le
dan sentido a casi todo, hacen que aparezca algo parecido a una sonrisa en mi cara y una
lágrima resbale por mi mejilla y se pierda en la nada. Es uno de esos instantes felices que le
dan sentido a cosas que no lo tienen. No es casi nada, pero es muchísimo. Es, de nuevo, la vida
misma.

Me agarro a momentos como ése para soportar el dolor, y aunque parezca un poco dramático
me agarro a esos instantes para sobrevivir.

Y entonces me levanto y camino, con dolor, pero camino, y hago cosas como asistir a alguna
clase de la Universidad en la que no escucho nada, pero al menos estoy fuera de mi casa y un
poco fuera de mi vida, y escribo en este diario para desahogarme y ordenar mi cabeza, y hablo
con la gente que me conoce y me quiere, y el mundo parece un poco menos malo.

Neruda pone letra a mis pensamientos, una vez más:

Tengo miedo. La tarde es gris y la tristeza

del cielo se abre como una boca de muerto.

Tiene mi corazón un llanto de princesa

olvidada en el fondo de un palacio desierto…

Y la muerte del mundo cae sobre mi vida.

Difícil expresar mejor cómo me siento. Triste consuelo. La “muerte” de mi rodilla es la muerte
del fútbol, y para mí, la muerte del fútbol es la muerte del mundo.

Y es entonces cuando sucede el milagro:

Cualquier día de marzo, de 2020.

Estoy haciendo la visita semanal a mis abuelos, apoyado en una muleta que me ayuda pero a la
que odio, y charlo un rato con mi abuelo Angel. Siempre he considerado a mi abuelo un sabio.
De los de antes, con una sabiduría natural basada en la experiencia de la vida, pero también en
la intuición, y sobre todo en la justicia y la bondad. Aunque a menudo me dice que él no es
nadie para dar consejos, yo siempre le escucho con atención y procuro hacerle caso. Sé que

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muchas de sus enseñanzas me servirán para toda la vida, y las tengo guardadas en un rincón
de mi cabeza para cuando me hagan falta.
No le gusta demasiado el fútbol, y tan solo había ido a verme jugar una vez. Decía que era más
que suficiente para saber que lo hago muy bien, y me dijo una frase que no se me olvida y que
ahora me hace llorar cada vez que la recuerdo: "Juegas muy bien, nin, y es evidente que el
balón está todo el tiempo pendiente de ti". Nadie ha dicho jamás algo tan bonito de mí, y
nadie lo podrá volver a decir.

Es la única persona que, desde la lesión, no me ha dicho una sola palabra de consuelo de esas
que tanto me duelen. Sabe de sobra cómo se siento, y sabe que no hay nada que decir. Le
conozco, y estoy seguro de que ha llorado tanto como yo, pero no se le escapan ni un lamento
ni una lágrima cuando está conmigo. Si lo que se llama "hombría de bien" necesitase un
ejemplo o un modelo, ése sería mi abuelo.

Esa tarde, después de tomar un café con las mantecadas que hace la abuela, el abuelo Angel se
acerca a mí y como sin dar importancia a su acción, me deja una bolsa y me dice: "Son dos
libros". Hace un silencio largo, esperando mi reacción, y continúa hablando, sereno, pero con
firmeza. "Creo que nunca te he pedido nada, nin, pero ahora te pido por favor que los leas. Sé
que te van a gustar. Luego, puedes poner en práctica sus consejos o no. Eso ya será tu
decisión. Yo sólo te pido que los leas". Naturalmente se lo prometí, y le dí un abrazo para
agradecérselo procurando que no notase que ahora el que estaba llorando era yo.

Dos o tres días después encuentro en mi habitación la bolsa con los libros, de casualidad,
porque ya ni me acordaba de ellos. Abro la bolsa y los saco con cuidado. Leo sus títulos, la
portada y la contracubierta. No me dicen nada, pero al menos despiertan mi curiosidad, y me
prometo leerlos cuanto antes, porque así se lo he prometido a mi abuelo y por nada del
mundo voy a defraudar esa promesa.

Dos días después, aprovechando una tarde que me encontraba un poco mejor de mis dolores,
y sobre todo un poco mejor de ánimo dentro de la oscuridad de mis días, comienzo por el
primero. Son del mismo autor, y parece que se debe de comenzar por el que se titula "Deja de
ser tú" de Joe Dispenza. Es evidente que el título ya es toda una declaración de intenciones.
Ahora mismo me encantaría dejar de ser yo, y cambiarme por cualquiera de los chavales que
está jugando un partido de fútbol en cualquier lugar del mundo.

El autor de los dos libros, el Dr. Joe Dispenza es un conferencista internacional, bioquímico,
investigador, profesor de la Universidad de Atlanta, autor y educador que ha sido invitado a
dar charlas, conferencias y cursos por todo el mundo. Al parecer, lo impulsa la convicción de
que cada uno de nosotros tiene el potencial para la Grandeza, y habilidades ilimitadas, dentro
de las cuales está según él ha podido demostrar en su propio cuerpo, la auto curación de
numerosas enfermedades o dolencias.

Su estilo es ameno, sencillo de comprender, aunque utiliza muchos términos médicos y


técnicos de algunas disciplinas complejas, pero así todo es fácil de seguir, porque además es
muy alentador y la forma en la que explica sus teorías, con abrumadores estudios y pruebas de
su eficacia, invitan a poner en práctica sus métodos. La famosa empatía de la que tanto se
habla hoy día e incluso la simpatía, son algunas de sus habilidades, y ha educado a miles de
personas, detallando cómo pueden reconfigurar sus cerebros y reacondicionar sus cuerpos
para realizar cambios duraderos y mejoras indudables en su salud, como atestiguan miles de
personas por todo el mundo, que han asistido a sus talleres presenciales o han leído sus libros.

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No es magia, no es un curandero ni un charlatán, es un hombre muy culto que está mucho más
cerca de la medicina y sobre todo de la ciencia que muchos médicos titulados que no llegan
mucho más allá de donde llegan los fármacos que recetan.

Desde luego, el libro es fácil de leer, porque incluso es adictivo. Quieres saber más, quieres
aprender, quieres incluso intentarlo.

Como investigador, la pasión del Dr. Joe es una unión perfecta entre los últimos hallazgos de
los campos de la neurociencia, la epigenética y la física cuántica para explorar la ciencia detrás
de las remisiones espontáneas o de curaciones sorprendentes. Él usa ese conocimiento para
ayudar a las personas a curarse de muchos padecimientos, dolencias crónicas e incluso
enfermedades terminales, para que puedan disfrutar de una vida más plena y feliz, así como
también desarrollar su conciencia. Además, se ha asociado con otros científicos para realizar
una extensa y documentada investigación sobre los efectos de la meditación, incluidos
estudios sobre los genes o el ADN, mapeo cerebral con electroencefalogramas (EEG) y pruebas
de campo de energía individual, con los que se pueden demostrar resultados más que
sorprendentes, científicos, reales, demostrables con datos, radiografías, scanner... con
personas reales, como tú y como yo.

Con toda esa información en mi cabeza terminé el primer libro, "Deja de ser tú".

Cada página del libro te hace pensar que hay muchas cosas que no estás haciendo bien en tu
vida, que afectan directamente a tu salud, y que puedes cambiarlas con métodos sencillos que
te proporcionarán un cambio radical en tu forma de ver las relaciones con los demás, la
relación contigo mismo (que es mucho más importante), y todo lo que debes hacer para
cambiar tu presente y sobre todo tu futuro, en términos de salud y de todo aquello que
contribuya a tu felicidad. ¿Qué más se puede pedir?

Cada consejo del libro parecía que estaba escrito para mí. No sólo me interesaba la posibilidad
de una "curación milagrosa", cosa que me parecía imposible, o por lo menos improbable, sino
que también me fue interesando todo lo referente a los cambios positivos de conducta y a
crear hábitos saludables para el cuerpo, pero sobre todo para la mente.

Si había un candidato perfecto para la frase "Deja de ser tú", ése era yo.

No sé de dónde saqué las fuerzas para ese cambio de actitud, porque estaba en el fondo de un
pantano profundo. Mi abuelo, con sus libros, llegó en el momento oportuno.

Ni siquiera me hizo falta comenzar con el segundo libro para darme cuenta de cuál era la causa
esencial de mi situación actual, y de que "mi problema no estaba en la rodilla, sino en la
cabeza", y si conseguía hacer los cambios necesarios en ella y en mi manera de pensar, todo lo
demás vendría rodado, porque lo que estaba en juego no era la recuperación improbable de
mi rodilla, lo que está en juego era mi vida, era mi futuro, mi felicidad y la de los que me
rodean.

Tengo que salir del absoluto estrés en el que me ha metido esta lesión, y que está nublando mi
vida.

Como Joe Dispenza explica de una manera excelente en sus libros, el estrés es una de las
principales causas que hacen que tu cuerpo pierda el equilibrio, y yo soy un triste ejemplo de
esa situación; actúa sobre nuestras células exactamente IGUAL que una sustancia tóxica,

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tremendamente tóxica en muchos casos. Mi rotura en la rodilla parece que se ha extendido
por cada célula de mi cuerpo, y eso no debería de ser así. Yo no solo sólo una rodilla.
Ese fatídico estrés se da esencialmente en tres formas: estrés físico (trauma), estrés químico
(toxinas), y estrés emocional (miedo, preocupaciones, ansiedad, etc), y yo he estado sometido
a esas tres formas durante estos últimos meses. Cada una de estas tres clases de estrés por si
sola puede desencadenar más de mil cuatrocientas reacciones químicas en nuestro cerebro, en
nuestro cuerpo, y producir más de treinta hormonas y neurotransmisores, en su gran mayoría
con efectos muy negativos a todos los niveles.

Esto es ciencia pura, no son especulaciones, es así para todo el mundo, y cuando se
desencadena esta cascada de sustancias químicas de las hormonas del estrés, tu mente influye
en tu cuerpo a través del sistema nervioso autónomo de una manera brutal y cruel, y sólo hay
que verme a mí para demostrar el daño que esto puede hacer.

¿Podré terminar con esta pesadilla y continuar mi vida sin rodilla, sin fútbol? Es evidente que
esa situación es la raiz de mi problema, es la raiz del estrés que me estaba llevando a una
situación sin salida o con una salida de terribles consecuencias para mí.

Curiosamente, el estrés existe y está concebido para ser adaptativo. Todos los organismos de
la naturaleza, incluidos nosotros los seres humanos, estamos programados para afrontar el
estrés a corto plazo, para disponer de los recursos necesarios ante situaciones de emergencia,
y cuando percibes una amenaza del mundo exterior, activamos automáticamente una
respuesta de lucha o huida desde el sistema nervioso simpático, y entonces el ritmo cardíaco y
la tensión arterial aumentan muchísimo, los músculos se tensan y tu cuerpo libera hormonas
como la adrenalina o el cortisol para prepararse para huir o afrontar el peligro que nos acecha.

Una vez que esa amenaza desaparece, tu cuerpo recupera la llamada homeostasis (que es el
estado de equilibrio normal en situaciones de calma, de tranquilidad). Adoro esa palabra,
“homeostasis”, porque aspiro al equilibrio.

Nuestro cuerpo está perfectamente diseñado para actuar de esta manera cuando se encuentra
en un estado de supervivencia, perdiendo el equilibrio, pero solo durante un breve espacio de
tiempo, hasta que el peligro desaparece.

El grave problema de la sociedad actual, y mi grave problema, es cuando las experiencias


estresantes del pasado no desaparecen o creemos que no desaparecen (como pasa con mi
lesión), o cuando estamos continuamente previendo situaciones estresantes del futuro (de
nuevo como pasa con mi lesión), y todo esto acaba plasmándose en un estrés A LARGO PLAZO,
porque el cuerpo no está preparado de ninguna manera para vivir en un estado de
supervivencia PERMANENTE.

Cuando estas situaciones, muy comunes en mucha gente y por problemas muy diversos, hacen
que no seas capaz de recuperar esa homeostasis, ese equilibrio, ya que continúas percibiendo
la amenaza, la agresión, el peligro presente o futuro, PIERDES TOTALMENTE TU ENERGIA
VITAL, y eso implica que apenas dispones de energía para el crecimiento, para la reparación
celular y para los proyectos regenerativos a largo plazo a nivel celular y de curación, porque tu
cuerpo está usando toda su energía para defenderse de esa amenaza. Es así de simple y de
complicado a la vez.

El sistema inmunológico y el endocrino se debilitan notablemente y se “desactivan” la mayor


parte de los genes responsables de la curación de las heridas, la inflamación, etc… y por eso el

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estrés a largo plazo se asocia hoy día con la ansiedad, la depresión, con problemas digestivos,
insomnio, hipertensión, cardiopatías, embolias, cáncer, úlceras, artritis, alergias, infertilidad,
impotencia, pérdida de cabello… y así podría seguir con una serie de dolencias y enfermedades
que todos conocemos y vemos cada día en la gente que nos rodea.

Yo solo tengo que mirarme en el espejo para verme reflejado absolutamente en esa situación.
Soy una bola de estrés rodando sin rumbo por la vida.

Si a esto le unimos que a medida que liberamos hormonas del estrés, creamos una gran
cantidad de EMOCIONES NEGATIVAS altamente "adictivas", como la ira, hostilidad,
agresividad, odio, frustración, miedo, ansiedad, inseguridad, celos, culpabilidad, vergüenza,
tristeza, depresión… por citar algunas de ellas, es evidente que el resultado de ese cóctel
puede resultar mortal para cualquier persona.

Si la respuesta de estrés está activada constantemente, solo podemos centrarnos en tres


cosas: el cuerpo físico (en mi caso, ¿cómo está mi rodilla?), el entorno (en mi caso ¿en qué
lugar encajo yo ahora sin poder jugar al fútbol, sin rodilla?), y el tiempo (en mi caso ¿durante
cuánto tiempo seguiré con este dolor y esta pesadilla?), y puedo asegurar por mi propia
experiencia, que estar totalmente centrado en estos tres terribles elementos, absortos en
nosotros mismos, en nuestro cuerpo y nuestros problemas del mundo exterior nos hace
egoístas, mezquinos y en una tensión constante que lejos de mejorar algún aspecto, empeora
la situación.

Y es en esos momentos cuando debemos ser conscientes de que tenemos un cierto control
sobre nuestra propia ingeniería genética por medio de nuestros pensamientos, decisiones,
conductas, experiencias y emociones, y eso es lo que tengo que empezar a cambiar porque ésa
es la clave de casi todo.

Sigo leyendo ambos libros, que ya van conmigo donde yo voy y comienzan a estar llenos de
papelitos pegados y anotaciones en sus márgenes, y me hago la promesa de comenzar hoy
mismo con el camino para recuperar mi vida, con o sin fútbol (aunque me duela incluso el acto
de escribirlo), y me doy cuenta de que aún no he ido a darle las gracias a mi abuelo.

Al día siguiente, de cualquier día de marzo de 2020

Hoy solo tenía un objetivo, pero era necesario hacerlo, y era justo.

Tenía que ir a dar las gracias a mi abuelo por su consejo y sus libros. No sé hasta dónde me
llevarán, pero el solo hecho de haber conseguido despertarme de la pesadilla en la que me
encontraba ya es muy importante para mí.

Me aseé como si fuese a ir de fiesta, me fui a cortar el pelo (falta me hacía), me afeité bien y
caminé con mi muleta hacia su casa. Me detuve un momento en una de mis cafeterías
favoritas, el Lyon D´or, y después de tomar allí un café les dije que cuidasen de mi muleta, que
volvería en una hora a por ella.

Quería que mis abuelos me viesen sin ella, y además eso implicaba hacer un esfuerzo que
necesitaba realizar, porque tengo que tomar conciencia de que esto va a ser duro, va a ser
difícil, y tengo que comenzar a luchar por lo que deseo.

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Los cien metros desde la cafetería hasta casa de mis abuelos me parecieron una maratón.
Apoyado en las paredes, con tanto miedo como dolor, porque apenas podía enderezar
totalmente mi pierna, ni tampoco flexionarla menos de unos 90 grados, conseguí llegar a su
portal y tocar el timbre. Desde allí hasta el ascensor fue aún más complicado, porque hay que
subir tres escaleras que me parecieron la ascensión al Everest descalzo y sin abrigo, pero llegué
al ascensor y después hasta la puerta de su casa.

Me estaban esperando con la puerta abierta, y cuando me vieron llegar, arreglado, bien
vestido, y sobre todo sin la muleta, mi abuela se echó las manos a la cabeza y comenzó a rezar
alguna plegaria, mientras mi abuelo vino hacia mí, y consciente del esfuerzo que estaba
haciendo me dijo que me apoyase en él y entrase en la casa. En vez de apoyarme, la abracé
con fuerza y le dije al oído: "Gracias abuelo. Necesitaba una bofetada o un empujón. Tú jamás
me has puesto una mano encima, así es que lo que me has dado es la ayuda necesaria para
que me diese cuenta de lo que estaba haciendo mal y cambiarlo. A partir de ahora todo será
diferente. Gracias eternas, abuelo"

Me miró con los ojos vidriosos, con esos ojos que están comenzando a tener problemas de
visión porque ya lo han visto todo, y me dijo: "solo me hace falta verte, para saber que ya estás
en el buen camino, y si los libros te han ayudado a llegar hasta aquí, serán la mejor compra
que he hecho en mi vida".

¿Qué le iba a responder? ¿Qué se le puede decir a un ser humano de esa naturaleza? Nada.
Sólo mirar y aprender.

Me tomé un café con ellos, acompañado de un par de rosquillas de la abuela Carmelita, que
creo que nunca me habían sabido mejor, y salí de allí con más fuerzas, aunque también con un
dolor fuerte tanto en mi rodilla izquierda como en mi cadera derecha, por la fuerza que tenía
que hacer para soportar caminar sin mi muleta en una extraña y forzada postura.

Llegar a la cafetería fue otro reto superado con dolor, pero también con satisfacción. Me dí
cuenta de que era la primera vez desde hace más de dos años que caminaba solo, por la calle,
y sin muleta.

No sé si es el principio de algo, porque el dolor me impide seguir pensando, pero mi cambio de


actitud, mi ánimo y los consejos de los libros tienen que ayudarme a conseguirlo.

Este será mi primer paso en la recuperación, no sé si de mi rodilla, pero seguro que lo será en
la recuperación de mi vida.

Julio 2020

Las cosas han cambiado un poco desde la última vez que escribí en este diario.

La pandemia esa que venían anunciando ha cambiado la vida de mucha gente a mi alrededor, y
parece que en todo el mundo.

Es una desagradable sorpresa para todos, por lo brutal y por lo inesperado. Demasiadas
muertes que agitan las conciencias.

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A mí no me afecta demasiado en mi vida diaria, porque yo apenas salgo de casa y sigo las
rutinas de recuperación de mi vida con los consejos que voy tomando de Joe Dispenza: hay
partes de su libro que ya me sé de memoria, y ya he visto varias veces la mayoría de sus videos
en Youtube. Soy uno de sus fieles seguidores, casi adicto a sus enseñanzas.

Hace ya cuatro meses que tomé la decisión clara de cambiar de rumbo en mi vida: en lo que se
refiere a mi rodilla, los médicos, cirujanos, y rehabilitadores, no han conseguido una mejoría, y
eso hace que tampoco exista una esperanza de mejora a corto o a medio plazo, porque pasan
los días y los meses y mi rodilla no mejora lo suficiente como para esperar cambios positivos.
La inflamación persiste, el dolor persiste, la falta de flexibilidad y de fuerza persisten. Las
resonancias tampoco nos dan mejores noticias.

Hace un mes que decidí por mi cuenta abandonar la rehabilitación y los ejercicios que me
recomendaron y que llevo ya muchos meses realizando. Les dije que prefería seguir
haciéndolos por mi cuenta, pero en realidad no estoy haciendo nada de eso.

Lo único que he hecho y que prácticamente nadie sabe es: colocar dos pósters en mi
habitación, para que pueda verlos sin dificultad desde mi cama en cualquier momento; uno de
ellos con una radiografía ampliada de mi maltrecha rodilla, donde se pueden ver aún los
rastros de alguna de las roturas, y algunos de los tornillos que aún llevo y que unen mis
articulaciones y ligamentos, donde aún se aprecia con claridad la inflamación y casi diría que la
deformidad de mi articulación.

Y al lado, otra fotografía del mismo tamaño con una ilustración detallada de una rodilla
perfecta, con todos sus músculos, ligamentos, huesos y tendones perfectamente sanos para
cumplir su misión, sin lesiones, sin inflamación.

Ese es mi objetivo claro, y cada vez que los miro me fijo mucho más en lo que quiero que se
convierta mi rodilla, que en lo que realmente tengo en ella y quiero que desaparezca o que
mejore. Ya tengo asimilado totalmente cómo está, no me hace falta verla más en el póster,
porque conozco de memoria cada pliegue, cada músculo, tendón y cada hueso, y conozco
cómo tendrían que estar para que no exista dolor y recuperen la normalidad que se quebró
hace dos años. Dentro de unos días la retiraré de mi pared, en cuanto comience a notar una
ligera mejoría, para fijarme solo en el otro póster, en lo que quiero llegar a tener, en mi
objetivo, sin pensar más en como estoy sino en como estaré, y lo que podré volver a hacer
cuando lo consiga, porque lo conseguiré. Tengo que visualizar esa imagen, y sentirlo de
corazón como si ya lo hubiese conseguido.

No me obsesiono. Camino cada día entre dos y tres horas, con calma, con disciplina, con
dolores, con una enorme fuerza de voluntad, aunque llueva o haga frío, aunque haga calor y la
rodilla me arda. Si, es cierto, a veces lloro, ya no sé muy bien si solo por el dolor, o también por
el cansancio y la impotencia, pero sigo, y sigo, y no me voy a detener, porque ahora sé que voy
a poder con esto.

Agosto de 2020.

Aunque hace un calor desesperante, no he desfallecido ni un solo día; ni una sola hora. He
seguido saliendo a caminar, e incluso algún día me he atrevido a hacer algo parecido a un trote
ligero. Digo parecido, porque yo sé perfectamente como corría antes, y no se parece nada a
eso que he intentado hacer estos días, procurando que no me viera nadie, pero ya es algo que

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no había conseguido hacer desde hace más de dos años, e incluso he llegado a pensar que
jamás volvería a hacerlo.
Calculo que he tardado en hacer el equivalente al largo de un campo de fútbol en el mismo
tiempo que antes tardaba en dar dos vueltas completas, pero para mí volver a sentir el aire en
la cara por aumentar un poco la velocidad me ha parecido suficiente, y me ha sabido a gloria, a
victoria.

Los médicos me han dado una autorización para poder salir de casa a pesar de las restricciones
por la pandemia, y como apenas hay nadie por la calle casi siempre camino solo, y "sin prisa,
pero sin pausa".

La muleta ha quedado "aparcada" en el paragüero de mi casa, y no me acerco a ella ni en los


días en los que tengo más dolor.

La noticia importante, que aún no sabe casi nadie, es que ya he conseguido flexionar mi rodilla
por debajo de esos 90 grados que eran el tope en el que llevaba encallada desde hace muchos
meses. Bueno, no me he resistido a contárselo a mi abuelo, que ha sonreído, ha apretado los
dos puños, y me ha dicho bajito al oído: "Lo sabía. Tú eres capaz de eso, y de mucho más". Mi
abuelo es más beneficioso para mi rodilla que cien cajas de analgésicos y anti-inflamatorios.

Sigo sin obsesionarme, sé que puede haber recaídas, y sigo con dolores, pero por lo pronto ya
he quitado y he roto el póster con la radiografía de mi rodilla. Ha sido como una catarsis. No
quiero volver a ver esa imagen. Esa ya no es mi rodilla.
Sigo leyendo los libros de Joe Dispenza. Imprescindible. Lo que en ellos se explica no se puede
aplicar de la noche a la mañana, y requiere de sus explicaciones para entender por qué
suceden las cosas y porqué hay que seguir los pasos que indica, y no se trata "sólo" de curar o
de mejorar una dolencia o una enfermedad, que ya sería extraordinario, sino de mejorar tu
vida, de aprender a ser mejor aprovechando todo el potencial que cada uno tenemos dentro,
en nuestro cerebro, y que estoy empezando a comprender que es casi ilimitado.

Ayer, le contaba a mi abuelo lo que he aprendido en el libro acerca del efecto placebo: a
finales de la década de los 70 un estudio serio del doctor Levine (Universidad de California)
demostró por primera vez que un placebo podía activar la liberación de endorfinas (los
analgésicos naturales del cuerpo), y otra serie de fármacos activos. Con el estudio quedaba
muy claro de que esas curaciones o esas mejorías en cualquier clase de dolencia no se debían
"sólo" a que esas personas creían que iban a tomar algo que les iba a curar y por eso se
curaban, era algo mucho más profundo y más científico, no era solo por una simple creencia,
sino que realmente en su cerebro, y a la vez en su cuerpo, se producían una serie de cambios
palpables y que podían ser medidos y analizados, y esos cambios eran los que de una forma
natural producían las mejoras o curaciones. La mente curaba al cuerpo.

Posteriormente, en 1975, un analista político y editor, llamado Norman Cousins experimentó


en su propio cuerpo los espectaculares efectos positivos de la mente en la curación de una
enfermedad que podía haber sido mortal, y terminó diciendo que "el proceso no funciona por
el efecto mágico de las pastillas del placebo, sino porque el cuerpo humano es el mejor
boticario y porque las mejores medicinas las receta el cuerpo humano".

Yo le repetía a mi abuelo: "No es magia, abuelo, es ciencia, es la increíble maravilla de nuestro


cuerpo y de nuestra mente". Y él me respondía: "Qué suerte tienes nin, de haber descubierto
algo así y de poder vivirlo".

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Hay infinidad de estudios posteriores sobre los extraordinarios efectos de los placebos, incluso
comparándolos con la toma de antidepresivos tan fuertes y populares como el Prozac o el
Serzone, consiguiendo mucho mejores resultados que dichos fármacos, y confirmando el
enorme poder de nuestro cuerpo y de nuestra mente.

Yo soy un claro ejemplo de lo que se llama efecto Nocebo, y que es todo lo contrario del efecto
Placebo, es decir, cuando los pensamientos y comportamientos negativos condicionan al
cuerpo para enfermar o para retrasar una recuperación: mi rodilla se rompió, si, eso es un
hecho físico, real, un accidente, pero a partir de ahí todo lo que ha sucedido con mi cuerpo y
en mi vida, mi degradación física y la gran carga negativa que he generado en mi entorno, e
incluso mi incapacidad para la recuperación, es más que probable que tengan su origen en mi
cabeza, y eso es lo que trato de averiguar y de solucionar.

Las investigaciones de las últimas décadas señalan claramente algunas verdades: lo que
piensas es lo que experimentas, y con relación a la salud, lo materializas a través de la
asombrosa farmacopea que tienes en el cuerpo y que se alinea de forma automática con tu
mente. No quería apabullar a mi abuelo con tanta información técnica y de estudios que
demuestran todo lo que Dispenza cuenta en sus libros y sus videos, pero me atendía con
mucha atención y asentía con la cabeza a lo que yo le estaba contando entusiasmado, y cada
poco me decía que el cuerpo humano es maravilloso y sorprendente, y que no le dejase de
contar todo lo que descubriese sobre estos temas.

Con toda la información médica y técnica que aporta en sus libros y sus charlas, Joe Dispenza
busca el objetivo según el cual "cuanto más aprendas sobre el qué y el porqué, más fácil y
eficaz se volverá el cómo", o dicho de una forma más sencilla: "cuánto más conozcas lo que
estás haciendo y por qué lo haces, mejores resultados conseguirás cuando lo pongas en
práctica”

Y es aquí cuando llega la parte más complicada de este proceso, ya que liberarte de las
limitaciones implantadas en los programas de tu cerebro y del condicionamiento que hace que
seas el mismo de siempre, requiere de un gran esfuerzo.

Dicen que tenemos en torno a unos 60.000 pensamientos cada día (esa es la media en una
persona adulta normal), y que de esos pensamientos, más del 70 o incluso el 80 % son los
mismos que los del día anterior, y del anterior, y del anterior… y eso es muy difícil de cambiar,
porque tu cuerpo y tu mente se han acomodado a vivir así, a que todo sea previsible,
automático, y por lo tanto lo puedas controlar. Podríamos decir que a tu mente "le gusta más
lo malo conocido, que lo bueno por conocer".

Si el “yo antiguo” ha de morir, en este caso debo crear un “yo nuevo”, con nuevos
pensamientos, decisiones, conductas y emociones.

Tomar esta decisión es intentar adquirir un nuevo yo desconocido e imprevisible, y lo


desconocido es el único lugar desde donde puedo crear, porque desde lo conocido me
resultará imposible crear nada nuevo. No se puede solucionar un determinado problema
desde el mismo lugar en el que ese problema se ha creado. O como Einstein dijo “ningún
problema puede resolverse desde el mismo nivel mental que lo creó”.

Y es en ese momento cuando me entra el pánico y pienso ¿Y si esto tampoco funciona? ¿Y si


no soy capaz de hacerlo?

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Por suerte para mí, parece que los cambios han comenzado a hacer efecto en mi cabeza, y
entiendo que la desazón, la ansiedad y la desconfianza son parte de mi yo anterior, el que
debo de abandonar, y que tengo que soportar con entereza el desmantelamiento de mis
antiguas actitudes, creencias y percepciones grabadas a fuego en mi arquitectura cerebral.

Por eso tienes que crear nuevas conexiones neuronales y mantenerlas si ya has decidido
pensar y actuar de nuevas formas en tu vida diaria. Y luego reforzarlas hasta que se conviertan
en hábitos. Con ello estarás creando un nuevo nivel estructural y funcional de salud y vida. Tu
mente y tu cuerpo se renovarán. Me lo repito siempre que puedo, para asumirlo: Mi mente y
mi cuerpo se renovarán y se alinearán.

Se trata de una auténtica metamorfosis, y para mí significa mucho más que la recuperación de
una rodilla rota, significa la creación de una nueva persona, más real, más centrada en el
mundo que vivo, más auténtica y espero que mucho mejor. Lo necesito.

Yo, quizás ya no pueda tener el futuro que imaginaba hace poco más de dos años, pero
necesito crear ese nuevo futuro, que necesariamente será distinto, pero no tiene por qué ser
peor.

Cada vez estoy menos centrado en mi rodilla, y más en mi vida, y los dos están mejorando a la
vez.

Septiembre de 2.020

Uno de los hábitos que estoy cambiando, y que me gustan, es el de escribir en este libro-diario,
que ya se me está quedando pequeño. Ordeno mis ideas, y las dejo escritas para releerlas
cuando me vuelvo a perder en mi pasado conocido, que es algo que todavía hago con bastante
frecuencia. ¡Cómo cuesta cambiar eso!

Y aquí es donde entra en juego el proceso del cambio a través de la Meditación o los repasos
mentales, o como los quiera llamar cada uno: El acto de cerrar tus ojos y ensayar mentalmente
lo que vas a hacer o quien quieres llegar a ser, comienza a instalar en tu cerebro un nuevo
hardware neurológico, para que parezca que ya hiciste lo que estás planeando hacer. Tu
cerebro no va a distinguir entre ambas situaciones (lo que pasa realmente y lo que estás
imaginando como si ya hubiese pasado, tu futuro deseado) y por lo tanto, ya no estará
registrando tu pasado, sino que ahora es un mapa detallado hacia tu futuro. Si sigues
instalando esos pensamientos en tu cerebro con la suficiente fuerza, con la suficiente
intensidad, se terminará convirtiendo en un software, en algo fijo y definitivo que marcará la
pauta de tu comportamiento como alguien más completo y feliz, ya que será la vida que has
diseñado para ti con tus propios pensamientos.

No hay ninguna magia extraña en este proceso, y eso es lo que Joe Dispenza te explica con
detalle en sus libros, simplemente habrás instalado un circuito en tu cerebro que terminarás
siguiendo de forma automática.

La palabra "meditación" significa "familiarizarse con", así es que lo primero que tienes que
hacer es tomar consciencia de tus pensamientos inconscientes, tomar conciencia de tus
comportamientos automáticos y estar atento a las emociones que te mantienen anclado al
pasado, o a situaciones negativas del pasado que te han hecho y te siguen haciendo daño. En

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mi caso es evidente que la rodilla es solo el principio de todo, y a la vez la punta de mi iceberg,
lo que casi me ha llevado a la autodestrucción.
Si puedes tomar verdadera conciencia de esos estados inconscientes de tu mente y de tu
cuerpo, para que no vuelvan a deslizarse y anular tu atención consciente, podrás evitar volver
a ser tu antiguo yo, el que no te gusta y quieres cambiar.

Si cultivas a nivel emocional el entusiasmo que te proporcionaría la experiencia que deseas


vivir, antes de que se produzca, ese estado emocional te resultará cada vez más familiar, lo
harás tuyo y lo proyectarás a tu futuro previsible, se hará real.

En este proceso, se cortan conexiones sinápticas de tu cerebro, como ha demostrado la


neurociencia, y se hacen brotar conexiones nuevas. Se eliminan de la memoria emociones que
estaban almacenadas en tu cuerpo y solo te producían perjuicios emocionales y a la vez físicos.

Esa es la clave para reacondicionar el cuerpo a una nueva mente, a una nueva emoción que
cambie tu vida, moviéndose del pasado conocido al futuro deseado.

Este proceso no es sencillo, sobre todo porque implica adentrarse en lo desconocido, y tu


cuerpo y tu mente te reclamarán constantemente volver a tu pasado conocido, por la
comodidad de recorrer una ruta mental que ya le resulta familiar y que realiza de manera
automática, pero debes resistirte a esa incomodidad y esa protesta de tu mente, porque
llegará un momento en que todo resultará cada vez más fácil en los cambios que quieres llevar
a cabo, hasta que de repente, cuando menos lo esperes, ocurrirá algo asombroso en tu vida.

No es necesario que fuerces nada, no te adelantes ni te apresures… llegará.

Cuando eso pase, y pasará, le prestarás la máxima atención a todo lo que hiciste en tu interior
para llegar a producir ese cambio radical en tu exterior. Ese, es el famoso empoderamiento del
ser humano, y todos somos capaces de conseguirlo. ¡Todos!

Octubre de 2.020.

Aprovechando que ya no hace tanto calor, he hecho algo que llegué a pensar que jamás
volvería a hacer: me he comprado dos balones, uno de baloncesto, y otro de fútbol…

Mi idea es comenzar a jugar algo con el de baloncesto, para hacer giros poco a poco y
comenzar a forzar mi rodilla con gestos que hace casi dos años que no hago. Sabía que no iba a
ser sencillo, y tenía sobre todo miedo a no poder hacerlo, miedo al dolor, pero mi cabeza es
mucho más poderosa que hace unos meses, cuando estaba casi acabado, no para el deporte,
sino para la vida. Llevaba ya muchos días imaginándome a mí mismo realizando esos
movimientos con el balón, delante de una canasta, y que lo realizaba con suavidad, sin forzar,
como "a cámara lenta", pero sin dolor, y todo ha salido exactamente igual a como lo había
imaginado y casi diseñado en mi cabeza. La sensación de poder hacer giros hacia ambos lados,
frenar en seco, volver a arrancar, ¡saltar un poquito!, ha sido maravillosa.

Es sorprendente como algo tan simple te puede hacer tan feliz, y eso te hace reconsiderar
muchas cosas.

Ha habido momentos en los que me movía con un escalofrío de emoción que me recorría todo
el cuerpo, y es probable que incluso durante algunos segundos, me haya olvidado de mi rodilla

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y solo haya disfrutado de un balón y una canasta. Habrán sido dos o tres segundos aislados,
pero no creo que sea capaz de olvidar esa sensación durante mucho tiempo.
Al día siguiente tenía bastante dolor en varias zonas, pero enseguida me he dado cuenta de
que eran las famosas "agujetas" por ejercitar músculos que hace años que no trabajan, y por
extraño que parezca también he llegado a disfrutar de esos pequeños dolores porque son la
consecuencia de un gran avance para mi rodilla, para mi cabeza y para mi vida.

El balón de fútbol lo he dejado para más adelante, no hay prisa. Golpearlo con mi pierna
operada, y el tipo de movimientos que se hace al jugar al fútbol tendrá que esperar un poco,
pero todo llegará. Ahora sé que será así, porque ya lo estoy "viendo" en mi cabeza y ya lo estoy
"sintiendo" en mi corazón.

Noviembre de 2.020

Sinceramente, las primeras veces que leí en los libros de Joe Dispenza que una de las claves
esenciales para realizar cambios en aspectos fundamentales de la vida de cada uno era la
MEDITACION, me imaginé a un monje budista sentado en la posición de loto, piernas cruzadas,
ojos cerrados y una sonrisa en su cara. Supongo que es inevitable haber recibido esa
información durante toda la vida y pensar que meditar es "eso" y que yo no voy a ser capaz ni
de sentarme así y mucho menos llegar a concentrarme en esa posición que parece tan
incómoda.

Nada más lejos de la realidad. La Meditación es una forma de cruzar la mente analítica y entrar
en tu sistema de programas subconscientes; su objetivo es dejar de fijarte en el mundo
exterior, el cuerpo (mi rodilla) y el tiempo, y centrarte en el mundo interior de los
pensamientos y los sentimientos, es decir, en unos estados de conciencia más profundos.
Como cualquier otra actividad, requiere entrenamiento y disciplina para realizarlo bien, pero
todos podemos hacerlo.

Para mí está significando un cambio radical en mi vida, porque me está llevando de la mera
supervivencia en condiciones penosas, a la creación y el crecimiento como persona; de la
separación a la conexión entre el mundo exterior y mi mundo interior; del desequilibrio que
casi me llevó a perder lo único que tenía (mi vida), al equilibrio vital; del estado de emergencia
al estado de crecimiento y regeneración; y de las emociones limitadoras del miedo, la ira y la
tristeza profunda, a las emociones expansivas de la alegría, la libertad, el amor y la esperanza.

Básicamente he pasado de aferrarme a lo previsible y lo conocido, a aceptar esperanzado lo


desconocido. No le tengo ningún miedo ¿por qué habría de tenérselo si me puede ayudar a ser
capaz de crear mi futuro?

Me parece increíble estar sintiendo y escribiendo esto, pero hasta aquí me ha llevado una
situación que para mí era terriblemente traumática, y cuando tu objetivo es cambiar tu vida y
todavía no lo has conseguido con los recursos de tu vida exterior, en casos así debes de mirar
más allá de los límites de lo que ves, sientes y experimentas, para encontrar las respuestas.
Tienes que recurrir a otros medios que aún no has identificado y que residen en lo
desconocido. Es el lugar donde encontrarás esas respuestas que buscas, y hacia ese lugar me
lleva la meditación, hacia un campo repleto de infinitas posibilidades.

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Por suerte para mí, ya había leído bastante acerca de la meditación y la había puesto en
práctica, como una fórmula para la desconexión y el descanso en momentos de estrés o de
preocupaciones. Me gustaba, ya había conseguido superar la fase de desconfianza y el
aprendizaje había resultado positivo. Tenía parte del camino recorrido.

Ya había estudiado que los seres humanos emitimos varias frecuencias de ondas cerebrales
perfectamente medibles, y que cuanto más lentas sean, con más profundidad nos sumergimos
en el poderoso mundo interior del subconsciente. Son las llamadas ondas Alfa, Beta, Zeta o
Delta.

Beta es nuestro estado de vigilia cotidiano, y cuando estamos en esta fase (la más habitual
estando despiertos y tranquilos) el cerebro pensante está procesando la información sensorial
que captamos, y conectando el mundo exterior con el interior para darle un sentido a lo que
vivimos, a lo vemos, a lo que hacemos.

Por supuesto, esta fase llamada Beta no es la mejor para meditar, porque cuando emitimos en
esta frecuencia, el mundo exterior, el que percibimos por los sentidos (sobre todo el de la
vista) nos parece más real que el interior.

Alfa es nuestro estado de relajación, al que debemos llegar con la meditación, y es cuando
menos nos fijamos en el mundo exterior, en nuestros problemas, nuestras ocupaciones o
preocupaciones, y empezamos a centrarnos más en el interior. Solamente cerrando los ojos y
dejando de percibir estímulos visuales ya comenzamos a pasar de Beta a Alfa, y en esos
preciosos momentos ya no vivimos en un estado de supervivencia, sino en un estado de relax
mucho más creativo, que nos hace más sugestionables.

Es cierto que las primeras veces que intentas meditar siguiendo el método que aconseja Joe
Dispenza (o cualquier otro), se suceden los fracasos uno detrás de otro. Es muy difícil
"desconectar" de tu mundo de vigilia, de tus preocupaciones, de lo que tienes que hacer, de lo
que te ha pasado ayer o crees que te va a pasar mañana. Te distrae un sonido, o se cuela un
pensamiento con el que no contabas (o un pequeño “pinchazo” en la rodilla), recuerdas que
tienes que enviar un mail o un wasap, y cuando te das cuenta ya llevas quince minutos fuera
de tu meditación, pensando en tu yo de siempre, y te sientes mal porque no consigues volver a
concentrarte. Los fracasos de este tipo son constantes, pero son normales.

O como me ha pasado a mí varias veces al intentar meditar a primera hora de la mañana, y es


que me encuentro tan a gusto, que me duermo, y me despierto unos minutos después… Te
enfadas contigo mismo por no tener esa fuerza de voluntad y de concentración, pero es
necesario aprender que eso es normal, que nos pasa a todos, y que hay que insistir y persistir,
porque ese aprendizaje es un proceso largo, pero tremendamente satisfactorio.

Nuevos apuntes, en Enero de 2.021

Acabo de releer el apunte que hice en este diario hace ahora cuatro años, cuando cumplía 17
años, y apenas me reconozco. Me entristece leer lo que pensaba entonces. Parezco otra
persona, y es increíble lo que he madurado en tan poco tiempo y en una edad tan complicada.

Le lesión, y sobre todo sus consecuencias en mi cabeza, hicieron peligrar hasta mi salud
mental, y cuando parecía que ya no se podía caer más bajo, los libros que me regaló mi abuelo
cambiaron mi forma de ver las cosas, de ver la vida, y me están ayudando a aceptar las cosas,

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pero también a intentar cambiarlas cambiando yo desde dentro, que es desde donde se
realizan los cambios más profundos.
Me parece mentira pensar y decir esto, pero estoy contento con el cambio en mi vida, aunque
el precio que haya tenido que pagar me pareciera excesivo al principio. Lo importante ahora es
saber dónde estoy y sobre todo dónde voy.

Mi rodilla sigue mejorando, lentamente, pero mejora. Sigo trabajando con ella, cada día, yo
creo que cada hora, porque hago ejercicios para fortalecerla en todo momento. Cada vez
tengo un poco más de fuerza, de estabilidad, y consigo flexionarla mucho más sin gran
esfuerzo y con menos dolor.

Mi trabajo diario siguiendo los pasos que marca Joe Dispenza en el segundo libro, que se titula
“El placebo eres tú”, es esencial para seguir creciendo a nivel personal. Lo disfruto porque veo
progresos casi a diario. Es difícil, exige disciplina, pero de eso me sobra.

Saber cómo funciona mi cuerpo, y sobre todo saber cómo funciona mi mente ha sido esencial
para que la meditación se haya convertido en una parte fundamental de mi vida, porque no se
trata solo de conseguir unos momentos de paz, descanso, examen de conciencia o preparación
psicológica para lo que te depare el futuro; no, es muchísimo más importante que todo eso
junto.
Por medio de la meditación he logrado adquirir un nuevo estado del ser, al combinar mi CLARA
INTENCION con un ESTADO EMOCIONAL ELEVADO (la parte más complicada de interiorizar), y
de esta forma a diario te entusiasmas con los resultados de lo que sientes, de lo que ya estás
creando, y porque consigues salir de tu estado de ser habitual, el que querías cambiar. Ese
nuevo estado que vas creando día a día comporta otras actitudes, creencias y percepciones, ya
que no reaccionarás igual que antes, porque ahora tu entorno (en mi caso mi rodilla y sus
consecuencias) ya no controlará ni lo que piensas ni lo que sientes.

Hoy día ya estoy convencido, porque lo estoy viendo en mi vida, que puedo cambiar mis
creencias y crear ese efecto placebo para que tanto mi rodilla como mi vida mejoren. Después
de generar una intención clara y firme y aumentar con ello mi energía emocional, he creado
una experiencia INTERIOR en mi mente y mi cuerpo, que está llegando a ser mucho más
potente y mucho más intensa que la traumática experiencia EXTERIOR pasada.

Puede parecer increíble para quien aún no lo haya visto o lo haya vivido, pero las huellas del
pasado desaparecerán de tu cerebro y de tu cuerpo, y la señal nueva vuelve a crear un
programa neurológico y a hacer cambios genéticos en tu cuerpo. Joe Dispenza arroja decenas
de pruebas médicas y científicas de todo esto, y yo soy la prueba palpable de lo que para mí ya
es una evidencia.

Mi cuerpo está ahora viviendo plenamente en el presente, y creando su futuro; ya no está


atrapado en el pasado.

Es mi energía, y no la química creada en una mente atormentada, la que está cambiando mi


biología, y es una experiencia tan fascinante que ahora mismo no lo cambiaría por nada.

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Marzo de 2.021.

Hoy he recibido una tremenda alegría, y una pequeña decepción.

Hace ya varios meses que termino mi entrenamiento diario al lado de un campo de fútbol
cerca de mi casa, donde casi siempre está entrenando algún equipo alevín o infantil. He vuelvo
a disfrutar mirándolos, y he conseguido superar la “sana envidia” y cierta ansiedad que me
producía ver un entrenamiento o algún partido. Mi lesión no ha conseguido arrancar ni de mi
cabeza ni de mi corazón la pasión por el fútbol.

A veces hay algún equipo de veteranos disfrutando de un partido a lo ancho del campo, y por
supuesto que se lo pasan genial. Alguna vez al verme mirando como juegan me han invitado a
jugar con ellos, pero yo siempre me he negado, señalándoles mi aparatosa rodillera, como
diciéndoles con ese simple gesto que no puedo hacer ese tipo de esfuerzos.

Hoy sin embargo ha sido distinto. Me encontraba bien, muy bien, he calentado unos 20
minutos y he corrido casi una hora, haciendo gestos y giros que forzasen un poco la rodilla, y la
verdad es que en ningún momento he sentido dolor. Puede que haya sido la primera vez desde
el desgraciado día de la rotura, en el que haya disfrutado del deporte sin sentir algún dolor o
algún pinchazo y estaba eufórico. Me he puesto a hacer estiramientos mientras veía jugar al
grupo de veteranos con la esperanza de que me invitasen de nuevo a jugar, y no he podido
evitar cierto nerviosismo, porque estaba decidido a participar un rato. He cogido uno de sus
balones, y me he puesto a darle unos toques detrás de una de las porterías…

¡Dios mío que sensación tan brutal! El balón me ha parecido más ligero de lo que recordaba,
tal vez porque estoy haciendo muchos ejercicios para fortalecer mis rodillas y he potenciado
los músculos de ambas piernas. Cada toque de balón era un escalofrío; he sentido como si
cada célula de mi cuerpo se activase con el único objetivo de golpear suavemente el balón
pasándolo del pie izquierdo al derecho, y del derecho al izquierdo, controlando con precisión la
intensidad de cada toque, sutilmente, como lo he hecho miles y miles de veces en mi vida,
pero a la vez como si fuese la primera vez que lo hacía. He notado cómo la piel se me erizaba y
cómo se iluminaba mi cara con una sonrisa. No lo puedo explicar de otra forma, pero creo que
durante un par de minutos he sido la persona más feliz del mundo.

Unos minutos después me han invitado a jugar un rato, y así alguno de ellos aprovechaba para
descansar un poco. Me he puesto tan nervioso que lo primero que ha salido por mi boca ha
sido una excusa para no jugar: “lo siento, pero no llevo botas con tacos, y con la hierba
húmeda tiene mucho riesgo para mi jugar en playeros”

Por un momento he sentido cierto alivio, hasta que uno de ellos ha dicho: “No te preocupes,
yo tengo unas botas de repuesto que a lo mejor te sirven”. Otra vez los nervios.

Naturalmente me las he probado enseguida. Me quedaban un poco apretadas, pero solo la


liturgia de volver a calzarme unas botas de fútbol, atar los cordones como a mí me gusta,
sentir el olor del césped al cogerlas, y poner mis pies sobre la hierba, ha sido suficiente para
quedarme sin excusas, y con la mayor humildad del mundo volver a sentirme futbolista.

Les he dicho que jugaría despacio, a mi ritmo, porque aún estoy de recuperación, y me he
colocado en una posición donde pudiese evitar en la medida de lo posible el contacto físico.

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Poco a poco he ido incorporándome al juego. Primero con pases cortos, con pequeñas
carreras, control y pase, buscar colocarme lo mejor posible y no hacer esfuerzos excesivos para
los que es probable que aún no esté preparado.

Pero, casi sin darme cuenta, he ido recuperando sensaciones y a los quince o veinte minutos ya
estaba dando órdenes a mis compañeros para colocarlos bien, he comenzado a dar pases
largos, he disputado algún balón con los rivales, he chocado en el juego aéreo, e incluso he
llegado a disparar a portería como si los dos últimos años no hubiesen existido nunca y mi
último entrenamiento hubiese sido ayer. Ha sido increíble, y posiblemente uno de los
momentos más emocionantes y más bonitos en mis 21 años sobre este mundo.

En mis meditaciones había imaginado muchas veces poder hacer algo así, y lo imaginaba con
intensidad, como si fuese algo real o ya hubiese pasado, pero hacerlo de verdad, vivirlo y
disfrutarlo ha sido algo extraordinario, casi irreal.

Cuando llevaba más de media hora jugando, y ya comenzaba a sentir cansancio, en una jugada
aislada he corrido por la banda derecha y al llegar a la línea de fondo y tener la intención de
centrar al área para que rematase alguno de mis compañeros, mi cabeza se ha dado cuenta de
que en ese mismo movimiento se rompió mi rodilla hace dos años, y mi cuerpo ha reaccionado
bloqueándose. He dejado pasar el balón sin golpearlo, sin hacer nada. Creo que ni siquiera ha
sido algo voluntario, simplemente no he podido hacer ese gesto.
Nadie se ha dado cuenta, o al menos nadie le ha dado importancia, pero yo sí. He sentido una
pequeña decepción dentro de la enorme alegría en la que me encontraba.
Al final del partidillo todo el mundo me ha felicitado, me han preguntado que en qué equipo
juego, y sin dar muchas explicaciones les he dicho que estoy recuperándome de una lesión.

He salido de allí tan contento que tenía la sensación de que era un sueño y me despertaría en
cualquier momento. Aún no se lo voy a contar nadie, tengo que seguir mejorando, tengo que
superar ese bloqueo y estoy seguro de que lo conseguiré.

Ha sido sólo un partidillo con un grupo de amigos, sin exigencias, sin forzar nada, pero para mí
ha sido la confirmación de que voy por el buen camino, y de que todo lo que estoy poniendo
en práctica después de leer los libros está dando resultados.

No sé cómo voy a encontrarme dentro de unas horas, o mañana, después de este esfuerzo
físico y mental, pero aunque me volviera a doler la rodilla habrá merecido la pena.

Poco a poco vuelvo a ser yo físicamente, y está claro que mentalmente estoy camino de
convertirme en una versión mucho mejor de mí mismo, mucho más completa.

Mayo 2.021

Estoy en plenos exámenes, y como dice Joe Dispenza “dónde pones tu atención pones tu
energía”, así es que ahora mismo estoy centrado en mis estudios, que siguen adelante, sin
resultados excelentes, pero voy aprobando todo.

Sigo trabajando a diario en mi rodilla, ya es una rutina que he incorporado a mi vida, al igual
que tengo totalmente incorporadas las Meditaciones o los repasos mentales. Me ayudan en
todo, para tomar las mejores decisiones y para seguir cambiando mi vida, “creando” mi futuro.

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Esos repasos mentales, esas meditaciones no son fantasías o ilusiones, sino que en un sentido
absolutamente real son para mí la forma de manifestar intencionadamente la realidad que
deseo.

Al centrarme más en lo que quiero y menos en lo que no quiero, puedo materializar eso que
deseo y al mismo tiempo “hacer desaparecer” lo que no quiero, al dejar de prestarlo atención.

Para que estas meditaciones tengan el efecto deseado he tenido que entender el concepto de
campo cuántico, y me ha resultado complicado, pero finalmente he llegado a asimilarlo y
todos deberíamos hacerlo. Tal y como yo lo entiendo, el CAMPO CUANTICO es un espacio
invisible de información y energía, una frecuencia más allá del tiempo y el espacio, donde
surge todo lo material. Se compone de conciencia y energía, y todo lo físico que existe en el
universo está unificado e interconectado en este campo.

Es una realidad que ya está cambiando muchos paradigmas en casi todas las ciencias, porque
puede significar un gran avance en nuestra civilización. Es otra forma de ver las cosas, que se
acerca mucho más a la realidad que algunas ideas establecidas desde hace siglos.

No es sencillo de explicar, pero se podría resumir en que todo lo material que vemos y que
tocamos se compone de átomos, que están conectados más allá del tiempo y el espacio, por lo
que todo cuanto hay en el universo está íntimamente conectado por medio de este campo de
inteligencia que da vida, información, energía y conciencia a absolutamente todo cuanto
existe.

Esta es, ni más ni menos, que la inteligencia universal que te está dando vida en este
momento, y le da exactamente igual que crees en ella o no, o cómo quieras llamarla: Energía
universal, Yahveh, Inteligencia suprema, fuerza vital, mente infinita, Campo cuántico, energía
cósmica… o Dios. El nombre que quieras darle no va a variar la influencia que tiene en tu
existencia.

Esa Inteligencia Universal organiza y orquesta los cientos de miles de notas de la armoniosa
sinfonía de la fisiología del cuerpo humano, esos elementos que forman parte de tu sistema
nervioso autónomo, el que funciona de forma automática, independientemente de tu
voluntad. Es quien hace que tu corazón lata más de ciento una mil veces al día para bombear
más de 7,5 litros por minuto, recorriendo más de 96.000 kilómetros cada veinticuatro horas. Es
quien se encarga de que CADA UNA de los 70 billones de células de tu cuerpo (si, 70 billones)
realice de algún modo que te pasa inadvertido, de 100.000 a 6 billones de funciones por
segundo. No somos realmente conscientes ni de nuestra respiración, y cada día inhalamos 2
millones de litros de oxígeno, y con cada inhalación se distribuye a cada célula de tu cuerpo en
cuestión de segundos.

Es evidente que, tanto si lo crees como si no, existe una mente o una inteligencia muy superior
a la nuestra, con una voluntad infinitamente más poderosa, que hace todo esto por ti.

Este campo invisible de inteligencia es el responsable de todos los ciclos de vida en el


Universo, existe más allá del tiempo y el espacio, y desde ahí es de donde surge todo lo
material.

Esa inteligencia es la que hace que las supernovas nazcan en Galaxias remotas y las rosas
florezcan tanto en Versalles como en el jardín de tu casa. Que los planetas orbiten alrededor
del Sol, o la marea suba y baje en Malibú o en Sudáfrica.

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Como existe en todo lugar y en todos los tiempos, y se encuentra dentro de ti y a tu alrededor,
es tanto PERSONAL como UNIVERSAL, y en eso reside también su grandeza.
Con la meditación, cerramos los ojos para dejar de fijarnos en nuestro cuerpo, en las personas,
en las cosas y las situaciones que nos suceden en distintos momentos y lugares del mundo
exterior, olvidándonos del tiempo y el espacio por un momento, para dejar de poner la energía
en nuestra vida habitual y dirigirla al campo desconocido, repleto de infinitas posibilidades.

Si pones tu energía en ese campo desconocido de posibilidades más allá del tiempo y el
espacio, y en su lugar te conviertes por un rato en conciencia, estarás atrayendo
inevitablemente una experiencia nueva.

A medida que entras en un estado meditativo, tu conciencia subjetiva, dotada de libre


albedrío, se funde con esa conciencia Universal objetiva y empieza a sembrar una semilla en
ese campo infinito de posibilidades, y el futuro se abre ante ti.

Cuando ya has practicado esa meditación suficientes veces, corrigiendo los errores por los que
todos pasamos, te fundes con esa Bondadosa Inteligencia cuando te despojas del ego y te
conviertes en pura conciencia. Dejas de ser un cuerpo en el espacio o en el tiempo lineal, y en
su lugar entras en un estado de: sin cuerpo, sin yo, sin materia, sin tiempo ni espacio. En esos
momentos no existe nada, ni eres nada de lo que proyectas en el mundo exterior, no eres ni
un ocupado abogado o abogada, ni una enfermera eficaz, ni un estudiante perezoso, ni un
deportista admirado, ni un fontanero o un cocinero, no eres un ama de casa, ni un adolescente
o un anciano, no eres listo ni torpe, no eres nada… No hay trabajo, ni casa, ni televisión ni
móvil, ni comida, ni dinero, ni viajes, no hay cosas; no hay rebajas, ni juegos, ni cine, ni música,
ni Sol ni luna, ni prisa, ni ruido, ni río, ni mar, ni sentimientos, ni memoria, ni vida, ni muerte…
no hay nada

Es cuando te conviertes en pura Conciencia accediendo libremente a dicho campo infinito de


posibilidades.

En ese estado te encuentras en lo desconocido, donde todo se crea. Te encuentras en el


campo cuántico del que te hablo, y te aseguro que todos tenemos los mismos mecanismos
biológicos necesarios para acometer esa gran hazaña y volvernos pura conciencia durante un
momento, durante un rato en el que “sientes la vida”.

Soy consciente de que si alguien me hubiese hablado de estos temas hace tan solo unos
meses, habría pensado que solo era un loco perteneciente a alguna secta extraña, pero hoy día
puedo garantizar que este proceso es real, que se puede conseguir llegar a entenderlo,
asimilarlo y ponerlo en práctica, y sobre todo que es Grandioso.

Finales del mes de Junio de 2.021

He terminado por fin los exámenes, y ya tenemos las notas. He vuelto a aprobarlo todo, con
alguna dificultad en un par de asignaturas que no me gustan demasiado, pero lo importante es
aprobar y seguir avanzando.

Estas vacaciones me van a venir bien, para ver cómo evoluciona mi rodilla, pero sobre para
recapacitar y saber qué es lo que quiero hacer con mi vida.

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Ahora mismo pienso que continuar centrando toda mi energía y mis esfuerzos en el fútbol no
es la mejor opción. Es cierto que aún soy muy joven, y si la rodilla responde como yo espero es
probable que llegue a ser el mismo futbolista de antes de la lesión, pero también es cierto que
en el mejor de los casos habré perdido tres años que son esenciales en la formación física y
técnica de alguien que busca una salida profesional en este deporte.

Lo más positivo de todo esto, es que según me encuentro en estos momentos, y después de
haber jugado varias veces más con mis nuevos amigos los veteranos, cada vez me siento mejor
y con más confianza. Empiezo a parecerme cada vez más a lo que era físicamente hace tres
años, y recupero las mejores sensaciones, por lo que estoy convencido de que podría volver a
intentarlo si esa fuese mi intención.

De lo que si estoy seguro es de que soy una persona nueva (mis padres, mis abuelos, mis
amigos más cercanos así me lo dicen, y yo lo reconozco). Recuperarme de esta lesión tan
brutal, en lo físico, pero sobre todo en el aspecto psíquico, en mi ánimo, ha sido una
experiencia que me va a marcar positivamente para el resto de mi vida.

Lo que he aprendido y sigo aprendiendo con los consejos de estos dos libros, y sobre todo con
mi experiencia diaria superando el trauma que supuso la lesión, supone para mí una nueva
forma de ver la vida, más plena, sin límites, y eso es lo más importante que me ha pasado
hasta ahora en mis 21 años de existencia.
Las posibilidades que se han abierto ante mí en estos momentos son casi ilimitadas, y eso ha
sucedido mientras trataba de superar las limitaciones que me había impuesto la lesión, tanto
en la rodilla como en mi cabeza, y que no me dejaban pensar ni vivir.

Abandonar por la fuerza la forma que tenía de ver la vida y mi futuro previsible hace tres años,
para aceptar nuevos paradigmas y cambios radicales, ha sido durísimo, y ha estado a punto de
costarme la vida y con ello la felicidad de todas las personas que me quieren. Sin embargo,
finalmente he aprendido a ver la vida como una oportunidad para irme perfeccionando día a
día, superando mis limitaciones con una conciencia mucho más amplia, y eso me está
proporcionando una felicidad y unas sensaciones que no conocía, y que no son comparables
con nada que haya vivido hasta hoy.

Mi rodilla ha pasado a un segundo plano en mi vida.

Cuando le enviaron mis radiografías actuales al cirujano que me operó, las devolvió porque
decía que se habían equivocado de paciente. Yo le dije a mi traumatólogo que se las volviesen
a enviar, porque el que se había equivocado era él en su diagnóstico sobre mi improbable
recuperación. Ningún cirujano entiende cómo esa articulación destrozada se haya podido
recuperar de esa forma. Según me han contado, alguno ha llegado a calificarlo como una
recuperación sobrenatural, de esas que de vez en cuando desafían la lógica.

Con toda la humildad de la que soy capaz de expresar, siento que no hay nada de sobrenatural
ni en la recuperación de mi rodilla, ni en mi cambio de actitud ante la vida.

Para trascender lo normal y llegar a ser sobrenatural, tenemos que comenzar a hacer todo
aquello que más nos cuesta, como ser generosos en medio de las épocas de crisis, cuando
todo el mundo se siente rodeado de carencias y pobreza; amar cuando todo el mundo está
enfadado y juzgando a los demás; demostrar valentía y serenidad cuando el resto de tu
entorno está aterrado; ser bondadoso cuando los demás son hostiles y agresivos; entregarnos
a los posibilidades infinitas cuando el resto del mundo se abre paso a codazos para ser los

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primeros, intentando controlar los resultados, compitiendo con ferocidad, compulsivamente,
para llegar a lo más alto de una cima que es mentira; sonreír de manera cómplice ante la
adversidad o cultivar una sensación de plenitud cuando nos diagnostican una enfermedad; y
yo aún estoy muy lejos de todo esto, aunque si estoy en pleno aprendizaje para conseguirlo.

Como ya he repetido varias veces en este diario, porque ya lo he asimilado, si combinas una
intención clara con tu firme creencia en las posibilidades, abandonarás tu pasado conocido y tu
futuro previsible, te adentrarás en lo desconocido, y en ese instante empezará a manifestarse
lo inusual, eso que algunos califican de sobrenatural.

Me gustaría poder contagiar al mundo de estas ideas, en un momento en el que las


pandemias, las guerras, la pobreza, la desigualdad, el egoísmo, la estupidez y la crueldad
humana parece que lo están invadiendo todo, porque todos podemos aportar soluciones para
mejorar los innumerables problemas del mundo, si comenzamos por mejorar nuestros propios
problemas y si somos capaces de ver un poco más allá de nuestra propia nariz.

Y para eso ¿por qué no recurrir a una conciencia superior con más recursos que tú para que te
ayude a superar tus problemas? Asomado al mar infinito de posibilidades, le estás pidiendo
humildemente que cambie tus limitaciones por un estado que te permita resolver eso que te
preocupa o que te atormenta.

Esa conciencia superior, mente suprema, Dios, o como quieras llamarla, percibe potenciales en
los que tú ni siquiera habías pensado, porque estabas demasiado ocupado inmerso en el sueño
de responder a la vida de formas previsibles, fracasadas de antemano. Y si te entregas a esa
conciencia, debes renunciar a lo que crees saber con tu mente limitada y a tus ideas sobre
cómo deberías de resolver tu problema y reorganizar tu vida.

Entregarte de verdad es impedir que el ego siga teniendo el control, confiar en un resultado
que aún no se te ha ocurrido y del que se ocupará esta inteligencia bondadosa y omnisciente
que encontrará la mejor solución para ti.

Es importante comprender y asimilar que ese poder invisible es REAL y plenamente consciente
de ti, que puede ocuparse a la perfección de cualquier aspecto de tu personalidad, y que
cuando te pongas en sus manos te organizará la vida de un modo que ahora ni sospechas, pero
que será sin duda el más adecuado para ti.

Lo mejor de pedir ayuda y abandonarse a esa mente superior, es que ante ella no tendrás que
suplicar, ni regatear, ni manipular, ni escabullirte, ni poner excusas, ni tener miedo, ni pedir
perdón; al igual que tampoco tendrás que decirle cómo hacer las cosas (pues volverías a
hacerlas a tu manera ya fracasada), y tendrás que optar por decir “que se haga tu voluntad”.

Y tu actitud en esa entrega deberá de ser sincera, humilde, clara, confiada, y sobre todo
honesta, porque su respuesta es LA RESPUESTA, y cuando te llegue sabrás que es así.

Después, simplemente, deberás de apartarte de en medio. No tienes que hacer nada más…

Recuerda siempre, porque es importante, que cada vez que termines con tu plegaria, con tu
petición, con tu meditación, debes de dar las GRACIAS de antemano a esta mente universal
por la realidad que se materializará en tu vida. (el agradecimiento es el estado supremo del
que recibe, por lo que es esencial que llegues a sentirte como si tus plegarias ya hubieran sido
escuchadas)

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La conexión sináptica más importante que puedes hacer en lo que se refiere a esta mente
divina es saber que es REAL.
Mi conclusión después de estos tres años de sufrimiento, desvelos, aprendizaje, y
descubrimiento es, que si cientos, miles o incluso millones de seres humanos aceptamos una
nueva Conciencia basada en las posibilidades, alineamos nuestras acciones con nuestras
intenciones, y vivimos según las leyes universales del amor, la coherencia, la bondad, la justicia
y la compasión, surgirá en el mundo una nueva conciencia y experimentaremos una verdadera
unión.

En ese caso, lo ideal sería que se retirara del poder a la mayoría de los líderes actuales.

Si te comprometes a diario a sacar lo mejor de ti y superas los estados mentales egoístas


motivados por las hormonas del estrés, cambiaremos juntos el mundo al cambiar cada uno de
nosotros por dentro. Y si una cantidad lo bastante grande de personas vamos suavizando
nuestras reacciones para volvernos más humanos, en este caso a medida que las comunidades
formadas por individuos en las que vivimos se extiendan por todo el mundo, acabarán
eliminando la mentalidad actual basada en el miedo, la competitividad, la carencia, la
hostilidad, la codicia y el engaño.

Y con el paso del tiempo lo nuevo dejará atrás a lo viejo, las investigaciones científicas
motivadas por puros intereses personales o monetarios dejarán paso a la verdadera ciencia en
función del hombre, y las mentiras con las que están pervirtiendo el mundo quedarán
sepultadas por la verdad y la realidad. De nosotros depende descubrirla por nuestra cuenta.
A veces hay que agarrarse a una idea y dejarse balancear por la letra de alguna canción, como
“Imagine” de John Lennon, aunque al principio te suene a utopía cuando dice:

Imagina a toda la gente

Viviendo el presente.

Imagina que no hay países.

No es difícil hacerlo.

Nada por lo cual matar o morir,

Y tampoco ninguna religión.

Imagina a toda la gente

Viviendo la vida en paz.

Como Lennon decía en su canción inmortal, imagina un mundo habitado por miles de millones
de personas que, como un banco de peces, viven como una unidad, donde todo el mundo
tiene los mismos pensamientos elevados en cuanto a las posibilidades infinitas, y que esos
pensamientos les permiten tomar mejores decisiones, ser más altruistas y crear experiencias
más sencillas y a la vez más iluminadoras, sintiéndose más energía que materia, estando en
contacto con algo más grande que ellos mismos.

Imagínalo, porque es posible. Aunque ahora no seas capaz de verlo (después de escuchar las
noticias de cada día), te aseguro que es posible.

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Y si lo conseguimos, surgirá un mundo totalmente distinto, y viviremos según un nuevo credo
basado en abrir nuestro corazón. Eso es lo que veo cuando cierro los ojos para meditar (nos
dice el doctor Joe Dispenza).

Y para finalizar mis apuntes en este diario, te contaré cuales son las palabras que he
memorizado y que utilizo cada día al terminar mi meditación, que espero que te ayuden a
entender todo lo que aquí he contado desde hace más de tres años; y cómo una rodilla rota
destrozó un sueño y casi una vida, pero desde lo más profundo del dolor y la decepción
renacieron la Vida, la Fe y la Esperanza.

Así termino cada día mi oración, mi meditación, o mi conversación con lo que cada uno de
nosotros tiene de divino:

“Pon tu mano izquierda sobre tu corazón.

Quiero que bendigas tu cuerpo, para que se eleve a una mente nueva, a una energía nueva.

Que bendigas tu vida, para que sea una prolongación de tu mente, y así tu estado del ser se
refleje en tu mundo.

Que bendigas tu futuro, para que no vuelva a ser nunca más tu pasado.

Que bendigas tu pasado, para que se convierta en sabiduría y experiencia.

Que bendigas los retos de tu vida, para que te permitan conocer tu grandeza.

Que bendigas tu alma, para que despierte de este sueño y te guíe.


Y que bendigas lo divino que habita en ti, para que su energía fluya en ti, por ti, a través de ti y
a tu alrededor, y su mente se convierta en la tuya, y su naturaleza se convierta en tu
naturaleza, y su voluntad se convierta en tu voluntad, y su amor por la vida se convierta en tu
amor por la vida.

Y ahora, después de enviar tu petición con tus pensamientos, y de atraer la situación que
deseas con tu intensa emoción, quiero que des las gracias por tu nueva vida antes de que se
manifieste, con sincera humildad. Porque la impronta emocional del agradecimiento significa
que el acontecimiento ya ha ocurrido, y cuanto más permanezcas en ese estado de gratitud
más atraerás tu nueva vida, ya que la gratitud es el estado por excelencia del que recibe.

Y ahora vuelca tu atención en el nuevo cuerpo, en la nueva vida y el nuevo futuro que deseas
alcanzar, y cuando sientas que estás preparado… abre los ojos.

Miguel Angel de la Calle, con el agradecimiento infinito a las enseñanzas del Dr. Joe Dispenza
que inspiró este relato que he ido escribiendo para ayudarme a comprender y poner en
práctica lo que he aprendido en sus libros. GRACIAS.

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