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Como para unirse con su hija contra una posición demasiado enérgica del
padre, la madre dice a la muchacha que debe comprender que tiene que
comer. La madre continuamente “razona” con la hija, echándole la
responsabilidad de la acción, en lugar de decir, como hace el padre, “Come
porque yo lo digo”. En este comportamiento sentimos cierto indicio de que
la coalición de la madre con su hija es tan importante que no la pondrá en
peligro obligando a la muchacha a hacer algo contra su voluntad. También
parece añadir fuerza a la capacidad de la muchacha para hacer frente a su
padre. Quizá este se sienta ahora amenazado, como quiera que sea,
súbitamente interrumpe a su mujer, diciendo a la muchacha: “Come”.
Esto parece irritar a la madre, que se le enfrenta directamente por primera
vez, y lo bloquea, diciendo “Déjala, que termine de comer”.
… Cada padre no solo da una orden paradójica, sino que los dos tipos de
órdenes son incompatibles entre sí; si la muchacha escoge sus propios
alimentos, será desleal al padre, si sigue las órdenes del padre, será
desleal a la madre. En una situación normal, en cierto punto los padres se
unen y expresan algún mensaje claro y consecuente, ya sea en homenaje
al derecho de la muchacha a escoger por sí misma (definición simétrica de
la relación) o le dicen que obedezca órdenes y coma (definición
complementaria). En uno u otro caso, la muchacha probablemente
comerá, y puede suponerse que este comportamiento será recompensado.
Pero el equilibrio diabólico de este ciclo está en que cada vez que se toma
una posición con respecto al síntoma, queda invalidada o es contradicha
porque alguien adopta la posición opuesta. Si por casualidad la muchacha
empezara a aumentar de peso, su padre o su madre encontrarían alguna
manera de recordarle que no debe de comer, o ella encontraría alguna
manea de recordarles que se lo recordaran.
Es claro que desde el punto de vista de los padres, sus reacciones son
lógicas. Cada uno siente que el sistema del otro no funcionará, y pretende
contener los excesos destructivos del otro. El padre piensa, “Si yo
insistiera, mi hija comerá, pero mi esposa no cesa de dejárselo a ella, y se
morirá de hambre”. La madre piensa “Mi hija comería si la dejaran en paz,
pero mi esposo está poniéndola irritada y rebelde, por lo que morirá de
hambre”. La lucha entre ellos no es a nivel consciente. Es otro ejemplo del
“juego de nunca acabar” que mantiene vivo un síntoma. Las pautas de
relación –especialmente, la encubierta coalición de la madre con la hija
contra el padre- son demasiado poderosas en esta familia para que los
padres adopten ninguna otra posición. Y hay otra importante pauta de
relación , durante la entrevista nos enteramos que la madre del padre, a
quien está muy apegado, está muriendo de cáncer. Entonces,
considerando tales circunstancias, cómo puede la hija escoger a la madre,
pasando por encima de él? Tal vez no sea coincidencia que la enfermedad
de la abuela y la anorexia de la hija ocurrieran al mismo tiempo.
Así, al ordenar a los padres continuar tratando de hacer que su hija coma
(en este sentido, avanzado junto con el comportamiento relacionado con el
síntoma), Minuchin introduce un cambio crucial. Primero la madre y
después el padre han de aceptar la tarea. Al eliminar los frenos que cada
uno de los padres emplea para contrarrestar los excesos del otro, el
terapeuta hace que los comportamientos de la secuencia sobre pasen sus
límites habituales.
Durante esta sesión ocurre un cambio. Los padres han empezado a culpar
a la hija por infortunios de que no puede ser responsable, en lugar de
tratarla como una frágil muñequita. Y la hija, antes tan obediente y dócil,
no solo ha desafiado abiertamente a sus padres, sino que ha logrado
humillarlos frente a un grupo de profesionales.
El muchacho explica entonces que la razón que quisiera irse era que temía
que sus padres lo encerraran en un hospital. Satir pregunta a los padres si
querían castigar al muchacho. Ellos niegan esto categóricamente, diciendo
que su acción era simplemente protectora. Observa Satir, “Así, que ésta
era la forma en que ustedes querían protegerlo”, y después, “pero Gary ´
(el hijo) no sintió las cosas de ese modo. De esta manera, Satir está dando
validez a la experiencia de ira oculta y castigo que siempre está ocurriendo
entre personas de la familia, y ahora entre sus padres y el hijo.
Pag. 222. Presentación del doble vínculo, con Don Jackson y Weakland. El
caso de un adolescente cuyos padres temían que fuera homosexual. El
joven trató de afirmar su virilidad llegando muy tarde una noche, por
haberse quedado con un grupo de amigos, y a su regreso, su madre le
hizo todo un alarde de preocupación. Como resultado, empezó a llegar a
casa más temprano. Su madre mostró entonces una nueva preocupación:
que no gozara de suficiente popularidad entre sus amigos. Aunque sin
saber qué hacer, el muchacho decidió la noche siguiente llegar temprano,
solo para encontrar que su madre le había dejado una nota en que decía
que había salido y que volvería tarde. Dicen los autores “Aquí había una
oportunidad de romper la atadura que los unía, pero está en la naturaleza
de estas reverberantes secuencias cíclicas que él no pudiera apartarse”.
Así, empezó a preparar la cena para su madre, y al llegar ella, él estuvo es
acuerdo, implícitamente, en ocultar a su padre el hecho de que él había
preparado los alimentos, con las implicaciones homosexuales que esto
tiene. Como lo hacen notar los autores, “Y así se perpetuó el ciclo”. En
otras palabras, la solución a la “atadura simple” fue castigada, no
recompensada.
Pag. 250. Entrevista de Minuchin, Publicada como “La puerta abierta: una
entrevista con la familia de una niña anoréxica”. Esta fue la primera vez en
que Minuchin se reunía con la familia, y también fue la última, porque en
este caso era consultor, y estaba cediendo el caso a otro terapeuta.
Minuchin ha pasado cierto tiempo tratando de conocer a la familia: una
madre y un padre de más de 40 años: la muchacha anoréxica de 13 años,
Laura; la hermana de 12 años, Jill; y el hermano de 8 años, Steven. Ha
descubierto que la muchacha empezó a guardar dieta mientras se
encontraba en un campamento, en el verano, y desde entonces ha estado
perdiendo peso. Sin embargo, aún no ha habido que hospitalizarla.
Entonces, una vez que se ha puesto del lado del padre, que se relaja
visiblemente, Minuchin pasa a la importantísima cuestión de los límites y
empieza a hablar acerca de la política de puertas abiertas que la madre ha
descrito. Le pregunta a Laura si alguna vez cierra la puerta de su
dormitorio. Cuando ella responde afirmativamente, Minuchin pregunta si
la gente toca a la puerta antes de entrar. Toca la puerta la hermana? Sí.
Toca la madre? Sí. Toca el padre? Laura dice que sí, pero su tono es
inseguro. Dice Minuchin “Estás dudando?”, y entonces ella reconoce que a
veces sí y a veces no. Minuchin le pregunta si le gustaría que él tocara la
puerta antes de entrar. Muy suavemente ella dice “Sí”. Ahora Minuchin le
pregunta si algún día le dijo a su padre que él tocara. Ella dice que no. Le
vuelve a preguntar si le causaría molestias pedir a su padre tocar a la
puerta. Ella responde que no lo cree.
Aquí, en unos de esos cambios que han hecho que su obra parezca una
delicada coreografía, Minuchin desafía esta afirmación, poniéndose del
lado del padre. “Tengo la impresión de que molestaría a papá, porque es
un padre muy cariñoso al que siempre le gusta que la gente responda y él
responde a la gente, a sus hijos, ciertamente”. Minuchin ha pasado a
apoyar aquello que no es normal, el tipo de comportamiento que
presumiblemente refuerza el síntoma. Por qué? Quizás porque va a pedir a
la muchacha hacer algo que ella no hace a menudo: decir a su padre que
desea un poco de intimidad. Sabe que para que esto sea posible, ha de
apoyar al padre; de otra manera, la lealtad de la muchacha a él se le
dificultará a ella tomar una posición en contra de él. Dice a Laura:
“Pregúntale a papá si le molestaría que le pidieras tocar a su puerta”.
Laura, con voz casi inaudible, lo hace. El padre contesta, “Probablemente
sí”, y añade “Porque me gusta tener abiertas todas las puertas”.
Jill, la hermana franca, interviene ahora para decir que el padre no toca
porque no puede soportar las puertas cerradas y las abre si las ve así.
Minuchin pregunta a los otros hijos si también ellos quisieran tener a
veces puertas cerradas, y recibe respuestas afirmativas. Aunque el padre
no ha dado un consentimiento verbal de que Laura cierre su puerta,
Minuchin no va más adelante. Ha preparado una muy suave confrontación
entre Laura y su padre sobre la cuestión de la intimidad, y ha ayudado a
los otros hijos, que pueden adoptar la misma actitud más enérgicamente
para apoyarla. Y eso es todo, pero ya es mucho.
Es el punto en que tengas catorce años, Laura, comerás sin dificultad. Pero me
parece bueno que no estés comiendo ahora porque pienso que éste es el único
terreno en tu familia en que tienes una opinión. Y a los catorce años necesitarás
tener tu opinión de otra manera. Y sabes, en este punto, ésta es la única forma en
que dices “No”.
A los padres no les permite una intrusión con Laura durante este tiempo.
Minuchin sugiere que tal vez al papá no le gusta que su muchacha crezca.
Pregunta qué sucederá si ella crece, y ella dice, suavemente, “No lo sé…
me casaré?” Dice Minuchin: “Entonces te interesará frotar la espalda de
otro, y a tu papá, qué le ocurrirá entonces?” Tal vez necesitará que Connie
(su esposa) le frote la espalda.” En ese momento, al parecer por accidente,
el padre deja caer el vaso sobre sus piernas, y la madre solícitamente le
ayuda a limpiarse.