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SAFO

Introducción

Safo nació en la isla griega de Lesbos, frente a las costas de Asia Menor, y vivió
entre la segunda mitad del siglo VII a.C. y el primer tercio del siguiente. Poco y nada se
sabe con certeza sobre su vida. Habría escrito unos nueve libros de poemas, de los
cuales nos ha llegado una ínfima proporción, y ésta en forma bastante precaria. Con
todo, es la poeta lírica griega de quien mayor número de versos se conserva, a través de
citas hechas por tratadistas antiguos y de algunos papiros desenterrados de las arenas de
Oxirrinco en el siglo XIX. Los antiguos, que llegaron a conocer toda su obra, se
refirieron a ella con la mayor admiración (Platón, Aristóteles) y la imitaron y
homenajearon en sus versos (Catulo, Horacio, Ovidio).

La divina Safo y la décima Musa son algunos de los epítetos con que los
antiguos griegos dejaron constancia escrita de su admiración por la poeta de Lesbos.
Fue, prácticamente sin competencia de peso, la figura femenina más destacada de toda
la literatura griega antigua e influyó notoriamente en lo mejor de la lírica latina

Limitaciones a la hora de acercarnos a su obra

Nos llegaron pocos versos, es decir una parte ínfima de su obra. Algunos de sus
poemas se encuentran en un estado muy precario con vacíos irrecuperables o adiciones
dudosas. Las diversas versiones acusan la mano de aquellos que copiaron los textos para
sostenerlos en el tiempo. También, como en toda poesía, la traducción es una limitación
más.

Es preciso recordar que en la antigüedad se escribía en diversos materiales como


tablillas de cera o fragmentos de piezas de cerámica rotas (óstracon), en la piedra (poco
utilizada por las dificultades de tallado) y sobre todo en papiros.

El papel llega a Europa varios siglos más tarde, traído de China por los árabes.

La obra de Safo nos llega por vía indirecta (citas de otros autores a lo largo de
varios siglos) y directa (fragmentos de papiros relativamente cercanos, a la autora, en el
tiempo).

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Selección de su poesía

Inmortal Afrodita de trono colorido,

hija de Zeus, que tramas ardides, te suplico:

ni a tormentos ni a angustias me sometas,

señora, el corazón;

sino ven, si una vez y en otro tiempo

percibiendo mi voz a la distancia

me oías, y dejando la casa de tu padre,

dorada, te viniste

no bien uncido el carro; y hermosos te llevaban

en torno de la tierra negra, ágiles gorriones

girando sus tupidas alas, desde el cielo,

por el medio del éter;

y enseguida llegaron, y, oh bienaventurada,

en tu rostro inmortal una sonrisa,

preguntabas por qué de nuevo estoy sufriendo,

por qué otra vez te llamo,

qué quiero más que todo para mí, enloquecido

corazón; ¿a quién debo de nuevo persuadir

y conducir hacia tu amor?, ¿quién pues,

oh, Safo, te hace daño?;

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ya que incluso si hoy huye, pronto perseguirá;

si no acepta regalos, en cambio los dará;

y si no ama, ya pronto habrá de amar

aun cuando ella no quiera.

También ahora ven a mí, y líbrame

de penosos desvelos; cuantas cosas

mi corazón desea, realízalo; tú misma

combate junto a mí.

Ven a mí, desde Creta hasta este templo

sagrado, donde tienes un agradable bosque

de manzanos, y humean los altares

con incienso,

y agua fresca murmura entre las ramas

de manzano, de rosas todo el ámbito

sombrea, y de las hojas que se agitan

un sopor desciende,

y allí en un prado rico en hierbas surgen

primaverales flores, y las brisas

soplan dulces…………………..

……………….

Allí mismo, después de coronarte, Cipris,

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en copas de oro delicadamente

el néctar que se mezcla en los banquetes

escancia.

Las estrellas en torno de la hermosa

luna esconden de nuevo su fulgor,

cuando en su plenitud llena ilumina

la tierra…

Amor me ha sacudido

el alma, como el viento desde el monte embiste a las encinas.

Pues sólo para verlo es bello el bello,

en cambio el bueno al punto será bello.

No sé qué hacer; son dos mis pensamientos.

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