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Introducción
Resulta sorprendente el brillante desarrollo de la filosofía en alAndalus, a pesar de su atraso
cultural en los primeros siglos del poder islámico en suelo ibérico. Hay que valorar y considerar
de manera adecuada las condiciones históricas que hicieron posible este despegue. Con Ibn
Hazm, influido por el neoplatonismo árabe pero muy original en su aportación a la Psicología y a
la Estética, echa raíces la filosofía andalusí. A destacar también la original aportación de un
pensador sefardí como Ibn Gabirol en una época marcada por el aislamiento social de los judíos
en Europa.
Resultados de aprendizaje
Conocimientos más relevantes:
1. Factores sociales que explican la germinación de la filosofía en alAndalus.
2. El zahirismo, eje del pensamiento hazmiano.
3. Teoría de la belleza y del amor en El collar de la paloma .
4. Materia y forma universales en Ibn Gabirol.
5. Doctrina gabiroliana de la creación del mundo.
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3.1. CONDICIONES HISTÓRICAS Y CULTURALES QUE HICIERON
POSIBLE LA APARICIÓN DE LA FILOSOFÍA EN AL-ANDALUS.
Los cauces a través de los cuales penetró la cultura oriental en la España musulmana han
sido reconstruidos con notable acierto por la historiografía contemporánea. Sin embargo,
no se ha prestado la debida atención a los factores sociales que explican, en última
instancia, la aparición y desarrollo del pensamiento filosófico andalusí. Para resolver ese
interrogante conviene centrarse, no en las causas inmediatas que permitieron que
fructificara la filosofía en la península de al-Andalus, sino en el subsuelo histórico del que
brotó aquella singular contribución a la filosofía medieval.
La primera y principal raíz es el islam mismo, y más en particular su núcleo religioso, cuyo
ímpetu impregna profundamente al conjunto de la civilización árabo-islámica de
al-Andalus. El islam se presenta como religión integradora de las profecías anteriores.
Abraham, Moisés y Jesús son considerados legítimos profetas en el Corán, ya que
constituyen etapas previas en el proceso de revelación divina.
Pero hay más. El islam se distingue por un sorprendente pluralismo interno que garantiza
un ámbito de libertad para el creyente. Las diversas sensibilidades religiosas dentro del islam
se encuentran todas en pie de igualdad. La Ley Sagrada del islam está expuesta en cuatro
versiones, por cuatro escuelas jurídicas: malikismo, safiismo, hanafismo y hahirismo. Las
cuatro son diferentes; sin embargo, todas son válidas, y viven en tolerancia mutua. De
hecho, es mínimo el núcleo básico del islam sobre el que hay consenso: la sahada o
profesión de fe: “No hay más Dios que Alá y Mahoma es su Profeta”. Una vez aceptada la
unicidad de Dios y la profecía de Mahoma, el creyente entra a formar parte de la umma, o
comunidad islámica; y en ella es libre para adherirse a cualquiera de las escuelas teológicas y
jurídicas existentes.
A pesar del miedo instintivo de todo espíritu conservador a cualquier innovación, por
pequeña que sea, el propio desarrollo de la vida social llevó al islam a una paulatina
adaptación al cambiante mundo histórico, dejando a salvo el depósito profético
fundamental contenido en el Corán. Un ejemplo de esa actitud receptiva ante las
innovaciones es no sólo la distinción entre una bid’a buena (hasana) y una bid’a mala
(sayyi’a), es decir, entre una innovación aceptable y otra rechazable desde la perspectiva
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islámica, sino también el hecho de que la bid’a de hoy podría llegar a ser la sunna de
mañana, posibilidad tantas veces confirmada en la historia del islam.
Frente al pluralismo interno del islam, que supo integrar en su comunidad a diferentes
sensibilidades religiosas, se alza la intransigencia dogmática del cristianismo medieval, que
convertía en hereje (con todas las consecuencias prácticas que de ello se derivaba) a todo
creyente inconformista. Esta intransigencia religiosa llevaría a la jerarquía eclesiástica a
intentar silencia durante la Edad Media cualquier disidencia interna.
El pluralismo en al-Andalus
¿Qué aportó la España musulmana a esta raíz común del pluralismo islámico?
Fundamentalmente, una mayor acentuación de ese pluralismo (confirmado en el estatus
jurídico reconocido a las comunidades judía y cristiana), y el surgimiento de un
racionalismo filosófico, con indudables elementos de modernidad, del que Averroes
representa su mejor, pero no único, exponente. Esta doble contribución no puede ocultar,
sin embargo, una realidad histórica: al-Andalus se distinguió entre los restantes pueblos
islámicos por su vivo espíritu religioso.
Hay tres aspectos del mundo religioso de al-Andalus que conviene explorar con atención:
las sectas, la persecución de la heterodoxia y la receptividad ante las innovaciones.
Una segunda raíz, derivada evidentemente de la primera, es la tolerancia del islam español
respecto a los creyentes de otras religiones. La convivencia pacífica de la religión
hegemónica, el islam, con las minorías cristiana y judía constituye un hecho excepcional en
la Europa medieval.
La monarquía visigoda persiguió a los judíos; de ahí la colaboración de éstos con las tropas
musulmanas llegadas a la península. Con su política de tolerancia hacia los sefardíes el islam
español se aseguró el apoyo de este influyente grupo social urbano, especializado en el
comercio.
También se beneficiaron de esa tolerancia los cristianos, que pasaron a ser, junto con los
judíos, protegidos o dimmíes: a cambio de un impuesto, gozaban de autonomía interna,
incluida la libertad religiosa, quedando libres de obligaciones militares. Cristianos y judíos
tenían en al-Andalus sus autoridades judiciales propias, al margen de la jurisdicción general
islámica.
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Símbolo de la tolerancia del islam español es el califa Abd al-Rahman III, en cuyo reinado,
en pleno siglo X pacificada por fin la tierra de al-Andalus, fue nombrado ministro el
médido judío Hasday ibn Saprut, y embajador, el obispo cristiano de Córdoba.
El espítiru tolerante del pueblo andalusí queda bien reflejado en este pensamiento de uno
de sus más brillantes intelectuales del siglo XI, Ibn Hazm de Córdoba: “Fíate del hombre
religioso aunque profese religión distinta de la tuya, y jamás de fíes del hombre ligero y
descreído aunque parezca profesar tu propia religión”.
El mestizaje en al-Andalus
El hecho central desde el punto de vista de la población es, sin embargo, el siguiente: la
abrumadora mayoría de los habitantes de al-Andalus, conversos o no, muladíes o
mazárabes, eran de origen hispano-romano, y al cabo de varias generaciones de mezcla
racial, los diversos elementos exógenos acabaron fundiéndose en el crisol hispano.
Los historiadores han solido ver en la época de esplendor del califato cordobés el
paradigma de integración racial en al-Andalus. Según R. Dozy, Abd al-Rahman III logró “la
fusión de todas las razas de la península en una nación verdaderamente una”.
Al explorar las raíces del mundo intelectual se al-Andalus se comprende mejor que aquel
Renacimiento no fue un fenómeno milagroso, ni fruto del azar histórico. De la riqueza y
novedad del pensamiento andalusí estuvo bebiendo la cultura europea durante varios siglos.
Y aún hoy, algunos pensadores árabes encuentran inspiración para el futuro en las ideas de
aquellos audaces andalusíes, especialmente Averroes.
Otro fruto maduro del tolerante mundo andalusí fueron sus filósofos judíos que, libres de
la represión visigoda y en contacto con la refinada cultura árabo-islámica, ocuparon un
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lugar de honor en el pensamiento medieval. De Ibn Gabirol a Maimónides, la comunidad
sefardí imprimió un sello propio a su obra especulativa, escrita en árabe. Mientras tanto, en
la Europa cristiana el aislamiento del ghetto mantenía a los judíos en la esterilidad filosófica.
La vida de Ibn Hazm (994-1063) refleja de un modo singular los vaivenes de la fortuna. De
modesta extracción social, de probable origen hispano, y recién convertido al islam, o sea,
muladí, su abuelo dejó la casa solariega y un modesto cortijo situado en la alquería de
Montija, cerca de la ciudad de Huelva, para instalarse en Córdoba, capital del califato. El
ascenso fue rápido: su padre subió tan alto que ocupó el cargo de visir con Almanzor. En
ese ambiente privilegiado pasó su niñez hasta que la fitna o guerra civil, que sacudió
Córdoba desde que ocupara el poder Abd al-Rahman Sanchuelo en el año 1008, acarreara
la ruina de toda la familia.
Perseguido por los malikíes, temido y atacado al mismo tiempo por su virulencia polémica,
dedicó el resto de su vida al estudio, a la redacción de su impresionante obra científica y
literaria, y a la enseñanza. Rebelde siempre, nunca se mordió la lengua. Dentro de las tres
facciones que luchaban por el poder en la crisis por el califato, a saber, los árabes o
andaluces, los beréberes y los eslavos o esclavones, Ibn Hazm tomó partida claramente por
los primeros. Mostró una gran lealtad personal, heredada de su padre, hacia la dinantía
Omeya. Vio en ella la mejor garantía para la supervivencia de la España musulmana, el
único freno a la disgregación política que sobre ella se cernía; finalmente, sufrió en su
propia carne la destrucción del califato omeya de Córdoba. Nadie como él representó el
mundo intelectual hispano-musulmano del siglo XI. Los estudiosos actuales encuentran en
él el paradigma de la brillante cultura Omeya.
Autor, entre otras obras, del Fisal y El collar de la paloma, Ibn Hazm ha sido uno de los
grandes pensadores medievales olvidados durante siglos. Silenciado por los teólogos y
juristas islámicos como consecuencia de su espíritu polémico, fue ignorado también por los
traductores latinos y hebreos que debieron encontrar peligrosa la difusión de unas obras
radicalmente críticas tanto del cristianismo como del judaísmo.
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sentido si suprimiéramos de ella el pilar en que se asienta: la fe islámica. En efecto, sin el
Corán resultaría ininteligible el pensamiento hazmiano.
No es extraño, por tanto, que la obra especulativa más importante de Ibn Hazm sea su
Historia crítica de las religiones, herejías y escuelas (también llamada Fisal), que representa
el primer ensayo de estudio sistemático y crítico de las principales creencias religiosas de la
Humanidad y de todas las herejías y escuelas teológicas del islam, y vio la luz muchos siglos
antes de que la Europa cristiana diera los pasos preliminares por esta senda de la erudición
histórica. En ella brillan al par su excelente preparación teológico-jurídica, un gran dominio
de la lógica y ese gusto por la polémica que tantos sinsabores le acarreó.
Pero aunque Ibn Hazm fue un hombre de religión, profundo creyente musulmán y teólogo,
ello no debe implicar una devaluación de su pensamiento filosófico. San Agustín, Orígenes,
San Anselmo, Tomás de Aquino o Guillermo de Ockam, fueron ante todo teólogos y no
no por ello dejamos de reconocer su importante contribución al desarrollo de la filosofía.
Que el fin último de Ibn Hazm sea la salvación y que, por tanto, la utilidad de las ciencias
esté en función de un fin trascendente constituían un ideal religioso compartido en la Edad
Media por los pensadores de las tres religiones del Libro. La autonomía de la filosofía y su
radical separación separación de la religión, que fue la base del pensamiento filosófico y
científico griego, comenzaron a abrirse paso conceptualmente con Averroes en la Edad
Media y a consolidarse con los averroístas latinos.
Miguel Asín lamentaba que Ibn Hazm no ocupara en las Historias de la filosofía medieval
el mismo lugar de honor que sus compatriotas Averroes y Maimónides. Y lo explicaba por
la animadversión generalizada de que fue objeto nuestro autor no sólo entre judíos y
cristianos, sino también entre los propios intelectuales musulmanes.
El islam español se caracterizó en el plano jurídico por el dominio del malikismo , que
debe su nombre a Malik ibn Anas, muerto en el año 795 y autor de la obra jurídica más
antigua del mundo islámico: el Muwatta. Esta escuela no alcanzó la hegemonía social por el
apoyo recibido del poder político. Al contrario, fue su arraigo popular el que llevó a algunos
gobernantes a situar en puestos estratégicos del Estado omeya a juristas malikíes. Sin
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embargo, está demostrada históricamente la permanente influencia en al-Andalus del
malikismo, que acabó convirtiéndose en instrumento de control ideológico.
La escuela jurídica zahirí fue fundada por el iraquí Abu Sulayman Dawud ibn Alí, muerto el
año 883. Toma su nombre de zahir (literal), pues pretende volver al texto sagrado en su
pureza y alejarse de las pretensiones de muchos juristas musulmanes de imponer su opinión
personal sobre la letra del Corán mismo.
Sin embargo, hay que esperar a Ibn Hazm de Córdoba para que el zahirismo alcance su
mayor prestigio e influencia, tanto dentro como fuera de la península Ibérica, hasta el punto
de haber oscurecido al mismo fundador de la escuela. Su obra más importante a este
respecto es la titulada Libro de los fundamentos históricos, donde estudia las fuentes del
Derecho islámico y ataca a fondo las bases conceptuales del sistema jurídico malikí.
¿Cómo podría entonces afrontar un jurista zahirí las nuevas realidades que surgen en la
evolución de la vida social? Desechada la analogía, la escuela zahirí introduce un principio
llamado istishab según el cual todo es lícito a excepción de lo que esté expresamente
prohibido por un texto sagrado. (Ejemplo: licitud o ilicitud de fumar tabaco; para un
seguidor de Hazm, dado que esa costumbre no está explícitamente prohibida en el Corán o
en la sunna, pues era desconocida en tiempos del Profeta y sus compañeros, debe
considerarse lícito fumar.
Como era previsible, simpatizó con el zahirismo de Ibn Hazm la Reforma almohade, puesta
en marcha por Ibn Tumart en el Magreb, que en el campo del Derecho defendía un
objetivismo jurídico opuesto radicalmente al subjetivismo del método malikí basado en la
opinión, y que en el campo político buscaba una mayor austeridad en la vida pública.
También en Averroes, el principal filósofo del imperio almohade, encontramos la influencia
de Ibn Hazm.
El profesor Arnaldez ha sabido captar el espíritu del sistema que inspira el zahirismo de Ibn
Hazm: “El zahirismo, en Ibn Hazm, es mucho más que un método de lectura de texto. (…)
Es fundamentalmente un ascetismo, e incluso el ascetismo bajo su forma más rigurosa.
Hacer el silencio en sí mismo y hacer callar a los hombres para que Dios solo hable, para
que solamente él sea escuchado, tal es la intuición religiosa que es´t aen la base de la
conversión de Ibn Hazm al zahirismo”.
(Ver
anexo
preparado por Martínez Lorca).
Su contribución a la Lógica.
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medio siglo y que hasta entonces sólo se conocía por referencias indirectas, en su mayor
parte críticas.
Ibn Hazm polemizó con los antiguos afirmando que el género no puede preceder a la
especie, pues el todo no puede existir antes que las partes. Igualmente, defiende que la
cauda y el efecto son simultáneos. Le concede la mayor atención a la demostración
científica, burhan, que constituía el eje central de los Segundos Analíticos, y que él
contrapone al razonamiento por analogía, qiyas, base fundamental de las argumentaciones
de los juristas y teólogos islámicos. A diferencia de la solidez del razonamiento apodíctico
basado en las reglas establecidas del silogismo, es decir, en la obtención de una conclusión
válida a partir de dos premisas verdaderas, Ibn Hazm descalifica con severidad la
inconsistencia de razonamiento por analogía (bien por semejanza o casual), en realidad
inducción incompleta, que conduciría al error.
¿Qué valor deberíamos conceder a la contribución lógica de Ibn Hazm? En la Edad Media
predominó un fuerte juicio crítico que unió la profunda animadversión de juristas y
teólogos islámicos hacia él con las reservas metodológicas de algunos hombres de ciencia
como el cadí toledano Sa'id. Martínez Lorca considera que hay que valorar el Taqrib de Ibn
Hazm en el contexto de su época. Un dato que no debemos perder de vista es que
constituye la primera obra andalusí de lógica que se nos ha conservado. Que pretendiera
introducir la lógica aristotélica en las argumentaciones jurídicas y teológicas, siendo él ante
todo jurista y teólogo, no parece que deba censurarse. Su concepción de la lógica como
instrumento de las ciencias teóricas era la habitual entre los estudiosos ya desde el
helenismo. Por lo tanto, la crítica debería limitarse a señalar en Ibn Hazm algunas
incomprensiones inconcretas y también algunos errores en la aplicación de las reglas
lógicas. Pero estos lunares no deben hacernos ignorar el talento del pensador cordobés en
la comprensión y divulgación de la lógica de Aristóteles dentro de un medio cultural como
el andalusí en el que apenas comenzaba a balbucear la filosofía.
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En relación con el problema del conocimiento, el alma humana se sirve de diversas
facultades, la imaginación y el intelecto, en el proceso cognitivo. Pero no todas estas
facultades ofrecen el mismo grado de certeza. La presunción suele ser inconsistente; los
sentidos nos engañan con frecuencia; la imaginación conduce en la mayoría de las
ocasiones al error. En definitiva, sólo el intelecto puede garantizarnos la certeza.
En el Taqrib, Ibn Hazm define el intelecto como “la facultad por medio de la cual el alma
es capaz de discernir todas las cosas existentes en cuanto tienen una estructura categorial y
de percibir las verdaderas cualidades de las cosas... y que tienen también la capacidad de
discernir”. La apertura del intelecto a la acción moral, es decir, lo que llamamos
modernamente “razón práctica”, también es apuntada aquí: “El intelecto es la facultad de
discernir entre las cosas buenas y malas”.
En relación con la concepción del alma corpórea, aborda con amplitud el tema del alma,
dentro de un contexto polémico, en el Fisal. Tras refutar las cuatro opiniones que él
consideraba tradicionales sobre el alma, sostiene que “el alma es cuerpo dotado de las tres
dimensiones, que ocupa lugar, inteligente, capaz de discernir, y que gobierna al organismo”.
El primer argumento para apoyar esta afirmación consiste en la individuación por materia,
aceptada en la tradición filosófica a partir de la teoría hilemórfica de Aristóteles. De
considerar el alma como forma, se seguiría su unidad para la especie. Pero el alma de cada
ser humano es distinta de los demás, que son individuos singulares. Luego para afirmar la
individualidad del alma humana será necesario admitir su corporeidad.
En segundo lugar, en el universo sólo existen dos clases de seres: cuerpos y accidentes.
Añadir a ellos una categoría llamada “sustancia”, que ni sea cuerpo ni accidente, sería un
absurdo que carece lógica para Ibn Hazm. Además, si el alma entrara dentro de alguna
categoría de sustancia, tendría una naturaleza, finita y limitada, que o bien sería sujeto de
accidentes o accidente sustentado, pero vemos que el alma es sujeto de accidentes
contrarios, como la ciencia o la ignorancia. “Y como todo ser sujeto de accidentes ocupa un
lugar en el espacio y es cuerpo, resulta que el alma es cuerpo”.
En tercer lugar, Ibn Hazm acude al testimonio de autoridad de Aristóteles, quien, según él,
no habría negado la corporeidad del alma sino sólo que fuera un cuerpo impuro. Al no
tener certeza de tal testimonio, deja en el aire su aparente validez dando por sentado que
ningún hombre es infalible.
Finalmente, a quienes de sus lectores sean musulmanes advierte que el Corán, las
tradiciones del Profeta y el consenso unánime de la comunidad islámica apoyan su tesis de
la corporeidad del alma. El alma, en efecto, se deleita con los placeres corporales tanto en
esta vida como en la futura.
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Espíritu y alma son una misma cosa, afirma en varias ocasiones. En cambio, alma e
intelecto son para él dos nombres distintos en árabe, con dos significados asimismo
diferentes.
Recoge también los avances de la medicina galénica y árabe respecto a Aristóteles. Así, al
afirmar la existencia de los nervios y al reconocer el papel del cerebro, en una de cuyas
partes sitúa la imaginación.
En relación con el origen del alma y su inmortalidad, no admite la consideración del alma
como sustancia eterna, opinión que atribuye a “los ateos de nuestros días”. El alma, según
él, habría sido creada en el tiempo y durará siempre. ¿Qué representa la muerte para el
alma? Su separación del cuerpo, y no más. Rechaza, por tanto, que la muerte signifique la
aniquilación total del alma, como creen “los necios y los ateos”.
Respecto a las influencias en la teoría del alma corpórea hazmiana, Jadaane encuentra un
claro influjo en la filosofía griega, y más en particular en el estoicismo y el epicureísmo
(quizá mayor influencia del estoicismo por razones ideológicas). El espiritualismo platónico
de algunas tesis psicológicas del pensador cordobés se añadirían así a una concepción
estoica del alma, intentando suavizar de ese modo su materialismo filosófico original.
En todo caso, las dificultades que provocó su concepción del alma como cuerpo le
obligaron a intentar diluirlas con argumentos muy dispares. Por ejemplo, al definir tal
cuerpo como más sutil que el aire; al subrayar que aunque el alma era cuerpo, no necesitaba
de nutrición; al explicar la unión del alma, que es corpórea, con el cuerpo como anexión o
vecindad, etc. También se echa en falta en el Fisal algún eco de al-Kindí o de al-Farabí, cuya
teoría del intelecto renovó fecundamente el peripatetismo medieval y que culminaría de
forma brillante en siglos posteriores con el filósofo cordobés Averroes.
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Teoría de la belleza y del amor en El collar de la paloma.
Una síntesis de la teoría estética de Ibn Hazm debe partir de la siguiente distinción entre
cinco grados de belleza
1. La
dulzura
o delicadeza de líneas.
2. La
armonía
de las cualidades aisladamente consideradas.
3. La
hermosura
.
4. La
belleza
.
5. La
gracia
o salero.
Que el plano erótico no es olvidado aquí lo demuestra sobre todo el conjunto del libro y
constituye sin duda uno de los motivos de fondo por los que gentes alejadas del arabismo,
de la filosofía y del medievalismo se han interesado y se siguen interesando en todo el
mundo por esta original obra.
Según Ibn Hazm, el amor consiste en “la unión entre partes de almas que, en este mundo
creado, andan divididas, en relación a cómo primero eran en su elevada esencia; pero no en
el sentido en que lo afirma Muhammad ibn Dawud cuando, respaldándose en la opinión de
cierto filósofo (Platón), dice que “son las almas esferas partidas”, sino en el sentido de la
mutua relación que sus potencias tuvieron en la morada de su altísimo mundo y de la
vecindad que ahora tienen en la forma de su actual composición”.
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fenómeno amoroso como motivado por el deseo (epithymia) que, con el propósito de
cubrir una carencia (endeia) del amante, se dirige hacia algo que, sin ser idéntico ni
completamente distinto, resulta adecuado y complementario. Ibn Hazm utiliza ejemplo de
irresistible atracción: el hierro y el imán, el pedernal que encierra en sí el fuego hasta que
éste salta por el golpe del eslabón.
En la
escala del amor
, Ibn Hazm distingue cinco grados, de menos a más:
1. La
estima. Se produce cuando, tras conocer a alguien, consideramos su imagen
como bella o su carácter como bueno. Se da en la amistad.
2. El
afecto. Aparece cuando uno se deleita mirando a la persona amada y se desea
estar cerca de ella.
3. El
enamoramiento
. Existe cuando se siente tristeza ante la ausencia del ser amado.
4. La
pasión amorosa
. Cuando la mente está dominada por el pensamiento de la
persona querida.
5. El
delirio amoroso
. Se produce cuando el enamorado no concilia el sueño, deja de
comer y beber; puede producir la enfermedad e incluso la muerte. Es el grado
máximo del amor.
Esa tensión general, esa escisión entre su escritura poética y su reflexión teorizante, entre el
amor suave e íntimo presente en el subtítulo del libro y la pasión ardiente que con muestra
la vida, es un elemento positivo de la obra. Gracias a ella, siendo musulmán ortodoxo pudo
conectar con el mejor Platón y con su teoría del amor como deseo nunca saciado de lo
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bello, superando la herencia literaria iraquí con una bocanada de aire fresco teñido de
sensualismo mediterráneo.
3.3.
IBN GABIROL Y EL NEOPLATONISMO SEFARDÍ.
Shelomó Ibn Gabirol fue identificado por Munk como el autor del Fons vitae, que los
escolásticos latinos creyeron era árabe y se llamaba Avicebrón. Nació en Málaga, en 1020 ó
1021, se educó en Zaragoza y vivió, probablemente, hasta 1069 ó 1070. Fue célebre poeta
y, según la leyenda, fue asesinado por un musulmán celoso de su sabiduría. La higuera que
ocultó su cadáver, dio unos frutos tan extraordinarios que atrajo la atención del rey sobre su
propietario, que se vio obligado a confesar su crimen. Su obra, La fuente de la vida escrita
en árabe, fue vertida al latín por Juan Hispalense y Domingo Gundisalvo. Adopta la forma
de diálogo entre maestro y discípulo, y está dividida en cinco libros.
La especulación de Ibn Gabirol está dominada por los conceptos aristotélicos de materia y
forma. El principio de que parte es la composición hüemórfica universal: todo lo que
existe, está necesariamente compuesto de materia y forma. Ibn Gabirol empieza por reducir
todas las materias y todas las formas del mundo a una sola materia y forma. Para ello reduce
a unidad la materia y la forma de las cosas sensibles. En ellas, todas las clases de materia,
tanto las artificiales, por ejemplo el bronce, como las naturales (los cuatro elementos) y la
celeste, tienen todas la misma naturaleza, que es el ser substrato de la forma. Por otra parte,
todas las formas sensibles tienen un carácter común: el de ser formas corpóreas. Por
consiguiente, en las cosas sensibles hay una sola materia, el cuerpo, y una sola forma, la
forma corpórea o corporeità*.
Pero la materia no es solamente cuerpo, pues sólo llega a serlo cuando se le-añade la forma
particular que es la corporeidad; y, de otra parte, la forma no es solamente corporeidad,
porque la corporeidad es sólo la determinación de una forma más universal. Una materia
que sea más universal que la materia corpórea, ha de ser común a los cuerpos y a los
espíritus: hay una materia que entra en la composición tanto de las sustancias espirituales
como de las corpóreas. Por tanto, las sustancias espirituales no son simples, sino que
también están compuestas de materia y forma. Los escolásticos latinos tipificaron
precisamente la doctrina de Ibn Gabirol en el principio de la composición hilemórfica de
las sustancias espirituales.
Si hay una materia universal, común también a las sustancias espirituales, habrá también
una forma universal común a todos los seres. Esta forma universal es el conjunto de las
nueve categorías de Aristóteles, que precisamente son las determinaciones más generales
del ser. La materia universal es la primera categoría aristotélica, la sustancia, que sostiene
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(sustinet) las otras nueve categorías (Fons vitae, II, 6). Unificadas y unlversalizadas, la
materia y la forma no subsisten en sí sino en la mente del Creador. En la Sabiduría de Dios,
materia y forma subsisten en su distinción. La creación consiste en la unión, determinada
por la voluntad divina, entre la materia y la forma. Mediante ella, la forma se une a la
materia determinándola y poco a poco le va comunicando determinaciones sucesivas: las
cualidades primarias, la forma mineral, la forma vegetativa, la sensitiva, la racional, la
inteligible. Pero el supuesto previo de esta unión de materia y forma en la cual consiste la
creación, es la voluntad de Dios.
La materia y la forma tienen un común deseo de unirse una a otra. La materia ama la forma
y quiere gozar la dicha de unirse a ella; la forma desea realizarse en la materia para producir
en ella su acción, según un impulso comunicado por el Creador (Fons vitae III, 13). El
amor y la tendencia recíproca que tienen forma y materia, han de oroceder de una sustancia
superior, de la que ambas son partícipes. Esta sustancia espiritual, v más que espiritual, es el
Verbo activo (Verbum agens) o voluntad de Dios: "En el ser, dice Ibn Gabirol (Ibid., I, 7),
sólo hay tres cosas: la materia y la forma de un lado, la Esencia primera, por otro, y la
Voluntad, que es el medio entre los extremos". La Voluntad crea la materia y la forma
universales, y, por consiguiente, todos los seres compuestos de materia y forma. La
Voluntad está ligada a la materia y a la forma, como el alma está ligada al cuerpo: está
difundida en ellas y las penetra totalmente (Ibid., V, 36). Es la virtud de la primera esencia,
es decir, de Dios, y, por consiguiente, es la intermediaria entre esta esencia, por un lado, y,
por otro, la materia y la forma. Sin embargo, entre la Esencia primera o su Verbo agente y
la materia, Ibn Gabirol admite una serie de formas o sustancias separadas, inspirándose
evidentemente en el neoplatónico Líber de Causis. Estas sustancias, enumeradas por orden
de menor a mayor perfección y sencillez, son: la naturaleza, las tres almas (vegetativa,
sensitiva y racional), y la inteligencia.
La inteligencia conoce y comprende todas las formas. El alma racional comprende las
formas inteligibles y las conoce mediante un movimiento discursivo que la hace pasar
sucesivamente de una a otra. El alma sensitiva percibe y conoce las formas corpóreas. La
naturaleza une las partes del cuerpo, es autora de su atracción y repulsión, y las cambia
entre sí. Estas sustancias intermedias son menos perfectas a medida que se alejan de la
forma común, la Voluntad creadora de Dios. Su progresiva imperfección se explica por la
disminución de la fuerza de la Voluntad creadora, que, aunque es infinita, es finita al actuar
y por ello se debilita (como un rayo luminoso que se aleja del centro que lo produce) a
medida que va avanzando
(ibid. IV, 19).
En conjunto, la filosofía de Ibn Gabirol tiene una tal fuerza y originalidad que explican su
influencia en los siglos sucesivos. La parte que más importancia ha tenido es la afirmación
de la materia universal. Esta afirmación, que fue combatida por Santo Tomás, será utilizada
por Giordano Bruno como base de su panteísmo.
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Ibn Gabirol. Doctrinas éticas: su conexión con la medicina griega.
Así, Ibn Gabirol, encabeza su obra con una larga introducción dividiendo el resto el libro
en cinco partes, correspondientes a los cinco sentidos externos del cuerpo humano,
incluyendo en cada una de ellas cuatro capítulos con los cuatro caracteres, virtudes y vicios
innatos correspondientes al sentido de que se trata. En total, por tanto, resultan veinte
capítulos que son, ni más ni menos, los veinte caracteres o virtudes-vicios fundamentales
del hombre, con los cuales ha de habérselas.
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TEMA 4: EL FLORECIMIENTO DE LA FILOSOFÍA EN ALANDALUS: AVEMPACE E
IBN TUFAYL
Introducción
En el siglo XII se alcanza la madurez del pensamiento andalusí. El filósofo que recupera el
aristotelismo y, a través de él, el racionalismo y naturalismo griegos, es el zaragozano
Avempace. Gracias a sus escritos, por vez primera se comentan en Europa algunas de las
principales obras de Aristóteles. No sólo innova en los campos de la metafísica y psicología sino
también en el de la teoría política al introducir en su reflexión el papel del sabio como fermento
social. Ibn Tufayl, por su parte, se esfuerza por distinguir la filosofía de la religión y por colocar la
religiosidad interior por encima del formalismo religioso en una visión pesimista de la sociedad.
Resultados de aprendizaje
Conocimientos más relevantes:
1. La recepción de Aristóteles en Occidente a través de Avempace.
2. La unión con el Intelecto Agente, culminación de su Psicología.
3. Papel del “solitario” avempaciano en la sociedad.
4. La génesis del conocimiento en Ibn Tufayl.
5. Filosofía y religión en la Risâla.
1
Avempace o la madurez de la filosofía andalusí.
Tres etapas en la evolución del pensamiento científico y filosófico andalusí: la de las
matemáticas, la de la lógica y, finalmente, la de la filosofía. Abentofail nos presenta la
génesis de la filosofía en al-Andalus —refiriéndose a la filosofía científico-demostrativa—
como la coronación de dos momentos en la evolución del pensamiento científico andalusí:
el de las matemáticas y el de la lógica.
Sabemos que en el oriente islámico la filosofía vio la luz y respiró en un contexto religioso
concreto. La filosofía surgió en Al-Ándalus al margen de toda la problemática derivada de
la conciliación entre religión y filosofía, característica del oriente islámico. La escuela
filosófica a la que pertenecen Avempace, Abentofail y Averroes culmina dos momentos en
la evolución del pensamiento científico andalusí, las matemáticas y el de la lógica, la
medicina y la astronomía.
Entre «la mitad del siglo IV de la hégira» y «la mitad del siglo V», la primera etapa : se
limitó a las matemáticas y la medicina. Segunda etapa : verdadera difusión de la ciencia en
Al-Ándalus, que alcanzará su culmen en los Reinos de Taifas. En esta etapa encontramos
personalidades interesadas por la lógica y tratados de introducción a la filosofía. Así ocurre
hasta 463 de la hégira. Avempace, es el iniciador efectivo de la tercera etapa, caracterizada
precisamente por la atención a la física y la metafísica.
Por una parte, una vez que Avempace lo hubo sacado del círculo de la problemática de la
conciliación entre el recurso a la razón y el recurso a la tradición, es decir, de la conciliación
entre religión y filosofía, al discurso filosófico en Al-Ándalus, desembarazado de la teología,
le quedaron las manos libres; por otra, desembarazado de la formulación oriental del
neoplatonismo, se había librado de la instrumentalización de la ciencia —que implicaba la
fusión de religión y filosofía, y de filosofía y religión— característica de la escuela filosófica
oriental, haciendo que la ciencia, como para Aristóteles, volviera a constituir el fundamento
sobre el que la filosofía habría de erigirse.
Su papel en la recepción del Corpus aristotelicum en Occidente: labor expositiva y
creadora en sus Comentarios a Aristóteles.
Una simple ojeada a sus textos nos muestra que el centro del sistema referencial de
Avempace está ocupado por Aristóteles: no por el Aristóteles tantas veces
instrumentalizado en Oriente, el de la Teología y otros textos apócrifos, sino por el
auténtico Aristóteles, el científico. Encontramos también a Platón, es cierto. Pero Platón
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no forma parte de su sistema referencial: es sólo una opinión más. Sobre Avicena, en
cambio, no dice una sola palabra. Aspecto esencial del pensamiento científico andalusí: su
oposición al sistema ptolemaico y su intento de erigir un sistema cosmológico diferente y
más acorde a la ciencia aristotélica. Le seguirán en esta línea Abentofail y Averroes.
Novedad de su pensamiento respecto a la filosofía islámica oriental.
El material cognitivo del discurso filosófico avempaciano reposa por completo en la
ciencia, más concretamente en el aspecto psicológico del ser humano. Aunque en ocasiones
también cita la Metafísica, Avempace utiliza la Ética nicomáquea en mucha mayor medida,
tanto cuando diserta sobre la ética o la conducta social, como cuando lo hace sobre el
proceder intelectual o el conocimiento especulativo.
Sin embargo, esto no debe inducirnos a pensar, como a algunos, que El régimen del
solitario es un tratado de ética, porque no es así en absoluto. Pretende erigir una nueva
filosofía de base fundamentalmente científica. Su filosofía se ha desemharazado por
completo de la absorbente conciliación entre religión y filosofía. Esto no significa en modo
alguno que su filosofía tome una posición antirreligiosa. Significa, únicamente, que el
discurso avempaciano no se ocupa de la religión, ni para aprobarla ni para rebatirla.
Lo que el discurso filosófico avempaciano desatiende es nada más y nada menos que el
núcleo axial de la filosofía medieval: la conciliación entre filosofía y religión. Esta
desatención no es una mera distracción o falta de interés. Se trata, por el contrario, de una
elección consciente de la que derivan —también de manera consciente— nuevas posiciones
respecto a las principales preocupaciones del pensamiento filosófico oriental. Ésta es la
razón por la que, una vez más, elevamos esta elección consciente a la categoría de ruptura
epistemológica. Consideramos, pues, que estas nuevas posiciones, lejos de constituir
meramente puntos de vista particulares que se siguen de los fundamentos epistemológicos
de la filosofía árabo-islámica oriental, suponen una oposición radical a los mismos. En las
ideas de Avempace respecto al sufismo, el fenómeno profético, la «unidad del intelecto» y la
«unión», es donde posiblemente habremos de encontrar las pruebas que confirman nuestra
afirmación.
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Avempace muestra un gran interés en distinguir el sufismo de la «soledad», así como el
«régimen del solitario» de las «vías de los místicos». Tras analizar la contemplación extática a
la luz de los datos que le proporciona la psicología de su tiempo —la aristotélica—, no
duda en negar la posibilidad de que la felicidad se pueda alcanzar mediante la vía mística,
como sostienen los sufíes.
Nos hallamos, pues, ante un racionalismo genuino para el que las contemplaciones extáticas
de los sufíes constituyen una suerte de potente actividad imaginativa y nada más, y para el
que la mística representa un «abandono de la condición humana», tanto desde el punto de
vista intelectual como social. Un posicionamiento que, con toda la insolencia de que es
capaz la filosofía, rechaza la mística, no desde la enemistad o la rivalidad, sino partiendo de
una ruptura con la base epistemológica que la sustenta, y que no es otra sino la afirmación
de la existencia de una vía diferente a la de la razón y las ciencias especulativas para alcanzar
Infelicidad. Este posicionamiento básico se aparta tanto del sufismo como de cualquier
otro discurso que pretenda sostenerse sobre su base y, en primer lugar, de todo discurso
que pretenda establecer una teoría del profetismo.
El
profetismo constituye un elemento articulador tanto del sistema filosófico farabiano
como de la ideología ismaelí. Con él se pretende conseguir que la vía religiosa discurra
paralela a la filosófica, permitiendo de este modo que ésta explique y dé sentido a aquélla, y,
en consecuencia, propiciando que religión y filosofía se fundan. La teoría del profetismo es,
por tanto, una de las claves que el pensamiento filosófico oriental empleó al abordar su
problemática central: la conciliación entre la razón y la tradición religiosa transmitida.
Incluso podemos afirmar que es en realidad esta problemática la que inspira la teoría del
profetismo. Por consiguiente, no cabe duda de que cuando nos desembarazamos de esta
problemática, sus claves —y en primer lugar el profetismo— quedan completamente fuera
de lugar. Y esto es justamente lo que ocurre en el discurso avempaciano, y en el averroísta,
su prolongación.
Principales aportaciones en su obra. El régimen del solitario: teoría de las formas; la
unión con el Intelecto Agente; el “solitario” avempaciano: crítica social y
compromiso ético.
Teoría de las formas
Divide las acciones humanas en animales y propiamente humanas, según sean ejecutadas
por el puro instinto o de acuerdo con la voluntad consciente. Por lo general, el común de
las acciones de los hombres son mixtas, en tanto que se ejecutan movidas tanto por el
instinto como por la voluntad; pero el ideal del sabio tiene que empezar por procurar que
sus acciones" sean realizadas por la voluntad consciente exclusivamente; sólo entonces
puede alcanzar el hombre la percepción de las formas espirituales.
Estas
formas son de cuatro tipos
:
Inteligencias de las esferas absolutamente inmateriales
Intelecto Agente inmaterial, pero que se relaciona con el mundo de la materia al
perfeccionar a las formas materiales y abstraerías.
Especies inteligibles, que son formas existentes en el alma.
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Especies sensibles intencionales, que actúan como intermediarios entre las formas
inteligibles abstractas in mente y las formas sensibles materiales in re.
Cuando el hombre alcanza la más alta asimilación de las formas separadas espirituales se
convierte él mismo en una de estas formas, asemejándose de este modo a la divinidad;
entonces pierde incluso sus cualidades humanas imperfectas, como son la corporeidad, la
sensibilidad, etc.
Los elementos esenciales del conocimiento humano están, por tanto, constituidos por las
formas espirituales, que se llaman formas por analogía con las materiales que actualizan la
materia, para constituir los cuerpos; y se califican de espirituales para diferenciarlas; se
corresponden, pues, con las intenciones de los escolásticos latinos, y son las especies que
representan al objeto. Su receptáculo está formado por el intelecto material, que es una
potencia capaz de recibir dichas intenciones; no es un sujeto, sino una disposición o estado
del alma condicionado por sus instrumentos corporales. El sujeto sobre el que actúa el
Intelecto Agente está formado por las intenciones, que a su vez movilizan a dicho Intelecto.
El color, por ejemplo, es lo que actualiza a un medio transparente; pero lo que existe en
acto en dicho fenómeno es el color; y lo que llamamos color son exactamente simples
intentiones imaginatae.
Las intenciones existen fuera del sujeto de un modo potencial; para que existan en acto,
precisamos de una facultad que proporciona el Intelecto Agente. Como el intelecto pasivo
no es otra cosa que dichas intenciones, su naturaleza es su capacidad de convertirse en
intelecto en acto, que a su vez puede perfeccionarse, hasta alcanzar el intelecto en hábito, al
que considera el auténtico entendimiento especulativo del hombre. Este intelecto no es
único y común para todos los seres humanos; es uno, en tanto que es signo de la unión de
las partes orgánicas del hombre y en tanto que la multiplicidad de los objetos del
conocimiento no le alteran.
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El
intelecto especulativo , que incluye las intenciones, o sea, al intelecto en
potencia, es engendrado, corruptible, uno e individual para cada hombre mortal;
El
Intelecto Agente , por el cual se produce el proceso de abstracción, es eterno,
inmaterial, universal, común a todos los hombres, e inmortal.
Pero la realización de las formas que constituyen el conocimiento humano no sólo depende
de su propia naturaleza, según los cuatro grupos antes indicados, sino también de la
aplicación de las seis potencias humanas:
La pura potencia racional.
Las potencias sensitivas internas (memoria, fantasía y sentido común).
Las potencias sensitivas externas (los cinco sentidos).
La potencia generativa.
La potencia vegetativa (nutrición y crecimiento).
La potencia elemental.
Todo el mecanismo del conocimiento constituye una etapa preparatoria de aquello en que
consiste la verdadera sabiduría humana: la unión del hombre con el Intelecto Agente. La
influencia platónica pesa fuertemente sobre el Régimen del solitario que arranca, en primer
lugar, de la República de Platón. Las intenciones, que representan al mundo sensible, nos
conducen a los inteligibles, previa acción del Intelecto Agente, constituyendo el intelecto en
hábito. Pero ahora, más allá de este conocimiento de raíz aristotélico, Avempace considera
otro de orden superior: el contacto del hombre con la realidad misma del mundo ideal.
No sabemos si Avempace se limita a seguir a al-Fárábí o corrige a éste; pero sus textos son
bien tajantes y afirman la posibilidad de la unión del hombre con el Intelecto Agente, y
considera a esta unión como el fin y la meta de la sabiduría humana.
Todos los hombres pueden llegar al grado de perfección del intelecto especulativo o
adquirido; en cambio, si bien en potencia remota todos los humanos pueden alcanzar la
unión con el Intelecto, en la realidad muy pocos hombres lo realizan. El esfuerzo
especulativo de este grado definitivo de la vida intelectual nos conduce a las formas, que en
este estado no son nada nuevo, sino la Pura Forma de lo que es incorruptible y eterno. El
Intelecto Agente, por tanto —y aquí está la novedad—, no es un motor más en el mundo
de las esferas, sino la forma misma del acto intelectual concebida en su momento supremo
de eternidad, universalidad, simplicidad y realidad; un ser así concebido sólo puede ser
Dios. Por tanto, la unión del hombre con el Intelecto Agente equivale a su unión con Dios.
Este Intelecto Divino, permaneciendo siempre Uno, a través del desbordamiento de sus
rayos, ilumina las formas que el hombre puede alcanzar por su conocimiento. Esta
unificación es, pues, un don de Dios y constituye la meta definitiva y la más auténtica
felicidad. Avempace incluye el intelecto agente y el intelecto adquirido en la misma especie
de formas espirituales, así como se esfuerza por distinguirlos de las «formas de los cuerpos
celestes» (es decir, las inteligencias celestes) —que él descarta, de modo tajante, de su
ámbito de interés—, mientras que relaciona intelecto agente e intelecto adquirido con los
«inteligibles materiales», pues el intelecto agente actúa sobre ellos y el intelecto adquirido los
completa. La naturaleza de ambos géneros de intelecto, así como la relación que los
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une, serán el objeto de un apartado posterior, por lo que nos limitaremos aquí a poner de
manifiesto el camino por el que el ser humano alcanza el grado del intelecto adquirido, en el
cual y a través del cual tiene lugar la unión con el intelecto agente.
El grado de los hombres vulgares , para los cuales «el inteligible está ligado tan
sólo con las formas materiales, y no lo conocen sino con ellas, desde ellas y por
ellas», o, en otras palabras, «sienten las formas espirituales en cuanto percepciones
de objetos sensibles, y no en cuanto que ellas disfrutan de esa existencia»
(inteligible).
El grado de los teóricos de la física —los físicos y matemáticos—, los cuales
sienten las formas espirituales, no en cuanto percepciones de los cuerpos, sino en
cuanto inteligibles dotados en sí mismosde existencia: [...] las gentes del vulgo miran
primeramente a los objetos, y en segundo lugar al inteligible por razón de los
objetos, mientras que los teóricos de la física miran primero al inteligible y a los
objetos después y por su similitud al inteligible, por lo cual miran al inteligible
primero, si bien van juntas con éste las formas materiales.
El grado de los afortunados , que son aquellos que ven la cosa en sí misma», es
decir, los verdaderos filósofos.
Avempace defiende que «el que cultiva la ciencia física elévase luego a otro grado más alto y
especula sobre los inteligibles, no en cuanto que son inteligibles con la de nominación de
materiales ni de espirituales, sino en cuanto que los inteligibles son uno de los entes del
mundo». Si le acontece que adquiere un inteligible cualquiera, es decir, que logra hacer de él
un objeto de su reflexión, habrá alcanzado el grado del intelecto adquirido; entonces le será
posible unirse al intelecto agente, y mediante esa unión serán él y el intelecto agente una y la
misma cosa. Y añade: «la mirada intelectual o especulativa, realizada de esta manera,
constituye la vida futura y la felicidad humana última y solitaria. Entonces, en efecto, será
cuando se contemple ese magnífico espectáculo».
Averroes resume el pensamiento de Avempace con estas palabras: Avempace sostiene que
cuando el físico asciende a un estadio superior [una vez que ha percibido los inteligibles
materiales] estudia los inteligibles no existentes [los inmateriales], que son las formas
separadas, al mismo tiempo que intelige inteligibles absolutamente incorruptibles, ya que lo
que ¡ntelige de los mismos no se apoya en objetos ni los tiene. Tal es la vía que siguió
Avempace para demostrar la posibilidad y el modo de es la unión con el intelecto agente.
Avempace nos ofrece una imagen realista —y humanista— del hombre y de la naturaleza
dual que conforma su quididad.
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El “solitario avempaciano”: crítica social y compromiso ético
Clasificación de los hombres según el uso de sus medios : Para alcanzar este grado
supremo de perfección y felicidad el hombre debe seguir un camino, una recta vía que dista
por igual de dos extremos dañinos; este camino es la moral. Para realizar su fin y felicidad
últimos el hombre ha sido dotado de instrumentos naturales y medios artificiales; los
principales instrumentos naturales son el alma, el cuerpo y sus órganos; los medios
artificiales son el fruto de la acción del hombre sobre la naturaleza física, o sea, el resultado
de la civilización.
Los pródigos , que a causa del desordenado uso y abuso de los medios artificiales
acaban por dilapidarlos sin sentido alguno.
Los avaros , que por miedo a agotar estos medios y verse desprovistos de ellos,
terminan por conservarlos con tal apego que no los utilizan, y, poseyéndolos, les
resultan inútiles.
Los moderados o virtuosos , que si bien saben conservar estos medios es tan sólo
para utilizarlos en el momento necesario.
Pero la perfección de estos actos y lo que les confiere su carácter ético consiste en la
adecuación del uso de los medios e instrumentos con el fin último del hombre; la
intención final , con arreglo a la cual se realizan estos actos, es la que valora las acciones
del hombre. Por tanto, sólo será auténtico hombre equilibrado y moderado, en el uso de
sus instrumentos naturales y de los medios artificiales, aquel que se encamina a realizar la
meta definitiva del hombre: la unión con Dios.
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Uno de estos criterios intermedios es la relación de las acciones humanas respecto del
placer. Indudablemente el placer puede ser uno de los fines de las acciones humanas; pero
el simple gozo sensual no puede constituir un fin en sí mismo, y aquellos hombres que
actúan movidos exclusivamente por este tipo de placer deben ser considerados como
viciosos y necios. Mucho más nobles son los actos que tienen como finalidad conseguir la
gloria mundana, los honores civiles y los conocimientos prácticos, pero si se limitan en su
intención a esta finalidad, no son valiosos, incluso si sólo buscan el deleite intelectual,
propio de reducidas comunidades de sabios.
Aunque el placer científico, considerado como fin en sí, no merece censura, sino más bien
alabanza, tanto por la nobleza propia de estos estudios como por la excelencia de esta
profesión y, más aún, porque suele conducir al sabio a su perfeccionamiento, sin embargo,
el placer científico no es la meta del auténtico sabio, sino un placer intermedio
concomitante a la finalidad última de la sabiduría. En este deleite científico entran
dos
tiposdistintos de placer:
El
gozo producido por la satisfacción del ansia de saber , que es un deseo
connatural al hombre; en este sentido, el deleite científico es un placer sensible, en
tanto que la satisfacción de los deseos naturales engendra este tipo de placer, pero
se diferencia del placer sensible sensual, en tanto que su satisfacción constituye una
perfección de la facultad racional y no del cuerpo.
El
gozo propio y peculiar inherente a todo este acto cognoscitivo , gozo que
no exige como condición previa la necesidad de un deseo antecedente, como
sucede, por ejemplo, cuando presenciamos un espectáculo bello.
Sin embargo, ninguno de estos dos gozos puede constituir el verdadero fin último de la
sabiduría, pues son simples efectos concomitantes que acompañan al saber, al modo como
la sombra sigue a nuestro cuerpo. El hombre que cultiva la ciencia por deseo del simple
goce sensible de satisfacer el ansia de saber, sólo logra el fin de la sabiduría de un modo
accidental; el auténtico sabio debe esquivar, por tanto, en lo posible, este tipo de placer. Por
el contrario, no es obligatorio ni aconsejable prescindir del segundo tipo de gozo, entre
otras razones, porque es poco menos que imposible huir de él, ya que va unido a los frutos
mismos de la ciencia, en cuanto el hombre no sólo es movido por las imágenes de la
fantasía y del apetito sensitivo, sino también por el apetito racional impulsado por la
voluntad consciente que sigue al acto intelectual reflexivo.
Además, podemos comparar la más alta acción intelectual del hombre con la labor de un
artista, cuya perfección no radica exclusivamente en que sus instrumentos sean perfectos;
así, también, la perfección del alma no consiste tan sólo en que los órganos del cuerpo
estén sanos, sino que, presupuesta esta salud previa, la perfección consiste
fundamentalmente en el adecuado uso y ejercicio de los instrumentos naturales y los
medios artificiales. La perfección típica del alma racional no consiste en la simple
adquisición de las virtudes morales, que en último término son simples medios para
conseguir el fin, sino en la realización de ese fin último, que consiste en la perfección del
primer motor del alma racional, o sea el Intelecto Puro, perfección que constituye la
auténtica sabiduría.
El Estado ideal : Ante esta situación lo que interesa es el análisis del «Estado ideal», que
deberá estar constituido por los hombres modelos o solitarios, que aspiran a la perfección
incluso en medio de la sociedad imperfecta. Este grupo de los «solitarios», al estar formado
por una reducida minoría, no puede constituir una sociedad aparte y han de vivir en medio
de la sociedad imperfecta, mezclados con el común de los ciudadanos, aunque aislados y
limpios de las lacras comunes de aquélla. Así como en medio de los campos cubiertos de
maleza brotan a veces flores delicadas, así también brotan los «solitarios» perfectos en
medio de la sociedad imperfecta; de aquí el nombre de brotes que le da Avempace. Este
tipo social es el que más importa dentro de la sociedad, pues no sólo es capaz de conseguir
la perfección y felicidad personales, sino que, además, es la única esperanza de una posible
transformación de la sociedad imperfecta en perfecta.
Sin embargo, y aun suponiendo que esta transformación política sea imposible en la
práctica —ya que así parecía confirmarlo la experiencia política de aquel tiempo—, la real
existencia y alta perfección de los solitarios obligan a acometer el estudio del régimen de
vida que deben seguir. En este sentido, Avempace considera que su Régimen del solitario
es una medicina espiritual que estudia el régimen dietético que debe seguir el espíritu
humano para perfeccionar su salud y conseguir la perfección, a pesar de los vicios y
enfermedades espirituales que aquejan al común de los hombres de la ciudad imperfecta.
Porque —siguiendo la comparación de su régimen con la terapéutica de su tiempo— el
Estado ideal sería aquel en que no fuesen necesarios ninguna de las tres clases de «médicos»
de la sociedad imperfecta: del cuerpo, de las relaciones sociales y del alma.
La sociedad ideal no precisa de médicos del cuerpo, en tanto que sus ciudadanos no
tendrían vicios y no padecerían las enfermedades que nacen de los vicios; no habría
médicos del orden social o jueces, porque las relaciones sociales estarían presididas por el
amor y no brotarían así los problemas jurídicos, que proceden del abuso de los derechos
individuales contrapuestos; finalmente, no serían precisos los médicos del alma, porque
todos los ciudadanos de la sociedad perfecta buscarían esta perfección y no caerían en el
pecado, ni se dejarían arrastrar por las pasiones.
La vida del «solitario» : El «solitario», pues, es todo aquel que se sienta ciudadano del
Estado ideal, pese a vivir en medio de una sociedad imperfecta; Por tanto, sólo una vida
que se atenga al ideal de la auténtica sabiduría puede transformar al hombre y realizar el
Estado ideal, que es una realidad patente en el corazón y en la existencia ética perfecta de
sus ciudadanos, de los «solitarios». Así, pues, el «solitario» deberá ajustar su vida y sus
relaciones con la sociedad y los hombres imperfectos de acuerdo con ese grado supremo de
la sabiduría. Porque si bien es cierto que la sociedad y los hombres imperfectos son un
peligro para el «solitario», también lo es que ningún hombre, ni siquiera el sabio, puede
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prescindir de su situación sociológica. El solitario no huirá de la sociedad, vivirá dentro de
ella, pero sin participar de sus lacras; no prescindirá del trato con los hombres imperfectos,
pero tan sólo en aquellos casos en que este trato resulta necesario o provechoso y no
implique un daño a su vida moral.
Lo que el solitario debe buscar, ante todo, es la sociedad de los otros hombres perfectos o,
cuando menos, la de aquellos otros que, siendo imperfectos, buscan la perfección; no
evitará los contactos intelectuales con los demás hombres, pero buscará tenerlos, sobre
todo, con aquellos hombres que comparten o estén dispuestos a compartir su ideal. La vida
social del hombre no es un mal, sino un bien, que contribuye a la perfección y desarrollo
del hombre; lo único dañino es el estado social concreto de la sociedad actual. La vida del
solitario, por tanto, debe ser una vida social, aunque puede darse el caso extremo de que no
encuentre en su medio o circunstancia social ningún compañero; pero en este caso esta
falta de correlato social no podría imputarse al «solitario», sino a la corrupción de la
sociedad; entonces el sabio tiene que seguir el riguroso y ascético camino de la perfección
solitaria.
Introducción:
Ibn Tufayl nació en Guadix (Granada), en fecha incierta pero anterior al año 504/1110.
Ejerció la medicina en Granada, donde fue médico de cámara del gobernador de la ciudad.
Escribió obras astronómicas y médicas, el único de sus libros que ha llegado hasta nosotros
es su célebre Historia de Hayy Ibn Yaqzan (Risâla). El Filósofo autodidacto, como se la
conoce en Occidente, ha influido en la novela de Daniel Defoe, Robinson Crusoe.
Ibn Tufayl sigue y continúa la línea aviceniana; la novedad de Ibn Tufayl reside en la
estructura que dio a su Risâla de Hayy ibn Yaqzan. La lectura de la Risâla demuestra el gran
conocimiento que Ibn Tufayl tiene del pensamiento de Ibn Báyyá, del carácter de sus obras
y la influencia de su pensamiento sobre la labor de Ibn Tufayl, y concretamente sobre la
teoría del éxtasis intelectual. La fuente principal, sin embargo, de Ibn Tufayl es la filosofía
de Ibn Síná (Avicena)
Gauthier ha sostenido la tesis de que la intención de Ibn Tufayl era resolver el problema de
las relaciones entre la filosofía y la fe, opinión que se ha generalizado y creo es la más
correcta. Pero lo más importante y novedoso no es este problema, sino la razón por la cual
Ibn Tufayl lo ha expuesto en forma novelada.
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Las dos primeras razones por las cuales Ibn Tufayl recurre al uso del mito son: la necesidad
intrínseca del asunto a tratar, que no se presta bien a la simple exposición dialéctica, y las
conveniencias de la convivencia social, ya que el «clero» musulmán y el vulgo siempre
miraron con malos ojos la filosofía. La «reforma» de Ibn Tümart y el triunfo de los
almohades, si bien en el campo político religioso significaba una actitud cerrada y autoritaria
a ultranza, para la minoría culta representó una mayor tolerancia religiosa en al-Andalus; y
así los sultanes almohades tendrán como qádes, visires y médicos de cámara a hombres
cultos. Pero, en tercer lugar, Ibn Tufayl tenía también el ejemplo de los «escritos
simbólicos» de Ibn Siná. Finalmente, aún podía invocar Ibn Tufayl el deseo de preservar la
más alta sabiduría de las miradas, no preparadas para este más alto saber, del común de los
hombres. Por esto, escribe Tufayl: «Los secretos que hemos confiado a estas pocas páginas
los hemos dejado cubiertos con un tenue velo, que rápidamente recorrerán los iniciados,
pero que será opaco y hasta impenetrable para los que no merezcan traspasarlo... Sólo he
obrado de este modo porque me he levantado a alturas que no están at alcance de la vista y
he querido exponer sus conceptos aproximados...»
Para conocer la formación científica de Ibn Tufayl, el mejor camino es analizar la hipótesis
del origen espontáneo de Hayy ibn Yaqzán, Para explicarse el nacimiento de este curioso
personaje, Ibn Tufayl recurre a dos hipótesis. La primera es la vieja historia alejandrina de la
princesa que habiendo concebido un hijo de un matrimonio secreto, lo arroja en un cofre al
mar por temor a que se descubra la verdad y quede deshonrada.
Ibn Tufayl hizo nacer a Hayy, el protagonista de su novela Risâla, sin madre ni padre, por
generación espontánea, de la arcilla fermentada de una isla remota. Imposible concebir a un
ser humano más alejado de la vida social, ya que ni siquiera descendería de una pareja
humana sino de la simple materia inorgánica.
Aristóteles definió al ser humano como zoon politikón, o sea, como animal social o que
vive en las ciudades-Estado llamadas por los griegos póleis. Tomás de Aquino tuvo
dificultades en este contexto para justificar el modo de vida solitario de los eremitas
cristianos. Ibn Tufayl sitúa a Hayy, que luego alcanzará por sí mismo las más altas cimas
especulativas y místicas, en una isla desierta.
Es probable que para acallar futuras críticas y evitar roces con los medios religiosos,
introdujera Ibn Tufayl una segunda hipótesis del nacimiento del protagonista. Según esta
más convencional y edulcorada versión, procedente de un cuento popular, Hayy habría
nacido en otra isla grande y populosa de una princesa que, temerosa del parto por no haber
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contraído matrimonio legal, abandonó al niño recién nacido en una caja o cofre de madera
que depositó en el mar. En el relato, sin embargo, se subraya de manera notoria la primera
hipótesis de la generación espontánea y se dan explicaciones geográficas, matemáticas,
astronómicas y biológicas que la hacen plausible, o como dice el propio autor, “que
confirman la exactitud de la opinión que admite la posibilidad de que en esta región el
hombre nazca sin madre ni padre”.
No obstante, tanto en una como en otra hipótesis, Hayy es criado desde el principio por
una gacela, verdadera madre para él; tenía contacto únicamente con los animales que
estaban en la isla y se comunicaba con ellos imitando sus gritos. Es decir, Hayy vivía en
estado de naturaleza, como un animal más, ajeno a toda huella de cultura humana, libre de
cualquier convención social. En contra, por tanto, de todo dogmatismo, e incluso de la
aceptación de prejuicios que marcan nuestro modo de ser en el mundo, el solitario de la
Risâla parte de cero, de idéntico modo de vida que los demás animales, sin influencia
familiar, sin religión, carente de principios éticos, ajeno por completo a toda organización
social y política.
En las primeras páginas de la Risâla, donde se describe el medio natural en que vivía Hayy y
su progresiva adaptación a él, encontramos el eco de antiguas teorías antropológicas y
biológicas. Además de confirmar la sólida formación médica del autor y el naturalismo que
caracteriza a la filosofía andalusí en su conjunto, muestra un buen conocimiento de la
cultura clásica. Así, en la afirmación de la superioridad del hombre respecto a los demás
animales por poseer manos, que procede de Anaxágoras. También en la aceptación de la
biología aristotélica, y en particular del cardiocentrismo.
Desde esta fundamentación crítica y antidogmática el filósofo andalusí construye una teoría
del conocimiento de matriz aristotélica pero reelaborada de modo original.
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contra los animales, aprendió a cazar y pescar, y descubrió el fuego, que le pareció “la cosa
más excelente que había a su alrededor”.
Pero el episodio que marca estos primeros años de aprendizaje y adaptación al medio es la
disección de la gacela que lo había criado, tras su muerte. Hayy actúa como un buen
naturalista poniendo en práctica los conocimientos anatomo-fisiológicos del excelente
médico que era Ibn Tufayl. Más tarde, repetirá la operación, incluso en animales vivos, en
busca del alma animal, principio de vida.
Después de cumplir los 21 años, Hayy ha progresado mucho en el dominio técnico: se viste
con pieles procedentes de la caza, teje, se construye una choza y domestica animales
salvajes. Pero lo que más le interesa es el conocimiento del mundo sensible, es decir, de los
minerales, plantas y animales. Se subraya el papel de la nutrición y el crecimiento en el
mundo vegetal y animal. Ante la multiplicidad que ofrece la naturaleza, él se esforzaba en
buscar la unidad de las diversas especies. Más adelante, centró su examen en la estructura
hilemórfica de los cuerpos, en el estudio del alma y en la investigación del cosmos.
Sólo a los 35 años el protagonista de la novela llega a conocer la existencia del Ser
necesario, capta la esencia del alma humana y alcanza, por último, la contemplación mística
de Dios.
La
imaginación es definida como “la representación de las formas de las cosas sensibles,
cuando éstas han desaparecido. Alcanza únicamente las cosas dotadas de longitud, latitud y
profundidad, y sus percepciones reflejan la divisibilidad de los cuerpos. Representa un
obstáculo para la visión intuitiva del Ser necesario, dada su vinculación a la corporeidad.
La razón o intelecto es una vía necesaria para alcanzar la verdad y acercarse a la perfección
humana. Mediante ella, y partiendo de la percepción sensible de los seres individuales,
abstraemos el universal. El conocimiento intelectivo es, pues, un producto de esta facultad,
el intelecto o razón, gracias al cual podemos elevarnos al concepto. Más allá de éste, no es
posible ir en la vía discursiva.
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En dos ocasiones emplea Ibn Tufayl en la Risâla el término fitra, tomado de los teólogos
especulativos o mutakallimun, en el sentido de inteligencia natural próximo a “razón o
intelecto”, pero irreductible al significado puramente religioso que le daban los
mutakallimun como disposición natural para creer y amar a Dios.
Ibn Tufayl asimiló las grandes líneas de la teoría del conocimiento de Aristóteles, pero se
alejó de éste en algunas cuestiones fundamentales. Como huella aristotélica podemos
indicar el rechazo de la anámnesis platónica, la confianza en los sentidos corporales para
conocer el mundo, la consideración de la percepción sensible como una cierta clase de
conocimiento, el papel de la imaginación en el ámbito psicológico y el concepto de razón.
El naturalismo de base, la dialéctica del conocimiento humano y el realismo gnoseológico
que se nos muestran en la Risâla proceden de Aristóteles.
Pero, como verdadero filósofo que era, Ibn Tufayl supo pensar por sí mismo, más allá de
Aristóteles. Así, amplió el concepto aristotélico de aísthesis, incluyendo en su idrak
percepción tanto las operaciones sensitivas como las especulativas; innovó al considerar el
cerebro como sede de las sensaciones (recibidas de los sentidos a través de los nervios), de
la autoconsciencia y del pensamiento; y abrió el conocimiento humano a la posibilidad de
una intuición mística del Ser necesario.
Al final del prólogo de la Risâla, Ibn Tufayl se muestra satisfecho de haber alcanzado la
meta propuesta: ha descubierto, en primer lugar, la verdad por el método de la
investigación especulativa, es decir, mediante la teoría y el examen crítico. El filósofo
andalusí era muy consciente de la tradición científica que él mismo continuaba.
En la parte final de la novela, Ibn Tufayl trata a fondo la religión. Distingue después dos
tipos de creyente: el capaz de una interpretación esotérica o alegórica del texto sagrado,
amante también de la vida retirada (Absal), y el que prefiere la lectura literal o exotérica del
texto sagrado, amante a su vez de la vida social.
Llama la atención que en pleno siglo XII Ibn Tufayl califique al islam no como la religión
verdadera sino como una de las religiones verdaderas, incluyendo previsiblemente entre
estas últimas a las otras grandes religiones monoteístas, el judaísmo y el cristianismo. Esa
tolerancia hacia otras religiones y esa ausencia de ortodoxia religiosa confirman el criticismo
y el antidogmatismo del filósofo granadino.
Pero más sorprendente todavía es la superioridad que Ibn Tufayl concede a la religiosidad
interior del “buen salvaje” sobre las religiones positivas. Hayy, quien con sus solas fuerzas
naturales comienza a preguntarse por el autor del universo, llega después al conocimiento
especulativo de Dios y alcanza, por último, la visión intuitiva de la divinidad, aparece en la
Risâla como modelo de espíritu religioso. Incluso el creyente islámico más deputado, es
decir, el que hace una interpretación alegórica del libro sagrado y se caracteriza al mismo
tiempo por una vida virtuosa, como Absal, tiene que aprender de Hayy para elevar su fe y
llegar así al más alto grado de espiritualidad.
En cuanto a los teólogos especulativos del islam, es decir, los mutakallimun, su actitud es de
marcado distanciamiento. No le interesan sus sutilezas. En alguna ocasión encontramos
una referencia implícita a ellos, como ocurre a propósito de la eternidad o no del universo.
Pero precisamente los saca de modo velado a escena, sin nombrarlos, aunque mencionando
su doctrina de la creación del mundo ex nihilo, para contraponerlos a los filósofos, los
falasifa partidarios de la eternidad del universo.
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En una ocasión, al menos, se utiliza en la Risâla el término “ilm” en su originario sentido
religioso. Pues lo que pretende Absal es enseñarle a Hayy, entre otras cosas, la ciencia
coránica, que comprende las tradiciones, la exégesis coránica, el derecho islámico, la
teología, etc., y que los mutakallimun llamaban “ulum al-sari'a”, pero que los falasifa
contraponían a “ciencia” en sentido griego”, o sea, a filosofía.
Filosofía y mística
El concepto de verdad implica, por tanto dos etapas: una aproximación racionalista y una
culminación mística. Pero hay que añadir inmediatamente que para Ibn Tufayl en ambos
estados se requiere la especulación, la percepción debe ser verdadera, su objeto es lo
metafísico y en los dos se conoce lo mismo. Sólo se diferencian en que quienes han
alcanzado la wilaya (“instalación del siervo en la verdad”) conocen con mayor claridad y
gran deleite. La buella de Ibn Bayya parece evidente, y así lo reconoce Ibn Tufayl aunque
luego polemice con él.
Sabemos que Ibn Tufayl era miembro de una cofradía sufí (tariqa). La “sabiduría oriental”
que pretendía difundir Ibn Tufayl es, en sustancia, la mística islámica, el sufismo. La Risâla
significa, en el fondo, una reflexión filosófica sobre el sufismo, sin olvidar nunca ni aquélla
ni éste. Por esa razón Martínez Lorca la califica de original síntesis de filosofía y mística.
Dentro de la intuición mística distingue el filósofo granadino varios grados, que van desde
el dawq, gusto o degustación, hasta el éxtasis místico, pasando antes por diversos episodios
ascéticos. Pero la experiencia mística como tal es inefable. “Quien pretenda explicar el
estado místico, pretende un imposible”.
Pero si de la rica temática del libro de Ibn Tufayl fuésemos a seleccionar ahora su
concepción ética, nos encontraríamos un tanto sorprendidos, porque lbn Tufayl no sólo
esquiva el tema, sino hasta el término ético o moral. Lo que la «novela filosófica» de lbn
Tufayl enseña es el camino para llegar a la unión permanente del alma humana con Dios,
mediante un riguroso proceso de abstracción, que demuestra que el hombre por sí solo, sin
necesidad de enseñanza, tradición o iniciación, puede escalar las cumbres de la más alta
sabiduría. Pero esto, que puede conseguirlo un hombre solo, aislado, como el «solitario»
Hayy ibn Yaqzan, encuentra en la vida real del hombre el importante obstáculo del estado
actual de la comunidad social.
Esta observación no era nada nueva en la filosofía árabe que, como antes se ha visto, desde
al-Fárábl a Avempace, se había planteado el problema del estado imperfecto de la sociedad
actual y la necesidad de un «Estado ideal» que evitase los daños de la sociedad imperfecta y
facilitase la perfección y la felicidad últimas del hombre. Conforme avanza la historia, este
problema recibe una solución cada vez más negativa. Avempace dudaba ya un tanto de la
posibilidad de llegar en este mundo a un estado ideal y regenerar así a la sociedad humana,
pero dejaba abierto un portillo a la esperanza con la concepción de sus solitarios, que
podían ser los «brotes» que regenerasen la sociedad actual y diesen origen a la ciudad ideal
futura. Pero Ibn Tufayl da un paso más y niega rotundamente la posibilidad de llegar a una
ciudad ideal.
Para Ibn Tufayl la vida teórica del sabio (Absál) es absolutamente incompatible con las
ocupaciones sociales del político (Salámán). Mientras Absal cree que la virtud se consigue
por medios rigurosamente teoréticos, Salámán pensaba que «la vida mundana permitía,
además, fácilmente apartar las tentaciones, alejar los malos pensamientos y liberarse de las
sugestiones de los demonios».
Para que el «solitario» Hayy ibn Yaqzán hiciese la experiencia de la vida social, Ibn Tufayl le
hace trasladarse, junto con Absál, a la isla en que ya gobernaba Salámán; la experiencia
resultó totalmente negativa. Los hombres imperfectos no buscan la verdad, ni siquiera la
desean; para alcanzar lo que ellos tienen por felicidad utilizan caminos antitéticos a la
auténtica sabiduría, caminos que tienen por verdaderos, pese a sus errores. Rigen sus vidas
de acuerdo con sus propios deseos y los grandes móviles de su vida son conseguir honores,
vanidades mundanas, atesorar dinero, gozar placeres y derrochar energías. Esta sociedad,
pues, está condenada al infierno, y para los que viven dentro de ella no cabe más norma de
conducta que cumplir lo mejor posible las máximas y preceptos de la religión popular; la
sociedad humana actual, por tanto, no tiene curación posible. Esta conclusión antisocial es
el colofón ético, si cabe así llamarlo, del sistema de Ibn Tufayl, que deja reducida toda la
sabiduría ética al simple camino de la vida exclusivamente teorética del sabio apartado del
mundo y consagrado al proceso de abstracción intelectual. De este modo se cierra todo el
pensamiento árabe en un callejón sin salida, cuyas consecuencias sacará después Ibn Rusd.
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TEMA 5: EL RACIONALISMO DE AVERROES, CUMBRE DEL PENSAMIENTO
ANDALUSÍ
Introducción:
Con Averroes la filosofía en alAndalus y en el mundo islámico llega a su cumbre. Encontramos
en él un pensador que se interesó por todos los grandes campos de la filosofía y la ciencia,
desde la metafísica a la ética, desde la poética a la astronomía y desde la medicina al derecho.
Recuperó plenamente el aristotelismo y lo insertó en la cultura medieval, como demuestra su
influencia en los pensadores escolásticos. Sus Comentarios sirvieron como modelo
hermenéutico a partir del siglo XIII. Al mismo tiempo, defendió una concepción ilustrada de la
religión dentro de la cual se consideraba necesaria la especulación filosófica. Por su crítica
política a los gobiernos de su época y por su defensa de la plena incorporación de la mujer a la
vida social, parece más un pensador de la modernidad que del Medievo.
Resultados de aprendizaje
Conocimientos más relevantes:
1. El aristotelismo integral de Averroes.
2. Defensa de la filosofía en su polémica con Algacel.
3. Su teoría del intelecto: concepción del intelecto agente.
4. Educación y coerción en la acción del Estado.
5. Aportación de Averroes a la reivindicación de los derechos de las mujeres.
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PRINCIPALES ESCRITOS DE AVERROES.
Abu-l-Walid Muhammad ibn Ahmed ibn Muhammad ibn Rusd, conocido como Averroes y
el Commentator
llamado también por los latinos, nació en Córdoba, en 1126, fue discípulo
de Ibn Tufayl y está considerado como uno de los más eminentes pensadores árabes, así
como también uno de los más destacados filósofos nacidos en la Península Ibérica.
Reuniendo todos los títulos de obras atribuidas a Averroes, el Nieto, que aparecen citados
por sus biógrafos, historiadores y repertorios, comprenden 125, pero entre ellas se incluyen
cinco de Averroes el Abuelo, dos de un hijo del filósofo, veintiuna de título repetido, tres
de otros autores y once no existentes. Los títulos auténticos podrían ser ochenta y tres, de
los cuales se conservan textos en sesenta y dos casos, y la obra completa en cincuenta y
cuatro. No siempre se ha conservado el texto árabe y, en algunos casos, únicamente se
dispone de la traducción hebrea o latina.
Llamado el Commentator
por los escolásticos latinos, Averroes comentó obras de Platón,
Porfirio, Alejandro de Afrodisia, Temistio y, sobre todo, de Aristóteles. Los comentarios
que Averroes realizó sobre obras del Estagirita influyeron poderosamente en la escolástica
cristiana medieval y pueden agruparse en tres clases:
2
8.° Un estudio sobre el verdadero significado de los dogmas de la religión, escrito en Sevilla
en 1179.
Averroes va a ser el único pensador que intente salirse de la tradición, lo que explica su
peculiar situación en la historia de la filosofía: por un lado clausurando el pensamiento
filosófico del islam, a lo que Corbin pone no pocas objeciones, y por otro abriendo a través
de los continuadores latinos el camino de la filosofía y de las ciencias europeas.
3
Corbin considera abusivo y erróneo atribuir la doctrina de la doble verdad a Averroes, ya
que sostiene que es una invención posterior (del averroísmo latino). Averroes es siempre
consciente de que se trata de una única verdad que se presenta en planos de comprensión y
de interpretación diferentes. Verdad esotérica y exotérica no tienen por qué ser
contradictorias "en todo caso no conviene preguntarse por el racionalismo de Averroes
presuponiendo en él unos conflictos internos que fueron específicos del pensamiento
cristiano."
Esta actitud fue interpretada en su tiempo -tal vez no sin cierta razón- como una separación
de los ámbitos de acción de la teología y la filosofía, cuando no una subordinación de la
primera hacia la segunda, lo cual le granjeó -tanto a él como a otros filósofos- la enemistad
de los musulmanes más fundamentalistas. La España islámica del siglo XII vivió y sufrió la
prohibición de la filosofía griega y la quema de obras filosóficas.
En el orbe cristiano, la teoría de la doble verdad contó con la adhesión de los llamados
averroístas latinos
, con Síger de Brabante al frente y con Santo Tomás de Aquino como
mayor opositor.
Los yawami´ tuvieron el extraordinario valor de dar a conocer la filosofía aristotélica a los
no iniciados. Igualmente hizo comentarios a la filosofía de Platón , Al-Farabi, Alejandro de
Afrodisia, etc.. Siendo Averroes conocedor de toda la tradición filosófica del mundo árabe,
además de la griega, fue el único entre los musulmanes que escribió unas obras
explícitamente dedicadas al estudio de la concordancia entre la filosofía y la revelación, por
lo cual se ha pensado que fue el único pensador árabe que se planteó manifiestamente tal
problema. Tal vez por ello, el mundo latino le atribuyó la célebre teoría de la doble verdad:
el haber afirmado la existencia de dos verdades independientes, la filosófica y al revelada,
aunque esta teoría fue unitaria del pensamiento árabe.
Otros temas que fueron atribuidos a Averroes en la Edad Media latina fueron la eternidad
del universo y la unidad del intelecto para todos los hombres.
5
- METAFÍSICA: LA ANALOGÍA DEL SER; LA ESTRUCTURA DEL SER
CONCRETO; CONTRA EL EMANATISMO AVICENIANO.
Todos los seres son pero no de igual modo. Avicena distinguía el Ser Necesario –Dios– del
ser posible –la criatura–. Para Averroes, el ser no es más que existente y no existente. En
esto, más que de Aristóteles, está cerca de un peligroso monismo panteísta.
Afirmó la eternidad de la materia y consideró que la creación era más asunto de la fe que de
la razón. El objeto propio de la filosofía primera es el ser en cuanto ser, que debe tomarse
en varios sentidos. [El ser se dice en dos sentidos: lo verdadero y lo opuesto a la nada, y
este último se divide en diez categorías. La ciencia sobre la existencia de una cosa precede a
la que se refiere a la esencia. Los universales de las categorías deben su existencia a los
individuos, y éstos deben su inteligibilidad a los conceptos universales].
El modo más característico del ser es el peculiar de la sustancia, que se entiende o como
aquello que no precisa de otro sujeto de inhesión, o los predicados universales o lo
expresado en una definición. Sustancia es la referencia a algo concreto, que ni reside en un
sujeto ni se predica de éste. Los accidentes (carecen de subsistencia propia) y sus restantes
nueve categorías.
El orden de actualización (desde las potencias más próximas), la causa última de todo el
proceso de causación (la potencia más remota) y la causa de toda la cadena de
actualizaciones (el acto primero y más distante). Todos los seres físicos forman una escala
de potencialidad y actualidad graduales, desde el acto puro a la estricta potencia. La
gradación hacia la actualidad y el nivel óntico de bondad.
La importante función atribuida por Averroes a los elementos y causas accidentales (que
procuran relieve individual al mundo natural, que si no sería uniforme). La materia, común
a todos los entes materiales, no tiene unidad formal (no es una) en acto: como materia
común existe en potencia. El resaltado carácter primario y sustancial del ser concreto en
Averroes. No existe una forma esencial distinta de las formas de los cuerpos simples. La
materia y la forma constituyen los entes concretos, y necesitan la acción de la causa
eficiente.
Una comparación técnica y detallada está todavía por hacer. Ese estudio comparativo
debería explicar no sólo los motivos sino también las consecuencias de un aspecto esencial
de la cosmología de Averroes: la desaparición de la misma de la segunda jerarquía de la
angelología aviceniana, la de los Angeli o Animae caelestes.
En efecto, el mundo de las Animae caelestes, el Malakut, era, como señala insistentemente
toda la tradición del Ishrâq, el mundo de las imágenes autónomas percibidas de manera
específica por la Imaginación Activa. Es el mundo por el que son autentificadas las visiones
e los profetas y de los místicos, así como el significado de la Resurrección y la pluralidad de
sentidos de la Revelación que simbolizan entre sí. ¿Qué ocurrirá, tras la desaparición de ese
mundo intermedio, con el nuevo nacimiento del alma, acontecimiento vinculado,
especialmente en la gnosis ismailí, a la progresión del alma en la noche de los símbolos? En
todo caso, no conviene preguntarse por el «racionalismo» de Averroes, presuponiendo en él
unos elementos que fueron específicos de los conflictos internos del pensamiento cristiano.
Es importante referir la cuestión al único contexto que le confiere su sentido verdadero.
7
Puesto que su propósito es restaurar una cosmología que se enmarque en el puro espíritu
de Aristóteles, Averroes reprocha a Avicena su esquema triádico que interpone el Anima
caelestis entre la pura Inteligencia separada y el orbe celeste. El motor de cada orbe es una
virtud, una energía finita, que adquiere una potencia infinita por el deseo que le mueve
hacia un ser que no es ni un cuerpo ni una potencia subsistente en un cuerpo, sino una
Inteligencia separada (inmaterial), la cual activa ese deseo como su causa final. Es por
homonimia, pura metáfora, según Averroes, que puede darse el nombre de alma a esa
energía motriz, a ese deseo que es un acto de intelección pura. El fundamento de esta
crítica se encuentra, pues, en una actitud radicalmente contraria al emanatismo aviceniano, a
la idea de una procesión sucesiva de las Inteligencias a partir del Uno. Pues hay todavía algo
que emparenta la idea de emanación con la de creación. Ahora bien, la idea de creación es
ininteligible para un peripatético de estricta observancia; para él no hay causa creadora.
A partir de ahí, el principio riguroso Ex Uno non fit nisi Unum, que rige el esquema
neoplatónico de Avicena, queda, pues, sobrepasado y, resultando superfluo, es finalmente
abolido. Consecuentemente, Averroes rechaza la idea aviceniana de la Inteligencia agente
como Dator formarum. Para Averroes, las formas no son realidades ideales extrínsecas a su
materia. No es el agente quien las inserta ahí; la materia tiene en sí misma en potencia sus
innumerables formas, que le son inherentes.
Puesto que su propósito es restaurar una cosmología que se enmarque en el puro espíritu
de Aristóteles, Averroes reprocha a Avicena su esquema triádico que interpone el anima
caestelis entre la pura inteligencia separada y el orbe celeste. El fundamento de esta crítica
se encuentra pues, en una actitud radicalmente contraria al emanentismo aviceniano
(neoplatónico) a la idea de una procesión sucesiva de las inteligencias a partir del Uno.
Puesto que la idea de emanación está tan estrechamente emparentada con la de la creación
que es ininteligible para un peripatético de estricta observancia (sensu estricto) La
inteligencia suprema puede entonces ser considerada como causa pero no como causa
emanadora, sino en el sentido de "lo que es comprendido" es causa de lo que "comprende"
Consecuentemente, Averroes rechaza la idea Aviceniana de la inteligencia Agente como
Dator Formatorum . Para él las formas no son realidades extrínsecas a su materia. NO es el
agente quien las inserta ahí: la materia tiene en sí misma, en potencia, sus innumerables
formas.
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- CRÍTICA A ALGACEL Y REIVINDICACIÓN DE LA FILOSOFÍA EN EL
TAHÂFUT.
“Los filósofos avisados no deben hablar o disentir acerca de los principios de la religión
(…) ya que todo arte tiene unos principios, y quien especula sobre una ciencia debe aceptar
esos principios, y no oponerse a ellos, negarlos o invalidarlos, especialmente cuando se trata
de la ciencia práctica, que es la religión (…) Si las ciencias demostrativas reposan en
postulados y axiomas, con mucha más razón los habrá en las religiones, puesto que el
origen de éstas está en la Revelación, y no en la Razón”.
Averroes considera que Algazel no ha aceptado en su obra este principio, podría llamarse,
de "independencia metodológica", en lo que a teología y filosofía respecta. Para Averroes,
Algazel extrae las ideas filosóficas de su contexto, las separa de los principios y axiomas de
los que proceden y las contrapone entre sí para fomentar las dudas sobre su verosimilitud:
“Lo que hace Algazel con los filósofos es similar a lo que haría quien, tomando principios
geométricos que a prima vista resultan convincentes y satisfactorios, hace con ellos una
especie de revoltijo y los contrapone entre sí. Ésta es la más débil e imperfecta forma de
argumentación, pues con ella no se obtiene juicio demostrativo ni persuasivo”.
Con todo, Averroes no deja de pedir que se excuse a Algazel, pues no estudió la filosofía en
sus fuentes, sino que la conoció a través de Avicena, lo que, en su opinión, le produjo dicha
incapacidad
. Lo que sí desagrada a Averroes es la falta de espíritu filosófico que preside la
crítica de Algazel:
“Quien haya elegido buscar la verdad, y considere que una teoría es reprensible, y no
encuentre premisas plausibles que despejen sus dudas, no deberá creer por ello que dicha
teoría es falsa . Por el contrario, deberá preguntarse por el camino que condujo a sus
defensores hasta ella, y emplear en esto cuanto tiempo y orden sistemático exija la
naturaleza de dicha teoría”.
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Este camino -el de la búsqueda de la verdad- es el que, según Averroes, permite al filósofo
comprender la religión desde dentro de la religión, y al hombre de religión comprender la
filosofía desde dentro de la filosofía.
Aristóteles teoriza siempre sobre el alma con mirada de naturalista. Por ello, toda
explicación mítica o espiritualista que prescinda de la corporeidad del ser humano cuyas
raíces se hunden de lleno en el reino animal, la desprecia como cháchara. Aristóteles insiste
siempre en estas dos ideas básicas de su teoría sobre el alma: la inseparabilidad de cuerpo y
alma (“las afecciones del alma no son separables de la materia natural de los animales”) y la
imposibilidad de reducir la psicología general a la psicología humana, pues sin el estudio del
género animal al que pertenece nuestra especie, carecería de sentido hablar de hombre.
Averroes, por su parte, no sólo asimila profundamente el naturalismo aristotélico sino que
lo hace avanzar al introducir en sus comentarios los progresos de la medicina galénica y
árabe. Un ejemplo significativo de ello lo encontramos en el reconocimiento por Averroes
de la importante función que ejercen los nervios y el cerebro en la vida psíquica.
Por lo que se refiere al cerebro, considera Averroes en el Tafsir que quizá sea la sede del
cerebro. Se opone, sin embargo, a la novedosa afirmación de Platón de que la razón reside
en el cerebro mediante el argumento aristotélico de que ninguna función sensorial o
cognitiva tiene su sede en un órgano concreto sino que es el hombre como totalidad quien
ejerce las diversas funciones, pues el alma humana es única en cada individuo y es ella la
que unifica al cuerpo, y no al revés.
En Tahafut al-tahafut volvió Averroes a estudiar este problema planteado por Algazel a
propósito de la semejanza entre la atribución al hombre de la percepción sensible (que se
produce en una parte del cuerpo) y el conocimiento. Su respuesta es muy sugestiva porque,
además de sintetizar el argumento que acabamos de ver, reconoce que no es evidente cómo
conoce el hombre y afirma que “no es en absoluto manifiesto que exista un órgano
especial” para el intelecto, al tiempo que defiende, de acuerdo con la medicina de su
tiempo, que algunas facultades como la imaginación, la memoria y la cogitativa están
localizadas en diversas partes del cerebro.
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Escribe Averroes: “Una vez admitido que el intelecto no está relacionado con un órgano
específico del cuerpo humano, se sigue de esto que su sustrato no es un cuerpo, y que la
afirmación de que un hombre conoce no es análogo a la afirmación de que ve. Desde el
momento que es obvio que el hombre ve gracias a un órgano específico, está claro que si le
reconocemos en sentido absoluto la capacidad de ver, la frase será significativa según el
común uso lingüístico de los árabes o de los otros pueblos. Pero desde el momento en que
no hay un órgano particular para el intelecto, es igualmente claro que, cuando decimos de
un hombre que conoce, no entendemos que esto suceda sólo a causa de una parte de él, En
todo caso, cómo conozca el hombre no es automáticamente evidente, ya que no es en
absoluto manifiesto que exista un órgano especial o una parte especial de un órgano en la
que resida esta específica facultad, como, al contrario, sucede con las facultades imaginativa,
cogitativa y rememorativa, cuya localización en las diversas partes del cerebro es bien
conocida”.
El tema de los universales, que tanto interesó a los escolásticos latinos, es formulado de
modo magistral por Averroes y con la visión propia de un hombre de ciencia que sabe
desvelar su dialéctica interna: “El universal únicamente tiene la existencia en cuanto
universal por aquello que es particular. Así como el padre únicamente es padre en cuanto
tiene un hijo”.
Después de aludir a Platón, añade en este paso: “Y es una de las cosas evidentes el que
estos universales no tienen existencia fuera del alma. Y lo que de ellos existe fuera del alma
no es nada más que sus individuos”.
Averroes avanza más en su reflexión sobre este problema y formula en el Tahafut una tesis
que sorprende por su modernidad y que podría suscribir hoy cualquier científico: la ciencia
necesita adecuarse a la realidad concreta y particular, pues ni basta la mera corrección
formal, ni puede existir conocimiento directo de los universales:
“La ciencia no es conocimiento del concepto universal sino conocimiento de los seres
concretos particulares de un modo general propio del intelecto, cuando éste abstrae la
naturaleza única y común que reside particularmente en las cosas materiales. Así pues, la
naturaleza del universal se diferencia de la de las cosas concretas en que es por esencia
universal. No es objeto directo del conocimiento, sino lo que permite tener conocimiento
de las cosas. Así, es algo que existe en potencia de la naturaleza de las cosas pues no fuera
tal, la percepción intelectual de los entes particulares en tanto que poseen notas comunes
universales sería falsa”.
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Estructura del intelecto humano
Es necesario advertir ya que del modo que en Aristóteles el nous pathetikós o intelecto
receptivo y el nous poietikós o intelecto creativo no son dos intelectos diferentes sino dos
procesos del conocimiento humano, uno receptivo y otro creativo, en Averroes los
diversos intelectos representan las respectivas fases por la que atraviesa el intelecto humano
en la génesis o desarrollo del conocimiento.
Por otra parte, el filósofo cordobés destaca el carácter activo del intelecto, a diferencia de la
sensación: “Y lo que también es peculiar de estos inteligibles es el que su percepción np se
realiza por una pasión, como es el caso del sentido”.
El capítulo 5 del Libro III del Perí Psykhês es el texto más polémico de todo el Corpus
Aristotelicum. De un lado, porque representan la culminación de la psicología aristotélica, y
de otro, por ser el más serio intento de desvelar el funcionamiento de la mente humana en
una noética radicalmente nueva. Pero también por sus implicaciones metafísico-teológicas:
por ejemplo, la relación entre el intelecto y la divinidad, la inmortalidad del nous desde la
perspectiva del viviente, la individualidad o no del intelecto, etcétera.
Por otra parte, en un importante paso para desentrañar la noética de Averroes, nuestro
filósofo, en polémica con Alejandro de Afrodisia, defiende que el intelecto agente es como
la forma en el intelecto material “y que es él que por una parte crea los inteligibles y por
otra los recibe, quiero decir, que es él (el intelecto agente) quien los crea en tanto que es
forma y los recibe en tanto que intelecto material”.
Conviene precisar más, sin embargo, en qué consistió su novedad desde una perspectiva
histórica. En efecto, el primer comentarista en sentido absoluto que tiene una concepción
semejante del intelecto agente fue Temistio, para quien “el intelecto agente es, pues,
nosotros mismos”. La afirmación de Gómez Nogales mantiene, pues, su validez, pero
limitada al mundo medieval: nadie antes de Averroes consideró al intelecto agente
intrínseco al hombre, ni entre los filósofos islámicos, ni tampoco entre los cristianos.
En relación con la concepción averroísta del intelecto material, Averroes rectifica su propia
interpretación reflejada en el manuscrito de El Cairo y se remite a la explicación detallada
del problema que llevó a cabo en el Epítome del Perí Psykhês. El filósofo cordobés culpa
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en esas páginas a Ibn Bayya de haberle conducido al error de definir al intelecto material
como una disposición presente en la facultad imaginativa, en vez de concebirlo (como hace
ahora) como una sustancia inmaterial y eterna que en sí misma no es nada aunque
potencialmente representa todos los inteligibles. En el Tafsir deja claro que el intelecto
material no es algo particular, ni un cuerpo, ni una facultad en un cuerpo.
La explicación que ofrece de él resulta bastante compleja en la misma obra de madurez que
representa el punto culminante en la Psicología de Averroes. En síntesis: el intelecto
material pertenece a las facultades pasivas y no es un cuerpo, ni una facultad en un cuerpo;
es una sustancia que acepta todas las formas, sin ser ella misma ninguna de las formas. Esto
sucede porque las formas materiales no son separadas, mientras que el intelecto material es
simple y separado. Está desprovista de una naturaleza específica, excepto en tanto que
existe in potentia; tiene un modo particular de existencia y no puede existir en acto.
Una última cuestión, aunque sólo para apuntarla: ¿es único el intelecto humano para
Averroes? Así lo pensaron algunos averroístas latinos, y así intentaron rebatirlo en el propio
Averroes muchos escolásticos cristianos. El filósofo andaluz, sin embargo, nunca afirmó
explícitamente que el intelecto fuera único para la especie humana, aunque algunas de sus
expresiones sobre tema sean poco claras. Averroes defiende la unidad de los inteligibles,
pero no la del intelecto humano: al alcanzar la verdad, los inteligibles son idénticos aunque
los intelectos sean diversos. La verdad de la ciencia es, por tanto, única y de validez
universal, pero cada sabio ejerce su propio intelecto. “Nuestro intelecto en acto está sujeto
a generación y corrupción, por estar mezclado con la materia, mientras que lo por él
entendido es eterno e inmaterial”.
En el Tahafut explicó de modo más preciso la naturaleza del inteligible: “Esta entidad (el
inteligible) debe ser no generable o incorruptible, y no se destruye por la desaparición de
uno de los individuos por los que existe. Y las ciencias, por tanto, son eternas y no son
corruptibles sino accidentalmente, es decir, por su conexión con Zayd y Amr.
Felicidad y sabiduría
Siguiendo una vez más a Aristóteles, el pensador cordobés considera que el ser humano es
un animal social por naturaleza. Averroes conoció la Ética a Nicómaco de Aristóteles, obra
fundamental en el Corpus Aristotelicum, y le dedicó un comentario medio, redactado en
plena madurez cuando tenía 50 años. Para el filósofo andalusí la ética es una ciencia
práctica cuyo fin es la acción, la práxis. La sociedad es el medio en el cual se desarrolla la
acción humana, que es libre. Para la perfección de la sociedad es necesario un desarrollo de
las propias capacidades individuales, las cuales son diferentes según los individuos, pues,
según el conocido principio aristotélico, “la naturaleza no hace nada en vano”.
El bien perfecto es el que buscamos por sí mismo y nunca por otro. Todos están de
acuerdo en afirmar esto de la felicidad. Pero no se trata de una vida solitaria sino de una
vida en sociedad, o sea, con mujer, hijos, parientes y amigos. Este ser social que es el
hombre aspira a la felicidad en una vida entera y no puede vivir sin la proximidad de sus
conciudadanos. Define la felicidad como “algo perfecto, autosuficiente y fin de las cosas a
realizar).
Más adelante, alude a la unión entre theoría (teoría, especulación) y eudaimonía (felicidad),
afirmando que la felicidad debe hallarse en la virtud mejor en nosotros, el intelecto, que la
“facultad divina o más divina” que podemos poseer, como se explicó en el libro Sobre el
alma. La realización de la felicidad consiste en una actividad de sabiduría y teoría a lo largo
de una vida entera.
Otro tema central en la ética de Averroes es el de la amistad, philía, que no sólo es una
virtud sino que representa una de las cosas necesarias para la vida. Elevándose al plano
social, habla de la amistad entre las ciudades constatando que los legisladores se esfuerzan
por lograr la unión de opinión y por alejar la disensión ciudadana. Distingue una amistad
por consanguinidad y una amistad social: llama “natural” a la primera y “moral” a la
segunda. Por eso, valora las “amistades civiles y sociales” más allá de la philía basada en los
lazos de sangre.
15
Tipos de sociedad y formas de gobierno
La sociedad modélica sería pues, para Averroes, aquella en la que se realizara libremente el
orden necesario, en la que no se distinguiera lo mío lo tuyo
de , y en la que nadie se
considerase ajeno a la comunidad de todos los seres humanos.
timocracias
Juzga duramente a los sistemas políticos islámicos, calificándolos de en el mejor
de los casos, y como oligarquías, demagogias y tiranías, en los más de ellos.
La aplicación práctica del derecho, reflejada en las sentencias, era enormemente variable en
su tiempo, por lo que el pensador cordobés destaca las dificultades de establecer una
jurisprudencia común y bien definida. A fin de subsanar esta carencia, Averroes propone
16
esmerar el rigor a la hora de explicar las razones de los casos que, siendo similares, reciben
sentencias divergentes, por lo que la ley -al menos aparentemente- se aplica de forma
desigual. Asimismo, reclama la fundamentación lógica, racional e, incluso, probabilística de
las sentencias, frente a la mera justificación dialéctica.
Establece la necesidad educativa de la autoridad. El sano juicio es una condición previa para
la concepción de la libertad y de su ejercicio como fundamento de la ética personal, a pesar
de que no está presente en todos los hombres. Quienes lo tienen alcanzan una autoridad
natural que no es un privilegio, sino un espejo ético que comporta la obligación de ejercer
tal autoridad; la autoridad es una consecuencia del orden, no a la inversa. Cualquier
autoridad es una participación comunicada del poder universal. El hombre libre es el que
conoce que posee la libertad para usarla dentro del orden necesario.
La eudemonía como moral común. El ideal ético escapa, en la sociedad humana actual, a la
gran mayoría: la importancia del arte de la persuasión (Retórica de Aristóteles) y la
realización del orden necesario por el ideal intermedio de la eudaimonía (realización de una
serie de bienes concretos y su adecuado uso, que les convierte en acreedores del honor y la
alabanza pública).
Sólo el poseedor de las virtudes dianoéticas debe gobernar para educar a los hombres. La
sabiduría o prudencia, que comprende la justicia, es la primera virtud del hombre como
individuo y ciudadano: la identidad para Averroes entre el arte político y el ejercicio de la
prudencia. La prudencia como sabiduría (orden intelectual) y como política (orden de la
acción).
La prudencia no es un arte práctico, sino una ciencia especulativa: la prudencia como saber
precede a la prudencia política. La umma como ejemplo de sociedad ideal frente al poder
arbitrario de los monarcas en las formas societarias fácticas.
17
Reivindicación de los derechos de la mujer
Averroes es el único pensador del Medievo que denuncia la situación de la mujer en aquella
sociedad: muchas veces se asemejan a las plantas en estas sociedades, representando una
carga para los hombres, lo cual es una de las razones de la pobreza de dichas comunidades,
en la que llegan a duplicar el número de los varones, mientras que al mismo tiempo y en
tanto carecen de formación no contribuyen a ninguna otra de las actividades necesarias,
excepto en muy pocas, como son el hilar y el tejer, las cuales realizan la mayoría de las veces
cuando necesitan fondos para subsistir>.
El análisis averroísta de los casos concretos de aplicación del derecho muestra un sentido
amplio y comprensivo respecto a la tendencia a conceder más derechos a la mujer, e igualar
los del hijo varón de la esposa legal con los de los hijos nacidos de la sierva.
El filósofo andalusí culmina su crítica con esta severa denuncia de la discriminación social
de la mujer en la sociedad de su tiempo: “Sin embargo, en estas sociedades nuestras se
desconocen las habilidades de las mujeres, porque en ellas sólo se utilizan para la
procreación, estando por tanto destinadas al servicio de sus maridos y relegadas al cuidado
de la procreación, educación y crianza. Pero esto inutiliza sus otras posibles actividades.
Como en dichas comunidades las mujeres no se preparan para ninguna de las virtudes
humanas, sucede que muchas veces se asemejan a las plantas en estas sociedades,
representando una carga para los hombres, lo cual es una de las razones de la pobreza de
dichas comunidades”. Que este contundente alegato a favor de los derechos de la mujer
fuera redactado en el siglo XII nos llena de admiración por la novedad de su planteamiento
así en el islam como en el Occidente cristiano.
En un plano histórico hay que prestar atención al movimiento almohade y a las estrechas
relaciones del filósofo cordobés con él. Junto con Ibn Tufayl e Ibn Zuhr formó parte de la
elite andalusí protegida por los califas almohades y que ocupó cargos relevantes en la vida
pública. Debe destacarse de esa dinastía el espíritu reformador que la inspiró y su origen
beréber. La actitud ilustrada de los almohades en relación con la ciencia y la filosofía fue
reconocida sinceramente por Averroes, quien se benefició de ella en su ambiciosa empresa
de comentar el Corpus Aristotelicum.
Fue una desgracia que el islam medieval no llegara a conocer la Política de Aristóteles. Ello
no impidió la reflexión de Averroes sobre el tema. El lugar del texto aristotélico sería
18
ocupado por la principal obra política de Platón, La República. Escrito de madurez, el
comentario titulado Exposición de la República de Platón significa un diálogo con el Platón
político pero al mismo tiempo un a contribución original sobre el mundo histórico
andalusí. El punto de partido del análisis es éste: la política constituye una ciencia práctica
cuyo fin es el estudio de la acción humana considerada desde el punto de vista social. Hay
una conexión entre la ética y la política. Resulta imposible que un hombre alcance por sí
solo la perfección, pues necesita para ello la ayuda de otros. “Por esto el hombre es por
naturaleza político”.
Fuerzas de seguridad del Estado . Hay que vigilarlas y controlarlas: “Lo mismo (es decir,
que los perros de los pastores se conviertan en lobos para el ganado) resultaría con los
guardianes (militares y policía en la terminología de Platón), a saber: que nada sería más
reprobable que poseyeran una disposición que forzosamente les condujera a maltratar a los
ciudadanos, sobre todo teniendo en cuenta que poseen mayor fuerza y poder que el resto
de aquellos. De ahí que, ante todo, deban extremarse las precauciones respecto de los que
poseen la fuerza”. En la misma línea de fondo, se opone a la ocupación del poder político
por los militares: “sobre todo es perjudicial si el militar accede al grupo de los gobernantes,
lo que resulta muy nocivo, como puede comprobarse en nuestras comunidades”.
Crítica política. Averroes traza la genealogía del poder en el islam desde los primeros
tiempos hasta llegar a su época. Para él habría habido una evolución de un gobierno que en
los comienzos intentaba ser virtuoso (los primeros califos) hasta convertirse más tarde en
gobierno timocrático (los omeyas), o sea, orientado hacia la búsqueda del honor o, como
19
escribe en una ocasión, basado en el “culto a la fuerza y el poder”. Asimismo habría habido
una transformación del gobierno de los mejores o aristocracia en una oligarquía o gobierno
plutocrático. Del análisis de los gobiernos de al-Andalus desde los taifas concluye que, en
general, han sido grupos de clanes que oprimían al pueblo. La crítica más rotunda va
dirigida contra los gobernantes almorávides posteriores a Ibn Tasufin, de cuyo poder
sentencia: “Pereció a su debido tiempo”. Del régimen almohade afirma que inicialmente “se
parecía al gobierno basado en las normas”, pero más adelante parece situarlo entre los
timocráticos, como la monarquía omeya.
La crítica más feroz y las palabras más duras de Averroes van dirigidas contra los dictadores
o tiranos: “El gobierno del tirano es el régimen más injusto y más opuesto a lo que antes
hemos definido como justo, siendo así lo más ruin y miserable”. Tales gobernantes
persiguen a los ciudadanos más nobles, necesitan una fuerte protección para sentirse
seguros, reclutan a “peligrosos mercenarios extranjeros” y en su ansia de esclavizar a la
sociedad se asemejan a un loco a un borracho. Como modelo de tiranos señala a los Banu
Ganiyya, que representaron la mayor oposición al régimen almohade.
Pero hubo una gran obra de Aristóteles que los pensadores islámicos no llegaron a conocer:
la Política. Aquí reside la principal novedad del aristotelismo latino. Por vez primera, los
pensadores cristianos tuvieron que enfrentarse solos a una teoría política radicalmente
opuesta a las doctrinas teocráticas hasta entonces imperantes. Fruto de esa apasionante
lectura fue no sólo la creación de un lenguaje político que en buena parte seguimos usando
todavía, sino también la afirmación de una serie de principios políticos que contienen el
germen del moderno Estado democrático. El mérito principal de ese proceso de
asimilación del pensamiento político aristotélico corresponde a Tomás de Aquino. Sin
embargo, los medievalistas no han prestado a la síntesis política tomista la atención que
objetivamente merece. Su comentario a la Política de Aristóteles ha pasado casi
desapercibida entre los estudiosos.
Tomás de Aquino ha sufrido una gran deformación de sus posiciones. El primer tópico que
conviene rechazar es el del carácter supuestamente conservador de su pensamiento. Nada
más lejos de la realidad. Sus coetáneos, fueran simpatizantes o adversarios, captaron muy
pronto la novedad de su enseñanza. Tampoco había dudas al respecto entre sus oponentes
doctrinales. Varía la valoración de unos y otros, pero se admite en todos los casos que las
enseñanzas y escritos de Tomás de Aquino se distinguieron por su radical novedad.
20
Un factor determinante en su evolución intelectual fue el ingreso en la recién fundada
Orden de Predicadores. El nacimiento de los dominicos responde, en efecto, a las
necesidades del siglo. A diferencia de los benedictinos, y también de los franciscanos, se
instalaron en las ciudades donde iba fermentando un original modo de vida impulsado por
las nuevas capas sociales emancipadas hacía poco de la servidumbre feudal. Los nuevos
frailes ponen sus ojos en las nacientes universidades, junto a las cuales fundan sus
conventos y colegios, mientras van apagándose las antiguas escuelas monacales.
El más influyente de los comentaristas de Aristóteles era el filosófico andalusí Ibn Rusd, el
Averroes de los latinos, cuya recepción en la escolástica no careció de tensiones polémicas.
Las traducciones latinas del filósofo cordobés comenzaron a difundirse, por lo que
sabemos, a partir de 1225, primero desde Toledo y después desde la corte de Federico II en
Sicilia. En menos de veinte años la mayor parte de su obra era conocida entre los
estudiosos italianos y franceses. A lo largo del mismo siglo sus doctrinas serían explicadas
ya en los principales centros de cultura europeos. El aristotelismo integral de Averroes
acabó imponiéndose definitivamente sobre la síntesis neoplatónica de Avicena.
Tomás de Aquino se distinguió en su época como innovador. Y aunque tal actitud suele ser
por lo general poco gratificante, en la Edad Media entrañaba además indudables riesgos a
los que tampoco él escapó. El latín escolástico refleja bien ese miedo a toda innovación.
21
El descubrimiento de la Política de Aristóteles en el siglo XIII
Hasta el siglo XIII el mundo cristiano sólo conoció de Aristóteles dos obras: Categorías y
Sobre la interpretación. El islam medieval, sin embargo, pudo trabajar cobre el Corpus
aristotelicum casi tal como lo manejamos hoy. En este retraso de la escolástica respecto a la
difusión del aristotelismo hubo, no obstante, una significa excepción: la Política. Veamos
por qué.
La Política representa uno de los principales logros de Aristóteles y al mismo tiempo una de
las grandes contribuciones del genio griego a la historia del pensamiento. En realidad, no es
una obra unitaria sino un conjunto de tratados independientes acerca de la vida social y
familiar, así como sobre su organización, agrupados posteriormente en el Liceo por el
mismo Aristóteles o por sus discípulos. El mundo histórico de la polis, es decir, de la
ciudad-Estado griega, constituye el motivo central de su inspiración.
Por extraño que parezca, el islam medieval no llegó a conocerla. Averroes anota con pesar
que no había llegado a al-Andalus la Política, pero que estaba dispuesto a comentarla si
traían alguna copia desde el Oriente islámico, donde creía que circulaba entre los
estudiosos. Sin ayuda de ninguna clase y completamente alejados de la vida democrática que
conoció Aristóteles los escolásticos tuvieron que enfrentarse solos al texto de la Política.
Evidentemente, la principal tarea consistió en traducirla al latín.
Fray Guillermo, nacido en 1215 en la aldea belga de Moerbeke, ingresó joven en la Orden
de los dominicos. No está documentada su amistad con Tomás de Aquino. Sin embargo,
sabemos que llevó a cabo y llevó a su cima la brillante tradición lingüística de los
dominicos, abiertos como nadie a la cultura greco-árabe.
El dominico alemán Alberto Magno (1206-1280) fue maestro de Tomás de Aquino, a quien
inició en el estudio de Aristóteles. A diferencia de su discípulo, se orientó en una línea de
investigación preferentemente naturalista y experimentalista. El alcance de la influencia de
22
Alberto Magno sobre Tomás de Aquino en su comentario a la misma obra aristótelica es
evidente.
Nunca ha habido duda respecto al hecho de que Tomás de Aquino escribió un comentario
a la Política de Aristóteles. El problema ha consistido únicamente en la atribución o no a él
del Comentario completo transmitido. La raíz de dicho problema procedía del carácter
anónimo de gran parte de los manuscritos de los siglos XIII y XIV, y, sobre todo, de la
tradición impresa del Comentario tomista. No discusión entre los estudiosos no se zanjó de
modo definitivo hasta fecha relativamente reciente, cuando se descubrió que Tomás de
Aquino sólo escribió el Comentario a los dos primeros libros de la Política y a los seis
primeros Capítulos del libro III. Desde el capítulo 7 del libro III hasta el final del Libro
VIII, el Comentario fue redactado por otro autor, en concreto, por Pedro de Auvernia.
Se desconoce la fecha de redacción del Comentario. Se podría suponer que quedó ultimado
el ejemplar del Comentario hacia 1270. En cuanto al título, no hay tradición firme, pues o
bien los manuscritos son acéfalos o presentan encabezamientos diferentes. La primera
edición impresa del Sententia Libri Politicorum apareció en Barcelona en 1478. En 1492
apareció en Roma otra edición.
23
Tomás? No hay duda de que Tomás de Aquino es un intérprete inteligente y honesto. Sin
embargo, su objetivo no se reduce en absoluto a ofrecernos un Aristóteles integral.
En efecto, la Política de Aristóteles fecundó incluso sus dos escritos teológicos más
ambiciosos, la Summa Theologiae y la Summa contra Gentiles. El mejor Tomás de Aquino,
aquel a quien W. Ullman considera el fundador de la ciencia política propiamente dicha y en
quien algunos estudiosos ven un procedente del Estado moderno democrático, ese
intelectual cristiano procede directamente del Aristóteles político. Tomás de Aquino
considera que el mejor Estado (optima politia) es el bien combinado de monarquía, en
cuanto que uno está al frente, de aristocracia, en cuanto muchos ejercen el poder según la
virtud, y de democracia, o sea, de gobierno popular, en cuanto que los gobernantes pueden
ser elegidos de entre la muchedumbre del pueblo y al pueblo pertenece la elección de los
gobernantes.
Es importante destacar las principales notas del prólogo del Sententia Libri Politicorum,
que ofrece una síntesis personal de Tomás de Aquino y que se podría interpretar como la
concepción tomista de la política:
− Las ciencias humanas que tratan de las cosas naturales son especulativas; y las
que tratan de las cosas hechas por los hombres, son prácticas u operativas. La
razón humana, de modo semejante a la naturaleza, opera de lo simple a lo
compuesto, lo que equivale a decir lo imperfecto a lo perfecto, tanto respecto
de aquellas cosas de las que se sirve el hombre como respecto de los hombres
mismos que actúan racionalmente. Y aunque existen ciertamente diversos tipos
de comunidades humanas, la superior y más perfecta de todas ellas es la
comunidad del Estado (communitas ciuitatis), ordenada a la autosuficiencia de
la vida humana. Pues así como las cosas instrumentales se ordenan con vistas al
hombre como a su fin, así también esta totalidad que es el Estado ha de ser
necesariamente más importante que las demás totalidades que la razón humana
conoce y construye.
− Debe destacarse la novedad que supuso en el latín medieval el uso tomista del
nombre ciuitas para designar lo que Aristóteles llamaba polis y que podríamos
traducir hoy como Estado.
− Subrayamos asimismo la afirmación tomista, tan griega en su raíz, de la ciuitas
como culminación del proceso de desarrollo de la vida social y máxima
conquista de la razón humana.
− Tomás de Aquino sintetiza en cuatro puntos la doctrina política que transmite
Aristóteles:
− 1. Necesidad de la ciencia política .- Dado que esta totalidad que es el
Estado se encuentra sometida a la razón, fue necesario transmitir la teoría
24
del Estado que llamamos política o ciencia civil para perfeccionamiento de
la filosofía.
− 2. La política es una ciencia práctica .- Las ciencias especulativas buscan
sólo el conocimiento de la verdad. Las ciencias productivas, la producción
de un objeto por medio de las artes mecánicas. La ciencia política, sin
embargo, es una ciencia práctica, ya que obrar es su objetivo. Y pertenece a
las ciencias morales, dado que sus operaciones, como deliberar, elegir y
ordenar, permanecen en el sujeto.
− 3. La política es la más importante de las ciencias prácticas .- El
Estado es lo más importante que la razón humana puede construir, pues a él
se refieren las demás comunidades humanas. Por tanto, la política es la
principal entre las ciencias prácticas, y arquitectónica respecto a todas ellas,
puesto que examina el último y perfecto bien en las cosas humanas.
− 4. Esta ciencia investiga el conjunto del Estado y contribuye al
perfeccionamiento de todo .- A semejanza de las ciencias especulativas, la
política examina los principios y las partes del Estado, descubriendo sus
acciones y afecciones. Y puesto que es ciencia práctica, muestra cómo se
pueden llevar a término todas las cosas.
Más aún, el hilo conductor de la teoría política aristotélica se convierte de hecho en línea de
fondo del tomismo. Su influencia histórica no puede infravalorarse: el racionalismo de
Tomás de Aquino conduce efectivamente a una nueva visión del Estado. En lugar de la
tradicional concepción negativa del Estado cuyo papel sería subsidiario en el plano de la
salvación, posición arraigada en el cristianismo a partir de San Agustín, emerge con el
dominico italiano la concepción del Estado como fruto de la naturaleza humana y
autosuficiente en sí mismo.
25
El averroísmo latino
Estos filósofos sufrieron una implacable persecución por la Iglesia católica. En el plano
personal ese acoso ideológico trajo consigo el abandono de sus cátedras, el exilio e incluso
la muerte. Aunque la historia afortunadamente no se detuvo tras las condenas y algunos
teólogos contribuyeron después al desarrollo de la filosofía, resulta innegable que la
represión ideológica tuvo efectos negativos en la actividad filosófica de las universidades a
partir de entonces.
La nota común de los averroístas latinos, cada uno de los cuales tiene su perfil propio que
merecería investigarse a fondo, es su reconocimiento de la autonomía de la filosofía cuyo
método difiere de la teología. Defendieron también la eternidad del mundo, la teoría
averroísta del intelecto y la concepción de la felicidad humana como modo de vida
intelectual. Alain de Libera ha llegado a la conclusión de que es en contacto con este
pensamiento árabe racionalizante de matriz averroísta como se forma durante este período
(siglo XIII) la figura del intelectual occidental.
La brecha abierta por el naturalismo griego en la sólida muralla del pensamiento cristiano
medieval y la llegada a través de él de un pensamiento como el de Averroes que contenía no
sólo un racionalismo filosófico sino incluso el ataque a los teólogos de su religión, no
podían sino ser desaprovechadas por aquellos pensadores del siglo III que, habiendo
bebido de esas fuentes, pugnaban por alcanzar la autonomía de la filosofía en el ámbito
académico de la Facultad de Artes.
De ahí nacería el espíritu laico que caracteriza la modernidad europea. El averroísmo fue,
en su esencia, un fenómeno de honda significación socio-cultural, al principio limitado al
París de la segunda mitad del siglo XIII, en la atmósfera social de lo que Lagarde ha
llamado “el nacimiento del espíritu laico”. No es un azar, por tanto, que la continuidad
natural del movimiento averroísta haya que buscarla en la Italia impetuosamente renaciente
del Trecento y Quattrocento, cuando ya la rica vida ciudadana, burguesa, artesana y
comerciante se desarrolla en Milán y Bolonia, Florencia y Pisa, Siena y Perugia, Venecia y
Padua. Aquí se daban condiciones sociológicas semejantes a las del París de Siger; pero con
la terrible diferencia de que ya no se trataba de una filosofía in fieri, sino de la filosofía
recibida. Así resultaría ser un útil artefacto para la lucha política laica frente al ideal
medieval del Pontificado, como en Juan de Jandun, Marsilio de Padua y tantos otros.
26
Marsilio de Padua y el averroísmo político
El principal representante del averroísmo político fue Marsilio de Padua. Nacido hacia 1278
en el seno de una familia perteneciente a la burguesía paduana, estudió con el averroísta
Pedro de Abano. Sabemos que fue elegido Rector de la Universidad de París, donde inició
su estrecha amistad con Juan de Jandun. Fue maestro también de la Facultad de Artes y
gozó de éxito como profesor de filosofía natural. Ejerció la medicina tanto en Francia
como en Alemania. En el año 1327 fue condenado como hereje mediante una bula papal
por su obra Defensor Pacis.
¿Cuál es la aportación doctrinal de este filósofo con quien se inicia el averroísmo político?
Rescató la doctrina política del servilismo a la teología y al derecho canónico y dio
fundamento laico a la ley y al reino. Por primera vez un autor cristiano sostiene que el
poder no es sagrado.
Por ello, partiendo de una filosofía naturalista de origen averroísta, Marsilio de Padua
desarrolló de modo autónomo una teoría política basada en la concepción del Estado
(civitas) como sociedad perfecta y autosuficiente. Sólo en la comunidad civil se puede
alcanzar la suficiencia de vida. O como escribe él mismo: “Finalmente, lo necesario para
vivir y bien vivir descubierto por la razón y la experiencia de los hombres, llegó a plenitud y
se constituyó la comunidad perfecta llamada civitas”.
A partir de aquí, Marsilio extrae una serie de conclusiones demoledoras para el Papado y
que socavaban la pretensión pontificia del derecho a ejercer la plenitud de potestad tanto en
asuntos espirituales como temporales, y entre los cuales podemos destacar las siguientes:
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Tomás de Aquino, que fue el primer receptor de la Política de Aristóteles en el Medievo, la
leyó con la inteligencia en él característica y la sintetizó en su Comentario titulado Sententia
Libri Politicorum, pero no pasó de una perspectiva formalista del texto. En la Summa
Theologiae extrajo algunas conclusiones acerca del mejor régimen político, conclusiones
que apuntan en una dirección ecléctica vagamente democrática. No traspasó, sin embargo,
la línea roja de defender la autonomía del Estado y mucho menos de socavar la doctrina de
la plenitudo potestatis, es decir, el poder absoluto que se atribuía el Papado tanto en el
terreno religioso como en el temporal.
Que estas propuestas políticas se atribuyan a los apestados de la época, es decir, a los
averroístas latinos, no deja de ser motivo de legítimo orgullo, así como de obligada y
piadosa memoria hacia aquellos intrépidos filósofos de los siglos XIII y XIV que se
atrevieron a pensar por sí mismos a partir de Averroes.
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TEMA 6: LA SÍNTESIS DE JUDAÍSMO Y ARISTOTELISMO EN MAIMÓNIDES. IBN
JALDUN Y SU NUEVA TEORÍA DE LA HISTORIA
Introducción
Maimónides representa un momento de esplendor en el pensamiento judío medieval. Su
principal logro fue asimilar para el judaísmo la filosofía aristotélica en una síntesis no exenta de
crítica dentro de su propia comunidad. Ibn Jaldún, por su parte, se distancia de la tradición
filosófica árabe para elaborar una teoría de la historia profundamente innovadora. Como
historiador nos sirve para reconstruir el pensamiento árabe anterior a él y sobre todo para
comprender el desarrollo histórico de una sociedad como la islámica, ignorada cuando no
desfigurada en la cultura occidental.
Resultados de aprendizaje
Conocimientos más relevantes:
1. El aristotelismo judío de Maimónides: contenido y límites.
2. La nueva hermenéutica maimonidiana.
3. Filosofía y profecía en Maimónides.
4. Teoría de la historia de Ibn Jaldún.
5. El positivismo sociológico jalduniano.
1
LA FORMACIÓN DEL JOVEN MAIMÓNIDES.
Mosé ben Maimón, el Maimónides de los latinos, nació en Córdoba, antigua capital del
califato omeya y “centro de ilustración de esta época”, como la llamaba Ibn Jaldún. Pero,
debido al triunfo almohade, la familia se vio obligada a abandonar su ciudad natal hacia el
año 1148. Es probable que la familia viviera durante algún tiempo en Almería. De aquí
partieron en 1159 hacia la ciudad magrebí de Fez. No está atestiguado, sin embargo, la
presencia de los Banu Maimón en Toledo, entonces bajo dominio del rey cristiano Alfonso
VII, y que para algunos vendría obligada por razones doctrinales, para poder explicar así el
alto nivel de la educación recibida.
En total, pues, Maimónides vivió en su tierra unos 20 años, tiempo de infancia y juventud
decisivo por su propio testimonio literario y por su permanente identificación como
andalusí. Los escolásticos cristianos, al desconocer esta profunda vinculación histórica y
cultural, lo consideraron, sin más, un autor egipcio.
El primer maestro de Maimónides fue su padre, Rabí Isaac ben Maimón, juez de un
tribunal rabínico en Córcoba, de ilustre linaje judío. Estas enseñanzas serían las propias de
una familia piadosa e ilustrada: lengua hebrea y ciencias rabínicas.
En sus últimos años de vida, ya famoso en Egipto como hombre de ciencia que gozaba al
mismo tiempo del máximo prestigio religioso en su comunidad, volvió a ocuparse de
cuestiones de astronomía a propósito de las dudas suscitadas por un grupo de judío en
Montpellier, que dudaban de cómo armonizar judaísmo y astrología. Podemos destacar dos
puntos de este valioso texto: primero, que para el sabio cordobés el hombre dispone
únicamente de tres fuentes de conocimiento: la razón, los sentidos y la profecía; segundo,
que la astrología es para él una pseudociencia, pues la verdadera ciencia es la astronomía.
Pero lo que más importa de esta carta es la alusión a su interés por tales temas en su
juventud, pues se trata de una referencia preciosa para reconstruir su nebuloso período de
formación.
2
más elemental, en la Misné Torá. Ello confirma que su contribución científica más
sobresaliente se llevó a cabo en el campo de la astronomía. En una ocasión, a propósito del
número de las esferas y en polémica con Aristóteles, indicó claramente que sus
conocimientos científicos en este campo fueron adquiridos durante su juventud en
al-Ándalus de sabios musulmanes, entre otros, del filósofo zaragozano Avempace. Ello
pone de manifiesto unas relaciones fluidas de la comunidad judía con el resto de la sociedad
andalulí y asimismo un profundo interés de los sefardíes ilustrados por el desarrollo de la
ciencia árabe de su tiempo.
Una segunda obra de juventud es el Tratado sobre el arte de la lógica, escrita en árabe y
posteriormente traducida al hebreo. Su fuente es, sin duda alguna, al-Farabí, el filósofo del
islam oriental más influyente en al-Ándalus y en el propio Maimónides. También en esto
evidencia Maimónides la huella de la cultura de su tierra. En su elogio del “segundo
maestro” llega incluso a devaluar a Avicena, autor nunca bien recibido en al-Ándalus, ni
como filósofo, ni como médico.
Ibn Hazm de Córdoba captó bien el laicismo que inspira tal plan de estudios, más propio
de una Facultad de Ciencias en una Universidad moderna que de un Estudio General
medieval o de una madrasa oriental. En el caso de Maimónides tal laicismo fue suavizado
por el espíritu religioso que se respiraba en su familia y por las enseñanzas rabínicas
recibidas de su padre en la niñez. Permaneció, sin embargo, en él un claro talante ilustrado
y un racionalismo filosófico que intentó siempre hacer compatible con la religiosidad judía.
En cualquier caso, uno de los hechos más significativos de este período es Fez es el
magisterio que ejerció el prestigioso rabino Yehudá ben Sosan sobre el joven Maimónides.
Con las enseñanzas talmúdicas entonces recibidas debió perfeccionarse su preparación
teolóigica. Fruto de tales inquietudes es el comienzo de la redacción, hacia 1161, de unas de
sus obras más valiosas, el Luminar o Comentario de la Misná, que concluiría siete años más
tarde en Fostat. En este Comentario aflora uno de los rasgos que van a caracterizar su obra
futura: la interpretación metafórica de la haggadá.
3
Es probable que en Fez estudiara Maimónides medicina con algunos médicos andalusíes, Si
tenemos en cuenta que a raíz de la muerte de su hermano menor, David, ocurrida en 1170,
Maimónides se vio en la necesidad de alimentar por sí mismo a la familia y comenzó
entonces a ejercer la medicina en Forsat, debemos concluir que poseía ya buenos
conocimientos de ella. Por ello, el período de Fez se nos aparece como el más propicio para
adquirir o perfeccionar sus conocimientos médicos.
A juzgar por las obras de este género, redactadas entre 1187 y 1198, las fuentes del
Maimónides médico son Galeno, los tratados hipocráticos, la Materia médica de
Dioscórides, la enciclopedia de al-Razi, el Canon de Avicena y el Tysir de Abu Marwan ibn
Zuhr. En su rechazo del principio de autoridad en cuestiones científicas comprobamos, una
vez más, el buen sentido maimonidiano: “Os aconsejo examinar críticamente las opiniones,
aunque sean de una autoridad y de un sabio tan eminente como Galeno”.
Su talento como médico, así como su pasión por la biología, la famacología y la medicina,
continúa Maimónides la tradición naturalista de los mejores filósofos de al-Ándalus.
Al leer Guía de perplejos vemos cómo Maimónides va iluminando con nueva luz pasajes
antes oscuros de la Biblia mediante una innovadora exégesis que posee tanto rigor
filológico como buen sentido hermenéutico. Pero el necesario estudio de la Torá no
resultaba suficiente para disolver las frecuentes perplejidades que, cual espesa niebla, roden
al caminante, o sea, al creyente interesado también en filosofía. Otros obstáculos seguían en
pie: las religiones positivas defensoras del politeísmo, la pujante teología islámica cuya
interpretación de las relaciones con la divinidad se alejaba por completo del judaísmo y la
filosofía materialista que vaciaba de sentido la ley mosaica.
La razón del creyente necesitaba la ayuda de la filosofía para superar los argumentos de los
adversarios y poder avanzar. Para Maimónides la superioridad científica de los griegos era
evidente. Y entre ellos, nadie podía compararse con Aristóteles por su “profunda
penetración y su extraordinaria comprensión”. A siglos de distancia, corremos el riesgo de
olvidar el extraordinario impacto de Aristóteles sobre las grandes culturas del pasado.
La presencia aristotélica se muestra viva y patente en el gran rabino cordobés. Unas veces
reproduce citas textuales de sus principales obras (Metafísica, Ética nicomáquea, Órganon,
Física, etc.); otras, le toma prestados razonamientos de tipo lógico. En todo caso, siempre
se mantiene el estagirita como interlocutor privilegiado con el que es necesario dialogar. La
admiración de Maimónides hacia Aristóteles es tan profunda que, además de calificarlo de
“príncipe de los filósofos”, lo sitúa en la cumbre de la razón humana.
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El perfil intelectual de Maimónides se aproxima al de Aristóteles más de lo que se suele
suponer. Aunque ambos están dotados de un penetrante talento especulativo, las ciencias
de la naturaleza les atrajeron de modo especial: el griego brilló como excepcional biólogo y
el judío llegó a ser uno de los médicos más famosos de su tiempo; al interés del primero
por la botánica, transmitido a su discípulo Teofrasto, corresponde en el segundo la
investigación sobre el terreno de la flora de Marruecos y Palestino.
Ética. Para Maimónides también la virtud representa un término medio. Ante la dificultad
de justificar la humildad, tendrá que matizar que ésta representa un exceso para el hombre
corriente pero de ninguna manera para el hombre piadoso, y, en áspera polémica con los
astrólogos, reconocerá con énfasis nuestra libertad para elegir. La definición del hombre
como ser social por naturaleza y la consideración de la amistad como algo esencial para la
vida, dos pilares en la teoría ético-política de Aristóteles, encuentran asimismo un
reconocimiento pleno. Al aceptar el ideal del sabio, Maimónides sólo rectificará su estadio
final: la actitud teorética del sophós debe dar paso, según él, a la contemplación mística de
la divinidad.
Teología. El pensador sefardí demuestra conocer muy bien las principales obras en las que
está contenida la singular teología aristotélica: la Metafísica (en particular, el libro Lambda);
el tratado De Coelo y la Física. Ignora, sin embargo, como sus contemporáneos, la Política
y los fragmentos de juventud, menos relevantes a este respecto. Todo indica su preferencia
por el Dios filosófico del libro Lambda, es decir, el primer motor inmóvil: “Dios es el
motor de la esfera superior, y cuanto en ella se mueve es por su virtud”. La unidad de Dios
y la crítica al antropocentrismo religioso son armas dialécticas que, como es lógico, acepta
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Maimónides en su refutación de la idolatría para unirlas al arsenal de argumentos ya
expuestos en las páginas de la Torá o Pentateuco.
Pero el abismo existente entre la concepción bíblica del mundo y la cosmovisión filosófica
de Aristóteles no podría ser ignorado por el rabino cordobés, dotado de una mente tan
perspicaz y, al mismo tiempo, de tan arraigadas convicciones religiosas. Si la ética
maimonidiana concluía en un ascetismo espiritualista opuesto a la eudaimonía aristotélica,
orientada hacia una “filosofía humana”, con mayor razón aun la teología racionalista de
Aristóteles se encontraría empequeñecida ante la visión profética de Dios que Maimónides
asumió de sus antepasados. Ante esta doble herencia, griega/judía, filosófica/religiosa,
peripatética/mosaica, Maimónides tenía que elegir. Su crítica al aristotelismo resultó, así,
inevitable.
CONCEPTO DE MATERIA
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naturalismo aristotélico, Maimónides introduce la noción de materia en el plano ético para
explicar así el mal moral: “Todos los cuerpos que nacen y perecen solamente están sujetos a
corrupción por parte de la materia; en cambio, por lo que atañe a la forma, considerada en
sí misma, no están sometidos a corrupción, sino que son permanentes”. Además, añade:
“Todas las faltas y prevaricaciones humanas son motivadas por su materia, no por su
forma, mientras que todas sus virtudes proceden de su forma”.
Dentro de esta línea especulativa Maimónides lleva a cabo una crítica severa de los teólogos
islámicos, es decir, de los mutakallimun. Distingue la aportación de los mutazilíes de la de
los asaríes. Según él, influyeron en los judíos aquellos primeros teólogos islámicos pero no
los segundos.
En cuanto al atomismo de los teólogos islámicos, Maimónides expone que para los
mutakallimun asaríes del primer período existe una sustancia simple, los átomos, así como
el vacío en el que aquéllos se mueven; en los átomos radican los accidentes de los cuales
son inseparables; los sentidos son causa frecuente de error.
Maimónides critica de manera precisa el atomismo teológico de los mutazilíes y asaríes. Así,
por ejemplo, considera como lo más sorprendente y absurdo la admisión de la existencia
del vacío; le parece asimismo insostenible atribuir a Dios la creación continua de accidentes
sin la naturaleza como intermediario; y rechaza el voluntarismo teológico de los asaríes,
para quienes ningún cuerpo ejercería una acción, sino que en última instancia sería Dios el
único agente, porque implicaría la negación del principio de causalidad. El pensador sefardí
subraya la contradicción de fondo respecto a la acción humana mediante el famoso ejemplo
algazeliano de la pluma. Según los asaríes, en el movimiento que hago de la pluma con la
que he escrito habría cuatro accidentes creados por Dios sin causa recíproca entre sí;
primero, mi voluntad de mover la pluma; segundo, mi facultad de moverla; tercero, el
movimiento mismo de la mano; y cuarto, el movimiento de la pluma. Todo accidente sería
creado de un modo autónomo por Dios sin ninguna conexión entre sí. Para un aristotélico
como Maimónides toda esa complejidad de mediaciones resultaba excesiva.
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de los mutakallimun respecto a la validez de la percepción sensible, pues como buen
peripatético sabía que la aísthesis es el primer peldaño en el proceso cognitivo, común a los
humanos y al resto de los animales, y sin el cual resulta imposible avanzar en la génesis del
conocimiento racional. En las últimas líneas de la primera parte de Guía de perplejos lanza
un ataque general contra esas posiciones teológicas echándoles en cara que “han invalidado
la ley natural y alterado la naturaleza de los cielos y la tierra”. En última instancia, según
Maimónides los mutakallimun habrían tergiversado y desfigurado la estructura misma del
mundo para acomodarla a sus pretensiones doctrinales, algo inadmisible desde un punto de
vista filosófico.
Sin embargo, no sólo el atomismo teológico islámico sino también el atomismo filosófico
griego quedan devaluados en la obra de Maimónides. La teoría atomista de Epicuro, en
particular, sufre aquí una evidente alteración de la que había precedentes en la literatura
cristiana patrística y medieval. El rabino cordobés reduce el atomismo epicúreo a simple
ateísmo y le reprocha que no admita la profecía ni la providencia divina, algo, por lo demás,
común entre los filósofos griegos.
¿A qué puede deberse esta tergiversación del pensamiento de Epicuro? Posiblemente, a que
tales doctrinas les resultaban extrañas por completo a las grandes religiones monoteístas del
Libro, y ello a pesar de que Epicuro era un hombre religioso, admitía la existencia de los
dioses y les rendía culto colectivo, pero para él tales divinidades no eran providentes Ia
diferencia del materialismo estoico), ni creadoras (en lo cual era consecuente con el
conjunto de la filosofía griega, en cuyo léxico ni siquiera figuraba el verbo “crear” sino el de
“producir”, poieîn). Pero esa ceguera medieval no nos exime a nosotros de atribuir a cada
uno lo suyo del modo más riguroso posible, obligándonos a reconocer que, en definitiva,
los dioses epicúreos son un desarrollo de la teología aristotélica, una teología ciertamente
poco aprovechable para el monoteísmo creacionista (judío, cristiano o islámico), pero cuya
sutileza especulativa nadie podría negar.
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Primera prueba. Debe existir una causa del movimiento de las cosas en el mundo
sublunar. Esta serie de causas del movimiento no puede ser infinita y cesará en la primera
esfera celeste, que es la fuente del movimiento sublunar. Debe haber una causa para el
movimiento de esta esfera. Ésta podría ser o un objeto corporal sin la esfera, o un objeto
incorporal separado de la esfera, o una fuerza divisible extendida por toda la esfera, o una
fuerza indivisible dentro de la esfera. Pero ni puede ser un objeto corporal sin la esfera, ni
una fuerza divisible extendida por toda la esfera, ni tampoco una fuerza indivisible dentro
de dicha esfera. Por tanto, la causa del movimiento de la esfera debe ser un objeto
incorporal separado de la esfera o Dios.
Segunda prueba. Dada una cosa compuesta de dos elementos, si uno de los elementos
existe separadamente, entonces el otro hace también lo mismo; la existencia separada de un
elemento demuestra que los dos elementos no están unidos tan indisolublemente como
para que no puedan existir por separado. Vemos por la experiencia objetos que están en
movimiento y mueven a otros, y objetos que están en movimiento pero no mueven a otros.
Por tanto, debe existir algo que mueva otras cosas pero que él mismo no esté en
movimiento, no sea movido. Existe, pues, el primer motor o Dios.
Tercera prueba. Existen muchas cosas, como prueban los sentidos. Hay tres alternativas
respecto a la existencia de estas cosas: o bien todas las cosas son eternas, o bien ninguna
cosa es eterna, o bien algunas cosas son eternas. Pero es imposible que todas las cosas sean
eternas, y también es imposible que ninguna cosa sea eterna, pues entonces nada existiría.
Luego algunas cosas son eternas. Esta cosa eterna o es eterna por sí o debido a una causa
externa, y en este segundo caso sería contingente en sí. Por tanto, la causa externa es un ser
absolutamente necesario en sí y causa de la existencia de las demás cosas.
Cuarta prueba. Vemos cosas que pasan de la potencia al acto. Cada paso semejante
requiere una causa separada y esta causa, a su vez, requiere una causa separada para su paso
de la potencia al acto. Pero esta serie no puede ir al infinito. Luego debe existir un ser que
sea acto puro y causa del paso constante de la potencia al acto.
Sin embargo, en una ocasión Maimónides utiliza fuentes bíblicas para intentar demostrar la
existencia de Dios. Se sirve para ello de un conocido pasaje en el que se nos narra la visión
por Moisés de la zarza que ardía sin consumirse y la respuesta de Yahvé a la pregunta
mosaida: “Si me preguntan tu nombre, ¿qué he de responderles? Yo soy el que soy”.
9
soy), al cual va unido el predicado; el segundo, que ejerce esta función, es también “yo soy”,
idéntico al primero, lo cual significa que el sujeto se unifica con el predicado. Esto explica
que él existe, pero no por la existencia, pensamiento que se resume e interpreta así: el Ser
que es el Ser, o sea, el Ente necesario. La demostración induce forzosamente a reconocer
que hay algo cuya existencia es imprescindible, que nunca fue inexistente.
Unas líneas antes Maimónides había precisado la unión entre ser y existir en hebreo, como
sucede también en otras lenguas. En la versión de la vulgata: ego sum qui sum. En
coherencia con su análisis filológico y con su hermenéutica posterior, y teniendo en cuenta
la polisemia castellana del “esse” latino (ser, estar y existir), creo que sería correcto traducir
así la respuesta divina a Moisés: “Yo soy el que existo”. Esta prueba de la existencia de
Dios es fundamental para Maimónides, dado su origen revelado. En la identidad entre
esencia y existencia en Dios radicaría la fuerza de tan singular argumento a priori,
especialmente valorado por el rabino cordobés.
La filosofía ha intentado ofrecer una explicación de estas cosas, pero sin llegar nunca a la
claridad y precisión de la sabiduría profética. El valor de la filosofía —que sin duda lo tiene
para Maimónides— queda supeditado a la ley judía de las Escrituras, si bien puede ayudar a
la comprensión de éstas.
Existen
tres grupos de judíos
:
● Los
que se adhieren interna y externamente a la fe.
El auténtico carácter del sabio es razonar la sabiduría revelada, de manera que los tres
grupos de hombres entienden las palabras de los sabios de manera distinta:
10
● Los que entienden su sentido literal y no reflexionan,
Preocupado por evitar toda confusión epistemológica, Maimónides subraya en más de una
ocasión la existencia de dos grandes campos de conocimiento, el de la filosofía,
específicamente humano, sometido al ejercicio de la razón, y el de la religión, superior a
aquélla, basado en la profecía y cuyo objetivo “es el conocimiento de Dios, que es la
verdadera ciencia”. Frente a los filósofos o sabios él se sitúa en otro nivel.
Concepto de creación. Tan impensable resultaba para un griego un concepto tal, que no
existe término lingüístico para designarlo. Hasta el demiurgo platónico se mueve en el
ámbito de la poíesis. Maimónides reconoce este dato en el campo filosófico y se conforma
con que aceptemos la creación ex nihilo como “más probable” que la teoría aristotélica de la
eternidad del mundo: “Producir un ser corpóreo sin materia alguna, para nosotros entra en
el rango de lo posible, pero resulta inviable para los filósofos”. En el judaísmo, sin
embargo, la cuestión era tan decisiva que el pensador sefardí no vacila en aprobar la pena
de muerte contra los que profanen el sábado “porque él sirve para consolidar la creencia en
la creación del mundo”.
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concibe, pues, al universo, y dentro de él al hombre, movido por un orden basado en el
designio, no en la pura necesidad.
Una vez delimitada la validez del sistema filosófico aristotélico y sentadas las bases para una
teología propia de raíz bíblica, la meta que nos propone Maimónides se presentea más
modesta y concluirá en la formulación de una teología negativa: conocemos a Dios en lo
que no es e ignoramos lo que verdaderamente sea: “Debes saber que Él carece de todo
atributo “esencial”, sin ninguna condición; y que así como excluye la idea del cuerpo, de
igual modo es inadmisible que posea un atributo esencial”.
Esta teología, desconocida para Aristóteles y esbozada por Maimónides, alcanzaría, como
es sabido, un desarrollo fecundísimo en el pensamiento místico cristiano. El hombre que se
atreva a pensar por sí mismo se encontrará más de una vez en la situación del caminante al
que le surgen antiguas y nuevas perplejidades como inseparables compañeras de viaje. Para
el pensador sefardí carecemos de método válido con el que dilucidar los grandes problemas
metafísicos. Ni siquiera en temas tan cruciales para la religión judía como la creación del
universo o la temporalidad del mundo podemos hallar razonamientos apodícticos: “Todo
pensador sutil, investigador de la verdad, que no se engaña a sí mismo, sabe perfectamente
que esta cuestión, la de si el mundo es eterno o fue creado, no puede probarse por una
demostración concluyente, y constituye para el intelecto su punto final”.
Consciente de los límites de la razón y desechada toda pretendida solución filosófica de los
grandes problemas metafísicos, el rabino cordobés vuelve al final su mirada en otra
dirección: la mística. En lugar de caer en el agnosticismo, la puerta que abre entonces
Maimónides en las últimas páginas de Guía de perplejos conduce al “culto intelectual” de
Dios en el que se mezclan y conocimiento. Precedente lejano del amor Dei intelectuallis
de
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Spinoza, la meta última para el hombre que alcance la madurez plena y el autodominio no
sería otra cosa que “apasionarse por Dios” mediante el pensamiento puro. Alternativa
atractiva, sin duda, para quien “toda sciencia trascendiendo” prefiera la sosegada quietud
del refugio místico. Pero ¿qué hará el impenitente viajero que, pese a todo, siga la larga
marcha de la razón, a la intemperie de dudas y perplejidades
FILOSOFÍA Y PROFECÍA
Considera el kalā m como saber muy deficiente por su origen, desarrollo y conclusiones, a
pesar de que los musulmanes (mutazilíes y asharíes) lo adpotaran después de que la teología
especulativa surgiera entre los autores cristianos que buscaban refutar las doctrinas de los
filósofos griegos contrarias a su fe. Los mutakallimíes toman sus doce proposiciones de los
sofistas (sobre los átomos, el vacío, el tiempo, la sustancia y los accidentes, lo posible, las
cosas infinitas y los sentidos como norma de juicio).
Aún así existen doctrinas aprovechables del kalām como la creación temporal del mundo y
la crítica de otros aspectos como el de la cuestión sobre la Trinidad o la índole de la
eternidad o temporalidad.
hokma
El verdadero sentido del término “sabiduría” ( hikma
, ) tiene cuatro acepciones:
● Posesión de un arte,
● Finura o astucia.
Propone una escala creciente de los saberes en cuanto a su valor: matemáticas y lógica,
física, metafísica. No conviene comenzar por la metafísica debido a la dificultad de la
materia, impericia mental inicial, duración de los estudios preparatorios, disposiciones
naturales y cuidados de los menesteres corporales. Según Alejandro de Afrodisia, las causas
de su disentimiento en algunas cuestiones se deben a la dificultad del objeto debatido,
impericia en el aprendizaje y educación religiosa.
El hombre no es la causa final del universo: éste manifiesta la sabiduría divina mediante su
modo de ser físico. La materia es un velo que oculta el verdadero ser, pero la materia
informada ya no es mera privación, y se organiza en las formas de las esferas, cuyo número
no es inferior a 18.
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La inspiración profética se sitúa en un grado particularmente intenso de la unión anterior:
es la iluminación especial del entendimiento agente sobre las dos facultades mentalizadas
del hombre. La perfección humana es de orden contemplativo e intelectual y la moralidad
es un medio que favorece la marcha hacia esa perfección. La moralidad es un factor de
disciplina social que libra al hombre de las pasiones y crea el clima favorable a la función
del entendimiento. El sentido comunitario de la ética de Maimónides culmina con la
imitación de Dios (visión beatífica, que no llega al ascetismo o unión mística, y que
proclama un justo medio en la abstinencia del mundo).
La filosofía y la profecía son dos modos de una misma sabiduría. Existen cuatro modos de
la profecía: ayuda divina, inspiración en la vigilia, visión en sueños y escucha del ángel.
Y existen tres tipos de opiniones sobre las profecías: paganos y gente del vulgo, filósofos y
ley mosaica.
Está convencido de que Aristóteles nunca demostró la eternidad del mundo. El propio
concepto de Dios exige la creación del mundo por el carácter contingente de las cosas y se
impone la necesidad de un ser necesario cuya esencia excluye la no-existencia.
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Ibn Jaldún, un intelectual árabe de raíces andalusíes. Su teoría de la Historia en la
Muqaddima. El método de la nueva ciencia. La base económica del desarrollo
social. Crítica epistemológica a la filosofía. El positivismo sociológico jalduniano.
Ibn Jaldun no fue un sabio de gabinete y mucho menos un intelectual en su torre de marfil.
Su vida, marcada por frecuentes dificultades, refleja el declive final de al-Andalus, los
continuos cambios políticos producidos en el Magreb y el ocaso del poder árabe.
Nacido en 1332 (732 H), descendía de una vieja familia árabe del sur de Arabia que se
instaló en al-Andalus, y más en concreto en Sevilla, desde el siglo VIII, permaneciendo en
suelo hispano a lo largo de 500 años. Emigrada a Túnez tras la conquista de Sevilla por
Fernando III en 1248, allí nacería nuestro historiador.
Vivió durante 10 años en la medina de Fez. Caído en desgracia por un golpe palaciego, fue
encarcelado: parece que en la soledad de la celda concibió la obra que le daría fama
pennene: la Muqaddima (Introducción o Prolegómenos).
Atraído de siempre por el modo de vida nómada y alejado por completo del habitual
narcisismo de muchos intelectuales, Ibn Jaldún vivió ocho años entre las tribus
norteafricanas. Tras esta experiencia singular, se refugió en una fortaleza cerca de Tiaret,
donde estuvo dedicado durante cuatro años a la redacción de su magna obra Historia
universal.
Deseando mejorar su precaria vida en el Magreb, viajó a Egipto, instalándose el año 1383
en la ciudad de El Cairo, de la que hace grandes elogios en su autobiografía, entre ellos el
dicho de uno de sus maestros: “Lo que se ve en sueños supera a la realidad, pero lo que se
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puede soñar en El Cairo no llega a la verdad”. Allí fue bien acogido, como muestran su
éxito en la enseñanza y el posterior nombramiento de cadí de la escuela malikí.
En el cargo de juez se esforzó por ser íntegro y mantenerse independiente, rechazando las
presiones de los poderosos. Ello motivó el rechazo del resto de sus colegas, las críticas
insidiosas bajo apariencia formalista y las posteriores denuncias ante el sultán que
provocaron finalmente su dimisión del cargo.
Para colmo, nuevas desgracias se abatirían pronto sobre el gran historiador tunecino.
Primero, la muerte de sus hijos en un naufragio cuando iban a reunirse con él procedentes
de el Magreb. Este golpe fue decisivo en la última etapa de su vida. Más tarde, la invasión
de Siria por las tropas tártaras de Tamerlán en el año 1400. Como miembro de la delegación
árabe, tuvo un encuentro con el gran conquistador asiático, quien advertido de sus
excelentes conocimientos acerca del mundo árabo-islámico y en particular del Magreb,
deseó que Ibn Jaldún formara parte de su corte. Parece que con la excusa de que tenía que
recoger su biblioteca de El Cairo, logró regresar sano y salvo a Egipto, en cuya capital
murió a los 74 años de edad el día 17 de marzo de 1406 (808 H).
En su juventud Ibn Jaldún hizo un resumen del Lubab, obra filosófico-teológica del imam
Fark Razí. También redactó en esa época un libro de tema místico. Según Ibn al-Jatib,
escribió dos pequeñas obras, una de lógica y otra de cálculo, y resumió varios libros de
Averroes. Al no aludir a esos escritos juveniles en su autobiografía, todo indica el escaso
reconocimiento que le merecían ya en su madurez.
Queda, por tanto, como única base de su prestigio científico y literario su monumental obta
ya citada: la Historia universal o Historia de los beréberes, en siete volúmenes, el primero
de los cuales es la Muqaddima o Introducción. En ella brillan a la misma altura el talento de
Ibn Jaldún como historiador minucioso y crítico (de hecho, sigue siendo la mejor fuente
histórica sobre los beréberes) y su genio teórico como filósofo de la historia. Si a ello
unimos la orientación positivista de su sociología, no resultará sorprendente la abundante
bibliografía en torno a él producida en nuestra época.
La redacción de su gran obra histórica significó un giro en la vida de este hombre de ciencia
árabe. A partir de entonces, puso fin a su actividad política llena de sobresaltos para
concentrarse en el trabajo intelectual. Como ha escrito un conocido pensador árabe
contemporáneo: “Ibn Jaldún asumió una actitud de continuo compromiso con los
principales acontecimientos que marcaron su tiempo. Durante 23 años vivió una vida
política llena de sorpresas y vicisitudes, éxitos y fracasos; años en los que conoció las cortes
de los emires y reyes de Marruecos, al-Ándalus y Argelia, unas veces buscando el favor y
otras huyendo de la prisión y la persecución política. Finalmente encontró refugio en Alcalá
de Bensalama (Argelia) el año 776 de la hégira, lo que le permitió apartarse de las
ambiciones y sobresaltos de la vida política y dedicarse de lleno a la historia. Y fue de aquel
extraño modo como decidió escribir la Introducción a la historia universal.
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Su obra cumbre es el Kitab al-‘ibar ("Libro o Historia de los bereberes" también conocida
como «Historia universal»). Está dividida en tres partes. Una es su propia autobiografía
(al-Ta’rif bi-Ibn Jaldún). La parte más famosa es al-Muqaddima ("Los prolegómenos"), que
ha sido traducida a todos los idiomas.
Ibn Jaldún comienza por establecer las reglas de la crítica histórica que permiten fijar con
certeza los hechos; entra el tema de su materia estableciendo la gran división entre pueblos
de tribus nómadas y sedentarias; describe la formación de las ciudades, la influencia que
ellas ejercen sobre sus habitantes, el nacimiento de todo poder por el espíritu del seno de la
familia, la fundación de imperios y las causas de su decadencia; la naturaleza de los
diferentes especies de reinos, del califato y del imamato, es decir, del poder temporal y del
poder espiritual del califa.
Ibn Jaldún concibió y formuló una filosofía de la historia que es sin duda el trabajo más
grande que jamás haya sido creado por una inteligencia en ningún tiempo y en ningún país.
Ibn Jaldún -como Polibio y Maquiavelo- creía en la “naturaleza cíclica del proceso
histórico”. Podemos considerarlo el precursor de la metodología de la sociología histórica.
En efecto, este bereber tunecino se anticipó a Vico y Turgot al destacar los “factores
intrusos que influían en los procesos históricos debido a las migraciones de los beduinos y
bereberes que vivían en el desierto”. En suma, consideraba que la historia era el resultado
de un conjunto de procesos de cambio social.
Asimismo advirtió la importancia del “cambio social”, al afirmar que toda la sociedad “está
en continuo proceso de transición” y que “los hechos históricos se relacionan con una
época, un pueblo, un tipo particular de grupos sociales” y que asimismo tienen sentido
dentro de esa relación.
Su obra máxima se conoció en Europa recién a principios del Siglo XIX. La primera
edición de los Prolegómenos se publicó en 1863.Ésta tenía un prólogo titulado: “Las cosas
sucedidas de la civilización”. Antoine Silvestre de Sacy había traducido algunos fragmentos
de este libro. Pero serán los llamados sociólogos de la teoría del conflicto quienes lo
rescataron: Gumplowicz en su libro Sociologische Essays del año 1899, le dedicó a Ibn
Jaldún un capítulo que tituló “Un sociólogo árabe de siglo XIV”; Gustav Ratzenhofer y
Franz Oppenheimer le elogiaron también.
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Es evidente que había leído a Aristóteles, al considerar que el hombre es por naturaleza “un
ser social”. Asimismo reconocía la influencia del medio físico en la configuración de la
organización social. Algunos autores consideran que Ibn Jaldún tiene mayor mérito que
Vico al ser considerado padre de la filosofía de la historia. Lo notable es que, perteneciendo
a una sociedad y a una época de arraigada tradición monárquica, tenía claro que el Estado
era un ente absolutamente secular. En este sentido fue un precursor de Maquiavelo.
Asimismo, Juan Bodino (1530-1596), en su obra Los seis libros de la República, recogió
muchos conceptos de Ibn Jaldún para la formulación de su método crítico de la historia:
entre ellos el origen del Estado en las luchas entre agricultores y pastores. De igual modo,
su teoría sobre los ciclos históricos parece haberse inspirado en las afirmaciones de Ibn
Jaldún respecto a los cambios producidos por “evolución por adaptación lenta” (que
Bodino llama “alteración”) y la afirmación que Ibn Jaldún hacía respecto a la “evolución
por mutación rápida” (a la que Bodino llama cambio). También resulta llamativo el hecho
que Bodino destaque -igual que el filósofo magrebí- la influencia del “suelo” en las
costumbres de los hombres de las ciudades que son mentalmente más móviles que los
hombres del campo o de los pueblos agrícolas. Otras semejanzas se dan en la afirmación de
que la familia y el lazo de parentesco es anterior a la subordinación política.
Por último, Turgot en su obra Discurso sobre la Historia Universal (1751) expresa que “la
lucha es la madre de todas las cosas”, afirmación que coincide con la teoría sobre los ciclos
de lucha expuesta por Ibn Jaldún.
Asimismo, se ha observado que Herder también tomó ideas de Ibn Jaldún respecto a que
los montañeses son más belicosos que los habitantes de las llanuras, aplicando la ley del
más fuerte. El sociólogo tunecino fue quien primero señaló la diferencia entre la vida de las
ciudades, propensa al vicio, al lujo y a la desviación de las conductas sociales. Ibn Jaldún
consideraba que la dura vida en el desierto fortalecía la solidaridad, el apego a las
tradiciones y que convertía a sus habitantes en más resistentes a las duras condiciones
ambientales que en las ciudades. En cierta forma se anticipó a los sociólogos de los siglos
XIX y XX en la teoría de la lucha.
Otro hallazgo de Ibn Jaldún fue definir el verdadero objeto de la historia, al señalar que ella
nos daba una “comprensión del hombre o civilización” y nos enseñaba que los fenómenos
que están conexos como “la vida salvaje, el refinamiento de las costumbres, la naturaleza de
la solidaridad familiar y tribal, los diversos tipos de superioridad que consigue un pueblo
sobre otro y que llevan al nacimiento de imperios y dinastías, las distinciones de rango y las
ocupaciones a que se entregan los hombres, tales como las profesiones lucrativas, las
ocupaciones relacionadas con la vida, con las ciencias y con las cortes; y todos los cambios
que la naturaleza de las cosas pueden producir en el carácter de la sociedad”.
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agua”. Asimismo, consideraba que la vida nómada y la sedentaria eran dos tipos polares de
los procesos sociales.
Distinguía
tres tipos de sociedades rurales
:
- La agrícola, que criaba ganado menor y mayor y llevaba una vida sencilla;
- La pastoril que también criaba ganado menor y mayor, de gran movilidad territorial;
Estos últimos poseían un fuerte “esprit de corps” (Asabijja), basado en los “lazos de sangre
o parentesco” que permanecen alerta y actúan cohesionados. En otra de sus observaciones,
sostenía que esa misma vida en el desierto era la que les desarrollaba el “esprit de corps”,
que a su vez los convertía en combatientes para defender a la tribu y la familia. De allí que
Ibn Jaldún afirmara que los grupos nómadas pastoriles son más valiosos que los habitantes
de las ciudades.
Turgot en su obra Discurso sobre la Historia Universal (1751) y Herder adoptaron la teoría
de Ibn Jaldún, según la cual los montañeses son más belicosos que los habitantes de las
llanuras.
El erudito bereber Ibn Jaldún fue quien primero avizoró y profetizó la decadencia del
imperio musulman extendido desde Arabia hasta España, incluyendo el Norte de África,
ocurrida dos siglos antes de los acontecimientos acaecidos en Europa.
Ibn Jaldún se anticipó a otros científicos europeos en las teorías sobre la movilidad y el
contacto cultural que generaban las migraciones. A su vez, podemos decir que se anticipó a
las llamadas teorías de la lucha, que fueron desarrolladas entre los siglos XVIII y XX por
algunos sociólogos europeos.
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Según Martínez Lorca, la Muqaddima significa un salto cualitativo en la ciencia histórica. Ya
no se trata de narrar hechos sino, ante todo, de explicarlos desentrañando las causas que los
originaron. “Al simple narrador corresponde hacer referencias y dictar los hechos; mas a la
crítica toca fijar su penetrante mirada para descubrir lo que pueda haber de auténtico; es,
pues, cuestión de saber depurar y bruñir, mediante la crítica, las facetas de la verdad”.
Ibn Jaldún era consciente de su innovación, una innovación que consistía el haber roto el
estrecho marco empírico que tradicionalmente había asignado al historiador la exclusiva
tarea de recopilar hechos. A partir de ahora se tratará, sin embargo, de introducir la teoría
en el trabajo histórico, de hacer “uso de ideas constructivas”, como escribió con acierto
Ortega. En definitiva, de buscar en la historia esa universalidad propia de la ciencia que
tanto echara en falta el viejo Aristóteles al contraponer la universalidad de la poesía con la
particularidad de la historia. En está síntesis de empírico y teórico, de historia de hechos y
de teoría de la historia radica su originalidad.
Realiza un salto cognitivo desde la concepción de la historia como narración mítica hasta el
análisis científico de los acontecimientos en su concurrencia y un estudio minucioso de los
sucesos históricos fundamentales y de las distintas manifestaciones de la civilización.
El historiador necesita conocer los principios de la política, los caracteres naturales de los
seres y las diferencias de usos, costumbres y religiones que separan a las naciones, pueblos y
regiones. La formulación de“principios o leyes universales” es el objeto de la “ciencia de la
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civilización”: establecer un criterio válido de constatación de la veracidad y exactitud de los
relatos.
Existen tres tipos de alma en su doble contacto (superior e inferior) y tres tipos de
conocimiento:
● Las que mueven su potencia perceptiva hacia las percepciones sensoriales (su
verdades primarias
conciencia se agota en las ). Conocimientos intelectuales, que se
nutren de la experiencia cotidiana: intelecto discerniente, experimental y
especulativo.
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● El conocimiento adquirido (sufíes, adivinos, sueños) no es digno de crédito al
basarse en experiencias personales inmediatas no explicables ni compartibles.
Realiza una clasificación inicial de las ciencias según la distinción tradicional entre ciencias
especulativas y transmitidas, “ensanchando” ambos ámbitos. Pero existen ciencias que no
pueden incluirse en ninguno de los dos grupos (no versan sobre el intelecto o sobre
preceptos jurídico-religiosos) por lo que realiza una nueva clasificación, que no evoca la
fuente
de conocimiento sino su función
: ciencias que se estudian por sí mismas (relacionadas
con la ley divina) y ciencias instrumentales e intermediarias (lengua árabe-cálculo y lógica).
El papel del intelecto en las ciencias transmitidas es restituir los casos particulares
(derivaciones prácticas) por los fundamentos teóricos respecto de los que fueron
establecidas prescripciones divinas a través del profeta.
La tradición no debe buscar una conclusión nueva, sino buscar el puente entre la
prescripción establecida y la derivación práctica. En las ciencias religiosas transmitidas, el
intelecto no puede ser más que un auxiliar prescindible (no puede traspasar ciertos límites).
Su papel más importante lo desempeña en la teología (defensa racional de la tradición).
Las ciencias transmitidas en la época jalduniana son hermenéutica sacra, ciencia de las
lecciones coránicas, dibujo,
ciencias del hadiz, ciencias jurídicas y teología. Las dos ciencias
añadidas por Ibn Jaldún (“anímicas”) son la mística y la interpretación de los sueños. La
crítica epistemológica aborda el papel del intelecto en la teología y el del alma en la mística y
la interpretación de los sueños.
doble
La evolutiva
definición de la teología:
El alma puede reunir los dos grados de la conciencia mística (atributo de unicidad): el puro
conocimiento y la apropiación mística. La teología es una vía de tránsito hacia la mística.
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Las dos estaciones de la confesión de la unicidad divina son el conocimiento
proporcionado
estado místico
por la teología y el proporcionado por el sufismo: no hay otro medio para
conocer de verdad a Dios que la vía mística, que conduce a la
visión extática.
Existe una gran confusión entre filosofía y teología por parte de los teólogos, mientras que
Ibn Jaldún trata de diferenciarlas: los filósofos se interesan por la existencia en términos
absolutos; los teólogos, por la existencia en cuanto apunta al Causante.
Pone en evidencia los límites intraspasables para el intelecto en las etapas de la evolución
histórica:, que son la herejía mutazilí (rendición de la teología a la razón) y la desviación
acharí (fusión de teología con filosofía y argumentación de base lógica). La alternativa es la
mística.
La teología
kalām
es innecesaria para el estudioso, al no existir impíos ni innovadores:
bastan las compilaciones legales de los ulemas sunníes. La teología es la ciencia de la
abogacía.
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la verdad o falsedad de una ciencia. Los dos grupos de ciencias: las que se estudian por sí
mismas y las instrumentales o intermediarias.
Realizó una reordenación de los saberes y ciencias de su tiempo en virtud de sus principios
de adecuación (de lo inteligible universal a lo externo particular), estableciendo ciencias
especulativas y transmitidas. No se establece paralelismo entre lo racional –ciencias
especulativas- y entre lo irracional –ciencias transmitidas. Lo racional y lo irracional se
encuentran en ambos tipos de ciencias. El conflicto no se establece entre razón y tradición,
sino entre racional e irracional.
Hay una falsa acusación de dualismo a Ibn Jaldún (racional en lo socio-político e irracional
en lo especulativo-filosófico), que se justifica con lo racional y lo irracional y su intrínseca
relación en cuanto partes de una estructura especulativa general basada en la distinción
entre dos existencias (sensible y suprasensible) y dos medios de conocimiento (intelecto y
alma). El contexto de la creencia jalduniana en la magia y del rechazo a su teorización con
vistas a su fundamentación teórica.
La inundación del campo cognitivo árabo-islámico por las culturas traducidas y la transición
desde el pensamiento experimental mutazilí hacia el principio de conciliación
entre religión y
filosofía (Alkindi) y de ahí hacia la integración recíproca
entre religión y filosofía (Alfarabi,
Avicena, Hermanos de la Pureza). El amplio proyecto de integración de los Hermanos de la
Pureza y de las ciencias antiguas se heredan en el campo cognitivo islámico.
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El paralelismo de la epistemología jalduniana respecto de la escuela magrebo-andalusí: su
papel respecto de los intentos de integración cognitiva de los Hermanos de la Pureza,
similar al papel de Averroes respecto de Alfarabi y Avicena. Averroes pretende reconstruir
la verdadera filosofía (aristotélica) y Ibn Jaldún pretende reconstruir la ciencia histórica:
ambos comparten el mismo enfoque y la misma problemática epistemológica.
Al principio, la solidaridad social era máxima y llevaba a fundar imperios. En las etapas
finales, el lujo y la desidia de los poderosos desintegraban la sociedad, que se volvía
insolidaria. Ibn Jaldún, según recordaba Colin Clark (The Conditions of Economic
Progress, 1940), se refirió al trabajo productivo e improductivo: en el primero incluía a
médicos, docentes y músicos; en el segundo, actividades basadas en el fraude, explotación o
ignorancia, entre ellas la astrología, la alquimia, la búsqueda de tesoros ocultos y “diversos
servidores públicos que obtienen su parte de ingresos públicos viciados por la injusticia, la
opresión y la presión fiscal”.
Fue el primero en postular que los males contra la supervivencia y el progreso de los
pueblos se sustentan y conllevan consigo aumentar la desigualdad social. Su teoría sobre la
solidaridad social, no sólo es precursora, es clave para el estudio y comprensión de las
aportaciones más relevantes manifestadas a lo largo de la historia del pensamiento
económico hasta la actualidad.
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CRÍTICA EPISTEMOLÓGICA A LA FILOSOFÍA
La posición de Ibn Jaldún respecto a la filosofía helenizante es, por una parte, crítica,
aunque alejada de la animadversión conservadora instalada en la sociedad árabo-islámica, y,
por otra, radical, ya que intenta socavar su raíz misma epistemológica.
● El de los alfaquíes
.- Rechazo a la filosofía desde fuera y sin discusión.
Ibn Jaldún adopta una postura diferente, innovadora y original, que, desde un punto de
vista lógico y claramente positivista, pone en dudas los fundamentos epistemológicos sobre
los que los filósofos erigen sus sistemas metafísicos.
El islam, según Ibn Jaldún, habría asimilado la filosofía cuando los musulmanes
abandonaron la vida nómada, progresaron más tarde en las ciencias y artes, y conocieron las
obras de los pensadores griegos traducidas al árabe.
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El cuadro en el que describe la decadencia cultural del islam occidental llama la atención
por lo descarnado del testimonio. No falta en él la denuncia a los celosos censores de la
ortodoxia, siempre en guardia ante el librepensamiento de los filósofos.
El siglo XIII es el siglo de las Universidades (en especial París y Bolonia) que representan la
culminación de las escuelas urbanas y a donde acuden miles de estudiantes de toda Europa
para aprender de los grandes maestros escolásticos. Es también el siglo en el que por
primera vez el Occidente cristiano conoce en su integridad el Corpus Aristotelicum junto a
los comentarios del filósofo andalusí Averroes. Este renacer filosófico y cuentífico en la
Europa cristiana es reflejado por Ibn Jaldun de modo objetivo, no exento de admiración,
en las páginas de la Muqaddima.
La postura diferente e innovadora de Ibn Jaldún ante la filosofía es que pulveriza sus
fundamentos epistemológicos desde un punto de vista lógico y cuestiona tres principios o
axiomas del pensamiento metafísico de la época:
La lógica no se rechaza en sí, sino su uso en ciertos ámbitos (unicidad de Dios, vida futura,
naturaleza de la profecía y otras) en los que el intelecto viola sus límites y sus condiciones
lógicas de validez. La lógica no demuestra que los juicios generales que genera sean
conformes a la realidad individual, pues al ocuparse de los segundos inteligibles es
demasiado abstracta y se aparta de lo sensible.
Los filósofos han creído comprender toda la realidad mediante silogismos y deducciones a
través de un proceso analógico creciente, derivado de la metafísica griega, entre el hombre y
el universo (ambos poseerían alma e intelecto). Ibn Jaldún rechaza este paralelismo, la
analogía es inválida, pues las esencias espirituales escapan a nuestra capacidad perceptiva.
En la física general, los filósofos han establecido sus ideas sobre el principio de abstracción:
de los seres individuales a los inteligibles primeros, a las ideas generales y así hasta alcanzar
las ideas simples y universales en las que concluye la abstracción. Ibn Jaldún acepta la
abstracción como fundamento del conocimiento pero critica que la concepción del
universo obtenida por abstracción progresiva equivalga realmente a la verdad del universo:
puede que en la materia exista algo que impida la adecuación entre lo inteligible universal y
lo externo particular.
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La metafísica o ciencia divina es imposible, pues estudia los seres espirituales, cuya esencia
es desconocida, inalcanzable e incomprensible racionalmente por abstracción (ésta sólo
puede partir de la percepción sensible).
Hay un modo en que el alma nos informa sobre el mundo superior y en nuestro interior se
constatan tres mundos por el sentido interno:
● La reflexión
● Las voliciones e inclinaciones que nos mueven a obrar (éstas nos permiten
percatarnos de la existencia de un agente que nos hace proceder y que se encuentra
en el mundo de los espíritus).
La percepción del mundo espiritual sólo se logra por el alma a través de la vía mística, que
“descorre el velo de los sentidos”. La unión al Intelecto Agente por el intelecto es falsa,
pues el intelecto humano no puede percibir ni unirse a los entes espirituales. Ibn Jaldún
interpreta de manera “mística” la teoría aristotélica de la unión con el Intelecto Agente. El
intelecto está constreñido por la percepción sensible y la experiencia, en tanto que el
mundo espiritual es suprasensible. El alma, que es espiritual, nos hace sentir la existencia
del mundo espiritual a través de sus estados y de los sueños.
La aparente contradicción
entre Averroes y Ibn Jaldún respecto de la filosofía consiste en que
ambos critican la misma filosofía, la aviceniana (fusión de problemas religiosos y
filosóficos). Ibn Jaldún invalida la filosofía de quienes pretenden una tutela de la sabiduría o
intelecto sobre la ley divina, y Averroes aboga por la independencia e identidad singular de
ambos géneros de conocimiento, con las nociones de lo divino situadas en un estadio
superior. Ambos centran su crítica en los mismos tres puntos de la filosofía oriental: teoría
emanatista, unión
con el Intelecto Agente y teoría de la felicidad.
Tanto Ibn Jaldún como Averroes piden a quienes se afanen en los estudios filosóficos que,
además de filósofos, sean alfaquíes. Las diferencias entre Ibn Jaldún y Averroes se basan en
la función ideológica que cada uno desempeña en su tiempo:
El
proyecto filosófico de Averroes de separación entre religión y filosofía en la cumbre de
la filosofía magrebo-andalusí y en una época de fuerzas sociales emergentes que
acompañaron a la revolución almohade. Ciencia del ser en un tiempo de altas aspiraciones.
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El proyecto ideológico de Ibn Jaldún , en época de involución de la civilización en el
Islam, elabora un discurso de la capacidad real
(no absoluta) del intelecto, que depende de la
materia del objeto (juicios universales del entendimiento frente a la particularidad material
de los seres externos). Ciencia del devenir (historia) en una época de decadencia tangible.
Existe un vínculo entre el conocimiento especulativo y la formación de una clase social que
subsista del Estado para consagrarse a la actividad intelectual.
Las ciencias transmitidas han estado sometidas a las circunstancias evolutivas de la sociedad
islámica: el conjunto inicial de saberes desordenados y posterior especialización en ciencias
separadas e independientes en el período de codificación.
Existe una vinculación “generativista”
jalduniana entre la evolución interna de las ciencias y el grado de complejidad de la vida
social. Los tres factores para el surgimiento y florecimiento de las ciencias son cooperación
entre los hombres, acción del tiempo, institución del Estado y florecimiento de la
civilización. La extinción o traslado del Estado extingue o traslada las ciencias en él
desarrolladas.
La impronta de las sociedades y Estados por los que han transitado las ciencias islámicas
varía desde Medina a Bagdad, de ahí al norte de África y de ahí a al-Ándalus. La descripción
del tránsito de las ciencias especulativas tienen su origen en los imperios preislámicos
(persas, griegos, romanos), consolidación del poder musulmán, las crisis de la civilización
oriental, el traslado a Marruecos y al-Ándalus y su nuevo florecimiento y la mudanza
posterior a Europa (francos, Renacimiento italiano).
Frente a la estrecha dependencia de las ciencias del desarrollo del Estado y del control de
éste sobre aquéllas, aparece el carácter “impracticable” de las ciencias mágicas por no estar
sometidas al intelecto y por no ser toleradas por la religión dominante. Para Ibn Jaldún, la
magia literal es la expresión eufemística de prácticas mágicas que bajo su verdadero nombre
estarían prohibidas por la religión islámica.
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