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Diana Elizabeth Bermúdez Hernández

Seminario de Periodismo Cultural

Carolino: un edificio lleno de historia

Entre largos pasillos y grandes paredes se encuentran resguardados 430 años de historia
sobre la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). El edificio Carolino,
ubicado en el Centro Histórico sobre la tres oriente, es una de las construcciones más
antiguas de la ciudad de Puebla; además de ser muestra de la belleza arquitectónica de la
época de la Colonia. Fue en 1587 cuando Melchor de Covarrubias, mecenas de los jesuitas,
decidió hacer una aportación económica para la construcción del Colegio Carolino del
Espíritu Santo.

De color naranja está pintada la fachada del frente, a simple vista se puede notar el
estilo neoclásico que contrasta totalmente con el barroco del Templo de la Compañía, la
cual se encuentra a un costado. Cinco ventanas pueden contarse en la planta baja mientras
que, en la planta alta, son siete ventanales con balcones; arriba de éstas se puede leer en
mayúsculas: Universidad Autónoma de Puebla. Tres escudos justamente en la parte de en
medio. En la parte más alta, sobresale el escudo de México; debajo de “Autónoma” están
dos escudos más: de la BUAP y el otro pertenece a Melchor de Covarrubias, en el cual se
distingue una torre, una flor de lis y un lobo.

La puerta principal, hecha de madera, se encuentra a un lado del templo. Al entrar


se puede observar la tonalidad gris con amarillo de los muros de una altura mayor a los dos
metros. Unos pasos más adelante se encuentra una escalera de lado derecho, larga y ancha,
que se divide en dos en el medio, las cuales dan a más pasillos donde actualmente se
encuentran las oficinas del área administrativa.

En la planta alta, además, se encuentran dos salones importantes de este edificio: el


Paraninfo (significa aula máxima) y el salón Barroco. El Paraninfo está subiendo las
escaleras de lado izquierdo, y en el pasillo al fondo está la puerta de madera, con detalles
barrocos; lo primero que se observa es la tribuna junto con las dos filas de asientos de
madera a los costados. En la tribuna rara vez se presenta alguien, pues se considera un lugar
de suma importancia. En el fondo, de lado izquierdo, era una capilla, sin embargo, al dejar
de serlo se unió al Paraninfo para albergar más gente; actualmente, es utilizado para
ceremonias y conferencias.

El salón Barroco fue originalmente una capilla, la cual estaba dedicada a San José.
La sensación es única al caminar unos pasos más, se viaja al pasado mientras se observan
los detalles de estilo barroco en el techo. Quien entra se siente inevitablemente atraído, pues
es un salón amplio con filas de asientos de madera como el Paraninfo con pinturas en la
parte de arriba; y al fondo está un muro, donde de madera está un decorado que tiene cuatro
escudos, entre ellos el del Sagrado Corazón de Jesús y el de Melchor de Covarrubias.
Actualmente es el lugar donde se reúne el Consejo Universitario.

Caminar por estos pasillos nos hace pensar en la historia, no sólo de la universidad
sino de la ciudad, pues han sido años los que han pasado desde la fundación de este edificio
y por ende demasiadas personas han pisado ese suelo, agregando un granito a la historia del
mismo, la cual sigue escribiéndose.
La tarde más triste de Atzala [Crónica]

Mario Galeana

Manuela de León no dudó demasiado al elegir el nombre de su segunda hija, aunque nadie
sabe por qué tomó un nombre tan distinto al de todos en el pueblo.

La llamó Elideth.

Cuando la bebé llegó al mes y medio de nacida, Manuela e Ismael Torres Escamilla, su
padre, decidieron presentarla ante Dios. Manuela e Ismael estaban en sus veinte. Ella era
una mujer dedicada al cuidado de su casa y él era campesino, al igual que muchos hombres
en el municipio de Atzala.

Para el bautizo de Elideth, los padres prepararon una misa sencilla el mediodía del martes
19 de septiembre en la iglesia más linda y más antigua del pueblo: la de Santiago Apóstol,
un templo de color amarillo claro, construido en aquel rincón de la Mixteca de Puebla
durante el siglo XVI.

A la celebración sólo llegaron otras 12 personas, pues aunque habían invitado a una docena
más, la hora y el día de la misa no empataba con el tiempo libre de nadie. Casi todos habían
prometido, en cambio, alcanzarlos en la comida que sucede a cada misa: un festín libre de
padrenuestros.

Manuela e Ismael eligieron como padrinos de su hija a la familia que vivía frente a su casa:
a Susana Villanueva y a Florencio Flores, padres de Azucena y Samuel, dos niñitos que
faltaron al preescolar aquel día y quienes jugueteaban bajo el dintel de la iglesia antes de
que la misa iniciara. Feliciana y Aurelia, madre y hermana de Azucena, también estaban
allí.

Jacinto Roldán Capestrán, regidor de Gobernación del municipio de Chietla –a unos 15


minutos de Atzala en automóvil–, era cercano a la familia; tanto, que aquella tarde estaba
en la iglesia de Santiago Apóstol, junto a otras dos mujeres: Aurelia y Carmen.

Las campanas repicaron a la una de la tarde del 19 de septiembre, anunciando el comienzo


de la misa. El padre Ernesto, su capellán y otro ministro religioso estaban en el altar de la
iglesia. Habían preparado la pila bautismal para Elideth y repasaban los últimos detalles de
la ceremonia.

Pero todo duró muy poco, porque exactamente a las 13:14 horas de aquel martes un sismo
con epicentro en los límites de Morelos y Puebla cambió la historia del país.

El cura Ernesto intentó decirle a todos que salieran, pero fue en vano: un segundo después
el techo de la iglesia había colapsado por encima de todos los invitados al bautizo de
Elideth.
Los tres religiosos lograron salir por la puerta trasera, y no fue necesario advertirle a nadie
en el pueblo porque el estruendo de las ruinas fue tal que minutos después había dos
docenas de brazos y manos rascando aquí, enterrando las uñas por allá, escuchando un
quejido leve que diera indicios de vida, abriéndose paso entre montañas de roca, y de poco
a poco fue asomándose un brazo, después una cabeza y al final un rostro, un cuerpo entero.

Crescencio López sabía que al mediodía del 19 de septiembre su nieta más pequeña sería
bautizada en la iglesia de Santiago Apóstol, pero le dijo a Ismael, su hijo, que perder una
tarde de trabajo era imposible.

Albañil de oficio, a Crescencio lo alcanzó el temblor en una construcción que se alzaba en


una comunidad cercana de Atzala. Cuando el rugido de la tierra cesó, Crescencio corrió a la
escuela donde estudian los cuatro hijos de su segundo matrimonio y los llevó hasta su casa,
pero antes de llamar a la puerta su mujer lo paró en seco.

—¡La iglesia, Crescencio! ¡Se cayó la iglesia!

Una punzada de dolor le pasó por el pecho, y Crescencio corrió por las calles de Atzala
alzando la vista, buscando con la mirada el templo religioso, pero lo único que alcanzó a
ver fue la mitad de una de las torres.

La iglesia estaba hundida entre una nube de polvo y sin saber bien quién estaba a su lado,
Crescencio comenzó a cavar, y cavar, y cavar, y cuando escuchó los gritos que
antecedieron al primer rescate corrió desaforado para identificar quién era.

—Era Ismael. Fue el primero al que encontramos. Se lo llevaron, pero está muy grave. Me
acaban de decir que está en el hospital “Rafael Moreno Valle” y que quieren que vaya a
verlo. Pero cómo voy a dejar a su esposa y a sus hijitas así.

Y cuando dice “así”, Crescencio estira las manos y señala hacia los tres ataúdes, que están
ubicados en fila junto a otros ocho, a mitad de la calle donde vivían su hijo y su nuera.

El aire caliente de la Mixteca se pega a la piel y alrededor de la calle alguien hace dulce o
ponche de guayaba, porque el olor llega hasta donde unas 40 personas rezan rodeando los
ataúdes.

Un cura joven, de túnica blanca, reza en voz alta y cierra los ojos cada vez que invoca un
canto religioso.

Crescencio y yo estamos en el primer cuarto de la casa de Ismael y Manuela; me dice que


no puede dejar a sus nietas y nuera solas; que su hijo está muy grave en alguna sala de
hospital, que no ha dormido una sola hora desde el día anterior y me repite que aunque
quiera ir a ver a su primogénito, algo muy dentro le dice que tiene que estar aquí, de pie,
junto a los tres ataúdes.
Cuando la misa termina, una mujer que nadie conoce se acerca al pequeño ataúd blanco de
Elideth y pide que todos hagan y repitan lo mismo que ella.

—O a lo que ustedes les nazca. Yo quiero decirte, Elideth, que aunque no te conocí te
agradezco hacerme ver que la vida estuvo presente — termina, y el mensaje conmueve a
varios, quienes se paran y toman flores rojas que ponen sobre los 11 ataúdes.

Los féretros tienen pegados con cinta adhesiva los nombres de las víctimas. La gente que
no reza cuenta entre sí que una mujer más está muy grave y que el regidor de Chietla y una
mujer más son velados en aquel municipio.

Las fotografías de la iglesia derruida de Santiago Apóstol circularon desde la tarde del
martes 19 de septiembre y por eso hay tantas camionetas que llegan de rato en rato con
víveres que son depositados en el auditorio municipal, donde unas dos docenas de mujeres
cocinan para todo el que se acerque arroz, salsa de chicharrón y frijoles.

Atzala está lleno de gente que habría podido pasar toda la vida sin pensar que existía,
siquiera, un lugar llamado Atzala. Los alrededores de la iglesia están llenos de muchachas
rubias, de tez clara, que toman fotografías y miran a todos lados con extrañeza y dolor, casi
como estuvieran en el fin del mundo. O Marte.

También llega una ola de políticos priistas que reparte sándwiches cerca de la Presidencia
Municipal, pero desaparecen pronto.

Por la tarde, en tres zanjas grandes cavadas en el panteón municipal, los 11 féretros de
Atzala son depositados y cubiertos por tierra.

Y todos sabrán por años que en aquel lugar reposan los muertos de la peor catástrofe del
pueblo.

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