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Daniel Feierstein

Introducción
a los estudios
sobre genocidio

fondo de cultura económica


México - Argentina - Brasil - Colombia - Chile - España
Estados Unidos de América - Guatemala - Perú - Venezuela
A modo de conclusión: las derivas siempre
políticas de las discusiones teóricas

Después de haber explicitado, entonces, el surgimiento del con-


cepto de genocidio, los debates académicos internacionales en-
tre historiadores, sociólogos, cientistas políticos, filósofos y de
haber descripto numerosas experiencias históricas de crímenes
estatales masivos ocurridos durante el siglo xx, vale la pena
culminar este recorrido explorando algunas de sus derivas po-
líticas. Porque los conceptos teóricos siempre se encuentran
imbricados con usos políticos, jamás las consecuencias de cómo
se representan la realidad son neutrales y es este el espacio en
el que el derecho, las ciencias sociales y la geopolítica se entre-
cruzan. Y resulta tan complejo como enriquecedor para el aná-
lisis comprender las discusiones en las que —conscientemente
o no— se incide al intentar conceptualizar los hechos históricos
descriptos en los capítulos previos.
La disputa jurídica se centra fundamentalmente en la posi-
bilidad de describir muchos de los casos analizados en esta obra
como genocidios o bien negarles a algunos o muchos de ellos di-
cha calificación y comprenderlos como “crímenes de lesa huma-
nidad”. Como se adelantó en la Introducción, no hay consensos
totalmente aceptados sobre los límites de la definición de geno-
cidio, sobre cuáles casos incluiría y excluiría, y el camino va de
las teorías más dogmáticas del carácter único del genocidio nazi

451
452 Introducción a los estudios sobre genocidio

(que plantean que ningún otro caso merecería dicha calificación)


hasta las versiones más banalizadoras y exageradas que inclu-
yen como genocidio a los daños al medio ambiente, las políticas
económicas de distribución regresiva de la riqueza o cualquier
ejercicio de represión por parte de un régimen de gobierno.1
A nivel de la sanción jurídica la discusión no es especial-
mente relevante, ya que las condenas por ambos delitos suelen
ser equivalentes en cualquier código penal, aun cuando he de-
mostrado (utilizando el caso argentino como ejemplo, con el
análisis de más de cien sentencias) que finalmente los jueces no
aplican tal equivalencia y que no absuelven ni penan del mismo
modo si califican de modos distintos.2
Sin embargo, no es esto lo relevante sino el hecho de que
las consecuencias en cuanto a las posibilidades de interpreta-
ción, el análisis del pasado y su vinculación con las acciones
presentes y futuras, esto es, sus efectos en tanto “procesos de
memoria” y en la construcción de marcos de utilización del pa-
sado en el presente son cualitativamente diferentes.3
El caso paradigmático de un proceso genocida —el na-
zismo— es un excelente ejemplo para analizar los modos en que
el pasado puede ser apropiado o ajenizado por la propia frac-
ción que lo vive, es decir, las diferentes vinculaciones que se es-

1 Para dos visiones esquemáticas y radicales de estos dos extremos pue-

de consultarse Steven T. Katz, The Holocaust in Historical Context, Oxford,


Oxford University Press, 1994, para una visión unicista del genocidio nazi
y Israel Charny, How We can Commit the Unthinkable? Genocide: the Human
Cancer, Boulder (co), Westview Press, 1982, para una de las visiones más
abiertas e incluyentes, al punto de no distinguir distintos modos de utiliza-
ción de la violencia.
2 Véase Daniel Feierstein Juicios. Sobre la elaboración del genocidio 2,

Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2015, en especial el capítulo 5.


3 He analizado en detalle estas diferencias en Daniel Feierstein Memo-

rias y representaciones. Sobre la elaboración del genocidio, Buenos Aires, Fon-


do de Cultura Económica, 2012.
A modo de conclusión 453

tablecen con ese pasado al momento de pensar las identidades


presentes y futuras. Si solo se observa el aniquilamiento en fun-
ción de la destrucción total de, por ejemplo, las comunidades
judías o gitanas que habitaban el territorio alemán, polaco o li-
tuano, se supone una historia que parecería no haber afectado
a alemanes, polacos o lituanos, entre otros grupos nacionales,
más allá de su mayor o menor solidaridad con las víctimas. Es
decir, se aliena la condición alemana, polaca o lituana de los ju-
díos y gitanos y solo se los puede observar como los observa-
ban los propios perpetradores: como seres ajenos al grupo na-
cional alemán, polaco o lituano. El modo clásico de plantearlo
sería que los alemanes asesinaron a los judíos con la complici-
dad de los polacos y los lituanos. De este modo se esencializa
cada identidad nacional, se despolitiza el conflicto en cada uno
de dichos territorios, pero, sobre todo, se desnacionaliza a ju-
díos y gitanos, precisamente lo que planteaban los perpetrado-
res del genocidio nazi. Algo similar ocurre con la idea de que
los turcos asesinaron a los armenios. Bien y mal, lógica binaria,
despolitización y simplificación feroces que esconden las luchas
políticas que permiten entender cada uno de los procesos ge-
nocidas, luchas que se intentaron desarrollar, sintéticamente,
en cada uno de los capítulos de este libro.
Por el contrario, si observamos el genocidio nazi también
como la destrucción parcial de los propios grupos nacionales
alemán, polaco o lituano (y así es como lo pensaba el creador
del término “genocidio”, Raphael Lemkin) podremos reincorpo-
rar a las víctimas en su cabal dimensión y confrontar con los
objetivos del nazismo, que postulaban la necesidad de un Reich
judenrein, esto es, “libre de judíos”, la concepción racista que
planteaba que los judíos y gitanos no eran ni alemanes ni pola-
cos ni lituanos ni europeos y que por tanto no tenían derecho
a compartir su vida en dichas sociedades.
454 Introducción a los estudios sobre genocidio

El objetivo del nazismo no fue solo exterminar a determi-


nados grupos (étnicos, nacionales y políticos, entre otros), sino
que dicho exterminio se proponía transformar a la propia socie-
dad (primero alemana, luego europea) a través de los efectos
que la ausencia de dichos grupos generaría en los sobrevivien-
tes. La desaparición del internacionalismo y el cosmopolitismo
como parte constituyente de la identidad alemana fue uno de
los aspectos más perdurables del genocidio nazi, y el aniquila-
miento de los judíos y gitanos —junto al de otros grupos elegi-
dos políticamente y no con una selectividad étnica— jugó un
papel central en dicha desaparición.4
La misma politicidad y el uso de terror para reorganizar al
conjunto de la sociedad puede encontrarse en los otros supues-
tos “casos étnicos” analizados en este libro como el del ittiha-
dismo en su intento de transformar a la sociedad otomana con
un proyecto panturquista (capítulo ii), el de la ex-Yugoslavia, que
logró diluir y destruir la identidad yugoeslava, licuándola en ser-
bios, croatas, bosnios, eslovenos o macedonios (capítulo xi) y el
de Ruanda, en donde el racismo hutu buscaba en verdad elimi-
nar de cuajo la influencia anticolonialista que había permeado
al conjunto de las sociedades africanas durante la segunda mi-
tad del siglo xx (capítulo xii). Por supuesto que resulta mucho
más fácil aún identificarlos en los casos más eminentemente po-
líticos como los de España, Camboya, América Latina o Indone-
sia, lo cual no quiere decir que el racismo no haya jugado un pa-

4 Quizás uno de los casos más emblemáticos, y a la vez tristes, de esta

presencia de la identidad judía en la identidad nacional alemana lo consti-


tuya la obra del filósofo judeo-alemán Hermann Cohen quien, en las obras
Germanidad y judaísmo o Religión y sionismo, escritas una década antes del
genocidio, consideraba el judaísmo como “fuente esencial” de la germani-
dad y a Alemania como la nueva patria judía. El carácter filo-germánico de
las comunidades judías del este de Europa se encuentra profusamente do-
cumentado.
A modo de conclusión 455

pel tanto en su versión contra los indígenas en América Central


(muy en especial en Guatemala) como contra los musulmanes y
vietnamitas en Camboya o contra los chinos en Indonesia.
Es llamativo que numerosos autores argentinos (entre los
que cabe mencionar, tan solo a modo de ejemplo, a Hugo Vez-
zetti o Emilio Crenzel, dos de los más insistentes) construyen
una crítica a la utilización del concepto de genocidio para ca-
sos como el de la República Argentina basados en una visión
esquemática, pobre y despolitizada de los supuestos “casos idea-
les étnicos”, que oponen a la “politicidad” del caso argentino. Es
justamente esta visión “binaria”, que cree poder explicar los “ca-
sos étnicos” por fuera de su politicidad, creyendo que esta que-
daría negada en los “casos políticos” por la comparación. Cre-
yendo “repolitizar” casos como el argentino, en realidad dicha
operatoria refuerza y legitima la despolitización de experiencias
como las del nazismo, la Turquía ittihadista, la destrucción del
Estado yugoeslavo o la reorganización del Estado ruandés.
Resulta sugerente volver a explorar el debate a partir del
análisis del conjunto de experiencias históricas que aquí se pre-
sentan, para permitir recuperar la politicidad de todo proceso
de aniquilamiento masivo de poblaciones en la Modernidad y,
desde allí, observar con mayor detalle y profundidad las simili-
tudes y diferencias entre los distintos hechos históricos, que por
supuesto existen. Sin embargo, la supuesta divergencia entre
los casos “puramente políticos” y los “étnicos” se desvanece al
analizar en profundidad la historia comparada. El “historicismo”
de esta crítica termina desnudando una perezosa remisión a un
sentido común que ignora la politicidad concreta de los casos
que se toman como “ideales”.5

5 Para algunos ejemplos, puede consultarse los capítulos de Hugo Vez-

zetti (“Verdad jurídica y verdad histórica. Condiciones, usos y límites de la


456 Introducción a los estudios sobre genocidio

En resumen, la divergencia central en la utilización de


ambos conceptos no pasa por el carácter político o no de los
hechos, ya que no existen casos “no políticos”. Por el contra-
rio, el eje de la diferenciación jurídica —que los buenos tra-
bajos historiográficos recuperan— radica en que el concepto
de crímenes de lesa humanidad solo hace visible y compren-
sible el delito puntual cometido por el perpetrador (el asesi-
nato, la tortura, la violación, etc.) ya que define acciones
puntuales cometidas contra sujetos indiscriminados (pobla-
ción civil), mientras que el concepto de genocidio restablece
la finalidad de la acción, dirigida al conjunto de la población
en tanto grupo nacional, en tanto expresión de relaciones
sociales, y, de esa forma, permite que dicha sociedad pueda
interrogarse acerca de los efectos que el aniquilamiento ha
generado en sus propias prácticas, quebrando la ajenización,
lo que aparecería inicialmente como el sufrimiento de los
otros (aquellos asesinados, desaparecidos, sobrevivientes o
familiares).
El concepto de genocidio restablece la intencionalidad en
la elección de las víctimas, al arrancarlas del papel de “inocen-
cia abstracta” al que las arroja el concepto de crímenes de lesa
humanidad y pasar a entenderlas como un “grupo”, elegido no
aleatoria sino causalmente para que su desaparición genere una
serie de transformaciones en el conjunto de la nación, la des-
trucción parcial del grupo nacional, la “imposición de la identi-
dad del opresor”, tal como lo entendía Lemkin.

figura de genocidio”) y Emilio Crenzel (“De la verdad jurídica al conocimien-


to histórico: la desaparición de personas en la Argentina”) en la discutible,
por otros motivos, obra editada por Claudia Hilb, Philippe-Joseph Salazar y
Lucas G. Martín (eds.), Lesa Humanidad. Argentina y Sudáfrica: reflexiones
después del Mal, Buenos Aires, Katz, 2014.
A modo de conclusión 457

La dimensión geopolítica

Pero la disputa sobre los modos de calificación no solo tiene


consecuencias en los procesos de memoria sino también en su
utilización en el contexto internacional, a partir del uso de di-
chos efectos de memoria para la legitimación de acciones polí-
ticas y militares en contextos significativamente distintos.

La Corte Penal Internacional

La Corte Penal Internacional (cpi) se creó apenas iniciado el


siglo xxi como consecuencia de la sanción del Estatuto de
Roma. Su objetivo fundamental fue el de contar con una insti-
tución que pudiera hacerse cargo de la aplicación de sentencias
por delitos del derecho penal internacional: crímenes de guerra,
crímenes de lesa humanidad y genocidio. Pero el desempeño
de dicha Corte desde su creación hasta el presente —e incluso
el propio diseño de su modo de intervención— crean más
preocupación que tranquilidad frente al modo en que podría
funcionar como garantía ante la violación estatal de los dere-
chos humanos.
Por un lado, el estatuto de la cpi solo le permite actuar en
casos en los que los perpetradores y/o el territorio involucrado
pertenezcan a Estados que hayan reconocido su jurisdicción.
Estados Unidos, Rusia y China, solo por nombrar los casos más
flagrantes de potencias que han intervenido en procesos ge-
nocidas, no la han reconocido hasta hoy ni parece que vayan
a hacerlo.
Por otra parte, su modo de intervención hasta el momento
se ha basado en la recepción de casos elevados a la Corte por
los propios Estados o iniciados por el Consejo de Seguridad de
458 Introducción a los estudios sobre genocidio

las Naciones Unidas. De esta forma, la autonomía de la Corte


para avanzar en violaciones cometidas por los propios Estados
parecería ser apenas formal.
Ello ha llevado, en lo concreto, a que todas las actuaciones
de la cpi hasta el momento se han concentrado en territorio
africano y se dirigen, mayoritariamente, contra miembros de or-
ganizaciones no estatales denunciadas por los Estados (por
ejemplo en la República Democrática del Congo, Uganda y la
República Centroafricana). Por esta razón, el bloque africano ha
amenazado con retirarse colectivamente, al tiempo que la de-
nomina irónicamente como “Corte Penal para Africa”.
Más allá de la gravedad de los delitos denunciados —que no
es lo que se discute en la necesidad de un derecho penal inter-
nacional— lo paradójico de este uso de la cpi es que, al tratarse
de organizaciones combatidas y denunciadas por el propio Es-
tado, no se comprende en qué sentido se lograría un aporte con
la intervención jurídica internacional. Al contrario, las catego-
rías del derecho penal internacional toman su sentido precisa-
mente por ser prácticas cometidas por actores estatales y de este
modo dificultarse su juzgamiento y sanción.
Las numerosas intervenciones de la cpi en casos “no esta-
tales” contrastan con su falta de intervención en aquellos casos
de violación estatal de los derechos humanos, como aquellos
que han sido denunciados, en Colombia, México, Israel o China,
por nombrar solo algunos, así como el papel de las tropas de in-
tervención de Estados Unidos y el Reino Unido en Iraq. En al-
gunos casos, el argumento de la cpi para su falta de interven-
ción radica en que los acusados (China, Estados Unidos, Israel
o Rusia) o los países donde ocurren las violaciones (Afganistán,
Chechenia, China, Iraq o Israel) no son aún Estados parte de la
cpi. En otros casos, como Colombia o México, la situación re-
sulta aún más grave, ya que el argumento se basa en que di-
A modo de conclusión 459

chos Estados “hacen los suficientes esfuerzos para enfrentar di-


chas violaciones”, sin explicar cómo es posible que, pese a esos
“esfuerzos”, las causas contra el aniquilamiento sistemático de
población en Colombia no se hayan siquiera iniciado y las ma-
tanzas de opositores políticos y grupos indígenas continúen
hasta el presente. O cómo se puede ignorar la gravísima situa-
ción en México, con decenas de miles de asesinados y desapa-
recidos, y la imposibilidad o falta de voluntad estatal para es-
clarecer, juzgar y sancionar estos hechos.

Las leyes “antiterroristas”

En simultaneidad con el avance de estas cuestiones, el siglo xxi


ha asistido también —y con un gran aceleramiento a partir de
los atentados sufridos en Estados Unidos el 11 de septiembre
de 2001— al intento de equiparación de los delitos de crímenes
de lesa humanidad y genocidio (cometidos por el Estado) con
el delito de terrorismo (cometido por particulares). Esta ofensiva
logró rápidamente la sanción de una Convención Interameri-
cana contra el Terrorismo y la posterior aprobación en los dis-
tintos países del planeta de leyes antiterroristas, cuya velocidad
de incorporación en los códigos penales contrasta con la lenti-
tud y mora de la incorporación de los delitos de genocidio o
crímenes de lesa humanidad. Por ejemplo, en la República Ar-
gentina, la Ley Antiterrorista se aprobó con gran velocidad a
partir de las presiones del Grupo de Acción Financiera Interna-
cional (gafi), pero el genocidio y los crímenes de lesa humani-
dad continúan sin ser incorporados en el código penal, pese a
la ratificación de la Convención sobre Genocidio en 1956 y a
una decena de proyectos parlamentarios que durante medio
siglo jamás tuvieron tratamiento en el recinto.
460 Introducción a los estudios sobre genocidio

Las leyes antiterroristas han avanzado en tipificaciones


abiertas que dan lugar a la inclusión como delito de muchas ac-
ciones meramente contestatarias, ya que la tipificación de “te-
rrorismo” no se agota en la comisión de acciones que tuvieran
como efecto intencional causar víctimas civiles sino que in-
cluye, por ejemplo, “obligar a un gobierno o a una organización
internacional a realizar un acto o abstenerse de hacerlo” y (a di-
ferencia de la tipificación del delito de genocidio) la propaga-
ción del “odio político” como causa de dicha acción.

Sobre la soberanía y los organismos


internacionales

Paradójicamente, un elemento que se reitera en numerosos infor-


mes de prevención del genocidio de organizaciones oficiales nor-
teamericanas6 —y coincide con la perspectiva dominante en la
cpi— es la necesidad de limitar la soberanía territorial como modo
de “prevenir” la comisión de violaciones de derechos humanos.
Llaman la atención, con respecto a esta cuestión, dos con-
trastes notorios. El primero es que dicho avance sobre la sobe-
ranía no se contempla jamás en las recomendaciones para el go-
bierno de Estados Unidos. Simultáneamente, lo que resulta
confuso es ante quién se debería ceder el principio de la sobe-
ranía estatal para “prevenir los crímenes de lesa humanidad”.

6 Véase, tan solo como los dos ejemplos más importantes, Madeleine Al-

bright y William Cohen, Preventing Genocide. A Blueprint for us Policymakers,


Washington, us Holocaust Memorial Museum, The American Diplomacy of
Academy y The us Endowment of the us Institute of Peace, 2008, y Sarah
Sewall, Dwight Raymond y Sally Chin, maro (Mass Atrocity Response Opera-
tions): A Military Planning Handbook, Cambridge (ma), Harvard Kennedy
School y Carr Center for Human Rights Policy, 2010.
A modo de conclusión 461

Porque la idea de que el principio de soberanía territorial debe


“ceder” no se refiere a la mayor soberanía de organismos inter-
nacionales (Naciones Unidas, organismos regionales, cortes in-
ternacionales) aceptados por dicho Estado. Por lo tanto, ante de-
terminadas prácticas (genocidio y “otros crímenes atroces”, entre
los que se incluye tanto a los crímenes de lesa humanidad como
el terrorismo), estas acusaciones podrían ser fácilmente mani-
puladas si no se establece quién determina la existencia de su
“comisión”, o si dicha determinación queda en manos de comi-
tés internos de Estados Unidos.
Lejos de resultar recomendaciones para prevenir el genoci-
dio, parecerían recomendaciones para intervenir de manera in-
consulta en cualquier lugar del planeta con la excusa de los “crí-
menes atroces”. Pero aquí es donde aparece otra deriva
geopolítica de la discusión con respecto al modo de conceptua-
lizar los procesos históricos.
Igualar todas las realidades históricas como “crímenes atro-
ces”, “violencia” o conceptos igual de abstractos, abiertos y am-
biguos como el de crímenes de lesa humanidad, permite apla-
nar los aniquilamientos masivos de población analizados en
este libro con cualquier denuncia de violencia o represión esta-
tal, igualando prácticas históricas con enormes magnitudes de
diferencias estructurales. A quienes niegan el concepto de ge-
nocidio para los “casos políticos” les preocupa obsesivamente la
diferencia histórica entre el uso del racismo o la explicitación
política de la persecución (que, como vimos, no es una diferen-
cia tan sencilla de distinguir cuando se profundiza histórica-
mente en los “casos étnicos”). Sin embargo, parece preocupar-
les mucho menos las enormes diferencias estructurales entre
procesos de aniquilamiento masivo de población y casos de vio-
lencia esporádica y puntual, como los que homologan a los ca-
sos que ellos agrupan bajo las categorías de “violencia política”
462 Introducción a los estudios sobre genocidio

o “crímenes de lesa humanidad”, infinitamente más ambiguos


y menos elucidados que el concepto de genocidio.
Este aplanamiento no es gratuito ni banal. Lo sepan o no
muchos de sus defensores académicos, la igualación de hechos
históricos estructuralmente diferentes (el aniquilamiento de
centenares de miles de personas en Ruanda frente a la amenaza
de represión estatal en Libia) ha sido utilizado por los organis-
mos internacionales para solicitar la “intervención militar” como
modo de “prevenir” la violación de derechos humanos. El bom-
bardeo de Libia, la matanza de miles de civiles libios y el asesi-
nato de Khadaffi se llevó a cabo bajo la premisa de que el co-
nato de posible confrontación político-militar en Libia podría
ser equivalente al genocidio de Ruanda, en tanto dos casos de
crímenes de lesa humanidad. Pero, al momento de autorizarse
la intervención, no podía probarse que el gobierno libio estu-
viera desarrollando una política de destrucción de grupo alguno
de la población, ni étnico ni político.
Es fácil observar en el presente numerosas intervenciones
que, sin llegar al nivel del bombardeo y la ocupación de Libia,
aprovechan esta lógica de igualación ambigua: la permanente
desestabilización y las acusaciones contra el gobierno venezo-
lano, el apoyo a las propuestas de escisión territorial en Bolivia,
el rápido reconocimiento de la independencia de Kosovo, la du-
bitativa respuesta estadounidense ante el golpe militar en Hon-
duras. Estos y muchos otros casos constituyen ejemplos del
riesgo de la homologación de niveles de violencia diferenciales,
que esterilizan la categoría de genocidio y la anulan. Nadie po-
dría argumentar seriamente el riesgo de genocidio en Libia, Ve-
nezuela o Bolivia, pero si el estándar es más bajo, el fantasma
de la falta de acción internacional en Ruanda es esgrimido una
y otra vez para legitimar la violación de la soberanía de los paí-
ses que buscan autonomizarse de las potencias dominantes.
A modo de conclusión 463

Estas intervenciones o denuncias internacionales en casos


como Venezuela, Bolivia o Kosovo fueron claramente acciones
que aceleraron la dinámica de los conflictos en cada una de las
regiones, conduciendo a la posibilidad de la comisión de críme-
nes de Estado masivos. Si estos aún no han ocurrido —en espe-
cial en América Latina— ha sido gracias a la intervención de or-
ganizaciones regionales que llevaron adelante iniciativas
contrarias a estas lógicas de intervencionismo militar, entre las
que destacan las acciones políticas de la Unión de Naciones Su-
ramericanas (Unasur) que, lejos de proponer intervenciones mi-
litares u homologar las crisis políticas con los genocidios, han
priorizado el diálogo político y la restricción del uso de la vio-
lencia estatal.

El derecho penal en el siglo xxi:


el valor de los conceptos

Y es aquí donde lo teórico se cruza con lo geopolítico y una


interpretación amplia, pero sólida y precisa, de la categoría de
genocidio puede constituirse en una herramienta para garanti-
zar un juzgamiento de los responsables de crímenes estatales
masivos que, simultáneamente, no acepte resignar las garantías
jurídicas de los ciudadanos —sean cuales fueren sus delitos—,
tanto ante los Estados nacionales como ante el nuevo modelo
neocolonialista con eje en las instituciones internacionales.
El sostén de dos principios surgidos del derecho internacio-
nal puede aportar herramientas para una resistencia a estas ten-
dencias crecientemente hegemónicas.
El primero de dichos principios es la obligatoriedad del ca-
rácter estatal de todo delito comprendido como violación de de-
rechos humanos. El motivo de la aceptación de la caída de ga-
464 Introducción a los estudios sobre genocidio

rantías penales como la prescripción, la territorialidad o la


obediencia se basó históricamente en el carácter estatal del per-
petrador. La función jurídica principal de todo Estado —y el mo-
tivo que justifica la sumisión a su soberanía— es la protección
y la garantía de la vida y la integridad de todos sus ciudadanos.
Cuando el aparato estatal produce acciones que afectan la vida
y la integridad de aquellos a quienes debe proteger, sus vícti-
mas se encuentran totalmente indefensas, ya que no pueden re-
currir a institucionalidad alguna que garantice su protección,
pues es precisamente el garante quien está violando los dere-
chos. Dicha gravedad es la que justifica la caída de las garantías
penales de los perpetradores. Cualquier otro perpetrador —por
grave que fuera su delito— puede ser perseguido en tiempo y
forma por el aparato penal de cada Estado. No se entiende, en
ninguno de dichos casos, por qué debería intervenir una justi-
cia internacional ni por qué deberían caer las garantías penales
de los acusados ni menos aún por qué se debería aceptar una
intervención militar internacional. Defender este principio se
vuelve una necesidad imprescindible en momentos en que se
quiere utilizar la difusión y el apoyo a los conceptos de “dere-
chos humanos”, en un sentido laxo, para justificar la vulnera-
ción de toda soberanía territorial o la pérdida de derechos de
numerosos sectores de la población.
Por otra parte, este primer principio también permite con-
frontar con las insistentes vulgarizaciones que igualan la vio-
lencia estatal con la violencia civil en los distintos modos de la
lógica de “dos demonios”, que han aparecido en Argentina, Es-
paña, Chile, México o Colombia con mucha fuerza pero que, en
verdad, constituyen modalidades de representación de cada
uno de los casos históricos aquí analizados. La responsabilidad
por la violencia estatal no puede ser jamás equivalente a la vio-
lencia civil, en tanto la ciudadanía resigna el uso de su fuerza
A modo de conclusión 465

ante el aparato estatal con la garantía de la defensa de su inte-


gridad. Toda autoridad tiene, por tanto, un plus de responsabi-
lidad y en el caso de la violencia estatal, este plus es mayúsculo.
Pretender igualar la violencia estatal con la violencia civil re-
sulta tan o más cuestionable éticamente que pretender igualar
las responsabilidades de un padre con las que tienen sus hijos
menores de edad. Quien ejerce la autoridad debe tener mayo-
res niveles de responsabilidad y este carácter diferencial de la
responsabilidad es un principio fundamental en la constitución
de un derecho justo y equitativo.
En segundo lugar, la figura de genocidio —aún en sus inter-
pretaciones más amplias— contiene en su definición un ele-
mento restrictivo fundamental, que se vincula a la intenciona-
lidad de destrucción de un grupo, en el contexto de la comisión
de hechos de aniquilamiento masivo de poblaciones. Más allá
de la objetable exclusión de los grupos políticos de la definición
—y de la necesidad, en la medida de lo posible, de luchar por la
modificación y mejoramiento de dicho tipo penal— la compren-
sión de todo aniquilamiento grupal masivo como la “destruc-
ción parcial de un grupo nacional”, en el contexto de socieda-
des que son reorganizadas por el terror, permite solucionar
técnicamente la cuestión con una categoría presente en la ac-
tual Convención, respetando tanto la tipificación penal como
el análisis histórico y manteniendo un tipo cerrado y menos
manipulable.
Por el contrario, la permanente apertura del concepto de “crí-
menes de lesa humanidad” a acciones no estatales y su creciente
homologación con los fenómenos terroristas vuelven a esta fi-
gura más laxa aún, existiendo el peligro de transformarla en un
tipo totalmente “abierto” que dé lugar a incluir acciones civiles
no estatales y contestatarias como de hecho está ocurriendo.
Esto deja a los jueces (nacionales o internacionales) la discrecio-
466 Introducción a los estudios sobre genocidio

nalidad para incluir cualquier tipo de práctica bajo el inciso de


“otros actos inhumanos”. Esta tendencia a homologar toda acción
de violencia bajo la figura abierta de crímenes de lesa humani-
dad, incluso la aún más abierta de crímenes atroces o simple-
mente las categorías de “violencia política” o “terrorismo de Es-
tado”, utilizadas por algunos historiadores, podría implicar la lisa
y llana derogación de las garantías penales para el conjunto de
la humanidad. Resulta, por lo tanto, fundamental, en este se-
gundo sentido, rescatar el carácter peculiar de la categoría de ge-
nocidio —en tanto intención de aniquilamiento masivo de un
grupo de población— y confrontar todo intento de creación de
nuevas figuras en el derecho penal internacional, cuya inflación
solo ha contribuido a la equiparación de lo cualitativamente dis-
tinto (lo estatal frente a lo no estatal) y a la vulneración de las ga-
rantías penales, construidas durante siglos para proteger a los in-
dividuos de la arbitrariedad de la persecución estatal.
Contrariamente a la tendencia dominante o hegemónica
del derecho internacional en los casos por genocidio, que pre-
tende negar la calificación de genocidio y reemplazarla en to-
dos los casos por la de “crímenes de lesa humanidad”, muchos
movimientos de derechos humanos en Argentina, Bangladesh,
Chile, Colombia, Camboya, España, Guatemala o México, entre
otros lugares, intentan avanzar en la dirección contraria. Bus-
can que la justicia califique como genocidios a los genocidios y
los distinga de las acciones de movimientos no estatales y no
masivos que, justamente, deberían ser juzgados según los códi-
gos penales preexistentes, respetando (por miserables que sean
los perpetradores y los delitos cometidos, ya que jamás ello ha
alterado los derechos de los procesados) las garantías penales
de sus responsables.
El riesgo de no ver estos problemas —los de representación,
los efectos en los procesos de memoria, la despolitización de los
A modo de conclusión 467

“casos étnicos”, pero también sus consecuencias geopolíticas—


puede terminar colaborando en la destrucción del sistema pe-
nal que hemos conocido en el siglo xx, reinstaurando la discre-
cionalidad y arbitrariedad en el ejercicio del poder. Eso sí, en
nombre de la “prevención” de las violaciones de derechos hu-
manos y de una distinción historiográfica que, pretendiendo po-
litizar lo “político”, solo insiste en los mitos sobre el papel del
odio y el Mal en los aniquilamientos estatales masivos de po-
blación. Tal mito solo puede sostenerse para aquellos casos que
no se estudian y se utilizan como “tipos ideales” abstractos de
una violencia que siempre ha tenido una dirección y un conte-
nido políticos.
Ojalá este libro juegue un rol en el intento de hacer visibles
los elementos estructurales comunes en los distintos casos ana-
lizados que justifican y vuelven relevante (teórica, histórica, po-
lítica y éticamente) la utilización del concepto de genocidio
como herramienta para señalar sus elementos comunes, así
como las diferencias entre la violencia estatal masiva que se
propone la destrucción de un grupo de población con respecto
a otras modalidades de violencia (estatal y no estatal) que ame-
ritan la utilización de otras herramientas conceptuales.

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