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La política científica en discusión

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Boaventura de Sousa Santos¹

Cada vez que hay cambios significativos en la


política científica de un país, surgen posiciones
discordantes y brota el debate nacional. En principio,
es de agradecer que exista tal debate porque muestra la importancia de la ciencia para el
desarrollo democrático del país. Resulta que el debate a veces asume características
antidemocráticas e incluso poco científicas. Este es el caso cuando las mudanzas
propuestas se enfrentan a grupos de interés instalados dentro del sistema científico nacional
que controlan directa o indirectamente el destino de los recursos públicos en la ciencia.

El caso más reciente y notorio en América Latina fue el nombramiento de la Dra. Elena
Álvarez-Buylla como directora general del CONACYT (Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología) de México por el presidente López Obrador cuando asumió la presidencia de la
República. La Dra. Álvarez-Buylla es una bióloga mexicana reconocida internacionalmente
especializada en ecología evolutiva y Premio de Ciencias de 2017. Nada habría que objetar
en cuanto a su capacidad científica para asumir la dirección del CONACYT. Resulta que la
Dra. Álvarez-Buylla también es conocida por su compromiso con la defensa de las
variedades autóctonas de maíz ante el peligro de su sustitución por especies transgénicas.
En otras palabras, la nueva dirección del CONACYT se había enfrentado a los poderosos
intereses de la agricultura industrial y sus aliados instalados en posiciones de poder dentro
del sistema científico. El debate que surgió sobre su nombramiento no honró a la comunidad
científica mexicana y el presidente López Obrador se mantuvo firme en su designación.

Un debate similar está surgiendo ahora en Colombia en torno al documento sobre política
científica y tecnológica del Pacto Histórico que apoyó la elección del presidente Gustavo
Petro y la vicepresidenta Francia Márquez. El conocido científico colombiano Prof. Moisés
Wasserman publicó el pasado 15 de julio en El Tiempo una columna en la que critica
fuertemente este documento. Descartando el tono displicente de la prosa, sus argumentos
merecen ser debatidos y son básicamente dos. El primero es sobre el concepto de ciencia
hegemónica. El profesor Wasserman defiende la posición convencional que fue hegemónica
hasta la década de 1960, cuando surgieron los estudios sociales de la ciencia y las
concepciones epistemológicas que se desarrollaron a partir de ellos.

Las aportaciones de Robert Feynman, Sandra Harding, Donna Haraway, Edgar Morin y
Bruno Latour fueron decisivas para los cambios que entonces se produjeron. Se hizo
evidente entonces que la ciencia no solo progresa a través de la curiosidad científica y la
experimentación (en sí misma problemática) sino sobre todo por fuertes intereses

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económicos (y militares) que guían los caminos de la ciencia a través de la financiación que
controlan. Esto llevó a la erosión progresiva de la distinción entre ciencia fundamental y
ciencia aplicada y a la necesidad de hacer una vigilancia epistemológica cuidadosa y de
activar principios de precaución.

La ciencia hegemónica de la que habla el profesor Wasserman, ciertamente de buena fe, es


la ciencia que aún no ha asumido el contexto científico real en el que opera y sigue
imaginándose protegida de las influencias políticas, culturales y sociales dentro de su torre
de marfil. Esta ilusión de autonomía se deriva de la rutina nunca cuestionada de los criterios
de financiación.

Lo que está en juego en Colombia en este momento es el cuestionamiento de esta rutina


buscando reajustar la inversión en política científica con el fin de responder a las
aspiraciones de mejorar la vida de la mayoría de la población colombiana. Son las
aspiraciones de mayor soberanía alimentaria, más seguridad ciudadana, ambiente más
sano, más respeto por la naturaleza y los ciclos vitales de su regeneración, mejor y más
pacífico control de los territorios y preservación más activa de la rica diversidad cultural que
caracteriza a Colombia.

El segundo argumento se refiere a la justicia epistémica. En este caso, el profesor


Wasserman no entendió el concepto o trató de descalificarlo reduciéndolo al ridículo.
Durante mucho tiempo la filosofía positivista de la ciencia consideró el conocimiento
científico como el único conocimiento válido. La propia filosofía y el Derecho sólo serían
conocimientos válidos si acogieran los criterios positivistas de la ciencia. De ahí la filosofía
analítica y la ciencia jurídica, lo que implicó una reducción drástica del pensamiento
filosófico y jurídico. Esta concepción de la ciencia ha entrado en crisis en los últimos sesenta
años. Las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki fueron los primeros detonadores de la
crisis de la filosofía positivista de la ciencia.

De esta crisis surgieron otras filosofías de la ciencia y el conocimiento que hoy enriquecen el
pensamiento de estos temas. Por un lado, se ha hecho evidente que la ciencia sólo
responde a las preguntas que puede formular científicamente. Por esta razón hay muchas
preguntas importantes que la ciencia no puede responder. El gran físico alemán Carl Von
Weizsacker solía señalar dos de estas preguntas: ¿Qué es la felicidad? ¿Cuál es el sentido
de hacer ciencia? Comenzó a ser evidente que la ciencia, al ser un conocimiento válido, no
es el único conocimiento válido. Para ir a la luna necesitamos conocimiento científico, pero
para conocer la biodiversidad de la Amazonía necesitamos conocimiento indígena. Además,
el movimiento indígena y afrodescendiente del continente jugó un papel importante en
mostrar que había filosofías afro-indígenas que partían de una concepción de la naturaleza
diferente de la que subyace a la ciencia moderna.

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Mientras que para la ciencia moderna la naturaleza es la extensa res de Descartes, un
objeto que está a nuestra disposición para ser explorado, para las filosofías afro-indigenas la
naturaleza es el centro vital al que pertenecemos los humanos y al que debemos respeto.
En otras palabras, mientras que para la ciencia moderna la naturaleza nos pertenece, para
las filosofías afro-indias pertenecemos a la naturaleza. Debido al calentamiento global y a la
crisis ecológica resultante de él, estas últimas filosofías han ganado cada vez más
credibilidad. Curiosamente, estas filosofías tienen una gran afinidad con la filosofía de un
gran filósofo de origen judío, contemporáneo de Descartes. Me refiero a Bento Spinoza,
para quien la naturaleza es una fuerza vital de la que todo emerge, incluyéndonos a los
seres humanos y a la que debemos someternos con respeto. De ahí su concepción de la
naturaleza naturante (naturans) y «Dios, es decir, la naturaleza» («Deus sive natura»).

Frente a todo esto, es importante formular y discutir la política científica asumiendo que lo
que es propio de los humanos no es la verdad, sino más bien la búsqueda de la verdad.

¹Profesor de la Universidad de Coimbra (Portugal). Distinguished Legal Scholar en la


Universidad de Wisconsin-Madison. Premio de Ciencia de la Fundación Calouste
Gulbenkian 1996. Premio México de Ciencia y Tecnología 2010. Traducción de Bryan
Vargas Reyes

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