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El fantasma del interés recorre la ciencia

Publicado el 16 diciembre 2013 por  Rafael García Del Valle  @erraticario

El premio Nobel de Medicina Randy Schekman la ha liado parda al escribir un artículo


en que cuestiona el modo de hacer de las grandes publicaciones científicas y cómo
existen incentivos ajenos a la búsqueda del conocimiento como objetivo final de
cualquier investigación que se considere seria: “Estas revistas promocionan de forma
agresiva sus marcas, de una manera que conduce más a la venta de suscripciones que a
fomentar las investigaciones más importantes”.

Y como ocurre con toda gran marca, lo que ésta patrocina termina adquiriendo un
prestigio que nada tiene que ver con la esencia del producto, en este caso un artículo
científico, sino con la fama otorgada por simple repercusión social:

Los patrocinadores y las universidades también tienen un papel en todo esto. Deben
decirles a los comités que toman decisiones sobre las subvenciones y los cargos que no
juzguen los artículos por el lugar donde se han publicado. Lo que importa es la calidad
de la labor científica, no el nombre de la revista.

Pero estas cosas no son nuevas. Forman parte de lo que se denomina sociología de la
ciencia y no terminan de ser tomadas en serio, salvo cuando algún afamado miembro
activo de la profesión hace declaraciones. Pero, en realidad, esto tampoco es nuevo; una
vez logrado el Nobel son muchos los que se animan a destapar los trapos sucios
arrojados en su campo, como ocurrió en su día con el Nobel de Química Thomas Steitz
y su acusación contra las empresas farmacéuticas por impedir el buen desarrollo de las
investigaciones conducentes a mejores productos que podrían limitar la clientela, esto
es, los enfermos crónicos.

En uno de sus últimos cursos sobre sociología de la ciencia impartido antes de morir, y
cuyos textos fueron recogidos en el libro El oficio de científico, el sociólogo Pierre
Bourdieu afirmaba que:

…las presiones de la economía son cada vez más abrumadoras, en especial en aquellos
ámbitos donde los resultados de la investigación son altamente rentables, como la
medicina, la biotecnología (sobre todo en materia agrícola) y, de modo más general, la
genética, por no hablar de la investigación militar. Así es como tantos investigadores o
equipos de investigación caen bajo el control de grandes firmas industriales dedicadas a
asegurarse, a través de las patentes, el monopolio de productos de alto rendimiento
comercial.

La línea que antaño separaba la ciencia esencial de las universidades de la ciencia


aplicada de las empresas tiende a desaparecer de manera definitiva. Los científicos que
no se ajustan a los criterios comerciales se ven poco a poco marginados en favor de…

…amplios equipos casi industriales, que trabajan para satisfacer unas demandas
subordinadas a los imperativos del lucro. Y la vinculación de la industria con la
investigación se ha hecho actualmente tan estrecha, que no pasa día sin que se conozcan
nuevos casos de conflictos entre los investigadores y los intereses comerciales.
La lógica de nuestro tiempo es la lógica de la competitividad, que se une a la sumisión,
por un lado, y a la ambición por otro. Sumisión como estrategia de la ambición,
generalmente.

La actividad científica, como cualquier otra actividad humana, acaba siendo reducida “a
una vida social con sus reglas, sus presiones, sus estrategias, sus artimañas, sus efectos
de dominación, sus engaños, sus robos de ideas, etcétera”.

Estas limitaciones “humanas” son las que permiten que perviva el paradigma
establecido a pesar de cualquier avance tecnológico o descubrimiento científico
tendente a desarticularlo, pues no sólo se demostrarían como erróneas ciertas líneas de
conocimiento, sino que afectaría a las posiciones de poder en el ámbito académico y
privado. He aquí la razón última por la que los cambios de paradigma son tan
complicados de enfrentar por parte de aquellos que, de obstinarse en sus quijotadas,
serán despreciados y sus publicaciones no alcanzarán esas revistas de prestigio de las
que habla Schekman.

Un ejemplo de ello lo encontramos en Rupert Sheldrake, bioquímico que ahora es


presentado por la Wikipedia como parapsicólogo. En su último libro, El espejismo de la
ciencia,  Sheldrake  cuestiona la objetividad científica desde que el postulado
fundamental del que nadie puede salirse es que la realidad es material, o física.

Tales dogmas son muy poderosos, dice Sheldrake, no porque se haya reflexionado seria
y profundamente sobre todo ello, sino porque, precisamente, no se ha hecho. El sistema
de creencias que gobierna el pensamiento convencional es un acto de fe anclado en una
ideología del siglo XIX.

Los diez dogmas sobre los que se asienta el credo científico materialista son:

1-   Todo es mecánico y tratado como tal, entendiéndose un organismo vivo desde la
complejidad de su maquinaria.
2-   La materia es inconsciente. No existe una esencia vital en ella. Incluso la conciencia
humana es el resultado de una creación material.
3-   La cantidad de materia y energía en el universo es inalterable, con excepción del
Big Bang, cuando tal materia-energía apareció de la nada.
4-   Las leyes de la naturaleza son fijas. No evolucionan.
5-   La naturaleza carece de sentido y la evolución, de dirección.
6-   Toda herencia biológica es material, almacenada en el ADN.
7-   La mente es el resultado de la actividad cerebral.
8-   Los recuerdos son almacenados como huellas materiales en el cerebro y
desaparecen en el proceso de muerte.
9-   Los fenómenos inexplicables desde una perspectiva materialista son ilusorios.
10-   La medicina mecanicista es la única que realmente funciona.

La gran mayoría ignora que el materialismo es una asunción, una ideología, un punto de
vista. No una verdad científica. Karl Popper  llamó a esta forma de fe “materialismo
promisorio”, debido a que se sustenta no en una defensa de hechos comprobados, como
paradójicamente defiende el método científico, sino en la fe de que algún día podrán ser
incluidos dentro del marco de referencia materialista. Esto es, todo evento que se ajuste
a un pensamiento materialista está libre de ser contemplado desde el rigor por el que, sin
embargo, se niegan otros paradigmas.

Los científicos saben que las doctrinas del materialismo son las reglas del juego durante
las horas de trabajo. Sólo unos pocos profesionales las desafían abiertamente, al menos
antes de retirarse o de ganar un premio Nobel.

Y la mayoría de la gente educada mantendrá el credo materialista en público,


independientemente de lo que piense en privado.

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