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Universidad Nacional de Colombia.

Facultad de Ciencias Humanas.


Departamento de Sociología.
Teoría Sociológica Michel Foucault.
Javier Sáenz Obregón

Salomé Beltrán Valdés


Maria Camila López Grajales
Juan Pablo Morales Alvarado

La monstruosidad y la transexualidad desde la psiquiatría,


una lectura foucaultiana

¿He sido culpable, criminal, porque


un error grosero me asignara en el
mundo un lugar que no era el mío?
– Herculine Barbin

Durante sus años de investigación, Michel Foucault estuvo ampliamente interesado en


estudiar ciertas cuestiones referentes a la sexualidad, tal como lo evidencia su obra Historia
de la Sexualidad (2011). Según las tesis del autor, este tema es sugestivo por la multiplicidad
de discursos que lo atraviesan y por ser un punto de encuentro entre el saber y el poder. En
esta misma línea, el presente trabajo pretende poner en diálogo la teoría foucaultiana
alrededor de la sexualidad, y las técnicas de poder que se emplean en la fabricación de la
persona trans como sujeto. De esta manera, nos centraremos en las relaciones de poder
particulares —que comprenden distintos discursos como el médico, el científico y el legal—
que experimentan las personas trans, analizando las consecuencias diferenciales que conlleva
el proceso de subjetivación de estas personas. Para ello, nos basaremos en la revisión de
varios manuales psiquiátricos (Diagnostical and Statistical Manual of Mental Disorders)1
publicados por la Asociación Americana de Psiquiatría entre 1952 y 2014, con el propósito
de evaluar la forma en que allí es producida, diagnosticada y patologizada la transexualidad.

Para poder hablar de la patologización, optamos por el uso de la noción de monstruo o de lo


monstruoso, la cual es abordada genealógicamente por Foucault, y permite vislumbrar que
“lo que define al monstruo es el hecho de que, en su existencia misma y su forma, no sólo es
violación de las leyes de la sociedad, sino también de las leyes de la naturaleza” (Foucault,

1
En adelante, nos referiremos a ellos por sus siglas: DSM.

1
2000a, pp: 61). Como veremos más adelante, y como el mismo Foucault lo desarrolla en su
obra, el monstruo es una figura que, desde el siglo XVIII, irá transformándose conforme las
instancias de poder y conocimiento lo hacen. En ese sentido, el autor establece que el
monstruo se transforma, primero, en un individuo a corregir, esto es, el objeto y el sujeto de
las técnicas disciplinarias, y después se transforma en el masturbador, que viene acompañado
de todo un aparato científico y médico traducido en la sexualidad como ciencia.
Consideramos así, que en los DSM la persona trans entraría en esta concepción de la
monstruosidad. Dadas las técnicas utilizadas para diagnosticar a estos individuos como
sujetos enfermos a quienes hay que tratar médicamente, construimos una terminología
específica dentro de lo monstruoso de Foucault: los sujetos patológicos. De igual forma,

En términos de Foucault, los transexuales pueden ser vistos como monstruos contemporáneos
porque representan [como se mencionó anteriormente] una doble ruptura de la ley y la
naturaleza. Es decir, plantean un desafío al orden jurídico en el sentido de que cuestionan la
estabilidad de una división binaria del sexo, mientras que la identidad y/o el deseo transexual,
así como el proceso de transición, pueden construirse para provocar una ruptura de la
naturaleza (Sharpe, 2010, pp: 81)2.

Esto se evidencia en los manuales psiquiátricos ya mencionados, donde la Asociación


Americana de Psiquiatría (APA) señala la transexualidad como una patología,
categorizándola y sugiriendo distintas formas de diagnosticarla. En el manual publicado en
1952 ya observamos una primera aparición de las desviaciones sexuales, las cuales se
relacionan, según el texto, con personalidades psicopáticas que expresan patologías sexuales
(APA, 1952, pp: 38-39). Dentro de estas se identifican el travestismo, la homosexualidad, la
pedofilia, el fetichismo y el sadismo sexual como desórdenes de la personalidad, sin referirse
todavía directamente a la transexualidad. Así mismo, en esta primera edición del DSM se
señala que “los individuos que se [ubican] en dicha categoría están enfermos, principalmente,
de acuerdo con los términos de la sociedad y de conformidad con el medio cultural

2
“In Foucault’s terms, transsexuals can be viewed as contemporary monsters because they represent a double
breach, of law and nature. That is, they pose a challenge to the legal order in that they call into question the
stability of a binary division of sex, while transsexual identity and/or desire, as well as the process of
transitioning, can be constructed to involve a breach of nature”

2
imperante, y no sólo en términos de malestar personal y de relaciones con otros individuos”3
(APA, 1952, pp: 38).

Identificamos aquí un abordaje inicial difuso de lo que es entendido como desviaciones


sexuales, ya que todas ellas se incluyen en la categoría de desórdenes de la personalidad. Esto
deja entrever que el conocimiento psiquiátrico se encuentra en un estadio algo primario o
poco especializado en comparación con ediciones posteriores, las cuales serán discutidas más
adelante. No obstante, a pesar de referirse a estas desviaciones someramente y de no
profundizar en el diagnóstico de cada trastorno, se logra entrever que el ejercicio de
diagnosticación de las primeras remite a una idea de un orden normal de los cuerpos
(Foucault, 2000b), pues se toma como marco de referencia el “medio cultural imperante” y
las normas de la sociedad (APA, 1952, pp: 38).

La segunda edición de este manual, publicado casi quince años después (APA, 1968), ubica
las desviaciones sexuales dentro de los desórdenes mentales no-psicóticos y las define como
intereses sexuales hacia objetos que no están directamente asociados con el coito, o en las que
se performan encuentros sexuales en extrañas condiciones (pp: 44)4. Introduce en esta
categoría a la necrofilia, la pedofilia, el sadismo, el fetichismo, la homosexualidad, el
travestismo, el exhibisionismo, el vouyerismo y el masoquismo, sin definir en detalle ninguna
de ellas. Como es posible observar en estas dos primeras ediciones, la proliferación de
múltiples términos, todos remitidos a conductas y prácticas sexuales específicas, coincide con
los discursos de verdad que plantean la necesidad de administrar el sexo, en términos
foucaultianos. De acuerdo con Foucault, esto se corresponde con una de las técnicas por
medio de las cuales el poder se ejerce y se entreteje con las instancias de conocimiento: crear
y proliferar nuevas especies o clasificaciones de la sexualidad e incorporarlas a los individuos
para hacerlas visibles (2011, pp: 43).

Ahora bien, es en la tercera edición (APA, 1980) que identificamos profundos cambios en la
presentación de los diagnósticos y en la especificidad y detalle de su clasificación.
Inicialmente, encontramos que estos desórdenes ya no están catalogados como desviaciones
3
“Individuals to be placed in this category are ill primarily in terms of society and of conformity with the
prevailing cultural milieu, and not only in terms of personal discomfort and relations with other individuals”
4
“(...) individuals whose sexual interests are directes primarily toward objects other than people of the opposite
sex, toward sexual acts nnot usually associated with coitus, or toward coitus performed under bizarre
circumstances (...)”

3
sexuales, sino como desórdenes psicosexuales. Además, no están inscritos dentro de la
categoría de los desórdenes de la personalidad, sino que conforman una categoría aparte. Así,
de estos desórdenes psicosexuales se desprende una clasificación más específica: parafilias,
disfunciones psicosexuales y desórdenes de identidad de género. Las primeras son las que el
anterior manual había definido como desviaciones sexuales; las segundas están caracterizadas
por cambios o inhibiciones en la respuesta sexual, y, finalmente, los desórdenes de identidad
de género son definidos como una sensación de incomodidad e inadecuación con el sexo
anatómico, y se caracterizan por persistentes comportamientos asociados al sexo contrario.
En este manual se incluye por primera vez el término “género”, así como el de “identidad” de
manera explícita.

Esta clasificación continúa detallándose más a profundidad, pues dentro de los desórdenes de
identidad encontramos subcategorías entre las que se encuentra la transexualidad, los
desórdenes de identidad de género en la niñez y el desorden de identidad de género atípico.
Hasta el momento no se había presentado la transexualidad como un desorden de la identidad
de género, y en este manual es definida como la incomodidad y el deseo permanente de
deshacerse de los genitales propios para vivir como una persona del sexo contrario (APA,
1980, pp: 261-262). Se determina que puede diagnosticarse solamente si sus síntomas
persisten por un periodo de tiempo de al menos dos años, y que algunas de las señales que
pueden indicar que este desorden está presente son el crossdressing (vestirse con prendas del
sexo contrario), y las actitudes o comportamientos que son típicamente asociados con el sexo
opuesto. Es así que el problema de la identidad al cual se refiere Foucault (1999) se hace cada
vez más manifiesto. El hecho de subcategorizar este desorden se presenta con la intención de
ir descubriendo cómo desde la niñez, pasando por la adolescencia, y hasta llegar a la adultez,
la identidad del individuo va saliendo a la luz. Es más, podría incluso pensarse en que son
múltiples las identidades que experimenta una persona, traducidas en deseos o
manifestaciones sexuales, que derivan, en este caso, en el sujeto transexual.

Justamente, encontramos en la nueva categorización que se desprende de este desorden, que


los tipos de personas transexuales se clasifican de acuerdo con su historial sexual
predominante: 1. asexual; 2. homosexual (atraída hacia personas de su mismo sexo
anatómico); 3. heterosexual; 0. no especificado. Se apunta que las personas catalogadas como
homosexuales pueden llegar a negar este comportamiento porque tienen la convicción de
hacer parte del otro sexo. Además, se mencionan particularidades y especificidades del

4
desorden, por ejemplo, la identificación de la edad a la que generalmente son visibles los
síntomas, como en la niñez temprana, que conllevan a una posterior diagnosticación, así
como a la presencia de factores que predispondrían la aparición del desorden. Dentro de estos
factores encontramos las relaciones perturbadas entre padre-hijo/a o madre-hijo/a, que
conducirían a que el niño o niña se identifique con el sexo contrario desde sus primeros años.

Por último, se especifican los criterios precisos para la diagnosticación del


transexualismo, algunos de los cuales ya hemos mencionado:
“A. Sensación de incomodidad e inadecuación con el sexo anatómico, B. Deseo de
deshacerse de los propios genitales y vivir como un miembro del otro sexo, C. La
perturbación es continua (no limitada a periodos de estrés), durante al menos dos años,
D. Ausencia de intersexualidad física o anormalidad genética, E. No debido a otro
trastorno mental, como la esquizofrenia” (APA, 1980, pp: 263-264).5

Es interesante observar en este manual cómo se va precisando o afinando la tecnología


para diagnosticar a las personas transexuales. En comparación con las dos primeras
ediciones, en esta se establece una suerte de guía con criterios más concisos y claros, pues
aquel individuo que cumpla con ellos, se clasificará como transexual. Este tipo de
tecnologías posee igualmente un sustento teórico más riguroso, que permite codificar de
manera eficiente la información suministrada por el paciente a través del mecanismo de la
confesión que señala Foucault para obtener la verdad del sexo (2011). Así, es a partir de
los procesos de confesión y de diagnosticación que se traen a colación los posibles
tratamientos posteriores a la identificación del trastorno. En el caso de este manual, se hace
mención de la cirugía de reasignación de sexo, aunque con la salvedad de que este
procedimiento, para el año de la publicación, es reciente y por lo tanto se desconocen las
consecuencias que podría tener a largo plazo (APA, 1980, pp: 262).

Por otro lado, se hace mención del desorden de identidad de género en la niñez, el cual es
definido, nuevamente, como la incomodidad con el sexo anatómico, pero se precisa como
algo temporal, que en caso de sostenerse en el tiempo podría “agravarse” —en palabras

5
“A. Sense of discomfort and inappropriateness about one's anatomic sex, B. Wish to be rid of one's own
genitals and to live as a member of the other sex, C. The disturbance has been continuous (not limited to periods
of stress) for at least two years, D. Absence of physical intersex or genetic abnormality, E. Not due to another
mental disorder, such as Schizophrenia.”

5
textuales complicarse— y devenir en transexualidad. En este caso, se señala que los factores
que predispondrían la aparición del desorden son: una extrema, excesiva y prolongada
cercanía con la madre y la relativa ausencia del padre durante la primera infancia en el caso
de los hombres, y, en el caso de las mujeres, una madre que no estuvo disponible para ellas en
la niñez. En ambos casos, la cercanía al progenitor o progenitora del sexo opuesto compensa
la ausencia del progenitor ausente, por lo que el infante adopta la identidad de género de este
progenitor.

Tras revisar este material es evidente la especialización y complejidad que ha alcanzado la


psiquiatría para la década de 1980, pues inclusive el número de páginas se ha triplicado con
respecto a la publicación anterior de 1968 (136 páginas y 507 páginas respectivamente). Este
desarrollo nos habla de una mayor cientifización y fortalecimiento en el área, sobre todo
teniendo en cuenta que cada vez son más numerosos los especialistas de distintas
universidades y centros psiquiátricos del mundo que revisan este tipo de manuales para una
reedición de los mismos, ya que son utilizados a nivel global.

El tema de las ciencias psiquiátricas también fue de gran interés para Foucault, especialmente
por sus nexos con el ámbito legal. En una de sus obras acerca del individuo peligroso (1999),
el autor rastrea la influencia que tuvo la medicina y la psiquiatría en temas jurídicos. Los
manuales que hemos estado comentando, para no ir más lejos, fueron utilizados como
herramienta durante un tiempo en los juicios para determinar el verdadero sexo de una
persona en caso de presentar indicios biológicos de ambos (como en el caso de personas
intersexuales), y para determinar la realización o no de procedimientos quirúrgicos para la
transición de las personas trans al sexo de su elección o al que las autoridades legales y
médicas dictaminaran correcto o adecuado.

La cercanía entre estos dos ámbitos se inició en el siglo XIX, con una patología de lo
monstruoso bajo el concepto de la monomanía homicida: un tipo de crimen que se
consideraba ocasionado enteramente por la locura, pero específicamente por una locura que
no había dado señales previamente, sino que aparece exclusivamente en el crimen en cuestión
(Foucault, 1999, pp: 43). La psiquiatría, tras esta inmersión en el campo jurídico, empezó a
ganar importancia a lo largo del siglo XIX, porque funcionaba como una especie de higiene
pública, de medicina ante el cuerpo social y colectivo. Anteriormente, el sistema judicial

6
buscaba proporcionar un castigo proporcional a las dimensiones del crimen, pero es a partir
de este momento que se trata de aplicar un castigo acorde con la naturaleza del criminal.

De esta forma, “se inscribe tanto en la institución psiquiátrica como en la institución judicial
el tema del hombre peligroso. Cada vez más, la práctica y después la teoría penal, tenderán
(...) a hacer del individuo peligroso el principal blanco de la intervención punitiva” (Foucault,
1999, pp: 49). Bajo esta idea, la antropología criminal pone en el centro de la discusión, ya no
la responsabilidad que tiene la persona sobre el acto, sino el nivel de peligrosidad que este
representa para la sociedad. En otras palabras, el individuo peligroso es considerado como tal
por lo que es por naturaleza, por su constitución y según sus rasgos de carácter o sus variables
patológicas, no por sus actos criminales; estamos ante una justicia que tiende a ejercerse
sobre la naturaleza del individuo (Foucault, 1999, pp: 57).

Observamos, pues, que en esta división entre los individuos peligrosos y los no peligrosos,
las personas transgénero entrarían dentro de los concebidos como peligrosos, pues tal y como
lo dijimos anteriormente, la existencia de la persona trans viola las normas sociales y las
leyes de la naturaleza (cabe mencionar que éstas también son establecidas socialmente), por
lo que sus vidas representan un riesgo y una disrupción del orden establecido. En
consecuencia, como las sanciones se aplican sobre los individuos por lo que son, es
aparentemente normal y consecuente que las personas transgénero sean castigadas o
excluidas, tanto de forma literal a través de diversas violencias, persecusiones, asesinatos,
entre otras, como de manera simbólica mediante la exclusión y la discriminación.

De conformidad con lo anterior, Sharpe (2010) retoma el juicio mediático en 1970 de Ashley
April, una mujer trans que se enfrentó a una demanda de nulidad de su matrimonio
interpuesta por su entonces esposo, Arthur Corbett. En dicho juicio, se indica que Ashley no
podía ser referida como mujer sino como hombre que, a pesar de ya haber pasado por una
cirugía de reasignación de sexo y, por tanto, tener una vagina construida artificialmente, a los
ojos del juez no era suficiente para ser concebida legalmente como mujer. Para este, Ashley
era más un hombre homosexual con una intervención quirurgica de reasignación de sexo que
una mujer, puesto que, supuestamente, la negativa de Ashley de responder a la pregunta de si
había experimentado una erección y eyaculado por excitación de su miembro masculino
—que hace referencia a los criterios A y B del DSM de 1968—, era evidencia clara de que no
le causaba repugnancia su órgano sexual. Por ello, en tanto que hombre casado con otro

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hombre, dicha unión amenazaba la institución sagrada del matrimonio, que sólo concebía la
unión entre un hombre y una mujer. Por consiguiente, falló a favor de su esposo.

Detrás de este caso, comenta Sharpe, está también la idea de que el proceso de transición de
Ashley respondía a una desnaturalización del cuerpo con el que había nacido. Por lo tanto,
desde la noción del monstruo propuesta por Foucault, Ashley era un sujeto monstruoso. Esto
es más claro por cuanto la autora traza su análisis remitiéndose también al caso de una mujer
intersexual, en cuyo juicio el juez, después de recibir los informes médicos de esta persona,
dictaminó que sus órganos sexuales estaban “más cerca” de ser femeninos que masculinos,
por lo que se le reconoció legalmente como mujer y se le permitió intervenir su cuerpo
quirurgicamente con el fin de naturalizar su cuerpo. Este, más que erróneo, estaba
incompleto, por lo que había que terminar lo que la naturaleza no pudo hacer. Evidentemente,
todo lo contrario al caso de Ashley April, que remite a un problema, no sólo del cuerpo
biológico, sino fundamentalmente de la psiquis.

Entrando ahora en la revisión de la cuarta edición del manual (APA, 1995), encontramos la
misma clasificación general del anterior, que diferencia disfunciones sexuales, parafilias,
trastornos de la identidad y trastornos sexuales, todas incluídas dentro de la categoría
“Trastornos sexuales y de la identidad sexual” (pp: 505). Evidenciamos, entonces, la
aparición del trastorno como categoría central para hablar de lo que en anteriores manuales
se denominaba desórdenes o desviaciones. Para diagnosticar los trastornos de la identidad
sexual se establecen dos criterios. Por un lado, pruebas médicas de que el individuo se
identifica “de un modo intenso y persistente, con el otro sexo, lo cual constituye el deseo de
ser, o la insistencia en que uno es, del otro sexo” (pp: 545). Y por otro lado, muestras de
malestar o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes en la vida del individuo.

Asimismo, se señalan otros síntomas de este trastorno de identidad, entre los que
encontramos nuevamente el crossdressing (denominado como travestismo), o el interés por
juguetes o actividades asociadas con el otro sexo en el caso de los infantes; para la
diagnosticación en adultos y adolescentes, se presenta la identificación no sólo anatómica
sino también social con el otro sexo. Esta identificación social consiste en el deseo de adoptar
el papel social y las funciones sociales que el otro sexo desempeña, con el fin de ser
concebido como miembro del género contrario en todas las dimensiones de la vida, tanto
íntima como en sociedad.

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De este cuarto manual se destaca fundamentalmente la referencia, por primera vez, a las
repercusiones sociales que se derivan de los trastornos de identidad sexual. Indican que en
reiteradas ocasiones las personas diagnosticadas terminan aisladas socialmente, provocando
el socavamiento de su autoestima y contribuyendo a una mayor deserción escolar y a una
reducción de oportunidades laborales. En segundo lugar, distinguen que la depresión y la
ansiedad son trastornos mentales que se asocian al de la identidad sexual, sobre todo en la
adolescencia y la niñez, y que están estrechamente relacionados a intentos de suicidio en
edades tempranas. Y en tercer lugar, identifican que las personas con trastorno de la identidad
sexual pueden dedicarse a la prostitución y se ven particularmente expuestas a contraer VIH,
cuadro que también está relacionado con el uso de sustancias y con intentos de suicidio (pp:
547). De igual forma, también indican que hay repercusiones diferenciales entre géneros,
pues los varones con trastorno de identidad sexual tienden a sufrir más ostracismo y
aislamiento por parte de su entorno social en comparación con las mujeres. Identifican que
“aproximadamente cinco chicos por cada chica que padecen este trastorno son enviados a
centros especializados”, lo que podría evidenciar que existe un mayor sesgo y señalamiento
hacia los varones que adoptan comportamientos del sexo opuesto (pp: 548).

Estas repercusiones son incluidas por la APA dentro de los síntomas del trastorno, dando a
entender que el aislamiento, la depresión y los demás efectos mencionados, se derivan
directamente del trastorno, en tanto que problema interior e individual del sujeto. Sin
embargo, reconocemos que, más allá de la responsabilidad individual, es la existencia de un
dispositivo que produce la transexualidad como algo sancionable y patológico, lo que
conduce a situaciones victimizantes para estas personas por medio de exclusiones,
señalamientos y prejuicios sustentados en una idea de normalización de los cuerpos. Creemos
que es debido a estos síntomas que se hacen especialmente palpables las sanciones
normalizadoras por parte del entorno social, características de un poder sobre la vida o de un
biopoder.

Sin embargo, al menos según lo expuesto hasta este manual, esto se corresponde más bien
con lo que Foucault denominó racismo de Estado (2000b), pues el trato social que se le da a
las personas trans proviene de una idea de peligro asociada a sus cuerpos, en lugar de una
idea de que son personas enfermas. En ese sentido, es más que latente la idea del monstruo
encarnado en el sujeto trans. Alrededor de este sujeto se encuentran instituciones médicas

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como los centros especializados, pero también los lugares propensos a la prostitución, dando
cuenta de un criterio higiénico que aísla a estas personas en aras de proteger la norma en la
sociedad. En últimas, más que curar al monstruo, se le señala por su naturaleza y se le
denigra por lo mismo.

Es de este modo que, finalmente, llegamos al manual del 2014, el cual hace una distinción
entre disfunciones sexuales, disforias de género y trastornos parafílicos. En este documento
no se menciona la transexualidad ni se cataloga como un trastorno, pero en cambio
observamos una transformación en la noción de trastornos de la identidad de género, que
comienzan a catalogarse dentro del término disforia de género. Dentro de esa categoría se
especifica la existencia de la disforia de género en niños, disforia de género en adolescentes y
adultos, y otras disforias identificadas y no identificadas.

Así, la disforia de género en niños y niñas es definida como “​​una marcada incongruencia
entre el sexo que uno siente o expresa y el que se le asigna, de una duración mínima de seis
meses” (APA, 2014, pp: 239). Se reduce, entonces, el tiempo de duración necesario para
realizar el diagnóstico para personas de todas las edades, pues anteriormente llegaba a ser de
dos años. Además de esto, se establece nuevamente que “el problema va asociado a un
malestar clínicamente significativo o deterioro en lo social, escolar u otras áreas importantes
del funcionamiento” (APA, 2014, pp: 240).

Ahora bien, se manifiesta una distinción particular a la hora de hacer el diagnóstico según la
edad. Para niños, la persona debe presentar al menos seis características de un listado de ocho
que son, en resumen: insistencia en ser y pertenecer al sexo contrario, preferencia por
juguetes, actividades, vestimenta y compañeros de juego del sexo opuesto, disgusto marcado
por la propia anatomía sexual y deseo por poseer las características anatómicas del sexo que
se siente (APA, 2014, pp: 239). A lo largo de esta descripción, se hace énfasis en que estos
sentimientos pueden estar enfocados al otro sexo o a un sexo alternativo, distinto del que
tiene asignado la persona, por lo que se abre la posibilidad a una concepción no binaria del
sexo. En el caso de los adolescentes y adultos, la persona debe presentar mínimo dos
características, de seis establecidas, para ser diagnosticada. Se produce un nuevo criterio con
respecto a los ya mencionados: tener “una fuerte convicción de que uno tiene los sentimientos
y reacciones típicos del otro sexo (o de un sexo alternativo distinto del que se le asigna).”
(APA, 2014, pp: 240).

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Otro aspecto interesante de esta edición es que se habla de la postransición como algo
importante a la hora de realizar el diagnóstico, esto es, “si el individuo ha hecho la transición
a una vida de tiempo completo con el sexo deseado (con o sin legalización del cambio de
sexo) y se ha sometido (...) por lo menos a una intervención o tratamiento médico de cambio
de sexo” (APA, 2014, pp: 241). Identificamos, entonces, que la persona diagnosticada con
disforia de género no es curada mediante el tratamiento de la cirugía de reasignación de sexo,
sino que este procedimiento simplemente brinda otra herramienta de categorización. Una vez
se ha reasignado su sexo, es una persona postrancisión con disforia de género.

Evidenciamos, entonces, un cambio de términos en los diferentes manuales para referirse a


las patologías, pasando de desviación y trastorno hasta la actual disforia de género (APA,
2014), que integra de igual manera al trastorno de la identidad de género (APA, 1980). Esta
modificación puede ser señal de varios cambios al interior de la psiquiatría, entre los cuales
podemos plantear dos hipótesis. Una de ellas es la inclusión de otros conocimientos al
interior de esta ciencia, pues inserta conceptos producidos desde otras áreas, como los
estudios de género, a la hora de describir el diagnóstico. Esto podría explicar la inclusión de
personas no binarias dentro de la patología de la disforia. La otra hipótesis es que esto
corresponde a un efecto de las luchas y movimientos trans a lo largo de los años, que permitió
el reconocimiento de categorías más amplias en las que están incluidas diversas sexualidades
e identidades.

Conclusiones
A manera de conclusiones, consideramos en primer lugar que es ostensible la proliferación de
múltiples identidades ligadas a las prácticas y orientaciones sexuales nombradas y
clasificadas por los discursos psiquiátricos. Conforme las ediciones de los manuales van
avanzando, este tipo de conocimiento se va especializando cada vez más, produciendo
descripciones más detalladas de dichas identidades, traducidas en desórdenes, trastornos o
disforias. Y es justamente en las formas y mecánismos de esta producción de identidades que
se vislumbra de qué manera el sujeto trans es fabricado como peligroso, patológico y
monstruoso, idea que fundamenta el dictamen de los diagnósticos y tratamientos que
pretenden controlar e intervenir estos cuerpos. Se evidencia, en últimas, un ejercicio de
biopoder que los normaliza.

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Igualmente, a partir de las reflexiones y análisis suscitados por el estudio de estos manuales,
intentamos dar cuenta de la manera en que la figura del monstruo continúa presente en la
producción del sujeto trans, principalmente bajo la concepción que tiene Foucault de esta. No
obstante, el concepto de monstruo es ante todo polisémico. Como ya mencionamos, Foucault
examina las figuras monstruosas como aquellas que quiebran el orden natural y social
establecidos. Son ante todo personajes que evocan miedos y señales de peligro o inestabilidad
(Foucault, 2000a). En últimas, figuras negativas. Sin embargo, en su raíz latina, mōnstrō
significa aquello que se muestra o se enseña, especialmente porque merece ser mostrado
(Wikcionary, s. f.). Creemos, entonces, que en su seno se abre la puerta a lo que sería una
serie de contraconductas, pues si nos remitimos a esta primera definición, encontramos que el
concepto de lo monstruoso también cobija en cierta medida las luchas de las personas trans
por su reconocimiento.

Por último, observamos que con el paso del tiempo se produjeron importantes cambios de un
manual a otro; lo que inicialmente se entendía como un desorden de la personalidad, ha
mutado hasta denominarse disforia de género, término rescatado desde los estudios de género
y los activismos trans. Sin embargo, hay varios factores que nos indican que las personas
transgénero siguen concibiéndose como desviadas dentro del saber psiquiátrico. En primer
lugar, por el hecho de que estas experiencias son medicalizadas y, por otro lado, porque su
diagnóstico se hace a partir de ciertos criterios o síntomas, lo cual alude a una patologización
de la transexualidad. Esto es interesante e invita sin duda a una discusión todavía no dada con
respecto a la transición de estas personas, pues da pie a preguntarse si esta medicalización,
que constituye una herramienta para que las personas transgénero accedan a tratamientos para
reafirmar su identidad, de fondo reafirma la idea de su monstruosidad.

Referencias bibliográficas:

American Psychiatric Association (1952). Diagnostic and Statistical Manual of Mental


Disorders. Washington, Estados Unidos

American Psychiatric Association (1968). Diagnostic and Statistical Manual of Mental


Disorders (Second Edition). Washington, Estados Unidos

American Psychiatric Association (1980). Diagnostic and Statistical Manual of Mental


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12
American Psychiatric Association (1995). DSM–IV. Manual diagnóstico y estadístico de los
trastornos mentales. Barcelona, España: MASSON, S.A.

American Psychiatric Association (2014). Guía de consulta de los criterios diagnósticos del
DSM–5. Washington, Estados Unidos: American Psychiatric Publishing.

Foucault, M. (1999). La evolución del concepto de «individuo peligroso» en la psiquiatría


legal del siglo XIX. En Estética, ética y hermenéutica. Obras esenciales, v. III.(pp:
37-58). Barcelona: Paidós.

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Collège de France (1974-1975). México: Fondo de Cultura Económica.

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Cultura Económica.

Foucault, M. (2007). Herculine Barbin llamada Alexina B. Madrid, España: Talasa Ediciones.

Foucault, M. (2011). Historia de la Sexualidad. 1. La voluntad de saber. México: Siglo XXI.

Sharpe, A. (2010). Changing Sex: The Problem of Transsexuality. En Foucault's Monsters


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Wikcionary (s. f.) Definición de Monstruo. Recuperado de:


https://es.wiktionary.org/wiki/monstro#Lat%C3%ADn

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