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Una de las reformas legales que trae el Código Penal peruano de 1991, con respecto al
Código Penal de 1924, es precisamente haber dividido sistemáticamente el tema de los
delitos contra la Administración Pública en dos grandes partes.
Por el contrario, en sentido estricto, se entiende como la infracción penal dolosa que
comete el que, actuando en calidad de funcionario público, dictare resoluciones u
órdenes contrarias a las Constituciones o leyes o ejecutare las órdenes o resoluciones
de esta clase existentes o no ejecutare las leyes cuyo cumplimiento le incumbiere [3].
El abuso de autoridad es ya una forma de extralimitación o mal uso del poder público
vinculado a ámbitos de competencia que nacen de la función o el cargo [4], que el
funcionario público quebranta mediante acciones u omisiones que resultan
perjudiciales a la Administración Pública y a las partes directamente agraviadas
(personas naturales o jurídicas) o a la sociedad misma.
Como parte del derecho comparado, esta vez hemos tomado en cuenta el Código
Penal para el Distrito Federal (México), el mismo que contiene un capítulo que se
denomina “Abuso de autoridad y uso ilegal de la fuerza pública”, y que en el artículo
262 sanciona lo siguiente:
Se le impondrán de uno a seis años de prisión y de cien a quinientos días multa al que
en ejercicio de sus funciones o con motivo de ellas:
Sin embargo, más adelante contiene un capítulo (V), en el cual sanciona más
específicamente el delito de Abuso de autoridad a través del uso indebido de
atribuciones y facultades del funcionario; así, en el artículo 267 señala varias conductas:
Será reprimido con prisión de un mes a dos años e inhabilitación especial por doble
tiempo, el funcionario público que dictare resoluciones u órdenes contrarias a las
constituciones o leyes nacionales o provinciales o ejecutare las órdenes o resoluciones
de esta clase existentes o no ejecutare las leyes cuyo cumplimiento le incumbiere.
Concretamente, la legalidad del acto oficial es la que se afecta. Se busca que los
funcionarios públicos investidos de autoridad ejerzan sus atribuciones o competencias
sin vulnerar los derechos de los particulares. De lo que se trata es de preservar la
regularidad del funcionamiento de la Administración Pública, la legalidad de los
actos administrativos. Sin embargo, habrá que precisar que el delito de abuso de
autoridad requiere hechos suficientemente graves y no simples providencias
disciplinarias[6].
En esta lógica, la antigua redacción del artículo 376 del Código Penal fue modificada
por la Sétima Disposición Final de la Ley 28165, publicada el 10 de enero de 2004, la
misma que reformuló nuestro delito de abuso de autoridad. El texto quedó descrito de
la siguiente manera: “El funcionario público que, abusando de sus atribuciones, comete
u ordena, en perjuicio de alguien, un acto arbitrario cualquiera…”; es decir,
técnicamente, la mayoría de delitos cometidos por funcionarios públicos contra la
Administración Pública resulta ser una especie del ejercicio abusivo que realiza la
autoridad estatal; así, por ejemplo, el delito de enriquecimiento ilícito o el delito de
concusión.
Por otro lado, el efecto “genérico” del delito de abuso de autoridad no solo es
relevante desde el derecho penal material, a través de las reglas del concurso
“aparente” de normas (por ejemplo, de subsidiariedad), que puede generar entre el
abuso de autoridad y otros tipos penales similares, sino que su efecto es también
relevante para el derecho procesal penal, a través de tipificaciones alternativas o en la
posible acusación fiscal de tipo principal, alternativa o subsidiaria, que puede realizar el
fiscal en el marco del nuevo proceso penal respecto del delito abusivo con relación a
otros tipos penales similares.
Además, debemos precisar que una de las razones del grado de subsidiariedad del
delito de abuso de autoridad es precisamente la forma como el legislador nacional ha
reprimido dicho delito. En efecto, el funcionario público que, abusando de sus
atribuciones, comete u ordena, en perjuicio de alguien, un acto arbitrario cualquiera,
solo será reprimido con pena privativa de libertad no mayor de dos años, es decir, una
pena sumamente exigua con relación a los tipos penales ubicados en otros
clasificadores jurídicos del mismo rubro contra la Administración Pública.
Sin embargo, debemos advertir que con la reforma legal última aplicada al delito de
abuso de autoridad, a través de Ley 29703 de fecha 10 de junio de 2011, se ha
suprimido la frase “…un acto arbitrario cualquiera…”, con lo cual nos queda realizar la
siguiente pregunta: ¿seguirá siendo el delito de abuso de autoridad un tipo genérico
en relación con los otros delitos contra la Administración Pública? En nuestra opinión,
creemos que el delito de abuso de autoridad ha dejado ya de ser un tipo genérico y ha
pasado a ser un delito autónomo; es decir, se ha extirpado de la tipicidad objetiva
aquella conducta del funcionario público que ocasionaba un acto arbitrario
“cualquiera”, circunscribiéndose ahora a un acto concreto, revestido de funcionalidad y
perjudicialidad a una persona natural o jurídica.
Con la nueva modificación del tipo penal en cuestión ya no encontramos razones para
continuar con una interpretación genérica y subsidiaria del tipo en cuestión. En modo
alguno parece razonable ni congruente hablar de tipo cenal abierto, genérico e
indeterminado que supuestamente sigue caracterizando al artículo 376 del Código
Penal. No, al menos, con la supresión del vocablo “cualquiera”[12].
4. Descripción legal
El artículo 376 del Código Penal, modificado por la Sétima Disposición Final de la Ley
28165, publicada el 10 de enero de 2004, regula el delito de abuso de autoridad con el
siguiente texto:
5. Tipicidad objetiva
Tenemos que advertir que solo pueden serlo los funcionarios públicos que ejercitan
abusivamente sus atribuciones[13], en el entendido de que solo aquellos tienen dentro
de sus facultades el ius imperium y el ius coertio.
En esta línea de ideas, a los funcionarios se les identifica con el deber de mantener la
regularidad y legalidad de los actos que ejecuten durante el ejercicio de sus funciones,
sea ordenándolos o cometiéndolos, constituyéndose en los directos garantes por
responsabilidad estatal (delito de infracción de deber propio) [14].
En principio, debemos destacar que será el Estado (peruano) el sujeto pasivo de este
delito, pues es el único titular del bien jurídico, según reza nuestro Código Penal
(Delitos contra la Administración pública). Sin embargo —y es aquí donde se inicia la
problemática[16]—, también habrá que mencionar que existiría una fusión de titularidad
en cuanto a la protección del bien jurídico “Administración Pública”, pues puede
entenderse como sujetos “afectados” (“perjudicados” es un concepto del derecho
procesal), en primer lugar, tanto los particulares [17], como a los mismos funcionarios
públicos —y, por ende, el Estado—, mediante actos arbitrarios provenientes de un
ejercicio abusivo de las atribuciones públicas.
Para ello se debe tener en claro una posición que proviene del derecho penal material,
en el sentido de que una cosa es el sujeto pasivo del delito y otra el sujeto pasivo de la
acción. Esto cobra especial relevancia cuando de bienes jurídicos institucionales-
colectivos se trata. En efecto, en los delitos contra la Administración Pública, el sujeto
pasivo del delito es y lo será siempre el Estado, pues es el único que ostenta la
titularidad del correcto funcionamiento de la Administración Pública.
En cambio, sujeto pasivo de la acción, es decir, en quien recae “directamente” la acción
del sujeto activo, lo será el particular afectado por el acto arbitrario; en este sentido,
el quid del asunto está en absolver la siguiente pregunta: ¿el sujeto pasivo de la
acción comprende o absorbe también al sujeto pasivo del delito? Si la respuesta es
positiva, debemos mantener aquella posición doctrinal que sostiene que tanto la
Administración Pública como el ciudadano (particular) pueden ser sujetos pasivos del
delito de abuso de autoridad, y esto obviamente tiene importantes consecuencias
jurídico-procesales. Así, un agraviado (o varios agraviados), por su sola condición
jurídica de tal, se halla en la posición de solicitar su respectiva incorporación como
“actor civil” en la investigación del delito de abuso de autoridad.
Bajo esta premisa tendríamos que admitir que, para un mismo tipo penal, el Estado
peruano aparecería no solo como agraviado —y, en consecuencia, con derechos de ser
sostenido como parte civil—, sino que además se presentaría como sujeto pasivo,
puesto que la Administración Pública es responsable de los actos y omisiones que
realizan sus funcionarios. En tal sentido, es posible que participe en el proceso penal
como tercero civilmente responsable.
Ahora bien, la tipicidad del delito requiere que el agente esté investido de autoridad y
que, en vista de tal circunstancia, ejerza determinadas funciones públicas [21],
específicamente del sector al cual pertenezca el funcionario estatal; en consecuencia,
no serían típicos aquellos supuestos de clausura de local comercial en el marco de
atribuciones funcionales[22], o aquel caso de creación de tributos municipales en
mercados y mataderos públicos que se halla en el marco de la ley [23]. Finalmente, el
caso de las rocas colocadas en la puerta de ingreso a un penal, al no ser de
competencia del funcionario municipal, es atípico como delito de abuso de
autoridad[24].
En esta línea de pensamiento, según el artículo 376 del Código Penal, parte pertinente
(“El funcionario público que, abusando de sus atribuciones…” ), no puede hablarse
técnicamente de un “abuso” de atribuciones estatales si alguien no posee dicha
atribución; esto es, los actos que no son competencia del sujeto no configuran el abuso
de atribuciones propio del delito [25]; en todo caso, lo que habría es otra tipificación:
delito de usurpación de funciones[26].
Además, debemos tener en cuenta que la comisión del abuso de funciones requiere de
la competencia para ejercer actos pasibles de abusos por parte del funcionario , pero
como las implicancias típicas no son estáticas, es importante también que, previamente
o durante el ejercicio conductual del abuso, el agente-funcionario se encuentre en su
labor[27]. Esto quiere decir que cometa u ordene actos arbitrarios en el ejercicio propio
de sus funciones, pues de ellas se abusa; lo contrario haría atípica la conducta [28].
Esta parte del tipo penal es lo que se conoce como “ley penal en blanco”, es decir, el
juez tendrá que acudir a normas extrapenales para llenar el contenido del término
“atribuciones”[29]. Así, por ejemplo, si el acto abusivo proviene de un alcalde, tenemos
que remitirnos a la Ley Orgánica de Municipalidades, revisar cada una de las
obligaciones y facultades que prevé dicha ley y, a partir de ahí, observar si dentro de la
interpretación de las atribuciones ha existido una extralimitación, y luego veremos que
el acto abusivo tiene que estar revestido de una connotación arbitraria.
Por otro lado, con relación a la ilegitimidad propia de un “abuso” funcional, puede
consistir en dos supuestos: a) El uso de facultades prohibidas específicamente o no
concedidas a ningún funcionario público (por ejemplo, detención ilegal; funcionario del
Registro Civil que obliga a casarse a quien no quiere), y b) El uso de facultades
concedidas por la ley, pero ejercidas arbitrariamente por no darse los supuestos de
hecho para su ejercicio (por ejemplo, el policía que detiene más tiempo del necesario
que prevé la ley a personas acusadas de terrorismo o narcotráfico, pues, como es
sabido, la propia Constitución del Perú señala en el artículo 2, numeral 25, inciso F que
dichas personas pueden ser detenidas solo hasta por 15 días.
Tiene que haber una necesaria y evidente relación de causalidad, ya sea con prueba
directa o indirecta, por un lado entre actos de “ordenación” directa proveniente de un
funcionario público, y por otro lado, del acto abusivo y perjudicial hacia una persona
natural o jurídica. Por ello, aquellos actos arbitrarios, por ejemplo de policías
municipales, no ordenados por un funcionario municipal no configurarían delito de
abuso de autoridad[31].
– Con relación al verbo “ordenar”, esto implica una vez más las facultades decisorias
(mandar hacer algo) del funcionario público[34]; es decir, debe quedar claro que ordenar
solamente puede hacerlo una “autoridad” que, en ejercicio de sus atribuciones (pero
abusando), manda a otro (funcionario o particular) que ejecute determinado acto [35].
Tal conclusión, sin embargo, carecería de certeza en vista de que los delitos
comprendidos en la Sección I, Abuso de Autoridad, solo pueden ser cometidos por
funcionarios públicos. De esta manera, los particulares que cumplen órdenes que
conllevan la ejecución de actos arbitrarios realizarán actividades que se encuadran en
el tipo, pero solo en calidad de partícipes o cómplices.
Su configuración obedece a formas de comisión activa y no omisiva, pues no es
imaginable el supuesto de emisión de órdenes por omisión impropia, ya que estas
dependen de una actuación propia de la función de autoridad, y no un “dejar de
hacer”, por lo que no se satisface la equiparación jurídica. Así también concurrirán
supuestos de órdenes de ejecución directa (delito instantáneo) y de tracto sucesivo
(delito continuado)[36].
La orden del funcionario público tiene que ser dada de manera expresa y de forma
inequívoca; sin embargo, el problema está en lo siguiente: ¿también puede darse el
caso, para efectos de la tipicidad, de una orden implícita? Ponemos el siguiente
supuesto: el funcionario realiza determinados actos que pueden dar a entender que
dicho funcionario público ha dado una orden. Por ejemplo, el alcalde que en algún
momento manifestó en sesión de concejo que iba a desalojar, sin resolución judicial, a
los ambulantes que se encuentran en la zona de La Parada, pero finalmente no se llegó
a realizar dicho desalojo por ciertos motivos; empero, luego de unas semanas, dos
serenos de la municipalidad, en el entendido de que la orden todavía sigue en pie,
realizan el acto abusivo de desalojo de los comerciantes de La Parada.
Desde nuestro punto de vista, y según el caso planteado, la orden implícita solo tendría
relevancia jurídico-penal en la medida que dicha orden tenga luego un grado de
“actualización” por el mismo funcionario; es decir, necesariamente tiene que haber una
orden expresa (y, por tanto, abusiva) que en momentos posteriores no se llegó a
ejecutar, pero el funcionario público ha realizado ciertos comportamientos (voluntarios
y no coactivos) que “expresan” que dicha orden sigue “latente” y “vigente” en la
actualidad, y que pueda ser percibido por terceras personas, normalmente cercanas al
funcionario público. Se trata de un supuesto de interpretación in extenso del tipo
penal; en tal sentido, el funcionario público tiene que haber mostrado voluntariamente,
en primer lugar, una orden expresa e inequívoca; en consecuencia, si no existe tal
orden expresa, a nuestro juicio, no podrá verificarse una orden implícita, al menos para
el delito de abuso de autoridad.
Ahora bien, la orden tiene que ser dirigida concretamente hacia otra u otras personas
—necesariamente una persona natural— que están de alguna manera vinculadas al
funcionario público; aunque no se trata expresamente de un requisito sine qua non,
consideramos que entre el funcionario y la persona ejecutante —que puede ser un
funcionario, un servidor público o simplemente un particular— debe haber
determinados lazos de comunicación —ya sea amical, parental, funcional, etcétera—
mínimamente existentes.
Finalmente, las características de la orden son los siguientes: a) las órdenes que quedan
en la oficina del funcionario y que no llegan a ejecutarse constituyen actos penalmente
irrelevantes, b) las órdenes ejecutables firmadas (por el o los funcionarios competentes)
que son notificadas, constituyen ya actos ejecutivos que hacen tentativa inacabada del
delito; c) las órdenes ejecutadas pero que no producen el efecto perjudicial del
“alguien” al que alude la norma penal, sea por razones externas o internas que frustran
la realización del acto arbitrario, configuran tentativa acabada o delito frustrado; y d)
las órdenes ejecutadas que resultan perjudiciales al tercero consuman el delito de
abuso de autoridad[38].
Desde nuestro punto de vista, consideramos que está acorde con el principio de
lesividad material y fragmentariedad que debe reinar en el derecho penal, porque el
tipo penal no podrá perfeccionarse si es que la conducta abusiva acarrea algún
perjuicio a un particular, ya sea una persona natural o una persona jurídica.
Según Abanto Vásquez, “la arbitrariedad consiste en la oposición del acto a las leyes;
en la cual el funcionario sustituye la ley por su propia voluntad. No habrá arbitrariedad,
si la propia ley ampara las decisiones del funcionario” [42]. Para García Navarro, “la
definición del acto arbitrario, a partir de las variantes de la extralimitación, debe
comprenderse a través del aumento del riesgo que categóricamente controla los
parámetros de la norma. Como se sabe, la norma define los actos funcionales
(señalamiento legal de facultades y atribuciones), tanto reglando su forma de actuación
como el sentido de los mismos, por lo que demarca o fija el perímetro de lo que se
debe o no hacer”[43].
El perjuicio está empleado en su acepción genérica [49]. Por lo mismo, puede ser de
naturaleza económica, administrativa, de operatividad funcional (para los negocios,
trámites, viajes, etc.), moral (la imagen del afectado, sea persona natural o jurídica),
aflictiva, política, civil, etc. Es evidente que el perjuicio, al poseer naturaleza amplia, no
necesariamente está circunscrito a los de contenido patrimonial; sin embargo, hablar
de la posibilidad de perjuicio (perjuicio potencial) para ampliar el significante de dicho
componente del tipo de abuso genérico de autoridad supondría perder los límites de
la lesividad derivada de la conducta típica[50].
6. Tipicidad subjetiva
El dolo es, así, un dolo directo o de intención, o como se diría coloquialmente, de mala
intención[55]. En consecuencia, el delito de abuso de autoridad excluye la posibilidad del
dolo eventual. En este punto, el sujeto debe conocer la “idoneidad del perjuicio” de su
conducta abusiva. Con todo ello se excluye claramente el “dolo eventual”: solamente es
posible el dolo directo[56]. Para Salinas Siccha,
De acuerdo a la lectura del artículo 376, resultaría evidente que este delito admitiría
interrupciones voluntarias e involuntarias en fase de ejecución (tentativa, artículo 16
del Código Penal). Empero, opinamos que debe tenerse en consideración los dos
verbos rectores que prevé el citado tipo penal:
Como es sabido, el que se atreve a cometer, a realizar la acción típica abusiva, puede
ser una persona distinta de aquella que finalmente tomó la decisión abusiva. En este
caso, para los efectos de los grados de desarrollo del delito, quien empezó a realizar el
acto abusivo (que necesariamente tendrá que ser un funcionario estatal), pero que
finalmente no perjudicó a nadie igualmente será sancionado en grado de tentativa.