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Todas estas crisis hacen sinergia, y hoy tocamos fondo con la crisis del COVID-19. En este
escenario, las enfermedades denominadas emergentes e incluso reemergentes, juegan en un
escenario distinto. Particularmente, las zoonosis, enfermedades transmitidas de los animales a los
seres humanos, son el 60% de las enfermedades emergentes y de estas el 70% provienen de
animales silvestres. Las enfermedades más las condiciones que genera el Antropoceno, causan lo
que vemos hoy, que un virus altamente contagioso que salta y muta de un murciélago, un
pangolín, -especies amenazadas por la presión humana- se transforme en una pandemia. La
globalización y rápido intercambio y flujo de personas, materiales y mercancías; a lo que podemos
sumar, la negligencia de los tomadores de decisiones y la sociedad en general, todas estas
interconexiones que no tomamos en serio ni respetamos. No hace falta pensar en los pangolines
malayos, solo pensemos en el virus Hanta y el tifus de los matorrales, ambos transmitidos por
vectores nativos. Podemos preguntarnos, por ejemplo, ¿cuál es la política de Estado respecto a
estas enfermedades emergentes en Chile?
Aunque suene duro, parece que a lo único que el ser humano teme en realidad es a las
enfermedades. Con toda razón, plagas y epidemias han diezmado poblaciones enteras en el
pasado. Pero el entendimiento de una epidemia en este contexto de destrucción de sistemas de
vida naturales y culturales es un paso que extender hacia todos los ámbitos de la vida. Científicos y
activistas de todo el mundo llevan años y décadas de lucha por llevar estos temas
socioambientales a altas esferas de tomas de decisiones, a niveles nacionales y globales; algunos
de ellos arriesgando o perdiendo sus vidas. En retorno, la clase gobernante han generado muchos
acuerdos y reuniones, algunos muy costosos, pero que se han traducido en pocos cambios
estructurales, o bien son muy lentos e inconstitucionales. Ni siquiera la ambiciosa agenda del
cambio climático, cuyos efectos devastadores han afectado a todas las latitudes, ha logrado hacer
cambiar el rumbo de nuestro sistema. Es más, existen sectores de la sociedad que niegan el
cambio climático a pesar de un mar de evidencia y de trabajo científico serio, que en este
momento es irrefutable. La posverdad y el populismo se reinstalaron en los gobiernos de naciones
poderosas en el peor momento y hoy sufrimos sus consecuencias. Modificar nuestro modelo de
desarrollo y estilo de vida será, como hoy, forzoso, no por voluntad si no por fuerza de las
consecuencias, por ejemplo, con lo que vemos con la pandemia de COVID-19. Ahora es cuando, la
oportunidad en que todos vemos con estupor lo que está pasando. Necesitamos una globalización
avanzada, tolerante con las diferencias y la diversidad, pero consciente de los límites.
Entonces, ¿cómo podemos como sociedad chilena enfrentar los nuevos desafíos? Primero,
creemos que es fundamental hacer cambios macro políticos y tenemos herramientas ya en juego.
Esto implica en lo concreto:
Primero, debemos entender que somos parte de un planeta finito en recursos y que en este
momento está bajo un gran estrés causado por nuestras propias acciones. Debemos como país
suscribir y cumplir los acuerdos globales sobre cambio climático, biodiversidad, derecho y justicia
ambiental (Acuerdo de Escazú, por ejemplo). Eso a nivel global y regional (ej. Las Américas,
América Latina), fortaleciendo las políticas ambientales por sobre intereses meramente
económicos. El crecimiento económico no puede ser el único norte, debemos tener una visión más
integral del desarrollo-país, que incorpore el bienestar del ser humano asociado a un planeta
saludable.
Finalmente, debemos reflexionar profundamente sobre cómo las acciones colectivas e individuales
pueden modificar nuestra conducta. En una era globalizada como el Antropoceno, no podemos
seguir dejando las grandes decisiones a una simple decisión individual. No se trata de limitar la
libertad individual, pero sí entender bien las implicancias de nuestro comportamiento en el
bienestar de la toda la sociedad. Un ejemplo claro de esto es el llamado mundial #QuédateEnCasa
para enfrentar al COVID-19, el cual apela fundamentalmente a la solidaridad de todos los
conciudadanos. La educación ambiental puede ser una de las mejores formas de abrir el diálogo
intergeneracional que nos permita enfrentar el Antropoceno y sus escenarios impredecibles.
Claves
"Para estar moralmente justificado, creo que la estrategia más liberal adoptada por
Suecia debería proteger especialmente a los ancianos, porque si los grupos más
vulnerables están contaminados, muchos morirán. Y Suecia no tomó todas las
medidas posibles al principio de la crisis para proteger, por ejemplo, las
residencias de ancianos, donde el virus se está propagando", señala Paul Franks.
La semana pasada, la estación de radio pública sueca Sveriges Radio dijo que se
detectaron casos de coronavirus en un tercio de los geriátricos de la capital sueca,
Estocolmo. Durante el fin de semana, el presidente de los Estados Unidos, Donald
Trump, explicó por qué los Estados Unidos no siguieron el modelo sueco para
combatir el coronavirus: "Si hubiéramos seguido la estrategia sueca, podríamos
tener dos millones de muertos", dijo Trump.
La pandemia del coronavirus nos deja lecciones sobre nuestra forma de vida y sobre
el funcionamiento del sistema que la sostiene que debemos tener en cuenta cuando
todo esto se acabe, como defiende la antropóloga y activista Yayo Herrero.
Una de las reflexiones que hace Herrero es la falsa percepción de seguridad que
teníamos antes de que estallara la crisis porque vivimos en realidad en un sistema
con muchísimas más debilidades y vulnerabilidades de lo que percibimos
habitualmente. “Nuestra cultura, sobre todo la cultura occidental, la cultura de los
países desarrollados, se ha olvidado de una cosa fundamental: que la vida humana
fundamentalmente es ecodependiente, es decir, depende de la naturaleza y de lo
que la naturaleza nos proporciona. No hay economía ni tecnología ni ningún tipo
de producción humana que no descanse sobre bienes fondo de la naturaleza que nos
son producidos y controlados a voluntad por los seres humanos y que tienen
límites”, explica.
Además, tenemos una segunda dependencia que viene dada por el hecho de que
vivimos encarnados en cuerpos son vulnerables, finitos, que nacen en una situación
de tremenda fragilidad, envejecen y a veces se enferman, recuerda la antropóloga,
eso hace que “para poder desarrollar la vida cada persona necesite hacerlo
inevitablemente inserta en una sociedad que garantice que esa vida vulnerable
va a ser cuidada”.
Sin embargo, nuestros modelos económicos se han construido sobre otra lógica
distinta que da prioridad al crecimiento económico y el desarrollo frente a la
atención a las personas. Esto, dice Herrero, “termina exigiendo a veces el sacrificio
de la propia vida humana, es decir, todo merece la pena ser sacrificado con tal de
que la economía crezca y así nos hemos llevado por delante servicios públicos,
sanidad pública, educación pública, y también la atención a la dependencia de
aquellas personas más vulnerables”.
Herrero cree nuestro gran problema es “civilizatorio” y que debemos “tratar de
diseñar y poner en marcha economías que no se contrapongan y sean enemigas
de la seguridad de la gente”. Porque en este momento, cuando la economía crece
destruye naturaleza y precariza la vida de las personas y cuando la economía frena
“termina justificando que merece la pena perder vidas humanas” para mantenerla en
pie, como han justificado varios líderes durante esta crisis sanitaria desde Donald
Trump a Boris Johnson o Viktor Orban.
La pérdida de biodiversidad y los sistemas alimentarios son factores que dejan
mucho más precarias a las sociedades ante la transmisión de enfermedades. Además,
ahora somos más frágiles ante estas situaciones por el enorme sistema de movilidad
que tenemos y que dificulta la contención.
La contaminación del clima también nos hace más débiles y nos hace enfrentar
en peores condiciones una eventual pandemia. “Toda la información científica de la
que disponemos lleva alertando desde hace tiempo de que vivir en zonas más
contaminadas genera enfermedad”, recuerda la antropóloga.
Colectivos marginales reconvertidos en esenciales
Nos hemos dado cuenta de que la vida se sostiene estructuralmente sobre personas o
no pagadas o muy mal pagadas.
“Teníamos la intuición y la convicción de que hay trabajos que son socialmente
poco valorados que sin embargo son absolutamente cruciales para sostener la vida y
la reproducción cotidiana y generacional de esa vida, pero esta situación y el
confinamiento que estamos viviendo ahora lo muestran con una crudeza y con una
claridad tremenda”. Yayo Herrero destaca los empleos del sector primario como los
transportistas, reponedores, cajeras de supermercado o trabajadores del campo.
Todas estas personas “invisibilizadas” y que han sufrido los recortes ahora atienden
las principales necesidades de la gente. “De repente toda la lógica del cuidado
cobra una importancia bestial, aparece visibilizada y nos damos cuenta de que
curiosamente son los trabajos peor pagados, menos valorados, más
despreciados y menos protegidos incluso a veces del mercado laboral, hasta tal
punto que se ha tenido que modificar sobre la marcha algunas leyes y disposiciones
que hacían que por ejemplo las empleadas domésticas no pudieran cobrar
prestación”, subraya.
La pandemia de coronavirus ha dejado una nota positiva: hemos recuperado el valor
de lo común tanto a pequeña escala, en nuestra comunidad de vecinos, como a nivel
nacional valorando los servicios públicos. Herrero celebra que “ha surgido una
lógica del apoyo mutuo, de la colaboración, de la sensación de sentirte frágil si estás
solo pero mucho más fuerte cuando abordamos las cosas con otros”. Por eso
espera que esa solidaridad pueda acabar convirtiéndose después en política
pública, “en una forma de organización social que nos permita afrontar las nuevas
crisis que vengan” en la situación de emergencia planetaria en la que nos
encontramos y con el modelo económico dañino que hemos construido.