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El Principe Marrano-Introd.

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Ascenso y caída de España y sus judíos


Un ensayo histórico sobre la experiencia judía en España
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Título del Original en Inglés


The Marrano Prince
by Avner Gold
Unico autorizado para la distribución
y comercialización en español
Editorial Bnei Sholem

©COPYRIGHT 2006

Todos los derechos reservados. No pueden reproducirse en forma algu-


na, partes de este libro, ni tampoco almacenarse o recuperarse informa-
ción, en forma total o parcial en cualquier idioma (con excepción de
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crito del editor.
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ISBN: 987-9096-83-5 IMPRESO EN ARGENTINA


PRINTED IN ARGENTINA

Gold, Avner- El príncipe Marrano - 1a ed. - Buenos Aires : Bnei Sholem, 2005.
1. Judaísmo. I, trad. II. Título - CDD 296

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723


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Contenidos

Prefacio a la versión castellana ......................................iv


Nota del Editor ............................................................vi

1•El consejero real ........................................................1


2•Guardianes del agua ................................................29
3•Encuentros casuales ................................................53
4•La Asamblea portuguesa ..........................................87
5•El Tribunal de Toledo ..........................................127
6•Espectáculos y conspiraciones ................................163
7•Una vuelta de cuerda ............................................201
8•La prueba concluyente ..........................................239
9•Amigos en las altas esferas......................................273
10•Autos de fe ..........................................................311
11•Ensayo histórico ..................................................363
Glosario de términos..................................................412
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EL PRÍNCIPE BNEIMSHOLEM
ARRANO

Prefacio a la
versión castellana
Con alabanza y gratitud al Creador, tenemos el agrado
de presentar la versión en castellano de la popular «Serie
AMEINU ~ Nuestro Pueblo» por Avner Gold.
Ya desde su aparición en el idioma inglés se ha convertido
en un favorito de los niños y adultos de todas partes y se
lo ha establecido como un estándar en la lista de lecturas
preferidas de padres y educadores.
En los ocho tomos que la componen, el lector se verá
transportado a lugares tan distantes como Cracovia, Es-
tambul, Viena y Ierushalaim. Por sus atrayentes páginas
desfilan todo tipo de personajes del mundo judío de entonces:
niños desaparecidos en conventos, sencillos mercaderes,
sabios rabinos, marranos, falsos mesías, devotas mujeres.
Aunque mucho de los protagonistas son ficticios, fruto de
la imaginación del autor, cada uno de los fascinantes tomos
está ambientado en un escenario histórico real cuidadosa-
mente documentado -citando fechas y lugares concretos
cuando es necesario-, como ser los pogroms cosacos en
Polonia, la aparición del falso mesías Shabetái Tzví o la si-
tuación de los marranos en Europa.
A medida que avanzamos en la lectura nos convertimos
en partícipes de las alegrías y las tristezas, el heroísmo y la
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fe, el amor por la tradición y la santa Torá.


Escrita en un hermoso estilo, en que siempre aparecen
también encantadoras descripciones de la vida cotidiana de
la época, el lector hispanohablante se topará con un delei-
te literario que le era totalmente desconocido hasta la fecha
en su propia lengua y que gracias al elogio constante que
hace de los valores eternos de la Torá, a sus enseñanzas mo-
rales aplicables también en el mundo de hoy y a su excelen-
te calidad literaria, se ha vuelto un preciado clásico en ho-
gares judíos de todo el mundo.
Esperamos que este libro despierte un profundo interés y
un genuino amor a Di’s y a su Torá y que ello origine el an-
helo de profundizar en el la aplicación de los preceptos en
la vida cotidiana, a fin de elevar su nivel, dado los valores
eternos que contiene, para que así muy pronto tengamos la
llegada del Mashíaj en nuestros días. Amén.
Editorial Bnei Sholem
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EL PRÍNCIPE BNEIMSHOLEM
ARRANO

Nota del editor


El Príncipe Marrano de Avner Gold, octavo libro de la
«Serie AMEINU ~ Nuestro Pueblo», trata sobre las trági-
cas experiencias sufridas por los marranos durante el perío-
do de la Inquisición española. Éste es un capítulo de la his-
toria judía sobre el que se ha dejado correr en gran escala
la imaginación, pero que en realidad ha sido poco com-
prendido. Se extiende desde el estallido de las masacres y
persecuciones que arrasaron el país en 5151 (1391) hasta
que la Inquisición fue finalmente abolida en 5594 (1834).
En el imaginario popular, los marranos (como se llamaba a
los judíos de España que mantenían en secreto su origen)
eran gente heroica y admirable que mantenía los preceptos
del judaísmo meticulosamente confinados a la privacidad
de sus hogares al tiempo que exteriormente exhibía una
apariencia de cristiandad. En realidad, si bien debe de ha-
ber existido un relativo grado de observancia en las prime-
ras generaciones de marranos, el judaísmo de las generacio-
nes subsiguientes fue difícilmente identificable.
La lengua hebrea fue en gran medida olvidada, y aun si
alguien por casualidad llegaba a entenderla, no fueron en-
contrados sefarim. La práctica de la circuncisión fue dese-
chada, ya que su descubrimiento era equivalente a un de-
creto de muerte. Los hijos crecían en la creencia de que
eran cristianos hasta que fueran lo suficientemente grandes
como para que se les confiara el espantoso secreto de que
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eran en realidad judíos.


La observancia de Shabat estaba limitada al encendido de
velas, y es difícil encontrar mención alguna de Iamim To-
vim a excepción de Iom Kipur y Pésaj. La comida casher es-
taba fuera de la cuestión, aunque los marranos más devo-
tos se esforzaban por abstenerse de consumir cerdo duran-
te el mes de nisán.
Esta visión de la vida de los marranos, aceptada universal-
mente por los historiadores, está basada esencialmente en
los esmerados registros que mantuvo la Inquisición hispá-
nica de todas sus investigaciones e interrogatorios. No es
de sorprender, sin embargo, que se hayan originado mu-
chas ideas falsas, dado que estos registros no fueron pues-
tos a disposición de historiadores y eruditos hasta princi-
pios del siglo XIX cuando la Inquisición fue oficialmente
abolida. Recién en los últimos cincuenta años han salido a
la luz los resultados del estudio de cientos de años de cró-
nicas acumuladas referentes a ese período.
Dado que la historia de los marranos es demasiado com-
pleja para ser adecuadamente abordada en esta introduc-
ción, hemos dividido la “Nota del Editor” en dos partes:
una breve y habitual narración sobre el trasfondo del libro,
y un extenso ensayo histórico que se presenta en la pág. 363
como apéndice del libro. Se recomienda al lector leer este
ensayo histórico antes de leer el relato para lograr un en-
tendimiento más profundo del fenómeno marrano, siendo
una segunda lectura a la luz de los temas y representacio-
nes desarrollados en la historia especialmente esclarecedora.
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EL PRÍNCIPE BNEIMSHOLEM
ARRANO

Aunque el período de los marranos en España abarca más


de cuatrocientos años, Avner Gold ha elegido el final del si-
glo XVII como marco para retratarlos, para evitar los espi-
nosos problemas filosóficos derivados de la decisión de los
primeros marranos de aceptar en apariencia ser bautizados
(como se debate en el ensayo histórico).Las generaciones
posteriores, no obstante, fueron criadas siguiendo los pa-
trones de vida marrana y sólo merecen reconocimiento por
su devoción al judaísmo tal cual lo entendieron.
Aunque no existen registros de marranos tan cercanos a
la familia real como el protagonista de este libro, los hay de
muchos miembros de la alta nobleza, obispos y personajes
de alto rango, incluyendo parientes lejanos de la familia real
que fueron judíos encubiertos. Las lealtades exhibidas por
los protagonistas, en conflicto y casi esquizofrénicas, fue-
ron sintomáticas en estos aristocráticos marranos. La am-
plia descripción de revueltas políticas así como de las con-
diciones sociales y culturales imperantes en España respon-
den a la realidad, aunque se han incluido personajes ficti-
cios como protagonistas de eventos históricos. De tal mo-
do, las figuras históricas que aparecen en el texto son, a sa-
ber: el rey Carlos II de España, débil mental miembro de
la Casa de Augsburgo; la reina Mariana, su madre y regen-
te; don Juan José de Austria, su ilegítimo medio hermano
y regente; la princesa María Luisa de Orleáns, su prometi-
da francesa; Fernando de Valenzuela, primer ministro, y
Diego Sarmiento de Valladares, obispo de Plasencia e In-
quisidor General. Todos los demás personajes son de fic-
ción, aunque muchos están basados en personas verdaderas
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mencionadas en los registros de la Inquisición. Así, por


ejemplo, la escena del interrogatorio relatada en el capítu-
lo cinco está basada en los documentos oficiales del inte-
rrogatorio efectuado a Elvira del Campo en 5327 (1567)
por la Inquisición de Toledo.
El auto de fe descripto en la tapa de este libro fue uno de
los más espectaculares de la historia de la Inquisición. Fue
organizado en la Plaza Mayor de Madrid en honor de la
boda real del rey Carlos II con la princesa María Luisa de
Orleáns. Varios grabados de este auto de fe hecho por ar-
tistas de la época aún se conservan. La ilustración de la ta-
pa de este libro toma como referencia estos grabados para
obtener datos históricos auténticos.
El príncipe marrano comienza en España en el año 5432
(1672), cerca de doscientos años después del estableci-
miento de la Inquisición y la expulsión de los judíos. Priva-
da del talento y la energía de sus judíos, España entraba en
un precipitado declive, mientras Francia e Inglaterra emer-
gían como los poderes dominantes de Europa. La historia
se desarrolla al momento que España y Francia están por
trabarse en una sangrienta guerra en los Países Bajos.
Un ministro del Consejo de Estado, que es además un ju-
dío encubierto, es enviado en misión diplomática de alto
nivel a los Países Bajos, acontecimiento que se transforma
en un inesperado viaje de descubrimiento. Cuando final-
mente regresa a España, encuentra a su familia cubierta por
una nube de sospechas, pero antes de poder concertar la
huída, su sentido del honor le indica que, como español, se
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debe al rey. A espaldas suyas, sus movimientos son seguidos


de cerca por el malvado confesor del rey y sus secuaces en
el Santo Oficio. Para el momento en que se da cuenta de
lo que está ocurriendo, se encuentra ya entrampado en una
maraña.
Una atroz sensación agorera y de peligro invaden las pá-
ginas de este libro que transita inexorablemente por los
ámbitos del poder en Madrid, batallas navales en alta mar,
la comunidad marrana de Amsterdam, los calabozos de la
Inquisición en Toledo, las corridas de toros de Pamplona y
por todo a lo largo y ancho de la asoleada España. Es una
historia llena de peripecias enlazadas unas dentro de otras,
protagonizada por pintorescos villanos y héroes. Por enci-
ma de todo, es una historia de coraje, valor y heroísmo del
más alto nivel.
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La serie Ameinu
Inscripta en la mejor tradición de la literatura histórica de
ficción, la «Serie AMEINU ~ Nuestro Pueblo» explora
muchos períodos cruciales de la historia judía a través de las
peripecias de sus personajes, esto es la familia Pulichever,
sus amigos y colaboradores.
La serie comienza con El hijo prometido, ambientado
en la Polonia del siglo XVII durante la Guerra de los Trein-
ta Años. La historia arranca con un viaje de esperanza a
Cracovia y alcanza su asombroso clímax tres décadas más
tarde con una dramática confrontación que afectará a la po-
blación judía de toda la región.
En El sueño, Shloime Pulichever retorna al hogar para
encontrar a su madre atacada por una misteriosa enferme-
dad y con un peligroso espectro que acecha en las sombras.
Es época de paz, pero ya se perciben en el aire desalenta-
dores vientos de cambio.
El año de la espada es una inspiradora historia llena de
peligros, y una muestra de coraje y fe inquebrantable. En
ella se narran los sufrimientos padecidos por la familia Pu-
lichever durante los pogroms de los cosacos en 1648 y
1649, los años infames de Taj y Tat, tal cual se conocen en
la historia judía.
El crepúsculo encuentra a los judíos de Polonia tratan-
do de restaurar sus heridas y construir nuevamente un fu-
turo. En el transcurso de esta historia, Reb Shloime y Bra-
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ja Pulichever viajan a Varsovia para la boda de su hijo Áh-


rele, pero surgen complicaciones inesperadas.
Entre las secuelas que deja el holocausto cosaco aparece
en Turquía un falso Mesías que promete sacar al pueblo ju-
dío del exilio. El Impostor recorre la increíble historia de
Shabetái Tzvi desde los orígenes de su movimiento hasta su
espeluznante clímax en el palacio del sultán turco.
El efecto de este movimiento sobre los judíos de Polonia
juega un papel importante en El anillo púrpura, una his-
toria plena de conspiraciones secretas, espías turcos captu-
rados, bandas de asesinos y conspiraciones entrelazadas ur-
didas bajo los cielos nocturnos.
En El emisario de Viena la escena se traslada a la capital
austríaca, donde el destino de los judíos queda preso de
una lucha de poder entre el emperador de los Habsburgo
y el rey Luis XIV de Francia. El emisario emprende un via-
je peligroso plagado de sucesos dramáticos y grandes ries-
gos que lo lleva a las puertas mismas de príncipes, reinas,
generales y grandes financistas, siempre a sólo un paso de
distancia por delante de los sanguinarios representantes de
los enemigos de los judíos.
El príncipe marrano transcurre en una Europa todavía
enredada en titánicas luchas políticas y militares. Un minis-
tro real, quien es asimismo un judío encubierto, se debate
entre su obediencia a España y a la familia real, y su recien-
te amor por la Torá. Es una historia llena de intrigas pala-
ciegas, peligros, insoportable tensión y heroísmo del más
alto nivel.
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CAPÍTULO 1

El consejero real
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D on Pedro golpeó sua-


vemente la puerta del
dormitorio real antes de girar la perilla y entrar. El rey es-
taba acostado en su cama, bajo un revoltijo de sábanas y
mantas, firmemente abrazado a una almohada. Se hallaba
profundamente dormido. Una única lámpara de aceite de-
rramaba su luz ambarina sobre las paredes. Sacudiendo la
cabeza con leve exasperación, Don Pedro se dirigió a los al-
tos ventanales y corrió los cortinados. La luz del sol inun-
dó la habitación obligándolo a resguardar sus ojos, y al rey
a esconderse más a fondo dentro de la cama.
–Su Majestad, es hora de levantarse –dijo Don Pedro.
El rey contestó con un leve gruñido.
–Su Majestad, debe reunirse con el embajador de Holan-
da en una hora –dijo Don Pedro–. Sé que preferiría hacer
otra cosa, pero es importante.
El rey respondió con un exagerado ronquido. Don Pedro
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se sonrió. Abrió las altas puertas espejadas del armario y re-


volvió en su interior hasta encontrar prendas de vestir ade-
cuadas para la ocasión. Finalmente emergió con una casaca
roja oscura con ribetes de encaje y galones dorados y un
sombrero de terciopelo negro.
El rey había abandonado ya toda pretensión de dormir.
Recostado sobre las almohadas y con las mantas enrolladas
alrededor de las piernas seguía fijamente los movimientos
de Don Pedro con una mirada maléfica.
–Aquí tiene, Su Majestad –dijo Don Pedro acercándole
las vestiduras para su aprobación–. He elegido una de sus
casacas favoritas, una que lo hace lucir muy elegante. La
Reina Madre estará encantada. ¡Vamos! Su Majestad. No
tenemos mucho tiempo, especialmente si desea comer algo
antes de encontrarse con el embajador. Lo ayudaré, Su Ma-
jestad, pero debemos apurarnos.
El rey, ceñudo, tiró de las mantas hasta cubrir su cabeza.
Con un suspiro de frustración Don Pedro acomodó el cha-
leco sobre el respaldo de una silla.
–Su Majestad –dijo, la voz baja pero firme–. Si llegamos
tarde a este encuentro, la Reina Madre estará furiosa. Será
desagradable para los dos. Lentamente las colchas dejaron
ver la cabeza del rey. Con una mirada de disgusto se sentó
en la cama y se restregó los ojos.
–Tengo hambre –dijo. Las palabras sonaban como un bal-
buceo debido a la forma grotescamente desfigurada de su
mandíbula y a una lengua demasiado grande para su boca,
pero Don Pedro no tenía dificultad alguna en entenderlo.
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–Por supuesto que tiene hambre, Su Majestad –dijo Don


Pedro–. Les he ordenado a los sirvientes preparar una me-
sa para el desayuno en la sala de estar. Si se viste rápido ha-
brá tiempo aún para desayunar. Vamos, lo ayudaré.
Sin más objeciones del rey, Don Pedro lo ayudó a poner-
se una camisa de seda blanca y polainas de raso blanco. El
chaleco quedó en la silla. El rey y Don Pedro traspusieron
la puerta y entraron en la sala.
La mesa del desayuno se hallaba dispuesta contra una
ventana que daba al patio interior del palacio.
Ahí abajo retumbaban los sonidos de hombres y anima-
les; una escena de la que el rey disfrutaba horas enteras sin
parar. Como de costumbre, se había preparado un surtido
de alimentos blandos y fáciles de masticar en atención al
rey, cuya desfigurada mandíbula le dificultaba ingerir comi-
da normal. El rey sorbió una a una las cucharadas de papi-
lla y las acompañó con sorbos de leche espumante. Un lar-
go chorro de leche corrió por su quijada y llegó a su cami-
sa, pero él se hallaba demasiado absorto en la comida para
notarlo. Don Pedro lo observaba en silencio, la mente
preocupada por el cercano encuentro con el embajador ho-
landés.
Un golpe en la puerta interrumpió su concentración. És-
ta se abrió y un paje anunció a la condesa María Dolorosa
de Tavera. Don Pedro le indicó con un gesto al rey que
continuara con su desayuno y salió de la habitación para ver
qué quería la condesa.
Ella estaba esperándolo en la antesala del piso del rey, re-
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torciendo nerviosamente el abanico de plumas de avestruz


que tenía en sus manos. Al ver a Don Pedro, lo agitó con
falso regocijo.
–¡Ah, Don Pedro! –exclamó–. Estoy tan contenta de que
esté aquí… Me facilita tanto la tarea… La hace tanto más
fácil… El embajador de Holanda arriba a las once y la rei-
na me envió para asegurarse de que el rey no llegue tarde a
la reunión. La reina otorga gran importancia a este encuen-
tro.
–Pierda cuidado, Señoría –dijo Don Pedro–. Su Majestad
será puntual.
–Maravilloso, maravilloso –dijo la condesa–. Iré a infor-
mar de inmediato a Su Majestad. Que esto quede entre no-
sotros dos, Don Pedro, pero no veo por qué el embajador
necesita entrevistarse con un niño de once años, que es po-
co más que un imbécil, aun cuando sea el rey Carlos II de
España. La reina lo está usando simplemente para conmo-
ver al embajador.
Don Pedro frunció la nariz disgustado ante las palabras
ofensivas de la condesa, pero no hizo comentario alguno.
–No me eche miradas de desaprobación, Don Pedro –di-
jo con desdén la condesa–. Usted sabe perfectamente bien
que lo que digo es verdad. Después de todo, no es dema-
siado sorprendente que aparezca la insania luego de tantas
generaciones de tíos casándose con sobrinas y primos her-
manos casándose entre sí. Y sabe lo que todos dicen de él,
¿no? Que las brujas y los demonios lo han hechizado. Car-
los el Hechizado, así lo llaman. El niño es un imbécil y la
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reina es la primera en admitirlo. ¿Por qué entonces simular


que no lo es? Bueno, debo irme. Dele la mejor de las suer-
tes de mi parte a Su Majestad.
La condesa hizo un ademán a Don Pedro con el abanico
y salió apresuradamente de la habitación. Don Pedro me-
neó la cabeza en señal de desaprobación y retornó a la sa-
la.
El rey tenía ambos codos apoyados en el alféizar de la
ventana y observaba una discusión en el patio del palacio
entre un iracundo arriero y un oficial de la guardia.
–Su Majestad –dijo Don Pedro–. Es hora de ir.
–Más tarde –protestó el rey–. Quiero ir más tarde.
–Debe venir ahora, Su Majestad –insistió Don Pedro–.
Debe aún ponerse una camisa nueva y su casaca y sombre-
ro. Si nos quedamos a mirar a esa gente en el patio, llega-
remos tarde a ver al embajador. Su madre estará enojada.
El rey dejó escapar un suspiro lastimero.
–Sí, Don Pedro –dijo y apartándose contra su voluntad de
la ventana siguió a Don Pedro a la alcoba.
Minutos más tarde, cruzaron deprisa el palacio hasta lle-
gar al despacho del Consejo de Estado. En el camino pasa-
ron por un extenso corredor. De la pared de la izquierda
colgaban retratos al óleo de ceñudos hidalgos españoles,
mientras que la pared de la derecha daba paso a una hilera
de balcones que daban abajo a un cavernoso porche. De
todo el palacio, era éste el lugar predilecto del rey.
Con un chillido de satisfacción el rey corrió hasta el pri-
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mero de los balcones, las frágiles y bamboleantes piernas


apenas capaces de soportar el torso exuberante. Asido a la
baranda gritó a voz en cuello, luego aplaudió y saltó de un
lado al otro mientras el eco de su voz resonaba por toda la
galería. Luego corrió sucesivamente a cada uno de los bal-
cones y repitió la escena completa con la misma dosis de
energía y gozo.
Acostumbrado a las excentricidades del rey, Don Pedro
no alteró ni su paso ni la expresión de su rostro. Cuando
pasaron el último balcón el rey se ubicó a su lado y juntos
entraron en la sala del Consejo de Estado. Llegaron a tiem-
po a la reunión. El rey se terminaba de acomodar en uno
de los dos lugares vacíos a la cabecera de la mesa cuando la
reina Mariana hizo su aparición junto al embajador de Ho-
landa y un capitán español. Los ministros y cortesanos, que
estaban ya sentados a la mesa, se incorporaron. Sólo el rey
permaneció sentado. La reina, una mujer de rasgos duros y
ya cerca de los cuarenta años estudió el ambiente con una
mirada de afectación. Esperó una fracción de segundo más
de lo necesario y caminó hacia la mesa para luego sentarse
a la derecha de su hijo.
–Su Majestad –dijo–. Tengo el placer de presentarle a Su
Excelencia, el señor Maarten van der Groot, embajador de
las Provincias Unidas de Holanda.
El embajador, hombre corpulento y de mirada astuta, se
inclinó profundamente desde la cintura. El rey aceptó la re-
verencia con un breve movimiento de la cabeza y buscó
con la mirada una vía de escape.
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–Pueden todos sentarse, señores –dijo la reina–. Señor


Van der Groot, usted ocupará el sitial de honor, aquí, a mi
derecha. ¿Lo conoce al capitán Gaspar de León, mi agrega-
do militar? Él hará las presentaciones. Gaspar, mi estimado
colaborador, ¿me hace el honor?
–Con mucho gusto, Su Majestad –dijo el capitán–. Los
presentaré a cada uno según el orden en que están senta-
dos, si así le place a Su Majestad.
–Naturalmente –dijo la reina guiñando astutamente el ojo
al embajador–. Todos los consejeros de palacio son igual de
importantes. Proceda.
–Sí, Su Majestad –dijo el capitán–. Sentado directamente
frente a usted, Su Excelencia, está el señor Fernando de Va-
lenzuela, primer ministro del Consejo de Estado. Sentado
a su lado se halla el padre Diego Sarmiento de Valladares,
obispo de Plasencia e Inquisidor General del Consejo Su-
premo del Santo Oficio de la Inquisición para todo el Im-
perio español. Sentado al lado de él está Don Pedro Ma-
nuel Luis Domínguez, duque de Monteverde y conde de
Saluria, ministro del Consejo de Estado y pariente de la ca-
sa real.
Por sobre la mesa, el embajador extendió el brazo y, a su
vez, estrechó la mano de cada uno de los hombres.
–Y, ahora, a su derecha, Excelencia –continuó el capitán–,
primero está el general Miguel Saavedra Quirones, ministro
de guerra. A su lado está don Jorge Santiago, conde de Tra-
vera, ministro del Consejo de Estado; y luego el padre Fran-
cisco Escobar Carnejo, confesor personal de Su Majestad.

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