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TAREA - 02 Geomecanica
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DESARROLLO”
CURSO: GEOSTADISTICA
ESCUELA: FACULTAD DE MINAS CICLO: VIII GRUPO: A
TEMA: RESUMEN DE LA OBRA TUNGSTENO
DOCENTE: CRUZ CANALES, ADELA ROSA
ESTUDIANTE:
HUAMAN CUSIMAYTA, LUIS ALBERTO
NAZCA-2023
I. INTRODUCCION
El tungsteno es una novela social escrita por el escritor peruano César Vallejo. Se
I. INTRODUCCION ......................................................................................... 2
II. INDICE......................................................................................................... 3
III. RESUMEN ................................................................................................... 4
IV. CONCLUSIONES ...................................................................................... 13
V. ANEXO ............................................................. Error! Bookmark not defined.
III. RESUMEN
Dueña, por fin, la empresa norteamericana “Mining Society” de las minas de tungsteno
de Quivilca, en el departamento de Cuzco. Una vasta indiada era llevada al trabajo en
las minas.
Llegaron a Quivilca los gerentes, directores, empleaos, misters Talk y Weras, el cajero
Javier Machuca, el ingeniero peruano Baldomero.
Las soras, en quienes los mineros hallaron todo tipo de apoyo y una candorosa y alegre
mansedumbre. Los soras cedían sus granos, sus ganados, y servicios personales, todo
gratis.
Por el instante las soras seguían viviendo fuera de las labores de las minas. No conocían
el valor del dinero, iban y venían alegres, acezando, tensa las venas y erecto el musculo
en acción.
José Marino formó una sociedad secreta con el ingeniero Rubio y el agrimensor Benites.
Marino era avaro, sabía envolver a las gentes como zorro a las gallinas.
Baldomero Rubio era manso y Benites era asustadizo. Así Benites puso el ojo en los
terrenos ya sembrados de los soras.
Por ejemplo, en una oportunidad le dio a cambio de un terreno una garrafa azul, con
flores rojas.
Los soras no comprendía, si el cambio hecho había sido justa o no. La conciencia
económica de los soras era muy simple: mientras pudiesen y tuviesen donde y como
trabajar, para obtener lo justo y necesario para vivir, el resto no les importaba.
En el bazar de José Marino solían reunirse después del trabajo, se bebía y charlaba, se
intercambiaban opiniones. Leónidas Benites decía: ¡pobres soras! Son unos cobardes,
y unos estúpidos.
Marino le salía al encuentro y le refutaba tales ideas diciéndole que los indios saben
muy bien lo que hacen.
El cajero Machuca dijo: los soras son unos indios duros, insensibles del dolor ajeno y
que no se dan cuenta de nada. Unos fríos de corazón.
Entretanto el lema de Leónidas Benites era: “trabajo y ahorro” se decía ser un joven,
bien laborioso, ordenado, honorable y de gran porvenir.
Leónidas Benites, tomaba medidas provisorias para todo, para las enfermedades, para
los alimentos “sucios” priorizaba la higiene de su cuarto etc.
En general Leónidas Benites no era muy querido en Quivilca. Su única amiga era una
señora madre de un tornero.
Una tarde Benites cayó enfermo y la señora fue a verlo haciendo un preparado de
infusión de eucalipto con dos copas de alcohol. Pero nada reconfortaba a Benites que
daba voces de pesadilla.
La señora decidió hacerle otro remedio. Y en medio de visiones de fiebre vio el corazón
de Jesús que acudía a defenderlo de todos y de todo.
Todo eran buenos actos, luego pidió a su memoria los recuerdos amargos y no había
ninguna.
Excepto de una, cuando fue a dormir en una hacienda desolada y tocó la puerta un alma
en pena y le dijo: “En la unión de la cocina deje enterrado cinco centavos.
Agrega noventaicinco centavos más y paga con eso al cura, para mi salvación”.
Entonces Benites gruño agarrando un palo contra el alma en pena. Había sido una
broma pesada de alguno de sus amigos sabedores de la ambición de Benites.
Benites despertó bruscamente, a su lado estaba José Marino y le pidió fuera al bazar a
arreglar cuentas. Ya en el bazar echaron suerte en el cacho a la Rosada que era una
de las queridas de Marino.
La orgia estaba en su colmo, la Rosada estaba borracha por un preparado que el mismo
José Marino le dio de beber.
Cantaba y bailaba sin sentido, todos reían. ¿Ves? Aquí está el señor comisario la
autoridad, pues él se va a encargar de ti mientras dure mi ausencia ¿me entiendes? Él
vera por ti. Él hará mis veces en todo y para todo.
La Graciela seguía tambaleándose, luego todos abusaron de ella, primero los patrones
míster Talk y Weiss.
Los otros personajes entraron a la escena por orden de jerarquía social y económica.
Lo hicieron en medio de una batahola demoniaca.
Y cuando encendieron luces en el bazar vieron vasos y botellas rotas, una que otra
mancha de sangre, todo era un desorden. ¿Y la Graciela?
¡No despertaba estaba muerta! Todos callaron, al día siguiente se enterró a la Graciela.
Por la tarde de ese mismo día se presentaron de frente ante el gerente de la “Mining
Society” míster Talk, las dos hermanas de la muerta Teresa y Albina.
“Venimos porque todos dicen en Quivilca que a la Graciela la han matado y que no se
ha muerto ella.
II
José Marino junto con su hermano menor Mateo. Tenían un negocio cuyo nombre era:
“Marino Hermanos”, consistía una parte en bazares en Colca y de Quivilca y la otra de
enganche de peones para la “Mining Society”, lo cual estaba enriqueciendo a los
hermanos.
Míster Talk le pidió cien peones más para las minas. Dado a la gran necesidad de los
Estados Unidos de contar con el mineral para la guerra. José consultó con Mateo.
Al Cruz, al Pio Granados y al cholo Laurencio se le puede ir a ver mañana juntos. Iremos
con el subprefecto y le pediremos dos soldados.
Al fin llegó la hora de dormir, hay que dormir ya, dijo Mateo.
Tú estás rendido y mañana hay mucho que hacer ¡Laura! Gritó parándose en la puerta
del cuarto. ¡Ahí voy señor! Respondió Laura desde la cocina.
Era una india rosada y fresca. Los dos hermanos estaban enamorados de ella que en
toda la noche no pudieron dormir.
Ni el uno ni el otro tenía sueño. Cavilaban en Laura que estaba haciendo su cama en la
cocina.
Laura a su vez había tomado muchos hábitos de señorita aldeana y jugaba con los dos
hermanos.
Por fin Mateo fue en su busca de Laura, rasgo la puerta, y Laura en su intento de abrir
choco contra el batán y se luxo la cadera y la muñeca le sangraba.
Y un sollozo la ahogó.
Al otro día los hermanos Marino, fueron al subprefecto Luna y le solicitaron dos
gendarmes, para ir a traer a unos peones prófugos.
La “Mining Society”, nos obliga a poner cien peones en las minas de aquí a un mes.
La oficina de New York, exige más tungsteno, y los cholos que traeremos se niegan a
cumplir su contrato y a salir para Quivilca.
El subprefecto solo contaba con dos hombres, el sargento con dos soldados se había
ido a traer conscriptos.
El alcalde, el juez doctor Ortega, el médico provincial doctor Riano, y el vecino notable
de Colca señor Iglesias.
Se inició la sesión dando lugar al telegrama del señor prefecto del departamento que
decía:
En ese momento llegó a la plaza un ruido de caballería, venían los conscriptos: ¡traemos
dos su señoría!
Dijo en voz alta y dirigiéndose al subprefecto. ¿Son conscriptos?, No su señoría los dos
son “enrolados”. ¿Cómo se llaman? Isidoro López y Braulio Conchucos, su señoría.
Detrás vinieron gente y familiares de los detenidos que rogaban que los soltaran ¡Porque
pues taitas! ¡Porque pues al Isidoro! ¡Patroncitos! ¡Suéltalo! ¡Suéltalo! Suplicaban.
Isidoro y Braulio ambos eran yanaconas de Guapongo, analfabetos y desconectados
totalmente del fenómeno civil, económico y político de Colca.
¿Qué sabían estos dos yanaconas del servicio militar obligatorio? ¿Qué sabían de
patria, de gobierno, de orden público?
Lo único que sabían estos dos indígenas era que eran desgraciados.
Braulio Conchucos tenía su padre viejo y hermanos pequeños, una mujercita de diez y
un varón de ocho.
Braulio había querido abrazarlos pero lo habían amarrado los brazos a la espalda.
Luego un gendarme con el otro conscripto Isidoro López, a pie y atado a su mula.
Se preguntaban ¿quiénes eran esos monstruos con todos esos botones brillantes y que
llevaban escopeta?
Al principio caminaron con cierta facilidad, luego comenzaron a flaquear. Pasaron por
caminos escabrosos. Isidoro López oso decir al gendarme que lo llevaba
¡cuidado taita! ¡Nos vamos a rodar! ¡Calla animal! Le contesto el gendarme dándole un
bofetón en las narices.
Tanto las mulas como los “enrolados” se sentían fatigados cansados pero los
gendarmes no sentían nada de piedad avanzaban y avanzaban.
El pueblo quiere saber en que acaba todo esto y pide…Servando nacido en las
montañas vivía en Colca unos dos años solamente.
No tenía mujer ni parientes, ni diversiones, ni muchos amigos, solitario más bien. Era un
tipo de indio puro, cobrizo, ojos pequeños.
Todos tenían miedo, pero Servando Huanca los alentó, haciéndose guía y animador del
movimiento.
Estos antecedentes y una dura experiencia que como obrero había recogido
encendieron contra las injusticias de los hombres.
El subprefecto Luna ordenó. ¡Sargento! ¡Imponga el orden! ¡Cueste lo que cueste! ¡Yo
se lo autorizo!…Preguntaron a Isidoro López sobre su edad, y no sabía: Yo no sé pues
taita veinte o veinticuatro quien sabe taita respondió.
El doctor Riaño acudió y dijo: Está muerto, está muerto. Entonces Servando Huanca
saltó a la calle: ¡un muerto! ¡Lo han matado los soldados! ¡Abajo el subprefecto! ¡Abajo
las autoridades! ¡Viva el pueblo! ¡Abajo los asesinos! ¡Mueran los criminales! Un choque
inmenso se produjo entre el pueblo y los gendarmes.
Se oyó claramente la voz del subprefecto que ordenaba: ¡fuego sargento! ¡Fuego!
¡Fuego! Bajo el radiante y alegre sol de mediodía, al aire del Colca, se saturó de sangre
y de tragedia.
Un murmullo doloroso llenaba la plaza. En torno a cada herido y cada cadáver se formó
un tumulto.
Una represión feroz e implacable se inició contra las clases populares. De la una de la
tarde en que se produjo el tiroteo, hasta media noche, se siguió disparando sobre el
pueblo sin cesar. Se acordó comunicar por telégrafo lo sucedido a la Prefectura del
Departamento.
El comunicado fue así concebido y redactado: “Prefecto Cusco. Hoy tarde durante
reunión Junta Militar fue asaltado, balas y piedras subprefectura por populacho,
amotinado y armado.
Doce muertos y dieciocho heridos y dos gendarmes con lesiones graves”. El alcalde
Parga felicitó al subprefecto y brindaron hasta emborracharse. Poco después José
Marino le preguntó al subprefecto Luna.
¿Cuántos indios han caído presos? Alrededor de unos cuarenta respondió. Trajeron una
banda de músicos y celebraron.
Al día siguiente el subprefecto mandó llamar a Marino y le ofreció quince indios para las
minas de míster talk, Marino le rogó que le diera veinte y aceptó.
Entonces de los cuarenta detenidos, en la noche de ese mismo día y previa selección
de los más humildes e ignorantes fueron sacados veinte indios de la cárcel de tres en
tres. Nadie dijo a estos indios nada.
III
Se reunieron: El herrero Huanca, Leónidas Benites y el apuntador y ex amante de la
finada Graciela, todos en Quivilca. Hablaron de todas las injusticias que se cometían
con los indios, los mandamases y ricos de “Mining Society”.
Más eso no era todo Servando Huanca osaba ir hasta la revolución y de botar a los
millonarios y grandes caciques que están en el gobierno.
Unos instantes después salió del rancho Leónidas Benites cuidando de no ser visto.
Minutos más tarde salió tomando idénticas precauciones Servando Huanca.
Y no podía dormir entre sus pensamientos estaba los pensamientos que le había dicho
el herrero Huanca, sobre “revolución” “jornada” “patrones” “justicia”, cruzaba esa noche
por su mente el recuerdo de Graciela, la difunta.