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MARÍA, MODELO EVANGÉLICO

MODELO/NECESARIO
I. El modelo en la cultura contemporánea
El hombre no puede vivir sin un modelo al que mirar y en el
que fundar su vida; es una exigencia del niño, que mira al
adulto, y es una exigencia del hombre cuando se constituye
como grupo. Todo pueblo tiene sus modelos de vida, que son
transmitidos mediante relatos míticos, parábolas, cantos,
imágenes, fórmulas legales, dichos populares, etc. Las
escuelas filosóficas proponen modelos, la literatura los
divulga, el arte los exalta; varían según los siglos, las
culturas, las situaciones socioculturales, pero siempre están
presentes. Modelo de vida puede ser una persona
excepcionalmente dotada, un lejano antepasado divinizado o
imaginado en el tótem; a menudo es un personaje ideal
revestido de las dotes que se desea realizar. Se podría
estudiar la historia en profundidad a través de los modelos
que se han dado los pueblos.
Las ciencias del hombre, particularmente la pedagogía, la
ética, la sociología, la religión, el derecho, el arte, la
literatura, andan hoy en busca de nuevos modelos. En efecto,
junto a la multiplicación de los modelos y el consiguiente
abuso de los mismos, se hace cada vez más apremiante el
problema de su poca duración; también los modelos éticos
están cambiando rápidamente. La desvalorización del modelo
crea ilusiones y desilusiones, pero también empuja cada vez
con mayor insistencia al que se compromete a obrar por el
bien del hombre y a redescubrir modelos más verdaderos,
que respondan a las nuevas exigencias y a la necesidad de
seguridad.
II. El modelo religioso
Toda religión tiene sus modelos, que presenta al hombre para
ayudarle a ponerse en contacto con la divinidad, y el primer
servicio que debe prestar el que es llamado a guiar a los otros
en este camino hacia el fin último del hombre es siempre un
servicio de ejemplaridad. Lo conseguirá tanto más y mejor
cuanto mejor haya experimentado en sí mismo el contacto
con lo sagrado. Por consiguiente, el modelo ordinario es el
sacerdote, o el fundador de escuelas religiosas, o el creador
de movimientos filosóficos. En el culto doméstico, el modelo
será el padre o el antepasado.
En el cristianismo y ya antes de la revelación hebrea, el
modelo humano —sea patriarca, profeta, legislador o amigo
de Dios— tiene una parte secundaria en la praxis religiosa.
Desde el principio se le propone constantemente al hombre,
para su crecimiento humano y para la apertura fuera de sí, un
modelo que es Dios mismo. Parece que al hacer referencia al
engaño de la primera culpa, ilustrada en el relato del Génesis
(Gén 3,5), se recuerda una verdad fundamental: ser como
Dios. El modelo del hombre es Dios: perfecto, santo,
misericordioso, potente. Toda la revelación de Dios en la
historia es una propuesta de imitación más que afirmación de
una grandeza que sobrecoge o de una perfección que humilla
exigiendo respeto. La biblia misma —historia humana y divina
recogida y transmitida con solicitud, leída, meditada y legada
— está ordenada a la formación moral y espiritual, posee una
finalidad didáctica, enseña al que lee cómo ser cada vez más
"como Dios". Sus personajes, sus héroes, tienen siempre este
valor positivo, toda la enseñanza va dirigida a hacer mejor al
hombre llamado a la existencia, a la vida, para realizar en sí
el plan de Dios y reflejar en sus acciones lo que Dios quiere.
La voluntad de Dios se convierte para todos en norma de
acción.
El hebreo no puede tener ídolos ni hacerse imágenes (Dt
27,15), y conserva el culto de los padres sólo porque a través
de ellos le llega la voz y la voluntad del Señor (cf Lc 1,55).
Hecho a imagen de Dios (Gén 1,27), el hombre mirará al
modelo que lleva en sí y lo hará cada vez más visible en su
propia vida según el reflejo particular que la infinita grandeza
y santidad de Dios tiene en cada hombre. Dios se convierte a
la vez en ideador e ideal, en el modelo y la causa final del
vivir y del obrar del hombre; y el hombre, imitando a Dios, se
hará cada vez más semejante al modelo que lleva marcado en
sí, y que es Dios mismo.
lll. El modelo cristiano
En el cristianismo, Dios es propuesto explícitamente como
modelo: "Sed, pues, perfectos como vuestro Padre celestial es
perfecto" (Mt 5,48), dice Jesús, indicando también en qué es
Dios modelo y cómo se le debe imitar: "Amad a vuestros
enemigos y orad por los que os persiguen para que seáis hijos
de vuestro Padre celestial" (Mt 5,14 15). El nuevo mensaje de
Cristo recuerda el Levítico: "Santificaos, pues, y sed santos,
porque yo soy santo" (11,44); y: "Sed santos, porque yo, el
Señor vuestro Dios, soy santo" (19,2). Extendiendo a todos lo
que Dios dijo a los sacerdotes, Jesús ordena: "Sed
misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso" (Lc
6,36). Y Pedro dirá más concretamente todavía: "Sed santos
en toda vuestra vida, como es santo el que os ha llamado"
(IPe 1,14). El cristianismo revela el misterio de Cristo, que ha
venido al mundo no sólo para descubrir el rostro del Padre,
sino también para ayudar al hombre en esta tarea suya
fundamental de ser hijo semejante a Dios Padre. Jesús
enseña con las palabras y con sus obras. Imagen del Dios
invisible, engendrado antes que toda criatura (Col I, 15), se
hace hombre para que todo hombre se haga conforme a él,
imagen perfecta del Padre (Rm 8,29; Col 3,10); dirigirá hacia
sí la mirada de los creyentes y les dirá: "Aprended de mí" (Mt
11,29); y también: "Ejemplo os he dado, para que hagáis
vosotros como yo he hecho" (Jn 13,15); "Amaos los unos a
los otros como yo os he amado" (Jn 15,12). Ser cristianos
querrá decir seguir a Cristo para ser como él, para imitarlo,
para revestirse de sus sentimientos y de su voluntad, de
acuerdo con lo que Dios mismo dijo al proclamar: "Éste es mi
Hijo predilecto, escuchadle" (Mc 9,7).
Al reflejar a Cristo, todo hombre lleva la imagen de Dios al
mundo y se convierte al mismo tiempo en modelo para los
hermanos que viven a su lado. "Y todos nosotros —dice Pablo
—, con la cara descubierta, reflejando como en un espejo la
gloria del Señor, nos transformamos en su misma imagen,
resultando siempre más gloriosos, conforme obra en nosotros
el Señor, que es Espíritu" (2Cor 3,18). Por eso puede decir
Pablo: "Por tanto, sed imitadores míos" (ICor 4,16). Pedro
llama la atención de la primera comunidad cristiana sobre la
exigencia de una conducta digna de la vocación recibida, para
que en ella se refleje y haga visible la luz de Cristo (2Pe 1,3-1
1).
IV. María, modelo singular
Todo cristiano está llamado a ser modelo, realizando en sí
mismo su vocación. Pedro y Pablo recomiendan
explícitamente a Timoteo (ITim 4,12) y a los ancianos (IPe
5,3) que sean modelos del rebaño. Es, pues lógico que la
primera comunidad cristiana fijara su atención en María. A
través de los evangelios de la infancia, en los cuales se pone
particularmente de relieve a la madre de Jesús, las primeras
generaciones de cristianos vieron en María su excepcional
riqueza de santidad: la imagen del Padre se hace en ella
plenitud de gracia y grandeza de dones. En María descubren
los primeros cristianos no sólo el rostro físico sino también el
espiritual del Señor su hijo. La primera de los creyentes, la
primera de los salvados, miembro de la iglesia primitiva,
María participa materna y ejemplarmente de la misma misión
santificadora de Cristo. Fiel al Señor como sus padres, fiel a
las leyes de la comunidad judía en la que vivió, fiel a las
exigencias de la voluntad del Padre y a las de la maternidad
para con su hijo, presente y disponible en Belén, en el
templo, en Nazaret, en Caná, bajo la cruz y en el cenáculo, la
virgen María dice con toda su vida: "Haced lo que él os diga"
(Jn 2,5). Y Cristo la indica y la da como madre a los cristianos
de todos los tiempos (Jn 19, 26-27).
En la Escritura no hay elogios de María, excepto las palabras
del ángel y de Isabel y las de la misma María en la gozosa
proclamación de las "cosas grandes" hechas en ella por el
Dios santo y poderoso (Lc 1,46-55); no hay elogios, pero está
la realidad ejemplar de María. Al leer el Magníficat y al
observar las actitudes de María en los relatos de Lucas, no es
difícil descubrir una evocación del pasado. La generación
cristiana al pensar en María recuerda a Eva, recuerda a Ana,
escucha el eco de los salmos, comprueba la realización de las
profecías; pero no es en la larga historia de Israel donde
podemos encontrar el modelo en que se inspiró María. Ella
misma lo dice: es Dios, que ha hecho cosas grandes
realizando en ella a la mujer prometida y preanunciada; la
grandeza de la dichosa y bendita entre las mujeres, de la
llena de gracia, no es más que el reflejo de la acción trinitaria
reflejo que se hace ejemplar para la comunidad cristiana. El
culto de María tendrá como punto de partida estas cosas
grandes que Dios ha puesto en ella, pero también la plenitud
con que María respondió a la misión a que Dios la llamó.
V. María, modelo evangélico
Desde pentecostés a la época de la formación de los
evangelios, la primera generación cristiana vive esperando el
inminente retorno de Cristo mientras escucha su voz y su
mensaje a través de los apóstoles. El rostro que más refleja
los rasgos del Señor es ciertamente el de María, la madre de
Jesús. María es evangelio vivo, modelo concreto de las
virtudes predicadas por los apóstoles, donde todo hombre y
toda mujer pueden ver lo que significa ser cristiano.
Tres actitudes destacan en ella, y los evangelistas las fijan en
las breves referencias con que describen a María. La primera
actitud es la fe (Lc 1,45). Isabel admira y destaca esta dote
evangélica de María, la misma que Jesús pedirá al que quiera
seguirle. Es la respuesta confiada y radical a Dios que habla,
respuesta que María dará siempre, aunque no todo le resulte
claro: se fía de Dios. En María, que se proclama con sencillez
"esclava del Señor" (Lc 1,38), es evidente otra actitud: la
disponibilidad constante y total a hacer lo que Dios quiera de
ella; Ia voluntad del Altísimo en todas las situaciones
personales, en la realización de cada acción, es la regla
suprema del proceder de María, lo mismo que de su hijo, que
vino al mundo a cumplir la voluntad del Padre. Una tercera
actitud que el Señor pide a quien desee seguirle es el don del
corazón, la respuesta de amor. El cristianismo nos hace hijos
de Dios, y Dios, que da amor a sus hijos, exige de ellos una
respuesta. En María el amor se convierte en maternidad sin
quitar nada a su realidad de hija y de esposa tanto frente a
Dios como frente a los hombres. Los tres rostros del amor:
madre, esposa e hija, serán emblemáticos en quien camine
en pos de las huellas de Cristo mirando a María. Junto a estas
actitudes de fondo la reflexión de la iglesia ha percibido en
María las otras virtudes evangélicas presentes y operantes en
ella, llegando a afirmar la plenitud de gracia, que ha hecho de
María la toda santa. Para expresar estas virtudes y esta
plenitud se han tomado muchas imágenes del AT, que desde
finales de la edad media encontramos en las letanías o en el
himno Akáthistos de la liturgia bizantina. Estas imágenes
ciertamente han ayudado a reflexionar sobre el misterio de
María y han favorecido el culto mariano, pero no siempre han
llevado a una imitación. La grandeza y trascendencia del
modelo expuesto con acentos no siempre exactos han
desalentado a veces a quienes pretendían imitarla. En este
sentido, una revisión de los títulos puede hacer más evidente
el rostro real de María presentado por el evangelio, facilitando
su imitación.
Vl. La imitación de María y el culto de la iglesia
La atención a María ha hecho nacer el culto mariano. El
verdadero culto ha ido siempre unido a la imitación: padres y
doctores, maestros de oración y de santidad antiguos y
contemporáneos han presentado a María como modelo de
vida, destacando la urgencia de pasar de la devoción a la
imitación, de la petición de protección al compromiso personal
para hacer vivir en la vida propia la santidad de María. La
ejemplaridad de María viene en efecto, de Dios, y a Dios debe
llevar su imitación, lo mismo que la grandeza misma de
María, singular y excepcional, es la causa de que la iglesia
"venere con amor especial a la bienaventurada Madre de
Dios, la virgen María unida con vínculo indisoluble a la obra
salvífica de su Hijo, en ella, la iglesia admira y ensalza el fruto
más espléndido de la redención y la contempla gozosamente
como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera,
ansía y espera ser" (SC 103). Sin embargo, a las numerosas
invitaciones no siempre ha seguido una praxis correcta,
suscitando justas críticas y desconfianzas respecto a la
teología mariana, así como el abandono de la vía Mariae en la
pastoral de la iglesia.
El Vat II y la Marialis cultus, de Pablo Vl, han reconocido los
errores, pero han recordado también la oportunidad de
reanudar una devoción que, cuando es verdadera, es sobre
todo imitación y redescubrimiento de María, modelo y
prototipo ejemplar para la iglesia y para todos los hijos de
esta madre (MC 57). Muy oportunamente ha sido presentada
María a los hombres de hoy en su realidad concreta de mujer,
de madre y de hermana, evitando acentuar sus privilegios en
una óptica que llevase a María lejos de nuestra situación
humana, haciendo de ella una criatura casi ultraterrena, y por
lo tanto no imitable. María ha sido colocada al lado de cada
hombre para despertar en todos la vocación personal a la
santidad. Se ha puesto de manifiesto que todos los privilegios
de María, comenzando por la misma maternidad divina, son
para el hombre: la Inmaculada, la toda santa, no es un ser
etéreo con la luna bajo sus pies, sino una mujer que evoca la
común vocación del Padre que "nos eligió en Cristo antes del
comienzo del mundo para que fuésemos santos e inmaculados
ante él, predestinándonos por amor a la adopción de hijos
suyos en él mismo" (Ef 1,4-5), Ia Asunta es María de Nazaret,
la esposa de José, la madre de Jesús, ''glorificada ya en los
cielos en cuerpo y alma, imagen y principio de la iglesia, que
habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la
tierra precede con su luz al peregrinante pueblo de Dios como
signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el
día del Señor" (LG 68).
María, madre de la iglesia, de los creyentes y de la
humanidad entera, ejerce su maternidad con su ejemplo;
como María, la iglesia debe convertirse en madre de los
creyentes; como María, la iglesia vive su propia virginidad
custodiando "pura e íntegramente la fe prometida al Esposo,
e imitando a la madre de su Señor, por la virtud del Espíritu
Santo conservando virginalmente la fe íntegra, la sólida
esperanza, la sincera caridad" (LG 64). María es imagen de
todas las iglesias, y las comunidades cristianas deben irradiar
el esplendor de la fecunda virginidad de María (LG 63-65),
imitando a María se tiene la auténtica devoción, se sigue a
Cristo y se realiza la santidad.
VIl. La llamada de Pablo VI
Sobre la ejemplaridad de María se ha detenido por extenso
Pablo Vl en la Marialis cultus. Tratando ampliamente de la
admirable santidad de María, fruto de la generosidad de Dios
y al mismo tiempo de la respuesta humilde y generosa de
María, esclava del Señor, el pontífice llama la atención ante
todo sobre esta respuesta personal y ejemplar de María. "Bien
pronto los fieles comenzaron a fijarse en María para, como
ella, hacer de la propia vida un culto a Dios, y de su culto un
compromiso de vida" (MC 21). "El sí de María es para todos
los cristianos una lección y un ejemplo para convertir la
obediencia a la voluntad del Padre en camino y en medio de
santificación propia" (ib). María, en la enseñanza del papa es
modelo de vida, modelo universal, modelo de inserción del
culto en la vida propia; a su lado el cristiano aprende a vivir,
como María, su vida propia con Dios. Cuando el cristiano
"contempla la santidad y las virtudes de la llena de gracia"
(MC 22), el papa habla de "operante imitación", igual que
hace la iglesia "en conmovido estupor", cuando ve en ella
"como en una imagen purísima, todo lo que ella desea y
espera ser" (ib).
Contemplación y acción, culto y praxis, por tanto. Pero a la
luz de la ejemplaridad de María también el culto asume un
sentido más amplio y vital, resume y presenta toda la actitud
del hombre respecto a Dios. María, "modelo de la iglesia en el
ejercicio del culto", muestra en ella el modo de vivir la
relación entre el hombre y Dios. Los cuatro títulos de la
Virgen orante: Virgen a la escucha, Virgen en oración, Virgen
madre, Virgen oferente, expresan cómo la iglesia y el
cristiano deben desarrollar la relación esencial con Dios: con
la actitud de fe que se pone a escuchar (MC 17), la actitud de
diálogo gozoso como el del Magnificat (MC 18), la respuesta a
la vocación propia de servicio que en María se convierte en
maternidad (MC 19) y, finalmente, con la capacidad de
expresar en la oferta de sí, en la participación de la oferta
redentora de Cristo (MC 20). Así vivida, la devoción a María
no deja ya lugar a una piedad egoísta, sentimental e infantil,
que excluye el compromiso y la coherencia de vida.
La devoción a María que Pablo Vl propone es imitación de ella
a fin de que el cristiano introduzca toda su vida en la realidad
trinitaria, cristológica y eclesial; como María, que vive y obra
en esta relación vital, así el cristiano —orante en el verdadero
sentido— debe insertarse o, como María, reconocerse
insertado en la misma realidad; Dios es su padre, Cristo es su
salvador; el Espíritu su fuerza; y la iglesia, su familia; María
es de Dios y de la iglesia, para Dios y para la iglesia; con su
ejemplaridad activa y operante lleva, a través de la iglesia,
todo y a todos a Dios.
Más acuciante es todavía la llamada de Pablo Vl cuando se
dirige a los hombres de hoy invitándoles a ver bien en la
realidad de María su actualidad: su vida"tiene un valor
ejemplar, universal y permanente" (MC 35); María es modelo
siempre actual. Es preciso volver a encontrar el verdadero
rostro de María, que puede estar cubierto por
superestructuras socio-culturales; hay que encontrar la figura
verdadera y la verdadera función y misión de María (MC 36);
sobre todo es hoy esencial tener presente que la Virgen del
evangelio, la mujer de Juan, es la que se contempla y
promete en el Génesis, pero también la joven judía "bendita
entre las mujeres", colocada en la historia para indicar cómo
debe ser en el plan divino la mujer de hoy en todas las
situaciones y condiciones reales de la vida; y, con la mujer, el
hombre "artífice de la ciudad terrena y temporal, pero
peregrino diligente hacia la celeste y eterna; promotor de la
justicia que libera al oprimido y de la caridad que socorre al
necesitado pero sobre todo testigo activo del amor que edifica
a Cristo en los corazones" (MC 37).
La imagen renovada y reconsiderada de María que se propone
al hombre le ayuda a vivir en plena conformidad con la
voluntad de Dios; para esto "Dios ha hecho y dado a María al
mundo, para que en el mundo encuentre el hombre en ella
una hermana y una madre ejemplar"; alzando los ojos a
María, el hombre de hoy puede encontrar en ella el modelo de
toda virtud humana y cristiana.
Vlll. Imitación y nuevos iconos de María
MODELO/QUIEN-ES: Max Scheler, uno de los que han
estudiado con más diligencia y atención la psicología de la
imitación, ha demostrado que el modelo encierra en sí la idea
de valor y obra en el discípulo con la fuerza que dimana de su
personalidad, imponiéndose no con la autoridad, sino con la
fascinación de su presencia. El modelo es "el valor encarnado
en una persona, una figura ideal que está siempre presente
en el alma del individuo o del grupo, de modo que éste va
tomando poco a poco sus rasgos y se transforma en él; su
ser, su vida, sus actos, consciente o inconscientemente, se
regulan por ella, ya sea que el sujeto tenga que felicitarse por
seguir su modelo, ya que tenga que reprocharse no imitarlo".
El modelo ejerce de suyo un atractivo que se convierte en
amor, en participación vital de la persona, en necesidad de
armonizar la vida con la vida del modelo; no se le imita
copiando los gestos exteriores, sino participando de su vida,
de su ideal, identificándose en él.
Si esto vale psicológicamente, vale también espiritualmente;
la historia de los santos, "modelos" en torno a los cuales se
forma una corona de seguidores, lo confirma. Los santos
escribe agudamente Bergson, "no tienen necesidad de
exhortar; les basta existir; su existencia es una llamada".
Desde siempre, pero particularmente desde que Cristo
moribundo confió a María a Juan, a la iglesia, al cristiano,
María ejerció la función activa de modelo; al señalarla como
madre, Jesús daba a María como modelo a sus hijos. Basta
mirarla y sentirla cerca para participar de su mundo interior;
además el lazo misterioso pero eficaz entre María y los
creyentes y su acción materna hacen su imitación posible a
todos. En su afán de hacer presente y comprensible a María
como modelo, la iglesia encuentra algunas dificultades: las
muchas imágenes marcadas por demasiados elementos
culturales y una visión teológica abstracta le quitan
frecuentemente a María la fuerza y la fascinación del modelo.
Igualmente, la misma santidad de María, que presenta
muchos rostros y es para todos los hijos de la iglesia, puede
parecer desencarnada e inalcanzable. Por eso la iglesia
docente llama con insistencia la atención sobre María como
modelo; y en este momento, en que la crisis de modelos es
particularmente aguda, la espiritualidad redescubre y
actualiza la imitación de María formando iconos vivos, nuevos
y actuales. Recordemos la escuela de espiritualidad de san
Maximiliano Kolbe, que parte de la consagración a la
Inmaculada y alcanza una vida intensa de unión, por lo cual el
pensamiento, la acción y la santidad de María parecen
convertirse en pensamiento y acción del cristiano. Su frase:
"Hacerse la Inmaculada" '' es preciso entenderla en su justo
sentido de hacer vivir a María en la vida propia según la
vocación específica de cada uno, para realizar así la única
imitación auténtica.

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