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Desde las profundidades de mi torturada alma humana surgen feraces y

feroces voces y seres nefandos y nefastos que me persiguen, me alcanzan y


me atacan sutilmente en mis diáfanas pesadillas de interminables noches sin
luz. Pero es esta torturada alma humana mía y, sobre todo, los monstruos
que la acechan, los que han hecho posible mi privilegiada visión de los casos
y las cosas.
Porque las historias que contaré sólo han sido posibles mediante mi sutil
introducción en la mente de sus protagonistas. En efecto, tan vívido realismo,
tan perspicaz escrutinio de las ideas, sentimientos e intenciones de estos
ordinarios personajes no tienen su motivación en el dominio de las técnicas
narrativas (aunque éstas siempre ayudan). No, no se trata de que haya
sabido ponerme en la piel de estos personajes cotidianos sino que, más bien,
realmente he traspasado su piel y he accedido a los más recónditos rincones
de su mente y aun de su alma (aunque algunos de ellos la tenían tan débil e
inmunda que me costó océanos de tiempo encontrarla y sacar algo en limpio
de ella).
Los estatutos de mi Secta me impiden ofrecer al común de los mortales
las claves de mi técnica, pero baste saber que he sido capaz de conocer las
más íntimas verdades de estos individuos y hablar por su propia boca gracias
a una demiúrgica experiencia de la consciencia extrasensorial que ha
realizado una proyección astral hasta las consciencias de estos personajes,
ordinarios en la superficie pero de riquísimas implicaciones psicológicas.
Podrá apreciar el lector profano la verdad -a medias- de mi explicación
cuando compruebe que el uso de la primera persona en la mayoría de estos
cuentos ordinariamente asombrosos no es un recurso retórico para
proporcionar mayor realismo y verosimilitud sino la apropiación temporal que
la consciencia de estos personajes hizo de la mía propia durante el breve
tiempo que duró la proyección astral. De hecho, estos personajes se sirvieron
de mi etérea consciencia como médium para dar a conocer al mundo ideas,
fobias, obsesiones, convicciones e intenciones que habían mantenido largos
años agazapadas en las telarañas de su subconsciente. Y aunque no me
dieron nada a cambio por esta peculiar terapia psicoanalítica, yo me he
cobrado con creces mis servicios pasando estos secretos saberes al texto
escrito que permanece para siempre y ofreciéndolos -casi desnudos, con la
mínima ornamentación literaria, para que no pierdan su siniestra sinceridad-
a ese lector culto, ávido de confesiones escandalosas, pero que tiene
demasiado buen gusto para perderse en la infame turba de nocturnos
programas, diarios amarillos y revistas del corazón.

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