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Se puede decir que es en torno a 1968 cuando se fijan de manera clara las dos
aproximaciones más potentes a la Antropología de la Alimentación: el estructuralismo y
el materialismo.
El libro de Strauss, incluía un artículo titulado “El triángulo culinario”, se trata de un
escrito central de la manera estructuralista de entender el hecho alimentario.
Igor de Garine:
El profesor sostiene que los vínculos interdisciplinares habría que establecerlos con
personas concretas de esas disciplinas, cuya sensibilidad se conoce y no con “la
disciplina” sin faz.
Mary Douglas no hay duda: la solución metodológica implica compartir comidas con
ellos durante un tiempo prolongado. Poniendo así, el énfasis en el trabajo de campo
tradicional e incidiendo básicamente en el tipo de observación y el tipo de preguntas.
Preguntas: Douglas considera que algunas variables se pueden aplicar a todos los
sistemas alimentarios: la cantidad, el reparto diacrónico de las secuencias, la temperatura,
la oposición salado/azucarado, líquido/sólido, insípido/picante. Otros criterios pueden
aparecer como más significativos: entero / pequeño, asado / hervido, o el color y el olor.
Propone los siguientes elementos de comparación y análisis (1995: 192-197):
a. La relación entre la cocina y las otras artes y con las formas de comportamiento.
b. Identificación de las dimensiones pertinentes de comparación (dimensión
socioeconómica, dimensión estética y dimensión culinaria): costo, trabajo por
género y edad, equipamiento doméstico, la iluminación, la decoración; y
atendiendo a los comensales: quiénes comen juntos, qué comen las visitas
ocasionales, qué hombres, mujeres, niños, enfermos y personas sanas.
Dimensión estética. Habrá que tener en cuenta el color de la comida: En esta dimensión,
también se observarán las formas y la dureza de los alimentos servidos y la presentación
de los mismos enteros o partidos. La pretensión es clara: “extraer un indicador del grado
de segregación existente entre el orden culinario y los otros órdenes que rigen las
relaciones sociales” (1995: 194).
Mary Douglas afirmaba que la co- mida, convenientemente analizada, es una de las
mejores herramientas para expresar la simbología social (1982: 124), o la otra más
contundente todavía de Lévi-Strauss donde decía que la cocina de una sociedad,
integralmente considerada, sería un len- guaje en el que ésta traduce inconscientemente
su estructura (1984: 432).
Narración trabajo de campo
Sydney Mintz, “se considera que las personas que comen alimentos sorprendentemente
distintos, o alimentos similares de formas distintas, son sorprendentemente diferentes, a
veces hasta menos humanos” (1996: 29).
"la comida hay que moverla" o "la comida no debe estar parada"; a raíz de esa
manifestación comprendí que era necesario seguir a la comida en su camino desde la
cocina hasta los estómagos propios, de allegados y de otros seres; había que estudiarla
como una realidad que produce sentido y genera distinción moviéndose.
En primer lugar, que la mayor parte de los humores del cuerpo (semen, leche materna,
sudor, lágrimas, saliva y mocos) eran expresiones más o menos explícitas de sangre. En
segundo lugar, que la sangre es una realidad regenerable, siendo esta realidad un
contrapunto significativo a la idea general en Mesoamérica de que la sangre no se
regenera26. En tercer lugar, que la idea diferencial de sangre va ligada a la de "calor”
simbólico corporal, lo que me dio pie a indicar que en la zona existe una convicción
diferente a la de otras comunidades mesoamericanas sobre el "calor” simbólico del
cuerpo.
a. “Dar comida obligando al receptor a repartirla”; un tipo de don que dice mucho
de la importancia que tiene la comida para representar ideas de comporta- miento
social correcto.
b. Más importante que la donación en sí de un objeto de valor, como es la comida,
es la transmisión de algunas ideas que llevan aparejadas esas comidas que se
mueven de unas manos a otras bocas, de unas casas a otras casas.
c. En torno a la idea de la necesidad de regalar comida se establece un discriminación
básica entre los “ruines” (o míseros), aquellos que no mueven su comida y “los de
corazón”, que regalan a paseantes, vecinos, amigos, muertos y benefactores
sobrenaturales.
d. La haraganería que tiene manifestaciones diferenciadas en función del género. La
haraganería de la mujer implica un mal uso de la comida en la escala básica y
cotidiana de la donación. Del mismo modo, hay un modelo de hombre haragán
(también llamado ruin): el que descuida su milpa imposibilitando el
abastecimiento básico de la casa.
e. “Mostrencos y de entendimiento”: Serían “mostrencos” aquellos que todavía
hacen “pagos” de comida a la tierra o la derrochan en los gastos conspicuos que
ocasiona un sikín o un recubal; serían “de entendimiento” aquellos que usan la
comida para satisfacer sus necesidades exclusivamente corporales.
He desarrollado una idea, que en el futuro deberé sustentar más; esa es que del mismo
modo que existen relatos míticos acerca del pasado “crudo”, hay expresiones puestas de
manifiesto en el ritual que reflejan el deseo de construir un pasado “cocinado” y por tanto
afectivo.
Conclusión: Quizá esa sea una de las claves en el método para trabajar en antropología
de la alimentación: para adentrarse en los símbolos es preciso un vínculo afectivo con la
materia.
la regla que ha tenido mayor trascendencia para evidenciar que el sistema culinario
construye humanidad sea la invención de horarios para comer. El hambre rige el horario
corporal y fisiológico y frente a éste se impone un horario social. La norma social indica
que hay que esperar a la hora de comer ante las punzadas del hambre.
Identidad de edad, de género, de clase y étnica. Cuatro aspectos que dan sentido al IV
aforismo de Brillant de Savarin: “Dime lo que comes y te diré quién eres”.
Identidad de género: del atributo biológico que permite a las mujeres nutrir a través de
la lactancia, se pasa al atributo cultural de la mujer cocinera. Así, parece que la ubicación
de la mujer en la cocina es natural. La comida preparada por una mujer ata al resto de la
casa a ella, permite generar un perfil de familia y tiende un lazo a la integración familiar.
También se puede ofrecer otra imagen, según la cual la comida que dan las mujeres puede
estar contaminada y provocar el mal. La idea no solo nace de la posibilidad de que utilice
alimentos conta- minados, sino que la propia contaminación nace de los humores de su
propio cuerpo. (Ejemplo: mujeres menstruantes que estropean la comida, expresiones de
“lo cocinó La imagen de la cocina como cárcel femenina está presente en muchos
contextos culturales. El trabajo de la mujer para producir, conservar, preparar, servir y
limpiar alimentos con frecuencia está devaluado, especialmente, dice Couniham, bajo las
condiciones del desarrollo de la economía capitalista, como a finales del siglo XX en el
centro de Italia cuando las tareas de las mujeres con relación a los alimentos llegan a ser
de aislamiento en el hogar y de separación de la valorada producción pública.” para
referirse al hecho de hacer brujería).
Sentido de que manejar comida da poder a la mujer, igual que da poder simbólico su
potestad para repartir, aunque ella se quede con la peor parte. Appadurai lo ha
ejemplificado a través del concepto gastropolítica. Una manera muy sutil, pero efectiva,
de protestar ante una desconsideración puede ser motivo suficiente para hacer mal la
comida: es- casa, sosa, sin sabor o con poca carne. La asociación es esfuerzo físico con
energía, masculinidad con vigor sexual, comidas potentes, valentía que se construye como
ideal masculino e implica que sea el quien experimenta las novedades culinarias aun no
siendo el cocinero.
Identidad de edad. Se comen cosas que definen al grupo y también se comen cosas
precisamente para escapar, para salir de ese grupo. Existen diferentes tipos de comidas
para cada edad que tienen la función de construir físicamente y, también, simbólicamente
y que alimentan para fomentar el respeto y la obediencia (infancia), para la
responsabilidad (madurez) y para nutrir la memoria (vejez).
Claude Fischler (antropólogo francés) afirma que los jóvenes se ven afectados por el
“guirigay dietético”, que se funda en una cacofonía alimentaria planetaria: no siguen
horarios, no tienen un orden culinario.
En la edad adulta se habla de la comida por su valor material y simbólico para favorecer
la reproducción biológica y social. La necesidad de ingerir alimentos energéticos, comida
que da fuerza para conseguir el sustento comunitario.
En la vejez, El tipo de alimentación que las diferentes sociedades dan a sus ancianos, en
tanto que ellos no pueden conseguirla completamente por si mismos, informa de manera
magnifica el valor que esa sociedad les atribuye, donde se relaciona salud y enfermedad
a través de la comida.