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1. Agustín y Anselmo1
En los textos que anteceden, tanto Agustín como Anselmo reflexionan sobre
signos y cosas. Lo hacen desde la perspectiva de la enseñanza como cometido
esencial de los signos en orden a enseñar cosas. Agustín descubre en el peculiar
encuentro entre un cazador de aves que domina su arte y un casual espectador
intensamente interesado que desea aprender esa misma arte. El deseo de aprender y el
de enseñar se encuentran y acontece una enseñanza sin signos, donde no hacen falta
1
Los textos fuente se citan en versión latina. Las versiones al español de los textos latinos son propias.
2
Patrologia Latina, Augustini Sancti Aurelii opera omnia, en: Migne, Patrologiae cursus completus.
Series Latina, Paris, 1841-1849 (=PL); PL 32 [1213], De magistro (DM), IV, 32: "Nam quaero abs te,
si quisquam ignarus deceptionis avium, quae calamis et visco affectatur, obviam fieret aucupi, armis
quidem suis instructo, non tamen aucupanti, sed iter agenti, quo viso premeret gradum, secumque, ut
fit, admirans cogitaret et quaereret quidnam sibi hominis ille vellet ornatus; auceps autem cum in se
videret attentum, ostentandi se studio cannas expediret, et prope animadversam aliquam aviculam
fistula et accipitre figeret, subigeret et caperet; nonne illum spectatorem suum doceret nullo significatu,
sed re ipsa, quod ille scire cupiebat?"
3
S.Anselmi Cantuariensis opera omnia, ed. F.S.Schmitt, Bad Cannstatt, 1969. De veritate (DV), IX,
189, 10-14: "Si esses in loco ubi scires esse salubres herbas et mortiferas, sed nescires eas discernere;
et esset ibi aliquis de quo non dubitares quia illas discernere sciret, tibique interroganti quas salubres
essent et quae mortiferae, alias verbo diceret salubres esse et alias comederet: cui magis crederes, verbo
an actioni eius?"
las palabras ni los gestos. El encuentro de los deseos suple holgadamente y supera
cualquier encuentro mediado por signos. Tal vez quepa ver en este hecho un caso
4
Patrologia Latina, Augustini Sancti Aurelii opera omnia, en: Migne, Patrologiae cursus completus.
Series Latina, Paris, 1841-1849 (=PL); PL 34, De doctrina christiana (DC).
5
PL 34, DC, I, 2.2: "Omnis doctrina vel rerum est vel signorum, sed res per signa discuntur. Proprie
autem nunc res appellavi, quae non ad significandum aliquid adhibentur, sicuti est lignum, lapis, pecus
atque huiusmodi cetera; sed non illud lignum quod in aquas amaras Moysen misisse legimus, ut
amaritudine carerent neque ille lapis quem Iacob sibi ad caput posuerat neque illud pecus quod pro filio
immolavit Abraham. Hae namque ita res sunt, ut aliarum etiam signa sint rerum. Sunt autem alia signa
quorum omnis usus in significando est, sicuti sunt verba. Nemo enim utitur verbis nisi aliquid
significandi gratia. Ex quo intellegitur quid appellem signa: res eas videlicet quae ad significandum
aliquid adhibentur. Quamobrem omne signum etiam res aliqua est; quod enim nulla res est, omnino
nihil est. Non autem omnis res etiam signum est."
pertinente a las palabras en cuanto palabras no solamente en cuanto sonidos
deben cumplir una función significativa. Las palabras son tales si y sólo si se usan
para significar.
A partir de lo anterior es posible establecer una clasificación de las cosas del
mundo en relación a su uso: a) cosas cuya existencia es exclusivamente la de una cosa
y como tal pueden usarse, b) cosas que poseen además otras utilidades entre las cuales
es posible la función significativa y, finalmente, c) cosas que poseen como tales
función significativa. Esta clasificación está emparentada con aquella otra
clasificación agustiniana que enlaza clases de cosas medios y fines y la relación
que se establece con ellas usar de ellas (uti), disfrutar de ellas (frui). Se usan las
cosas que son medios, se disfruta de aquello que no existe en orden a otra cosa, es
decir se disfruta de aquello que es un fin.
Dado que la función principal y excluyente de las palabras en cuanto son
signos lingüísticos es la función significativa, son el lugar privilegiado para abordar
el tema de la significación. Todo lo que en ellas se encuentre podrá ser referido a esta
función. En el caso de cosas que no son palabras puede estar ausente la significación
o, aún estando presente, requerirá ser deslindada de otras funciones. En el tópico de la
relación entre significante y significado, las definiciones que da Agustín del signo son
elocuentes en orden a identificar sus elementos y relaciones internas.
Unas cosas sirven para gozar de ellas, otras para usarlas y algunas para gozarlas y
usarlas. Aquella con las que nos gozamos nos hacen felices; las que usamos nos ayudan
a tender hacia la felicidad y nos sirven como de apoyo para poder conseguir y unirnos a
las que nos hacen felices. Nosotros que gozamos y usamos nos hallamos situados entre
ambas; pero si queremos gozar de las que debemos usar impedimos nuestro camino y
algunas veces también lo torcemos de tal modo que, atados por el amor de las cosas
inferiores, nos retrasamos o nos alejamos de la posesión de aquellas que debíamos
gozar una vez obtenidas6.
Los signos dados (data) son los que mutuamente se dan todos los vivientes para
manifestar, en cuanto les es posible, los movimientos del alma, como son las
sensaciones y los pensamientos. No tenemos otra razón para señalar, es decir, dar un
signo, sino el sacar y trasladar al ánimo de otro lo que tenía en el suyo aquel que dio tal
señal13.
A diferencia de los naturales, los signos dados son emitidos con el fin de
comunicar un significado. De tal modo, aún cuando todos los signos pueden ser
considerados dentro de un proceso de adquisición de conocimiento porque en todos
ellos el receptor puede comprender un significado, sólo los emitidos se consideran,
además, en el marco de un acto comunicativo deliberado. Estos son los que más
interesan a Agustín en virtud de que su intercambio funda la constitución de
comunidades lingüísticas. La distinción entre signos naturales y dados debe ser
tomada con precaución. Aunque encuadrar los signos en una u otra clase no presenta
dificultad, en ciertos casos no es tan así. No siempre resulta fácil ni claro determinarlo
en algunas expresiones, porque tampoco lo es identificar si resultan de una reacción
ante un estímulo o si son emitidos con intención de significar. Si se tiene en cuenta
que las conversaciones usuales se integran con signos verbales pero también con
gestos, sonidos, movimientos del cuerpo, no resulta fácil distinguir, entre todos estos
elementos, cuáles son emitidos con intención y cuáles no. Por ello, al hacer una
clasificación rigurosa de los signos emitidos en una conversación o en otro tipo de
intercambio de signos atendiendo a las categorías de voluntarios o no, deben tenerse
en cuenta otros elementos. Agustín es consciente de ello e intenta alcanzar esa
12
PL 34, DC, II, 1.2.: "Signorum igitur alia sunt naturalia, alia data. Naturalia sunt quae sine voluntate
atque ullo appetitu significandi praeter se aliquid aliud ex se cognosci faciunt, sicuti est fumus
significans ignem. Non enim volens significare id facit, sed rerum expertarum animadversione et
notatione cognoscitur ignem subesse, etiam si fumus solus appareat. Sed et vestigium transeuntis
animantis ad hoc genus pertinet; et vultus irati seu tristis affectionem animi significat, etiam nulla eius
voluntate qui aut iratus aut tristis est; aut si quis alius motus animi vultu indice proditur, etiam nobis
non id agentibus ut prodatur. Sed de hoc toto genere nunc disserere non est propositum. Quoniam
tamen incidit in partitionem nostram, praeteriri omnino non potuit, atque id hactenus notatum esse
suffecerit."
13
DC, II, 2.3.: "Data vero signa sunt quae sibi quaeque viventia invicem dant ad demonstrandos
quantum possunt motus animi sui, vel sensa aut intellecta quaelibet. Nec ulla causa est nobis
significandi, id est signi dandi, nisi ad depromendum et traiciendum in alterius animum id quod animo
gerit is qui signum dat."
precisión. No trata de elaborar un marco teórico para clasificarlos ni ejecutar una
clasificación concreta, sino establecer ciertas bases para comprender la estructura
propia de los signos y su función dentro de procesos comunicativos de naturaleza
semiótica.
En De doctrina christiana entiende que pueden significar otros signos, o bien
cosas que a su vez no son signos. Cuando ocurre lo último se denomina propios (signa
propria); cuando lo denotado es a su vez signo se denominan traslaticios o
metafóricos (signa translata). Por ejemplo, señala Agustín, la palabra latina bos
significa "buey", pero en las Escrituras en ocasiones "buey" simboliza "predicador".
Quien posee el capital simbólico adecuado, conoce el significado metafórico del
término. Pensará entonces en la cosa última significada, i.e. el predicador, y no en el
buey al escuchar esa palabra14. Esta clasificación tiene consecuencias hermenéuticas
porque muestra que lo significado en las palabras pronunciadas o en las escritas no
siempre debe ser entendido en sentido literal. La posibilidad de significar
metafóricamente ocupa un lugar privilegiado en la interpretación de los textos
bíblicos a causa de abrir otras posibilidades en el texto sagrado, pero tambén las abre
dentro del análisis de los signos en general.
¿De qué son signos los signos? ¿Qué entidad les cabe a signos y cosas cuando
constituyen lo significado? En De Magistro Agustín se interroga sobre este tema a
partir de la pregunta acerca de qué emite quien habla: si el signo o las cosas. Lo
emitido por un hablante no es sólo el sonido que afecta los sentidos, aunque tampoco
sea la cosa. Si así fuese, debiéramos aceptar que de nuestra boca sale un león cada vez
que pronunciamos esta palabra. El ejemplo sirve para distinguir dos elementos: la
cosa denotada por el signo y el signo mismo. Siguiendo los análisis estoicos sobre los
signos Agustín introduce una distinción más: en la emisión de signos se dan a la vez
el signo, la cosa a la que se refiere y el conocimiento que se tiene de ella. Al hablar se
emite el conocimiento que tiene el hablante sobre la cosa; eso es también lo que capta
quien escucha. Eso se traslada en el intercambio de signos. Al hablar se hace exterior
un conocimiento interior sobre un objeto, sea signo o cosa. Agustín expresa esta idea
en Principia Dialectica (PD):
Aquello que, a partir de la palabra, el alma y no el oído percibe y que en el alma misma
se tiene, se llama decible. Cuando procede la palabra, no ordenada a significarse a sí
misma sino en orden a significar algo distinto, se llama dicción. La cosa misma que ya
no es palabra ni concepción de la palabra en la mente [cfr. DM, VIII 23.], ya sea que se
tenga la palabra con la que puede ser significada, ya que no se tenga, no es nada
distinto de lo que se denomina con propiedad 'cosa'. Por lo tanto, se tienen estas cuatro
distintas: 'palabra' (verbum), 'decible' (dicibile), 'dicción' (dictio), 'cosa' (res). Lo
denominado 'palabra' es palabra y significa palabra. Lo denominado 'decible' es
palabra, sin embargo no significa palabra sino lo que se entiende por la palabra y está
contenido en el alma. Lo denominado 'dicción' es palabra, pero significa aquellos dos a
la vez, esto es la palabra misma y lo que se produce en el alma por la palabra. Lo
denominado 'cosa' es palabra que significa todo lo que queda, exceptuadas las tres
14
DC, II, 10.15.: "Duabus autem causis non intelleguntur quae scripta sunt, si aut ignotis aut ambiguis
signis obteguntur. Sunt autem signa vel propria vel translata. Propria dicuntur, cum his rebus
significandis adhibentur, propter quas sunt instituta, sicut dicimus bovem, cum intellegimus pecus,
quod omnes nobiscum latinae linguae homines hoc nomine vocant. Translata sunt, cum et ipsae res
quas propriis verbis significamus, ad aliquid aliud significandum usurpantur, sicut dicimus bovem, et
per has duas syllabas intellegimus pecus quod isto nomine appellari solet, sed rursus per illud pecus
intellegimus Evangelistam, quem significavit Scriptura, interpretante Apostolo, dicens: Bovem
triturantem non infrenabis"
[verbum, dicibile, dictio] que ya fueron dichas»15.
Las ideas son las formas principales o las razones estables e inmutables de las cosas, las
cuales no han sido formadas, y por ello son eternas y permanentes en su mismo ser que
están contenidas en la inteligencia divina, y como ellas ni nacen ni mueren, decimos
15
PL 32, Principia dialectica (PD), 5.: "Quidquid autem ex verbo non aures sed animus sentit et ipso
animo tenetur inclusum, dicibile vocatur. Cum vero verbum procedit non propter se sed propter aliud
aliquid significandum, dictio vocatur. Res autem ipsa, quae iam verbum non est neque verbi in mente
conceptio, sive habeat verbum quo significari possit, sive non habeat, nihil aliud quam res vocatur
proprio iam nomine. Haec ergo quattuor distincta teneantur; verbum, dicibile, dictio, res. Quod dixi
verbum, et verbum est et verbum significat. Quod dixi dicibile, verbum est, nec tamen verbum, sed
quod in verbo intellegitur et animo continetur, significat. Quod dixi dictionem, verbum est, sed quod
iam illa duo simul id est et ipsum verbum et quod fit in animo per verbum significat. Quod dixi rem,
verbum est, quod praeter illa tria quae dicta sunt quidquid restat significat."
16
PD, 1.: "Dialectica est bene disputandi scientia."
17
PD, 5.: "Loqui est articulata voce signum dare."
18
PD, 5.: "Verbum est uniuscuiusque rei signum, quod ab audiente possit intellegi, a loquente
prolatum."
19
PD, 5.: "Res est quidquid vel sentitur vel intellegitur vel latet. Signum est quod et se ipsum sensui et
praeter se aliquid animo ostendit."
que según ellas es formado todo lo que puede nacer y morir, y todo lo que nace y
muere20.
todavía no se manifestó qué seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él,
porque lo veremos tal cual es. En este pasaje y otros similares me parece que se trata de la sabiduría.
Abstenerse del mal, que según Job es ciencia, pertenece ciertamente a las cosas temporales. Según el
tiempo estamos entre los males de los que debemos abstenernos si queremos alcanzar los bienes
eternos. Por lo cual, todo lo que prudentemente, fuertemente, justamente y con templanza hagamos,
pertenece a la ciencia o disciplina por la que nuestra acción se alecciona en los males que debemos
evitar y los bienes que debemos apetecer; y todos los ejemplos que debemos imitar o evitar y todos los
documentos necesarios adaptados a nuestros usos, los inferimos del conocimiento histórico.
caso, y por ser diverso el consenso mueven con diversidad, y no consensuaron los
hombres en sus significados porque ya eran aptas para significar, sino que son aptas
por haber consensuado en ellas, así también los signos con los que se compara la
dañina sociedad de los demonios son aptos según las observaciones de cada uno.
Esto lo muestra manifiestamente el rito de los augures, quienes antes de observar los
signos y después de haberlos observado, hacen que no se vea el vuelo de las aves ni
se oigan sus voces, porque estas cosas no son signos de cosa alguna si no se suma el
consenso del observador 28.
Seguir literalmente la letra y tomar los signos por las cosas que significan es servil
enfermedad; de manera semejante, interpretar inútilmente los signos es error
malamente divagante. Quien no entienda qué significa el signo y, sin embargo, sí
28
DC, II, 24. 37.: "Sicut enim, verbi gratia, una figura litterae X, quae decussatim notatur, aliud apud
Graecos, aliud apud Latinos valet, non natura, sed placito et consensione significandi; et ideo qui
utramque linguam novit, si homini Graeco velit aliquid significare scribendo, non in ea significatione
ponit hanc litteram in qua eam ponit cum homini scribit Latino, et Beta uno eodemque sono apud
Graecos litterae, apud Latinos oleris nomen est, et cum dico: Lege, in his duabus syllabis aliud
Graecus, aliud Latinus intellegit; sicut ergo hae omnes significationes pro suae cuiusque societatis
consensione animos movent, et quia diversa consensio est, diverse movent; nec ideo consenserunt in
eas homines, quia iam valebant ad significationem, sed ideo valent quia consenserunt in eas; sic etiam
illa signa, quibus perniciosa daemonum societas comparatur, pro cuiusque observationibus valent.
Quod manifestissime ostendit ritus augurum, qui et antequam observent et posteaquam observata signa
tenuerint, id agunt ne videant volatus aut audiant voces avium, quia nulla ista signa sunt, nisi consensus
observantis accedat."
entienda que se trata de un signo, no es oprimido por la servidumbre. Es mejor, en
efecto, aun verse agobiado por signos desconocidos pero útiles que, interpretándolos
inútilmente, uncir en los arreos del error la cerviz que ha sido liberada del yugo de la
servidumbre29.
Si lo consideramos diligentemente, quizá nada halles que sea enseñable por medio de
sus signos. Cuando se me da un signo, si me encuentra ignorante acerca de qué cosa es
signo ese signo, nada me puede enseñar; y, si sapiente de ella, ¿qué aprendo por medio
del signo?31.
Hasta acá llegan las palabras, las cuales, concediéndoles mucho, tan sólo nos advierten
a buscar las cosas, pero no las manifiestan a nosotros para que las conozcamos 37.
Una palabra puede mover por su propia virtud en cuanto sonido atractivo
o en virtud de su significado. La primera es la palabra del orador, la segunda, la del
35
DM XI, 37: "Quod ergo intellego, id etiam credo: at non omne quod credo, etiam intellego. Omne
autem quod intellego, scio: non omne quod credo, scio.» «Lo que entiendo, eso también creo: pero no
todo lo que creo, también lo entiendo. Todo lo que entiendo lo sé: no todo lo que creo lo sé."
36
Anselmus Cantuariensis..., Cur deus homo (CDH), I, 1, 48, 16-18: "Sicut rectus ordo exigit ut
profunda Christianae fidei prius credamus, quam ea praesumamus ratione discutere, ita negligentia
mihi videtur, si, postquam confirmati sumus in fide, non studemus quod credimus intelligere."
Así como el orden recto exige que primero creamos las verdades profundas de la fe cristiana antes de
presumir discutirlas con la razón, de la misma manera, me parece negligencia si después de
confirmados en la fe, no nos aplicamos a entender lo que creemos.
37
DM XI, 36: "Hactenus verba valuerunt, quibus ut plurimum tribuam, admonent tantum ut quaeramus
res, non exhibent ut noverimus."
38
DD, 7: "Nunc vim verborum, quantum res patet, breviter consideremus. Vis verbi est, qua
cognoscitur quantum valeat. Valet autem tantum quantum movere audientem potest.»
(Trad esp.) Consideremos ahora, en la medida de nuestras posibilidades, la fuerza de las palabras. La
fuerza de la palabra es aquella por la cual se comoce cuánto vale, y vale tanto cuanto puede mover al
que la oye.
dialéctico.
Hay también signos que no son palabras, cuya eficacia consiste en que operan
un cambio de orden sobrenatural en quien los recibe, se trata de los signos
sacramentales: "Quita el verbo, y ¿qué es el agua sino agua? Accede el verbo al
elemento y acontece el sacramento, también como verbo visible"39 .
Entendidos como manifestación de la gracia, los sacramentos incluyen
elementos sensibles. Agustín refiere el bautismo y la eucaristía, en los cuales
reflexiona sobre el rito, los ministros y la eficacia. En el caso del bautismo pregunta
por el origen del poder del agua:
¿Dónde se origina esa fuerza tan grande del agua que toca el cuerpo y purifica el
corazón sino en el verbo operante?, no porque es pronunciado sino porque se cree en él.
Porque en este verbo algo es sonido transitorio y algo distinto la virtud que
permanece.40.
Pero dado que las cosas aparecen semejantes a otras de múltiples modos, no
pensemos que está prescripto que aquello que una cosa significa en algún pasaje de
las Escrituras habrá de creerse que lo significará siempre. Pues también el Señor puso
la levadura en el vituperio cuando dijo 'cuidaos del fermento de los Fariseos' (Mateo
16, 11), y no solo en la alabanza, como cuando dijo 'es semejante el reino de los
cielos a la mujer que mezcla la levadura en tres medidas de harina a fin de que toda la
masa leude' (Lucas 13, 21)42.
La palabra que resuena exteriormente es signo de la palabra que reluce dentro, a la cual
le conviene mejor el nombre de verbo, porque la palabra que pronuncia la boca del
cuerpo es voz del verbo, y es denominada verbo por aquello que, a efecto de que pueda
aparecer en lo exterior, es asumido. Así nuestro verbo se hace en cierto modo voz del
cuerpo al convertirse en palabra para poder ser manifestado a los sentidos humanos, así
como el Verbo de Dios se hizo carne asumiendo aquella en la cual hacerse manifiesto a
los sentidos de los hombres. Y así como nuestro verbo se hace voz sin mudarse en voz,
así el Verbo de Dios se hizo carne pero se abstuvo de mudar en carne. Asumiéndola sin
consumirse en ella, nuestro verbo se hace voz y Aquél se hace carne" 47
pensamientos' (Mateo 9, 3-4). Vio, entonces, lo que dijeron. Vio por su pensamiento los pensamientos
de ellos, que pensaban a su vez que eran los únicos en verlos.
46
DT, XV, 10. 19.: "Formata quippe cogitatio ab ea re quam scimus, verbum est quod in corde
dicimus: quod nec graecum est, nec latinum, nec linguae alicuius alterius; sed cum id opus est in eorum
quibus loquimur perferre notitiam, aliquod signum quo significetur assumitur."
47
DT XV, 11. 20.: "Proinde verbum quod foris sonat, signum est verbi quod intus lucet, cui magis
verbi competit nomen. Nam illud quod profertur carnis ore, vox verbi est: verbumque et ipsum dicitur,
propter illud a quo ut foris appareret assumptum est. Ita enim verbum nostrum vox quodam modo
corporis fit, assumendo eam in qua manifestetur sensibus hominum; sicut Verbum Dei caro factum est,
assumendo eam in qua et ipsum manifestaretur sensibus hominum. Et sicut verbum nostrum fit vox,
nec mutatur in vocem; ita Verbum Dei caro quidem factum est, sed absit ut mutaretur in carnem.
Assumendo quippe illam, non in eam se consumendo, et hoc nostrum vox fit, et illud caro factum est."
atemporal se encarna en virtud de una necesidad debida a la limitación de la
naturaleza humana en su condición de caída, que requiere signos perceptibles de su
manifestación.
Según De Trinitate las palabras no son los únicos signos por medio de los
cuales es posible expresar las cosas pensadas, aunque sean los principales en virtud de
su número y desarrollo. Verter un verbo interior en signos exteriores no exige que
esto suceda mediante locuciones verbales, es claro que otros modos de verterla son
posibles. El signo exterior con frecuencia es un sonido dirigido a la audición o una
seña orientada a la vista, vectores materiales que sirven de medios para dar a conocer
a los sentidos del cuerpo nuestro verbo interior.
La concepción que Agustín manifiesta relativa a los signos como vehículos de
la interioridad del alma en el contexto de la iluminación fue desarrollada por él
preferentemente en vinculación con el lenguaje verbal. Nada hay de semejantes
proporciones en relación con otras clases de signos. Aunque acepte que otras
manifestaciones mediante signos sean posibles, no parece muy proclive a
generalizarlos en una teoría más general del lenguaje sin más que proyectar estas
consideraciones. Sí cabe decir que si un signo no expresa adecuadamente el interior
del alma de quien lo usa o no es entendido cabalmente por su destinatario, carece de
eficacia y, en cierto sentido, altera su naturaleza.
¿De qué sirve un signo que no tiene capacidad para mostrar a quien lo percibe
lo que hay en el interior del alma de quien lo produce? No parece, sin embargo,
sencillo, si es que resulta posible, indicar cómo la palabra interna asume la externa. Es
uno de los tópicos sobre los cuales Agustín considera que la inteligencia humana no
es mayormente capaz. Sí indicó que en tal caso —analogado con la encarnación del
Verbo— se trata de una misma palabra y dos naturalezas. En ambos casos se trata de
una asunción que no implica indistinción.
Todo lo que entiendo, quiero que quien me oye entienda a su vez; siento, empero, que
no hablo de manera tal que cumpla mi deseo: aquella intelección
permea mi alma como un relámpago, aquella locución, en cambio, es lenta y larga, de
disímil longitud, y mientras ésta avanza, aquella ya se abroqueló en su secreto recinto.
Sin embargo, dado que ha dejado de manera admirable vestigios impresos en mi
memoria, éstos perduran en la cadencia de las sílabas, y desde esos vestigios asumimos
los signos sonantes que denominamos lengua latina, griega o hebrea, u otra cualquiera,
ya sean estos signos pensados, ya proferidos por la voz. Y aquellos vestigios no son
latinos, ni hebreos, ni propios de ningún otro pueblo, sino que se producen en el alma
de modo tal como un rostro se expresa en el cuerpo 48.
48
S. Aurelii Augustini opera omnia (PL 40), De Catechizandis Rudibus, 2. 3.: "Totum enim quod
intelligo, volo ut qui me audit intelligat; et sentio me non ita loqui, ut hoc efficiam: maxime quia ille
intellectus quasi rapida coruscatione perfundit animum, illa autem locutio tarda et longa est, longeque
dissimilis, et dum ista volvitur, iam se ille in secreta sua condidit; tamen, quia vestigia quaedam miro
modo impressit memoriae, perdurant illa cum syllabarum morulis; atque ex eisdem vestigiis sonantia
signa peragimus, quae lingua dicitur vel Latina, vel Graeca, vel Hebraea, vel alia quaelibet, sive
cogitentur haec signa sive etiam voce proferantur; cum illa vestigia nec Latina, nec Graeca vel
Hebraea, nec cuiusque alterius gentis sint propria, sed ita efficiantur in animo, ut vultus in corpore."
Esta disimilitud —la presteza del relámpago de la intelección y la trabajada
morosidad de la razón a partir de esos vestigios— exige el esfuerzo de encontrar
signos que expresen mejor y más adecuadamente el interior del alma. Esta idea
explica, a juicio de Agustín, que exista en los rétores una insatisfacción al intentar
hablar de la verdad, la sensación de que siempre es defectuoso el discurso en
comparación con su cometido, que las palabras no alcanzan a manifestar la verdad
que debía ser desvelada. Por más preciso que sea el discurso, no puede alcanzar la
verdad en toda su profundidad. Toda aproximación, aunque sea extremadamente
precisa, es siempre un intento por expresar lo que pertenece a otro orden ontológico,
algo que excede la capacidad humana de comprensión.
Se dan, además, desajustes entre la palabra interior y la exterior derivados de
la intención humana, sobre los cuales sí es posible intervenir. Las interferencias que
impiden que el significante (dictio) sea propiamente expresión del significado
(dicibile) son inherentes a cualquier acto de enseñar, y se atribuyen a quien genera los
signos. Se excluyen otros aspectos, como que el emisor tenga capacidad de emitir
signos o esté en condiciones históricas de hacerlo. No se considera que el emisor
conozca el lenguaje o las palabras indicadas para expresar lo significado, o que exista
en quien recibe los signos la comprensión del significado expresado en cada signo.
Aun presuponiendo que los signos son producidos por un emisor capaz de hacerlo
adecuadamente, y que hay un interlocutor capaz de comprenderlos, hay inteferencias
que se interponen entre las palabras interna y externa. Unas psicológicas; otras lógicas
o filosóficas: usar palabras equivocadas, hablar sin pensar, decir mentiras y callar.
Emitir palabras equivocadas es un error común entre los hablantes denominado lapsus
linguae. Por fuerza de la costumbre o por una reacción inmediata y compulsiva se
emiten ciertas palabras que resultan erróneas para lo que en el momento se quiere
expresar. Y aunque constituyen un entorpecimiento de la locución en el sentido en
que no expresan lo que hay en el interior, aquello no implica intención de engaño por
parte de quien lo hace. Por ello, rápidamente, al notar el error, puede ser corregido.
Hablar sin pensar puede ocurrir en momentos en los cuales ciertas palabras,
sentencias o fórmulas se repiten una y otra vez, como es el caso de la repetición de
cantos o himnos. A veces estas frases se repiten sin conocer su contenido, otras veces
se pronuncian sin que quien lo hace esté pensando en lo que dice, aun cuando conozca
su significado. En este último caso, hacerlo sin pensar refiere a que no se está
pensando simultáneamente en aquello que se expresa, que se estaría expresando algo
distinto a lo que en el momento de la locución se tiene en mente. Esto, sin embargo,
no conduce a equivocaciones al oyente pues el contenido de lo emitido puede ser aún
verdadero. Tampoco se puede decir que quien habla tenga la intención de ocultar lo
que hay en su mente. El problema que conlleva es que no expresa el contenido del
alma de quien lo emite y tampoco permite que quien lo escucha, lo conozca. Quien
escucha no puede estar seguro de si quien habla sabe lo que está diciendo, si es su
alma la que está siendo expresada o no.
La mentira tiene un carácter distinto. Agustín trata este tema de modo
particular en dos textos, De Mendacio (395) y Contra Mendacium (ca. 420). En
ambos sostiene posiciones similares, aunque el contexto en el cual desarrolla este
asunto y los matices que pone en su tratamiento, varían. Especialmente, el cambio de
contexto y matices se debe a que en el segundo texto Agustín busca oponerse a las
tesis de la herejía Priscilianista, que permitía a sus seguidores jurar en nombre de otra
fe en este caso jurar por la fe católica si tal acción era necesaria para pasar
inadvertidos entre los católicos y así poder mantener en lo oculto su propia fe.
En consideración de Agustín, la mentira, o hablar falsamente, consiste en una
falta contra la verdad. Veamos el sentido en que lo enuncia. Alguien puede estar
equivocado, en el sentido de no haber conocido la verdad, y, en consecuencia, decir
cosas equivocadas. Su falta, en este caso, no consiste en que dice cosas equivocadas,
sino en no haber alcanzado la verdad. No se trata, pues, de un mentiroso, sino de
alguien que no posee aún ciencia verdadera.
El mentiroso difiere de éste. La diferencia consiste en que, quien miente,
enuncia algo contrario a lo que hay en su alma y lo hace con plena conciencia de que
lo está haciendo. Lo hace con intención. De allí que la mentira consista tanto en que lo
que enuncia no corresponde a lo que tiene en su mente (significación falsa), como en
la intención expresa de que así sea. Teniendo en cuenta estos dos elementos, Agustín
define la mentira:
Esa significación falsa no quiere decir que sea por sí misma contraria a la
verdad, sino que es contraria a lo que hay en la mente del emisor. En efecto, alguien
puede no haber conocido la verdad, pero aun así puede emitir signos que concuerdan
con ella. En este caso, no se trataría de mentira. Habrá mentira cuando de manera
voluntaria se expresa exteriormente algo que se sabe no corresponde a lo que hay en
el interior. Así, frente a una definición corriente acerca de la mentira como decir algo
contrario a la verdad, lo característico de la posición agustiniana es que ésta consiste
en una contradicción voluntaria entre la palabra interior y la exterior.
Preocupa asimismo a Agustín el caso de quienes, teniendo la verdad dentro de
sí, no la expresan exteriormente, argumentando que es inútil porque Dios escucha, no
las palabras exteriores, sino las interiores. En este caso, la ausencia de signos
exteriores no refleja la ausencia de palabras interiores. A propósito de este caso,
Agustín vuelve sobre la idea de que en tanto Dios escucha el interior, la palabra
pronunciada al exterior es necesaria para la comunicación entre los hombres.
La emisión de signos exteriores se justifica por la necesidad de comunicar.
Lapsus linguae, hablar sin pensar, mentir y callar, son casos en los que no hay
conexión entre la palabra interior y la exterior. En el lapsus no hay intención de
producir el desajuste. En la mentira hay intención expresa de engañar y en virtud de
ello se construye un discurso. En el callar no hay siquiera intención de manifestar;
puede haber intención de ocultar, pero no de mentir. Hablar sin pensar es un caso
distinto. No tiene intención expresa de engaño, pero tampoco se comprende como una
equivocación a la hora de escoger ciertas palabras ni de ocultar la verdad. Se trata de
un caso intermedio en el cual no hay conexión entre lo que hay en el interior y lo que
hay en el exterior, toda vez que lo significado por los signos no es pensado
interiormente.
a. Palabras y cosas
49
Contra mendacium (PL 40), XII 26.: "Mendacium est quippe falsa significatio cum voluntate
fallendi. Non est autem falsa significatio, ubi etsi aliud ex alio significatur, verum est tamen quod
significatur, si recte intellegatur."
El prefacio a De veritate50 incluye una clara indicación de su autor: por un
lado ha compuesto tres tratados de pertinencia teológica y por el otro un tratado que
no debe contarse con aquellos a causa de su pertinencia dialéctica. El primero de los
escritos, De veritate es seguido por De libertate arbitrii y por De casu diaboli. El
primero trata de la verdad y la justicia y ofrece sendas definiciones; el segundo sobre
la libertad del albedrío y el último sobre la naturaleza del mal. Ninguno puede ser
separado del resto a causa de la interdependencia de sus cuestiones y todos son de
pertinencia teológica, sin embargo la noción de verdad es la fundamental y originaria.
Ya se trate de la libertad del albedrío o del mal, no puede pensarse ni hablar al
respecto sin el recurso a la noción de verdad. A su vez, la definición de verdad que
Anselmo construye requiere dos referencias: la percepción de la mente y cierta
rectitud inteligible percibida por ésta. Denomina verdad a la rectitud que sólo es
perceptible por la mente. Llegar a esta definición implicó para él un largo trayecto
desde las creaturas hasta el creador mismo, de donde proviene la pertinencia teológica
de los tratados en su inequívoca referencia a las Escrituras. Dios ha dicho que él es la
verdad misma y hay autoridad en el texto sagrado. La experiencia del hombre habla
de la verdad de muchas cosas y hay autoridad el Aristóteles cuando habla sobre el
lenguaje y sobre las cosas.
Claro está que una definición universal de verdad debe ser tomada con
cuidado, especialmente si involucra al creador y a las creaturas. Por otro lado, una
autoridad como Aristóteles debe ser considerada atentamente cuando habla de
palabras y cosas.
Desde la verdad de la significación hasta la verdad de las cosas en su
intimidad esencial y en su misma existencia y desde el lenguaje hasta las cosas por él
significadas, no menos que desde la verdad suma en su inefable intimidad, la rectitud
es la clave. La rectitud y su percepción inteligible; la rectitud y los signos.
El tratado De veritate instala la noción "rectitudo" en su versión teológica
desde la autoridad de las Escrituras y la aborda reflexivamente para construir una
definición de verdad apta para creador y creaturas. De grammatico instala la noción
"appellatio" a partir de un minucioso análisis del tratado sobre las categorías en el
marco de la autoridad de Aristóteles. Es posible apelar verdad y es debido
significarla; ambas cosas son posibles, tanto como cabe lo no debido y no significarla.
Lo imposible es no apelar la rectitud. La apelación a la rectitud es universal.
En lo que sigue se tratará entonces de la rectitud en que consiste la verdad
perceptible sólo por la mente y la apelación a la rectitud que tiene, asimismo, alcance
universal. Los signos como tales, pero también las cosas, significan universalmente la
rectitud aún cuando pueden no apelarla. La verdad apelada por las palabras, las
acciones y las cosas mismas en su existencia y en su intimidad esencial es aquella
misma rectitud indeclinable que funda su misma posibilidad.
b) Lenguaje y verdad
50
S.Anselmi..., DV, Praefatio, 1-10, 173: "Tres tractatus pertinentes ad studium sacrae scripturae
quondam feci diversis temporibus, consimiles in hoc quia facti sunt per interrogationemet
responsionem, et persona interrogantis nomi e notatur 'discipuli', respondentis vero nomine 'magistri'.
Quartum enim quem simili modos edidi, non inutilem ut puto introducendis ad dialecticam, cuius
initium est De grammatico: quoniam ad diversum ab his tribus studium pertinet, istis nolo conumerare.
Unus horum trium est De veritate: quid scilicet sit veritas, et in quibus rebus soleat dici; et quid sit
iustitia."
De veritate propone tres cuestiones: ¿qué es la verdad? ¿en qué cosas suele
decirse que hay verdad? ¿qué es la justicia?
Los capítulos II al X responden la segunda cuestión, la más extensa y donde
quedan asociados la verdad y los signos, en el lenguaje y más allá de lo lingüístico. El
capítulo XI del diálogo responde a la primera cuestión mediante una definición de
verdad, suponiendo lo elaborado en los capítulos anteriores, relativos todos a la
segunda cuestión. Inmediatamente después es definida la justicia en el capítulo XII, a
partir de una noción de verdad que opera como género de esta definición que es
construída de conformidad con el canon tradicional por género y diferencia. El
capítulo XIII y último se encarga de aportar una respuesta a la cuestión de la unidad o
pluralidad de la verdad.
La vinculación entre la pertinencia teológica anticipada por el autor y las
cuestiones propuestas, exige ingresar en el capítulo 1 donde se expone que, dada la fe
en que Dios es la verdad misma y supuesto el hecho constatable con frecuencia de
atribuir verdad a numerosas y diversas cosas, todas ellas distintas ciertamente de Dios,
es preciso indagar si cada oportunidad en que se atribuye verdad a cosa alguna se
trata, en realidad, de atribuir deidad a esa cosa o, en caso contrario, indagar con
atención el supuesto de la fe y, por ende, si hay una única verdad o bien hay muchas
verdades.
Parece razonable que De veritate trate de conciliar la fe con la experiencia
humana que constata en la experiencia, el lenguaje y los signos, que "verdad" no sólo
es un nombre que la fe adjudica a Dios sino también un nombre referido a
multiplicidad de cosas diversas y mudables distintas de él. El hecho de tratarse de un
nombre que se atribuye a cosas diversas y en ámbitos diferentes, hace insoslayable
pensar su relación con los signos, ya que el nombre es, como tal, un signo lingüístico.
Anselmo extiende la noción de signo a un universo de discurso muy amplio: desde los
signos lingüísticos hasta la esencia de las cosas, y su misma existencia, está
atravesada por la apelación sígnica. Y entre los signos y la verdad, que es el fin de
toda significación, irrumpe la diferencia entre los ámbitos de apelación: la fe
denomina verdad a Dios, mientras que el discurso coloquial la atribuye a otras cosas.
De esta manera no solamente se decide la cuestión de la unidad o pluralidad de la
verdad; también está en juego el sentido de la significación y el discurso y los signos.
c) Lenguaje e individuos
d) Verdad y verdades
El capítulo XVIII de Monologion (M)53 contiene una reflexión en torno a la
verdad inscripta en el marco mayor y preponderante de una consideración trinitaria. A
Dios y a la verdad se les atribuye la imposibilidad de ser limitados por comienzo o
término alguno: carecen de inicio y de término. De este modo, la naturaleza
sobreeminente no reconoce principio ni fin, así como la verdad no ha comenzado ni
dejará de ser.
53
Anselmi Cantuariensis...Monologion, XVIII, 33, 10-15: "Deinde cogitet qui potest, quando incepit
aut quando non fuit hoc verum: scilicet quia futurum erat aliquid; aut quando desinet et non erit hoc
verum: videlicet quia prasteritum erit aliquid. Quodsi neutrum horum cogitari potest, et utrumque hoc
verum sine veritate esse non potest: impossibile est vel cogitare, quod veritas principium aut finem
habeat."
El mismo asunto inicia De veritate54, bajo otros aspectos: la fe confiesa que
Dios es la verdad pero en el discurso habitual se dice que hay verdad en muchas otras
cosas distintas de Dios. Es preciso, en consecuencia, indagar qué se significa cada vez
que se dice que en algo hay verdad, como también buscar consistencia entre el
lenguaje de la fe y el uso habitual del lenguaje.
Según ya se dijo, el capítulo I de De veritate es introductorio y los capítulos
XI y XII responden a dos de las tres cuestiones planteadas en el prefacio, a saber, y
respectivamente: ¿qué es la verdad? y ¿qué es la justicia?. Queda la otra cuestión: ¿en
que cosas suele decirse que hay verdad55? En otras palabras: ¿cuáles son signos de la
verdad? Los capítulos II al X contienen el desarrollo de esta cuestión. Puntualmente
los capítulos II y X enmarcan la cuestión en debate: la verdad, que no es sino Dios, no
tiene comienzo ni término. Los argumentos de Monologion son retomados aquí: Que
se intente pensar cuándo comenzó a serlo o cuándo no fue verdadero el enunciado
«futurum erat aliquid» o cuándo cesará de serlo y no será ya verdadero el enunciado
«praeteritum erit aliquid». Dado que no es posible, se entiende que la verdad de estos
enunciados no tiene comienzo ni término. Y no se trata aquí de pensar que estos
enunciados no tienen comienzo ni término o que su verdad es Dios mismo, sino de
comprender, en virtud de tales enunciados, que la verdad que se percibe no falta en
ellos es sin comienzo ni término, porque aquello que los hace verdaderos, que causa la
verdad en ellos haciéndolos signos de la verdad, no tiene comienzo ni término. Este
hecho argumental instala en el centro de la reflexión la noción «causa». El vínculo
entre el signo y la cosa es causal.
54
DV, I, 176, 4-6: "DISCIPULUS. Quoniam deum veritatem esse credimus, et veritatem in multis aliis
dicimus esse, vellem scire an ubicumque veritas dicitur, deum eam esse fateri debeamus."
55
DV, Praefatio, 173, 9-10: "Unus horum trium est De veritate: quid scilicet sit veritas, et in quibus
rebus soleat dici"
56
DV, IX, 188, 27 - 189, 7: "MAGISTER. Sed redeamus ad veritatem significationis, a qua ideo incepi,
ut te a notioribus ad ignotiora perducerem. Omnes enim de veritate significationis loquuntur; veritatem
vero quae est in rerum essentia, pauci considerant. (...) MAGISTER.Videamus ergo quam lata sit
veritas significationis. Namque non solum in iis quae signa solemus dicere, sed et in aliis omnibus quae
diximus est significatio vera vel falsa. Quoniam namque non est ab aliquo faciendum nisi quod quis
debet facere, eo ipso quod aliquis aliquid facit, dicit et significat hoc se debere facere. Quod si debet
facere quod facit, verum dicit. Si autem non debet, mentitur."
57
DV, 2, 178, 26: "DISCIPULUS. Aperte nunc video veritatem hanc esse rectitudinem."
La rectitud debida o verdad que es posible encontrar en la significación, puede
consistir en la cosa significada por el enunciado, en el enunciado mismo, o en aquello
en orden a lo cual se enuncia. No cabe buscar la verdad de la significación en el
enunciado mismo, porque todo aquello que le es pertinente en cuanto enunciado sus
estructuras sintáctica, gramatical, lógica, etc, no varía cuando la enunciación es
verdadera y cuando no lo es. Tampoco cabe esperarla en la cosa significada por el
enunciado, porque se reconoce a esta cosa como causa de la verdad de la enunciación
que la significa cuando la enunciación es de conformidad con ella, pero no como su
verdad misma.
La verdad de lo verdadero es preciso buscarla en lo verdadero mismo; la cosa
significada es causa de la verdad que la significa desde el enunciado, pero no su
verdad. Hay que examinar, por tanto, en la misma enunciación.
Es aquello en vista de lo cual se enuncia (ad quid) lo que proporciona la clave.
Se enuncia para significar que aquello que efectivamente es, es, no menos que para
signficar que aquello que efectivamente no es, no es. Cuando el enunciado se ajusta a
su finalidad hace lo que debe, significa con rectitud y es recto, y cuando es recto, es
verdadero. Ser verdadero, recto y significar lo que debe es, para el enunciado lo
mismo. La verdad de su significación consiste, entonces, en su propia y debida
rectitud, en cumplir con su finalidad.
En el pensamiento y en la voluntad, la finalidad de cada uno de ellos
determina que, cuando es cumplida, se hace lo debido y tanto el pensamiento cuanto
la voluntad son rectos. Toda vez que cada uno de ellos se orienta hacia su finalidad,
hacen lo que deben, son rectos y verdaderos. Enunciado, pensamiento y voluntad
pueden denominarse acciones. La verdad de la acción es, entonces, hacer lo que se
debe, y en tal medida ser recto y verdadero.
Todo aquello donde hay verdad hace o es lo que debe y lo significa con su sola
existencia. Sin embargo, hay muchas cosas que son pero no deben ser: es el caso de
las obras malas o indebidas. ¿Cómo es posible admitir que todo lo que es significa por
ello mismo que debe ser, y a la vez que hay cosas que son, aunque no debieran ser, y
que en tanto son, según la regla anterior significan que así debe ser?
Es posible, en efecto, que la misma cosa deba y no deba ser. La cosa en su
esencia no puede alterarse, siempre es o hace lo que debe; el signo siempre señala lo
que debe porque su esencia de signo le impone hacerlo; por lo tanto, sólo «causa»
podrá explicar categorialmente la existencia de las obras indebidas, que son aún
cuando no debieran ser, y por existir dicen y significan que deben ser. Claro está que
introducir la noción «causa» tiene que mantener la consistencia del sistema
desarrollado hasta ahora, no puede interferir en la pansemiosis de la verdad ni ser
interferido por ella. Lo primero por razones obvias; lo último para que efectivamente
se supere la cupla debida/no debida que quedó fuera de la definición de la verdad pero
que es indispensable para salvaguardar la trascendencia de Dios.
La verdad misma, Dios, en cuanto pura causa de todo lo que hace y de lo que
permite que sea hecho, explica que todo lo que es debe ser, ya sea haciéndolo ella o
simplemente permitiendo que sea hecho por algo o por alguien.
Esta referencia a la verdad misma como pura causa mantiene el deber como
criterio que regula la verdad en todo lo verdadero hecho por ella. Y en la medida en
que todo lo que Dios permite, lo es buena y sabiamente bene et sapienter , queda
por identificar la causa de lo que es aunque no debiera ser e introduce, con ello, una
inconsistencia que exige ser superada.
Las categorías cosa, signo, causa son puestas en cuestión: toda cosa es lo que
debe, y lo dice como signo; Dios, como causa, resguarda el deber que regula la verdad
en el mundo, ya que permite buena y sabiamente que sea hecho aun lo indebido.
60
DV, XI, 191, 19-20: "MAGISTER. Possumus igitur, nisi fallor, definire quia veritas est rectitudo
mente sola perceptibilis."
61
DV, Praefatio, 176, 4-6: "DISCIPULUS. Quoniam deum veritatem esse credimus, et veritatem in
multis aliis dicimus esse, vellem scire an ubicumque veritas dicitur, deum eam esse fateri debeamus."
Precisamente lo no debido que es hecho con permiso divino requerirá alguna causa
que dé cuenta de él.
Obrar lo indebido ubica su ser debido que como signo expresa más allá
del circuito meramente natural, ya que si si estuviera dentro de él, le cabría la
regulación de la esencia y, con ella, la imposibilidad de obrar lo indebido. La causa
que obra lo indebido recibió al igual que la cosa recibió ser o hacer lo debido su
ser en orden a una finalidad no siempre cumplida por ella. Respecto de esa finalidad
«deber» adquiere una significación diversa de la que posee en el orden meramente
natural.
La verdad, en esta causa que no siempre cumple con su finalidad, requiere
avanzar hacia "justicia". La verdad de la voluntad como causa, radica en hacer lo
debido, pero hay que distinguir en ella entre lo que debe, es decir su cometido que
para toda cosa, incluída ella, es la rectitud misma y el modo peculiar que recibió de
cumplirlo.
La piedra que cae desde lo alto hace lo que debe y cumple su cometido, es
recta y hay verdad en ella. El hombre justo también, pero a su propio modo. El obrar
del hombre es más justo porque nace espontáneamente de él, no nace de él sin
quererlo él mismo. El animal que procura y devora su alimento hace lo que debe,
cumple su cometido, es recto y hay verdad en él. Hace espontáneamente lo que hace y
debe hacer cuando procura y devora su alimento, pero ello no es suficiente para
llamarlo justo en el sentido que decimos que un hombre lo es. Ni la piedra ni el
animal son justos como puede serlo un hombre. En el caso de los seres racionales
como el hombre, «justicia» significa un obrar laudable, por oposición a un obrar
vituperable: se trata del dominio moral del obrar racional.
Ninguna causa es laudable o vituperable a menos que sea capaz de percibir
aquella rectitud que sólo la mente percibe, y que la quiera de modo espontáneo.
Conocer la rectitud sólo puede residir en el saber signum, en el obrar
res ut signum o en la voluntad causa. Dado que es posible para la voluntad
humana saber lo que debe e incluso obrarlo, aunque sin quererlo rectamente y, por
ello, no haber en ella justicia ni verdad en sentido moral, es evidente que «justicia»
radica en la voluntad: es la rectitud de la voluntad misma, es su peculiar verdad, su
peculiar modo de cumplir su cometido, de hacer lo que debe: iustitia est rectitudo
voluntatis. ¿Es posible detener la búsqueda y asumir como satisfactoria esta
definición? Obviamente no. Nada se hubiese avanzado así respecto de lo que el
capítulo 4 establecía cuando declaraba que la verdad o la rectitud de la voluntad no es
nada distintio de querer lo que debe. El capítulo XII agregaría nada a aquella
declaración si se detuviese aquí. Verdad y justicia serían equiparables; aquella tanto
como ésta serían rectitudes perceptibles sólo por la mente y diferirían nada más que
por su sujeto de inhesión: la verdad en la mente que la percibe, la justicia en la
voluntad que hace lo que debe. Esto, sin embargo, implica que habría tantas verdades
cuantas instancias de la misma puedan indicarse.
Superar el mero deber exige desglosar atentamente las condiciones necesarias
para «justicia», de aquellas condiciones que son suficientes. Necesario es saber lo que
se debe, querer deberlo y hacerlo. Quien obra algo que redunda en bien, pero ignora
que ello es debido, no es justo por tal obra. Si alguien evita, sin saber que lo está
haciendo, que se produzca un daño a alguno, obra bien pero lo hace como lo haría una
causa meramente natural: simpremente interrumpiría la secuencia causal.
Si un ladrón es obligado a restituir lo que ha robado, y lo restituye a causa de
esa obligación que se le impone, sabe que debe restituir lo indebidamente apropiado,
lo hace, y obra correctamente. Pero si no hubiera estado bajo la imposición de
devolver, no lo hubiese restituído. No quiere deberlo. Sabe y obra, pero no quiere
rectamente puesto que no quiere el deber de devolver, al cual está obligado aún al
margen de la imposición que lo obliga.
Un poderoso ofrece limosna a quien la necesita y la requiere. Sabe que debe
obrar en tal sentido, obra en tal sentido sin que sea necesaria la imposición, cumple lo
que debe sin imposición alguna ajena a él mismo. Todo ello es necesario para la
justicia. ¿Se reúnen las condiciones suficientes?
Si el poderoso obra por gloria vana y por ello persigue un cometido ajeno al
bien que obra, es obvio que su obrar no es justo según aquella justicia cuya definición
se busca denro del género de la rectitud o verdad, y que ya se sabe es rectitud de una
voluntad cuya última determinación no puede ser el deber.
Que no puede ser el deber, se ve por lo siguiente: el ladrón, a quien se impone
el deber porque es debido lo que se le impone, exceptuado que la imposoción es ajena
a él porque es obligado por una instancia distinta de él mismo, puede decirse que hace
lo que debe porque es obligado, y dado que es obligado a hacerlo porque lo debe, al
final de cuentas hace lo que debe porque debe hacerlo. Nadie es justo de tal manera, o
bien no es «justicia» lo que se consigue sino tan sólo el deber por deber mismo.
Cuando un hombre justo obra, hace lo que debe a sabiendas, queriendo
deberlo, por causa de la rectitud intrínseca a su obra y no sólo porque es debido
obrarlo, aún cuando no obra sino porque es debido, sabiendo eso, y queriéndolo así
como es, i.e. debido.
El hombre justo atesora con cuidado la rectitud de su voluntad, es decir, la
verdad de su voluntad que es el sujeto de esa verdad cuando de ella se habla, y la
atesora cuidadosamente por la rectitud misma, no por algo ajeno a ella, que sería a la
vez ajeno a él mismo puesto que esa rectitud es la verdad de su propia voluntad.
La justicia se define así como la rectitud de la voluntad atesorada por ella
misma62. Dios es la verdad y la justicia mismas: que es - lo que es - para qué es - por
qué es, se identifican en su instancia.
Si «verdad» es idéntico a "rectitud", y la rectitud se origina allí mismo donde
se origina la cosa en su ser, entonces a la diversidad de cosas le corresponderá una
diversidad de rectitudes. Si hay una pluralidad de mutaciones en las cosas que mudan
constantemente, la rectitud de cada cosa, que se origina allí mismo donde la cosa se
origina en su ser, mudará de igual manera que aquellas. De todo esto se seguiría que
cuando en el orden de los signos se significa rectamente, hay verdad y rectitud en
ellos, y cuando no se significa rectamente o simplemente cuando nada se significa, no
hay verdad ni rectitud. Sin embargo, hasta en los enunciados falsos hay verdad y
rectitud porque hacen lo que deben cuando significan. Efectivamente, sólo puede
discriminarse la falsedad y la verdad en los enunciados porque significan siempre, aún
cuando son falsos. Para Anselmo esto prueba que la rectitud no se origina en cada
cosa, allí donde esa cosa se origina, como tampoco la rectitud acompaña las
mutaciones de la cosa que muda constantemente: no hay muchas rectitudes así como
hay muchas cosas; tampoco hay muchas verdades. Dado que rectitud y verdad son lo
mismo, hay una sola rectitud y una sola verdad.
¿Qué ocurre si no hay significación mediante signos? ¿Perece la rectitud, no
habiendo significación, o permanece la rectitud porque permanece el deber de
significar lo que debe ser significado? Es obvio que el argumento anterior ofrece
asidero para responder esta preguna. Si la rectitud y la verdad no son sino una única
rectitud y una única verdad que permanece, aunque haya muchas cosas y muchos
cambios en cada una de esas cosas, de manera semejante cuando no hay significación
62
DV, XII, 194, 26: "MAGISTER. Iustitia igitur est rectitudo voluntatis propter se servata."
alguna, tampoco perecen la rectitud y la verdad, que son lo mismo. Si no dependen
del ser de las cosas, ni de su diversidad, ni de sus mutaciones, tampoco dependen del
no ser de esas mismas cosas, ni de la ausencia de su diversidad, ni de la ausencia de
sus mutaciones.
Finalmente, cabe asumir el hecho de decir que hay una verdad de esto, otra de
aquello, y que en general se dice que hay una verdad de cada cosa. Este hecho es
lingüístico e innegable, además de imprescindible, so pena de sucumbir en una
absoluta y universal tautología, ya sea de verdad, ya de rectitud, ya de justicia, ya de
ser, ya de no ser, ya de deber, ya de no deber. La asunción de las diferencias es vital
para el lenguaje y el pensamiento, la voluntad y la acción, la esencia de las cosas y la
de la verdad misma que es idéntica con ella y con la justicia.
Anselmo denomina «uso impropio» del lenguaje a esto. Para él es impropio el
uso de genitivo objetivo cuando se habla de verdad y se dice verdad de esto o aquello.
Además, no es el único uso impropio que se hace del lenguaje, impropiedad que se
extiende al uso referido a la potencia y a la impotencia a lo activo y lo pasivo: no es
que Héctor pudo ser vencido por Aquiles, sino Aquiles quien pudo con Héctor, y
como este, muchos son los ejemplos.
Señala que en el caso de la atribución de verdad, para usar con propiedad el
lenguaje, cabe apelar a la categoría «secundum»63. En efecto, cuando la cosa es según
la rectitud, de conformidad con lo que regula su estatuto óntico secundum
rectitudinem, es verdadera y recta. No es que la rectitud y la verdad son rectitud y
verdad de esa cosa cuando le son atribuidas, puesto que se trata de una atribución
impropia, sino que, cuando la cosa es de conformidad con la rectitud y la verdad que
permanece, entonces hay rectitud y verdad en ella.
Es posible señalar tres términos y dos movimientos en De veritate: los
términos son signo, cosa y causa signum, res, causa. Signo como categoría usual
del lenguaje refiere al enunciado, pero se amplía hasta referir a la cosa res ut
signum y a la causa, ya sea a la rectitud y verdad causada y a su vez causante de la
cosa como causa de la verdad del enunciado, ya sea a la rectitud y verdad misma
como causa de la verdad de todas las cosas que son de conformidad con ella
secundum illam; los movimientos son el que culmina en una noción de verdad
que cabe denominar "signada" en virtud de su origen impositivo, y el que alcanza una
noción de verdad que puede caracterizarse "significante" porque es el resultado de
superar aquel sesgo impositivo. La verdad de imposición está ligada indisolublemente
al deber; se trata de una verdad, por eso mismo, signada. La verdad significante
supera los signos de la verdad y se instala en territorio de la justicia como verdad
ejercida.
63
DV, XII, 199, 7-29: "MAGISTER. Amplius: Si rectitudo non est in rebus illis quae debent
rectitudinem, nisi cum sunt secundum quod debent, et hoc solum est illis rectas esse: manifestum est
earum omnium unam solam esse rectitudinem. (...) MAGISTER. Una igitur est in illis omnibus veritas.
MAGISTER. (...) ita summa veritas per se subsistens nullius rei est; sed cum aliquid secundum illam
est, tunc eius dicitur veritas vel rectitudo."