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La creciente demanda de alimento en el mundo y el necesario estudio acerca de nuevas formas de

producirlo contrasta radicalmente con la expansión de las ciudades latinoamericanas en periferias


interminables y carentes de sistemas de autoabastecimiento, y con la proliferación de extensiones
inmensas de monocultivos rentables a niveles económicos inimaginables (ademas concentrados en las
pocas y grandes fuerzas monopolizadoras de la economía mundial), que derivan en la construcción de
políticas de aceptación y complicidad estatal por el alto grado de coparticipación en la generación de
divisas, a pesar de la constante destrucción de los ecosistemas necesarios para la supervivencia del habitat
planetario; bosques, selvas y humedales.
Las estimaciones actuales indican que cerca de 690 millones de personas en el mundo padecen hambre, es
decir, el 8,9 por ciento de la población mundial, lo que supone un aumento de unos 10 millones de personas
en un año y de unos 60 millones en cinco años. El mundo no está bien encaminado para alcanzar el
objetivo propuesto en las diversas cumbres mundiales de hambre cero para 2030, de hecho si continúan
las tendencias recientes, el número de personas afectadas por el hambre superará los 840 millones de
personas para ese año.
Según Naciones Unidas es necesario llevar a cabo un cambio profundo en el sistema agroalimentario
mundial si queremos alimentar a los  millones de personas que padecen hambre y a los 2000  millones de
personas más que vivirán en el mundo en 2050; El aumento de la productividad agrícola y la producción
alimentaria sostenible son cruciales para ayudar a aliviar los riesgos del hambre y todo lo que esto trae
aparejado para el futuro.

En este contexto para nada optimista, pero habiendo atravesado una crisis global tan profunda como la
pandemia que azotó a la humanidad durante el 2020 y el 2021 y después de comprobar con hechos como
la ciencia supo y pudo Interactuar con los organismos internacionales y los gobiernos, adoptando un rol
fundamental para nuestra supervivencia y la superación de la crisis, es que imaginamos ahora una red de
investigadores que desde el mundo del diseño, y en cualquiera de sus múltiples ramas, deben empujarse a
si mismos a tierras exóticas para encontrar nuevas soluciones que tensionen cambios urgentes en los
paradigmas productivos actuales; una especie de imaginario proyectual para un mundo sin hambre al que
llamaremos “alimentaria”; que no solo estudie las problemáticas derivadas de las transformaciones
producidas por la acción del hombre y su impacto en la naturaleza, sino que desde su mirada aporte
soluciones urgentes y consolide procesos que tiendan a sostener niveles de heterogeneidad y biodiversidad
en el paisaje; a la preservación de los recursos naturales pensando en eras ecológicas, y ya no en los
tiempos nitos de la gestión política, regenerando, reforestando y repoblando zonas geográ cas
marginales; fortaleciendo economías locales y regionales; restaurando sistemas naturales colapsados,
pensando en servicios ecosistémicos y estableciendo normas para el uso del suelo, los insumos, los
materiales y materias primas, la tecnología y la manufactura , la industria y la artesanía .

“ALIMENTARIA”, como proyecto integral de búsqueda para el 2023, en el que participarán profesores,
estudiantes y aliados estratégicos de la ESAD, simboliza la materialización intelectual en cada una de las
ramas del diseño de ese “espacio”, “vestido” o “campaña” que nos permita comprender y difundir el
importante desafío que como sociedad toda tenemos hacia adelante.
fi
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