PEDRO PABLO DE VINATEA

PORTADA

UN

HOMBRE
SIN MIEDO
El atleta que perdió una pierna, pero ganó un espíritu

Escribe: David Hidalgo Foto: Phoss

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 E
PORTADA
l último sábado de febrero, Pedro Pablo de
Vinatea se lanzó a las aguas del mar de Asia
como si fuera en busca del origen de las
especies. Su cuerpo ingresó velozmente a una
ola baja, en pleno reventar, y por un segundo
desapareció de la vista. Al instante emergió con
fuerza, y a partir de entonces todo lo que se
vio de él fue el gorro con el número 175, que
también le habían escrito con plumón negro en
los brazos y en el dorso de ambas manos. Otros
doscientos nadadores compartían la misma
ruta, un recorrido de casi cuatro kilómetros que
incluía bordear una isla antes de regresar por
la misma senda. Eran las 10:20 de la mañana.
Desde el momento en que se lanzó hasta que
volvió a perderse en la distancia pasaron cerca
de veinte minutos. Si alguna prueba de coraje
puede pedirse a un hombre no es que escape a
las adversidades, sino que vaya en su búsqueda.
En el punto de partida quedó su novia, que
lo había acompañado hasta la orilla para
encargarse de sus muletas.
De Vinatea había llegado tarde, cuando los
nadadores recibían las últimas instrucciones
antes de entrar al mar. En vez de ponerse un
wetsuit, como varios de los participantes, optó
por quedarse en traje de natación —un modelo
triangular que dejaba ver las dos terceras
partes de muslo derecho que conserva—. En
el grupo de competidores había jóvenes de
contextura atlética, veteranos en buen estado
físico, incluso niños que uno esperaría ver
en una piscina en lugar de en una carrera
hacia la profundidad. Pedro Pablo de Vinatea
era la única persona que presentaba una
discapacidad. Al momento de la partida, el
atleta dio unos saltos con la pierna izquierda,
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se apartó un poco de la masa y partió recién
cuando un buen grupo ya estaba varios metros
por delante. Los nadadores que iban allí
debieron verlo pasar por un costado mientras
los adelantaba sin problemas.
A eso de las 11:18 de la mañana, una voz
alertó de que los primeros competidores
estaban por llegar. El ganador era un
muchacho de Villa que llegó a la meta a los
tropiezos. Le siguieron varios nadadores que,
con gesto agónico, se iban derrumbando
pocos metros antes del arco final. Un hombre
que había ingresado con una aleta parecida a
la cola de un delfín llegó tan abrumado que
durante varios segundos no atinó siquiera a
quitarse el snorkel. En ese momento, uno de
los nadadores que llegaba a la orilla hizo un
gesto con la mano. Su novia reconoció la señal
para acercarle las muletas. Él se incorporó solo,
con pequeños saltos, y empezó un camino
que ha recorrido varias veces: el paso de la
incertidumbre a la validación. Se escuchó un
aplauso unánime. «Este es Pedro Pablo de
Vinatea, un ejemplo para todos los deportistas»,
dijo la mujer encargada del megáfono. No era
una ovación condescendiente: durante más
de media hora el apuntador tuvo que seguir
registrando los números de los nadadores que
llegaron después.
—Esta es una de las actividades de alta
competencia que hago— dijo el atleta, ya
sentado en una silla de la playa.
Era la cuarta vez que participaba. La primera
había sido un desastre para él, pero esta vez
había reducido su tiempo en 25 minutos,
lo suficiente para estar satisfecho por un
momento. Sería un resultado edificante si
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se tratara de su principal disciplina. No lo
es. Pedro Pablo de Vinatea es sobre todo un
jugador de bádminton. El nado es un ejercicio
mientras llega la hora de ponerse al límite.
***
Hay un video en que Pedro Pablo de Vinatea
cuenta su historia sin dramatismos. Es una
grabación de la charla que dio el 2012 en los
TEDxTukuy, un ciclo de microconferencias en
que cada expositor presenta una experiencia
relevante que podría cambiar la vida de
quienes lo escuchan. El video lleva por título
«Recuperación». De Vinatea aparece de pie, al
centro del escenario, vestido con una camisa
a cuadros de manga larga, un pantalón de
color beige y zapatos casuales de color marrón.
No lleva aditamento alguno que revele su
condición, y si alguien llegaba a oírlo una vez
empezada la charla debió encontrarse apenas
con un muchacho sencillo, bien parecido y de
gestos calmados, que se esforzaba en contar
una buena historia familiar ante una sala llena
de desconocidos.
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El relato empieza con su etapa de colegial. Era
un chico aplicado, según cuenta. A los 7 años
empezó a practicar deportes en un club de
natación. «No era de los primeros, pero estaba
entre los segundos que de vez en cuando y
con algún esfuerzo lograba una medalla», dice
a la platea. En el verano de 1998, empezó a
practicar otras dos disciplinas que requieren
igual exigencia física y el cultivo del cuerpo
como una refinada maquinaria de precisión:
bádminton y judo. «Lo recuerdo como un
verano bastante apasionado», refiere. Lo que De
Vinatea quiere decir es que él y su hermano se
enfrascaron en una rutina obsesa por alcanzar
la perfección: jugaban entre ocho y doce
horas al día. Al cabo de unos meses, ambos
fueron llamados a la selección nacional de este
deporte, todavía poco difundido en el país.
Entonces se inició una época aun más intensa
en que participó en diferentes torneos e incluso
obtuvo el título de campeón sudamericano.
El problema empezó un día del 2002, con un
dolor en la pierna. Al inicio no le prestó más
atención que a otros malestares típicos de los
deportes de alta competencia, pero en los días
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siguientes se hizo tan intenso que debió pedirle
a su madre que lo acompañara al médico. El
traumatólogo pensó que se trababa de una
infección o de un tumor. Para tener la certeza,
ordenó hacer una radiografía. El resultado
sugería que era un tumor. Al día siguiente se
realizó una biopsia que no dejó ninguna duda.
El atleta recuerda que el diagnóstico que le
cambió la vida vino escrito en una sola página.
El documento indicaba: «Osteosarcoma». Se
trataba de un tumor maligno, muy agresivo,
que suele afectar los huesos largos. Es uno de
los principales tipos de cáncer juvenil. «No es
muy común, pero me tocó a mí», explica con
tono tranquilo.
Tuvo que hacerse varios exámenes para ver
la extensión del tumor. «Hubo momentos
dramáticos, pero en ningún momento hubo
pesimismo», recuerda. Pasó por seis ciclos
de quimioterapia. Después de la segunda, el
tumor se redujo. Pero después de la sexta,
el tumor estaba más grande que al inicio.
Entonces sus padres encontraron la opción de
un tratamiento en Italia que al parecer había
sido efectivo con otros casos. Obtuvo una cita
con un eminente médico de Florencia, quien les
dio una explicación detallada de la tecnología
disponible para afrontar la enfermedad, pero
terminó con una sugerencia implacable: lo más
recomendable era la amputación. De Vinatea
cuenta que tomó la decisión por sí mismo:
sopesó las consecuencias de lo que venía y
asumió que debía hacerlo. Tres días después
levantó la sábana de su cama y supo que le
esperaba otra vida. También le esperaban otras
trece sesiones de quimioterapia, todas más
fuertes que las recibidas en Lima. Fueron once
meses de entrenamiento para volver a empezar.
Regresar a las canchas le tomaría siete años. Su
primer reto deportivo fue ir a un Campeonato
Panamericano de Parabádminton en Brasil,
en el que obtuvo el segundo puesto. Un año
después compitió en su primer campeonato
mundial y quedó en tercer puesto. Pocas veces
alguien retoma su vida como si el destino fuera
un abrigo que se amolda al cuerpo del usuario.
***
Un martes por la noche, Pedro Pablo de
Vinatea llega en su auto a entrenar en el
Estadio Nacional. Tiene una práctica en el
local de la Federación Peruana de Bádminton.
El ambiente consta de cuatro canchas juntas
que a esta hora, cerca de las siete, están llenas
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de niños que entrenan varias horas después
del colegio. De Vinatea, vestido con polo y
short deportivos, calienta a un lado de las
canchas. Primero inclina el pie izquierdo de
punta sobre el suelo y hace unos movimientos
circulares con esa pierna, mientras se apoya
en la prótesis hidráulica. Luego da pequeños
saltos alternando ambas extremidades. Y al final
hace una carrera en posición horizontal por un
costado del campo de juego. Minutos después,
empieza el juego.
De Vinatea golpea la plumilla con distintos
movimientos: de arriba abajo, de frente, de
abajo hacia arriba, un giro violento, otros con
Pocas veces
alguien retoma
su vida como si
el destino fuera
un abrigo que se
amolda al cuerpo
del usuario.
la suavidad necesaria para colocarla cerca de
la red. Es un primer intercambio para medir
su condición física. «Trata de mandármela acá
arriba», dice mientras señala con la raqueta una
zona del sector derecho. Quiere practicar un golpe
veloz de remate que al parecer le está causando
molestias. El entrenador lanza unos tiros que no
llegan al punto indicado y el atleta se impacienta.
Entonces pide que se juegue normal, pero con
la idea de practicar ese golpe. Por momentos,
el entrenamiento alcanza un nivel vertiginoso.
Hay tiros enérgicos que lo obligan a elevarse en
el aire, con la prótesis arriba y el cuerpo tenso.
En esos instantes reluce la sofisticada pieza de
ingeniería que le sirve de extremidad: una pierna
con rodajes, tubos y bolas giratorias que no solo
soportan su peso sino que le permiten flexiones y
movimientos circulares.
—En realidad es solo una prótesis de alto
impacto, pero para mí es suficiente— explica en
un momento de descanso.
Es una de las dos prótesis que tiene ahora.
La segunda está adaptada para correr, con
una especie de arco sobre el pie y sin rodilla.
Aunque es más rígida, le da más estabilidad.
Hay un evidente entusiasmo en la manera en
que explica los detalles técnicos de ambas
piezas: es como si hablara de un músculo de
su cuerpo que acabara de desarrollar con miras
a una próxima competencia. Tiene varias en
mente. La principal es el sueño de cualquier
atleta consciente de su ascenso: participar en
una olimpiada. Será como seguir a sus dos
mayores referentes de otro tiempo: el ciclista
Lance Armstrong, que superó un cáncer y fue
campeón olímpico, y el atleta Oscar Pistorius,
que nació sin piernas y tuvo éxito en varios
deportes antes de convertirse en un astro de
las carreras. El problema es que Armstrong
terminó como uno de los mayores fraudes del
deporte al descubrirse que había obtenido sus
títulos gracias al dopaje, y Pistorius terminó
condenado a prisión por asesinar a su esposa.
De Vinatea no se explica la coincidencia
trágica. Supone que a lo mejor fue la presión
en que vivían. «Obvio que no quiero pasar por
eso», bromea.
El entrenamiento dura casi hora y media,
apenas interrumpido por los cruces de los
niños que juegan en las canchas contiguas. Por
momentos, el atleta reclama lo que necesita
y da la impresión de que toma las riendas
del juego. Cuando el ritmo se intensifica,
al entrenador se le escapa un tiro directo al
cuerpo que atraviesa el campo como un misil.
De Vinatea lo esquiva inclinándose hacia atrás.
Un par de jóvenes celebran su agilidad. «Hiciste
la de Matrix», dice uno. El hombre sin miedo
sonríe brevemente y retoma los golpes con
tanta seguridad que en cierto momento duplica
en puntaje a su preparador. Ambos terminan
agotados. Es buen momento para comentar
la sesión. Pedro Pablo de Vinatea decreta un
cambio: a partir de ahora, los entrenamientos
deberán ser los martes y jueves por las mañanas.
Necesita entrenar a cancha vacía. Se viene el
campeonato panamericano y no tiene tiempo
para distracciones. Si algo teme, es no estar a la
altura de lo que espera de sí mismo.
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