Las reflexiones anteriores nos conducen a esta otra modalidad de intervención de los poderes públicos sobre la propiedad privada -y otros derechos e intereses patrimoniales legítimos- que consiste en la privación forzosa o imperativa de aquella o estos a sus legítimos titulares, por razones de interés general. Como ya se ha apuntado, la expropiación forzosa existe hace mucho tiempo y se contempla incluso en los primeros textos constitucionales del siglo XVIII y del XIX. Sin embargo, en esa época la expropiación se concibe como una rigurosa excepción o límite negativo de un derecho de propiedad, por entonces casi absoluto. Tanto los textos legales como constitucionales extreman por ello los aspectos de garantía de la institución expropiatoria, como reacción frente a los frecuentes abusos en el ejercicio de las facultades de desposesión de bienes por diferentes conceptos reconocidas a la Corona en el Antiguo Régimen. En consecuencia, la expropiación se considera una medida (y un mal) inevitable con el fin, básicamente, de obtener la titularidad pública de bienes inmuebles necesarios para construir las obras públicas. Se exige para ello: a) que toda operación expropiatoria esté legitimada por una ley, que ha de fijar el motivo de utilidad pública que la justifica y el destino de los bienes expropiados (causa expropiandi); b) que se determine y se pague, con carácter previo a la ocupación de los bienes el justiprecio o indemnización, que debe ser equivalente al valor real de los bienes expropiados en el mercado; c) que se tramite un procedimiento para concretar los bienes que han de ser objeto de traslación al patrimonio público para cumplir los fines de la expropiación, así como para fijar el justiprecio, procedimiento que la legislación del siglo XIX oscila entre configurar como administrativo o, al menos en su segundo aspecto, como judicial (así en las Constituciones de la época y en las Leyes de Expropiación Forzosa de 1836 y 1979). En el siglo XX dicha versión del instituto expropiatorio cambia sustancialmente. En palabras de la STC 166/1986: la transformación que la idea del Estado social introduce en el concepto del derecho de propiedad privada al asignarle una funcion social con efectos delimitadores de su contenido y la complicación cada vez más intensa de la vida moderna, especialmente notable en el sector económico, determinan una esencial revisión del instituto de la expropiación forzosa, que se convierte, de límite negativo del derecho absoluto de propiedad, en instrumento positivo puesto a disposición del poder público para el cumplimiento de sus fines de ordenación y conformación de la sociedad a imperativas crecientes de justicia social, frente a la cual el derecho de propiedad privada tan solo garantiza a su titular, ante el interés general, el contenido económico de su propiedad, produciéndose paralelamente un proceso de extensión de la expropiación forzosa a toda clase de derechos e intereses patrimoniales y a toda categoría de fines públicos y sociales. Esta nueva y mas extensa concepción de la expropiación forzosa es la que intenta reflejar avant lettre el artículo 1.1 de la vigente LEF, de 1954, que entiende comprendida en el concepto cualquier forma de privación singular de la propiedad privada o de derechos e intereses patrimoniales legítimos , cualesquiera que fueran las personas o entidades a que pertenezcan, acordad imperativamente, ya implique venta, permuta, censo, arrendamiento, ocupación temporal o mera cesación de su ejercicio, y ya que sea por causa utilidad pública o interés social. De esta definición, interpretada conforme al artículo 33.3 de la CE y de acuerdo con la jurisprudencia podemos deducir los rasgos que actualmente definen la expropiación forzosa. a) La expropiación es, por un lado, una potestad pública, cuyo objeto consiste en privar a una persona o aun grupo de ellas de sus bienes o de derechos patrimoniales o intereses legítimos, cuando así lo requieran los intereses generales. Esta potestad, aunque deba ejercerse con todas las garantías y con sujeción al principio de proporcionalidad , no tiene hoy nada excepcional y por ello se recoge por la legislación general junto a otras potestades públicas. Normalmente se trata de una potestad administrativa, que ha de ser ejercida de conformidad con lo dispuesto por las leyes y en los supuestos o para los fines previstos por estas; por cierto, por las leyes del Estado o de las CCAA, que pueden determinar la causa expropiandi para los fines de interés público que les corresponden y en el marco de las materias de su respectiva competencia legislativa. No obstante, también puede el legislador, aparte de regular la institución misma y determinar las causas de expropiación, acordar directamente la de bienes determinados. Estas expropiaciones legislativas plantean problemas peculiares. b) La naturaleza jurídica de potestad diferencia también la expropiación forzosa de otro supuesto o motivo por el que surge el derecho de cualquier interesado a percibir una indemnización de los poderes públicos, esto es, la responsabilidad patrimonial o extracontractual. El objeto de la expropiación, que no debe confundirse con su finalidad, es, directamente, la privación o ablación de derechos e intereses, acordada imperativamente y de propósito, de donde nace el derecho compensatorio a obtener un equivalente económico. En los supuestos de responsabilidad se produce un perjuicio patrimonial, más bien indirecto, a consecuencia de una actuación administrativa (o legislativa) que no tiene ese objeto preciso, sino otro, de forma que la indemnización tiene carácter de reparación del daño circunstancial causado. No obstante, la distinción no siempre es clara en la práctica. c) La expropiación consiste en la privación o ablación de algún derecho o interés legitimo patrimonial. Es decir, ya no se trata solo de una privación, total o parcial, del derecho de propiedad, mediante la cual el bien objeto de dominio se integra en el patrimonio público. Junto a las expropiaciones traslativas del dominio, de bienes muebles o inmuebles, se consideran expropiación, al menos en sentido material, otras muchas decisiones que implican privación o mutilación de las facultades del propietario. Por ejemplo, la privación de las facultades de libre disposición, mediante la imposición de un arrendamiento forzoso de una finca para fines agrícolas, conforme a la legislación de fincas mejorables; la privación de las facultades de uso sobre una finca en virtud de la constitución de una servidumbre forzosa para el paso de una línea de transporte de electricidad; la imposición forzosa de derechos de mera ocupación temporal sobre un terreno para almacenar materiales de una obra pública contigua; las ordenes de sacrificio forzoso de animales o de cierre temporal de instalaciones industriales por razones de interés público (para evitar epidemias o para reducir episodios graves de contaminación atmosférica, respectivamente); las ordenes de demolición de edificios y obras para proteger un monumento histórico, etc. También son expropiados en sentido material las privaciones forzosas e imperativas de otros derechos patrimoniales diferentes de la propiedad, como los derechos de arrendamiento o de usufructo o bien derechos reales administrativos, derivados de una licencia, autorización o concesión que se revoca, rescata o se extingue anticipadamente, o, a veces incluso, la privación de simples situaciones económicas de ventaja protegidas como intereses legítimos, incluidas ciertas situaciones fácticas en precario cuando se eliminan por la Administración. En suma, el objeto de la expropiación, esto es, el tipo de privación imperativa que supone (y no solo el tipo de bien sobre el que puede recaer) es la actualidad muy variado. d) Las causas que legitiman la expropiación, que se condensan en la expresión utilidad pública e interés social, pueden ser hoy también muy diversas; en teoría, cualquier motivo de interés público que requiera una medida de este tipo y no solo la realización de obras públicas, como era tradicional, o la prestación de servicios públicos. Por ello, el beneficiario de la medida expropiatoria puede no ser la Administración expropiante u otra, sino también otros particulares, cuando existen razones de interés publico que lo justifiquen. Típicamente podemos aludir, para explicarlo, a muchas expropiaciones urbanísticas, mediante las que se pone el suelo expropiado a disposición de promotores con capacidad y solvencia para acometer la ejecución de los planes de urbanismo (creando polígonos industriales o nuevos barrios, por ejemplo). Otros supuestos son la imposición de servidumbres de paso de la energía eléctrica o de redes de comunicaciones electrónicas a favor de las compañías prestadoras del servicio sobre fincas privadas, o los derechos de ocupación temporal de fincas particulares otorgados a las empresas contratistas o concesionarias de obras públicas. La expropiación puede tener también por finalidad asegurar el cumplimiento de la función social de la propiedad en caso de que el propietario infrinja sus deberes legales al respecto -la denominada expropiación- sanción: arts. 71 ss. LEF, también prevista en la legislación urbanística y agraria (por ejemplo, cuando no edifica su parcela en el plazo que establece el plan urbanismo)- y ahora en la legislación más reciente sobre la vivienda (por ejemplo, arts. 72 a 75 de la Ley 3/2015, de 18 de junio, del País Vasco) o tutelar el medio ambiente o el patrimonio histórico o, excepcionalmente, poner remedio a graves situaciones de riesgo para estabilidad económica. En definitiva, la expropiación es un instrumento polivalente, destinado a la satisfacción de los intereses públicos, cuando se ve impedida o dificultada por la titularidad privada de derechos patrimoniales reconocidos por el ordenamiento. e) Pero, por otra parte y de manera inescindible, la expropiación es una garantía, puesto que asegura la integridad del patrimonio personal y la estabilidad del tráfico jurídico. Expropiación es, en este sentido, lo contrario de expolio o de confiscación, que esta expresamente vedada -aunque a efectos tributarios- por la CE (art. 31.1). Por ello, para que cualquier expropiación sea legítima debe respetar al menos una triple garantía ya que: 1) solo cabe expropiar por causas justificadas de interés público legalmente previstas, siendo además necesario que exista una relación necesaria entre el objeto de la expropiación y los fines a cumplir; 2) toda expropiación presupone la correspondiente indemnización, de manera que se preserve el contenido económico de la propiedad; y 3( la potestad expropiatoria debe ejercerse en la forma prevista por las leyes y a través del procedimiento establecido, que debe garantizar los derechos de defensa del expropiado. Este procedimiento es administrativo en su totalidad, según la legislación vigente, sin perjuicio del derecho del interesado de impugnar las resoluciones que en el se dicten ante los órganos judiciales competentes. f) En particular, por lo que se refiere a la garantía indemnizatoria, la legislación en vigor y la propia CE han eliminado la exigencia de previo pago en todo caso. El artículo 33.3 de la CE sustituye la expresión tradicional ¨previa indemnización¨ por la más ambigua ¨ mediante la correspondiente indemnización¨, con lo que atiende a la realidad, ya que el tiempo en que la AP necesita disponer de los bienes expropiados para el cumplimiento de sus fines suele ser muy inferior al de tramitación del expediente de determinación y pago del justiprecio. Sin embargo, no puede seducirse de ello que no exista garantía temporal alguna relativa a la obtención de la indemnización, pues ello sería radicalmente opuesto a la garantía del contenido económico de la propiedad. Por ello, la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE (art. 17) exige el pago de la indemnización en un tiempo razonable, precisión que es sin duda aplicable también en nuestro Derecho interno. Como es lógico, la garantía indemnizatoria se manifiesta también en relación con la cuantía del justiprecio, que debe ser, justa, o adecuada y suficiente. Tenerse en cuenta que esta garantía procede incluso cuando, en virtud del ejercicio de otras potestades, se produce el efecto de privación de derechos patrimoniales característico de la expropiación, en casos que hemos denominado de expropiación material o de facto, diferentes de la expropiación formal. También procede cuando el despojo es ilícito o en vía de hecho y el interesado opta por el procedimiento de responsabilidad patrimonial, pues como subraya una reiterada jurisprudencia, existe una unidad sustancial de la garantía patrimonial frente a actuaciones de la AP lesivas, ya sean en virtud del titulo o potestad expropiatoria, como sin el (responsabilidad patrimonial), siendo adjetivo el procedimiento que se siga para obtener la reparación. 2. Legislación aplicable Expuestos los rasgos característicos de la institución en la actualidad, debemos señalar los textos en que se contiene su legislación reguladora. A este respecto hay que empezar por decir que no existe una sola regulación, general y unitaria, de la expropiación forzosa. El articulo 149.18ª de la CE reserva al Estado la competencia legislativa sobre expropiación forzosa y no solo sobre las bases de esta materia. Por ello significa, que corresponde al Estado regular en exclusiva la expropiación en su faceta o dimensión de garantía de los derechos e intereses económicos privados y, en consecuencia, los criterios y sistema de valoración del justiprecio, así como el procedimiento expropiatorio, para impedir ¨que los bienes objeto de expropiación puedean ser valorados con criterios diferentes en unas y otras partes del territorio nacional y que se prive a cualquier ciudadano de alguna de las garantías que comporta el procedimiento expropiatorio¨. En cambio, tanto el Estado como las CCAA, en el ámbito de sus respectivas competencias materiales, pueden regular la expropiación en su faceta de potestad pública o instrumento del que sirven para el logro de sus fines. Esto último supone que corresponde a uno y otras la determinación legal de la cusa expropiandi en materias o sectores de su competencia. Además, las CCAA pueden regular los aspectos organizativos del ejercicio de la expropiación (por ejemplo, los Jurados de Expropiación) y algunos aspectos secundarios del procedimiento expropietario, como resulta de la SSTC 61/1997 y 164/2001. Así se establece expresamente en los nuevos Estatutos de Autonomía (art. 159.4 del de Cataluña, por ejemplo). En la legislación estatal, la norma general reguladora sigue siendo la LEF, de 16 de diciembre de 1954, desarrollada por su Reglamento (REF) de 26 de abril de 1957. Sin embargo, tampoco existe en el ámbito estatal una regulación uniforme. La propia LEF, junto al procedimiento general, regula otros especiales, algunos ya obsoletos, y otras leyes contienen normas sobre expropiaciones especiales, en particular el TRLSRU. En cualquier caso y a falta de norma específica, hay que recurrir a la aplicación de la LEF y su Reglamento. Una y otro, precisan de una renovación profunda, pues la realidad ha superado algunas de las bases en que se fundan, como demuestra la generalización del régimen de expropiación urgente, y para adaptarlos al Estado de las Autonomías. 3. Los sujetos de la expropiación A) La Administración expropiante La potestad expropiatoria corresponde por regla general a la Administración. Además, tratándose de un supuesto paradigmático de ejercicio de autoridad, la legislación vigente concentra la competencia para ejercerla en las Administraciones territoriales y en órganos determinados de las mismas. La LEF (art. 2.1) fijaba así que la expropiación sólo puede ser acordada por el Estado, la provincia o el municipio, a lo que hoy hay que añadir la Administración general de las CCAA y de las Islas, en su calidad de Administraciones territoriales (art. 4 LBRL). El artículo 4.2 LBRL permite que la legislación de las CCAA atribuya esa potestad también a ¨las entidades territoriales de ámbito inferior al municipal y, asimismo, a las comarcas, áreas metropolitanas y demás entidades locales¨. El artículo 4.3 de la misma Ley (añadido por la Ley 57/2003, de 16 de diciembre) la confiere a las mancomunidades de municipios, según lo que determinen sus estatutos o, en su defecto, si es preciso para el cumplimiento de su finalidad (STC 103/2013). Estos últimos preceptos parecen dar lugar a una mayor dispersión de la competencia expropiatoria, más formal que real. Sin perjuicio de ello, la regla sigue excluyendo toda potestad expropiatoria de organismos públicos y otros entes instrumentales. Estos pueden ser beneficiarios de la expropiación, pero cuando requieran bienes expropiables para el cumplimiento de sus fines han de solicitar de su Administración matriz el ejercicio de la potestad. B) En particular, las expropiaciones legislativas Excepcionalmente, la expropiación puede ser acordada directamente por el legislador. Hay que precisar que no se alude con ello a la simple declaración por ley de la causa expropiandi, que siempre le corresponde, ya se realice de manera genérica o específica, según se dirá. En las expropiaciones legislativas, el legislador determina además el objeto mismo de la expropiación, de manera que, por su propia decisión, se produce el efecto ablatorio o de privación de derechos patrimoniales privados. Además, y con frecuencia, establece reglas especiales para la singular operación expropiatoria, bien de procedimiento, bien de valoración de los bienes, o relativas a estos y otros aspectos (el derecho de reversión, por ejemplo). Las expropiaciones legislativas se han producido en nuestra historia en casos contados. Se recuerda, por ejemplo, la expropiación de empresas ferroviarias, que dio lugar a la creación de RENFE, en 1941, la expropiación de las acciones de particulares en el Banco de España en 1962, la de la compañía de Metro de Madrid en 1979, la expropiación del Grupo RUMASA por Real Decreto-ley de 23 de febrero de 1983 y la eliminación de propiedades privadas enclavadas en la zona de dominio público costero, llevada a cabo por la LC de 1988. Estas dos ultimas y en particular la expropiación de RUMASA han dado ocasión para precisar doctrinal y jurisprudencialmente la figura de las expropiaciones legislativas y sus limites. El legislador puede acordar una medida expropiatoria, ya que la potestad de expropiar no está reservada en exclusiva a la Administración por nuestro ordenamiento. Incluso puede acordarse por decreto-ley en casos de extraordinaria urgencia y necesidad. Ahora bien, la ley expropiatoria es una ley singular y, como tal, ha de circunscribirse a aquellos casos excepcionales que, por su extraordinaria trascendencia y complejidad, no son remediables por los instrumentos normales de que dispone la Administración. Además, toda ley singular expropiatoria debe respetar las garantías esenciales del artículo 33.3 de la CE: existencia de una causa justificativa de utilidad pública o interés social, pago del justiprecio, respeto a los trámites esenciales del procedimiento que no sean incompatibles con la propia medida. Cualquier modificación o singularidad que introduzca en relación con el régimen ordinario debe ser razonable y proporcionada, en función de las peculiaridades del caso y de los fines legítimos de interés público que se pretenden conseguir, pues de lo contrario se vulneraría el artículo 14 de la CE. El mayor problema dogmático que plantean las expropiaciones legislativas es, sin duda, la garantía del derecho a la tutela judicial efectiva de los expropiados (art. 24.1 CE). A diferencia de la expropiación ordinaria, que se concreta en actos administrativos impugnables por cualquier interesado, la ley que expropia solo puede ser enjuiciada a través de los procedimientos de declaración de inconstitucionalidad por el TC. Pero la legitimación para iniciarlos no corresponde al expropiado, sino a los órganos e instituciones a que se refiere al art. 162.1.a) de la CE o al Juez que conoce de algún acto de ejecución. El expropiado podrá defender sus derechos contra dichos actos de ejecución de la ley expropiatoria, alegando en tal caso indirectamente contra esta, y puede solicitar del Juez o Tribunal que conozca del asunto que plantee una cuestión de inconstitucionalidad contra la misma, lo que el órgano judicial decidirá según su libre estimación. Pero no puede el expropiado defender por sí mismo la garantía patrimonial de su propiedad atacando directamente la ley que le priva de ella. Por eso el TEDH dictó Sentencia condenatoria contra España, de 23 de junio de 1993, en el caso RUMASA. Años después, la STC 48/2005 ha venido a reconocer el vacío legal existente al respecto. Para repararlo (aunque relativamente), la reforma de la LOTC aprobada por Ley Orgánica 6/2007, de 24 de mayo, permite a las partes del proceso en que se solicita el planteamiento de la cuestión de inconstitucionalidad alegar lo que estimen conveniente sobre el fondo de esta y, una vez planteada la cuestión ante el TC, personarse en el proceso constitucional y formular alegaciones (art. 35.3 y 37.2). Conforme a la jurisprudencia más reciente sobre las leyes singulares y autoaplicativas hay que atender, no obstante, que se vulnera el artículo 24.1 CE si la medida expropiatoria acordada por ley se pudiera haber llevado a efecto mediante un procedimiento administrativo. C) El beneficiario de la expropiación El beneficiario es el sujeto que representa el interés público o social por cuya causa se realiza la expropiación y que adquiere el bien o derecho expropiados (art. 3.1 REF). Puede ser la misma Administración expropiante, como sucede en las clásicas expropiaciones traslativas de dominio para la ejecución de obras o la prestación de servicios públicos. Pero también puede ser otra Administración o entidad distinta o un concesionario (art.2.2 LEF) y, en las expropiaciones por causa de interés social, además cualquier persona física o jurídica en la que concurran los requisitos señalados por la ley a estos efectos (art. 2.3 LEF). Como ya se ha dicho, no es insólito que el beneficiario sea un sujeto privado, cuando existe un interés público o social que le corresponde realizar y que legitima la expropiación. Si la cualidad de expropiante y beneficiario no concurren en el mismo sujeto, este último tiene la facultad de instar de la Administración expropiante la iniciación del expediente expropiatorio a su favor, justificando la procedencia legal de la expropiación y su condición de beneficiario. Iniciado el expediente, el beneficiario tiene la condición de parte en él y puede impulsar el procedimiento, formular la relación de bienes y derechos que solicita se expropien, convenir libremente con el expropiado su adquisición amistosa, en su caso, e intervenir en la pieza de determinación del justiprecio presentando su hoja de aprecio y aceptando o rechazando la valoración que presente el expropiado. Además, ha de pagar o consignar el justiprecio y abonar las indemnizaciones o intereses de demora que procedan y ha de destinar el bien expropiado al fin previsto, correspondiéndole también los derechos y obligaciones derivados de la reversión y los demás establecidos legal y reglamentariamente (art.5 REF). La Administración expropiante decide ejecutoriamente sobre la procedencia y extensión de las obligaciones del beneficiario (art. 4 REF), sin perjuicio de los derechos de este a defender sus intereses legítimos, inclusive en la vía judicial. D) El expropiado Es el propietario o titular de derechos reales e intereses económicos directos sobre la cosa expropiable, o titular del derecho objeto de expropiación (art. 3.1 REF). En definitiva, es la persona o entidad que sufre la privación o perjuicio patrimonial derivado del ejercicio de la potestad expropiatoria. Expropiado puede ser, en este sentido, cualquier persona física o jurídica. Incluso pueden serlo las entidades y Administraciones públicas distintas de la expropiante, en cuanto a los bienes de su respectivo patrimonio, si bien frecuentemente la necesidad que una Administración tiene de adquirir bienes de otra se resuelve mediante un convenio. Por otra parte, cuando se trata de la transferencia de bienes de dominio público de una Administración a otra, incluso por decisión imperativa de la que tiene competencia para ello, la legislación vigente prefiere hablar de mutación demanial, esto es, de cambio de afectación o destino de un bien de dominio público. Además, cabe la expropiación de bienes de la titularidad de Estados extranjeros y confesiones religiosas, si bien con las formalidades que prevé el Derecho internacional, los Acuerdos con la Santa Sede de 1979 y demás legislación aplicable. La condición de expropiado tiene carácter real, es decir, deriva de su relación con el bien o derecho objeto de la expropiación. Ello significa que dicha cualidad se transmite junto con dicho bien o derecho, considerándose subrogado el nuevo titular en los derechos y obligaciones del anterior y sin que la transmisión impida la continuación del expediente expropietario (arts. 7 LEF y 7 REF). El negocio jurídico que origina la subrogación debe comunicarse a la Administración que tramita el expediente. A falta de esa comunicación no podrá alegarse por el interesado la nulidad del expediente en que no fue parte (STS de 8 de junio de 2002) Puede suceder, sin embargo (caso no infrecuente en la práctica), que existan dudas sobre la titularidad del bien o derecho objeto de la expropiación. En tales casos, salvo prueba en contrario, la Administración considerará propietario o titular a quien figure con este carácter en los registros públicos que produzcan presunción de titularidad que sólo puede ser destruida judicialmente -el Registro de la Propiedad, en caso de inmuebles- o, en su defecto, a quien aparezca con tal carácter en los registros fiscales o al que lo sea pública y notoriamente (art. 3.2 LEF). Si varios interesados presentan títulos contradictorios sobre el bien objeto de la expropiación, todos ellos deben ser emplazados como parte en el expediente (art. 5.2 LEF). En último extremo y determinado el justiprecio, se consignará éste en depósito, hasta que se resuelva el conflicto o litigio sobre la titularidad del bien (art. 51 REF). Puede suceder igualmente que sobre un mismo bien a expropiar exista una pluralidad de derechos reales diferentes del dominio o de intereses legítimos y, por tanto, de interesados en el expediente expropiatorio. En el expediente serán parte también los titulares de esos otros derechos e intereses que lo soliciten y, en todo caso, se ha de citar a los arrendatarios de inmuebles rústicos o urbanos (art. 4.1 LEF) y a quienes tengan inscritos sus derechos en los registros públicos antes mencionados (art. 4.2). En el caso de los arrendatarios, debe fijarse una indemnización expropiatoria separada (arts. 4.1 LEF y 6.2 REF). Los demás titulares de derechos e intereses no reciben una indemnización independiente, aunque pueden hacer valer sus derechos sobre el justiprecio de la expropiación principal. El bien expropiado se adquiere libre de cargas. Si existiere algún derecho compatible con el destino del bien expropiado, puede mantenerse previo acuerdo entre el expropiante y el titular del derecho (art.8 LEF). En caso contrario, las cargas anteriores se convierten, por ministerio de la ley, en derechos sobre el justiprecio (art. 8.1 REF). si no existe acuerdo entre los distintos titulares sobre la distribución del justiprecio, la Administración consigna la cantidad global en depósito hasta que se resuelvan las discrepancias (art. 8.2 REF). 4. La declaración de utilidad pública o interés social Como ha quedado claro, la potestad expropiatoria solo puede ser ejercida si existe una causa de utilidad pública o interés social que la legitime. Por ello, la declaración de la causa expropiandi es indispensable para proceder a cualquier expropiación (art. 9 LEF). Se trata, como establece la Ley, de un requisito previo de inexcusable observancia. Ahora bien, si en la legislación histórica esa declaración debía realizarse precisamente por ley especial, relativa en principio a cada operación expropiatoria, la LEF, la legislación posterior y la jurisprudencia han relajado considerablemente esa exigencia. Por una parte, se admite que la ley declare genéricamente las causas de utilidad pública o interés social que legitiman la expropiación de bienes inmuebles o de categorías especiales de bienes muebles (arts. 10, 12 y 13 LEF), en cuyo caso la Administración competente deberá después concretar la aplicación de dicha causa genérica mediante el acuerdo correspondiente. Esta es hoy la forma de declaración más habitual, conforme a la que se llevan a cabo la mayor parte de las expropiaciones. De ahí que la declaración de la causa expropiandi por ley singular, también prevista en la LEF (arts. 11 y 12), sea muy excepcional en la práctica. Por otra parte, la utilidad pública se entiende implícita en todos los planes de obras y servicios de las diferentes Administraciones territoriales, a efectos de la expropiación de inmuebles afectados por los mismos, como se deduce del art. 10 LEF, incluyendo ahora de las CCAA e inclusive planes y programas de la UE (STS de 29 de noviembre de 1997). Entre ellos y significativamente tienen esos efectos los planes urbanísticos (art. 42.2 TRLSRU). Como es lógico, dichos planes, programas y proyectos deben aprobarse por el procedimiento establecido y por el órgano competente, pero, salvo disposición especial en contrario, que es frecuente, no se precisa audiencia previa a los interesados ni notificación individual a los mismos. Conviene precisar, por último, que no siempre la declaración de utilidad pública o interés social de la expropiación supone especificar el destino de los bienes o derechos expropiados, ya que en algunos casos -no los más habituales, ciertamente- ese destino puede ser secundario o aleatorio en relación con la causa de la expropiación, como, por ejemplo, sucedía en el caso RUMASA, en que la finalidad de la intervención era evitar o solucionar la grave crisis financiera, de dimensión nacional, que había provocado la gestión de ese grupo empresarial. 5. El inicio del procedimiento de expropiación: el acuerdo de necesidad de ocupación Una vez declarada la utilidad pública o interés social, se inicia el expediente de expropiación propiamente dicho. A este respecto, la LEF y su Reglamento regulan un procedimiento general y algunos procedimientos especiales. Otras leyes, como las de urbanismo y agrarias, contienen también algunas especialidades, aunque respetando el tronco común de la LEF. En realidad, la especialidad más notoria no se contempla en esta como un procedimiento particular, sino como una variante del procedimiento general. Se trata de la llamada expropiación urgente (art. 52), en teoría excepcional, pero en la práctica tan generalizada que ha puesto en crisis desde hace tiempo el sistema de la LEF. Analizaremos primero el procedimiento general para examinar después la expropiación urgente y otras especialidades. Según el régimen general, la primera fase es aquella por la que la Administración expropiante resuelve sobre la necesidad de ocupar los bienes que sean estrictamente indispensables para el fin de la expropiación (art. 15 LEF). Es lo que se denomina acuerdo de necesidad de ocupación. Para adoptarlo, la Administración expropiante o el beneficiario deben formular una relación concreta e individualizada de dichos bienes, describiéndolos en todos sus aspectos, materiales y jurídicos, con indicación de sus titulares y su domicilio y de otras personas que ostenten derechos sobre ellos (arts. 17.1 LEF y 16.1 y 2 REF). Si la expropiación es consecuencia de un proyecto de obras o servicios en el que se detallen tales bienes, la necesidad de ocupación se entiende implícita en la aprobación del proyecto (art. 17.2 LEF). En cualquier caso, la relación de bienes a expropiar debe ser publicada en el diario oficial que corresponda, en el tablón de anuncios del ayuntamiento en cuyo término radiquen aquellos y en uno de los diarios de mayor circulación de la provincia (art. 18 LEF), a fin de que cualquier interesado pueda presentar alegaciones, para rectificar errores o para oponerse a la necesidad de ocupación por razones de forma o de fondo (art. 19 LEF). Entre ellas, puede aducirse justificadamente que los bienes relacionados no son indispensables para el fin de la expropiación o que este puede alcanzarse mejor mediante la expropiación de bienes o derechos distintos. Cumplido el trámite de información pública -cuya ausencia determina la nulidad de pleno derecho de la expropiación e incluso se equipara por alguna jurisprudencia a una autentica vía de hecho -la Administración debe resolver, describiendo detalladamente los bienes y derechos afectados y sus titulares (art. 20 LEF). Como señala la STC 48/2005, el acuerdo debe incluir una triple motivación, inclusiva de un juicio de idoneidad, de necesidad y de proporcionalidad de la ocupación. Este acuerdo, que inicia formalmente el expediente expropietario (lo que es importante a efectos del inicio del computo del plazo para resolverlo y para la liquidación de los intereses de demora), debe publicarse de nuevo y, además, notificarse individualmente a cuantos aparezcan como interesados en el procedimiento, en la parte que pueda afectarles (art. 21 LEF). Conviene recalcar los requisitos materiales de la declaración de necesidad de ocupación, pues no será lícito acordarla si los fines de interés público pretendidos pueden satisfacerse de otra manera. En tal sentido señala el TS que el ordenamiento español (art. 15 LEF) consagra, así, un principio de intervención mínima en la propiedad privada o, si se prefiere, una exigencia de proporcionalidad de las actuaciones expropiatorias. Ello está en sintonía, por los demás con una interpretación conforme al art. 33 CE de la legislación de expropiación forzosa. Debe tenerse en cuenta, no obstante, que los bienes de necesaria ocupación pueden incluir también los indispensables para previsibles ampliaciones de la obra o finalidad de que se trate (art. 15 LEF). Por otra parte, cuando se precise ocupar solamente una parte de una finca rústica o urbana o de cualquier otro bien, de modo que resulte antieconómica para el propietario la conservación de la parte no expropiada, aquel puede solicitar de la Administración que la expropiación comprenda la totalidad de la finca (art. 23 LEF). Si la Administración, como motivo fundado en el interés público, rechaza la expropiación total, facultad esta que es discrecional, debe indemnizar al interesado por el demérito o perjuicios que le ocasione la expropiación parcial, incrementando el justiprecio en la cuantía que proceda (art. 46 LEF). Normalmente dicha cuantía se fija en virtud de un porcentaje de depreciación, variable según las circunstancias de rentabilidad de la finca, aunque lo relevante es que responda al perjuicio real. En ningún caso el justiprecio total resultante puede ser mayor al que habría correspondido a la expropiación total de la finca (art. 46 REF). Desde hace tiempo y superando las ambigüedades del texto de la LEF (art. 22), de la jurisprudencia ha admitido que el acuerdo de necesidad de ocupación es impugnable directamente ante los Tribunales si pone fin a la vía administrativa (previa alzada, en caso contrario). La Administración puede también rectificar los errores materiales o de hecho en que haya incurrido dicho acuerdo, al amparo del artículo 109.2 LPACAP, sin necesidad de declarar la nulidad del mismo. 6. La determinación del justiprecio Una vez que se han concretado los bienes o derechos a expropiar y su alcance, se entra, en el procedimiento general, a determinar el justiprecio, fase esta que es, sin embargo, posterior a la ocupación del bien en la expropiación urgente. A) Concepto de justiprecio y criterios de valoración En la expropiación, la titularidad del bien o derecho expropiado cede por causa de interés general, pero la garantía del patrimonio de los particulares afectados se preserva mediante la obtención de su equivalente económico. Este equivalente es el que ha de abonarse al expropiado en concepto de justo precio. Ahora bien, qué es el equivalente económico o cómo debe valorarse el bien expropiado es una de las cuestiones más complejas que afronta la legislación expropiatoria y, en la práctica, adolece de un considerable grado de inseguridad jurídica. La cuantía del justiprecio se determina, a falta de acuerdo entre el beneficiario y el expropiado, en forma contradictoria y por un órgano de composición técnica, el Jurado de Expropiación, cuyas resoluciones son revisables en la vía contencioso-administrativa. Tanto el Jurado de Expropiación como los Tribunales que revisan sus decisiones deben tener en cuenta los criterios de valoración que la ley establece al efecto. Lo que sucede es que tales criterios no son homogéneos para todo tipo de bienes y derechos ni han estado siempre claramente asentados en nuestra legislación, en razón de problemas seculares y nunca resueltos de manera satisfactoria. Para empezar hay un problema de principio. El justo precio debe ser, sin duda, equitativo, razonable y proporcionado a la pérdida patrimonial sufrida por el expropiado. Pero estos son conceptos indeterminados que deben ser objeto de concreción. Para una parte de la doctrina jurídica, el criterio universalmente válido y el único aceptable es el valor de mercado o de sustitución del bien o derecho objeto de expropiación. Pero, con independencia de la dificultad de determinación de dicho valor en algunos casos, no es lo que se deduce de la ley ni de la jurisprudencia. El TC ha reiterado, por ejemplo, que lo decisivo es que exista un proporcional equilibrio entre el valor del bien o derecho de expropiado y la cuantía de la indemnización ofrecida, de modo tal que la norma que la dispone solo podrá ser entendida como constitucionalmente ilegítima cuando la correspondencia entre aquel y esta se revele manifiestamente desprovista de base razonable. Igualmente la jurisprudencia europea reconoce, dentro de un margen de proporcionalidad, que el resarcimiento puede ser inferior al valor de mercado cuando concurran circunstancias económicas o de justicia social que lo justifiquen. De hecho, el puro valor de mercado puede proporcionar a los expropiados un enriquecimiento injusto, a satisfacer por la comunidad, cuando incorpora plusvalías derivadas de la misma actividad de poderes públicos que legitima la expropiación. La LEF estableció una serie de criterios objetivos, variables según el tipo de bien expropiado (arts. 38 ss.). Entre ellos, para las expropiaciones de solares, edificios y derechos reales sobre inmuebles, se remitía a la valoración que tuvieran a efectos fiscales, mientras que para las fincas rústicas apelaba a la media aritmética entre la capitalización de la renta y el valor de mercado de fincas análogas en la misma zona. Para la expropiación de acciones, obligaciones y demás participaciones en el capital de empresas mercantiles ha de tomarse como referencia la media aritmética de su valor de cotización, el promedio de los beneficios y la diferencia entre el activo y el pasivo -criterio que puede suponer atribuir un valor cero a una empresa a efectos expropiatorios-. Para las concesiones administrativas y en ausencia de normas específicas de valoración en su legislación reguladora, ha de considerarse el importe capitalizado al interés legal de los rendimientos medios de la explotación, teniendo en cuenta el plazo de reversión. Esta pluralidad de criterios legales introdujo no poca confusión, agravada por la manifiesta inadecuación de los valores fiscales referidos a los bienes inmuebles para aproximarse al verdadero valor objetivo de sustitución, y que con frecuencia los valores catastrales -los que figuran en los catastros o registros de Hacienda a efectos del Impuesto de Bienes Inmuebles y otros tributos- son muy inferiores a los de mercado o devienen obsoletos mucho antes de su periódica revisión. Por ello, como cláusula de cierre, el artículo 43 LEF permitía con carácter alternativo practicar la tasación aplicando los criterios estimativos que se juzguen más adecuados. Este criterio, aplicable también a los bienes muebles en ausencia de reglas especiales, remite a una libertad estimativa muy amplia a favor primero de los Jurados de Expropiación y, en último término, de los Tribunales de Justicia. La tendencia a utilizar este último método de valoración libre, sobre todo por los órganos judiciales, ha llevado al legislador a introducir nuevos criterios objetivos, en particular por referencia a los bienes inmuebles, preocupado sin duda por la muy alta factura que supone la expropiación a precios de mercado de bienes que están frecuentemente inmersos. En una espiral especulativa, lo cual encarece extraordinariamente la realización de proyectos de infraestructuras y políticas sociales. Así ha sucedido históricamente en la legislación urbanística. Pero la distancia entre la aplicación de dichos criterios objetivos y el precio de mercado conduce una y otra vez a la aplicación del criterio del artículo 43 LEF. El último intento de establecer reglas generales de valoración de los inmuebles a efectos expropiatorios se contiene en los artículos 34 a 41 TRLSRU, desarrollados por el RD 1.492/2011, de 24 de octubre, que aprueba el Reglamento de valoraciones de la Ley de Suelo. Estos nuevos criterios legales se han considerado en general conformes a la CE por SSTC 141/2014 Y 43/2015, aunque no en todos sus aspectos (STC 218/2015). En términos resumidos la nueva legislación de suelo diferencia el valor del suelo que tiene la condición de rural del que debe considerarse urbanizado, según la citada Ley. Si se trata de suelo rural, su valor se determina mediante la capitalización de la renta anual o potencial de la finca, que incluye las subvenciones agrícolas de carácter estable, aunque el valor resultante puede corregirse en función de la localización del terreno. Pero ya no se ha de aplicar el método de comparación, a partir de los valores de las fincas análogas, como preveía la legislación anterior, ni la libertad estimativa del artículo 43 LEF. Si se trata de suelo ya urbanizado, se tiene en cuenta el valor de repercusión del suelo según el uso urbanístico asignado a cada finca y, para determinarlo, se acude al método residual estático, que parte del valor de mercado del suelo ya urbanizado descontando los gastos de urbanización pendientes y sin tener en cuenta los elementos especulativos 766 Si se trata de suelo rural pero destinado a actuaciones de nueva urbanización, el precio inicial de expropiación se debe ir incrementando a medida que los propietarios van cumpliendo los deberes y cargas que conlleva su urbanización efectiva. Aparte será preciso indemnizar por la pérdida de las plantaciones y sembrados y cosechas pendientes, conforme a la LEF, si se trata d suelo rural y, en todo caso, las edificaciones que se expropien, valorándolas conforme al coste de reposición, esto es, el valor de mercado, pero corregido en atención a su antigüedad y estado de conservación (art. 35.2 TRLSRU). Si el bien o derecho objeto de expropiación es de otro tipo, es necesario aplicar los criterios de la LEF, en particular el artículo 43, que, sin embargo, nunca debe proporcionar un enriquecimiento injusto del expropiado. Por ello no es adecuado valorar simples expectativas hipotéticas de aprovechamiento futuro de los bienes o derechos que se expropian (por ejemplo, en el caso de las concesiones de aguas o minas), sino tan solo rendimientos previsibles en función de datos reales o estadísticos. Ni cabe indemnizar las mejoras realizadas en el bien expropiado después de iniciado el expediente, salvo que sean indispensables para su conservación y no se hubieran realizado de mala fe (art. 36.2 LEF). A los valores resultantes hay que añadir el abono al expropiado de un 5% del justiprecio, en concepto de premio de afección, por valoración abstracta de la pérdida del bien en la estimación subjetiva del expropiado, que se presume por la ley. En todo caso, las tasaciones deben efectuarse con arreglo al valor que tengan los bienes o derechos expropiados al tiempo de iniciarse el expediente de justiprecio (art. 36. 1 LEF). Esta regla es muy importante en la práctica, habida cuenta de las modificaciones de valor que los bienes pueden experimentar hasta la determinación y pago de aquel. Sin embargo, su aplicación plantea algunas dificultades. La jurisprudencia mayoritaria considera que el expediente de justiprecio se inicio no al día siguiente a aquel en que gane firmeza el acuerdo de necesidad de ocupación (como parece deducirse del art. 28 REF), sino cuando se notifica al expropiado el inicio de las gestiones para llegar a un mutuo acuerdo, si tales gestiones existen efectivamente, o recibe la notificación requiriéndole para que formule la hoja de aprecio. Por último, hay que indicar que alguna legislación especial, en particular la urbanística, permite abonar el justiprecio en especie (por ejemplo, en terrenos edificables, otros inmuebles o derechos de aprovechamiento urbanísticos inscribibles en el Registro de la Propiedad), previo acuerdo con los expropiados, o incluso sin su consentimiento (art. 13 de la Ley 8/2013, en operaciones de regeneración y renovación urbanas). B) Procedimiento de fijación del justiprecio El justo precio puede establecerse de dos formas: mediante un acuerdo o convenio entre el expropiado y el beneficiario de la expropiación o a través de un procedimiento contradictorio que resuelve, en la vía administrativa, un órgano especializado, el Jurado de Expropiación u órgano autonómico equivalente. a) El artículo 24 LEF prevé la adquisición amistosa del bien expropiado mediante acuerdo entre las partes, una vez iniciado el expediente -cosa distinta es que, al margen de la expropiación, se pongan de acuerdo para transmitir el bien mediante compraventa u otro negocio jurídico privado-. Es más, la LEF prevé un plazo inicial de 15 días para alcanzar el acuerdo, a cuyo efecto la Administración puede, previos los informes técnicos oportunos sobre el valor del bien, formular una propuesta. Por cierto, el contenido de esa propuesta no vincula después a la Administración o beneficiario ofertante, a falta de avenencia. Pasado dicho plazo, se deben iniciar los tramites de determinación del justiprecio por el procedimiento contradictorio, si bien las partes pueden siempre alcanzar un acuerdo en cualquier estado posterior de la tramitación del mismo. El convenio expropiatorio alcanzado tiene naturaleza jurídica administrativa. Es uno de los supuestos más característicos de terminación convencional de un procedimiento administrativo, figura regulada de manera general por el artículo 86 LPACAP. Su firma pone fin al procedimiento de fijación del justiprecio y constituye un acto propio de las partes, que, salvo excepción justificada (incompetencia, vicio de la voluntad, etc.), no podrán pretender después una solución distinta a la pactada. El convenio expropiatorio, como cualquier otro pacto, debe ser cumplido en sus estrictos términos y en el plazo acordado. Si la Administración o el beneficiario se retrasan en el pago del justiprecio convenido, sin perjuicio de la posibilidad de resolución, el expropiado podrá reclamar los intereses de demora previstos en la LEF para el pago del justiprecio, salvo pacto expreso en contrario. Es más, la jurisprudencia admite por regla general, la posibilidad de retasación del justiprecio pactado por convenio en los casos de retraso del pago a que se refiere el art. 58 LEF, aunque esa posibilidad puede ser excluida por pacto expreso o en razón de la complejidad del propio convenio. b) 768