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Acto jurídico

1. El acto jurídico como especie de hecho jurídico

Entre hecho jurídico y acto jurídico existe una relación de género a especie. Todo acto jurídico
es un hecho jurídico, pero no todo hecho jurídico es un acto jurídico. El hecho jurídico
comprende, además de los actos jurídicos, a los actos meramente lícitos, los actos o
declaraciones de ciencia, las participaciones y comunicaciones, los actos ilícitos, los actos
involuntarios, sean estos conformes o contrarios con el ordenamiento jurídico, y también a los
hechos naturales o externos que inciden en la vida de relación social del ser humano.

La noción del acto o negocio jurídico, delineada por la doctrina pandectista alemana del siglo
XIX, asume una posición central en el ámbito del sistema del Derecho privado.

El acto jurídico es el instrumento con el cual se da concreta actuación a la autonomía privada,


entendida esta como la libertad que tienen los sujetos de Derecho -dentro de los límites
permitidos por el ordenamiento jurídico- de celebrar los actos jurídicos que quieren, con quien
quieren y determinar libremente el contenido de sus actos patrimoniales. La autonomía
privada está garantizada por el ordenamiento.

El Derecho civil se fundamenta en la opinión de que el ordenamiento jurídico más adecuado


para las relaciones jurídicas de los individuos es el que ellos mismos establecen y, por tanto, en
este sentido da amplia facultad a los interesados[1].

El negocio jurídico, dice Ferri[2], es “un acto vinculante de regulación privada de intereses, que
asume “relevancia” positiva para el ordenamiento estatal cuando los valores de los cuales es
portador sean compatibles con los valores expresados por el ordenamiento”. La relación entre
negocio y ordenamiento estatal constituye una expresión de la relación entre libertad
(representada por el negocio) y autoridad (expresada por el ordenamiento estatal); es decir, la
relación entre un sistema de valores (el negocio), expresión de intereses específicos,
circunscritos y personales, y un sistema de valores (el ordenamiento estatal), que es expresión
de una visión general y totalizadora de la realidad social, donde el negocio se inserta como un
mínimo fragmento.

La autonomía privada alcanza su máxima expresión en los actos jurídicos de naturaleza


patrimonial de los cuales, el contrato es su manifestación más importante. En su sentido
extenso la autonomía privada comprende la idea de independencia del sujeto frente a la ley,
es casi como si fuese una zona franca en la que el legislador no puede entrar por estar
reservada al poder de los privados (personas particulares).

El poder de la autonomía privada es una herencia de la época del iluminis- mo, en la cual el
acto jurídico, en particular el contrato, era un instrumento de libertad por medio del cual el
individuo podía realizar su autonomía en la vida privada y en la actividad productiva. Cada
individuo era legislador en su propia esfera jurídica, máxima que fue recogida por el art. 1134
del Código Napoleónico que reza: Les conventions légalementformées tiennen lieu de loi a
ceux qui le ontfaites. Elles nepeuvent éter reviquées que de leer consentement mutuel, ou
pour les causes que la loi autorise. Elles doivent éter exécutées de bonne foi (Los pactos
legalmente formados, tienen fuerza de ley para aquellos que los han hecho. No pueden ser
revocados, sino por mutuo consentimiento, o por las causas que están autorizadas por la ley.
Deben ejecutarse de buena fe). Este principio consagrado en el Código francés ha sido
recogido por el art. 1374 del Código italiano que dispone: El contrato obliga a las partes no
solamente a lo que en él se hubiera expresado, sino también a todas las consecuencias que del
mismo se deriven según la ley o, a falta de esta, según los usos y la equidad. El mismo principio
está contenido en el art. 1361 del Código peruano en los términos siguientes: Los contratos
son obligatorios en cuanto se haya expresado en ellos. Se presume que la declaración
expresada en el contrato responde a la voluntad común de las partes y quien niegue esa
coincidencia debe probarla. Del contenido de estos tres dispositivos legales se desprende la
afirmación categórica en el sentido que “el contrato tiene fuerza de ley entre las partes”.

La autonomía contractual se orienta en tres direcciones: libertad de celebrar un contrato;


libertad de elegir a la persona con quien se va a contratar; libertad de determinar el contenido
del contrato. Los límites legales a esa libertad son impuestos para proteger a la propia
autonomía privada considerada el punto de apoyo de la teoría del acto jurídico. Para defender
la libertad contractual (libertad de determinar el contenido del contrato), el Estado limita la
propia libertad que garantiza; así, por ej., prohíbe la enajenación de por vida de la actividad
personal o limita la creación de derechos reales o la duración de los mismos.

Con el surgimiento de la gran industria, de las grandes fábricas, en las cuales el propietario
podía imponer condiciones gravosas para los trabajadores, ofreciendo salarios mínimos, fue
necesaria la dación de leyes de protección de los salarios y de las condiciones de vida de los
trabajadores. La existencia de grandes empresas en posición de monopolio, que podían de
hecho eliminar la libre competencia e imponer precios y condiciones desventajosas, ha
impuesto la necesidad de la creación de normas que tutelan la libre competencia, prohibiendo
los monopolios. Con la difusión de los contratos de adhesión y los concluidos mediante
cláusulas generales de contratación, en los que el contratante fuerte podía imponer
unilateralmente sus condiciones, se advirtió que la libertad contractual podía ser una mera
declaración a causa del poder de uno de los contratantes, lo que obligó a dar leyes de
protección a la parte contratante débil; así surge el Derecho del consumidor.

La vida social civilizada impone que la autonomía privada tenga límites, que los sujetos puedan
hacer solo aquello que el ordenamiento jurídico les permite. En otros términos, el sujeto
puede hacer todo aquello que no está prohibído por la ley, es decir, en la realización de sus
actos o negocios jurídicos no puede ir en contra de normas imperativas, el orden público y las
buenas costumbres (art. V del TP).
El acto jurídico no es, ni nunca ha sido, un instrumento de libertad total con el cual los privados
puedan hacer todo lo que quieren. La idea de un acto jurídico absolutamente libre de vínculos
legales es una contradicción; un acto jurídico existe y es un fenómeno jurídico solamente en
cuanto la ley le confiera juridicidad.

Un acto jurídico que no está limitado y regulado por la ley es un contrasentido. Cualquier acto
absolutamente libre no es un acto jurídico. La libertad absoluta es la negación de la libertad, es
la ley de la selva[3]; los límites a la libertad permiten que todas las personas, y no solamente
unas cuantas, tengan libertad para celebrar los actos jurídicos que deseen, con el contenido
que deseen y con quien deseen, actuando siempre dentro del ámbito de libertad que le
confiere el ordenamiento jurídico. Los límites a la autonomía privada no pueden llegar al
extremo nocivo de matar la iniciativa privada, especialmente en materia económica, sino a
promoverla.

2. Definición

El acto jurídico es el hecho humano, voluntario, lícito, con manifestación de voluntad


destinada a producir directamente efectos jurídicos consistentes en “crear, regular, modificar
o extinguir relaciones jurídicas” (art. 140)[4] o situaciones jurídicas (casado, soltero,
arrendador, vendedor, comprador)[5]. En otros términos, el acto jurídico es la manifestación
de voluntad dirigida a producir efectos jurídicos que el ordenamiento reconoce y tutela[6].

Esta definición del acto jurídico es el fruto de una abstracción que se obtiene extrapolando las
características comunes a las diferentes instituciones del contrato, del matrimonio, del
testamento y de los actos unilaterales, características todas que son el fruto de una
manifestación de voluntad con la cual el sujeto enuncia los efectos que quiere conseguir.

Desde sus origines se han contrapuesto diversos modos de entender el concepto de acto o
negocio jurídico, en torno al cual se ha desarrollado un debate que dura hasta ahora. Según
una primera tesis que se puede llamar subjetivista o voluntarista, el concepto del acto jurídico
debe ser construido sobre la base de la figura de la voluntad, la cual es el elemento
predominante y determinante de los efectos del acto, de lo que se deriva que el contenido del
acto está determinado exclusivamente de la efectiva voluntad del agente. El rol decisivo de la
voluntad viene a ser contradicho por la tesis antivoluntarista u objetiva que considera que el
acto o negocio jurídico produce efectos no en cuanto acto querido, sino en cuanto es valorado
por el ordenamiento jurídico como socialmente útil, relegando la voluntad al mero
conocimiento del significado objetivo de la voluntad manifestada y del específico valor social
del comportamiento del agente. Según esta tesis la voluntad es determinante del acto en sí
pero no de su contenido: el efecto principal del acto es la producción de un vínculo a cargo del
agente, que lo obliga a ejecutar la regulación de intereses que ha creado, mientras que la
constitución, modificación o extinción de relaciones jurídicas constituyen los efectos finales del
acto.
El acto o negocio jurídico, por tanto, consiste en un acto de autonomía privada por el cual los
particulares regulan sus propios intereses mediante la constitución, modificación o extinción
de relaciones o situaciones jurídicas, quedando obligados así mismos por dicha regulación.

Definir al acto jurídico como manifestación de voluntad dirigida a producir efectos jurídicos
tutelados por el ordenamiento jurídico implica asignar a la voluntad de los particulares un
papel dominante colocándola en el centro del Derecho privado. En el corazón de la teoría del
acto jurídico está el dogma de la voluntad que exalta la libertad individual, fruto de la ideología
del Ochocientos desarrollada inmediatamente después de la Revolución francesa que dio la
máxima importancia al individuo y a sus derechos. El acto jurídico en general y el contrato en
particular eran los instrumentos para que se realice la voluntad, de modo que cada uno sea
legislador en su propia esfera jurídica. Tratándose del contrato, su regulación se hizo sobre la
base de la libertad: libertad de celebrar o no un contrato, de escoger a la persona con quien se
quiere celebrarlo, libertad para determinar el contenido del contrato. La justicia contractual es
el fruto de la libre contratación de las partes, puestas sobre un plano de igualdad formal.

El acto o negocio jurídico, como dice Bianca[7], es la explicación de la autonomía privada.,


como poder del sujeto de decidir sobre su propia esfera jurídica, personal o patrimonial. El
sujeto explica la propia autonomía privada mediante actos negocíales: es precisamente
mediante los actos negocíales que el sujeto organiza su vida y dispone de sus intereses,
adquiriendo o alienando bienes patrimoniales, contrayendo matrimonio, obligándose a
ejecutar prestaciones, constituyendo sociedades comerciales, etcétera.

La manifestación de voluntad es el eje sobre el cual gira todo el sistema jurídico privado. La
voluntad puede ser manifestada oralmente, por escrito público o privado, a través de
cualquier medio directo, manual, mecánico, electrónico u otro análogo, por signos inequívocos
(gestos que tienen significados precisos e inconfundibles) o por la ejecución de hechos
materiales (ej., el arrendador recibe el pago de la renta, lo que explica la celebración del
contrato de arrendamiento y sus alcances). La teoría del acto jurídico cumple una función
práctica, reúne los elementos comunes a todas las manifestaciones de voluntad dirigidas a
producir efectos jurídicos, permitiendo una explicación única de todas ellas en cuanto a sus
elementos, requisitos, problemas y reglas aplicables; y una función ideológica conectada con el
papel dominante que asigna la teoría del acto jurídico a la voluntad, y, por ende, a la libertad
individual.

El acto jurídico entendido como la manifestación de voluntad que tiene por fin inmediato
producir efectos jurídicos consistentes en crear, modificar o extinguir relaciones jurídicas, es la
más grande conquista de la pandectista alemana del siglo XIX y de todos los estudios civilistas
de Europa continental, pues constituye el instrumento más eficaz para comprender, simplificar
y esclarecer no solamente todas las instituciones del Derecho civil, sino también del Derecho
privado en general. A partir de 1900, año de entrada en vigencia del Código civil alemán, como
expresa Scognamiglio[8], “se reafirma el papel de la voluntad como factor esencial del negocio,
a través de los elementos o aspectos relevantes de la voluntad del acto en su materialidad; de
la voluntad de contenido (respecto de cuanto han dispuesto las partes); y de la voluntad de los
efectos (a propósito), que alude, alternativamente, o a los efectos jurídicos o a los efectos
prácticos. Se refuerza, además, la idea de que la declaración es el otro elemento esencial para
la constitución del negocio, pero admite, al mismo tiempo, que la voluntad de los estipulantes
también puede realizarse mediante comportamientos concluyentes (la denominada
declaración “tácita”), o mediante comportamientos típicos (la denominada declaración
“tipificada”), o que, en algunos casos, la voluntad puede actuarse inmediatamente, mediante
un acto de ejecución conforme con aquella, que concreta la peculiar figura del llamado
negocio de voluntad”. De acuerdo con la doctrina tradicional, Carnevali[9] manifiesta que en
cada negocio jurídico se individualizan dos voluntades: la voluntad del acto y la voluntad de los
efectos; otros autores agregan la voluntad de contenido.

a) La voluntad del acto es simplemente la conciencia y voluntad que un sujeto tiene de hacer
una determinada declaración en su pura materialidad (palabras, escritos, gestos, etc.). La
voluntad del acto no solamente es característica del acto o negocio jurídico, sino que es común
a todos los otros actos (como a las declaraciones de ciencia, a las comunicaciones, a las opo-
siciones, etc.). La d del acto diferencia a todos los actos humanos voluntarios del hecho natural
y de los actos humanos involuntarios. En vez de la expresión voluntad del acto podemos hablar
de voluntad de la declaración. Si falta la voluntad de la declaración (ejemplo, una declaración
falsificada de otro), el acto jurídico es nulo.

b) La voluntad de los efectos es la voluntad dirigida a producir efectos idóneos para regular
determinados intereses del declarante. Ejemplo, Tizio otorga un testamento; el efecto al cual
está dirigida su voluntad es el de dejar la propiedad de una casa a una persona, la de una nave
a otra, y una suma de dinero a otra; tal efecto se produce en cuanto es querido por el testador.
Tizio acepta una letra de cambio, el efecto al cual está dirigida su voluntad es la de asumir la
obligación de pagar una suma de dinero a un vencimiento determinado; dicho efecto se
produce en cuanto es querido por el declarante. Tizio entiende adquirir un bien por compra, el
efecto al cual está dirigido su voluntad es el de obtener el derecho de propiedad sobre el bien
contra el pago de un precio; tal efecto se produce en cuanto es deseado por el declarante.

La voluntad de los efectos es típica solo del acto jurídico, mas no de los actos meramente
lícitos, de las comunicaciones, etc., por eso se denomina también voluntad negocial, así como
son llamados efectos negocíales a los que se derivan de la autorregulación de los propios
intereses privados. Precisamente, el fin inmediato de producir efectos jurídicos, consistentes
en crear, modificar o extinguir relaciones jurídicas, es aquello que distingue el acto jurídico de
otros hechos voluntarios y del acto meramente lícito. Obviamente no es necesario que los
sujetos tengan la perfecta y completa representación de todos los efectos jurídicos del acto o
negocio jurídico, es suficiente que ellos declaren la voluntad de obtener determinados efectos
prácticos-, luego el ordenamiento jurídico vincula a los efectos prácticos queridos por los
sujetos que celebran el acto los efectos jurídicos legales más congruentes mediante normas
dispositivas. Por ej., en un contrato de compraventa, los contratantes declaran su voluntad de
transferir la propiedad de un bien a cambio de un determinado precio en dinero, pero no dicen
nada respecto a la obligación del vendedor de sanear por evicción o por vicios ocultos
existentes en el bien; sin embargo, llegado el caso, estará obligado a ello por disposición del
art. 1484 del CC. Es decir, en este ejemplo, la obligación del vendedor de sanear por evicción o
por vicios ocultos es vinculada por la ley a los efectos queridos por las partes consistentes en
transferir la propiedad del bien vendido a cambio de un precio.

c) La voluntad de contenido, como señala Scognamiglio[10], se individualiza en oposición a la


voluntad de los efectos, y se hace inmediata referencia, respectivamente, al objeto del acto
negocial, y/o a aquello que las partes declaran querer y/o disponer. La doctrina detecta una
falta de voluntad de contenido en los siguientes casos: el negocio estipulado con reserva men-
tal; el efectuado en el ámbito de una representación teatral, o con fines de enseñanza, o el que
se hace en broma; el realizado como efecto de un error obstativo; y el llevado a cabo sobre la
base de un acuerdo simulatorio. Sin embargo, la reserva mental es irreievante respecto de la
validez del acto negocial; no se puede permitir al estipulante oponer su voluntad interna
discrepante a la contraparte o al destinatario del acto porque con ello se quebrantaría el
principio de la autorresponsabilidad y se vulneraría la tutela de la confianza.

En toda norma reguladora de actos jurídicos se encuentra previsto hipotéticamente un


supuesto de hecho complejo integrado por un comportamiento humano (acción u omisión),
voluntario, lícito y por el querer del agente tanto del acto como de sus efectos; a este supuesto
la norma le atribuye, mediante un vínculo de deber ser, el efecto consistente en crear una
relación jurídica o en regularla, modificarla o extinguirla. La sola voluntariedad del acto no es
suficiente, como sucede en los actos meramente lícitos, para que se produzca el efecto jurí-
dico, sino que es necesario que el sujeto haya querido también tal efecto.

La manifestación sea como simple declaración o como comportamiento tiene carácter


preceptivo, es decir, no es una simple revelación de la voluntad psicológica, sino que mediante
ella el sujeto dicta reglas de conducta para sí mismo y para los demás. El acto jurídico da vida a
una regulación de intereses; está destinado a tener una eficacia constitutiva o modificativa o
extintiva de relaciones jurídicas.

El concepto de acto jurídico está construido de tal modo que comprenda toda constitución,
modificación o extinción de relaciones jurídicas que se encuentren, con distinto alcance, en el
ámbito de la libre determinación de los sujetos. Es un concepto que abarca a toda
manifestación de la autonomía privada, tanto en el Derecho de familia (matrimonio,
reconocimiento de hijo extramatrimonial, etc.) y el sucesorio (testamento) cuanto en el
Derecho patrimonial (contrato, poder, etc.).

3. Caracteres

El acto jurídico presenta los siguientes caracteres:

1o) Es un hecho o acto humano;


2o) Es un acto voluntario;

3o) Es un acto lícito;

4o) Tiene por fin inmediato producir efectos jurídicos.

El acto jurídico es un hecho humano por oposición a los actos naturales o externos. Dentro de
los hechos humanos, el acto jurídico es uno de los “actos voluntarios”.

Para que el acto sea voluntario tiene que haber sido realizado con discernimiento, intención y
libertad y, al mismo tiempo, declarado o manifestado. Los tres primeros requisitos son
elementos internos de la voluntad y el cuarto, el elemento externo. El querer interno del
sujeto no es jurídicamente relevante, sino cuando es manifestado al exterior; la declaración
dirigida a generar confianza en los demás no solo permite al sujeto poder expresar su propia
voluntad, sino también permite al ordenamiento jurídico de tomar en consideración tal
voluntad. La exigencia de certeza y celeridad en el tráfico jurídico no permite dar relevancia al
querer íntimo que no se expresa con una declaración o que sea contrario con el tenor de la
declaración socialmente perceptible por interlocutores diligentes y de buena fe.

En la esencia predominante del acto jurídico está la voluntad manifestada, razón por la que un
acto realizado sin voluntad (sin discernimiento, o sin intención, o sin libertad) es nulo (art.
219.1) o si ha sido realizado con voluntad, pero esta adolece de vicios, el acto es anulable. Los
actos jurídicos dependen de la voluntad del sujeto de regular sus propios intereses, o sea de
una determinación interna del querer, la cual no es relevante como tal, sino solamente si es
manifestada.

La esencia de la manifestación de voluntad está dirigida a la autorregulación de intereses en


las relaciones privadas; autorregulación que el individuo no debe limitarse a “querer”, sino a
disponer, o sea, actuar objetivamente. Con el acto el sujeto no viene a declarar que quiere
algo, sino que expresa directamente el objeto de su querer, y este es una regulación vinculante
de intereses en las relaciones con los otros. “Con el negocio no se manifiesta un estado de
ánimo, un modo de ser del querer, lo que tendría una importancia puramente psicológica, sino
que se señala un criterio de conducta, se establece una relación de valor normativo”[11]. Las
personas, mediante el acto jurídico regulan sus intereses, incluso derogando, modificando o
sustituyendo las normas legales dispositivas por otras. El acto jurídico vincula a las partes que
lo celebran. La misma noción de poder de la autonomía de la voluntad evoca la idea de norma
jurídica. Con el acto jurídico se crean normas jurídicas particulares dentro de los límites forma-
les y materiales señalados por las normas legales imperativas, el orden público y las buenas
costumbres. Tanto las normas particulares como las legales están respaldadas por la fuerza
coercitiva que monopoliza el Estado para asegurar su cumplimiento.
No es acto jurídico el acto contrario al ordenamiento jurídico. La voluntad del agente debe
adecuarse al ordenamiento jurídico, caso contrario, es nulo por ilícito. El acto ilícito es
contrario al ordenamiento jurídico cuando contraviene las normas legales imperativas, el
orden público o las buenas costumbres.

El acto jurídico tiene por fin inmediato producir consecuencias jurídicas consistentes en crear,
modificar, regular o extinguir relaciones jurídicas. Es decir, cumple una función social o
económica que es tenida presente por quien lo realiza y que es tomada en consideración por el
Derecho. Como dice Betti[12], “el Derecho no concede su sanción al mero arbitrio, al capricho
individual, al motivo eventual (que aun cuando no sea frívolo, sino plausible, permanece
siendo intrascendente), sino a funciones que estime socialmente relevantes y útiles para la
comunidad que rige y en la que se desarrolla”.

El fin inmediato de producir efectos jurídicos es una característica específica del acto jurídico
que lo diferencia de los otros actos voluntarios lícitos o ilícitos. De ahí que no son actos
jurídicos, aun cuando voluntarios, aquellos en los que los efectos se producen prescindiendo
de la voluntad del agente, tales como el acto meramente lícito; los actos productores de daños
(ej., arts. 1321 y 1969); los actos que consisten en declaraciones de ciencia, como el recibo por
el que se declara que se ha recibido el pago (art. 1230); la declaración de parte y la de testigos
en un proceso judicial (art. 192 del CPC); las participaciones o comunicaciones, como la
comunicación al deudor cedido como consecuencia de la cesión del derecho (art. 1215); la
comunicación de la existencia vicios en bien trasferido con garantía de buen funcionamiento
(art. 1523). En estos actos, la volunté es el presupuesto fáctico al cual el ordenamiento jurídico
vincula efectos jurídicos, con prescindencia de que si son o no queridos por el agente.

[1] TUHR, A. von, Derecho civil. Teoría general del Derecho civil alemán, cit., vol. II, p. 131.

[2] FERRI, Giovanni Batista, El negocio jurídico, trad. de Leysser L. León, Ara Editores, lima,
2002, p. 154.

[3] Con razón Ihering exclamó: La libertad ilimitada en las relaciones y en las transacciones
sociales, es una prima concedida a la extorsión; una patente de corso otorgada a los piratas y a
los bandidos con derecho de presa sobre todos aquellos que caen en sus manos. ¡Ay de las
víctimas! ¡Qué los lobos reclaman libertad, se comprende; pero que los carneros les hagan
coro (…) solo demuestran una cosa: que son carneros!

[4] En la doctrina francesa, Bonnecasse expresa: “El acto jurídico es una manifestación exterior
de voluntad bilateral o unilateral, cuyo fin directo consiste en engendrar, con fundamento en
una regla de derecho o en una institución jurídica, a cargo o en provecho de una o varias
personas, un estado, es decir una situación jurídica general y permanente o, por el contrario
un efecto de derecho limitado, que conduce a la formación, modificación o extinción de una
relación de derecho” (BONNECASSE, Julián, Elementos de Derecho civil, México, 1945, p. 176).
Ripert y Boulanger afirman que el término acto corresponde al latino negotium. Luego
escriben: “La mayoría de las relaciones de derecho que existen entre los hombres tienen como
causa los actos jurídico. Se llaman con este nombre los actos que se lleva a cabo para realizar
uno o varios efectos de derecho-, son llamados jurídicos a causa de la naturaleza de sus
efectos” (RIPERT, Georges y jean B OLULANGER, Tratado de Derecho civil según el tratado de
Planiol, 1.1, Parte general, el Derecho – Instituciones civiles, trad. Delia García Daireaux, La Ley,
Buenos Aires, 1956, p. 415). La denominación: Acto jurídico de la doctrina francesa ha sido
adoptada por todos los países latinoamericanos, excepto el Código del Brasil del 2002 que lo
llama negocio jurídico.

Otras definiciones:

El negocio jurídico “es el acto con el cual el individuo regula por sí los intereses propios en las
relaciones con otros (acto de autonomía privada), y al que el Derecho enlaza los efectos más
conformes a la función económico-social que caracteriza su tipo (típica en este sentido)”
(BETTI, Emilio, Teoría general del negocio jurídico, trad. de Martín Pérez, 2.a ed., Editorial
Revista de Derecho Privado, Madrid, 1959, p. 51).

Scognamiglio, profesor de la Universidad de Roma, define al negocio jurídico “como la de-


claración de voluntad encaminada a producir efectos jurídicos o cuando menos efectos prác-
ticos tutelados por el derecho” (SCOGNAMIGLIO, Renato, Contratti in generale, terza edizione,
Casa Editrice Dr. Francesco Vallardi, Milán, 1977, p. 6).

Trabucchi dice que “la más importante categoría de los actos voluntarios lícitos está formada
por los negocios jurídicos, los cuales son manifestaciones de voluntad, encaminadas hacia un
objeto práctico, que consiste en la constitución, modificación o extinción de una situación
jurídica relevante” (TRABUCCHI, Alberto, Istituzioni di Diritto civile, settima edizione, Cedam,
Padua, 1953, p. 117).

Messineo define al acto jurídico como “un acto humano, realizado consciente y voluntaria-
mente por un sujeto (por lo general capaz de obrar), del cual nacen efectos jurídicos porque el
sujeto, al realizarlo, quiere determinar un resultado; y tal resultado se toma en consideración
por el Derecho” (MESSINEO, Francesco, Manual de Derecho civil y comercial, trad. de Santiago
Sentís Melendo, Ejea, Buenos Aires, 1979, T. II, p. 332).

Ospina Fernández y Ospina Acosta sostienen que “el acto o negocio jurídico es la manifes-
tación de voluntad directa y reflexivamente encaminada a producir efectos jurídicos” (OS-
PINA FERNÁNDEZ y OSPINA AGOSTA (Teoría general de los actos jurídicos o negocios jurídicos,
cit., p. 18).
Oertmann expresa: “los negocios jurídicos descansan… sobre la voluntad de la parte o partes
que intervienen en ellos y son los medios que suministra el ordenamiento jurídico para la
autodeterminación en derecho privado” (OERTMANN, Paúl, Introducción al Derecho civil, trad.
de Luis Sancho Setal, Barcelona, Labor, 1933).

Valencia Zea define al negocio jurídico en los términos siguientes: “Por tal se entiende aquel
hecho jurídico que contiene una o varias declaraciones de voluntad de los particulares que, por
sí o unidos con otros requisitos, persiguen un determinado efecto jurídico” (VALENCIA ZEA,
Arturo, Derecho civil, 8.a ed., Temis, Bogotá, 1979, T. I, Parte general, p. 463).

Como se aprecia, de toda definición que se dé sobre el acto jurídico, se deduce que este es un
acto de autonomía de la voluntad privada del cual se sirven las personas para regular sus
relaciones que tengan relevancia para el Derecho. Así, la ley atribuye al comportamiento de las
personas el significado y la eficacia que mejor corresponda a la probable determinación del
agente.

[5] Las situaciones jurídicas son las posiciones que ocupa cada uno de los sujetos que
intervienen en las relaciones jurídicas.

[6] Savigny, al acto jurídico también lo denomina “manifestación de voluntad”. “Se llaman ma-
nifestación de voluntad la clase de hechos jurídicos que no solo son actos libres, sino que
según la voluntad del agente tienen como fin inmediato engendrar o destruir una relación de
derecho” (de Savigny, M. F. C., Sistema de Derecho romano actual,, t. II, F. Góngora y Com-
pañía, Editores, Madrid, 1879, p. 213).

[7] BIANCA, Diritto civile, cit., T. II, p. 8.

[8] SCOGNAMIGLIO, Renato “El negocio jurídico: aspectos generales”, en BETTI, Emilio /
Francesco GALGANO / Renato SCOGNAMIGLIO / Giovanni Battista FERRI, Teoría general del
negocio jurídico: 4 estudios fundamentales, trad. de Leysser L. León, Ara, Lima 2001,p. 118.

[9] CARNEVALI,-Tppwwñ di Dirittoprívalo, cit., p. 153.

[10] SCOGNAMIGLIO, «El negocio jurídico: aspectos generales», cit., p. 154.


[11] «El tenor de un negocio cualquiera muestra que en él se halla en primer plano la
regulación de interese dispuesta para el futuro, mientras que la voluntad está solo en un
segundo plano, como proyecto a la finalidd práctica de aquella; la voluntas es fuente
generatriz, pero no contenido de acto» (BETTI, Teoria general del negocio jurídico, cit., p. 53).

[12] BETTI, Teoria general del negocio jurídico, cit., p. 52.

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