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Los organismos (la gente, los animales, las plantas) tienen necesidades específicas que se deben
atender para vivir. Nuestros cuerpos precisan de una determinada cantidad de humedad para
funcionar correctamente y morimos si la deficiencia o el exceso se exageran. En el curso de
nuestras actividades, consumimos una parte del agua que hemos ingerido, por medio del sudor, la
evaporación y la orina. La cantidad de agua de nuestro interior debe estar abajo del nivel que
necesitamos para funcionar bien; nos da sed y encontramos la forma de restablecer el nivel
óptimo de agua en nuestros sistemas. Al mismo tiempo, puede disminuir la cantidad de sal
presente en los cuerpos y se encontrará alguna forma de tomar sal para restablecer el equilibrio
del sistema metabòlico, tal vez procurando comidas saladas o añadiendo más sal a lo que
comemos. Lo mismo sucede si se aplica a todos los elementos de la naturaleza lo que necesitamos
para vivir y crecer: proteínas, minerales, vitaminas, estímulos sensoriales, movimiento, afecto y
sueño. Y esto también sucede así en todos los organismos vivos: cuando hay deficiencias, el
sistema orgánico las remedia; cuando hay excesos, se libra de ellos.
En la terapia gestalt, este principio general se denomina autorregulación del organismo. “El
organismo lucha por mantener un equilibrio que continuamente es alterado por sus necesidades y
recuperado por su satisfacción o su eliminación”. (F.S. Perls, 1947, p. 7). Esta forma integrada y
coherente de funcionar en el mundo, se puede observar en todos los seres vivos y en todos los
subsistemas que constituyen los organismos. Nuestras células contribuyen a nuestro
funcionamiento unificado y también son a su vez, conjuntos autorreguladores unificados y
organizados. La autorregulación del organismo es el nombre que la terapia gestalt aplica a este
complicado proceso de lograr, perder y volver a obtener el equilibrio biológico.
El principio de la autorregulación del organismo no es una teoría de los instintos, pero sí está
relacionada con esa idea antigua y más sencilla. La diferencia está en ciertos detalles y en cierto
énfasis. La teoría de los instintos afirma que bebemos porque tenemos una necesidad instintiva
del agua. Esta es la explicación mecanicista: crear características (los instintos) en nuestro interior
que nos hacen comportarnos de una forma determinada y establecer una división entre nosotros y
nuestros “instintos”. La autorregulación del organismo es una representación holística de un
proceso biológico complejo, una descripción de las relaciones que hay entre las múltiples
necesidades del organismo en su conducta. Bebemos cuando necesitamos agua. Crear un instinto
por el agua es una respuesta a la necesidad de explicar por qué bebemos; por tanto, se crea un
mecanismo que nos hace beber. Pero la autorregulación no es un mecanismo, es un proceso. Otra
forma de definir este principio de autorregulación del organismo es que el mismo funciona con
una prudencia originada en sus necesidades y en la satisfacción de éstas. A no ser que se altere la
capacidad de autorregularse (lo que sucede por lo general en los seres humanos y animales
domesticados y rara vez en otros) los organismos muestran una gran sabiduría y economía en su
conducta. Los animales comen sólo lo que necesitan y nada más. Cuando se les deja en paz no
corren alocados, sino que son cuidadosos y prudentes. Las obras de etiología, o sea el estudio de
los animales en su ambiente natural están llenas de ejemplos de autocontrol de organización
social y de cooperación debidos a esta autorregulación del organismo. La matanza inútil, por
ejemplo, no existe en los animales “salvajes”.
El organismo es un sistema abierto, que se repara a sí mismo en contacto consigo mismo. Una
conducta automática, como ingerir tres 16 comidas balanceadas al día, a las ocho, a las doce y a
las seis, no precisa de mucha conciencia. Es un sistema cerrado, programado de antemano. Pero
buscar los medios de satisfacer las necesidades conforme surgen, esto requiere conciencia.