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Sinesio López Jimémez
Generalmente la falta del sentido ético de la política va acompañada de una alta dosis de cinismo. Durante sus dos períodos de gobierno Castañeda ha utilizado los fondos públicos del municipio para organizar la plataforma política de su candidatura presidencial. El contrato municipal con los Hospitales de Solidaridad que llevan el mismo nombre de su partido, el financiamiento de sus cuadros partidarios con fondos municipales, la colocación de enormes y costosos paneles con los colores de Solidaridad Nacional y con su propio nombre y la exigencia de que se mantengan el nombre de esos hospitales y los paneles (para que el municipio limeño le siga haciendo propaganda) constituyen no sólo una clara violación de la ética pública sino también la pérdida del más elemental sentido de decencia política. Caretas debiera distinguirlo con su condecoración semanal. Si a todo esto se añade el escándalo de Comunicore, las graves denuncias de sobrevaluación del Metropolitano y la compra-venta de acceso a las candidaturas, la imagen de Castañeda resulta seriamente dañada y sus aspiraciones presidenciales pueden quedar a medio camino. Lo que más llama la atención es que Castañeda cree que el uso de los fondos públicos para apoyar su candidatura presidencial es normal (cuando se hace obra) y que, ante investigaciones de la fiscalía por corrupción, él afirma que tiene su conciencia tranquila. Quiere erigir a su conciencia privada (¡y qué conciencia!) en el tribunal de la ética pública. Algo parecido planteó Lourdes Flores en las recientes elecciones municipales. Las campañas electorales son muy costosas y los candidatos requieren ingentes recursos para tener éxito. En ese sentido, “un político pobre es un pobre político” como dijo un alto funcionario mejicano citado por Daniel Zovatto en uno de sus estudios sobre financiamiento de los partidos. Eso lleva a los políticos a buscar recursos de diversas fuentes y a los Estados a limitar los desbordes que conducen a la corrupción. Los principales temas regulables en el financiamiento de los partidos son los siguientes: el financiamiento público, el financiamiento privado, la prohibición de ciertas fuentes de contribución, los límites puestos a los gastos y la fiscalización y las sanciones. En el mundo existen dos grandes tradiciones sobre estos temas. Por un lado, los países europeos en donde el financiamiento de los partidos proviene principalmente del erario público. Por otro, el caso norteamericano en donde diversas contribuciones privadas financian a los partidos. En América Latina, predomina la tesis que ve a los partidos como asociaciones privadas que cumplen funciones públicas o de interés general y que, en esa medida, son sujetos pasivos de financiación pública, pero la fórmula predominante es el financiamiento mixto. Salvo Venezuela, todos autorizan la recepción de fondos públicos y privados. El financiamiento público a los partidos puede ser directo (entrega de dinero o bonos) o indirecto (exoneraciones tributarias, acceso a medios de comunicación, pago de franja electoral, etc.) o mixto (directo e indirecto). La mayoría de los países de AL otorgan un financiamiento público mixto y sólo dos países (Perú y Chile) autorizan un financiamiento indirecto. El financiamiento privado proviene de las siguientes fuentes: membrecía de los afiliados, donaciones individuales, donaciones grupales (empresas, corporaciones), créditos y actividades partidarias. La mayor parte de los países prohíben ciertas contribuciones privadas (extranjeras, corporativas, contratistas del Estado, anónimas, obviamente del narcotráfico) y limitan las contribuciones privadas autorizadas. Sólo Salvador, Guatemala y Panamá no ponen ningún tipo de límites. El problema del caso peruano es que las autoridades, comenzando por el Presidente de la República, no cumplen las leyes referidas a los partidos ni tienen capacidad para controlar y sancionar a los infractores de las mismas.
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Sinesio López Jiménez
Las relaciones entre la ética y la política son difíciles, pero debieran ser armoniosas. El logro de fines buenos en la política no siempre va acompañado por medios igualmente buenos. Esta tensión entre fines y medios en el campo de la política plantea la necesidad de la ética, según Maquiavelo y Max Weber. Estos autores concentraron sus observaciones en el manejo del uso de la violencia (monopolizada por el Estado en el caso de Weber) para conseguir fines legítimos: la conquista, la expansión y la conservación del poder. Maquiavelo aconsejaba economizar la violencia cuando no se podía suprimirla, esto es, colocaba el valor de la vida entre los fines buenos y los medios violentos. No es cierto, por consiguiente, que Maquiavelo haya sido maquiavélico (negador de la ética), como pensaba Croce entre otros. Weber aconsejaba algo parecido: la ética de responsabilidad, esto es, desplegar las políticas (de uso de la fuerza) pensando en sus consecuencias. La ética, sin embargo, no se plantea sólo con respecto a la política del uso de la violencia, sino también en el manejo de las políticas públicas, esto es, las políticas económicas y las políticas sociales. Me permito formular al respecto un conjunto de preguntas incómodas pero necesarias que los políticos, especialmente los gobernantes y ex-gobernantes (algunos de los cuales son candidatos), deben responder. ¿Es ético gobernar para los ricos?, ¿las políticas económicas que favorecen abiertamente a las grandes corporaciones son limpios actos de generosidad de los gobernantes?, ¿los convenios de la estabilidad tributaria son gratuitos?, ¿y su terca mantención por los diversos gobiernos es gratuita?, ¿la política del óbolo minero es gratuita?, ¿las privatizaciones se manejaron y se manejan con transparencia?, ¿las concesiones que se hacen a diario están libres de toda sospecha?, ¿las exoneraciones tributarias al capital en la bolsa de valores es gratuita?. Etc. Etc. Las preguntas aluden evidentemente a las relaciones turbias entre los políticos y los grandes empresarios. Estos quieren hacer dinero fácil y en grande comprando a los políticos y estos buscan enriquecerse gobernando para los ricos. En estas turbias relaciones existe una perversa confusión entre fines y medios. Los ricos buscan lograr sus fines legítimos de enriquecerse (así es el capitalismo) apelando a la corrupción de los políticos y éstos dejan de lado sus fines legítimos (la búsqueda del interés general o del bien común) para enriquecerse (como los empresarios) gobernando para éstos. ¿Pueden ser diferentes las relaciones entre políticos y grandes empresarios? Me parece que es difícil cambiar esas relaciones porque los políticos tienden a encubrir su corrupción en relación con los grandes empresarios con discursos grandilocuentes: el progreso del país, el desarrollo, el empleo. Pese a ello, es necesario que la ética rija las políticas económicas y sociales de los gobernantes por el bien de todos. Hay varias maneras de lograrlo, pero dos son las principales. En primer lugar, es necesario diferenciar claramente los fines (el bien público) y los medios (lícitos) de los políticos en el manejo de las políticas públicas de los fines de los empresarios (acumulación de la riqueza) y sus medios legítimos (explotación de los recursos naturales y de los trabajadores respetando derechos). En segundo lugar, es necesario fortalecer y coordinar las políticas autónomas de control horizontal de las instituciones, de control vertical de los ciudadanos y de control social de las organizaciones de la sociedad civil. Además de la corrupción existe también la perversión política y social. Gobernar para los ricos con el apoyo de los pobres es una perversión política y social que Odría y Fujimori alcanzaron y que García envidia. El mayor acto de perversión política y social al que ha llegado García es amenazar con un golpe de Estado si se ponen en cuestión los intereses de los ricos.