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CAPÍTULO V

LOS VALORES Y LAS IDEOLOGÍAS

Las actitudes políticas de un sujeto suelen mantener entre si una relativa coherencia… ¿Cómo
explicar esta coherencia? ¿Qué elemento “organiza”. Para poder hablar de este modo las actitudes
de un individuo? El concepto de valor nos facilita una explicación. El conjunto de los valores que
un sujeto respeta y sostiene estaría en la raíz de su cuadro general de actitudes y les daría una
cierta unidad. Así, cuando un sujeto aprecia de modo preferente el valor “igualdad” cuenta con un
sistema de actitudes que le diferencian de quien sitúa por encima de todo el valor “orden”.

Definición de Valor:

¿Qué entendemos por valor? Sin entrar en la problemática filosófica que plantea el interrogante,
nos contenemos con definir un valor como la cualidad atractiva o apreciable que asignamos a
determinadas situaciones, acciones o personas. O, en sentido contrario, hablamos de mi desvalor
para referimos a una cualidad rechazable o repulsiva que vemos en ellas. Atribuimos, pues, valor o
desvalor a un objeto o a una situación cuando declaramos que nos parece bien o, por el contrario,
que nos parece mal, por ejemplo, habrá quien atribuya valor a la igualdad entre razas o entre
géneros: aprobará la igualdad sin discriminación de color o de sexo. En cambio, habrá quien juzgue
negativamente esta igualdad, la desapruebe y sostenga la conveniencia de mantener tratamientos
desiguales entre colectivos de distinta raza o género, invocando criterios biológicos, religiosos,
económicos, etc.

Los valores han sido presentados como generadores de coherencia en el sistema de actitudes de
un sujeto y, en consecuencia, como los últimos factores explicativos de sus comportamientos. Un
sujeto puede inclinarse por valores de igualdad o de jerarquía, de libertad o de seguridad, de
competición o de solidaridad, de cambio o de tradición, etc. Su respuesta ante determinados
estímulos exteriores no será la misma según opte por unos u otros. De la selección que haya
realizado se desprenderá la orientación de sus opiniones, silencios, actos o inhibiciones. Es, pues,
el sistema de valores preferidos de cada individuo o de cada grupo el que orienta los fines de su
actividad y, con ello, la dirección de su conducta.

Según la perspectiva filosófica que se adopte se atribuye a los valores un fundamento diferente.
Puede residir en el placer o en la utilidad que produce en el propio sujeto, en el acuerdo con la
propia conciencia del deber, en el amor divino, en la realización de un proyecto personal, etc.
Sin entrar en este debate, en el terreno de comportamientos políticos nos interesan los valores
como fenómenos sociales y como fenómenos históricos. Los valores no son construcciones
individuales: son resultado de un diálogo colectivo en el seno de un grupo generacional, familiar,
religioso, social, etc. Ello explica que podamos referirnos al cuadro de valores predominantes de la
juventud o de los habitantes de las zonas rurales o al de las zonas urbanas, etc. De cada cuadro se
desprende también un sistema compartido de actitudes políticas y las conductas que derivan de
ellas.

La figura IV 18.1 presenta un esquema con las relaciones entre valores, cultura política y conducta.
LAS TRANSFORMACIONES HISTÓRICAS Y LOS CAMBIOS DE VALORES

El uso de la tortura como instrumento procesal aceptado por la ley se mantuvo en muchos países
europeos hasta principios del siglo XIX: ¿por qué empezó a introducirse su prohibición legal y por
qué repugna hoy a la opinión pública general? Porque de manera gradual se dio un cambio social
en el valor atribuido a la integridad física de las personas. Al tratarse de creaciones sociales, los
valores y normas que los encaman son también producto de la historia y evolucionan con ella. La
esclavitud, la pena de muerte, la segregación racial o la degeneración del sufragio a la mujer son
también ejemplos de conductas abaladas legalmente porque se sostenían sobre un determinado
sistema de valores: cuando este sistema de valores se debilita como aquellas conductas e
instituciones empiezan a ser percibidas como rechazables y pueden llegar a desaparecer del
panorama político de una determinada sociedad.

Las grandes mutaciones técnicas y económicas han comportado cambios en los sistemas de
valores dominantes. En menos de cien años, hemos asistido a dos grandes evoluciones: el tránsito
de las sociedades agrarias a las sociedades industriales y el tránsito de estas últimas a las llamadas
sociedades proindustriales o de la información.

 En las sociedades agrarias basadas en economías de subsistencia, predomina un cuadro de


valores constituido por el respeto a la tradición, el orden, la jerarquía, la diferencia ante la
autoridad, la visión religiosa del mundo y de sus estructuras sociales, la solidaridad familiar
o la renuncia resignada al bienestar inmediato en espera de una recompensa en un más
allá intemporal. Es una respuesta fatalista y conservadora de una humanidad insegura
ante los límites de su conocimiento sobre el mundo y la sociedad.
 El avance de la industrialización trajo consigo, en cambio, la hegemonía de valores de
progreso y cambio, competitividad socioeconómica, productivismo, racionalidad y
secularidad solidaridades de clase social, afán de bienestar material inmediato, libertad
política, etc. Este cuadro corresponde con el optimismo que nace con la ilustración: el
hombre se siente capaz de construir el futuro de la sociedad, de hacerla avanzar hacia un
progreso ilimitado basado en la aplicación de la ciencia y la tecnología.
 Finalmente, la llamada sociedad postindustrial-en condiciones de relativa seguridad
económica para una gran parte de la población- ha puesto en primer plano valores de
realización personal, diferenciación individual frente al grupo, autonomía en el trabajo,
libertad en las formas de relación social y sexual, mayor preocupación por la calidad de
vida y la preservación del medio, etc.

Todo ello puede llevar a un mayor relativismo en los valores -a un pensamiento débil o más
fragmentado -como provocado por un nuevo tipo de seguridad. Ya no se trata de la inseguridad
por riesgos ignorados o incontrolables. Ahora se trata de los riesgos de futuro que el mismo ser
humano genera con su acción: nuclear; química biogenética. La humanidad sabe de qué es capaz,
pero duda razonablemente de que sean siempre positivos o controlables los resultados que su
capacidad transformadora puede acarrear para la propia humanidad.

Estos cambios sociales y la modificación de los cuadros de valores tienen repercusión en las
orientaciones políticas. Por ejemplo, la aceptación de una jerarquía política natural -propia de las
sociedades agrarias – dio paso al igualitarismo y la formación de solidaridades de clases presentes
en los partidos y en organizaciones sociales protagonistas de la política en las sociedades
industriales. Por su parte, la sociedad postindustrial asiste ahora a la revaloración del individuo
que rehúye o rechaza el encuadramiento en grupos, organizaciones o partidos, desconfía de las
ideologías cerradas y opta por formas flexibles e intermitentes de presencia política.

En cada momento histórico de cambio de valores se han producido crisis de legitimidad del poder
político en sus diferentes manifestaciones. En el último tercio del siglo XX se ha subrayado el
contraste entre los llamados valores (materialistas) propios de la sociedad de hegemonía industrial
y los valores “postmateriales” que emergen en las sociedades “postindustriales” o del
conocimiento. La figura que aparece abajo describe dicho contrate.

El predominio de los “materialistas” corresponde a la experiencia acuciante de las necesidades


básicas del individuo y de los grupos: en especial, seguridad física y seguridad económica. En
cambio, cuando estas necesidades se hallan razonablemente satisfechas -como ha ocurrido en las
sociedades occidentales a partir de la segunda mitad del siglo XX -se despiertan otras exigencias:
autorrealización personal en lo intelectual y en lo afectivo, tratamiento singularizado de cada
individuo, nuevos equilibrios entre trabajo y ocio, calidad del medio natural y cultura, etc. Estas
exigencias se encuentran en la base de los conflictos “postmaterialistas” que cuentan en la política
de las sociedades avanzados a finales del siglo XX: participación política personal frente a
encuadramiento organizativo, protección del medio ambiente frente a reivindicación salarial, etc.
Quienes actúan desde este cuadro de valores predominantemente postmaterialista han ido
aumentando en las sociedades occidentales y, de modo especial, entres sus generaciones más
jóvenes y entre los grupos con mayor nivel de instrucción.

LAS GRANDES ENCUESTAS MUNDIALES SOBRE VALORES

La evolución de los sistemas de valores ha sido objeto de investigación empírica mediante la


realización de encuestas internaciones orientadas a identificar las tendencias de aquella evolución.
En 1981 se llevó a cabo un primer Estudio Europeo de Valores (EVS, del inglés European Values
Study), que fue ampliándose en años sucesivos hasta convertirse en un Estudio Mundial de
Valores (WVS, del inglés Wodd Values Study) en la década de los noventa. En su última versión, el
estudio impulsor de estas investigaciones ha sido Ronald Inglehart, de la Universidad de Michigan,
autor de varias obras como The Silent Revolution Changing Values and Political Styles (1977) o
Modernización y posmodernización. El cambio cultural, económico y político en 43 sociedades
(1998).

DIVERSIDAD DE VALORES Y CONFLICTOS POLÍTICOS

Los cambios de valores que señalamos no se producen siempre de modo general en todas las
sociedades. Ni tampoco siguen el mismo ritmo en cada una de ellas. El examen preciso de cada
caso nos revela que en una misma sociedad coexisten sistemas de valores diferentes, que se
disputan la hegemonía entre la población. Esta disputa es esencialmente política: ya vimos en su
momento.
Más sintéticamente, puede afirmarse que la política se origina se en el desacuerdo sobre lo que es
justo y lo es injusto, sobre lo que corresponde a unos y sobre lo que corresponde a otros en el
seno de una comunidad. De ahí que la política haya sido definida como la actividad colectiva que
asigna y distribuye valores de manera vinculante (Easton).

Un ejemplo contemporáneo de esta discrepancia nos lo presenta la diferente sensibilidad por los
problemas medioambientales: allí donde prevalece el productivismo industrial y el afán -o la
necesidad- de un progreso material inmediato, las cuestiones medioambientales no se abordan
del mismo modo que en sociedades donde la primacía del sector industrial ha dado paso al sector
de los servicios y donde los niveles de seguridad económica son ya razonablemente satisfactorios
para la gran mayoría de la población.

Esta tensión se produce tanto en el interior de una misma comunidad política que predominan
diferentes sistemas de valores. El mal llamado “choque” de civilizaciones revele esta permanente
interrelación entre mundos que años atrás mantenían pocos contactos. Hoy, en cambio, las
grandes migraciones internacionales, los medios de comunicación de alcance mundial y la
densidad creciente de los flujos económicos globales hacen más evidente, -y a menudo más
problemática- la relación entre individuos y grupos con sistemas de valores diferenciados.

De ahí la mayor dificultad para dar respuestas políticas satisfactorias a una gama de demandas
muy diversas. Junto a las posiciones “postmaterialistas” que experimentan un crecimiento
sostenido subsisten también en dichas sociedades los valores tradicionales. Este panorama de
conjunto exige la adaptación de las actuales instituciones políticas -que ven erosionada su
legitimidad- y la entrada en escena de otras, capaces de facilitar la expresión de nuevas demandas
y nuevas formas de comportamiento.

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