Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Las actitudes políticas de un sujeto suelen mantener entre si una relativa coherencia… ¿Cómo
explicar esta coherencia? ¿Qué elemento “organiza”. Para poder hablar de este modo las actitudes
de un individuo? El concepto de valor nos facilita una explicación. El conjunto de los valores que
un sujeto respeta y sostiene estaría en la raíz de su cuadro general de actitudes y les daría una
cierta unidad. Así, cuando un sujeto aprecia de modo preferente el valor “igualdad” cuenta con un
sistema de actitudes que le diferencian de quien sitúa por encima de todo el valor “orden”.
Definición de Valor:
¿Qué entendemos por valor? Sin entrar en la problemática filosófica que plantea el interrogante,
nos contenemos con definir un valor como la cualidad atractiva o apreciable que asignamos a
determinadas situaciones, acciones o personas. O, en sentido contrario, hablamos de mi desvalor
para referimos a una cualidad rechazable o repulsiva que vemos en ellas. Atribuimos, pues, valor o
desvalor a un objeto o a una situación cuando declaramos que nos parece bien o, por el contrario,
que nos parece mal, por ejemplo, habrá quien atribuya valor a la igualdad entre razas o entre
géneros: aprobará la igualdad sin discriminación de color o de sexo. En cambio, habrá quien juzgue
negativamente esta igualdad, la desapruebe y sostenga la conveniencia de mantener tratamientos
desiguales entre colectivos de distinta raza o género, invocando criterios biológicos, religiosos,
económicos, etc.
Los valores han sido presentados como generadores de coherencia en el sistema de actitudes de
un sujeto y, en consecuencia, como los últimos factores explicativos de sus comportamientos. Un
sujeto puede inclinarse por valores de igualdad o de jerarquía, de libertad o de seguridad, de
competición o de solidaridad, de cambio o de tradición, etc. Su respuesta ante determinados
estímulos exteriores no será la misma según opte por unos u otros. De la selección que haya
realizado se desprenderá la orientación de sus opiniones, silencios, actos o inhibiciones. Es, pues,
el sistema de valores preferidos de cada individuo o de cada grupo el que orienta los fines de su
actividad y, con ello, la dirección de su conducta.
Según la perspectiva filosófica que se adopte se atribuye a los valores un fundamento diferente.
Puede residir en el placer o en la utilidad que produce en el propio sujeto, en el acuerdo con la
propia conciencia del deber, en el amor divino, en la realización de un proyecto personal, etc.
Sin entrar en este debate, en el terreno de comportamientos políticos nos interesan los valores
como fenómenos sociales y como fenómenos históricos. Los valores no son construcciones
individuales: son resultado de un diálogo colectivo en el seno de un grupo generacional, familiar,
religioso, social, etc. Ello explica que podamos referirnos al cuadro de valores predominantes de la
juventud o de los habitantes de las zonas rurales o al de las zonas urbanas, etc. De cada cuadro se
desprende también un sistema compartido de actitudes políticas y las conductas que derivan de
ellas.
La figura IV 18.1 presenta un esquema con las relaciones entre valores, cultura política y conducta.
LAS TRANSFORMACIONES HISTÓRICAS Y LOS CAMBIOS DE VALORES
El uso de la tortura como instrumento procesal aceptado por la ley se mantuvo en muchos países
europeos hasta principios del siglo XIX: ¿por qué empezó a introducirse su prohibición legal y por
qué repugna hoy a la opinión pública general? Porque de manera gradual se dio un cambio social
en el valor atribuido a la integridad física de las personas. Al tratarse de creaciones sociales, los
valores y normas que los encaman son también producto de la historia y evolucionan con ella. La
esclavitud, la pena de muerte, la segregación racial o la degeneración del sufragio a la mujer son
también ejemplos de conductas abaladas legalmente porque se sostenían sobre un determinado
sistema de valores: cuando este sistema de valores se debilita como aquellas conductas e
instituciones empiezan a ser percibidas como rechazables y pueden llegar a desaparecer del
panorama político de una determinada sociedad.
Las grandes mutaciones técnicas y económicas han comportado cambios en los sistemas de
valores dominantes. En menos de cien años, hemos asistido a dos grandes evoluciones: el tránsito
de las sociedades agrarias a las sociedades industriales y el tránsito de estas últimas a las llamadas
sociedades proindustriales o de la información.
Todo ello puede llevar a un mayor relativismo en los valores -a un pensamiento débil o más
fragmentado -como provocado por un nuevo tipo de seguridad. Ya no se trata de la inseguridad
por riesgos ignorados o incontrolables. Ahora se trata de los riesgos de futuro que el mismo ser
humano genera con su acción: nuclear; química biogenética. La humanidad sabe de qué es capaz,
pero duda razonablemente de que sean siempre positivos o controlables los resultados que su
capacidad transformadora puede acarrear para la propia humanidad.
Estos cambios sociales y la modificación de los cuadros de valores tienen repercusión en las
orientaciones políticas. Por ejemplo, la aceptación de una jerarquía política natural -propia de las
sociedades agrarias – dio paso al igualitarismo y la formación de solidaridades de clases presentes
en los partidos y en organizaciones sociales protagonistas de la política en las sociedades
industriales. Por su parte, la sociedad postindustrial asiste ahora a la revaloración del individuo
que rehúye o rechaza el encuadramiento en grupos, organizaciones o partidos, desconfía de las
ideologías cerradas y opta por formas flexibles e intermitentes de presencia política.
En cada momento histórico de cambio de valores se han producido crisis de legitimidad del poder
político en sus diferentes manifestaciones. En el último tercio del siglo XX se ha subrayado el
contraste entre los llamados valores (materialistas) propios de la sociedad de hegemonía industrial
y los valores “postmateriales” que emergen en las sociedades “postindustriales” o del
conocimiento. La figura que aparece abajo describe dicho contrate.
Los cambios de valores que señalamos no se producen siempre de modo general en todas las
sociedades. Ni tampoco siguen el mismo ritmo en cada una de ellas. El examen preciso de cada
caso nos revela que en una misma sociedad coexisten sistemas de valores diferentes, que se
disputan la hegemonía entre la población. Esta disputa es esencialmente política: ya vimos en su
momento.
Más sintéticamente, puede afirmarse que la política se origina se en el desacuerdo sobre lo que es
justo y lo es injusto, sobre lo que corresponde a unos y sobre lo que corresponde a otros en el
seno de una comunidad. De ahí que la política haya sido definida como la actividad colectiva que
asigna y distribuye valores de manera vinculante (Easton).
Un ejemplo contemporáneo de esta discrepancia nos lo presenta la diferente sensibilidad por los
problemas medioambientales: allí donde prevalece el productivismo industrial y el afán -o la
necesidad- de un progreso material inmediato, las cuestiones medioambientales no se abordan
del mismo modo que en sociedades donde la primacía del sector industrial ha dado paso al sector
de los servicios y donde los niveles de seguridad económica son ya razonablemente satisfactorios
para la gran mayoría de la población.
Esta tensión se produce tanto en el interior de una misma comunidad política que predominan
diferentes sistemas de valores. El mal llamado “choque” de civilizaciones revele esta permanente
interrelación entre mundos que años atrás mantenían pocos contactos. Hoy, en cambio, las
grandes migraciones internacionales, los medios de comunicación de alcance mundial y la
densidad creciente de los flujos económicos globales hacen más evidente, -y a menudo más
problemática- la relación entre individuos y grupos con sistemas de valores diferenciados.
De ahí la mayor dificultad para dar respuestas políticas satisfactorias a una gama de demandas
muy diversas. Junto a las posiciones “postmaterialistas” que experimentan un crecimiento
sostenido subsisten también en dichas sociedades los valores tradicionales. Este panorama de
conjunto exige la adaptación de las actuales instituciones políticas -que ven erosionada su
legitimidad- y la entrada en escena de otras, capaces de facilitar la expresión de nuevas demandas
y nuevas formas de comportamiento.