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Módulo I. Introducción Al Liderazgo Femenino: Tema 1.-Patriarcado Y Violencia de Los Modelos de Género
Módulo I. Introducción Al Liderazgo Femenino: Tema 1.-Patriarcado Y Violencia de Los Modelos de Género
INTRODUCCIÓN AL
LIDERAZGO FEMENINO
INTRODUCCIÓN
El sistema de dominación patriarcal es común a todas las culturas desde los inicios
de la historia conocida hasta el presente, y precisamente esta universalidad es una
de sus armas psicológicas más potentes porque le permite apoyar su legitimidad
en la naturaleza.
• Los hombres son racionales mientras que las mujeres son emocionales.
• Los hombres están más capacitados para la vida pública y las mujeres más
dotadas para la vida afectiva y privada.
• Los hombres son más activos y las mujeres más pasivas.
• Los hombres son más agresivos y las mujeres más pacíficas.
• Los hombres tienen grandes necesidades sexuales mientras que las mujeres
tienen poco o nulo apetito sexual (las mujeres aman, no desean).
• Los hombres son físicamente fuertes y las mujeres débiles.
• Los hombres son ambiciosos, las mujeres conformistas.
• Los hombres son egoístas, las mujeres abnegadas y sacrificadas.
• Los hombres son psicológicamente fuertes y las mujeres, vulnerables.
• Los hombres son dominantes y las mujeres sumisas.
• Los hombres son independientes y las mujeres dependientes.
Aplicando lo anterior al tema que nos ocupa, Stuart Hall afirma que tanto el
género como la raza aparecen en nuestras sociedades como atributos “dados por la
naturaleza”, de modo que se colocan “entre las más profundamente naturalizadas
de las ideologías existentes”. La perspectiva crítica de género constituye por tanto
un desafío para la hegemonía patriarcal por desafiar sus asunciones centrales,
desnaturalizándolas y desvelando su carácter socialmente construido y opresor.
Importante Para que se ejerza esa autoridad, el patriarcado debe dominar toda
la organización de la sociedad, de la producción y el consumo a la política, el
derecho y la cultura. Las relaciones interpersonales están también marcadas por la
dominación y la violencia que se originan en la cultura y en las instituciones del
patriarcado”.
Hay quienes plantean incluso que esta idea de superioridad de las supuestas
cualidades masculinas, como la fuerza y la agresividad, empuja a los hombres a
ejercerlas, obligados por la necesidad de demostrarse a sí mismos y a los demás
que se es un hombre. Aunque más que justificar la actuación agresiva de los
hombres, los planteamientos feministas afirman que éstos abusan física y
emocionalmente de las mujeres porque pueden, porque forman parte de una
sociedad que tácitamente lo permite o tolera.
Cabe aclarar que los Estudios de género buscan respuestas a la violencia sexista
en el nivel grupal o social, no individual, intentando entender el rol de la violencia
contra las mujeres dentro de una sociedad dada en un momento histórico
específico. Pero este enfoque de ninguna manera excusa la responsabilidad
individual en los actos de violencia. Sugerir que los hombres no pueden ser
culpados de sus actos violentos porque la sociedad les permite o les impulsa a
hacerlo es negar la responsabilidad individual y la libertad de albedrío o
actuación. Como explica Jane Caputi: “Un análisis feminista no acepta la
ecuación de que reconocer la responsabilidad de la sociedad en la violencia
sexista es absolver al asesino. En cambio, un análisis feminista apuntaría a la
conexión entre asesino y sociedad”.
El autor habla incluso de que la violencia contra las mujeres se acrecienta debido
precisamente a la reacción de un sistema de dominación que se resiste a
desaparecer. Pese a esta nueva visibilidad, “los problemas de discriminación,
opresión, y maltrato de las mujeres no han desaparecido, ni siquiera disminuido en
intensidad de forma sustancial. De hecho, aunque se ha reducido algo la
discriminación legal y el mercado de trabajo muestra tendencias igualadoras a
medida que aumenta la educación de las mujeres, la violencia interpersonal y el
maltrato psicológico se generalizan, debido precisamente a la ira de los
hombres, individual y colectiva, por su pérdida de poder” (Castells).
Otros autores comulgan con esta tesis y señalan que la mayor independencia y la
menor tolerancia a los abusos de las mujeres podrían incidir en el alto índice de
violencia actual.
Ello explicaría por ejemplo que muchos de los crímenes de maridos a esposas se
produzcan precisamente cuando éstas deciden poner fin a la relación. Tanto la
alarmante presencia de agresiones a las mujeres en la actualidad, así como la
“tolerancia” de dichas acciones se explicarían como intentos por mantener o
volver a poner a las mujeres en el lugar que socialmente les ha sido asignado.
La mujer ha dejado de ser, legal y realmente, desigual a los hombres, pero hay
sujetos que no lo soportan. Las estadísticas demuestran esa circunstancia en la
mayoría de los delitos de género. Como se ve, en la conquista de la liberación se
esconde el peligro. La esposa que antes aguantaba en silencio hace ahora uso
Quizás el ejemplo más claro lo aportaron las feministas negras en los años sesenta
y setenta al denunciar la doble discriminación que sufren las mujeres de color por
sexo y raza, lo que las sitúa más abajo en la escala de poder o estatus social, bajo
los hombres, pero también bajo las mujeres blancas. La no-consideración de todas
las demás categorías aparte del género, decían, ha contribuido a uniformar o
asimilar “los problemas de las mujeres” al patrón de los problemas de las mujeres
blancas de clase media, invisibilizando a la vez rasgos tan identitarios e
históricamente marcados y estigmatizados como en este caso la raza.
Importante Las teóricas que defienden esta línea han apuntado que el cruce de
prejuicios sexuales, raciales y de clase social repercutiría desde luego en las
representaciones sociales que construimos de los eventos según quienes los
protagonicen.
MÓDELO ANDROCÉNTRICO
Este modelo hunde sus raíces en la “polis” griega y romana donde los varones
libres detentaban el derecho de participar en las actividades políticas en pie de
igualdad, constituidos como “ciudadanos”. Quienes poseían este estatus
ciudadano disfrutaban de la libertad política y de la igualdad ante la ley,
participaban en la administración y en la justicia, eran sujetos activos, con derecho
a participar en deliberaciones y tribunales, y estaban sujetos a las normas de las
leyes constitutivas o del derecho público. Pero sólo los hombres podían ser
ciudadanos. De hecho, en su análisis de la poli griega, la filósofa Hannah Arendt
concluye que esta creación de un espacio público en el que los hombres pudieran
participar como ciudadanos requería necesariamente de la existencia de una base
Los Estudios de Mujeres han tenido desde sus orígenes una relación incómoda
con la ciencia moderna. Por una parte, necesitan de la legitimación científica para
dar credibilidad a sus planteamientos intelectuales, pero por otra se han empeñado
en hacer una lectura crítica y denunciar el sesgo sexista de la supuesta neutralidad
de la ciencia.
A partir de aquí, los Estudios de Mujeres denuncian que lo que cuenta como
verdad en una instancia dada es determinada por quién tiene el poder para
definir la realidad. Así, si lo que impera es una visión androcéntrica y
patriarcal de la realidad, la declaración final sobre lo que es verdad privilegiará
la “verdad masculina” por sobre el “conocimiento femenino”, considerado como
inferior, como su “otro”. Argumentan que la imposición de esta falsa dicotomía
obvia las experiencias de las mujeres como “externas” al ámbito de lo que se
proclama como estándares universalmente válidos de razón, lógica y racionalidad.
Según Stuart Allan: “Esta conexión de lo masculino con lo “racional” y lo
femenino con lo “irracional” sirve para establecer la exclusión de los reclamos de
las mujeres sobre la verdad porque caen fuera de los parámetros prescritos sobre
la razón. El autor afirma que estas apropiaciones “racionales” de la verdad son los
que ayudan a sostener las relaciones androcéntricas de poder y privilegio, y de allí
el intento feminista de criticar y subvertir tales prescripciones.
Bach et al. afirman que este estereotipo del crimen pasional fue dominante en la
representación mediática de la agresión a la mujer hasta los años 90 y que en la
actualidad ha dado paso a un nuevo estereotipo, que es aquel que define al
agresor como verdugo y a la agredida como víctima, situando todo el mal en
un hombre particular y toda la pasividad e indefensión en la mujer. Este
esquema se acerca más a otros tipos que presentan al agresor como monstruo y a
la mujer como masoquista, que veremos a continuación.
También los relatos vecinales, cuando son recogidos como fuente para construir el
suceso, suelen hacer referencia a la celotipia como causa de la “tragedia”. Lo más
grave es que estas justificaciones parecen suavizar la responsabilidad del agresor
dibujándole un aura de sufrimiento romántico.
Por celos, esa emoción inconsciente del corazón, se pueden llegar a hacer tantas
locuras como por amor. Hemos visto, tanto en la ficción como en la realidad más
inmediata, cientos de crímenes, suicidios y crueles venganzas motivados por esta
tormentosa obsesión. Los españoles, además de pasionales, también somos
celosos, pero unos lo admitimos y otros no.
Una de las estrategias mediáticas más habituales a la hora de explicar los eventos
de violencia contra la mujer consiste en colocar la culpa o el problema en
factores externos, marginales, que sirven como excusa del agresor y como
elemento para justificar su violencia. En esta línea, la ingesta de bebidas
alcohólicas y otras sustancias tóxicas está entre los factores que con más
frecuencia se utilizan como justificación de la agresión a la mujer.
Las mujeres cuyas parejas abusan del alcohol, toman drogas, se han quedado en
paro o tienen trabajos intermitentes y un peor nivel cultural tienen más riesgo de
sufrir lesiones por culpa de abusos.
Sin embargo, los mismos que mantienen esas teorías no se ha detenido a analizar
cómo es que los mismos agresores que, bajo los efectos del alcohol, maltratan a
sus parejas, no actúan de manera violenta contra vecinos, amigos u otras
personas antes o después de cometer la agresión. Lo anterior demostraría que se
trata de una violencia selectiva y dirigida específicamente a la mujer y no de un
hombre que agrede porque se encuentra bajo un estado de violencia irracional,
dominado por los efectos de sustancias externas.
Uno de los estereotipos más habituales es el del “agresor patológico”, aquel que
por presentar un trastorno de la personalidad o padecer una enfermedad
mental lleva a cabo la agresión sobre la mujer. Esta representación se basa en la
creencia social que sostiene que el agresor es un enfermo o desviado y no es
responsable de lo que hace.
Además de justificar al agresor cuando no calza con el perfil del criminal marginal
(y es, por tanto, parte del “nosotros”), esta descripción desde la extrañeza refuerza
los estereotipos anteriores del crimen pasional, del arrebato o locura temporal y de
las causas externas (alcohol, desempleo) y puede incluso levantar sospechas sobre
la provocación o culpabilidad de la víctima.
Estos tipos nos remiten a la tesis de Bach et al., que postulan que el esquema
predominante hoy en día –las autoras hablan de clichés- relativo a la
representación mediática de la violencia contra la mujer, es la del verdugo y la
víctima, entendida como la mujer pasiva, resignada, soportante de los
caprichos de su pareja. Las mujeres en su papel, sufrido y masoquista, y los
hombres atacados de estallidos de testosterona y misoginia son las explicaciones
que ofrecen estos clichés.
A diferencia de los tipos tratados hasta ahora, hay ciertas creencias socialmente
extendidas que no suelen ser recogidas. En concreto, hemos identificado un
argumento estereotipado cuya reproducción puede constatarse por omisión:
Importante Las agresiones físicas son más graves y condenables que las
psíquicas.
Algo similar ocurre con aquellas agresiones físicas menos extremas, que si bien se
producen de manera cotidiana, no salen a la luz pública porque no resultan
valoradas. La escasa importancia que se presta a aquellas manifestaciones menos
espectaculares de maltrato, como golpes, empujones, encierros, prohibiciones o
amenazas, invisibiliza la cara más habitual de la violencia contra la mujer, se
como consecuencia de una falsa creencia social de que se trata de “un asunto
de dos en el que no hay que entrometerse y que no debe difundirse”.