Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
17 de julio de 2022
Tiempo de lectura: 4 minutos
El Señor nos dejó su paz: no la que el mundo nos da, sino la que se preserva aun
cuando llegan las pruebas. También nos dio la vida eterna a través de Su
sacrificio y nos dejó al Espíritu Santo, nuestro consolador. Él nos prepara y nos
revela nuestras bendiciones.[1]
Desde niño podríamos considerarnos bendecidos por Dios, pero en mi caso solo
hasta que nací de nuevo y empecé a leer Sus Escrituras recibí la revelación de lo
que Él quiere para mi vida y de lo que quiere de mi vida: son dos cosas distintas.
Eso me dio una revelación, no solo conocimiento. Porque podríamos conocer
versículos bíblicos sin que estos se hayan revelado en nuestro corazón, pero
cuando tenemos la revelación estamos listos para experimentar una
manifestación. Sabemos que Dios es eterno, poderoso, omnipotente, amoroso y
dueño de todo; pero Su Espíritu[2] también nos enseña algo más profundo; por
ejemplo, cómo agradarle.
Cada uno tiene su propia manera de orar, pero lo que todos deberíamos saber es
cómo pedirle a Dios: como a nuestro Padre. Cuando yo comprendí esta verdad en
mi vida cambié mi forma de pensar y de declarar todo lo que quería para mí; y
así es como desde entonces he pedido de todo: desde una casa para mi familia
hasta unción del Espíritu Santo para mi vida. Esta revelación nos prepara para ver
manifestada la gloria de Dios.
¿Cómo es posible creer que Dios no quiera darnos al Espíritu Santo[6] o cosas
buenas[7] si se lo pedimos? No se trata de ninguna “teología de la prosperidad”,
sino de la naturaleza de la paternidad de Dios. Si Él ya entregó a Cristo para
nuestra salvación, también puede darnos todo lo demás[8] de acuerdo con nuestra
fe. Por eso pidámosle no de acuerdo con nuestro salario, sino de acuerdo con Sus
posibilidades infinitas.
[1] 1 Corintios 2:9-10: Antes bien, como está escrito: cosas que ojo no vio, ni
oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado
para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu;
porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.
[2] 1 Corintios 2:11-12: Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del
hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció
las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el
espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo
que Dios nos ha concedido.