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Mi segundo padre

(Cuento)-- EDGAR IVAN HERNANDEZ, cuentista salvadoreño, cojutepeque, 1965

          Vivía en las tumbas del Cementerio del pueblo debido a su severa enfermedad que lo llevó a un
terrible estado de demencia.
         Años antes, su familia le cerró las puertas y decidió buscar la casa de su abuelo Moisés, y éste, al
principio lo dejó dormir en le patio donde había un viejo sillón de sala. Pero como empezó a orinarse en
el lugar donde dormía, le botaron el mueble en un basurero cerca del cementerio y jamás volvió por la
casa del abuelo. Entonces trasladó su sillón bajo unos árboles de bambú en el cementerio municipal, su
nueva casa.
         Cuando llegaron los días de lluvia uno de sus amigos y compañero de tragedia le enseñó donde
habían nichos vacíos para dormir con tranquilidad. Ya no dormía al aire libre y un nicho se convirtió en
su cama, hasta que un trabajador  lo descubrió. Entonces llegaba a escondidas de los vigilantes a su
dormitorio, hasta que una madrugada tempestiva llegó Sergio a despertarlo, deseando conversar un poco.
Luís le dijo que se durmiera y que guardara la botella para el amanecer.  Sergio, empezó a hablarle de su
familia, de sus hijos, queriendo convencerlo que regrese a su casa. Luís le pidió hacer silencio y siguió
durmiendo. Cuando amaneció Sergio era un cadáver que amanecía junto a su media vida. Desde aquel día
Luís ya no fue el mismo.
         Luis llegó a la puerta de mi hospital;  y lo recibí porque que le quedaban horas de vida, por su
apariencia. Doctor, me dijo. Si usted no me ayuda nadie podrá ayudarme. Yo le dije: Sólo usted puede
ayudarse.
         Fue un loco suicida, maniático depresivo, pero fue de los primeros casos imposibles que se
atendieron en nuestra clínica, donde obtuvo tranquilidad. Después le conseguí trabajo de jardinero,
agricultor, albañil y ordenanza en este mismo lugar.
         Se entregó al cien por ciento a ayudar a los que como él llegaban pidiendo ayuda. Su servicio se
volvió una misión muy personal. Su deceso no me pesa pues a muchos nos enseño a seguir su ejemplo.
         Su verdadero nombre de Luis era Orlando Merino, fue como un segundo padre, me dio mucha
fortaleza cuando el mío falleció. Fue muy útil a mi familia y se convirtió en mi padre espiritual.
         Aconsejándome, en su último día me dijo: “cuando comienzo a resolver el problema de los demás,
se empiezan a resolver mis propios problemas; y hay cosas de las que no me puedo cansar, por eso no me
canso de sentirme bien ayudando a otros.

La fábula del viejo, el niño y el burro.

Un buen día, el viejo molinero y su nieto iban camino al pueblo. Los acompañaba el asno, trotando
alegremente.

Habían andado un corto trecho cuando se cruzaron con un grupo de muchachas.

-Miren eso -dijo una de ellas, riendo-. ¡Qué par de tontos! Tienen un burro y van a pie...

El viejo entonces le pidió al nieto que montara en el animal y siguieron el viaje.

Más adelante, pasaron junto a unos ancianos que discutían acaloradamente.


-¡Aquí está la prueba de que tengo razón! -dijo uno de ellos señalando al molinero y compañía-. Ya no se
respeta a los mayores. ¡Miren si no a ese niño, tan cómodo sobre el burro, y el pobre viejo, camina que
camina!

Entonces el molinero hizo bajar al nieto y se acomodó sobre el asno.

Al rato, se toparon con un grupo de mujeres y niños. Y escucharon un coro de protestas:

-¡Dónde se ha visto!
-¡Qué viejo perezoso y egoísta!
-Él va muy cómodo, mientras al pobre niño no le dan las piernas para seguir el trote del burro...

El molinero, con santa paciencia, le dijo al chico que se acomodara detrás de él, en la grupa del animal.

Cerca del pueblo, un hombre le preguntó:

-Ese burro, ¿es suyo?


-Así es, señor.
-Pues no lo parece, por la forma en que lo ha cargado. Más lógico sería que ustedes dos cargaran con él, y
no él con ustedes.
-Trataremos de complacerlo -dijo el molinero.

Desmontaron ambos, ataron las patas del asno con unas cuerdas, las ensartaron con un palo y, sosteniendo
el palo sobre sus hombros, siguieron camino.

La gente jamás había visto algo tan ridículo y empezó a seguirlos.

Al llegar a un puente, el ruido de la multitud asustó al animal que empezó a forcejear hasta librarse de las
ataduras. Tanto hizo que rodó por el puente y cayó en el río. Cuando se repuso, nadó hasta la orilla y fue a
buscar refugio en los montes cercanos.

El molinero, triste, se dio cuenta de que, en su afán por quedar bien con todos, había actuado sin el menor
seso y, lo que es peor, había perdido a su querido burro.

Leyenda del padre sin cabeza


Todos los viernes al filo de la media noche, del portón mayor de la iglesia del rosario sale El Padre Sin
Cabeza. Al salir del atrio agarra sobre la Sexta Avenida, hacia el norte; pasa frente al popular (hoy cine
libertad), dobla la esquina del gimnasio (6ª. Calle Oriente y 6ª. Avenida Norte) Y baja. Poco después de
media cuadra, desaparece y vuelve a aparecer, entrando al atrio de la iglesia La Merced; se le ve atravesar
el atrio y entrar en la iglesia con la puerta cerrada...En ocasiones se le mira paseandose por todo el atrio y
subiendo al campanario. Otras veces lo ven pasando por el puente La Vega; subiendo la cuesta;
paseandose en el atrio y entrando en la iglesia La Vega (también con las puertas cerradas). 

Existen una infinidad de versiones: según la creencia popular, El Padre Sin Cabeza es el alma en pena de
un sacerdote que falleció en pecado mortal, sin confesión, y que había perdido la cabeza por una pasión
amorosa. 
Otra versión es que este es el alma de un Padre que lucho junto en una revuelta con unos campesinos, que
fue asesinado (decapitado). 

El Padre Sin Cabeza es conocido no solo a nivel Salvadoreño sino que a nivel Centro Americano 

Comentario Personal: A pesar de haber escuchado esta leyenda desde muy chico la versión cambia de
departamento en departamento, alguna vez hasta llegue a pensar q en cada departamento de El Salvador
había un padre descabezado viviendo en la iglesia local. 

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