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SUS HUELLAS, LA INCREIBLE HISTORIA DE MI PADRE

Hablar de la vida de mi padre es hablar del indio, del campesino, del niño de la calle, de los
desvalidos, y de los hombres que sueñan; pero, sobre todo, de aquellos que se van dejando
huellas en la vida de las personas. Su nombre era Francisco Barrientos; a la edad de cuarenta y
dos años, estaba muy enfermo, prácticamente desahuciado, y sufría mucho, no sólo por su
condición física deplorable, además de tener un defecto en uno de sus ojos, producto de la
explosión de una escopeta, en esos años de hombre mozo. Sino también por dolorosos recuerdos
de una infancia muy golpeada por carencias materiales y afectivas. A pesar de todo ello, fue un
hombre con una experiencia espiritual de esas que hablan los hombres de fe, que cambiaría para
siempre su historia y la de muchas personas alrededor de él.

La niñez de mi padre fue muy triste. Cuando el nace, su madre muere, y queda bajo la crianza de
un tío. Este era un hombre muy severo, con una personalidad recia. De tal manera que mi padre
era objeto de humillaciones y trabajos pesados. Y lo peor, nunca recibió afecto familiar. De tal
manera, que la paga por su trabajo era el maltrato. Por lo que cansado de esa vida, huyó siendo
un adolescente, y se crió en la calle. Cuando pienso en esto, veo la necesidad de leyes que
protejan a los niños de la calle. Se sabe que los gobiernos destinan recursos para palear la
situación de la infancia abandonada. Sin embargo, hay que hacer un mayor esfuerzo sobre el
hecho de hacer conciencia sobre la generación de acciones efectivas por parte de toda la
sociedad, a fin de que no haya un niño en situación de calle. Al respecto, he escuchado historias
de niños (as) que son acogidos por instituciones caritativas, y con el tiempo llegan a ser
profesionales, madres y padres. Con una vida extraordinariamente feliz. También se de casos en
que muchas de esas personas que fueron abandonadas de niños, y luego rescatadas, retribuyeron
a la vida, recogiendo y criando a otros niños de la calle. Eso me parece un gesto muy humano.
Por lo que quizá algún día yo haga lo mismo. Aun cuando esa no es mi experiencia.

Antes de su experiencia espiritual, mi padre, siendo un hombre de unos treinta años de edad, era
un conquistador de mujeres. Sin embargo, no usaba coplas, ni canciones para lograr su objetivo.
Las conquistaba a la fuerza. En más de una oportunidad, al estilo del llanero solitario, entraba
con su caballo a una fiesta patronal, de esas que se hacen en los pueblos, y en una maniobra un
poco peligrosa tomaba por la fuerza a la chica que le gustaba, la montaba en su caballo, y huia a
todo galope. Otra forma que usaba para seducir a sus victimas, era mediante la magia negra.
Robaba prendas intimas de mujeres, y les hacía brujería. Al respecto, el contaba que en una
oportunidad colocaba agujas a una muñeca con el fin de lograr el control sobre una mujer, y ese
día, en horas de la noche, caminando por la sabana, escuchó las voces de las ánimas solas. Estas,
son una especie de fantasmas, cuyas historias son parte de los cuentos y mitos que hasta el día de
hoy cuentan los abuelos a sus nietos en esos pueblos desolados del interior. Por cierto, la cultura
popular venezolana está llena de historias de fantasmas, y aparecidos. Entre ellos: “la sallona”,
“la novia de la guaira”, “el carretón”, “ la leyenda del horcón”, entre muchas otras. Parece ser
que el mundo de lo sobrenatural es verdadero.

Ahora bien, en lo relacionado al carácter de mi padre. Era un hombre violento, y siempre andaba
armado. En mas de una ocasión entraba a una cantina, y a los pocos minutos se escuchaban
botellas estrelladas contra la pared, y sonidos de disparos. Por lo que tenía muchos enemigos. De
hecho, se vino a la capital huyendo, pues algunos mercenarios habían pedido su cabeza. Esa era
mi padre antes de su experiencia espiritual; un hombre sin rumbo, sin norte, sin dirección. De
hecho, en una oportunidad me confesó que su destino era la cárcel, el psquiátrico o el
cementerio. A no ser por su conexión con ese Poder Superior que a veces no entendemos. Sin
embargo, está allí, muy presente en el universo Definitivamente el mundo del espíritu es amplio
y espacioso. En una ocasión, yo estaba meditando viendo el cielo. Esto lo hago con frecuencia
para entrar en serenidad. Y de pronto, las nuves tomaron forma de un rostro. La mirada de una
figura humana estaba nítida en el cielo. En seguida, tomé mi teléfono celular y capté aquel rostro
angelical. Emocionado, le enseñé la imagen a algunos amigos, quienes se sorprendían de ello. Un
amigo, al ver la imagen, me dijo: "parece la mirada de Jesús".

Contando mi padre con unos cuarenta años de edad, enfermó de tuberculosis. Para ese tiempo, no
habían medicinas eficaces como las que existen hoy. Fue de esta manera que una hermana le
trajo del campo a la capital. Allí fue atendido por un médico, quien después de un chequeo, le
indicó que sus días estaban contados. Estaba desahuciado. Enfermo, y debilitado se echó a morir
en una bodega ubicada en una popular barriada de la ciudad. Pero allí lo alcanzó la bondad de la
providencia. Una de esas tardes lluviosas, escuchó un canto espiritual. Ese canto decía: “Si estás
sediento, ven, si estas hambriento ven, bebe y come sin pagar. El sana tus heridas, el calma tu
tempestad”. De pronto, y como mandado del cielo, un niño de unos diez años de edad, entró a la
bodega, y al ver la figura cadavérica de mi padre se asustó. Cuando el niño retrocedió para irse,
mi padre le preguntó: -Muchacho, ¿quien canta ese himno?. El niño respondió: -son unas
personas que se reúnen en la iglesia. Mi padre como pudo se levantó, y como movido por la
intuición, le pidió al muchacho que le llevara a ese lugar.

Fue de esta manera que con mucha dificultad mi padre llegó a la humilde iglesia ayudado por
aquel niño. Al respecto, yo no se exactamente que sucedió allí. Sin embargo, ese evento cambió
para siempre su vida. Con el pasar del tiempo, se recuperó y empezó a trabajar. Y al no tener
estudios de ninguna naturaleza, hacía trabajos pesados y sencillos a la vez. Y como cosa
milagrosa, ubicó una casita humilde para vivir, cuyo terrero lo donó posteriormente a unas
personas quienes levantarían en el lugar, una iglesia. Fue en ese sitio que mi padre conoció a la
que sería su esposa. Mi madre, una mujer de piel blanca, esbelta y muy elegante. Ella procedía
de Coro, estado Falcón. Y su familia era descendiente de franceses. De hecho, su apellido era
Petit. Recuerdo que mi abuelo, es decir, el padre de ella, era un anciano de cabello blanco, catire,
y de ojos verdes. En contraste, mi padre era moreno e indio. Por lo que esta mezcla es parte de lo
heterogéneo de la raza en Venezuela. Al respecto, es conveniente recordar la historia. En la época
de la colonia, estaba habitando el indio en el territorio venezolano. Sin embargo, con la
conquista, llegó el español, el portugués, el inglés. Y Más tarde, los hombres de color traídos
como esclavos desde el áfrica. Esa es mi tierra, Venezuela. Cuando salgo del país recuerdo la
canción de Nino Bravo, “mi tierra”. Una estrofa dice así: “dime de que tierra vengo, dímelo tu
buen amigo. Tierra de la que no tengo, mas que el polvo del camino”.

Y continuando con la historia de la experiencia espiritual de mi padre. El pasaba extensas horas,


de rodilla, en oración. Yo nunca pude entender por qué lo hacía. Sin embargo, cuando murió,
entendí que sus dolorosos recuerdos de infancia le abatían con un profundo dolor, y sólo a través
de la espiritualidad encontraba calma y serenidad. Por otro lado, estaba su carácter; apacible,
ecuánime, sereno, siempre sonriente. Pero en otras ocasiones guardaba silencio, luego de hacer
largas y profundas meditaciones. En mi agenda escribí, "Nunca podré entender la profundidad
espiritual de mi padre".

A pesar de su carácter sereno, algunas veces se evidenciaba en él una ira santa. Es decir, no decía
malas palabras cuando se enojaba. Le recuerdo siempre bien vestido, conversando con todos; un
heladero, un indigente o con hombres harapientos y mal vestidos, a quienes la gente ya no trata.
Él nunca pasó por una escuela, mucho menos por una universidad. Sin embargo, cuando en
alguna reunión le daban la palabra, se destacaba por su elocuencia, y el buen uso del lenguaje.
Ello era el producto de la asidua lectura de libros de naturaleza sagrada. Una vez, estando niño,
paseábamos él y mis hermanos por uno de esas barriadas de la capital, cuando nos detuvimos
frente a un basurero. Entre los escombros, había un muchacho moreno, aparentemente drogado.
Mi padre lo tomó del brazo, y lo levantó. Han pasado aproximadamente cuarenta y dos años, y
ese recuerdo permanece vivo en mi mente. En otra, oportunidad, estando con el, un hombre
quien llevaba una muletas, pues le faltaba una de sus piernas, se estaba comiendo una manzana,
y trató de hacer una maniobra para mantenerse de píe por su complicada condición física, cuando
inesperadamente calló al suelo, golpeandose con el pavimento. Mi padre lo tomó por los brazos,
y recogiendo sus muletas, le levantó del suelo. Eso también lo recuerdo con nitidez.

La casa donde transcurrió mi infancia, era un lugar de puertas abiertas. Llegaban vecinos, y
familiares a comer. Y, en ocasiones, mis padres hospedaban a viajeros itinerantes que no tenían
donde pasar la noche. Algunas veces, personas desagradecidas nos pagaron mal por bien,
apropiándose de lo ajeno. Sin embrago, mi padre nunca dejó de ayudar, era lo único que deseaba
hacer, aunque representara un riesgo para él y la familia. De hecho, en una oportunidad, mi padre
regresaba de la iglesia a su hogar; era muy tarde en la noche, cuando en un lugar solitario
encontró a un hombre tirado en el suelo. Aparentemente estaba herido. Mi padre trató de
levantarlo, y al hacerlo, el sujeto se abalanzó sobre él, propinandole un golpe sobre el rostro. Mi
padre se desmayó. Y horas mas tarde, cuando recobró el conocimiento, se dio cuenta de que lo
habían despojado de sus pertenencias. Llegó a la casa con el rostro ensangrentado. Aun así, mi
padre no dejaba de ayudar a gente desconocida. Pero no todas las experiencias era desagradables.
Recuerdo que uno de los viajeros itinerantes que llegó a la casa, era un cantante y guitarrista. Un
hombre de aspecto ecuatoriano, de unos cuarenta años de edad, quien cantaba canciones de
contenido espiritual. De tal manera que a veces daba la impresión de que mi casa de infancia era
una especie de iglesia o quizá un pedacito de cielo. De hecho, un canto que mi padre solia cantar
cuando hacía meditaciones era: "hogar de mis recuerdos". Una parte del canto decía: "hogar de
mis recuerdos, a ti volver anhelo, no hay sitio bajo el cielo mas dulce que el hogar. Posara yo en
palacios corriendo el mundo entero. A todos yo prefiero, mi hogar, mi dulce hogar". Con el
tiempo entendí que mi padre sentía mucha nostalgia por la experiencia de no haber tenido de
niño un hogar normal, bajo el amor de unos padres que le amaran y le cuidaran.
No obstante la experiencia espiritual de mi padre, no puedo decir que era perfecto. El tenía un
complejo debido a un defecto en su ojo izquierdo, producto de la explosión de una escopeta que
manipulaba en sus años de mozo. Cuando yo era un adolescente, me contaba que en muchas
ocasiones sentía que la gente lo trataba con cierta discriminación. Debido a eso, usaba lentes
oscuros. Y al verse con traje, corbata, parecía un agente del FBI. Sin embargo, su apariencia
elegante no era impedimento para acercarse a la gente con incapacidades físicas, mentales e
incluso sociales. El acostumbraba visitar a los presos en las cárceles. Allí les transmitía la fe que
le llevó a una experiencia expiritual. Con la visita a las cárceles, el temor que yo sentía hacia esas
personas desapareció. Al respecto, pienso que hay un prejuicio social hacia las personas que
están o han salido de una cárcel. En el fondo son personas carentes de afecto. Ellos necesitan una
oportunidad para regenerarse y reintegranse a la sociedad. Por otra parte, detrás de la violencia
hay una historia de carencias. La gente necesita amor.

Cuando yo era niño, él me contaba historias y testimonios de alguien de apellido Alfaro, y


Agapito. Al parecer estas personas pertenecían a su círculo de influencia, y eran conocidas por su
nobleza y por su capacidad de ser caritativos con las personas de menos recursos. Cuando pienso
en estas cosas, puedo apreciar que mi padre, sin saberlo, modeló para toda la familia. Producto
de ello, mis hermanos son muy generosos y caritativos. De hecho, en más de una oportunidad me
han auxiliado en momentos de enfermedad, y tengo una deuda moral con ellos. También los
hermanos de mi padre eran bondadosos. Una de sus hermanas, quien le trajo del campo a la
ciudad, era propietaria de una especie de comedor en su vecindario, donde muchas veces
llegaban viajeros cansados, sin tener dinero para pagar. Algunos podían hacerlo, otros no.

Mi padre siempre quiso que yo fuera un pastor de almas, y estoy seguro que él oraba por eso. Sin
embargo, siempre, hasta el día de hoy yo he huido a tal llamado. Considero que el liderazgo
espiritual es muy delicado; requiere de un alto nivel de compromiso, entrega y paciencia. No es
lo mismo gerenciar recursos financieros o materiales, que almas. Un pastor, le puede marcar la
vida a la gente, para bien, o para mal. Lo que lo hace un oficio que requiere mucha entrega y
cuidado. Con el paso de los años descubrí mi vocación como educador, y sin darme cuenta, de
manera muy natural, a casi todos mis estudiantes les hablaba sobre la fe de mi padre. Pienso que
la espiritualidad vivida de una manera auténtica, no fingida , pasa a ser una relación y deja de ser
religión. Cuando hablo de espiritualidad me refiero a virtudes que se han amalgamado al carácter
de la persona. Como la bondad, la caridad, la compasión, pero sobre todo el amor por la gente
más necesitada. En esto deberían enfocarse todas las religiones.

A pesar, de que por mucho tiempo no fui el mejor modelo de vida ejemplar, cuando las
circunstancias me cubrían de oscuridad y sombras tenebrosas, el recordar la fe de mi padre,
siempre eso me hacía reflexionar, y volver al camino. No siempre fui lo que soy hoy. La
ansiedad, el temor, la depresión y la incertidumbre, marcaron mi vida por mucho tiempo. Debido
a ello perdí mi matrimonio y pasé muchas noches de pena y pesares. De tal forma, que en más de
una vez, experimenté profundas crisis depresivas que dificultaron el área profesional. Por esa
razón, renuncié al trabajo y me formé como coach de vida espiritual. Mas que una profesión, es
un apostolado en el que he logrado ayudar a muchas personas con crisis existenciales de vida.
Algunas veces me pegan, otras no. Sin embargo, me queda la satisfacción de generar conciencia
en la gente que se ha acercado pidiendo ayuda. Hacerles entender el rol de la fe en la vida para
generar cambios significativos. Cuando hablo de ello, algunas personas reciben el mensaje con
gratitud, mientras que otras me escuchan con algo de exepticismo. Y las entiendo. El mundo
espiritual, en parte, es sobrenatural. Se cree o no se cree. Es una cuestión de fe. Al respecto, con
los años entendí que en muchas culturas la espiritualidad es experimentada en diferentes
manifestaciones. Parece que hay algo o alguien en el universo que se acerca a quienes mediante
la fe, desean algo que los haga transcender como seres humanos.

Volviendo a la historia de mi padre; la virtud más marcada en su carácter, era la humildad.


Recuerdo que, contaba con apenas diez años de edad, cuando un día lo acompañe a su trabajo. Él
se desempeñaba como obrero en un organismo del Estado, y entre sus funciones estaba la
distribución de café al personal administrativo y ejecutivo. Verlo servir café era un verdadero y
maravilloso espectáculo. Con el porte de los mayordomos que solo se ven en las lujosas
mansiones de Hollywood, se acercaba con mucha educación a cada empleado, preguntando si
deseaban café. La mayoría optaba por el servicio, no solo por el deseo de consumir algo de
cafeína, sino porque, además, mi padre tenía la capacidad de convertir una actividad cotidiana en
una experiencia humana y agradable; y ello se debía quizás a dos circunstancias: La primera, es
que en ese tiempo los obreros de las dependencias gubernamentales, vestían con traje y corbata,
de modo que, en muchas ocasiones, algunos confundían a mi padre con algún director de
división. La segunda era su actitud. Con una sonrisa en sus labios, haciendo contacto visual con
la gente, daba un valor especial a cada empleado, fuera colega, administrativo o directivo.
De continuo en su actuar estaba el hecho relacional, mi padre sabía “construir relaciones
poderosas”. Además, siempre generó confianza en la gente; para él, los bienes ajenos debían
respetarse. Es así, que de vez en cuando algún director le confiaba las llaves de su casa para que
pasara unos días en ella. Definitivamente, la humilde historia de mi padre, contrasta con nuestra
realidad actual, donde todo, incluso las comunicaciones humanas, se han vuelto aceleradas,
distantes, y hasta triviales. Urge la necesidad de que como seres humanos nos acerquemos,
hagamos contacto, sintamos el calor de un abrazo, y la afectividad de una sonrisa.

¿Qué hemos perdido como sociedad? No lo sé, pero si existiera la posibilidad de volver al
pasado o construyeran una capsula del tiempo, desearía regresar a aquellos años dorados que viví
al lado de mi padre. Quizá encuentre a alguien que me diga de manera amable: ¿Cómo se siente
hoy señor Edén, desea tomar una tacita de café?.

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